Los Juegos Olímpicos de la Juventud

Deporte, mercado y biopolítica

Pablo Faerman1

Resumen

El proyecto de los Juegos Olímpicos de la Juventud fue aprobado unánimemente en 2007, teniendo como principios y fundamentos la cultura y la educación de la juventud. En este artículo se analiza la irrupción de este megaevento a partir de las condiciones que lo posibilitaron. Por un lado, el crecimiento global del Movimiento Olímpico –a partir de la explotación comercial de unos Juegos Olímpicos cada vez más exorbitantesprofundizó tensiones dentro del movimiento por el progresivo distanciamiento de los principios del Olimpismo. Por otro lado, la constitución de un campo deportivo estructurado por lógicas mercantiles, en la que la racionalidad neoliberal articula discursos y valores. Y en este sentido, la participación mixta entre los Estados y el mercado. Las disputas por el control de los recursos y las poblaciones pueden devenir en complementariedades, tomando al “legado” de estos eventos para las poblaciones anfitrionas como referencia. El trabajo estará organizado a partir de un método genealógico, articulado con análisis del discurso aplicado a fuentes primarias y secundarias.

Palabras claves: Juegos Olímpicos de la Juventud, Megaeventos, Biopolítica, Movimiento Olímpico, Mercantilismo

Abstract

The Youth Olympic Games project was unanimously approved in 2007, taking into account culture and youth education as principles and foundations. This article analyzes the irruption of this mega-event based on the conditions that made it possible. On the one hand, the global growth of the Olympic Movement - from the commercial exploitation of an increasingly exorbitant Olympic Games movement - deepened the tensions within it over the progressive distancing from the principles of Olympism. On the other hand, the constitution of a sports field structured by mercantile logic, in which neoliberal rationality articulates discourses and values. And in this sense, the mixed participation between the States and the market. Disputes for control of resources and populations can turn into complementarities, taking the “legacy” of these events for the host populations as a reference. The work will be organized based on a genealogical method, articulated with discourse analysis applied to primary and secondary sources.

Keywords: Youth Olympic Games, Mega events, Biopolitics, Olympic Movement, Mercantilism

Introducción

El deporte como fenómeno moderno surge como una práctica aristocrática y se expande globalmente hasta irrumpir en cada ámbito de la cotidianeidad. Las sociedades se deportivizan y el deporte se transforma en “la principal mercancía massmediática(Alabarces, 1998: 4), constituyéndose los megaeventos deportivos en figuras estelares y los Juegos Olímpicos en un ejemplar de lujo. El Comité Olímpico Internacional (COI) se vale de la mercantilización deportiva y las innovaciones mediáticas para globalizar el evento a niveles exponenciales, pero alimentando a su vez las tensiones dentro del Movimiento Olímpico (MO) por distanciarse cada vez más de los principios que rigen al olimpismo. En este contexto deciden implementar los Juegos Olímpicos de la Juventud (JOJ).

Este trabajo reflexionará sobre el surgimiento de los JOJ desde una perspectiva histórica, indagando las condiciones que posibilitaron su implementación. Para ello se considerarán el accionar de los gobiernos nacionales y locales sobre sus poblaciones a partir de la noción de biopolítica de Foucault (2000), luego la estructuración del campo deportivo2 por lógicas mercantiles y, finalmente, las tensiones internas –y sus consecuencias externas– dentro del MO. A su vez, se tendrá en cuenta la menor escala de los JOJ en relación a los juegos principales así como su impronta educativa postulada desde el olimpismo, prestando particular atención a la relación entre estos dos aspectos.

Aspectos metodológicos

Las fuentes primarias utilizadas en este trabajo serán la Carta Olímpica actualizada en el año 2004, el discurso del entonces presidente del COI en la apertura de la Sesión 119 del COI en el año 2007, la página web del Festival Olímpico de la Juventud Europea (FOJE) y la guía educativa “Tiempo de Olimpiadas” elaborada por el Comité Organizador Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018. La relevancia de analizar la Carta Olímpica radica en ser el documento que codifica al MO en su accionar, reglamentación y organización. En cuanto al discurso de Rogge, en él presenta y justifica el proyecto para implementar los JOJ que será votado durante esa misma sesión. Por su parte, en la página web de los FOJE presentan los beneficios de albergar un evento de esas características. Finalmente, la guía educativa es fundamental para indagar el accionar educativo sobre las poblaciones anfitrionas y como documento condensador de los valores que se asocian al deporte, al olimpismo y a los JOJ en particular.

Las fuentes secundarias están ambas vinculadas a la Academia Olímpica Internacional (AOI), consistiendo en un artículo de Makris y Georgiadis (2013) y una ponencia del entonces presidente del comité olímpico ruso Rodichenko (1999). El artículo ofrece una interpretación sobre las circunstancias internas del MO en las que surgen los JOJ, de su contenido y de la opinión acerca de su implementación de los participantes de las sesiones internacionales de la AOI en 2008 y 2009. En cuanto a la ponencia que tuvo lugar en una sesión de la AOI, su aporte radica en presentar las características y contenido de los Juegos Mundiales de la Juventud de Moscú 1998, un antecedente fundamental de los JOJ.

En cuanto a los criterios de análisis y con el objetivo de reflexionar sobre los JOJ desde una perspectiva histórica, se aplicará un método genealógico y se articulará con un análisis del discurso sobre las fuentes primarias y secundarias. Foucault (1992) plantea que la genealogía permite percibir la singularidad de los sucesos y los azares de los comienzos. La define como una concepción política de la historia, en oposición a las perspectivas esencialistas y naturalistas orientadas hacia las génesis lineales con un origen ideal. Los comienzos históricos son mezclados e impuros, permitiendo este método analizar por un lado las relaciones de poder en un momento dado, y por el otro las relaciones de saber al focalizarse en el punto de surgimiento en un estado determinado de fuerzas. En este sentido, la historia “efectiva” recupera el suceso en tanto tajo, sabiendo que es ella también un saber en perspectiva.

