Conceptos Históricos

Sobre el carácter polémico de los conceptos políticos modernos y la vigencia de la historia conceptual

Silvina Paula Vidal

svidal@unsam.edu.ar

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas-Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas-Universidad Nacional de San Martín, Argentina

Reseña de Horst Stuke, Reinhart Koselleck y Hans Ulrich Gumbrecht. Ilustración, progreso, modernidad. Traducción de Josep Monter Pérez. Madrid, Trotta, [1972-1994] 2021, 311 pp.

El título del presente volumen se corresponde con las tres voces que integran el gran diccionario de Conceptos históricos fundamentales. Léxico histórico del lenguaje político-social en Alemania (Geschichtliche Grundbegriffe: Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland),1 editado por Reinhart Koselleck (1923-2006) junto a Werner Conze (1910-1986) y Otto Brunner (1898-1982) y publicado en siete tomos a lo largo de veinticinco años, entre 1972 y 1997. De los ciento veintidós conceptos que incluye el diccionario, sólo cinco han sido traducidos al castellano: formación (bildung), paz (friede), historia/Historia (Geschichte/Historie), crisis (krise), y Estado (Staat).2 Ahora se suman otros tres conceptos: Ilustración (Aufklärung), Progreso (Fortschritt) y Moderno, Modernidad (Modern, Modernität, Moderne) con un estudio introductorio ampliado y actualizado (en relación con la versión previa catalana de 2018) de Faustino Oncina Coves, profesor de filosofía moderna y contemporánea en la Universidad de Valencia.

La obra es de sumo interés, porque da cuenta de la madurez que alcanza la historia conceptual, bajo la dirección de R. Koselleck en la universidad de Bielefeld en la década de 1970, cuando emprende el proyecto del diccionario para realizar una cartografía de la modernidad y a partir de allí una crítica al empleo inflacionario de ciertas nociones e ideologías, así como al abuso de las consignas y los slogans, típico de la sociedad de masas. Conjugando la hermenéutica filosófica de Heidegger y Gadamer con la historia social de W. Conze y O. Brunner, R. Koselleck considera que los conceptos tienen un carácter bifronte como índice y factor de la realidad, es decir, que no sólo son descriptores de una situación dada, sino que además crean expectativas y promueven horizontes futuros para la acción social en los planos cognoscitivo y productivo, y eso es lo que justamente impide su universalidad o inmutabilidad. En este marco resulta clave la diferencia entre palabra y concepto, mientras la palabra tiene una definición unívoca, el concepto es polisémico, equívoco y sobre todo polémico, porque remite a una multiplicidad de experiencias pasadas y posibles. De ahí que, para indagar en los diferentes estratos temporales y semánticos de los conceptos, Koselleck forja una metodología que conjuga, por un lado, un doble análisis temporal sincrónico (atiende al contexto situacional de uso) y diacrónico (analiza las capas semánticas, provenientes de distintas épocas, que pueden permanecer latentes o actualizarse en determinados momentos); por otro, una semántica histórica onomasiológica (refiere a los múltiples significados que se dan para un mismo término, la sinonimia) y semasiológica (registra todas las denominaciones que se usan para conceptos idénticos, la polisemia).3

Las tres voces del diccionario: Ilustración, Progreso y Modernidad, cuya presentación respeta el orden cronológico en que fueron publicadas originalmente en el GG,4 constituyen la tríada conceptual de la Sattelzeit en el mundo alemán, ubicada entre 1750 y 1850. La metáfora de la Sattelzeit (sattel significa literalmente silla de montar), que luego Koselleck reemplazará por Schwellenzeit (umbral), remite a la idea de movimiento, de un período bisagra, donde el tiempo histórico se tematiza como un tiempo nuevo, abriéndose al futuro ignoto que inaugura la modernidad política. Este período histórico se inicia con la Revolución francesa como acontecimiento único e irrepetible, sigue con la aceleración posibilitada y promovida por la experiencia del progreso científico-técnico y culmina con la industrialización.5

Asimismo, Koselleck utiliza cuatro criterios para explicar la dinámica del cambio conceptual durante la Sattelzeit: (i) la temporalización (los conceptos incorporan referencias temporales que marcan la diferencia entre un “antes” y un “después” e incluyen expectativas de un futuro mejor); (ii) la democratización (el vocabulario político y social se generaliza a distintos ámbitos de la vida); (iii) la ideologización (proceso por el cual los conceptos se transforman en fórmulas vacías o abstractas que se usan de manera distinta según los intereses o clase social de los hablantes) y (iv) la politización (cuando los conceptos refieren a un número cada vez mayor de personas). A pesar de que las entradas son escritas por autores distintos, como sucede en una obra colectiva de este tipo: Horst Stuke (1928-1976) se ocupa de “Ilustración”, R. Koselleck y Christian Meier de “Progreso” y Hans U. Gumbrecht de “Moderno, Modernidad”, el cuádruple criterio para rastrear el cambio de los conceptos seleccionados durante los siglos XVIII y XIX, constituye el hilo conductor de la obra.

