De las virtudes del posponer: apuntes introductorios a “El concepto de realidad y la teoría del Estado”

Miranda Bonfil

bonfil.miranda@gmail.com

Universidad Humboldt de Berlín, Berlín, Alemania

I

La dimensión política del pensamiento de Hans Blumenberg es un tema que ha recibido creciente atención en la última década. Para cualquiera que se acerque a la figura del filósofo, no deja que resultar sorprendente que, incluso tras haber vivido en carne propia los horrores del régimen nacionalsocialista, su extensa obra se mantuviese siempre al margen de toda discusión explícitamente política. A pesar de que su amplia y variada producción intelectual orbitó a lo largo de tres décadas en torno a temas como la relación entre mito y razón, las transformaciones históricas de conceptos y metáforas y el surgimiento del mundo moderno, ninguna de sus grandes obras se comprometió con una reflexión profunda de carácter político. En la mayor parte de los casos, esta dimensión de su pensamiento tan sólo aparece insinuada bajo capas de argumentación erudita, escondido en los pliegues formados por la intertextualidad o bien, cubierto por una discreta capa de ironía. La única excepción a esta tendencia en el corpus que constituye su obra publicada en vida se encuentra en el texto que presentamos a continuación, originalmente titulado “El concepto de realidad y la teoría del Estado”.1

A pesar de la singularidad de esta publicación, no fue sino hasta hace poco que las reflexiones dedicadas a la dimensión política del pensamiento de Blumenberg incorporaron el texto como pieza central para su análisis. Como señalaremos, en los argumentos allí presentados es posible reconocer temas desarrollados en otros momentos de su itinerario intelectual, aunque en esta ocasión iluminados de manera más clara y en estrecho vínculo con la circunstancia histórica en la que se formularon. Aunque esta situación vuelve al texto una pieza fundamental para todos los interesados en la obra del filósofo, el deseo de ponerlo a disposición del público hispanohablante excede las consideraciones de carácter exegético y nace aunado a la convicción de que las reflexiones ahí vertidas pueden resultar valiosas para la actualidad. En suma, la esperanza detrás de esta labor está en que sus palabras resulten útiles para comprender los devenires de la política en el mundo tecnificado y que esto funcione a manera de invitación para explorar los giros e inversiones acontecidos en el ámbito de lo político en las décadas que nos separan de su redacción.

Para enmarcar el proceso de producción del texto, es fundamental señalar que, tanto la reticencia a hacer juicios severos en torno la situación política del momento, como la negativa a hacer de la teoría un espacio para denunciar las catástrofes de la primera mitad del siglo, eran parte de un acuerdo implícito en amplios sectores de la academia alemana.2 Esta situación, descripta por Hermann Lübbe en términos de un “silenciamiento comunicativo del pasado”,3 formaba parte de los prerrequisitos para la adaptación a la democracia en instituciones donde buena parte de los involucrados había participado —en mayor o menor medida— de las estructuras del nacionalsocialismo. En esta delicada coyuntura, aferrarse a los preceptos ofrecidos por la neutralidad de la ciencia, evitar conflictos directos y apelar al suelo común entre pares apenas conseguía zurcir satisfactoriamente las rasgaduras del tejido social. De esta forma, la fantasía de estabilidad convocó a buena parte de los académicos a guardar las distancias frente a temas sensibles y mantener la dimensión política de las controversias oculta debajo la superficie prístina del debate erudito.

A pesar de lo que podría pensarse en una primera aproximación, este texto confirma lo antes dicho antes que cuestionarlo. El tema, lejos de ser producto de una inquietud personal que llevara a Blumenberg a poner por escrito sus consideraciones, surgió de manera casi accidental como fruto de un malentendido acaecido en 1967, cuando concursaba por una plaza de profesor de filosofía social y política en la Universidad de Zúrich.4 En este caso, como parte de los protocolos del proceso de selección, era requerido que los candidatos prepararan una conferencia y, debido a un error de comunicación con el comité encargado, de los tres temas tentativos sugeridos originalmente por el filósofo, fue elegido el que menos le entusiasmaba. Con todo y que el contenido de la conferencia le pareció “demasiado oscuro” al comité dictaminador, al año siguiente fue publicado en las páginas de la revista liberal Schweizer Monatshefte. 5

A pesar de lo circunstancial de la elección del tema, la propuesta interpretativa que se despliega en este breve texto se encuentra entretejida con preocupaciones ampliamente desarrolladas en el resto de la obra del filósofo y, en particular, con el momento de su producción que sucedió a la publicación de La legitimidad de la Edad Moderna (1966).6 Esta última había sido planteada como una crítica a las teorías de la secularización que señalaban la condición subsidiaria de la modernidad con respecto al cristianismo y que denunciaban como superficial la discontinuidad epocal sobre la que había pretendido erigir su legitimidad. En dicha discusión, centrada en el tránsito del mundo cristiano al mundo moderno, la obra de Blumenberg desarrolló una defensa del carácter auténticamente novedoso de las respuestas elaboradas en los albores de la modernidad y argumentó su pertinencia frente a los desafíos propios de la Edad Media tardía; específicamente, su condición de respuesta frente a las dificultades que el deus absconditus del nominalismo había presentado para la existencia humana.