Conceptualización de Deporte

Rodríguez (1996) plantea dos formas opuestas en las que se concibe al deporte: la que es apropiada por el sentido común y lo considera como un hecho natural y ahistórico, con valores positivos por esencia;3 y la “crítica”, que lo interpreta como fenómeno cultural y como una de las manifestaciones simbólicas de una sociedad. Esta última retoma la noción de deporte como fenómeno moderno que desarrollan Bourdieu (1991 y 1993) y Elías (1992), en tanto ruptura –y no continuidad– frente a su uso ambiguo para referirse tanto a prácticas actuales como de civilizaciones anteriores.

Elías (1992) construye una genealogía de los deportes a partir de un proceso civilizatorio que inauguró la modernidad y que comenzó en la Edad Media. Si bien no parte de una planificación o linealidad temporal, en su genealogía reconoce una estructura destacando como elementos centrales del proceso civilizatorio: la formación del Estado; el alargamiento de las cadenas de interdependencia; la “democratización funcional” en cuanto al ejercicio de controles recíprocos dentro de los grupos y entre ellos; la elaboración y el refinamiento de los modales y normas sociales; el aumento concomitante en la presión social sobre los individuos para su autorregulación de la conducta. Es que, fundamentalmente, el proceso de civilización se relaciona con el grado de autocontrol que cada miembro de una sociedad ha aprendido e interiorizado, a partir del control –y disminución– del nivel de violencia física socialmente permitido y el umbral de rechazo a emplearla o presenciarla.

El proceso de civilización comenzó con cambios en algunos círculos de las clases altas a partir del siglo XVI en relación a las normas sociales de conducta y sentimientos. La reglamentación de éstas se volvió más estricta, más diferenciada y abarcadora, pero también más equilibrada y moderada, ya que se fueron eliminando los excesos de autocastigo y autoindulgencia. En este sentido, el desarrollo del deporte mostró una evolución global del código de sentimientos y de conducta en la misma dirección, con un aumento de la sensibilidad en lo que se refiere a la violencia física. Los pasatiempos aristocráticos o de sociedad”, que dominaron el significado de la palabra “deporte” en la propia Inglaterra durante la primera mitad del siglo XIX, se extendieron a otros países y allí fueron adoptados por las élites sociales correspondientes. Posteriormente se popularizaron algunas modalidades deportivas que desarrollaron las características de deportes como pasatiempos de grupos de la clase media obrera.

Es interesante la crítica de Elías (1992) a la interpretación del deporte como efecto de la industrialización. Si bien los procesos de “deportivización” del tiempo libre coinciden en tiempo y espacio con el proceso de industrialización inglés, para Elías ambas transformaciones fueron consecuencia de un movimiento más profundo que exigía mayor regularidad y diferenciación de conducta de sus miembros. En este sentido, reconoce en el deporte una clara tendencia hacia una mayor rigidez en los códigos de sus normas, una mayor precisión, explicitación y diferenciación de las reglas y una mayor eficacia en su supervisión, alcanzado así un nuevo nivel de ordenamiento y autodisciplina. Es decir, a diferencia de los juegos de la antigüedad, el deporte moderno se caracteriza no sólo por el control y disminución de la violencia física, sino también por reglas detalladas y diferenciadas, escritas y explícitamente sometidas a la crítica y revisión razonadas. Y su recorrido histórico opera desde reglas locales y flexibles, hacia una rigidez normativa mediada por organizaciones nacionales. Es decir, al alcanzar cierto desarrollo o madurez, los deportes adquieren autonomía respecto de la sociedad en la que se desarrollan. Una autonomía limitada pero autonomía al fin.

Bourdieu propone (1993) también pensar la historia del deporte como una historia relativamente autónoma de las condiciones sociales y económicas de sus sociedades, destacando el trabajo de Elías (1993: 60). Al reconocerle una cronología específica, plantea que los fundamentos deberían establecerse a partir de una genealogía de la emergencia del deporte como “realidad específica irreductible a ninguna otra” (1993: 59). En este sentido, reconoce en el deporte moderno una ruptura respecto de los juegos precapitalistas, en oposición a las visiones anacrónicas que sólo ven continuidad entre ambos y que pretenden establecerlos como los orígenes de aquellos.

A su vez, Bourdieu (1991) sostiene que el sistema de instituciones y agentes con intereses relacionados al deporte funciona como un campo, donde se disputarán sentidos a partir de la relación entre la práctica de los agentes y su ubicación en la estructura social. La autonomía relativa que Bourdieu le reconoce al campo deportivo le permite pensarlo signado por las disputas sociales, reflejadas en las luchas por imponer una definición y una función legítimas de la actividad deportiva. Sin embargo, también advierte (2000) sobre el peligro de establecer relaciones directas entre un deporte y una posesión social. Todos estos aspectos entrecruzan la transición del deporte como práctica amateur de una élite al deporte como espectáculo producido por profesionales y destinado al consumo de masas.

De la civilización a la biopolítica

Podrían pensarse de forma esquemática cuatro etapas del deporte moderno. Un primer momento de parlamentarización, en el cual los códigos de caballerosidad para dirimir las diferencias políticas comienzan a repercutir a la vez en los pasatiempos de las clases altas. Este refinamiento y “civilización” es ejemplificado en Elías (1992) con las modificaciones en la práctica de la caza del zorro, en una dirección de mayor regulación, menos violencia, un desplazamiento del placer de matar al de la tensión de la persecución y una progresiva internalización de la necesidad de autocontrol.

El segundo momento, según Elías (1992) y el de la génesis del campo deportivo para Bourdieu (1991 y 1993), puede caracterizarse por el surgimiento, a fines del siglo XIX en Inglaterra, de las prácticas deportivas en las “public schools” (escuelas reservadas a las élites) con los hijos de la clase dominante y la fijación de las reglas. Es decir, era una práctica destinada a la formación de los futuros líderes, centrándose entonces en los jóvenes hombres de las clases dominantes. En este proceso, los valores aristocráticos de amateurismo y “fair play” se constituyeron en el ethos dominante, junto con la reglamentación de las prácticas, las competencias y los cuerpos de gobierno, atravesados por un proceso de racionalización en pos de mayor cálculo y predicción. Las lógicas pueden a su vez pensarse desde el proceso de normación que Foucault (2000) le atribuye a las sociedades disciplinarias: por medio de la disciplina comienza a generarse la constitución y la conciencia de la norma a partir del ordenamiento de los cuerpos en el tiempo y el espacio, implicando la producción de una determinada individualidad.

