El campo semántico conceptual de “crisis” y “crítica”1

María Pía Lara

mpl54here@yahoo.com

Universidad Autónoma Metropolitana, Ciudad de México, México

Resumen

El objetivo principal de este ensayo consiste en mostrar los peligros y metas de las guerras políticas, lo cual tiene en gran medida relación con cómo utilizamos los conceptos. En primer lugar, presentaré una breve explicación de los términos que se relacionan con la historia conceptual de Reinhart Koselleck. A continuación, problematizaré acerca de los elementos analíticos y conceptos clave que utilizaré para desarrollar mi propia perspectiva respecto de su contribución a la tematización de sus conceptos de crisis y crítica. Mi objetivo no consiste en defender las perspectivas de Koselleck, sino ayudarnos a clarificar por qué estos conceptos pueden contribuir a gatillar cambios hacia mejorar o destruir iniciativas políticas.

Palabras clave: Crisis, crítica, historia conceptual, batallas semánticas, luchas políticas, agencia política.

Abstract: The Conceptual Semantic Field of “Crisis” and “Critique”

The main goal of this essay is to show the dangers and the goals of political wars as they are very much related to how we use concepts. First, I present a brief explanation of terms that relate to Reinhart Koselleck’s conceptual history. I will then discuss the analytical elements and key concepts I will be using to develop my own perspective about his contribution to the thematization of the genealogies of the concepts of crisis and critique. My goal is not to defend Koselleck’s views but to help us clarify why these concepts can help trigger change for the better or destroy political enterprises.

Keywords: Crisis, Critique, Conceptual History, Conceptual Battles, Political Struggles, Political Agency.

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1. Introducción

Me gustaría comenzar con una breve explicación acerca de los términos que se relacionan con la historia conceptual de Reinhart Koselleck. Luego, problematizaré los elementos analíticos y conceptos clave que usaré para desarrollar mi propia perspectiva respecto de su contribución a la tematización de las genealogías de los conceptos de crisis y crítica. También argumentaré que las diferencias semánticas entre crisis y crítica, las cuales fueron introducidas tanto por teóricos como agentes en diferentes épocas históricas, son la prueba de su interna conexión con la acción. En la segunda parte de la discusión me enfocaré en cómo, después de luchar para obtener claridad respecto de las críticas y conexiones históricas entre estos dos conceptos, Koselleck elaboró tres diferentes explicaciones genealógicas de crisis. Koselleck prefirió reservar el concepto de crisis para aquel que llegaría a convertirse en el sello distintivo de la modernidad. Mi argumento radica en que, sin el concepto de crítica, no habría diagnóstico, ni modernidad. En la tercera parte de mi contribución argumentaré la relevancia que tiene hoy en día el concepto de crítica para nuestras luchas políticas en curso. Esto quiere decir que el concepto puede ser utilizado como arma de una guerra política. A su vez también afirmaré que el concepto de crítica ha jugado un papel clave en la política y su historia (percepción que le debemos a los neo-hegelianos quienes restablecieron la reconexión inicial del concepto de crítica con el de crisis). Estas tres partes nos ayudarán a focalizarnos en los marcos conceptuales de los conceptos, sus campos semánticos, y su correlación interna entre espacio y tiempo. Mi esperanza es que también nos ilumine respecto de la relación de la política con la historia. Mi propósito principal en este ensayo es mostrar que tanto los peligros como los objetivos de las guerras políticas en gran medida están relacionados con el uso que hacemos de los conceptos. En la lectura que propongo de la empresa de Koselleck, la finalidad no radica en defender sus visiones, sino que pretendo destacar que ellas nos ayudan a clarificar por qué estos dos conceptos pueden generar o desencadenar un cambio para bien o destruir iniciativas políticas.

2. El marco conceptual, o el campo semántico de los conceptos

Al comprender los efectos de los conceptos en la historia política y social Reinhart Koselleck creó una manera alternativa de pensar los mismos.2 Mis razones de por qué la importancia de su teoría tiene ciertas ventajas respecto otras formulaciones, como por ejemplo, la hermenéutica o la historia de las ideas, las cuales analizaré más adelante. Consideremos primero algunas ideas clave de Koselleck.3

Primero, los conceptos, en especial los conceptos políticos, son centrales para la agencia política y para pensar en la acción.

Segundo, en las sociedades no hay unidades organizativas sin conceptos. Esto no significa que todo puede ser reducido a conceptos. Sino que los conceptos nos proveen con algo más que un marco lingüístico. También nos ayudan a explorar los espacios semánticos que no son capturados únicamente por el lenguaje, como los aspectos no-lingüísticos de la creación de sentido. Solo piénsese cómo el propio Wittgenstein era consciente de estas limitaciones del lenguaje. De hecho, las dimensiones más interesantes de su filosofía tienen que ver con los dominios de lo inefable.

Tercero, Koselleck creía que la constitución de las sociedades es el resultado de batallas semánticas o de luchas políticas entre agentes y teóricos, esto es: específicamente con respecto de la definición, defensa y la ocupación de posiciones políticas en la misma composición conceptual. Un ejemplo de ello ahora es la batalla conceptual por re-imponer el término de “pueblo” en los discursos y movimientos de izquierda (en Latinoamérica) y la resistencia de otros teóricos progresistas como Silvia Federici de buscar términos alternativos como “the common” o Toni Negri y su concepto de multitud. Las razones históricas de esta resistencia son obvias por la utilización de los nazis del término alemán de Volk.

Cuarto, los conceptos se relacionan con el tiempo porque, aunque están formulados en un momento histórico particular, definan cierto estado de cosas, también pueden alcanzar espacios del futuro como esperanzas o expectativas, ya que se relacionan con la manera en que los agentes interiorizan experiencias, las cuales posteriormente se sedimentan a través de la historia y la transformación de su semántica original. Debido a que estas posiciones pueden ser percibidas como reveladoras de posibles cambios, es que deben disputarse lingüísticamente. ¿Por qué? Porque los conceptos son vehículos de la acción, asunto al cual regresaré más adelante.

Quinto, la semántica cambia a un ritmo más lento que la facticidad de los hechos. Esta se articula a través de la experiencia, pero también puede anticipar posibles eventos, constituyendo la base de las historias en plural. Las nuevas experiencias pueden convertirse en parte integrante del inventario del lenguaje precisamente porque los conceptos poseen una duración de tiempo distinta al de su semántica.

Sexto, los conceptos poseen una estructura interna distinta de los hechos reales, y, sin embargo, pueden funcionar como vehículos de acción al concebir o incitar a la misma. Esta es la razón principal por la que Koselleck estaba tan interesado en la semántica de los conceptos.

Séptimo, los conceptos siempre se relacionan con su “contra-concepto”, esto es, su opuesto. La interrelación entre el concepto y el contra-concepto ayuda a dar forma a la definición de ambos. Un ejemplo es cómo el concepto de democracia era considerado en relación al contra-concepto de tiranía. Las posiciones del concepto y del contra-concepto cambian ya que los conceptos se relacionan con la experiencia de los agentes, lo cual nos permite apreciar nuevas relaciones con otros conceptos, así como también con los conflictos sociales.

3. Tematizar el asunto de la historia conceptual

En el desarrollo de su idea de historia conceptual Koselleck se enfocó en cómo la formación de los conceptos y la transformación de los campos semánticos se mueven a lo largo de la historia, terminando por diseñar un futuro o posibles futuros. El autor vio el contenido narrativo de los hechos históricos como estructuras de repetición o innovación. Los hechos reales no son lo mismo que los contenidos narrativos de un concepto. En su obra Koselleck también distingue entre un análisis diacrónico y otro sincrónico.