Así, en contra del pesimismo cultural de los intelectuales alemanes y, en particular, de autores como Carl Schmitt y Karl Löwith, su lectura de los tiempos modernos ofreció elementos para reivindicar los desplazamientos surgidos a partir del proceso de autoafirmación ligado al desarrollo científico y técnico. La clave para lograr dicho cometido estuvo para Blumenberg en la elaboración de un argumento que evitara los tonos metahistóricos —la tentación de declarar algo así como el progreso del género humano en su conjunto— y que, en cambio, reivindicara el valor de las estrategias empleadas en un determinado momento para volver habitable una realidad amenazante. Esta veta reflexiva llegaría hasta “El concepto de realidad y la teoría del Estado”, donde se desplegó hacia territorios inexplorados para realizar una lectura en clave histórica de ciertas transformaciones cruciales en la teoría política. En este caso, el camino lo llevaría a enarbolar una reivindicación de la retórica que obliga a la acción política deseable a adquirir la forma del mínimo político.

Al situar este texto en el espacio que separa La legitimidad… de su siguiente gran obra, La génesis del mundo copernicano (1975),7 lo que nos interesa es enfatizar en el hecho de que los planteamientos allí vertidos fueron elaborados con posterioridad al desarrollo de su teoría sobre el surgimiento de la Edad Moderna, pero antes de su viraje hacia la antropología filosófica. Esto, como ha señalado Hans Bajohr, resulta fundamental, pues implica que en él aparecen desarrolladas las consecuencias políticas de su teoría de la modernidad sin relación de dependencia con la perspectiva que desarrollaría posteriormente en Trabajo sobre el mito (1979).8 Habría, en consecuencia, que separar las afirmaciones hechas en este breve texto de los planteamientos posteriores al viraje hacia la antropología filosófica —un ámbito reconocidamente conservador en el panorama de la Alemania de este momento— y proceder con cautela metodológica en la interpretación. Con ello se vuelve evidente que, en este caso, no nos enfrentamos a una lectura cuyas bases sean eminentemente antropológicas, como han sugerido autores como Felix Heidenreich, Angus Nicholls y Oliver Müller, sino, antes bien, a una extensión de sus reflexiones sobre el origen de la Edad Moderna.9 En suma, para aproximarnos a la temática política que nos interesa, resulta importante prestar atención a las bases sentadas por su trabajo previo que le permitieron comenzar a esbozar una respuesta tentativa frente a los desafíos del siglo XX.

Por esta razón, antes de adentrarnos en el contenido específico de “El concepto de realidad y la teoría del Estado”, resulta pertinente situarlo en relación con el resto de su producción dedicada a asuntos políticos. El asunto es difícil de navegar, pues no existe un consenso general acerca del papel que desempeña la teoría política en la obra del filósofo, ni tampoco bases sólidas que permitan hacer un análisis exhaustivo con respecto de su posicionamiento político personal. De manera general, se pueden identificar tres posiciones predominantes entre los especialistas.10 Autores como Franz Joseph Wetz, uno de sus primeros biógrafos y figura crucial en la difusión temprana de su pensamiento, prefieren describirlo como un pensador fundamentalmente apolítico y con ello clausurar la discusión.11 Otros, deciden describirlo como un polemista circunstancial que sólo se involucraba en temas políticos cuando se veía obligado a reaccionar frente a una situación dada o a tomar partido, tal como sucedió, por ejemplo, en el caso del debate de la secularización.12 Por último, están aquellos como Angus Nicholls13 que reconocen la posibilidad de extraer reflexiones políticas sustanciales de su pensamiento que, a pesar de estar formuladas de manera velada o fragmentaria, revelan al conjunto de su obra como un alegato incansable dirigido a ajustar cuentas con la historia alemana reciente. Aunque esta última disposición de lectura implica llevar algunos argumentos del filósofo de Lübeck hasta su límite, tiene indudablemente la ventaja de explorar elementos de otra forma desestimados y ofrece un marco estructural para abordar el asunto de manera frontal. Partiendo de ella, es posible hacer justicia al presentimiento de pugna subterránea que se deriva de la lectura de su obra y que se hace patente incluso en una revisión somera del léxico empleado en sus análisis históricos: ilegitimidad, crisis, autoafirmación, absolutismo.

II

El giro más importante en la discusión en torno a la dimensión política del pensamiento de Blumenberg ha llegado gracias a la publicación de materiales alojados en el Nachlass14 que han visto la luz en las últimas décadas. En particular, resultan valiosos dos textos de carácter eminentemente político que el filósofo decidió no publicar en vida y que hoy llevan por título Prefiguración y “Moisés el egipcio”.15 Vale la pena detenerse en ellos para ofrecer un panorama sucinto de las preocupaciones de Blumenberg relacionadas con el ámbito de lo político y, de esta forma, situar con mayor precisión la especificidad del texto que nos concierne.16

Prefiguración fue publicado por Suhrkamp en 2014 y, aunque parece haber sido escrito originalmente como parte del esfuerzo monumental que dio lugar a Trabajo sobre el mito, fue eliminado en la versión final del manuscrito. Esta decisión, tomada a último momento, dejó una ausencia palpable que fue juzgada con severidad por sus interlocutores de la época; especialmente por parte de aquellos que consideraban el silencio con respecto al nacionalsocialismo, cuando menos, irresponsable. Así lo expresó en una reseña Götz Müller, quien reprochó al autor ignorar las consecuencias derivadas de la “peligrosa proliferación de mitos modernos”.17 A esta crítica respondió Blumenberg con una carta el 20 de julio de 1981, diciendo:

Siempre me resulta difícil responder a las reseñas. Es ya siempre demasiado tarde. Sin embargo, en este caso me siento interpelado con justa razón. Al libro le falta un capítulo que estaba presente en el manuscrito, pero que arruinaba total y absolutamente mi gusto por el libro. Lo he retenido. Cuando muera puede hacerse con él lo que se desee. Se llama: Stalingrado como consecuencia mítica. Me ha costado más trabajo que el resto de los asuntos del libro.18