Stuke, que contaba con una sólida formación en filosofía, historia socioeconómica y filología alemana, analiza la voz “ilustración”, atendiendo a su carácter no canónico, la pluriestratificación del concepto y su doble dimensión transitiva (“ilustrar a alguien”, que da lugar a una interpretación más paternalista, vinculada al despotismo ilustrado) e intransitiva (“ilustrarse”, que admite un uso más autónomo de la razón humana).6 En cuanto al cambio temporal en un primer momento la noción de ilustración es entendida en un sentido más general y neutro como conocimiento y enseñanza. Después de la revolución francesa el concepto se politiza, porque partidos y miembros de la sociedad lo entienden y emplean de modos distintos. Esta situación lleva a un proceso de polarización e ideologización de Ilustración, cuando diversos actores, en función de sus intereses, buscan imponer lo que consideran una “verdadera” ilustración frente a otra “falsa”, que defienden sus enemigos. En el caso alemán la “falsa ilustración” se asocia a los “paladines del radicalismo religioso-político”, debido a que los ilustrados berlineses del s. XIX vinculaban el término a la sensatez, la formación, y la instrucción. En un tercer momento el concepto se democratiza al adoptar como notas esenciales la verdad (su conocimiento, criterio y difusión) y comprender conocimientos y habilidades que conducen a la felicidad de una persona. Así, Ilustración se generaliza, al comprender distintos ámbitos de la vida, más allá del conocimiento o sus usos políticos. Finalmente, el concepto se temporaliza cuando se asocia a lo moderno, al progreso y lo nuevo, y se distancia de la tradición, los dogmas y un retraso oscurantista.7

Hacia 1875 el significado de Ilustración como concepto histórico de época y movimiento espiritual de la modernidad se consolida, gracias a la confluencia de una serie de corrientes intelectuales (idealismo, romanticismo, pietismo, sentimentalismo, etc.) que, a pesar de sus diferencias, reivindican el valor de la razón autónoma. No obstante, Stuke concluye que el concepto como “quintaesencia de determinadas ideas necesarias para la constitución del mundo moderno y de procesos de emancipación, está siempre abierto a la actualización y utilización normativa”.8 Por ello, la ilustración asociada por la filosofía de la historia con la idea de “autoconocimiento y autoliberación de la humanidad” se convierte en una misión todavía pendiente.9

Un enfoque similar con respecto al cambio histórico se advierte en el abordaje de la noción de “progreso”, que Koselleck realiza junto a Christian Meier, actual profesor emérito de Historia Antigua en la Universidad de Munich y presidente de la Asociación de historiadores alemanes entre 1980 y 1988. Koselleck nos dice que la creación del término progreso (Fortschritt) es casual y su significado literal “dar pasos”, indica una relación espacial (aquí-allí) y temporal (ahora-después-antes); metáforas comunes a las expresiones históricas para explicar algo tan abstracto como el tiempo. Por ello, el término también se asocia a una comprensión naturalista y circular del devenir. En este marco, Koselleck se pregunta cómo se pasa del término a la configuración del concepto, teniendo en cuenta dos aspectos: (i) la desnaturalización de su significado de procedencia y (ii) hasta qué punto refiere a una transformación profunda de la experiencia para la que no había expresiones precedentes.10 En este sentido, Meier afirma que en la Antigüedad grecorromana había una concepción de progreso parcial y limitada a la empiria, lo que hacía que se pensara en mejoras parciales en algunas esferas (técnica, política, militar, cultural e incluso moral) sin que fueran continuas y se dieran en una dirección unitaria. Ni siquiera el cristianismo fue capaz de presentar una noción clara de progreso, ya al condicionar el triunfo del Imperio romano al progreso de la Iglesia (como se advierte en la obra de Orígenes, Lactancio y especialmente Orosio), cuando la situación política cambió, esta perspectiva historiográfica no prosperó y fue olvidada.11