El tercer momento es el pasaje del deporte de la escuela a la sociedad, convirtiéndose en cuestión de Estado. Alabarces (1998) plantea que desde las Olimpíadas de Berlín de 1936 se puede observar un intento sistemático del poder político para utilizar el deporte para sus fines. Pero a la vez, enfatiza que no se ha demostró una relación causal entre un hecho deportivo y un comportamiento político (1998:6). Sin embargo, y más allá de las intenciones particulares de actores específicos, es interesante constatar procesos que fueron atravesando a todo el tejido social. En este sentido, Mandell (1988) señala el progresivo aumento de la cantidad de atletas –de la mano de una mayor aceptación de las participaciones femeninas y afrodescendientes–, de países y de deportes en los JJOO luego de la primera guerra mundial. La sistemática superación de cada nuevo récord se consideraba una prueba irrefutable del progreso, junto con el perfeccionamiento de las técnicas de medición y la cientificación del entrenamiento. De a poco la trascendencia política de los juegos fue desbordando los límites de los países anfitriones y ganando cada vez más relevancia el deporte-espectáculo frente a atractivos locales, gracias a la mayor cobertura mediática y una nueva lógica de puesta en escena del anfitrión hacia el resto del mundo.

En su estudio sobre la emergencia de la medicina deportiva en Argentina, Reggiani destaca “la preocupación finisecular por la calidad biológica de la población y la convergencia entre cultura física y medicina” (2016: 68). En su caracterización de este contexto, hace hincapié en tres procesos que sirven para pensar la transición hacia los dispositivos biopolíticos en el campo deportivo. En primer lugar, la “fisiología proto-atlética de la performance”, posibilitada por el interés en reducir las capacidades humanas a variables cuantificables y por una antropología darwinista que tendía a las clasificaciones raciales a partir de diferencias fisiológicas. En segundo lugar, la preocupación por preservar el capital humano en poblaciones afectadas por la guerra y el descenso de la natalidad, reforzando la relación entre los que abogaban por una mayor intervención estatal sobre sus poblaciones y los promotores de la educación física. Y por último, la revolución recreacional y la medicalización de la cultura física, en relación a la masificación de las prácticas deportivas4 y su progresiva regulación por una medicina legitimada como principal autoridad frente al cuidado del cuerpo y la salud.

Como afirma Foucault (2000), el dispositivo biopolítico de seguridad completa al disciplinario –del momento anterior– al incorporar las nociones de población y de normalización. Con el concepto de biopolítica se hace referencia al proceso histórico en el que la vida se convierte en campo de intervención de la política a partir de lo biológico. A diferencia de la relación que la disciplina establece con la norma y que conlleva la normación de los cuerpos, la relación que establece con la norma el dispositivo biopolítico de seguridad implica una normalización en cuanto regulación de la población. Por lo tanto, el deporte posibilita a los Estados poder compararse y medirse con los otros Estados, apareciendo el racismo de Estado como una noción clave en este proceso. El racismo estatal según Foucault (2000) forma parte de la racionalidad política del Estado, descubriendo la biopolítica en él una tecnología y una justificación para legitimar la separación, clasificación y jerarquización de la población, construyendo así los criterios para discernir entre la población a la que se debe “dejar morir” y aquella a la que hay que “hacer vivir”. No debe juzgarse desde una perspectiva de bondad o maldad, sino que debe entenderse este racismo como una racionalidad que en virtud de proteger a la población que lo constituye, el propio Estado despliega estrategias complementarias de homogeneización y jerarquización hacia ella.

Mercantilización

Este cuarto y actual momento puede caracterizarse en base a dos grandes transformaciones a nivel global: por un lado, los medios de comunicación de masas y la revolución tecnológica de fines del siglo XX, y por el otro, el neoliberalismo como nueva ética y racionalidad. Ambas transformaciones pueden considerarse con la suficiente autonomía entre sí ya que ninguna logra explicar a la otra, lo que no niega que existan puntos importantes de contacto o que no se influyan mutuamente. Lo que interesa en este apartado es cómo estos cambios implicaron –y continúan haciéndolo– nuevas condiciones de posibilidad para que el deporte en tanto práctica social se transforme también hacia una dirección particular, propiciando por ejemplo un contexto adecuado para la implementación de los Juegos Olímpicos de la Juventud en su forma actual.

En relación a las primeras transformaciones, García Ferrando y Durán González (2014) destacan que con la explosión tecnológica y de los medios de comunicación de masas a partir de la década de 1970, el deporte se convirtió en el centro de mercados dinámicos y expansivos. Cada vez más personas se relacionaron con él en tanto producto de consumo y servicio personal, debido a que comenzó a ser beneficioso económicamente, objeto de intereses económicos y competitivo en mercados dinámicos. Esta nueva versión deportiva que se ofrece en el mercado del tiempo libre tiende más hacia la relajación, la diversión y el mantenimiento del prestigio personal que hacia las características tradicionales y fundantes de disciplina, entrenamiento, competición y resultado. Por lo tanto, el ideal del amateurismo que constituía una lógica estructural aparentemente cerrada y autónoma del deporte hasta esa década, comenzó a perder terreno frente a su mercantilización y su nueva estructuración a partir de lógicas relacionadas al trabajo y al mercado, y con conductas orientadas hacia el beneficio económico. Es importante destacar que la creciente financiación del deporte no proviene solamente del sector privado sino que los fondos públicos constituyen un núcleo fundamental e indispensable.

También Brohm (1982) coincide en esta caracterización del sistema deportivo regido según las normas y los criterios del beneficio económico a partir de la expansión de los medios de comunicación, particularmente de la televisión. Brohm se ubica en una perspectiva distinta a García Ferrando y Durán González, reduciendo el deporte a una industria del espectáculo deportivo de masas. Sin embargo, coincide con ellos en la todavía relevancia estatal al reconocer a la intervención de organismos públicos como uno de los tres ejes sobre los que se estructura esta industria. Esta intervención estaría orientada a disputar en el mercado los derechos de organizar grandes eventos, con exorbitantes contratos de por medio. Los dos ejes que completan la ecuación son las grandes empresas que invierten financiera y publicitariamente en la organización deportiva, y la intervención masiva de las cadenas de televisión y de cine, que contribuyen a organizar industrial y comercialmente el éxito de los grandes espectáculos deportivos.