En sus palabras se adivina ya que una larga deliberación interna tuvo lugar en torno al particular antes de finalizar el libro. Esta reticencia a tematizar el asunto de los mitos nacionales probablemente estuviese vinculada con la compleja constelación de experiencias de juventud del autor, quien, nacido de padre católico y de madre judía convertida al protestantismo, fue rápidamente catalogado como Halbjude por el régimen nazi. Esto tuvo una serie de consecuencias que difícilmente pueden resumirse en dos líneas. Provocó que, en 1940, se viera obligado a interrumpir su formación universitaria en teología y, posteriormente, que fuera condenado a un campo de trabajo (Arbeitslager) en Zerbst. El que, tras salir, tuviera que esconderse hasta que la guerra alcanzó su fin, quizá ayude a comprender la compleja relación del autor con los fantasmas de su pasado.19 Dejando de lado las huellas que esto pudo haber causado en el fuero interno del autor y que están fuera del perímetro de análisis que aquí nos interesa, el claro resultado visible fue que, salvo contadas excepciones, Blumenberg evitó realizar pronunciamientos teóricos al respecto, y esto se mantuvo como parte de una estrategia de evasión que se prolongaría a lo largo de toda su vida.

Tanto el arduo proceso de elaboración de este texto, como su decisión final de eliminarlo del borrador general, atestiguan esta complicada relación. Sin embargo, lo que este desarrollo revela de manera paralela es que el tema del nacionalsocialismo se mantuvo, tras bambalinas, como un elemento que convocaba al filósofo a la reflexión, incluso si los textos nacidos de este impulso terminaran condenados a permanecer archivados en calidad de borrador.

En realidad, Prefiguración no propone ningún tipo de teoría general sobre el mito político, sino que está dedicado al análisis de un mecanismo específico. De acuerdo con su propuesta este emerge allí donde es necesario encontrar pautas orientativas para la acción frente a circunstancias críticas donde los métodos tradicionales y el cálculo encuentran un límite. Así, mediante un estudio concreto de la estrategia militar de Hitler y Goebbels en Stalingrado, Blumenberg tematiza la función de los medios no-racionales de orientación que irrumpen allí donde las operaciones racionales han perdido su fuerza. Por supuesto, para nombrar a esta estrategia el filósofo toma prestado un término del ámbito de la tipología bíblica, donde prefiguración designa la función especular del relato bíblico, es decir, la cualidad que hace de ciertos elementos del Antiguo Testamento un mero anuncio de aquello que sólo podría manifestarse de manera plena en el Nuevo Testamento. Con ello quiere designarse a una función que permite volver manejables decisiones imposibles poniéndolas en la estela de otro evento significativo del pasado, misma que Blumenberg rastrea gracias a un recuento de los detalles que rodearon a la decisión de invadir Stalingrado. Así, a través de este caso paradigmático, el filósofo busca señalar el potencial de los mitos políticos para ofrecer resguardo simbólico.

Por su parte, el segundo texto de carácter político al que haremos referencia, escrito en la década de 1980 y titulado “Moisés el egipcio”, realiza una crítica de lo que Blumenberg denomina el “absolutismo de la verdad”. Esto hace referencia a los comportamientos que, situados en la estela de la tradición platónica, sobreestiman las virtudes de la verdad y le otorgan preeminencia sin importar las consecuencias. En esta línea de argumentación, y mediante una invectiva centrada en las figuras de Sigmund Freud y Hannah Arendt, el autor busca demostrar lo peligroso que resulta el proceder obtuso que ignora las determinaciones de las situaciones de enunciación concretas en virtud del valor inapelable de la verdad.

En concreto, el ensayo pretende mostrar la impertinencia de las afirmaciones de Freud consignadas en Moisés y la religión monoteísta —texto publicado en un momento tan crítico para los judíos como lo fue el año de 1939— y lo desatinado de las opiniones de Arendt vinculadas al juicio contra Eichmann. De acuerdo con Blumenberg, ambas instancias delatarían una falta de juicio por parte de los autores con respecto a las circunstancias históricas en las que se encontraban al momento de su publicación, así como una serie de convicciones ingenuas con respecto al valor de la verdad.20 A juicio del filósofo, esta forma de proceder guiada por el deseo irrefrenable de decir las propias verdades resulta perjudicial en la medida en que pasa por alto las consecuencias negativas que se desatan sobre aquellos que se ven obligados a escucharlas. Así, tanto la pretensión de demostrar la verdadera identidad egipcia de una figura central para la cultura judía, como la denuncia de la ilegitimidad del juicio de Eichmann —que, de acuerdo con Arendt, no debía ser llevado a cabo por una corte israelí sino una internacional—, mostraban, en última instancia, una absoluta falta de tacto y una ceguera con respecto a las situaciones excepcionales que constituían el horizonte de enunciación en el cual fueron formuladas.

Siguiendo estos dos ejemplos singulares, el filósofo busca demostrar un punto más general, a saber, que el rigor moral derivado de la adoración de la verdad oscurece los aspectos verdaderamente importantes de acontecimientos que han cobrado, en un particular momento y lugar, dimensiones míticas. Esta argumentación, en la que ciertos mitos políticos aparecen como necesarios, presenta una discontinuidad con los argumentos sostenidos en otros lugares de la obra del filósofo; en particular, con respecto a la figura de la excepción —misma que hasta entonces el filósofo había sido rechazado de manera tajante en sus discusiones con Carl Schmitt—.21 Sin embargo, lo que es más relevante para arrojar luz sobre el texto que nos interesa es que la asociación aquí desplegada, donde la verdad aparece en estrecha relación con lo que es justo y necesario, forma parte de un entramado de asociaciones más amplio que ha dado forma a buena parte de la reflexión teórica en Occidente. Una de las ramas principales de este argumento ya se había desarrollado a manera de crítica de la tradición platónica en “El concepto de realidad y la teoría del Estado”.