Lo diacrónico se desarrolla a través de rastros genealógicos de los orígenes de un concepto y su transformación a lo largo de la historia.4 Lo sincrónico es el campo que permite la conexión de un concepto con otro, proporcionando precisión tanto a los significados específicos como a sus marcos. Estos marcos se llaman “campos semánticos”. La historia conceptual va y viene de lo diacrónico a lo sincrónico y viceversa.5

Entonces permítanme ahora considerar la pregunta: ¿qué es un concepto? Un concepto refiere a la manera en que los agentes se sitúan a sí mismos dentro de sus esfuerzos para proveer espacios de significación, donde tanto sus experiencias como sus expectativas son sus mediaciones. Los agentes se sitúan contextualmente a sí mismos en relación con el pasado, el presente, y el futuro. Los conceptos no son palabras y las palabras no son necesariamente conceptos. Un concepto se despliega en un proceso, mientras que una palabra se relaciona con una designación, este posteriormente adquiere significado y simultáneamente refiere a un objeto que también está relacionado con los hechos. Podríamos considerar una idea similar de concepto cuando pensamos en los juegos de lenguaje de Wittgenstein y cómo su noción de parecido de familia engloba características análogas que pueden atribuirse a un paraguas con distintos significados adscritos a un concepto.

Para ser un concepto este debe tener la posibilidad de llegar a ser ambivalente, es decir, expandible. Las palabras tienen significados específicos, que se pueden encontrar en cualquier diccionario; pero los conceptos no pueden definirse de una vez por todas. Sus significados se adquieren en la medida en que evolucionan, y solo pueden interpretarse de acuerdo a la manera en que son usados a lo largo del tiempo. Así, los conceptos poseen lo que Koselleck llamó su ambigüedad.6 Para poder desarrollar su semántica los conceptos deben mantenerse ambiguos, esto es: a pesar de sus cambios históricos, deben conservar parte de su concentración original o condensación de significado. Esta es la razón por la que, a través de sus usos específicos y su semántica transformacional podemos remontarnos a la genealogía de un concepto.

Koselleck pensaba que las palabras podían convertirse en conceptos si los agentes o teóricos les atribuyesen una serie de significados sociales y políticos en sus luchas por las definiciones de los mismos. Debido a esta capacidad específica de ambigüedad, los conceptos pueden moverse hacia, u ocupar, un territorio semántico, creando una nueva relación entre el tiempo y el espacio. Pueden también posicionarse en contra de otro concepto, convirtiéndose en opuestos ganando así precisión cuando la comparación entre ellos nos permite ver que se sitúan como conceptos y contra-conceptos. Por esta misma condición de ambigüedad luchamos sobre el significado de ciertos conceptos que quisiéramos situar en la batalla de la influencia política, para que las acciones puedan producirse y sean posibles las transformaciones. Sin los desacuerdos respecto de los significados no habría batallas sobre los conceptos.

Finalmente, en la historia conceptual los conceptos se consideran estrategias analíticas respecto de las luchas semánticas o lingüísticas que tienen lugar en la medida que los agentes avanzan ocupando territorios donde las acciones revelan sus posibilidades de cambio.

Otra palabra que aparece con frecuencia en los textos de Koselleck es “semántica”, podemos definirla como depósitos de la experiencia articulada y, por ende, como las condiciones de posibilidad de los acontecimientos históricos y políticos. Si la semántica puede anticipar lo que podría ocurrir, estos no pueden considerarse como necesarios. Gran parte de ello depende de cómo se desarrolle la batalla sobre los conceptos y cómo pueden tener éxito, debido a las características específicas que resuenan entre los agentes respecto de los usos y significados de ciertos conceptos en relación con el pasado y el futuro de las acciones.

4. El primer intento por definir el campo semántico de los conceptos de “crisis” y “crítica”

Como hemos visto, para Koselleck los conceptos solo revelan su significado original si es que nos enfocamos en cuándo y por quién fueron inicialmente formulados. Pero esta perspectiva genealógica fue borrada por el mismo Koselleck, lo cual primero tengo que clarificar en orden de hacer comprensible la totalidad de mi recorrido revisando sus tres intentos por conceptualizar la crisis. Para entender cómo los dos conceptos de crisis y critica configuran el mismo campo semántico, es necesario caer en cuenta que ambas palabras derivan del verbo griego “κρίνω”, el cual significa ‘decidir’ y ‘juzgar’. “Crisis” proviene de “κρίνειν” (‘decidir’), y se convirtió en “κρίσις” (‘decisión’).7 “Crítica” era sinónimo de “juicio”, o “κριτική”. Así, tanto “crisis” como “crítica” estaban conectados con el juicio y la decisión. Veremos por qué en su primer intento por definir la correlación entre estos dos conceptos Koselleck no se enfocó en este origen.8

La temática del primer libro de Koselleck (así como la de su habilitación en la forma de borrador), titulado Kritik und Krise. Eine Studie zur Pathogenese der bürgerlichen Welt, fue la relación entre el concepto de crisis y crítica.9 Dado que tanto “crisis” como “crítica” pertenecen al mismo campo semántico, era posible trazar su perspectiva diacrónica, esto es, su genealogía, pero Koselleck únicamente se centró en el período de la Ilustración. Al enfocarse en su campo sincrónico —en cómo se relacionan entre sí, así como con varios conceptos—, Koselleck pudo desarrollar una topografía de los significados no sedimentados en relación con las experiencias históricas de los agentes de la Ilustración, en otras palabras, un campo semántico que relaciona la crítica con crisis.

Al rastrear esta tardía genealogía Koselleck descubrió que el significado diferenciador de las dos palabras, crisis y crítica, tuvo lugar en el siglo XVIII cuando “crítica” y su semántica se aplicaron tanto a las obras literarias como a las obras de arte. Como nos recuerda Konstantinos Bizas, Koselleck ya sabía que “crítica” tenía un significado subjetivo proveniente de los usos anteriores de los griegos y de cómo la literatura latina utilizaba el término “grammaticus” en relación con el término “crictus”, el cual poseía el significado de ‘crítica de arte’.10 De hecho, Koselleck borró de su disertación esta nota a pie de página porque quería argumentar que “crítica” provenía del período de la Ilustración.11 Koselleck argumentó en su relato que, debido a esta “profesionalización” es que los juicios en relación al arte se volvieron negativos o positivos. Pero cuando se aplicó esta transformación del significado de “crítica” a la política actual, esta tuvo un efecto exclusivamente negativo, ya que todos los teóricos de la Ilustración francesa utilizaron crítica como un vehículo para cuestionar el Estado absolutista, y todos los agentes que querían incitar un cambio político la utilizaron para derribarlo. Los agentes de este dramático acontecimiento, de acuerdo a la narración de Koselleck, querían ocultar su objetivo político —la disolución del Estado absolutista— tras su crítica moral. Por lo tanto, se organizaron en secreto. Porque el papel de la crítica había sido destruir la autoridad política del Estado, este fue el comienzo, para Koselleck, de la comprensión de crisis como un concepto procesal que acabó adquiriendo el significado de “luchas interminables”.

Koselleck tenía muy claro que el esfuerzo por derribar al Estado absolutista podría convertirse en un verdadero problema, ya que el Estado sería a partir de entonces el objetivo a destruir por la gran mayoría de los proyectos políticos progresistas. Koselleck pensaba además que, cuando los agentes modernos quisieron emanciparse del poder soberano (Estado), se separaron de todas sus experiencias previas y dirigieron sus esperanzas a vislumbrar una nueva concepción de la sociedad, de la historia y del tiempo. Entendió que el campo semántico de “crítica” en relación con “crisis” estaba relacionado con la aparición de conceptos, tales como el de “nueva esfera pública” (Kant), la debilitada figura de soberanía absolutista frente a la soberanía popular (Rousseau), y el desarrollo del tiempo en un sentido diferente. La noción de modernidad de Hegel como el Nuevo Tiempo (Neuzeit) o la Nueva Era (Sattelzeit) serían los tropos ilustrativos descriptores de cómo el tiempo se definía por el movimiento, esto es, concretamente: como una aceleración de la temporalidad que traería consigo la nueva perspectiva de los futuros venideros. La idea de futuro fue conceptualizada como un espacio de “salvación” o “redención” en muchas de las filosofías de la historia. Este movimiento reubicó el antiguo significado griego de crisis al término latino de “judicium” (“juicio”), donde la semántica religiosa se refería al ajuste de cuentas de Dios con la humanidad en el día del juicio final.12 Los teóricos revolucionarios “secularizaron” la semántica latina. La aceleración del futuro como sentido del tiempo también estaba relacionada con un nuevo significado del antiguo concepto de revolución, el cual ya no se veía más como un proceso circular (como en la antigua Grecia), sino como uno lineal, marcando así el inicio del nuevo tiempo.13

