El método Rousseau

Julia Rabanal

juliadiaz2@hotmail.com

Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina

Reseña de Emilio Bernini. El método Rousseau. Un dinamismo de los conceptos. Buenos Aires, Las Cuarenta, 2021, 352 pp.

Rousseau pertenece a ese grupo de autores que son siempre sistemáticamente mal leídos”. Con esta cita extraída de “La retórica de la ceguera”, artículo publicado por Paul de Man en 1971, Emilio Bernini desliza el objetivo que persigue en El método Rousseau. Un dinamismo de los conceptos.1 Partiendo de aquello “impensado”, que al ser pronunciado se oculta en su misma enunciación, el autor realiza un minucioso estudio, escudriñando en los pliegues de la historia el tratamiento que se ha hecho del filósofo ginebrino al respecto de la dificultad de otorgarle una determinada etiqueta con la cual catalogar su pensamiento.

Abre este volumen “La querella de las interpretaciones”, base e hilo vertebrador del despliegue que Bernini lleva a cabo partiendo desde el intenso recorrido con el cual nos pone en conocimiento sobre la búsqueda de una unificación y sistematización de la obra de Rousseau, iniciada desde comienzos del siglo XX. Autores como Ernst Cassirer y Gustav Lanson han discutido al respecto de la existencia de una “unidad dialéctica” o “un pensamiento vivo” en relación a las condiciones de vida de Rousseau, dando paso a formulaciones como la de Victor Goldschmidt, quien propone una “sustancial” en base a un proceso de crecimiento hacia un sistema, y Jean Starobinski, quien sostiene que la unidad se encuentra en la persona, en el sentido biográfico, y en el sujeto, en el sentido analítico. A partir de la presencia de Althusser, la querella toma un nuevo vuelo con la noción de décalage, la cual permite, según Bernini, comprender que aquellas “contradicciones” formadas a partir de la heterogeneidad en la formulación de una misma noción no constituyen un límite teórico sino un modo de funcionamiento de los textos, orientado hacia un modo de pensar filosófico que cuestiona el propio rol en el sentido ilustrado. Esa denegación en la que se mueve el pensamiento de Rousseau sirve a los propósitos de su argumentación, en tanto delata aquello que es inconmensurable a la conciencia, lo “impensado” pero legible en las operaciones discursivas que se realizan. De esto se nutrirá Jacques Derrida para discutir lo que Bernini llama la “posición discursiva” de Rousseau en cuanto al lugar que ocupa, según el filósofo francés, dentro de los racionalismos del siglo XVII, en tanto aquello “impensado” se referiría a la noción de sentimiento interior, una suerte de “cogito sensible” que lo acercaría a la tradición empírica-sensualista. De aquí surge la invención del concepto de origen, que será de vital importancia para el análisis de Bernini. Finalmente, con Paul de Man llegamos al punto de partida, donde la crítica al logocentrismo de Derrida es desplazada en virtud de considerar que el lenguaje en todas sus modalidades discursivas es ficticio, no referencial y antimimético, y por ende autotélico, en tanto su referencialidad es hacia sí mismo y sus lecturas.

En una segunda parte, nos encontramos con la propuesta del giro metodológico, bajo el cual se agrupa una serie de estudios realizados en la primera década de este siglo, que investigan esta “herencia” filosófica, así como la elaboración conceptual que Rousseau realiza en ese mismo marco. Veremos la idea del papel decisivo que cumple el método a la hora de “entender y apreciar” las tesis de la filosofía de Rousseau, sostenida por Martin Rueff, ser alimentada por la variabilidad en la dinámica de la conceptualización que éste debe comportar, según Gabrielle Radica, siendo entendido así como “antiuniversalista”. En este movimiento, puede observarse la evolución de las decisiones metodologías que Rousseau realiza, de acuerdo con André Charrak, en tanto se sirve de los filósofos de su época al mismo tiempo que se distancia de ellos, todo lo cual conduce a un “antimétodo”, constitutivo de la “última filosofía”, que le permitirá la revisión, juicio y consideración de sus propias tesis y conceptos. A partir de aquellas comparaciones, es cómo podemos dar cuenta, en palabras de Bruno Bernardo, de que es en la formulación de las objeciones donde Rousseau elabora su concepto.