En este cuarto y actual momento del deporte, los cambios en la difusión y en las tecnologías de la información con el desarrollo de los medios de comunicación de masas permitieron reducir significativamente las distancias sociales, temporales y físicas. A su vez, posibilitaron el surgimiento de una cultura de masas, en la que el deporte ocupa un lugar primordial al convertirse en una industria altamente lucrativa desde fines del siglo XX justamente –y como ya mencioné– gracias a la influencia de los medios de comunicación, principalmente de la televisión. Por lo tanto, tal como señalan García Ferrando y Durán González (2014), los grandes clubes y las federaciones deportivas comenzaron a obtener importantes beneficios por los derechos de transmisión en un contexto en el que progresivamente se regularizaron las retransmisiones deportivas. Los medios de comunicación se fueron convirtiendo en coautores del espectáculo deportivo, en una relación que modificó y estructuró a ambos. Por un lado, se adaptaron los calendarios y reglamentos deportivos a las necesidades de la televisión, y por el otro, la televisión adaptó al deporte principalmente sus relatos y la tecnología que permitió profundizar en su espectacularización. En este contexto los espectadores también modificaron su perfil en tanto consumidores, es decir, clientes que contratan un servicio.

En este sentido –y también en relación a las segundas transformaciones de este cuarto momento–, García Ferrando y Durán González (2014) destacan un aspecto interesante: fue principalmente durante el Estado de Bienestar que la presencia de los gobiernos fue mayor, reduciéndose con su crisis y la subsiguiente oleada neoliberal de fines del siglo XX. El resultado fue una creciente tendencia a que el mercado regule las líneas políticas, legales y administrativas del entramado deportivo amateur y profesional. Pero la regulación no es total ni absoluta, sino que implica un nuevo equilibrio de fuerzas en el campo deportivo entre el sector privado y el sector público. Es decir, el neoliberalismo conlleva la redefinición de lo que le corresponde a cada sector en todos los niveles de la sociedad a partir de la modificación de los límites entre los ámbitos públicos y privados.

Como parte del paquete neoliberal y atravesando las lógicas en las que se inscribe el deporte como fenómeno espectacularizado emerge un nuevo tipo de gubernamentalidad. Castro (2011) sitúa en el centro de la obra de Foucault la noción de gobierno y de gubernamentalidad como modos de acción singulares para pensar las relaciones del poder y la constitución de la subjetividad occidental. La noción de gobierno, puede pensarse desde dos ejes: el gobierno como relación entre sujetos y el gobierno como relación consigo mismo. Los modos de objetivación-subjetivación se sitúan en el cruce de estos dos ejes. El análisis de la gubernamentalidad abarca, entonces, en un sentido muy amplio, el examen de lo que Foucault denomina las artes de gobernar. Estas artes incluyen el estudio del gobierno de sí (ética), el gobierno de los otros (la formas políticas de la gobernabilidad) y las relaciones entre el gobierno de sí y el gobierno de los otros. Si en el momento anterior del deporte podríamos pensar en un Estado gubernamental focalizado en el control de una población por medio de dispositivos de seguridad, en el momento actual no parece persistir esta lógica. Dentro de la modificación de las relaciones de fuerza producidas por el neoliberalismo y las transformaciones entre lo público y lo privado, puede pensarse un desplazamiento en las políticas gubernamentales desde la noción de población hacia la de individuo. Es decir, el Estado ya no gestionaría a una población sino que esta estaría compuesta por individuos, y cada uno de ellos debería gestionarse a sí mismo.

El neoliberalismo según Vignale (2017), no debe acotarse a un modelo económico sino que abarca una nueva racionalidad de gobierno. Su particularidad histórica es la internalización por parte de los sujetos de una normatividad que propicia y acrecienta el modelo de la empresa y la lógica del mercado, en un proceso que posibilita la naturalización de los tipos de discursos que justifican esta nueva normatividad. Su ethos está basado en una “moral empresarial” dando lugar a una suerte de sujetos emprendedores de sí mismos: sujetos que invierten sobre sí mismos como si fuesen su propio capital, midiendo su propia eficacia, trabajando sobre sí mismos, y relacionándose con el resto, cual mercancías en el mercado. El sujeto en cuestión es autodirigido y por lo tanto reivindica y exige libertad en tanto mercancía, midiendo el éxito y el fracaso por el buen o mal uso de las propias capacidades. Un individuo responsable de sí mismo y una individualidad como forma de gobierno: el neoliberalismo como una práctica que diagrama fuerzas y construye determinados sujetos históricos.

En un sentido similar pero acentuando el carácter consensuado, Boltansky y Chiapello plantean el surgimiento de un nuevo espíritu del capitalismo, entendiéndolo como “la ideología que justifica el compromiso con el capitalismo” (2010: 41). Por ideología entienden, en oposición a la concepción marxista en la que oculta los intereses materiales, el conjunto de creencias compartidas entre la mayoría de las partes implicadas que compromete acciones. Es que el capitalismo requiere movilizar a un gran número de personas y no puede hacerlo por la fuerza, sino que exige un compromiso fundado en una adhesión activa y consentida que posibilite iniciativas y sacrificios. Y este compromiso depende de los argumentos que permitan justificar los beneficios individuales y colectivos de participar.

El capitalismo, que según estos autores tiene una tendencia perpetua a transformarse principalmente a partir de las críticas, entró en crisis y se renovó a fines de los ́60 incorporando elementos de la crítica artística al orden anterior centrados en demandas de autonomía, creatividad, autenticidad y liberación. Esto posibilitó que el momento actual, caracterizado por la desregulación y liberación de los mercados financieros, las empresas multinacionales como principales beneficiarias, la flexibilización laboral, inestabilidad familiar y sentimientos de inseguridad, así como la mercantilización de bienes individualizados y “auténticos”, pueda legitimarse en un discurso construido a partir del “management. Esta ideología condensa un novedoso consenso sobre el valor de lo polivalente, las capacidades de aprender y adaptarse a nuevas funciones, el compromiso y la comunicación. Es decir, se construyó un relato sobre el orden anterior basado en las desventajas de la seguridad y la rigidez, revalorizando la movilidad y autonomía.

