Introducción

Antropología del Capital

 

Por Andrés Dapuez[1]

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Cómo citar este artículo: Dapuez, Andrés (2022). “Introducción. Antropología del Capital”, Etnografías Contemporáneas, 8 (14), pp.108-113

 

 

¿Qué es el capital para la antropología del siglo XXI? ¿Es lo mismo que para la economía, para la historiografía económica, la sociología o los movimientos sociales anticapitalistas? A partir del conjunto de los textos que conforman este dossier intuyo que se podrán identificar aspectos elementales para continuar fructíferamente la investigación sobre estas preguntas. Las trayectorias que realizan sus autores son, por supuesto, distintas y personales, sin embargo,  todas ellas enfatizan sus progresiones hacia zonas desconocidas. Sus resultados parciales discuten abiertamente lo que sabíamos sobre nuestro objeto: el capital. La doxa sobre el capital es, en cada caso, acometida y reconfigurada de manera novedosa.

El texto de Jane Isabel Guyer que traduje es excepcional, en varios sentidos del adjetivo. Llega al lector en castellano, trayendo un conjunto de apreciaciones raras para la antropología económica pero no por ello menos acertadas. Se trata de un análisis de gran profundidad conceptual. En él, las ciencias económicas y la antropología sociocultural se relacionan complementándose con una prolijidad extravagante, específicamente en el objeto “unidad doméstica” (término que he elegido para traducir household), objeto del cual ambas disciplinas, a fines de la década de 1990, presentaban avances considerables: unos principalmente de mano de la tercera generación de la escuela económica de Chicago y los otros alcanzados por la subdisciplina antropológica que dio en llamarse the Anthropology of Household. 

No parecen ser muchas las investigaciones antropológicas sobre las microeconomías de las unidades domésticas y, mucho menos, los productos interdisciplinarios realizados entre economistas y antropólogos, que dieran cuenta de la unidad doméstica como objeto autónomo de planificación, decisión e inversión en la Argentina. Las razones son varias pero el conservadurismo político de Gary Becker (Premio Nobel de Economía 1992 y fundador, junto a Jacob Mincer, de la denominada Modern Household Economics) me ha sido referido varias veces, por parte de economistas argentinos, como explicación para la ausencia de contribuciones sobre las microeconomías de las unidades domésticas en colaboración con otros colegas de las diversas humanidades y ciencias sociales.

Salvada esa barrera ideológica, un análisis conceptual, por así decirlo, o una ardua marcha hacia el interior de ambas teorías espera, si queremos no solamente entender sino también beneficiarnos del texto de Guyer. Así, las o los lectores podrán comprobar que existen muchos conceptos que se presentarán con sus dificultades de jerga científica, a veces como shibboleth o marca identitaria, para controlar el flujo hacia lo más profundo del razonamiento de la antropología económica; otras, como términos de una lingua franca que, por suerte, no termina de cristalizarse y permite armar puentes flexibles y móviles entre Antropología y Economía. Valga entonces una enumeración e instrucciones de uso y lectura de éstos textos.

Pongo con mayúsculas Antropología y Economía, según el uso en inglés, para distinguir en el último caso “Economics” de “economy”. Mientras que la última palabra refiere mucho más a lo que se entiende hoy en día como “economía real” (Neiburg y Guyer, 2019), “economics” no deja de denotar a algún tipo de saber, reflexión y práctica de las ciencias económicas. También, deduzco, existe una implícita diferencia entre los saberes de la Political Economy, por un lado, de la  Economics, por otro, que queda marcada en la elección de los términos. Por lo tanto, va en mi traducción “Economía” (con mayúsculas) por “Economics” (por ejemplo en el título). 

Algo similar ocurre con los dos primeros sustantivos del título: “endowments and assets”. Se trata de dos conceptos específicos de Economía, difícilmente traducibles como “Fondos y Activos” de capital. La dificultad del primero consta en la legislación de los distintos países que regula la constitución de esos fondos como maquinarias legales que a su vez regulan, o pretenden regular, una dotación de capital cuya administración y control debería asegurar un retorno económico permanente e incremental con respecto a la inversión inicial. No obstante, y contra las presuposiciones normativas, un capital no es algo que tienda a su valorización infinita, sino que puede colapsar, disminuir y desvanecerse, por otra parte, como cualquier otra cosa en este universo. Esta contingencia, dogmáticamente prohibida por el credo, a veces marxista, a veces neoliberal, en la naturaleza sublime del capital que lo define a priori como sin límites, proyecta antes el fin (ambiental, social o político) del mundo que de un cálculo aproximado de sus tasas de retorno. El fin del capital es una cantidad a determinar,  pero su teología es mucho más ambiciosa.