Solo después de que Koselleck hubo alcanzado un dominio más completo del papel de los conceptos podemos entender este primer recuento negativo del surgimiento de la esfera pública ilustrada y de la politización de los ciudadanos. Sabemos incluso más sobre esta interpretación negativa porque Habermas fue capaz de escribir una narrativa completamente diferente en su obra titulada Strukturwandel der Öffentlichkeit. Untersuchungen zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellschaft. Por ejemplo, Habermas utilizó el término “transformaciones estructurales”, que obviamente está relacionado con la idea sobre las dimensiones diacrónica y sincrónica de Koselleck.14 Habermas también recogió el concepto de crítica de Koselleck, pero le imprimió un significado positivo. Aunque Habermas tenía una visión negativa acerca del poder absolutista, pensaba que la crítica era una práctica que permitía el ejercicio positivo ilustrado como el derecho a la publicidad definido por Kant en su Paz perpetua.15 Así, Habermas vinculó su concepto de crítica asociado a la aparición del nuevo público burgués con los hábitos y prácticas que constituían la semántica positiva de conceptos tales como la subjetividad moderna, autoeducación, emancipación, y, sí, la exigencia normativa de la sociedad sobre los controles y equilibrios del poder estatal. El poder del Estado y su legitimidad ya no eran ilimitados y fue necesario entonces proporcionar un nuevo concepto de soberanía popular en lugar de la absolutista (Rousseau).

Habermas veía a los conceptos como la igualdad y la deliberación política, así como la configuración de nuevos espacios públicos, tales como los cafés y el impulso estimulador de las transformaciones políticas, como pasos positivos hacia la democratización de una sociedad y de su gobierno. Con las nuevas actividades de los agentes políticos comprometidos con el cumplimiento de sus deberes a través de críticas bien pensadas, abrió el campo semántico del concepto de crítica. Sus intervenciones en la esfera pública marcaron el devenir de las batallas venideras. También recuperó la noción kantiana del “uso público de la razón”, un elemento que consideraré más adelante cuando específicamente nos centremos en la noción moderna de crítica.

Como teóricos podemos decir que tanto Koselleck como Habermas nos proporcionaron diferentes visiones de lo sucedido en el pasado y cómo ese pasado modificó el futuro, así como sus diferentes diagnósticos respecto de la misma etapa histórica de la modernidad. Cada teórico quería que su interpretación sobre los conceptos de crisis y crítica se impusiera. ¿Por qué prevaleció la narrativa de Habermas? Hay muchas razones, pero probablemente la más importante está relacionada con lo que acabo de explicar respecto del campo semántico conceptual: Habermas conectó el concepto de crítica con el de la participación política y la noción kantiana de “publicidad” como el espacio de contestación política contra el poder estatal. Identificó actividades tales como la libertad de expresión, la libertad de asociación, y la deliberación política como relacionadas con el campo semántico de este significado nuevo de crítica y con ello estimuló la idea de la agencia política ciudadana.

El concepto de crítica pasó a ser visto como la nueva articulación de los hábitos democráticos que estaban estructuralmente ligados a la esfera pública moderna (los espacios de experiencias y horizontes de expectativas).16 Las nuevas formas en que los agentes podían participar políticamente eran reveladoras de las nuevas esperanzas por venir: con el nuevo sentido de la participación política y las capacidades permitidas por los nuevos usos del concepto de crítica. El Estado absolutista tenía demasiado poder ilimitado, y la única forma de limitarlo era cuestionando su legitimidad con exigencias concretas de transparencia y visibilidad. Una segunda razón por la que la narrativa de Habermas ganó la batalla conceptual relativa al surgimiento del concepto moderno de crítica se debió a que éste impulsó el sentido de la agencia política y promocionó el papel de la crítica con objetivos políticos positivos respecto de la transformación política para mejor. En palabras de Cooke, ofreció una particular representación de “la buena sociedad” basada en las sociedades ilustradas francesa, alemana e inglesa, que motivaron y comprometieron a los agentes del siglo XX en una acción política orientada a la ética.17 Además, no situó la agencia política en relación con la crisis, sino en conexión con los esfuerzos por “limitar el poder del Estado” y mejorar los espacios de responsabilidad estatal mientras se creaba una nueva concepción del poder.

El éxito de Habermas se debe a su comprometida proyección de su pretensión de verosimilitud, es decir, la capacidad de su reconstrucción o genealogía para persuadirnos con el proyecto de la democracia deliberativa-participativa. Por el contrario, Koselleck tenía una opinión muy negativa del concepto de crítica. Para él, la crítica era un dispositivo hipócrita que ponía en permanente peligro la autoridad del Estado. Pensó que la crítica mostró su peor cara durante la Ilustración cuando fue falsamente presentada como un ejercicio moral, ocultando la verdad pues en realidad era un arma política conceptual. Abrió el problemático campo de permitir convertirse en políticos a los no-agentes, al tiempo que podrían levantar permanentes dudas respecto de la autoridad del Estado.18 De acuerdo con Koselleck, el anti estatismo se convertiría en el problema moderno de las democracias.

Koselleck se unió a su ex tutor y amigo Carl Schmitt en su condena a Hobbes, ya que ambos lo acusaron de ser el primer filósofo político que abrió la puerta a la potenciación de la crítica, debido al papel que juega la razón al relacionarla con el poder del Estado. Según ambos teóricos, Hobbes pensaba en la política en relación con la racionalidad y con el correcto uso de la razón encarnada en el Estado.19 En mi opinión, Hobbes consideraba el Estado como encarnación de la razón al igual que más tarde lo haría Hegel. Así, la problemática subyacente que Koselleck había intentado captar del concepto de crisis parecía históricamente limitada al poder absolutista. De hecho, como historiador no explicó cabalmente por qué la crítica era un arma tan peligrosa para las generaciones futuras. Vinculó sus peligros a la aceleración de los objetivos políticos que provocarían las nuevas esperanzas de las “revoluciones” venideras.

Un filósofo como Habermas, que comprendía claramente lo que Koselleck quería explicar en su narrativa histórica, sabía que este no podía considerar la transición explícita de la separación conceptual entre “crisis” y “crítica” porque su deseo de vincularlas tenía el efecto de condenar el proceso crítico de la Ilustración por el cual los agentes no-políticos podían convertirse en agentes políticos. Para Habermas la política es acción y participación. La puerta conceptual abierta por esta nueva idea del futuro-por-venir permitiría que las nuevas esperanzas se desvinculen de las viejas experiencias. Koselleck no entendía por qué sus intérpretes consideraban demasiado conservadora su perspectiva negativa, incluso en nuestra época. Sin embargo, parecen premonitorios algunos temores de Koselleck sobre cómo reconectar el concepto de crítica a la crisis actual de autoridad estatal. El problema no era solo cómo las revoluciones del siglo XX abrirían la puerta a experiencias que no tenían sedimentos en el pasado, sino cómo estos acontecimientos serían el nuevo marco semántico de las batallas entre comunismo y fascismo. La llamada “crisis” (patogénesis) fue una interpretación crítica de cómo los teóricos no estatistas cuestionarían permanentemente la visión estatista, erosionando a priori el papel de la autoridad estatal.