III

A diferencia de lo que sucede en los dos escritos publicados post mortem a los que hemos hecho referencia, en este texto no sólo se realiza un análisis de caso, sino que se delinean las bases para una teoría del Estado formulada en consonancia con una teoría de la historia. Así, el panorama esbozado por este texto parte de algunas de las premisas elaboradas con anterioridad en La legitimidad... y presenta una aproximación retórica a la política que está en consonancia con su fenomenología histórica. En términos concretos, en este caso el autor realiza una reivindicación de la tradición sofística frente a la platónica y, por vía de un recorrido que toma como protagonistas a las figuras de Nicolás Maquiavelo y Tomás Moro, esboza algunas hipótesis sobre las tendencias propias de situación de la política en la era de la técnica.

Formulada en un contexto donde los polos del debate alemán estaban constituidos, por un lado, por el pensamiento conservador o antirrevolucionario de autores como Heidegger, Carl Schmitt, Arnold Gehlen y Helmut Schlesky y, del otro lado, por la izquierda heredera de la Escuela de Frankfurt, la teoría de Blumenberg aparece como una cautelosa defensa del liberalismo y el pluralismo. Esta defensa, sin embargo, se abstiene, como veremos, de todo dejo de entusiasmo republicano.22 Dado que su posición parte de una defensa de la retórica frente a las críticas que contra ella fueron elaboradas por los herederos de la tradición platónica, tiene el objetivo último de “deshacerse de la mala fama que asocia sus funciones indispensables con el falseamiento de la verdad, [y] la manipulación de una voluntad”.23 Esta defensa de los beneficios de la retórica, formulada en los años sesenta, contrasta con un ambiente político donde se enarbolaba la demanda exactamente opuesta: dejar de las discusiones interminables y actuar. Generada con el telón de fondo de las protestas contra la guerra de Vietnam y de los movimientos a favor de la democratización de las universidades, su propuesta pretende crear la distancia necesaria para reconsiderar los presupuestos que subyacen a dicho impulso. En términos generales, abre la pregunta sobre lo que es necesario pedir y esperar en el espacio de lo público.

De este modo, el nominalismo político de Blumenberg, formulado bajo el telón de fondo de la Guerra Fría y con el antecedente de Hiroshima y Nagasaki, antepone el discurso a la acción e, incluso, sugiere la posibilidad de que sustituir ésta por aquél. Lo que se presenta con esta elaboración es, a grandes rasgos, un ensamblaje en el que la res publica deja de ser concebida como espacio de organización y acción colectiva para devenir un espacio de frágiles tensiones en el que la catástrofe puede advenir en cualquier minuto. Una vez esbozado semejante panorama, las virtudes de la retórica como herramienta para postergar el enfrentamiento fáctico adquieren un nuevo valor. Así, en contra de una concepción del Estado derivada de una ingenuidad de tintes platónicos y frente a un clima político que demandaba acciones, el filósofo enaltece a la palabra y la retórica como medios para asegurar la única demanda política innegociable: asegurar la supervivencia.

Vale la pena señalar que la tentativa del filósofo de indagar en las dimensiones históricas del “concepto de realidad” —mismo que opera a la base de la constitución estatal— tiene antecedentes. Quizá el más determinante sea el formulado en El concepto de realidad y la posibilidad de la novela, un texto surgido en 1960 con el propósito de enriquecer la noción de mundo de la vida de Husserl mediante una reflexión que apuntase hacia su dimensión histórica.24 En esta primera aproximación se describen cuatro conceptos de realidad que históricamente establecieron los presupuestos para el resto de los enunciados dentro de determinados universos discursivos.25 Primero, la realidad entendida como lo que resulta evidente (antigüedad); segundo, la realidad como lo que está garantizado por una entidad divina (medioevo); tercero, la realidad como actualización de un contexto en sí mismo (modernidad) y cuarto, la realidad como experiencia de resistencia. De ello se deriva que cada era opere bajo los presupuestos del concepto de realidad vigente. Asimismo, con dicha consideración se introduce una radical contingencia en lo real, pues al cuestionar las nociones más fundamentales que permiten distinguir de manera definitiva entre lo verdadero y lo aparente, se tensionan también las prácticas discursivas que buscaban ocultar ese vacío constitutivo. Con una sentencia tajante que carga los frutos de esta reflexión previa comienza el texto que nos convoca: “toda teoría del Estado toma su forma a partir del concepto de realidad que le subyace”.