El texto de Guyer poco dice de estas presuposiciones macro-económicas. Al contrario, su vocación por lo micro y por hacer visibles y pensables los fondos y activos de los pobres proyecta un “suavizado de ingresos” hasta en las familias indigentes. Esta noción, a veces de creatividad contable, otras directamente de las presuposiciones del largo plazo económico, se refiere a la distribución de ingresos a lo largo del tiempo para controlar la alta volatilidad, en tanto y en cuanto esta última afectará la variabilidad de las ganancias.

¿Pobres con capital? Sí.

En la página 120, Guyer señala que,

“[e]l trabajador sin tierra más pobre puede desarrollar un portafolio de activos, y el carecer de cada una de estas inversiones es un signo no solamente de pobreza, sino de total indigencia”.

En vez de segregar lo qué es político de lo que es una cierta economía, vuelvo al compuesto inestable de la Economía Política como disciplina esquizoide. Guyer se adentra en la lógica económica de la política, a veces (p.126)  poniendo en claro que dicha lógica depende de un “repertorio” (palabra muy cara a Guyer) colectivo e internacionalizado por los hacedores de políticas, otras, directamente presuponiendo la importancia de las ciencias económicas en las reflexiones sobre lo que termina denominándose “Economía” (“economics” en este texto en inglés) principalmente de la unidad doméstica.

Probablemente, el capítulo de Guyer sea para el lector argentino una pieza de época. Sin embargo, no creo que no pueda rescatar un par de conceptos, sobre todo el de “inversión”, para volver más precisos los trabajos futuros sobre familias y unidades domésticas. Quedarse en la lógica de los estudios de la antropología anti-económica, o aneconómica (denomino con este neologismo a cualquier interpretación que ignore los aspectos económicos de un fenómeno y que, a diferencia de las anti-económicas, no represente una oposición a una supuesta economía), tampoco parece traer grandes resultados al conjunto de las ciencias sociales. El movimiento, o como dice Guyer “la posición polémica que estos “padres fundadores” [Malinowski y Mauss] tomaron en contra de las tendencias de la Economía para universalizar lo que ellos vieron como modos de racionalidad particulares –y occidentales.”, podría ser complejizado en pos de una mayor precisión del análisis. La economización de la vida que los grandes avances del monetarismo implicaron para las otras áreas (por ejemplo, las sociológicas, en el caso de Becker) ya no solamente son hoy en día parte de la vida cotidiana de millones de personas. Si bien las sociedades van cambiando día a día, al priorizar los saberes económicos por sobre otras ciencias, lo que se denomina de manera difusa como “la economía”, como orden humano de la experiencia, no simplemente homogeneiza y simplifica la experiencia humana. Por el contrario, ha sido transformada en un saber cada vez más plural y complejo. Aun en ámbitos, como el de la unidad doméstica, que se consideran apresuradamente como conocidos a priori, o como base epistemológica del sentido común cotidiano, el estudio de las aneconomías, antieconomías y economías plurales podría echar mucha luz sobre cómo las expectativas de retorno de estos microcapitales, o como Guyer los llama “activos de pequeña-escala”, construyen nuestro presente y futuro.

La traducción del artículo de James Ferguson, “Política proletaria hoy. Sobre los peligros y las posibilidades de la analogía histórica”, nos presenta una apuesta similar: ya no deteniendo los mecanismos para purificar conceptualmente capitales y situarlos en los tiempos y en los lugares correctos, específicamente en la Inglaterra que diera origen a la Economía Política, sino para desestabilizar definitivamente la consecuente aplicación canónica de la depurada analogía “proletariado”. El proletariado de Marx, Engels, Lenin, etc., nos dice Ferguson, no es más que un término metafórico, una analogía que el mismo Karl Marx utilizara para constituir a un sector de la población en el siglo XIX, diferenciándolo de otros (principalmente del lumpen y de la burguesía). Para ello recurre a la analogía “original”, a la que usa también Marx, de la antigua Roma.