Por lo tanto, el momento actual del deporte debe considerarse en su especificidad histórica. La configuración de la lógica mercantil que lo constituye puede entenderse a partir de las transformaciones propuestas, estableciendo así las condiciones de posibilidad para nuevos formatos deportivos.

La tríada olímpica

Ya desde sus inicios a fines del siglo XIX, la tríada olímpica quedó establecida entre el Olimpismo, el MO y los JJOO. Según la Carta Olímpica del 2004, el Olimpismo es una filosofía de vida que exalta y combina al cuerpo, la voluntad y el espíritu, y su objetivo es “favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana” a través de “la creación de un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos fundamentales universales”. A su vez, el MO es definido como “la acción concertada, organizada, universal y permanente, ejercida bajo la autoridad suprema del COI, sobre todas las personas y entidades inspiradas por los valores del Olimpismo”. Es decir, para formar parte de este movimiento no alcanza con regirse por los preceptos de la Carta Olímpica sino que debe ser reconocido por el COI. Y este es una de las tres partes principales que constituyen al Movimiento junto con las federaciones internacionales de cada deporte y los comités nacionales, siendo el COI el responsable primero y último de “promover el olimpismo por todo el mundo y dirigir el MO”. Otra de sus tareas es garantizar la regularidad de los JJOO, los cuales están conformados por los Juegos de la Olimpiada –o de verano– y los JJOO de Invierno, y en los cuales las competencias según la Carta Olímpica no son entre países sino entre atletas. Cabe destacar que los JJOO conforman junto con el símbolo olímpico, la bandera, el lema, el himno, las identificaciones, las designaciones, los emblemas, la llama y las antorchas las famosas “propiedades olímpicas”, de las cuales el COI es titular “de todos los derechos relativos a su organización, explotación, retransmisión, grabación, representación, reproducción, acceso y difusión por todos los medios y mecanismos existentes o futuros”.

Si bien a primera vista pareciera no haber espacio para las tensiones o fisuras dentro de la estructura olímpica, con el olimpismo pasa algo semejante a lo planteado anteriormente sobre el deporte: todo intento de análisis de su esencia es problemática. Y es que la cuestión tiene que ver con el tipo de análisis y la construcción del objeto más que con el olimpismo en sí mismo. Tal como mencioné en las primeras páginas, la búsqueda de esencias remite a una forma de entender la historia unilateral, determinista, idealista y evolucionista, negando así su carácter histórico y las distintas tensiones que lo atravesaron y lo atravesarán. En este sentido, García Ferrando y Durán González (2014) destacan dos principios fundamentales sobre los que se fundó el movimiento: la independencia política y el amateurismo. El primer principio, que desde sus inicios se encuentra en permanente debate desde dentro del propio MO y que ha sido cuestionado en reiteradas oportunidades desde fuera de él, resultó clave para desligarse de los usos políticos que hicieran de los JJOO las distintas fuerzas interesadas. En cuanto al amateurismo, los cambios mundiales desde fines del siglo XX –fin de la Guerra Fría, desarrollo y comercialización de la cultura popular y crecimiento del deporte televisado– reforzaron la popularidad del MO, modificando incluso algunas de sus bases. En este sentido resulta sumamente gráfico que los principales ingresos para financiar los JJOO sean la publicidad, los derechos de retransmisión y la venta de licencias de los símbolos olímpicos. A partir de ellos el COI construyó el crecimiento económico exponencial de esta tríada, relegando las pretensiones aristocratizantes del amateurismo olímpico.

Es interesante el artículo de Saint-Martin (2016) para comprender mejor esta suerte de tensiones y contradicciones dentro del MO desde el minuto cero. En el Congreso de 1894 los participantes aplauden y aprueban la propuesta de Coubertin de restablecer los JJOO, según el propio Coubertin sin haber comprendido del todo su propuesta. Es que el Olimpismo que intentaba promover era un intento de construir una nueva forma de educación de la juventud por medio del deporte, siendo los JJOO simplemente la celebración de ese ideal. Quiero detenerme acá y destacar dos cuestiones fundamentales que marcarán al MO en adelante y que considero importantes para los fines de este trabajo. Por un lado, la juventud como eje articulador de una nueva forma de mejorar la sociedad mundial, basándose principalmente en las experiencias deportivas que el propio Coubertin observó en Inglaterra. Por el otro, la distinción entre el olimpismo y los JJOO, principalmente la distinción entre considerar a los juegos como un espacio privilegiado de celebración o priorizarlos a éstos por sobre el espíritu que los animó en un primer momento.

La imagen del MO no resulta ajena a los avatares del COI. A las críticas internas a la transformación del organismo en una empresa multinacional deben sumárseles las controversias que dañaron públicamente la imagen del conjunto olímpico global. Denuncias de corrupción y coimas en los procesos de selección de las sedes, exagerados gestos hospitalarios para con los miembros, desarrollo de la industria del dopaje y fuertes críticas por sostener acríticamente los JJOO de Beijing 2008 a pesar de las denuncias por las violaciones de los derechos humanos y resistencias de parte de la población anfitriona fueron un cóctel que empañaron hacia dentro y hacia fuera la imagen de un organismo que se fundamenta sobre el compromiso por un mundo mejor5. No fue casual la elección de Rogge para reemplazar a Samaranch, presidente del COI desde 1980 y líder de la globalización y mayor rentabilidad de los JJOO. Rogge presidió desde el año 2001 hasta el 2013, y bajo la premisa de transparentar al COI y al movimiento en general presentó como eje de sus mandatos luchar contra la corrupción interna, el dopaje, la violencia y el racismo, así como controlar el gigantismo de los juegos.6