Distinto es el caso del medioevo, donde se advierte el uso de las categorías de profectus y progressus, en autores como Agustín de Hipona y Tomás de Aquino que abren el futuro y, según Koselleck, prefiguran el concepto moderno de progreso. Aunque es un progreso transhistórico, ligado tanto al perfeccionamiento del conocimiento eclesiástico y espiritual como al acercamiento de los elegidos a Dios. Mientras el mundo envejece, la fe permanece joven y eterna. Esta teología de la historia permitió la existencia de progresos sectoriales en diversas áreas (música, arquitectura, derecho, etc.) que se disuelven en un espacio de esperanza y de traslationes studii e imperii, a medida que la Parusía y el juicio final se dilatan.12

La primera determinación conceptual de progreso en sentido moderno surge en el Renacimiento, que no sólo presenta una concepción circular del devenir (con la consecuente relativización de las edades históricas y una concepción modélica de la Antigüedad), sino que además la meta intramundana de dominar la naturaleza para mejorar la existencia erosiona la autoridad de los Antiguos en favor de un uso autónomo de la razón humana. Razón que es temporalizada porque sus descubrimientos crecen con el paso del tiempo. Un ejemplo interesante es el de B. Pascal que en su Traité du vide (1651) defiende el progreso infinito del hombre, porque acumula las experiencias y el conocimiento de sus antepasados, revirtiendo el carácter modélico de la Antigüedad al concebirla como “infancia de la humanidad”. Mientras que B. Fontenelle sustrae definitivamente el progreso de la metáfora natural del envejecimiento, ya que asocia el futuro con una mejora continua del uso de la razón y Leibniz, hacia fines del siglo XVII, refuerza este proceso, cuando identifica la aspiración humana al conocimiento y la felicidad con un impulso hacia el progreso infinito, cuyas metas se renuevan.13

Cuando el concepto de progreso se ve temporalizado, la doctrina religiosa de la perfectio es despojada de su significado teológico y la plenitud se entiende como meta terrenal. No obstante, recién con la obra de Condorcet, hacia fines del siglo XVIII, se asociará la meta intramundana al perfeccionamiento del género humano en su conjunto, entendido como un proceso ilimitado e indefinido. En el caso alemán Koselleck destaca la unión de las expresiones Fortgang (movimiento cíclico) y Fortschritt (ascenso hacia lo mejor), dándole a esta última voz una mayor universalidad que progrès en francés, restringida a la acumulación de invenciones o actos particulares.14

En un segundo momento, el concepto de progreso se democratiza, ya que se pasa de la noción de “progresos particulares” (en distintos ámbitos: ciencia, técnica, arte, filosofía, moralidad y costumbres, no necesariamente coincidentes) al “progreso de la historia”, entendido como agente histórico que dirige la acción.15 Sin embargo, recién cuando el concepto de progreso incluye el ámbito socio-político se convierte en categoría de la filosofía de la historia y se “politiza”, invadiendo a todos los actores sociales, aunque de manera desigual. Durante los siglos XVIII y XIX, en contextos de colonialismo e imperialismo así como de una mayor estratificación de las sociedades industrializadas, las estructuras hiáticas de la experiencia (que antes se observaban en el desarrollo desigual de distintas disciplinas, o bien en la distancia que operaba entre el avance científico-técnico y el perfeccionamiento moral), se reinterpretan en clave ideológica, ya que en el marco de las relaciones entre países desarrollados y en vías de desarrollo o bien de las distintas clases sociales, la parte considerada “atrasada” es siempre “receptora de las reivindicaciones de dominio” llevadas adelante por los países “más avanzados” o la nueva elite que se autoatribuye tareas educativas y directivas.16

La confianza en el progreso como sujeto de la acción e indicador y factor del cambio se convierte así, según Koselleck, en una “religión secular” por la seguridad que transmite la creencia en sí mismo, producto de la experiencia de la aceleración (en la ciencia, la industria, el aumento poblacional, la existencia de una pujante burguesía, etc.) y la esperanza de la concreción de mejoras mediante la planificación. Asimismo, este carácter abstracto del concepto acentúa su proceso de “ideologización”, ya que se instrumentaliza en función de la defensa de determinados intereses, cambia de significado según el punto de vista social y político de quien lo utiliza y las proyecciones de futuro se vuelven específicas de una clase o un partido, acusando de “falso progreso” a la postura contraria. Por este motivo, el progreso se convierte en un concepto guía tanto para la filosofía de la historia marxista como liberal, que le da un sesgo no revolucionario y evolucionista.17