La noción del proletario romano, ese ciudadano sin propiedades, para decirlo más correctamente sin muchas propiedades, y sobre todo sin propiedades inmuebles,  le sirve a Ferguson para desarmar preconceptos fundamentales, por los cuales se representan las contemporáneas clases urbanas desposeídas. En Sudáfrica, nos dice, el uso de esa palabra inmediatamente confunde a quien la escucha porque se trafica en ella una imagen no solamente anacrónica sino también desubicada: la de un asalariado que lucha por sus derechos como parte de la clase trabajadora.

En resonancia con los textos “intempestivos” de Nietzsche  “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” y   “Usos y abusos de la historia para la vida”,   James Ferguson compara analogías históricas, demarcando usos más o menos depurados, principal pero no exclusivamente por el marxismo, de una construcción heroica (y también extemporánea) de la clase trabajadora. De otra manera, si se continúa en esta línea del idealismo alemán y se desconoce sistemáticamente la información de la empiria, dicha clase idealizada será solamente un fantasma que asuste cada vez menos. En palabras del autor: “la diversa colección de ciudadanos romanos considerados bajo la antigua categoría del censo como "proletario" se parecía menos al "proletariado" asalariado y respetable de Marx que a las "impurezas" que él sistemáticamente limpió. Es decir, se parecía bastante al muy despreciado Lumpen proletariado de Marx.

 ¿Qué pasaría si la política que sigue del descubrimiento de las similitudes con el caso romano se hiciera más evidente para el Sur Global? ¿Qué ocurriría si en vez de perseguir una fantasía de pleno empleo, situada en la Euro-América de fines del siglo XIX y principios del XX, los proletarios de hoy en día ejercieran sus prerrogativas de movilidad y demandaran mejores condiciones de vida aquí y ahora? Dichas preguntas emergen del texto y proyectan futuros divergentes para las distintas sociedades contemporáneas.

Las consecuencias para imaginar las formaciones sociales del nuevo proletariado post-marxista y, consecuentemente, del capital, no dejan de ser acá y en el texto de Ferguson tentativas. Espero que el giro que nos propone Ferguson, o mejor dicho la vuelta a lo comparativo   en ciencias sociales, sea el recurso vital de la antropología socio-cultural. Como así también, de las demás ciencias y los autodenominados “movimientos sociales”. Mi expectativa de que la propuesta de Ferguson motive un retorno al abordaje comparativo se basa en el título pero llega hasta sus últimas conclusiones. Si bien el artículo no tematiza al capital, sí discute a su doble siniestro, o mejor dicho, a la figura invertida de un proletariado actual como población sin propiedades (ni capital). Las instrucciones de “uso” que James Ferguson propone para la metáfora y/o analogía “proletariado” seguramente nos servirán para los otros términos.

Mariano Perelman nos ofrece algunas interpretaciones sobre cómo el dólar, en tanto dinero-capital, genera formas de valor que van mucho más allá de las económicas. Para mostrar la importancia de una cuestión ideológica sobre el dólar como signo identitario, tanto de la burguesía como de la pequeña burguesía argentina, refiere a bibliografía de las clases medias, más específicamente a la relacionada con la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Su principal trabajo empírico transcurre en CABA, durante el período de surgimiento del primer “cepo cambiario”, desde octubre del 2011 hasta 2015, y su mayor logro es mostrar cómo se transforma dicha moneda en sujeto de acción política que “logra articular una serie de demandas y formar una frontera social entre grupos en un tiempo y espacio determinado: la ciudad de Buenos Aires entre 2011 y 2015”. Si bien sostiene que “participar de las protestas entre 2011 y 2015 y demandar por el dólar, y sentir, vivir y hablar políticamente de crisis fue una forma de sociabilidad de clase y constitutiva de grupos que se consideraban y se construían a partir de la manifestación pública de ciertos valores y de una forma específica como de ‘clase media’” su artículo no se queda en la constitución de nuevas “clases medias” sino que explora al dólar como un articulador de formas de vida capitalistas y metropolitanas. Desde esta perspectiva xenófoba, cuya formación Perelman  describe tan elocuentemente en las marchas por el dólar, en los márgenes necesariamente quedan las transferencias monetarias para los más pobres, para aquellos que Ferguson llama proletarios, como dineros inertes que no se pueden reproducir a sí mismos y que están destinados solamente para el consumo cotidiano.