Resumiendo y forzando una simplificación dicotómica, podemos plantear que desde un primer momento existió una tensión entre las apuestas ideológicas de la competencia deportiva internacional y los diversos beneficios de organizar un evento de tal magnitud. Esta tensión puede relacionarse con la “paradoja olímpica” de Mandell que citan García Ferrando y Durán González (2014: 245) según la cual la competición olímpica intensifica el patriotismo al tiempo que refuerza el internacionalismo: el crecimiento a nivel global del MO es acompañado por una apropiación local del mismo que refuerza los localismos. Sin embargo, Bauman (2010) plantea una relación asimétrica entre los poderes globales y locales, ya que la globalidad y libertad de unos es necesariamente a costa de la localización de otros. La movilidad de las élites globales les permite constituirse en principales centros de decisión y administración de recursos, aumentando su capacidad para imponer condiciones a los poderes localizados. Como resultado, no sólo se ve afectada la capacidad de decisión de los gobiernos estatales para generar y negociar su valor sino que además atenta contra sus procesos democráticos de consulta y discusión.

Por último, estas tensiones son un lujo que sólo unos pocos países podían darse ya que el modelo de juegos ofrecido por el COI para organizar los juegos resultaba excluyente para la mayoría de los países adscriptos al MO: hasta las últimas ediciones, 9 países europeos junto a Estados Unidos organizaron el 75% de los JJOO o de verano y 8 países de Europa más Estados Unidos el 72% de los Juegos de Invierno. La tensión entonces tuvo expresión geográfica: el Olimpismo pretendió extenderse internacionalmente por medio de comités y federaciones pero los juegos, figura principal y en teoría máximo exponente de esta filosofía, fueron privilegio de muy pocos países.

JJOO de la Juventud

En su discurso de apertura de la 119 sesión del COI en Guatemala en el año 2007, en la que se trataría y aprobaría por unanimidad la creación de los JJOO de la Juventud, el entonces presidente del COI Jacques Rogge destacó que el COI debía hacer lo que siempre hicieron: adaptarse a los nuevos tiempos. En este caso, ir al encuentro de las nuevas generaciones. El motivo general explicitado para tal decisión fue el de agregar una forma más a través de las que el COI promueve la participación deportiva y el aumento del alcance de una educación basada en los valores olímpicos, y a un nivel más específico, que el MO no pierda relevancia ni sus eventos poder de atracción, así como engendrar el interés de los jóvenes en la emoción del deporte y reducir el crecimiento de las tasas de obesidad infantil en los países desarrollados. Si detenerse en los argumentos siempre es interesante, lo es mucho más cuando los da el presidente de un organismo que se presenta como una ONG pero se administra como una empresa multinacional para hacer oficial una propuesta frente a los miembros que votarán por su aprobación. Hay dos aspectos que merecen destacarse: la lógica mercantil de crecer para no desvalorizarse y su foco en la población joven de los países desarrollados.

El formato aprobado de los JOJ es el mismo que el de los JJOO: una edición de verano y otra de invierno, alternándose entre sí cada 2 años, siendo la primera edición en el año 2010 en la ciudad de Singapur. Los participantes deben tener entre 15 y 18 años de edad para el 31 de diciembre de ese año. Si bien comparten con los juegos de adultos la intención de inspirar a sus participantes a vivir de acuerdo a los valores olímpicos de excelencia, amistad y respeto, una de las diferencias importantes es la intención de que los JOJ integren la educación y la cultura: “los Juegos Olímpicos de la Juventud son una celebración del deporte, pero también de la cultura, la diversidad y de la promoción de valores positivos para la vida en sociedad”. Sin embargo las diferencias más importantes radican en la flexibilidad que se permite el COI para experimentar en este modelo juvenil deportivo: no hay un medallero oficial a pesar de que se entreguen las tres medallas en cada competencia, los deportes varían respecto de los JJOO, en la edición de 2010 participaron equipos mixtos en relación al género y en la edición de los juegos de verano en Buenos Aires 2018 participaron la misma cantidad de atletas mujeres que de varones.7

Pensando en la juventud como el nuevo tesoro, no acaba en los JOJ la acción deportiva desde el MO para con las juventudes. Alineados con estos juegos, se crearon los Juegos Asiáticos de la Juventud –aprobados en 2008 y primeros juegos en 2009–, los Juegos Panafricanos de la Juventud –aprobados en 2006 y primeros juegos en 2010– y los Juegos Suramericanos de la Juventud -aprobados en 2012 y primeros juegos en 2013, que incluye a Latinoamérica y algunos países del Caribe y Centroamérica-, todos ellos celebrados cada edición desde un año hasta unos pocos meses antes de los JOJ. Entre los objetivos de estos juegos continentales no sólo aparece la preparación competitiva de los atletas para los JOJ, sino también las dimensiones cultural y educativa como parte explícita de sus programas y con actividades en las propias ciudades para sus habitantes más jóvenes escolarizados. Por otro lado, también existe pero desde 1991 el Festival Olímpico de la Juventud Europea (son cada dos años, siendo en el mismo año el de verano y el de invierno), que si bien entre sus objetivos aparecen la de transmitirle a los jóvenes los valores olímpicos y hábitos saludables, no figuran las actividades culturales y educativas. Un último antecedente que no tuvo continuidad fueron los Juegos Mundiales de la Juventud Moscú 1998, los cuales también reivindicaban la combinación del deporte con la educación y la cultura, respetando la relación entre alta competencia deportiva y los principios del Olimpismo (Rodichenko, 1999).

Por lo tanto, a diferencia de los JJOO para adultos, los JOJ son una iniciativa del MO que tiene como innovación destacada la combinación del tríptico Deporte-Educación-Cultura. Para Makris y Georgiadis (2013), la diferencia con los juegos de Moscú mencionados es el empuje para su institucionalización y continuidad en el tiempo, pretendiendo garantizar -o por lo menos intentar profundizar y expandir- a la juventud y al resto de la sociedad la difusión del Olimpismo. Queda claro que la red de juegos continentales que se armaron a su alrededor dan fe de esto. Sin embargo, este nuevo e imponente impulso por llegar a los jóvenes, según Makris y Georgiadis (2013: 77) para “enfrentar los problemas de la sociedad actual”, está focalizado en un territorio que parecen diagnosticar como el lugar a mejorar o el lugar sobre el que expandirse: el famoso tercer mundo. Así lo reconocen estos autores al plantear la necesidad de enfocar el programa no sólo hacia las sociedades occidentales desarrolladas sino a los otros continentes y países del “tercer mundo”, debido principalmente a que son zonas donde abunda la malnutrición, las diferencias culturales, económicas, sociales y religiosas, el analfabetismo, etc. (2013: 78).