En virtud de la historización del concepto de realidad previamente desarrollada por Blumenberg se vuelve posible comprender de mejor manera el ejercicio presentado en este texto, pues allí se presenta una exploración de las consecuencias que dichas transformaciones tuvieron en lo que respecta a la constitución y legitimación de estructuras estatales. De esta manera se explica que allí donde la realidad es considerada evidente e idéntica con el cosmos, el Estado aparezca necesariamente como naturaleza (antigüedad). A este orden de cosas responde el isomorfismo platónico entre polis, alma y cosmos, mismo que tiene como consecuencia que la verdad, la moral y la política se postulen como parte de una unidad indivisible. El núcleo del asunto está en que, mientras haya una realidad considerada última, definitiva e inapelable, como sucede en este caso, la labor del quien gobierna no podría sino ser pensada como la de un acercamiento a la verdad y el proceso de toma decisiones a ella vinculado estaría, en consecuencia, resguardado de toda imputación. Por supuesto, nos dice Blumenberg, la democracia efectiva nos muestra que ni la verdad está en el poder ni el poder en la verdad. Para explicar este quiebre que separa al mundo de hoy de la Grecia clásica, nos invita a analizar las elaboraciones de dos personajes situados en el umbral moderno de la filosofía política, es decir, el momento en el que el Estado deja de postularse como lugar de realización de la naturaleza humana o como estructura sancionada por Dios y se revela como resultado de una construcción artificial.

La Utopía de Moro (1616) y El Príncipe de Maquiavelo (escrito en 1514, aunque publicado 1532), responden a este punto de quiebre.26 Dichas obras se introducen en la argumentación de Blumenberg como instancias de reflexión política que expresan ya un nuevo concepto de realidad. En ellas es posible reconocer dos movimientos. Por un lado, un vuelco revolucionario y crítico del discurso cuya función consiste en mostrar a lo existente como contingente (Moro). Por otro, uno que revela a la política como una técnica, es decir, como una instancia que permite legitimar a posteriori las condiciones establecidas por quien ha tomado el poder y otorgarles con ello la condición de realidad. (Maquiavelo).

La consecuencia inmediata de esto es que la realidad deja de ser concebida como aquello íntimamente vinculado a la naturaleza y pasa a ser el producto de un trabajo que debe ser realizado. A partir de este momento y en adelante, el Estado quedaría ya siempre obligado a autolegitimarse, pues al haber perdido su condición de naturaleza, necesita hacer frente de manera siempre renovada a los cuestionamientos que desean romper con el orden de cosas dado. Sólo en este contexto donde la autoevidencia del Estado se ha fracturado se vuelve posible comprender el surgimiento de figura como Hobbes: es tan sólo la condición de fragilidad del Estado moderno la que lo obliga a recordarle incesantemente a los ciudadanos aquello que este último evita: guerra, crisis, muerte. Un segundo aspecto fundamental de este quiebre es que la política, al devenir técnica, pone en jaque el presupuesto de la verdad como precondición para la acción y la revela como un mero efecto de superficie. Así, el Estado platónico justificado por su cercanía a la verdad se revela, sin más, como producto de un artificio retórico generado para otorgar legitimidad a aquél que lo funda.

Como correlato de lo anterior y en consonancia con un franco rechazo de la presuposición de una verdad a la que se puede acceder de manera definitiva, Blumenberg abre paso a una actualización de la tradición sofística. La reivindicación con que quiere dotarse de una nueva dignidad a la retórica no escapa, por supuesto, a los peligros de la demagogia y la propaganda, pero esto no va en detrimento de la postulación de un nuevo tipo de política que privilegie la palabra sobre la acción. Así, en contra de las concepciones del Estado herederas del platonismo político y extendiendo hasta el presente la senda inaugurada por los sofistas, Blumenberg nos propone pensar a la retórica como herramienta necesaria para lidiar con los problemas que se presentan sobre la base de un concepto de realidad distinto.

De allí que su crítica a Carl Friedrich von Weiszäcker, físico e investigador de Paz que había defendido la necesidad de una nueva moral para lidiar con el desarrollo tecnológico, pase por el señalamiento de que la política se ha vuelto una técnica como cualquier otra y, en esta medida, la moralidad no puede sino quedar separada de ella. El resultado de esta afirmación es que la única paz posible es la proporcionada por la autorregulación retórica. En consecuencia, lidiar con la nueva técnica de la política implicará asegurar progresivamente las reglas institucionalizadas del intercambio de palabras e informaciones, es decir, del intercambio de acciones hipotéticas que no serán necesarias. Por ello, sugiere Blumenberg, en un mundo de destrucción mutua asegurada, la decisión debe dejar paso a la simulación.

Esta propuesta de Blumenberg ha sido interpretada por Bajohr como una aproximación a la política en términos de lo que Werner Hamacher designa como actos de habla aformativos o anti-performativos. Estos serían aquellos enunciados que se caracterizan por evitar la concreción de cualquier perlocución, o dicho de manera llana, aquéllos que no postulan sino que deponen. Con ello no se quiere indicar que la fuerza ilocutiva de dicho enunciado resulte en una perlocución pasiva o negativa, sino que la conclusión del efecto con él buscado queda pospuesta de manera indefinida.27 Su función sería, a falta de una verdad absoluta, crear apariencias aceptables para navegar el conflicto mediante soluciones provisionales. Con ello, Blumenberg se enfrentaría tanto al decisionismo de Schmitt y a las teorías que privilegian las acciones por sobre el discurso (Marx), como a la tradición que postula a las palabras mismas como acciones (Arendt, Habermas). De esta manera, y a través de una inversión radical de la teoría de los actos de habla de Austin,28 Blumenberg desprecia lo que las palabras hacen para mostrar lo que las palabras evitan.