Por otro lado, Habermas retomó el concepto de esfera pública y desarrolló su reconstrucción histórica añadiendo dos dimensiones estructurales: una normativa y otra empírica. Conectó el campo semántico de la publicidad a la opinión pública y deliberación, completando el rol de los ciudadanos como agentes de tipo político y demostrando cómo los ideales progresistas beneficiarían su propio proyecto de democracia deliberativa. Kritik und Krise se interpretó como una defensa de la tesis de Schmitt y su interpretación decisionista de la soberanía hobbesiana. Pero para Habermas, como para otros teóricos, Schmitt también fue el pensador que afirmó que la autoridad de un dictador estaba justificada con el argumento de que el fracaso de la República de Weimar era el resultado de la crisis de la democracia moderna. Así, la conexión entre la perspectiva de Schmitt y la narrativa de Koselleck respecto del caos que siguió de la monarquía en Francia del siglo XVIII era tan fuerte que sus críticos concluyeron que el libro de Koselleck era una narración antidemocrática sobre el concepto de crítica y una condena de la modernidad en su conjunto.

Aquí tenemos dos ejemplos de cómo los teóricos lucharon por hacer prevalecer sus divergentes narrativas conceptuales, y cómo la más poderosa era la positiva/progresista porque preveía una transformación —en palabras de Cooke: una imagen pictórica de la buena sociedad—, la cual abrió las expectativas de futuro que permitieron a los agentes tener nuevas visiones respecto de las posibilidades de la democracia.20 Esta perspectiva nos ayuda a entender cómo Habermas captó la imaginación de agentes a través de los usos de conceptos que se convirtieron en vehículos de acción. El punto que aquí quiero plantear es que la narrativa de Koselleck fracasó por la manera en que usó los conceptos para construir un diagnóstico que vislumbraba el futuro-por-venir como moribundo, como si sufriera de una grave enfermedad. Sin embargo, si profundizamos en su crítica encontramos ideas que merecen ser rescatadas, ideas que nos incitan a reconsiderar el juicio generalmente negativo respecto de su obra. Así, debemos volver a la preocupación original de Koselleck sobre cómo la repetida impugnación de la autoridad estatal puede aportar comprensión a los significados sedimentados de nuestras experiencias anteriores del siglo XXI.21 Pareciera que en general las expectativas actuales sobre el concepto de soberanía popular recaen nuevamente sobre las batallas entre agentes y teóricos a pesar de que ambos están intentando describir el cuestionamiento de la autoridad del Estado sobre la base de otro concepto: el populismo. Vemos que la actual crisis política ha demostrado que los agentes (civiles y teóricos) siguen cuestionando la autoridad, solo que esta vez es el Estado neoliberal y no la monarquía absoluta. Contrariamente a lo que muchos creen, en muchos países, la crisis del Estado se debe al abandono de los proyectos sociales y de las protecciones que en su día proveyeron los estados de bienestar. Pero hay un segundo punto que quiero señalar: la actual crisis de los gobiernos neoliberales ha revivido la noción de crítica como un ejercicio útil que es apoyado por los nuevos movimientos sociales tanto de derecha como de izquierda. Como resultado de las políticas dictadas por la autoridad de las instituciones financieras mundiales y a medida que la vida de los ciudadanos se empobrece cada día más, los activistas están cuestionando cómo y por qué las políticas estatales han dejado de existir y si sus gobiernos neoliberales aún los representan. El concepto europeo de “gobernanza” está suplantando la idea de soberanía estatal, y el objetivo de algunas de las batallas contemporáneas es dotar de nuevos significados el concepto de soberanía popular. Todos los nuevos movimientos sociales que trabajan para redefinir dicho concepto, se les describe con el mismo término peyorativo de “populistas”. Sin embargo, hay que distinguir entre cuáles críticas poseen un contenido moral y otras que pueden verse como excluyentes o autoritarias. Estos activistas están relacionando la “muerte de la democracia” con las políticas de Estado neoliberales y las medidas políticas provocadas a causa de la globalización. La narrativa de Koselleck —con su oscuro diagnóstico de esta crisis y el pronóstico sobre el futuro-por-venir— parece más vigente que nunca, y algo con lo que la mayoría de nosotros puede encontrar “resonancia”.22 El concepto de populismo es el objetivo contra el cual todos creen que deberían luchar, pero la verdad es que el neoliberalismo ha creado el campo de batalla de las luchas conceptuales y políticas de hoy en día. Volveremos sobre esto más adelante.

5. Un segundo intento por trazar los vínculos entre “crisis” y “crítica”

Para Koselleck debió resultar evidente que tenía que volver atrás y construir un concepto de crisis más amplio que el primero, el cual se centraba únicamente en el período de la Ilustración. Un problema adicional era que el concepto de crisis se había generalizado excesivamente, era casi un término comodín —teniendo demasiados significados y aplicándose a demasiadas situaciones no políticas— como en crisis emocional, crisis intelectual, crisis psicológica, crisis política y crisis económica. El concepto mismo había padecido un proceso de “blanqueo semántico” como resultado del despojamiento de su significado inicial preciso. Necesitaba captar la transformación histórica del concepto de crisis a través de sus usos originales en la antigüedad y, a continuación, explorar los cambios de semántica en términos de cómo, dónde y por quién se habían hecho estas alteraciones y hasta qué punto se había conservado o perdido algún elemento importante.

Koselleck volvió sobre la palabra griega “κρίνω” (‘decidir’ o ‘juzgar’), la cual, tal como hemos visto, fue el ancestro etimológico tanto de “κρίσις” (‘crisis’) como de “κριτική” (‘crítica’), ambos relacionados con las actividades de la πόλις. Este paso le permitió concebir el concepto de crisis como un concepto procesal, con una trayectoria dinámica a lo largo de las experiencias políticas. Tucídides la utilizó por vez primera cuando instó a los ciudadanos a decidir, correctamente dado el resultado, luchar contra el enemigo persa en la “batalla decisiva”.23 Tanto la crisis como la crítica estaban relacionadas con la necesidad de tomar decisiones que fueran beneficiosas para la comunidad. Se utilizaban de forma precisa y su sentido político era contextualmente evidente. Aristóteles utilizó los dos conceptos en el contexto de la redacción de leyes y la toma de decisiones en tribunales.24 Resulta interesante que ambos conceptos podían relacionarse con juicios a favor o en contra de algo (aquí podemos encontrar su vínculo original con los significados actuales de crítica). Ninguna decisión podía tomarse sin una previa y cuidadosa deliberación. El de κρίσις tenía por objeto organizar la sociedad. Con la creación del derecho institucional la crisis se asoció aún más fuertemente a la dimensión política, ya que se relacionó con el proceso de la justicia. Todas las políticas y resoluciones gubernamentales, incluidas las decisiones respecto de la guerra y la paz, las muertes y los castigos, la información y las estrategias, se incluyeron en el significado de “κρίσις”.

Luego, cuando la traducción del Nuevo Testamento introdujo una nueva semántica respecto al significado de “salvación”, Koselleck pasó a considerar la época cristiana primitiva y el período medieval. “κρίσις”, o crisis, fue entonces asociada a la palabra latina “judicium”, que significa “juicio”.25 La semántica religiosa hizo que el Juicio Final formara parte del ritual ocurrente al final del mundo, donde las expectativas eran cósmicas y el juez supremo era Dios. Así, el juicio estaba conectado con la salvación y las expectativas apocalípticas, ya que todos querían salvarse cuando el mundo llegara a su fin, aunque este acontecimiento no tuviese una fecha clara (las ideas sobre el futuro volverían en el siglo XVIII cuando las teorías filosóficas construyeron pronósticos con poderes redentores). El tercer cambio en la semántica de crisis proviene de la profesión médica, donde “crisis” se refiere a una enfermedad y a un diagnóstico (judicium). La expectativa era que, si se hacía un diagnóstico correcto, el enfermo se curaría y estaría asegurada la supervivencia. Esta semántica fue tomada del antiguo tomo griego Corpus Hippocraticum, una colección de escritos del antiguo médico griego Hipócrates, que fue sistematizado por el médico y filósofo Galeno en el siglo II d.C. El concepto de enfermedad-como-crisis perduró durante mil quinientos años, hasta llegar al ámbito sociopolítico de la Francia del siglo XVIII. Una vez que la semántica de la crisis se latinizó como judicium, fue gradualmente ganando adeptos en el ámbito sociopolítico.