JOJ, mercantilismo y biopolítica

Tal como señalan Makris y Georgiadis (2013) a partir del planteo inicial de Rogge (2007), la creación de estos juegos tuvieron por objeto darle un impulso renovador al MO. Por lo tanto, me parecen pertinentes las siguientes preguntas: ¿puede existir alguna relación entre este nuevo impulso olímpico y la biopolítica en un contexto deportivo mercantilista?, ¿será casual la aparición de los JOJ en un contexto mercantil?, ¿son una institución donde poder reflexionar sobre la biopolítica en un marco neoliberal? Considero que vale intentar pensar estas relaciones, y que la llave para tensionar la relación entre un proceso internacional y uno local no debe agotarse en los objetivos de las instituciones internacionales sino que también debe contemplar las apropiaciones locales de estos fenómenos mundiales. Es decir, por un lado considerar que se hayan propuesto y aceptado los JOJ de la forma en que se hizo y con los argumentos que se presentaron, y por el otro, el espacio y la forma en que las distintas sociedades se apropian de este evento en calidad de organizadores y/o espectadores.

Los argumentos para la aprobación de los JOJ los mencioné antes: preocupación por la salud de los niños occidentales, estancamiento empresarial del COI, etc. ¿Pero cuál es el beneficio para las ciudades organizadoras? Las distintas modalidades de JJOO son promocionadas en calidad de megaeventos como una oportunidad para los anfitriones de posicionarse frente al resto del mundo de una forma determinada. Baterías de discursos son desplegadas con el afán de instalar la idea de que hospedar este tipo de eventos deja astronómicas ganancias, infraestructuras aptas para que las continúen explotando sus habitantes, y una imagen internacional favorable de la ciudad y el país anfitrión augurando futuras inversiones extranjeras. En la página web del Festival Olímpico de la Juventud Europea se enumeran los beneficios para la ciudad anfitriona, en la que resaltan no sólo la posibilidad de presentarse como una ciudad europea líder en deporte –posicionarse en el mercado de las ciudades–, sino también –y fundamentalmente– el “legado”: un mayor desarrollo deportivo y social, sin olvidarse de mencionar por supuesto las mejoras en la infraestructura deportiva. Además, las ganancias en la acumulación de experiencia no se limitarían sólo a los atletas, sino que resaltan la experiencia profesional que también acumulan los voluntarios y los organizadores. Incluso parece ser que se refuerza la identidad local y el orgullo comunitario. Abundan las producciones académicas sobre los megaeventos y sus legados, tanto positivos como negativos (Agha et al, 2012; Chappelet, 2012; Coakley y Souza, 2015; Hijós y Roldán, 2019; Horne y Manzenreiter, 2006; Silvestre, 2010).

No me interesa discutir acá qué tan beneficioso o no es en realidad organizar un megaevento, sino la posibilidad, el interés y la promoción que el COI brinda a través de los JOJ a ciudades y países que hasta ahora no reunían las condiciones para organizar un evento olímpico. En este sentido, rápidamente encontramos dos hechos que confirman la mencionada territorialización del nuevo impulso olímpico. Por un lado la creación de los juegos continentales para jóvenes en Sudamérica, África y Asia con objetivos educativos y culturales explícitos. Por el otro, las ciudades organizadoras hasta ahora de las ediciones de verano (no me refiero a las ediciones de invierno porque las condiciones climáticas y de infraestructura necesarias para organizarlas son más restrictivas) de los JOJ: Singapur –Singapur–, Nanjing –China, Buenos Aires Argentina– y el próximo en Dakar –Senegal–. A excepción de China que organizó en Pekín los JJOO de 2008, ningún otro país anfitrión de los JOJ de verano había organizado un evento olímpico antes. Es más, ninguno de los JOJ de verano se hizo tampoco en Europa o Estados Unidos –el país que más veces organizó JJOO de verano–. Las explicaciones podrían acabar en razones económicas ya que estamos presenciando la expansión comercial olímpica hacia nuevos mercados con la excusa de que el deporte de élite servirá para civilizar a sus poblaciones. Sin embargo, las condiciones que exige el COI para ser organizador de los juegos implican poner en juego mucho más que infraestructura deportiva y garantías económicas.

Habrá que analizar, además de la adaptación de los JJOO a versiones aptas para el “tercer mundo”, el interés de las ciudades para poder y decidir hacerlo. En este sentido, los megaeventos deportivos operan como importantes oportunidades para la construcción de una imagen tanto hacia afuera como hacia adentro. La construcción de esa imagen que se exterioriza responde a una imagen que pretende representar a la sociedad anfitriona, resultado de una tensión entre distintos grupos sociales con desiguales posibilidades de imponer su visibilidad en esa representación. Por un lado, la mercantilización de los JJOO permite pensar en una mercantilización de las ciudades a través de un posicionamiento a nivel internacional y nacional, que les permitiría obtener recursos. Por el otro, los recursos obtenidos y los discursos que sobrevuelan se articulan en pos de mantener las relaciones de fuerza hacia su interior, reforzando a su vez los dispositivos biopolíticos.

Este refuerzo local de los dispositivos biopolíticos es posible debido a que en tiempos de mercantilización y neoliberalismo, el acento aparece frecuentemente sobre lo individual. En este sentido, los discursos que proliferan en el campo deportivo suelen destacar a los deportistas de élite como ejemplos de éxito y superación individual más allá de las adversidades.8 Este mensaje resume la forma política en que se administra la vida, donde desde el mismo Estado se propone a la población un modelo de autogestión basado en supuestos méritos individuales. Y en este juego de poder, los valores “positivos” asociados “naturalmente” al deporte son herramientas a partir de las cuales construir y reproducir determinadas relaciones sociales en una sociedad particular. Si bien parecerían competir por la construcción de determinados sujetos a través del deporte, el COI y los Estados no necesariamente se contradicen ni se disputan las poblaciones a las que afectan. A través del deporte ambos proponen una nueva gestión del sujeto, ya no anclado en una población sino distinguiendo su carácter individual. El contexto de cada atleta no es pensado como lo que los constituye en tanto sujeto sino como lo que se debe superar, un rival a vencer.