El artículo de Marcos Buccellato adelanta algunos resultados del trabajo de campo realizado en el marco de una investigación sobre el proceso de inversión de capital en proyectos “startup”. Su principal objeto es la doble dimensión del futuro que estos inversores estarían proponiendo: una parte se proyectaría sobre el valor de la operación misma, mientras que la otra retorna como construcción subjetiva del yo inversor. Se trata ya no de un resultado monetizable sino de un ideal de transformación o una transformación performativa del yo inversor que se vuelve motivo de la operación financiera y que retroalimenta mucho más que a una parte de los mercados de capital. Buccellato nos deja entrever que estos retornos de la inversión en  sí mismo podrían ser considerados como el primer combustible de cualquier inversión.

En un tono mucho más filosófico, con referencias permanentes a Marx, Alfred Sohn-Rethel y Koijin Karatani, Luis Acatzin Arenas Fernández postula lo que él denomina “objetividad fantasmal del capital”. Sus conclusiones son dignas de la película de ciencia ficción The Thing (La Cosa), de John Carpenter (1982), que él mismo cita al comienzo de su artículo. Si lo tradujéramos a la jerga heideggeriana podríamos hablar de una participación siniestra en el capital que nos oculta la “coseidad de la cosa”. Sin embargo, Acatzin Arenas lo dice mucho más elegantemente: “[a]quello que nos une, más allá de todas nuestras diferencias, es que todos estamos embrujados por el mismo fantasma: el capital como espíritu.”

Por mi parte, publico en este dossier un texto basado en una conferencia titulada  “Construir una Antropología del Capital”, organizada por el Centro de Estudios Sociales de la Economía y el Centro de Estudios Antropológicos de la Escuela  IDAES-UNSAM. Mi principal interés fue, en este texto, reducir para su posterior investigación y uso una noción sublime de capital. Que un capital sea, en principio, aquello que ofrece futuros retornos económicos, no parece ser un mal comienzo para objetivar su mecanismo conceptual, a partir de inversiones rituales, estrategias de parentesco y reproducción, políticas y otras áreas de la disciplina conocida como antropología sociocultural. La objetivación de una serie futura de retornos a partir del concepto capital, seguramente es un cambio de régimen de futuridad, pero no podremos saberlo a ciencia cierta sin descripciones empíricas y estudios comparativos. El futuro del concepto capital es incierto, como el nuestro, pero de su estudio situado podremos avizorar lo que le sigue.

En ese sentido, este dossier, como provocación, incentivo e introducción, invita a pensar aspectos y objetos desatendidos o directamente nuevos para la antropología económica. Agradezco la enorme generosidad e inteligencia de Silvia Hirsch y Pablo Figueiro, quienes acompañaron en todo momento esta propuesta. También, la colaboración editorial de Nahir Paula de Gatica y María Soledad Córdoba quienes hicieron mucho más legible este dossier.

 

 

 

 

Nietzsche, Friedrich, (1990). Consideraciones Intempestivas. Madrid, Aguilar.

 

 



[1] En septiembre del 2019 y en el departamento de antropología de la Universidad de Maryland, College Park, Michael Paolisso me regaló un volumen de su biblioteca. Se trataba de la compilación: Intrahousehold Resource Allocation in Developing Countries. Models, Methods, and Policy. 1997, editada por Laurence Haddad, John Hoddinott, and Harold Alderman. Baltimore: Johns Hopkins University Press/International Food and Research Institute. Jane Guyer había sido mi directora de tesis doctoral en  la Universidad Johns Hopkins. Hacía unos días yo la había visitado en su casa. Conocía casi toda su obra pero no este capítulo. Valga esta traducción como homenaje a Jane, quien seguramente es la antropóloga económica más importante de todos los tiempos.