Porque, siguiendo su semántica jurídica, la crisis implica un proceso que debe terminar en una decisión. La decisión aún no se ha tomado, pero es inminente. En la medida en que la crisis es un concepto sociopolítico, Koselleck la dota de un doble contenido semántico. Por un lado, se trata de una situación objetiva en la que las causas de la enfermedad pueden discutirse en términos científicos. Pero también es subjetiva, ya que es el resultado del juicio de individuos que utilizan diversos criterios para hacer un diagnóstico. Además, porque la crisis es una enfermedad, se presume una transición de la enfermedad a la salud, por lo que está enmarcada en un período de tiempo.

Todas estas tres semánticas —la política, la teológica y la médica— están vinculadas por el mismo concepto de crisis. Una característica paradójica es que la crisis puede también ser utilizada como inductora de políticas y acciones, por ejemplo, cuando Donald Trump, como candidato a presidente, denominó la “crisis de los inmigrantes” como su principal proyecto político concerniente a “proteger” a los EE.UU. de los extranjeros.26 Europa también ha comenzado a llamar crisis a la llegada de miles de inmigrantes a Grecia, Italia, Francia e Inglaterra. Los teóricos e historiadores deben moverse dentro de las situaciones que no han sido articuladas lingüísticamente mientras intentan reconstruir las circunstancias que aún no se han expresado lingüísticamente, en orden de poder influir en el resultado de cómo se describen las nuevas situaciones. Hay ocasiones en las que un concepto opera iniciando o incitando el cambio y no simplemente como indicador de que un cambio ya ha tenido lugar. Por eso la lucha actual se halla al enmarcar como crisis a la inmigración. Aquí es precisamente donde el concepto de crisis muestra sus tensiones internas y la correlación con el concepto de crítica. Koselleck sostenía que la modernidad —esto es, la época que va desde la Ilustración en adelante—, debe ser pensada como un momento de crisis. Esta afirmación conecta el primer libro de Koselleck, Kritik und Krise, con su más tardía obra, su Lexikon, con una más amplia perspectiva crítica. Sin embargo, no hay posibilidad de elegir entre dos opciones si no hay un juicio ligado a una deliberación crítica. Por tanto, la cuestión ahora sería tener la posibilidad de aprender a discriminar entre formas progresistas y no progresistas de utilizar la crítica.

Fue en el siglo XVIII con la aparición de las filosofías de la historia y sus construidas narrativas redentoras que la etapa secular replanteó sus raíces teológicas. Esta nueva semántica de la crisis reveló que el concepto de nuevo ofrecía dos alternativas diferentes respecto de posibles futuros (las semánticas médica y teológica buscaban una analogía con el Juicio final como decisión final). Así, la crisis se convirtió para la modernidad en un concepto estable. Su determinación se basó en un proceso histórico único de la historia, pero es en esta etapa que la transición, o Sattelzeit, comenzará a lidiar con nuevos problemas asociados con la ambigüedad del concepto de crisis. El proceso de la modernidad encadenó los acontecimientos históricos bajo la promesa de una salvación, y como tal, se convirtió en el sello de los tiempos modernos.27

Mientras que Rousseau utilizó la crisis como diagnóstico o indicador de un futuro, también siguió el nuevo significado histórico-filosófico de hacer un pronóstico. Por ejemplo, afirmó: Nous approchons de l’état de crise et du siècle des révolutions [“Nos acercamos a un estado de crisis y a un siglo de revoluciones”].28 Tenía razón, había muchas revoluciones por venir, y el siguiente siglo constituiría las futuras metas de todas estas. Tomando el significado de la salvación desde el origen escatológico, construyó su diagnóstico de las nuevas revoluciones por venir. En su carta a la princesa Dashkova del 3 de abril de 1771, Diderot afirmaba que [n]ous touchons à une crise qui aboutira à l’esclavage ou à la liberté [“estamos tocando una crisis que acabará en la esclavitud o en la libertad”].29 Diderot también trabajaba con el dispositivo conceptual de un pronóstico de un futuro-por-venir que a su vez tenía una perspectiva dualista: defendía el resultado histórico de la Revolución norteamericana y valoraba su contenido social con sus nuevas esperanzas de libertad. Cuando se refirió al París de 1778 señaló los usos de la metáfora médica y utilizó el término para describir una situación apocalíptica similar a la vivida bajo Nerón en Roma. Según Koselleck, tanto Rousseau como Diderot utilizaron el término “crisis” como señal de la necesidad de tomar la decisión correcta al mismo tiempo que ofrecían una crítica implícita en las alternativas. Así, la crítica se introdujo de contrabando en la crisis. Ambos conectaron los antiguos orígenes del significado de crisis, pero ahora los propósitos eran liberar nuevas expectativas.

La Revolución norteamericana ayudó a los teóricos a transformar el concepto de crisis al dotarle el significado de una última decisión por tomar basada en un acontecimiento histórico exitoso que para ellos poseía un significado universal. Thomas Paine tituló a su periódico The Crisis. Con la revolución más exitosa del mundo —la norteamericana— el concepto de crisis jugaría un destacado papel ligado al levantamiento anti-colonial. Paine afirmaba: “Entonces esa crisis había llegado, y no quedaba más remedio que actuar con decidido vigor, o no actuar en absoluto”.30 En cambio, para Burke estos tiempos revolucionarios eran más bien guerras religiosas, y el concepto de crisis se utilizaría con una reivindicación médica que era contraria a la semántica positiva de Paine.31 Estas luchas entre teóricos fueron los mejores ejemplos de cómo se utilizó la crisis para describir posiciones políticas opuestas, tal como las que describí anteriormente en relación a Koselleck y Habermas respecto de la modernidad y los usos de la crítica. Paine y Burke utilizaron la crisis para proponer alternativas opuestas y ambos afirmaron que la decisión de “actuar o no actuar en absoluto” tendría el efecto de ocasionar una transformación de tipo universal.

Tal afirmación suscitó las dudas de Koselleck respecto de las formas de supervivencia útiles del concepto de crisis, ya que este había sido “blanqueado semánticamente”. Y en lugar de aplicarse únicamente a situaciones políticas, ahora el término podía utilizarse para describir casi todo. Koselleck pudo demostrar cómo los conceptos llevaban significados antiguos superpuestos junto con otros nuevos, y cómo algunas de las adiciones más recientes habían adquirido una definición totalmente diferente. Como hemos visto con sus usos en el siglo XVIII, los conceptos también sirvieron como armas en conflictos políticos, entre antagonistas individuales y, más tarde, entre clases, estratos sociales e incluso movimientos. Los cambios en la historia de los conceptos revelan el lugar que las ideologías jugarían en estas batallas. Recordemos lo que he dicho de que Donald Trump utiliza el término crisis para referirse a la inmigración desde los países latinoamericanos a los Estados Unidos.

6. Un tercer y último intento por tematizar la crisis

A pesar de que su segundo intento por tematizar la crisis le condujo a otra conclusión pesimista, a saber, que el concepto de crisis había perdido su significado, Koselleck concibió un caso particular en el que el concepto se utilizó con precisión y mostró su origen político griego clásico. Marx utilizó el concepto de crisis para describir la crisis iterativa del capitalismo, que fue central en su construcción de la ciencia que llamó “economía política”.32 Aquí vemos cómo la semántica de la enfermedad había investido el concepto de diagnóstico con poderes curativos, aceptando la afirmación de que se trataba de una nueva ciencia. Marx valoró mucho su concepto de crisis e insistió que el “cambio” (en la forma de recuperación y salud renovada) sólo podía venir de un diagnóstico preciso de la enfermedad llamada capitalismo. Sin embargo, al final él también sucumbió al uso de la semántica relacionada con el Juicio Final.33

En la propia entrada de su Lexikon, Koselleck examinó tres formas dispares en que los teóricos habían utilizado su semántica de la crisis. En primer lugar, a menudo describían una cadena de eventos que culminaban en la necesidad de exigir una acción decisiva. En segundo lugar, se centraron en cómo lo teológico se había secularizado en el período de tiempo en discusión, convirtiéndose en el punto a partir del cual la historia cambiaría para siempre. En tercer lugar, debatieron respecto de cómo la crisis podía referirse a cualquier situación dada —singular o recurrente— que pusiera en peligro la existencia continua de la humanidad. Así es como Koselleck concluyó que la crisis se había convertido en el concepto característico de la modernidad.