Conclusiones

Este trabajo intentó reflexionar sobre los JOJ a partir de una perspectiva histórica, ubicando su reciente aparición en un contexto en el que las lógicas mercantiles parecieran estar estructurando el campo deportivo. Frente a la aparente contradicción entre el neoliberalismo –uno de los pilares de las lógicas mercantiles junto con las transformaciones tecnológicas y mediáticas– y el Estado –administrador de las poblaciones mediante los dispositivos biopolíticos–, se propuso pensarlo desde los JOJ. Si bien es cierto que sigue siendo vital la intervención de los organismos públicos en la financiación deportiva a pesar del crecimiento del capital privado, la relación entre lo público y lo privado encontró un nuevo equilibrio. En este sentido resulta interesante la concepción del neoliberalismo como una nueva forma de legitimación capitalista a partir de un ethos de “moral empresarial”: el desplazamiento del foco desde la población hacia el individuo, en la que priman los valores y las consignas de construirse y gestionarse a uno mismo en forma autónoma.

Sin embargo, la intención fue pensar a los JOJ desde lo discontinuo del fenómeno. Ni pura intencionalidad ni linealidad; complejidad, dinamismo y movilidad como principios. Estos nuevos juegos permiten analizar determinadas relaciones en este momento particular del deporte. La tríada olímpica se transforma en este período gracias a la explosión mediática y deportiva, expandiéndose hacia nuevos mercados y alejándose cada vez más del espíritu amateur que rigió sus inicios. Por lo tanto, los JOJ pueden pensarse en parte como una respuesta para intentar contrarrestar las críticas y reconstruir la imagen hacia el resto del mundo y al propio interior del movimiento, yendo también en ese sentido los juegos regionales para las juventudes. Los discursos que acompañaron sus justificaciones institucionales dan cuenta del intento reformador hacia los fundamentos iniciales del Olimpismo moderno: volver a enfocarse en los jóvenes desde su salud y educación. Por otro lado, no debe perderse de vista la expansión territorial y comercial que estos juegos le posibilitan al MO por ser accesibles a una mayor cantidad de ciudades-países como anfitriones.

Pero como nada surge independientemente de su contexto, debieron existir condiciones de posibilidad para la creación de los JOJ. A partir de las relaciones propuestas entre biopolítica y mercantilismo en el campo deportivo, ya no resultaba casual o contradictorio asociar hoy en día un megaevento deportivo del máximo nivel de competencia con un proyecto educativo, cultural y de alcance global. Si la biopolítica remite a los dispositivos políticos mediante los que un Estado “normaliza” su población, el campo deportivo no quedó al margen gracias a su legitimación del saber médico junto con la progresiva racionalización y regulación. En la era mercantil, si bien los Estados no dejan de intentar regular a su población, se transforman las relaciones de fuerza y los criterios con los que se aplican. Ya no hay una hegemonía estatal, sino que los capitales privados compiten con el peso suficiente como para modificar las lógicas estructurantes del campo. Estas lógicas son posibilitadas y justificadas desde la capacidad de movilidad de unos –desde empresas multinacionales hasta sujetos– a partir de la rigidez localizada de otros.

El Estado debe intervenir en el mercado como un actor más para no perder la capacidad de acción sobre su población, sin embargo la forma en que acciona sobre ella es también transformada y legitimada por las ideologías neoliberales. El Estado neoliberal no debe pensarse en dicotomía con el mercado como si representaran dos lógicas opuestas, ya que las funciones de clasificar y jerarquizar a la población se desarrollan con nuevos criterios, acentuando el valor del esfuerzo individual para compensar las desigualdades sociales, resaltando la capacidad autónoma de movilidad y debiendo los sujetos construirse a sí mismos en una relación de competencia con el otro por recursos escasos. Los discursos hegemónicos del campo deportivo parten de esta lógica, legitimando así a los deportistas de élite como modelos sociales de esfuerzo y superación dentro de un marco normativo -–el reglamento deportivo–. Son ciudadanos autogestionados ejemplares que a su vez compiten en calidad de mercancías en el mercado deportivo.

Finalmente, distintas preguntas se generaron a lo largo de este trabajo en torno a las nuevas relaciones entre lo global y local, y que apuntan a profundizar la problemática: ¿sólo los Estados definen y/o administran poblaciones en el nuevo contexto mercantil?, es decir ¿quién o cómo se define a quienes se debe hacer vivir y dejar morir bajo el neoliberalismo?; por último, las ciudades anfitrionas de megaeventos olímpicos ¿modifican sus estrategias de homogeneización y jerarquización de la poblaciones a partir de éstos?

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Rodichenko, Vladimir (1999). “Educational aspects of the World Youth Games”, en International Olympic Academy 39th session for young participants, Atenas, 20 de julio al 5 de agosto.


1 Universidad Nacional de La Plata, faermanpablo@gmail.com. Orcid.org/0000-0002-5301-732X

2 Según la definición de Bourdieu (1991 y 1993).

3 Ver Coakley, Jay (2014). “Assessing the sociology of sport: On cultural sensibilities and the great myth”, International Review for the Sociology of Sport, Vol. 50, N°4-5, pp. 402-406.

4 Para el caso argentino ver Archetti, Eduardo P. (2001). El potrero, la pista y el ring. Las patrias del deporte argentino. Buenos Aires, FCE.

5 Ver Boykoff, J. (2011). “Las contraolimpíadas”, New Left Review, Vol. 67, pp. 39-56.

6 Rogge (2007). Discurso en la apertura del Congreso 119 del COI.

7 Guía educativa “Tiempo de Olimpiadas”, Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018.

8 Durán González y García Ferrando (2014:222) y Mandell (1988: 220).