S. Kierkegaard, C. Baudelaire y G. Sorel empiezan a desquebrajar la fe en el progreso y esto se profundiza con la experiencia de dos guerras mundiales y la época de entreguerras, donde se suma la crítica de las izquierdas por parte de W. Benjamin y M. Horkheimer, quien vincula el progreso técnico a la deshumanización, al abrir la pregunta, todavía vigente, sobre hasta qué punto los avances científicos y técnicos mejoran la calidad de vida de la gente.18

En su análisis, Koselleck vincula la conformación del concepto moderno de progreso con el proceso de secularización, pero adopta una postura intermedia entre K. Löwith y H. Blumemberg, ya que si bien reconoce que la filosofía de la historia opera con conceptos teológicos (la digresión sobre la perfectio medieval y el acortamiento de la Parusía resultan ejemplares en este caso), la experiencia moderna de la aceleración, así como la transformación científico-técnica e industrial de la sociedad humana, no se reducen a premisas teológicas y abren la esperanza en un futuro abierto. Futuro cuyo horizonte es incierto para un Koselleck que recoge las críticas formuladas al capitalismo por la teoría de la modernización y la Escuela de Frankfurt.

Por último, el concepto “moderno, modernidad” es abordado por de Hans U. Gumbrecht, actual profesor emérito de la cátedra Gérard, perteneciente al área de Literaturas, Lenguas y Culturas de la Universidad de Stanford. Discípulo de H. Jauss y H. Gadamer, Gumbrecht no sólo conjuga la pragmática textual histórica (deudora de E. Coseriu y enfocada hacia las relaciones entre sistema, norma y habla) con la sociología fenomenológica del conocimiento (inspirada en A. Schütz, N. Luhmann y P. Berger), sino que también insiste en una historia conceptual que atienda a las transformaciones de la norma lingüística, mostrándonos los distintos matices que presenta la Begriffsgeschichte. Partiendo del supuesto de que los significados pertenecientes a una norma lingüística son resultado de una elección condicionada socialmente, Gumbrecht esboza tres posibilidades de significado del término “moderno” en un arco temporal amplio, que va desde la Antigüedad clásica al siglo XX: (i) designa el punto de vista del presente en relación con algo anterior; (ii) significa lo nuevo en oposición a lo viejo o antiguo (en el sentido de frontera móvil entre épocas) y (iii) la experiencia de lo pasajero que se opone a lo eterno.19

Gumbrecht hace una prehistoria de la diversidad de significados que adquiere el término modernus en el medioevo y la edad moderna, dándole a la querella de Antiguos y Modernos (1687-1697) un lugar destacado por la valorización que se hace del presente, el carácter irrepetible que otorga a cada época, y la toma de conciencia de un desarrollo diferente en distintos ámbitos de experiencia (por ej. los Antiguos eran cualitativamente mejores en las artes, pero los Modernos los superaban en las ciencias). La querella muestra elecciones innovadoras del término “moderno” (ubicadas entre la segunda y tercera acepción) que influyen en la comprensión de época que tendrá la Ilustración, no obstante, se trata de casos puntuales que no convergen en una experiencia colectiva hasta un siglo después. En efecto, para Gumbrecht, en el contexto de la discusión estética entre el entre clasicismo alemán y el romanticismo europeo con J. Schiller y K. Schlegel, hacia finales del s. XVIII, se produce la liberación del presente en cuanto época autónoma y moderna del modelo normativo de la Antigüedad clásica, dando lugar tanto a un desplazamiento de la perspectiva tipológica del medioevo y la cíclica del Renacimiento como a un proceso de temporalización del concepto de “moderno”.20

Asimismo, el concepto se ve afectado, en el contexto del Premarzo europeo (1830-1848) y el movimiento de la Joven Alemania (1830-1850) por las lógicas de “politización” e “ideologización”, con el surgimiento de una nueva generación política e intelectual, interesada en la economía, sociología y las ciencias naturales antes que en la práctica estética como el romanticismo (asociado a un pasado inmediato y decadente). Sin embargo, más allá de que el término “moderno”, se utiliza para vehiculizar intereses y defender cosmovisiones muy distintas entre sí, la experiencia de la aceleración hace que el presente se viva como pasajero o contingente. Hacia fines de siglo, el presente deja de ser un punto del curso temporal para ser vivido como “pasado del futuro”, como espacio abierto para la configuración de los programas de distintas teorías artísticas, filosóficas y políticas, que aunque no logran delimitar la modernidad como época, democratizan el concepto.21