El giro metodológico es el camino que se abre para Bernini bajo la forma de un estudio de la filosofía de Rousseau, como metodología, como trabajo del concepto, como procesos de formulación, de revisión y de reelaboración constante de sus proposiciones. Sobre esta visión se construyen los sucesivos capítulos que componen este libro, en los cuales se irán entremezclando, además, algunas de las ideas que recoge de la querella, en el constante coqueteo con las fuentes de las cuales Rousseau se nutre. Pero a la vez, dichos capítulos componen un “mapa del tesoro” que muestra al lector atento pasadizos secretos que llevan a una lectura novedosa del pensamiento del filósofo de Ginebra. Es así como vemos en el capítulo 1 tratar la problemática de la corrupción que las ciencias y el arte traen al plano político-social. En el capítulo 2, el concepto de origen sirve de fuente entre el lenguaje y la sociedad pero pone a la vez el acento en resolver la brecha entre ambos a partir de la ficcionalidad, concepto que es retomado en los capítulos 4 y 5, pero desde casos de estudio como Emilio, el cual presenta la particularidad de combinar tópicos diferentes, no pudiendo ser etiquetado bajo ningún género literario, y Julie o la pequeña Heloisa, que estudia la ficción desde la perspectiva de la retórica clásica desde la novela epistolar. Ya para este momento, en el capítulo 3, Bernini nos ha advertido de una “variación de procedimiento”, en tanto veremos surgir el concepto de sentimiento interno, que permite elaborar una genealogía en la cual veremos interactuar textos como Notas en refutación de Helvetius, La profesión del vicario saboyano y Letras morales, entre otros. Finalmente, los capítulos 6 y 7 se enfocan en los llamados “escritos de si” o autobiográficos de Rousseau (Confesiones, Rousseau, Juez de Jean-Jacques, Diálogos y Ensoñaciones del paseante solitario), donde reconecta con su primera filosofía, a la vez que, a modo de conversión agustiniana, realiza una “transfiguración” en cuando a su yo y las derivas que éste presenta. En sintonía con Rousseau, Bernini reflexiona aquí sobre la imposibilidad que padeció al intentar encontrar un lector idóneo con quien discutir, y de ahí este movimiento solipsista a partir del cual solo encuentra refugio en sí mismo y en sus constantes cavilaciones. Considero que esta última parte del libro es uno de sus puntos más fuertes, junto con el inmenso trabajo de autores contemporáneos a Rousseau que acompaña cada uno de los pasos argumentativos que Bernini lleva a cabo.

La lectura y adquisición de este volumen sería de gran valor para el estudioso de Rousseau, sin lugar a dudas, pero me atrevería a decir que también sería de gran interés para quien se dedique al estudio de la historia conceptual. En mi lectura, he encontrado ciertas reminiscencias que podrían contribuir con el desarrollo de líneas de análisis y confrontación con la metodología utilizada por esta disciplina, la cual cuenta con autores como el citado Jacques Derrida como parte de su elenco teórico, interesados en el análisis del discurso. En este sentido, la elaboración conceptual que realiza Rousseau, expuesta por Bernini a lo largo de su texto, brindaría aportes nuevos que enriquecerían lo discutido por las distintas escuelas que componen dicho enfoque, destacándose la escuela francesa, sobre todo bajo la premisa de que recibe también el nombre de historia de los lenguajes políticos.


1 Paul de Man. “La retórica de la ceguera: Jacques Derrida y la lectura de Rousseau”, en Id.: Visión y Ceguera: Ensayos sobre la retórica de la crítica contemporánea. Río Piedras, Universidad de Puerto Rico, 1991, pp. 115-157.