En suma, en lo que refiere a la política, Blumenberg presentaría una defensa de la suspensión de las acciones por medio del lenguaje. Mediante una inversión del realismo político tradicional y en contra de la política como decisión, postula a la política eminentemente como retórica.29 De acuerdo con su argumento, sólo este proceso de neutralización técnica de la política donde las acciones son sistemáticamente pospuestas, desactivadas o diferidas, hace posible la estabilidad y predictibilidad necesarias para preservar el mundo humano en el siglo XX.30

Con ello llegamos al último estadio histórico del análisis de Blumenberg, donde se aborda el proceso antes descrito en el contexto del proceso de integración global. Por supuesto, aquí comienza a hacerse patente que el Estado está perdiendo preeminencia en favor de otro sistema que lo reemplaza como ámbito crítico para la toma de decisiones, a saber, la economía. En última instancia, las consecuencias del proceso de erosión de la autoevidencia del Estado señalan que ha comenzado lentamente la coronación de la economía como núcleo mismo de lo político. Esto no sólo se hace patente en la prioridad asignada por todos los gobiernos a la estabilidad económica sino en el hecho de que, en última instancia, ella es ahora la única capaz de asegurar las condiciones necesarias para que los gobiernos operen. Con ello, el papel del Estado ha quedado reducido a aquel de mantener las condiciones de transparencia impuestas por las necesidades de la economía hegemónica.31 A pesar de que la supuesta irrelevancia del Estado sea un tema todavía abierto, lo cierto es que esta descripción de la alteración fundamental del equilibrio entre las fuerzas políticas y las económicas aparece a la mirada del siglo XXI como una profecía consumada.

IV

El proceso antes descrito, cuyo telón de fondo es la disolución del Estado y el surgimiento de estructuras supranacionales de regulación, implica también una consideración sobre el valor de la democracia parlamentaria en tanto caso emblemático del perpetuo diferimiento de la decisión. En estas páginas, todo lo que Carl Schmitt le parecía detestable del parlamentarismo —su aplazamiento de la decisión y su diálogo interminable— aparece iluminado favorablemente por la pluma de un filósofo que considera ya digno de celebración que esta postergación tenga lugar. Bien visto, esto no es sino un triunfo rotundo frente al escalamiento del conflicto que podría en cualquier momento acabar con la humanidad. Así, allí donde toda acción violenta conlleva mayor riesgo que beneficio, la postergación resulta eficaz como medida para ralentizar el enfrentamiento. Por ello, en un mundo amenazado por las tensiones nucleares de la Guerra Fría, el liberalismo es transformado en un arte de las distancias que se postula como la única alternativa para hacer lo que es preciso y asegurar un espacio seguro para el desarrollo de la vida. La política, sin embargo, se convierte con ello en un espacio de regulación que tan sólo espera poder seguir esperando, es decir, un ámbito donde el elemento de deseo productivo o de pulsión erótica quedan por principio excluidos.32

En este argumento que describe el desarrollo inmanente del Estado y que apunta hacia su obsolescencia, Blumenberg realiza una operación muy particular que no debe dejarse de lado. Digno de atención es que, una vez devenida técnica de la discusión interminable y trasladada al ámbito de la retórica, la política cumpla su función operando como solución provisional para mantener a raya la amenaza de lo real. Esto, de manera inesperada, obliga a la palabra a cumplir una función análoga a la figura teológica que obsesionó por décadas a Carl Schmitt: el katechon. Tomada del corpus paulino (2 Tes 2 2-6), esta figura hace referencia a la entidad que retrasa la llegada del Anticristo, es decir, a la potencia que hace posible la historia por vía de retener a las fuerzas de la iniquidad que llaman a la puerta. Por supuesto, estas últimas aparecen en la elaboración schmittiana asociadas con el proceso inmmenentización de la salvación y de clausura inmanente de la historia; condiciones que, en la elaboración de Blumenberg, funcionan a manera de punto de partida.

Para el jurista, el katechon sería aquella entidad que soporta el peso del mundo, prorroga el apocalipsis y se opone a la promesa de Pax et securitas del Anticristo. Por lo anterior, sería el elemento que se contrapone al reino de la planeación, la tecnología y la estandarización de la vida que Blumenberg describe como consecuencia del proceso de disolución del Estado. En una entrada de su diario aparece descrito en los siguientes términos “El katechon es la carencia, el hambre, el deseo y la impotencia”,33 es decir, la condición permanente del ser humano tras la Caída y aquello que permite a la historia avanzar sin cerrarse sobre el plano de la mera inmanencia.34 En tanto pieza de una argumentación que buscaba demostrar la posibilidad de reconciliar conciencia histórica y fe escatológica, las potencias retentivas del katechon ofrecen a Schmitt argumentos para actualizar las palabras de Pablo y, frente al avance de las potencias del progreso y del liberalismo, repetir su sombría advertencia: “cuando los hombres digan Paz y seguridad, entonces les sobrevendrá la perdición, como los dolores a la mujer encinta” (1 Tess 5:3). Para Blumenberg, en cambio, la retórica parece ser la depositaria de esa función katechonica, pues sólo ella permite posponer la concreción de toda acción y, con ello, reducir los riesgos de una potencial catástrofe. La paz lograda por esta regulación inmanente, nos advierte el filósofo, no puede reclamar para sí la dignidad de la paz producida por los grandes esfuerzos humanos, pero al menos garantiza las condiciones mínimas para asegurar la mera supervivencia.

En 1974 Schmitt y Blumenberg intercambiarían una carta sobre el tema del katechon. Allí, el segundo cuestionaría si este poder que detiene los eventos finales en sí misma una idea escatológica o, antes bien, una justificación para la ausencia del retorno del Señor anunciado por los primeros cristianos.35 De acuerdo con el filósofo, tanto la teología del Pablo bíblico, como la de Juan, se vieron obligadas a lidiar teológicamente con la ausencia del fin de los tiempos y a transformar la promesa escatología original en una promesa del aplazamiento del fin, un proceso en el que la Iglesia terminaría asociada con el katechon como consecuencia de la subsunción del cristianismo por el Imperio. Por lo tanto, ésta no sería, como Schmitt declaraba, una figura que conciliaría escatología e historia, sino una forma de lidiar con la ausencia de la llegada de la salvación.