En 1985, Koselleck volvió a su concepto de crisis utilizando la frase de Schiller: “La historia del mundo es el juicio del mundo”. Podemos ver cómo el rasgo más definitivo del concepto de crisis es que se ha convertido en un concepto procesal, el cual describe una crisis permanente para la humanidad, encontrándose en juicio continuamente. Observó que la crisis estaba destinada a ser un “umbral”, un paso de una época a otra. Puede o no ser una repetición. Puede ser tanto un concepto iterativo como uno periodizador. Y, por último, la crisis puede señalar el fin de la historia tal como la hemos conocido. Metafóricamente hablando, la crisis se asemeja al Juicio Final. Pero ahora está orientada exclusivamente hacia el futuro, anticipando un resultado y una decisión final que no puede ser apelada ni cambiada. Así es como el significado apocalíptico del actual concepto de crisis ha recuperado fuerza. No hay escapatoria a la destrucción ecológica, ya que el mundo está desapareciendo, y las expectativas sobre el futuro están siendo clausuradas. Podemos pensar en otros ejemplos que se ajusten a este uso apocalíptico sobre el calentamiento global.

7. Entonces, ¿Qué pasó con el concepto de crítica?

Como hemos visto, Koselleck observó que cuando el concepto de crítica se profesionalizó en siglo XVIII, su papel también fue apropiado tanto por los ciudadanos como por los nuevos teóricos de la Ilustración. Pero el término “crítica” fue empleado por los pensadores ilustrados con la semántica del pasado. Por ejemplo, Kant utilizó "κριτική" como verbo que significa ‘organizar’, ‘separar’.34 Su objetivo era establecer los fundamentos de su arquitectura de la racionalidad teórica, práctica y estética. Para Kant, el Selbstdenken estaba destinado a impedir que la razón se dejara llevar por la tradición o la autoridad religiosa. La tarea consistía en construir el camino hacia la facultad de la razón. Así, Kant creía que sus usos de la “crítica” eran los medios para postular los límites y las fuentes de la razón. Utilizó “crítica” en contraposición a “doctrina”. Esta es la razón por la que estableció un plan arquitectónico completo, y con este pretendía dejar atrás la metafísica dogmática (Wolff y Leibniz) y el escepticismo (Hume).35

Hegel, por el contrario, nunca utilizó el concepto de crítica. Aunque muchos de sus intérpretes creen que creó el concepto de crítica inmanente, en realidad siguió un camino diferente. Por ejemplo, Finlayson afirma que, aunque la noción de crítica de Hegel se atañía a cómo las nuevas ciencias de la Ilustración podían delimitar el objeto del conocimiento, reservó el término “crítica” para describir el trabajo de otros filósofos como Kant, Fichte y Jacobi, en lugar de la suya propia.36 Hegel asumió claramente que su método de negación determinante no se refería al objeto del conocimiento sino a la historia.37 Y al hacerlo, produjo algo nuevo: específicamente, la idea de un concepto alejado del error y ganador en determinación. Si Hegel tenía razón, el significado de la comprensión científica de la realidad histórica consiste en la afirmación de que el pensamiento conceptual se aleja de la distorsión en dirección a la verdad.

Para Hegel, el examen de la realidad como objeto inmanente de la reflexividad indaga las diversas fuentes de engaño, ilusión y distorsión que socavan el camino hacia el conocimiento absoluto. Hegel también sustituía la anterior noción de “crítica” y su conflictiva suposición sobre la separabilidad de la forma del conocimiento respecto de su forma material. Hegel presupuso una concepción de liberación de estadios anteriores de falsedad a otros nuevos de verdad. Y éste fue precisamente el camino emprendido por los neo-hegelianos, especialmente por Marx. Hizo de su concepto de ideología su arma principal, pero acabó concibiendo la “crítica de la ideología” como falsa conciencia. En consecuencia, le concedió un papel privilegiado a su propia teoría la cual presupone la conciencia verdadera, es decir, un aventajado punto de vista por fuera de la visión ideológica cerrada, sólo accesible a teóricos como él. Además, para Marx, el sistema socioeconómico asumía los atributos de un agente colectivo que poseía poderes morales.38 Hoy en día este punto de vista ha sido profundamente impugnado. Por ejemplo, Maeve Cooke prefiere centrarse en las formas específicas o formas de distorsión ideológica que evitan cualquier reivindicación de un punto de vista epistémicamente privilegiado.39

Así, el concepto de crítica recuperado a principios del siglo XVIII tenía un significado similar al que le daban los antiguos griegos: “el que emite un juicio” sobre un objeto. Pero con el paso del tiempo se expandió hacia un concepto mucho más ambicioso respecto de los nuevos escenarios políticos de la modernidad. En sus usos en español, inglés, francés y alemán —“critique”, “critique”, “Kritik”—, asumió el significado de ‘separar’, ‘distinguir’, forma en la que Kant la utilizaba habitualmente. Con otros pensadores ilustrados el concepto volvió a relacionarse con los juicios que originalmente pertenecían a la comunidad política, tal y como lo habían concebido originalmente los griegos. Sin embargo, una tercera definición de “crítica”, formulada por los neo-hegelianos, era ambigua. Contiene una connotación negativa sugiriendo una búsqueda de error, por eso es que con el nacimiento de la “ideología” la crítica se consideró como un arma. Y, al mismo tiempo, la crítica también llegó a poseer una dimensión positiva, normativa: esto es, un cambio, un avance (relacionado con el concepto griego de praxis).40 Adquirió un significado autoritario cuando se le conectó con juicios sobre patologías sociales.41

Como observa Ricoeur, en su fase neo-hegeliana Marx dilucidó inicialmente el concepto de ideología con una metáfora tomada de la física: la falsa conciencia era como una imagen invertida en la retina.42 Así, la tarea de la crítica ideológica era corregir la inversión. En esta primera teorización Marx se basó en la crítica a la religión de Feuerbach, la cual entendía como una imagen invertida de la realidad, cuya consecuencia es la confusión entre sujeto y objeto. En una formulación posterior Marx reorientó su crítica al concepto de trabajo alienado.43 Al igual que Hegel, suponía que el concepto de alienación apuntaba a su contrario, en otras palabras, era un contraconcepto del de emancipación. Pero, como he dicho, un punto de vista privilegiado desde donde el teórico se sitúa por encima de la realidad alienada ha demostrado ser demasiado simplista. La crítica de “falsa conciencia” debe tener un objetivo diferente. No sólo debe aceptar nuestras modalidades pluralistas de utilización de crítica, sino que también debe intentar estimular la imaginación de los agentes políticos para que se sientan motivados a comprometerse en una praxis de cambio social para mejor. Por lo tanto, reasumir el legado de Marx implica dos tareas: negativamente, desplegar la crítica para diagnosticar patologías sociales y, positivamente, imaginar formas de vida colectiva más justas y satisfactorias.