En el siglo XX, si bien la modernidad se define como experiencia canónica de cambio, y hay una tendencia en la norma lingüística al predominio del tercer sentido de moderno (como pasajero) y retroceso del segundo (designación de una época), esto no se observa en todos los ámbitos de experiencia. Por ejemplo, para la teoría de la modernización las sociedades industrializadas se mueven desde el presente hacia un futuro abierto, mientras que los países en vías de desarrollo tienen una meta prefijada, porque deben alcanzar los niveles de las sociedades industrializadas, quedando de lo contrario marginados. Gumbrecht coincide con Koselleck al afirmar que el paradigma de progreso permanente en relación con el concepto de modernidad sólo se ha verificado en las ciencias de la naturaleza y por ello constituye la base del escepticismo frente a un desarrollo global optimista, que conjugue logros científico-técnicos con políticas sociales adecuadas.22

Para concluir, el recorrido histórico-conceptual que Stuke, Koselleck y Gumbrecht nos proporcionan en este volumen conserva una vigencia notable, no sólo desde el punto de vista metodológico por su meditación sobre el tiempo histórico, la contemporaneidad de lo no contemporáneo y la estrecha relación entre cambios semánticos, sociopolíticos y culturales, sino sobre todo porque incentivan a la reflexión crítica sobre los derroteros de la edad moderna. Derroteros que el presente traduce en desafíos ‒crisis del capitalismo, la desigual distribución de la riqueza, la distancia entre progreso científico-técnico y calidad de vida, entre otras‒ que se deben afrontar para renovar la esperanza y abrir un horizonte de expectativas.


1 De ahora en más será referido en forma abreviada como GG.

2 Ver Rudolf Vierhaus. “Formación (Bildung)”, Revista de Educación y Pedagogía, Vol. 14, Nº 33 (2002), pp. 1-68. Disponible en https://revistas.udea.edu.co/index.php/revistaeyp/issue/view/1623, acceso 8 de octubre de 2021; Wilhelm Janssen. “Friede. Una historia del concepto sociopolítico de paz”, en Luis Fernando Quiroz Jiménez. (ed.): Hacia la paz. Ideas y conceptos para una discusión urgente. Medellín, Unidad Especial de Paz, 2020, pp. 36-116. Disponible en: https://bibliotecadigital.udea.edu.co/handle/10495/29104, acceso 8 de octubre de 2021; Reinhart. Koselleck. historia/Historia. Madrid, Trotta, 2004; Reinhart Koselleck. “Crisis” en Id.: Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués. Madrid, Trotta, 2007, pp. 241-281; y Reinhart Koselleck, “Estado”, en Id.: Sobre el concepto de Estado y otros ensayos. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2021, pp. 129-238. Cabe señalar que también fue traducida la introducción al GG, ver: “Un texto fundacional de Reinhart Koselleck introducción al Diccionario histórico y conceptos político-sociales básicos en lengua alemana”, Anthropos, Nº 223 (2009), pp. 92-105.

3 Ver el estudio introductorio de Faustino Oncina Coves al volumen reseñado: “¿Qué significa y para qué se estudia la historia conceptual?”, pp. 9-39.

4 Ilustración en el vol. 1 del GG (1972), Progreso en el vol. 2 (1975) y Modernidad en el vol. 4 (1978).

5 Faustino Oncina Coves. “Estudio introductorio...”, p. 22

6 Faustino Oncina Coves. “Estudio introductorio...”, p. 25.

7 Ver Horst Stuke. “Ilustración”, pp. 143-148.

8 Horst Stuke. “Ilustración”, p. 162.

9 Horst Stuke. “Ilustración”, pp. 162-163

10 Reinhart Koselleck. “Progreso”, pp. 165-166.

11 Christian Meier. “Progreso en la Antigüedad”, pp. 172-178

12 Reinhart Koselleck. “Progreso”, pp. 181-87

13 Reinhart Koselleck. “Progreso”,, pp. 191-196.

14 Reinhart Koselleck. “Progreso”,.pp. 211-212.

15 Reinhart Koselleck. “Progreso”, pp. 213-222.

16 Reinhart Koselleck. “Progreso”, pp. 225-227.

17 Reinhart Koselleck. “Progreso”, pp. 248-250 y p. 256.

18 Reinhart Koselleck. “Progreso”, pp. 256-57

19 Hans Ulrich Gumbrecht. “Moderno, Modernidad”, pp. 261-63.

20 Hans Ulrich Gumbrecht. “Moderno, Modernidad”, pp. 267-270.

21 Hans Ulrich Gumbrecht. “Moderno, Modernidad”, pp. 280-284.

22 Hans Ulrich Gumbrecht. “Moderno, Modernidad”, pp. 305-308.