Independientemente de lo que se quiera hacer de esta disputa, resulta llamativo que Blumenberg, en un gesto análogo al de Pablo y Juan, al constatar que lo que se esperaba ha quedado vedado, entone una plegaria para “ganar tiempo”. En ambos casos se apuesta por defender aquello que retiene y blandir las potencias negativas para sostener un mundo sobre la base del no-todavía. En ambos casos, cuando las grandes ilusiones se vieron decepcionadas, la única alternativa fue entregarse con diligencia a la labor de mantener las condiciones mínimas para sustentar lo existente. De ahí que, frente al potencial destructivo del enfrentamiento nuclear, Blumenberg realice, a contracorriente, una apología del viraje retórico.

Sin menospreciar el potencial de la palabra como herramienta para evitar la crisis, este arte de las distancias resultaría, a un lector contemporáneo, cuando menos, controversial. A un lustro de la publicación de este texto, ciertamente no sorprendería la reticencia a usar el ejemplo de las estructuras supraestatales para ilustrar las bondades del artificio al nivel de la palabra. Ellas funcionarían, antes bien, como ejemplo de que existen dispositivos tras bambalinas para determinar aquellos casos en los que la palabra depone y aquellos en los cuales impone. Quizá haya todavía que considerar qué condiciones han sido aseguradas por el intercambio de informaciones y preguntarse si la mentalidad ajedrecística ha de hecho cedido como consecuencia racional del proceso. Con todo, frente al paradójico desarrollo de las potencias que Blumenberg veía aparecer con claridad en el horizonte y que forjan hoy nuestros destinos, este texto tiene la virtud de mostrar las raíces de lo real bajo una nueva luz y, con ello, volver vigente la pregunta sobre el tipo de relación entre palabras y acciones que colaborarían hoy con la humilde tarea de permanecer. En cualquier caso, e incluso de este lado de la decepción de su alcance, la labor de sostener el mundo continuará dependiendo de palabras. Ya antes de Blumenberg, Tertuliano contaba con el poder de la palabra para evitar que el cielo colapsara sobre la tierra. En Cartago, oraba por la permanencia del mundo [pro statu saeculi], la paz de las cosas y el retraso del fin [pro mora finis].

Bibliografía

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1 Ver Hans Blumenberg. “Wirklichkeitsbegriff und Staatstheorie”, Schweizer Monatshefte, Vol. 48, Nº 2, 1968-1969, pp. 121–146.

2 Ver Ernst Müller y Falko Schmieder. Begriffsgeschichte und historische Semantik. Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2016, pp.132–138.

3 Hermann Lübbe. “Der Nationalsozialismus im deutschen Nachkriegsbewußtsein”, Historische Zeitschrift, Nº 236, 1983, pp. 579–599, acá p. 594.

4 Los primeros dos borradores de este texto se encuentran actualmente en DLA Marbach (“WST” y “WST II”) e iluminan algunos puntos que en la formulación final resultan enigmáticos. Para un análisis al respecto, ver Hannes Bajohr, “Die verblassende Wirklichkeit des Staates. Zur politischen Theorie Hans Blumenbergs”, en Id. y Eva Gaulen (eds.): Blumenergs Verfahren. Neue Zugänge zum Werk. Göttingen, Wallstein, 2022, pp. 197–232.

5 Ver Rüdiger Zill. Der absolute Leser: Hans Blumenberg; Eine intellektuelle Biografie. Berlin, Suhrkamp, 2020, p. 300.

6 Ver Hans Blumenberg. La legitimación de la Edad Moderna. Madrid, Pre-textos, 2008.

7 Ver Hans Blumenberg. Die Genesis der kopernikanischen Welt. Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1975. No existe traducción al español.

8 Ver Hans Blumenberg. Trabajo sobre el mito. Barcelona, Paidós, 2003.

9 Ver Hannes Bajohr, “Die verblassende Wirklichkeit des Staates. Zur politischen Theorie Hans Blumenbergs”... p. 199. Esto puede hacerse siguiendo las pautas establecidas por Jean-Claude Monod quien, a diferencia de los autores mencionados, se abstiene de una lectura en clave retrospectiva y vincula este texto antes con la fenomenología histórica que con las elaboraciones antropológicas tardías. Jean-Claude Monod, “Préface”, en Hans Blumenberg: Le Concept de réalité. Paris, Le Seuil, 2012.

10 Ver Hannes Bajohr. “Die verblassende Wirklichkeit des Staates. Zur politischen Theorie Hans Blumenbergs”... p. 198.

11 Ver Franz Joseph Wetz. Hans Blumenberg: modernidad y sus metáforas. Valencia, Novatores, 1996.

12 Ver Celina María Bargagnolo. “Secularization, History and Poliltical Theology: The Hans Blumenberg and Carl Schmitt Debate”, Journal of the Philosophy of History, Vol. 5, 2011, pp. 84–104; Pini Ifergan. “Cutting to the Chase: Carl Schmitt and Hans Blumenberg on Political Theology and Secularization”, New German Critique, Vol. 37, Nº 3, 2010, pp. 149–171.

13 Ver Angus Nicholls. “Hans Blumenberg on Political Myth: Recent Publications from the Nachlass”, Iyyun, Vol. 65, Nº 1, 2016, pp. 3–33.