Los teóricos críticos, incluyendo a Habermas, se han alejado de una perspectiva totalizadora porque entienden que nuestra finita conciencia sólo puede enfocarse en distorsiones particulares, y en cómo estamos inmersos en nuestros propios horizontes y contextos históricos de interpretación.44 Los teóricos críticos franceses han intentado resolver el problema acerca del papel de las distorsiones y la agencia constitutiva como proceso performativo de la identidad política mediante la vinculación de la ideología con el lado positivo de la imaginación (similar al papel de “los significantes vacíos” en la teoría de Ernesto Laclau).45 También en este caso ha sido Cooke quien se ha implicado críticamente con la última concepción de ideología de Laclau. Al igual que Althusser, es bien sabido que Laclau aceptó la posibilidad de distorsiones.46 Pero, a diferencia de los estructuralistas franceses, estaba en contra de la imposición de una perspectiva privilegiada totalizadora de la realidad social. Para contrarrestar la negatividad de Laclau al cierre, Cooke desarrolló un enfoque no autoritario que no abandona el “carácter ficticio de la totalidad” en relación con la validez:

Tomar conciencia de que la ilusión de totalidad es necesaria para protegerse de un trauma originario puede no conducir a la clausura ideológica (y al disfrute de la misma), sino al intento de familiarizarse con el trauma originario mediante un proceso terapéutico de auto investigación (colectivo o individual).47

En general, la cuestión radica en que hoy disponemos de muchas formas de crítica que no dependen de un privilegio, es decir, un punto de vista elitista. Por ejemplo, filósofos como Bruno Latour quien ha realizado nuevos ataques concernientes a los modos de crítica que presuponen la perspectiva de la “realidad/apariencia” han vuelto a poner al tema de la crítica a debate.48 Pero eso no es lo que me interesa señalar aquí. Más bien, mi enfoque principal es “develar” el proyecto político original de dominación, opresión o distorsión, y diferenciar entre los tipos de críticas que han surgido tanto de los teóricos como de los movimientos sociales, los cuales pueden ayudarnos a discriminar entre los proyectos conducentes a transformaciones cognitivas positivas. Mi segunda preocupación es terapéutica, es decir, proveer un ejercicio para la imaginación que permita a los agentes invertir en proyectos políticos que apunten hacia objetivos éticos, no autoritarios. Koselleck tenía razón al afirmar que los agentes individuales no son los únicos que se mueven por intereses y objetivos políticos. La crítica es también una actividad política que presupone un punto de vista teórico moral. El punto crucial aquí es que la crítica puede ser un arma de guerra que ayude a destruir proyectos éticos de una sociedad sin transformarlos para mejor. Últimamente, hemos visto muchos ejemplos de este tipo de sucesos gracias a Donald Trump, Viktor Orbán, Matteo Salvini y los brexiteers, quienes quieren fronteras cerradas para impedir la inmigración (irregular), con el objetivo político de devolver una grandeza que solo es ficción.

Mi preocupación respecto de la crítica sería recordarnos que debemos estar conectados a una fuerza antiautoritaria —la imaginación crítica— que nos permita demostrar por qué son inaceptables ciertas sociedades, instituciones o proyectos políticos. Sus distorsionados puntos de vista no pueden proveernos ni de un potencial emancipador que indique por qué es necesario actuar, ni una perspectiva apropiada respecto a la transformación positiva de la realidad. Como teóricos debemos ayudarnos a nosotros mismos obteniendo la retroalimentación necesaria tomada de las reivindicaciones de los movimientos sociales, y tener capacidad de discriminación para seleccionar cuáles de estas son realmente progresistas. La crítica necesita juicios, juicios críticos. Y, si se quiere alcanzar la justicia, también debemos intentar formular una visión pictórica completa —“el carácter ficticio”— de las alternativas positivas.

En todas las sociedades los conceptos políticos se utilizan para captar la naturaleza de los conflictos políticos.49 Es fácil reducir la crítica a detección de errores a la dimensión “autoritaria” o su tendencia a considerarse neutral o demasiado general. Pero la crítica puede ser un proceso de diálogo abierto en el que participen por igual tanto agentes como teóricos. La crítica debe ser éticamente coherente, proveyendo las mejores justificaciones posibles del porqué de ciertos estados de cosas o instituciones en que se ejerce la opresión o la dominación. Esquemáticamente, podemos dividir la crítica en dos grandes grupos. El primer grupo, al que Ricoeur se refirió como “la hermenéutica de la sospecha”, se concentra en desenmascarar imágenes distorsionadas de la realidad política y social.50 La primera generación de la Escuela de Frankfurt, siguiendo a Marx y Freud, fueron los representantes de este enfoque. Dado que presupone un punto de vista privilegiado desde donde puede producirse el desenmascaramiento, este grupo tiende a la búsqueda de culpables y ofrece alternativas contra los peligros del autoritarismo. El segundo grupo, en el que se encuentran Koselleck y Foucault, en lugar de intentar desenmascarar imágenes distorsionadas emplea un enfoque genealógico. No sólo muestra cómo surgieron estas imágenes del mundo, sino que sugiere cómo podríamos alejarnos de ellas en la medida en que un cambio de perspectiva le permite a uno ver otros ángulos de la misma imagen. Ambos necesitan un examen cuidadoso, contrastarlo con el otro, discriminar, y luego juzgar.

Si la crítica permite a las sociedades aspirar a configurar una mejor opinión pública, o ganar batallas en torno a diferentes perspectivas, o hacer que la gente vea lo que antes no podía ver, entonces la crítica, que ha jugado un papel clave en la historia de la modernidad, se revela a sí misma como el concepto más importante de las teorías políticas.51 Sin embargo, sólo recuperando tanto la crisis como la crítica, al estar intrínsecamente relacionadas entre sí, podemos demostrar cómo las estrategias de ambas están vinculadas a las batallas conceptuales de la acción y los proyectos de cambio de las sociedades. Si se reconoce este hecho, entonces el significado ilustrado emergente de los diferentes caminos que ha tomado la crítica nos da múltiples formas de concebir los juicios sobre las distorsiones o conflictos de las sociedades, y también las justificaciones de tipo adecuadas.52 Hemos aprendido a utilizar la crítica como un φάρμακον, tal como lo hicieron Nietzsche, Wittgenstein y Foucault:

Por muy distantes que estén sus teorías, el esfuerzo de Nietzsche y Wittgenstein por comprender el modo en que las personas ven y le dan sentido al mundo —el primero desde perspectivas particulares, o el segundo a través de imágenes comunes—, así como sus aproximaciones al mismo, implica que sus perspectivas están históricamente determinadas, y que estos marcos o imágenes se heredan culturalmente, lo cual significa que pueden designarse como “genealogías”.53

A pesar de sus propios prejuicios Koselleck no podría haber desarrollado su propio método sin hacer algunos juicios y fuertes críticas. No es posible la política sin historia. Sin embargo, lo que más se necesita es un relato histórico que no se centre en permitirnos ver cómo las construcciones éticas han ofrecido únicamente esperanza, sino que han desencadenado reales cambios para mejor. Crisis y crítica son conceptos complementarios, no opuestos.

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1 Publicado originalmente en Anne Siegetsleitner, Andreas Oberprantacher, Marie-Luisa Frick y Ulrich Metschl (eds.): Crisis and Critique: Philosophical Analysis and Current Events: Proceedings of the 42nd International Ludwig Wittgenstein Symposium. Berlin, De Gruyter, 2021, pp. 1–24. Traducción al español de Rodrigo Fuenzalida del Favero.

2 Para una mejor introducción de la obra de Reinhart Koselleck, ver Niklas Olsen. History in the Plural: An Introduction to the Work of Reinhart Koselleck. New York, Berghahn, 2012.

3 Para una comprensión analítica de la obra de Koselleck, ver Niels Åkerstrøm Andersen. Discursive Analytical Strategies: Understanding Foucault, Koselleck, Laclau, Luhmann. Bristol, Policy Press, 2003.

4 Koselleck describe este tipo de análisis como: “Toda historia conceptual o de las palabras procede, desde la fijación de significados pasados, a establecer esos significados para nosotros. […] Precisamente, al estar ajustada la óptica de forma estrictamente diacrónica a la permanencia o al cambio de un concepto, se acrecienta la relevancia sociohistórica de los resultados.” (Reinhart Koselleck. “Historia conceptual e historia social”, en Id.: Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Barcelona, Paidós, 1993, pp. 105–126, acá p. 113.) “Permanencia, cambio y novedad se captan diacrónicamente, a lo largo de los significados y del uso del lenguaje de una y la misma palabra.” (Reinhart Koselleck. “Historia conceptual e historia social…”, p. 116.)

5 Koselleck sostiene que la Begriffsgeschichte es, por tanto, capaz de aclarar la múltiple estratificación de significado que desciende de períodos cronológicamente separados. Esto significa que va más allá de la estricta alternancia de lo diacrónico y sincrónico, relacionándose más con la contemporaneidad de lo no contemporáneo (Gleichzeitigkeit des Ungleichzitigen) que puede contener un concepto. (Reinhart Koselleck. “Historia conceptual e historia social…”, p. 123.)

6 Para ilustrar esta condición de ambigüedad, ver “Desplazamiento de los límites de la emancipación. Un esbozo histórico-conceptual”, en Reinhart Koselleck: Historia de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social. Madrid, Trotta, 2012, pp. 113–132.

7 Bizas observó que los usos más tempranos de κρίνω”, el verbo griego más concretamente correspondiente a “crisis”, en las sagas de Homero fue utilizado refiriendo a las nociones de “separar”, “apartar”, y “diferenciar”. Ver Konstantinos Bizas. “Reinhart Koselleck’s Work on Crisis”, French Journal for Media Research, Vol. 5, 2016, pp. 2–12, especialmente p. 5.

8 Para aprender más acerca de cómo en su ensayo Koselleck omitió los origenes de las concepciones griegas de crisis y crítica, ver Konstantinos Bizas. “Reinhart Koselleck’s Work on Crisis…”.

9 Ver Reinhart Koselleck. Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués. Madrid, Trotta, 2007.

10 Ver Konstantinos Bizas. “Reinhart Koselleck’s Work on Crisis…”, pp. 6–7.

11 Ver Konstantinos Bizas. “Reinhart Koselleck’s Work on Crisis…”, p. 7; Reinhart Koselleck. Crítica y crisis…, p. 196 y ss., n. 158.

12 Ver Reinhart Koselleck. “Crisis”, en Id.: Crítica y crisis…, pp. 241–281, especialmente pp. 241–243.

13 Ver Lucila Svampa. “El concepto de crisis en Reinhart Koselleck: Polisemias de una categoría histórica,” Anacronismo e Irrupción, Vol. 6 Nº 11, 2016, pp. 131–151; Melvin Richter y Michaela W. Richter. “Introduction: Translation of Reinhart Koselleck’s ‘Krise’, in Geschichtliche Grundbegriffe”, Journal of the History of Ideas, Vol. 67, Nº 2, 2006, pp. 343–356.

14 Ver Jürgen Habermas. Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Barcelona, Gustavo Gili, 1994.

15 Ver Immanuel Kant. Hacia la paz perpetua. Un proyecto filosófico. Buenos Aires, Prometeo, [1795] 2007.

16 Ver Reinhart Koselleck. “‘Espacio de experiencia’ y ‘horizonte de expectativa’, dos categorías históricas”, en Id.: Futuro pasado…, pp. 333–357.

17 Ver Maeve Cooke. Re-Presenting the Good Society. Cambridge, The MIT Press, 2006.

18 Ver Nora Rabotnikof. En busca de un lugar común: El espacio público en la teoría política contemporánea. México, IIF-UNAM, 2005.

19 Ver Carl Schmitt. El Leviatán en la teoría del Estado de Thomas Hobbes. Edición de José Luis Monedero Pérez. Granada, Comares, 2004.

20 Ver Maeve Cooke. Re-Presenting the Good Society…, p. 124.

21 Ver Reinhart Koselleck. “Las esclusas del recuerdo y los estratos de la experiencia. El influjo de las dos guerras mundiales sobre la conciencia social”, en Id.: Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia. Barcelona, Paidós, 2001, pp. 135–154.

22 Ver Hartmut Rosa. Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo. Madrid, Katz, 2019.

23 Ver Tucídides. Historia de la guerra del Peloponeso. 4 tomos. Madrid, Gredos, 1990-1992.

24 Ver Aristóteles. Política. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989, 1289b.

25 Ver Reinhart Koselleck. “Crisis…”.

26 Para ver otras formas en que el concepto de crisis es un arma construida, ver el número especial “Intersectional Feminist Interventions in the ‘Refugee Crisis’”, en la revista Refuge, Vol. 34, Nº 1, 2018.

27 Ver Reinhart Koselleck. “Algunas cuestiones sobre la historia conceptual de ‘crisis’”, en Id.: Historia de conceptos…, pp. 131–142.

28 Jean-Jacques Rousseau. Œuvres complètes. Vol. 4. Paris, Gallimard, 1969, p. 468.

29 Denis Diderot. Œuvres complètes. Vol. 20. Paris, Garnier Frères, 1877, p. 28.

30 Thomas Paine. The Rights of Man. New York, Penguin, [1791] 1984, p. 370.

31 Ver Edmund Burke. Reflections on the Revolution in France. London, Penguin, [1790] 1982.

32 Para un excelente relato de cómo Marx desarrolló su crítica de la economía política, ver Gareth Stedman Jones. Karl Marx: Greatness and Illusion. Cambridge, Belknap Press of Harvard University Press, 2016, pp. 172–180.

33 Koselleck argumenta: “La presunta lucha final entre el proletariado y la burguesía tenía para él las dimensiones de un Juicio Final, que no consiguió fundamentar exclusivamente desde la economía.” (Reinhart Koselleck. “Algunas cuestiones…”, p. 139.)

34 Ver Immanuel Kant. Crítica de la razón pura. Buenos Aires, Colihue, [1787] 2007.

35 Toda la propuesta de Kant estaba conectada con el enorme interés por la crítica del arte del siglo XVIII, donde los objetivos consistían en establecer normas en las artes y reglas para el gusto. Para más sobre esto, ver Hannah Arendt. Lectures on Kant’s Political Philosophy. Chicago, University of Chicago Press, 1982, pp. 27–33.

36 Ver James Gordon Finlayson. “Hegel, Adorno and the Origins of Immanent Criticism,” British Journal for the History of Philosophy, Vol. 22, Nº 6, 2014, pp. 1142–1166.

37 Ver Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Fenomenología del espíritu. México, Fondo de Cultura Económica, [1807] 2017.

38 Ver Maeve Cooke. Re-Presenting the Good Society…, p. 10.

39 Ver Maeve Cooke. Re-Presenting the Good Society…, p. 13.

40 En mi opinión, pertenece a Cooke el mejor trabajo sobre teoría crítica y su relación con la praxis, ver también Robin Celikates. “Critical Theory and the Unfinished Project of Mediating Theory and Practice,” en Peter Gordon, Espen Hammer y Axel Honneth (eds.): The Routledge Companion to the Frankfurt School. London, Routledge, 2018, pp. 206–220.

41 Ver Didier Fassin. “The Endurance of Critique” Anthropological Theory, Vol. 17, Nº 1, 2017, pp.4–29.

42 Ver Paul Ricoeur. Ideología y utopía. Barcelona, Gedisa, 2006.

43 Ver Karl Marx. Manuscritos económico-filosóficos de 1844. Buenos Aires, Colihue, 2004; Id.: Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Buenos Aires, Del Signo, [1844] 2004; Karl Marx y Friedrich Engels. La ideología alemana. Madrid, Akal, [1846] 2015.

44 Ver Hans-Georg Gadamer. Verdad y método. Vol. II. Salamanca, Sígueme, 2010.

45 Ver Ernesto Laclau. La razón populista. México, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 91–162.

46 Ver Ernesto Laclau. La razón populista…, pp. 49–54.

47 Maeve Cooke. Re-Presenting the Good Society…, p. 57.

48 Ver Bruno Latour. “Why Has Critique Run out of Steam? From Matters of Fact to Matters of Concern,” Critical Inquiry, Vol. 30, Nº 2, 2004, pp. 225–248.

49 Ver Karin De Boer y Ruth Sonderegger. Conceptions of Critique in Modern Contemporary Philosophy. London, Palgrave Macmillan, 2012.

50 Ver Paul Ricoeur. Ideología y utopía….

51 Ver Michael Walzer. The Company of Critics. New York, Basic Books, 2002.

52 Ver David Owen. Nietzsche, Politics and Modernity. London, Sage, 1995.

53 Didier Fassin. “The Endurance of Critique…”, p. 17.