14 Archivo que una persona deja después de su fallecimiento y que son heredados por sus sucesores legales.

15 Ver Hans Blumenberg. Präfiguration. Arbeit am politischen Mythos. Berlin, Suhrkamp, 2014; Id.: “Moses der Ägypter”, en Id.: Rigorismus der Wahrheit. “Moses der Ägypter” und weitere Texte zu Freud und Arendt. Berlin, Suhrkamp, 2015, pp. 9-21.

16 En realidad, aunque en ninguno de los dos casos pretendió Blumenberg generar algo así como una teoría omnicomprensiva del mito político, su amigo y colega Odo Marquard sí tomaría algunos de los planteamientos elaborados en distintos lugares de su obra para trazar las bases de una teoría política en la que el politeísmo aparecería como alternativa a la elaboración schmittiana y a la primacía de la decisión soberana. Ver Odo Marquard. “Lob des Polytheismus. Über Monomythie und Polymythie”, en Hans Poser (ed.): Philosophie und Mythos. Ein Kolloquium. Berlin, De Gruyter, 1979, pp. 40–58; Id. “Aufgeklärter Polytheismus auch eine politische Theologie”, en Jacob Taubes (ed.): Der Fürst dieser Welt. Carl Schmitt und die Folgen. München, Fink, 1983, pp. 77–84.

17 Götz Müller. “Hans Blumenberg, Arbeit am Mythos”, Zeitschrift für deutsche Philologie, Nº 100, 1981, pp. 314-318, citado en Hans Blumenberg: Präfiguration…, p. 78.

18 Hans Blumenberg a Götz Müller. 20 de julio de 1981, citado en Hans Blumenberg: Präfiguration…, p. 62.

19 Ver Rüdiger Zill. Der absolute Leser…, p. 89.

20 En concreto critica las afirmaciones hechas en Sigmund Freud. Moisés y la religión monoteísta. Buenos Aires, Amorrortu, 2015; y Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén. México, Debolsillo, 2016.

21 En la disputa con Schmitt, Blumenberg se negó a reconocer la arbitrariedad de la decisión soberana como parte constitutiva de lo político. Sin embargo, como ha señalado ya Angus Nicholls, en la argumentación aquí desplegada se defiende el carácter mítico de la figura de Eichmann y la necesidad de reconocer estados de excepción para la norma jurídica, lo que obligaría a una reconsideración del asunto. Ver Angus Nicholls, “Hans Blumenberg on Political Myth…”, p. 29.

22 Para un análisis detallado de la posición de Blumenberg en este horizonte, ver Felix Heidenreich. “Political Aspects in Hans Blumenberg’s Philosophy”, Aurora, Nº 41, 2015, pp. 521–537.

23 Hans Blumenberg. “El concepto de realidad y la teoría del Estado”, Conceptos Históricos, Nº 14, 2023.

24 Ver Hans Blumenberg, “El concepto de realidad y la posibilidad de la novela”, en Id.: Literatura, estética y nihilismo. Madrid, Trotta, 2016, pp. 123–147.

25 Ver Hannes Bajohr. “Die verblassende Wirklichkeit des Staates. Zur politischen Theorie Hans Blumenbergs”... p. 205.

26 Ver Tomás Moro. Utopía. México, Fondo de Cultura Económica, 2016; Nicolás Maquiavelo. El Príncipe. Madrid, Akal, 2010.

27 Ver Werner Hamacher. “Afformativ, Streik”, en Christiaan L. Hart Nibbrig (ed.): Was heißt Darstellen? Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1994, pp. 340–371.

28 Ver John Langshaw Austin. How to Do Things with Words. Oxford, Oxford University Press, 1962.

29 Ver Hannes Bajohr. “Die verblassende Wirklichkeit des Staates. Zur politischen Theorie Hans Blumenbergs”... p. 220.

30 De acuerdo con el mismo Bajohr, el optimismo frente a la capacidad de autorregulación inmanente de la política mediante la retórica fue suplantado por una visión más pesimista en años posteriores. Ver Hannes Bajohr. “Die verblassende Wirklichkeit des Staates. Zur politischen Theorie Hans Blumenbergs”... p. 229. Ver también Hans Blumenberg. “Una aproximación antropológica a la actualidad de la retórica”, en Id.: Las realidades en que vivimos. Barcelona, Paidós, 1999, pp. 115–142.

31 En esto, algunos autores han visto una afinidad de Blumenberg con los teóricos del mercado libre como Friedrich von Hayek (Hannes Bajohr. “Die verblassende Wirklichkeit des Staates. Zur politischen Theorie Hans Blumenbergs”. p. 214) y otros han visto, más bien, una aprobación fatalista del hecho del gobierno de la economía (Jean-Claude Monod, “Préface”).

32 En esto, Heidenreich ha visto la marca de las teorías individualistas que resultaban aceptables para el liberalismo escéptico de Alemania Occidental, pero cuya predisposición a partir siempre del sujeto las obligaba a renunciar a una concepción fuerte de comunidad. Ver Felix Heidenreich. “Political Aspects…”, p. 536.

33 Carl Schmitt. Glossarium. Aufzeichnungen der Jahre 1947-1951. Berlin, Duncker & Humboldt, 1991, p. 206. La traducción es propia.

34 Ver Carl Schmitt. “Tres posibilidades de una concepción cristiana de la historia”, Arbor, Nº 62, 1951, pp. 237–241, especialmente pp. 239-240.

35 Ver Hans Blumenberg y Carl Schmitt. Briefwechsel 1971-1978 und weitere Materialien. Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2007, p. 131.