Fondos
y Activos
Antropología de la
Riqueza y la Economía de la Asignación de Recursos dentro de la Unidad
Doméstica
Por Jane I. Guyer[1]
Johns
Hopkins University
Los activos están deviniendo en un componente importante
de los modelos intra-unidades domésticas. Una perspectiva dinámica de la
inversión parece estar inserta en una rama de la economía que todavía usa el
modelo unitario de la unidad doméstica. Ninguna perspectiva se ha aproximado
sustantiva e históricamente a los activos –a su creación, mantenimiento, y
transformaciones polivalentes. Ambas, economía y antropología, no obstante,
parecen tratar del mismo conjunto de fenómenos. El estudio de los activos de pequeña
escala necesariamente implica un análisis social, cultural y de políticas en un
contexto dinámico. Este se construye en el estudio de la diferenciación y el
control dentro y más allá de las unidades domésticas y de las familias. Se
abre, así, el análisis de la unidad doméstica en Economía un poco más
ampliamente que en otras ramas de la antropología, ramas que sin embargo
informan profundamente algunos de los análisis de género y parentesco en los
cuales los economistas de la unidad doméstica están más familiarizados. Y
posiblemente la antropología del valor se abrirá un poco más a la Economía y a
la Historia Económica de los activos y de las inversiones para componer el
repertorio de opciones en la –ahora muy substancialmente compartida- tradición
capitalista de formulación de políticas.
Palabras
clave: capital; economía; unidad doméstica; activos;reproducción social
Cómo citar
este artículo:
Guyer, Jane I. (2022). “Fondos y Activos.: Antropología de la Riqueza y la
Economía de la Asignación de Recursos dentro de la Unidad Doméstica”, Etnografías Contemporáneas, 8 (14), pp.114-130.
El primer tema a tratar es la
necesidad de realizar más trabajo interdisciplinario, en particular, entre
economistas y antropólogos. Al mismo tiempo, existe la percepción de que dicha
colaboración es particularmente difícil. Aunque las dos disciplinas puedan
estar estudiando los mismos fenómenos –por ejemplo, relaciones en la unidad
doméstica y de género en economías no occidentales– la grieta entre ellas es
grande y los puentes son frágiles. Este es el caso, aunque cada disciplina
contenga variados paradigmas teóricos (neoclásico, neo-marxista, teoría de la
decisión pública, postmodernismo, etc.), algunos de los cuales crean
condiciones más propicias para las conexiones interdisciplinares que otros. En
este artículo, serán aclaradas brevemente algunas de las bases intelectuales
para las diferencias disciplinares en el campo de los estudios de la unidad
doméstica.
En cuanto al segundo tema, en el
pasado reciente, la Economía y la Antropología de las unidades domésticas
parecen haber avanzado hacia una nueva
convergencia en la preocupación alrededor de la naturaleza y uso de los
activos, particularmente por poblaciones que son convencionalmente pensadas
como “pobres”. Mucha de esta convergencia es implícita y constituye el próximo
paso lógico más allá de este volumen sobre asignación de recursos dentro de la
unidad doméstica. No obstante, esta convergencia ventajosamente podría estar
más fuertemente conectada a ambas “antropología de la riqueza” y “economía de
los ahorros y seguros”. Ninguna de estas dos literaturas está todavía
fuertemente representada en el pensamiento sobre la unidad doméstica, el cual
está concentrado –en ambas, Economía y Antropología- sobre la unidad y los
procesos de toma de decisión al respecto de las necesidades materiales.
El tercer tema a tratar está en
relación a que muchos de los activos de los pobres son intrínsecamente y
necesariamente polivalentes, en particular en ausencia de instituciones
financieras del sector-formal; esto es, las personas con pocos bienes son más
propensas a invertir en, y a mantener, bienes que tienen múltiples usos. Pero
esta observación puede ser diferentemente considerada por la Antropología y la
Economía. La Antropología ha estado directamente preocupada con el carácter
polisémico (de muchos sentidos) de los elementos culturales y de las prácticas
sociales. Sus intentos de describir y explicar cómo los elementos forman
configuraciones, y cómo, en qué, y bajo qué condiciones los significados pueden
ser transformables. La Economía, en contraste, raramente trata con
configuraciones y transformaciones. En este nivel, sin embargo, la diferencia
disciplinar no es totalmente intratable. Puede ser resuelta mediante la aplicación
de un análisis diferente de la misma
información; ítems de “consumo” pueden ser reagrupados y reanalizados como
consumo e inversión al mismo tiempo.
El problema más profundo es que las
diferencias entre los instrumentos analíticos están vinculadas a presuposiciones
divergentes sobre la naturaleza de los procesos dinámicos estudiados. La
Antropología sociocultural se ha orientado
hacia el entendimiento de las dinámicas, sociales y culturales, de
configuraciones tales como los activos (su creación o destrucción y
deslegitimación) y de sus transformaciones a través de reglas para su
convertibilidad. La mayoría de los trabajos sobre economía de la unidad
doméstica, en contraste, trabajan desde el individualismo metodológico de la
teoría de la toma de decisiones, en la cual las decisiones se toman, dando una
estructura exógena a los fondos. Frecuentemente, estos fondos son vistos como
estáticos; estos modelos usan un solo periodo de tiempo como horizonte en el
cual los activos son tratados como exógenos (con la excepción de las
inversiones en capital humano, para ser discutidas separadamente). Aun los
modelos económicos que son dinámicos (aquellos relevantes a las discusiones de
la inter-temporalidad de los seguros y los ahorros) están concentrados, parece,
no en la historia de la creación del activo y en la transformación de la
sociedad y cultura, sino en los procesos cíclicos y estructurales de la
administración de activos por tomadores de decisión sobre los ciclos de vida, a
través de períodos de crisis, o en relación con riesgos predecibles de
producción estacionaria. En pocas palabras, las dinámicas antropológicas tratan
con variables nominales, socialmente compuestas, en tiempo histórico, y las
dinámicas económicas en modelos de la unidad doméstica tienden a tratar con
variables continuas, individualmente administradas, en tiempo cíclico. Hay dos
esfuerzos diferentes, aunque con un fuerte potencial de complementariedad.
En muchos aspectos, la preocupación
por el género encuentra su gran protagonismo en el estudio de la creación de
activos más que en el estudio de administración de los mismos, porque
frecuentemente las diferencias en las “preferencias” de consumo entre hombres y
mujeres pueden ser más plausiblemente rastreadas en profundidad en diferentes fondos
de activos y su control. La recomendación feminista se ha concentrado en todos
lados en mejorar el acceso de las mujeres y el control de los activos,
especialmente en tanto que nuevos tipos de activos sean creados. Sin embargo,
es obvio que el estudio de ambos, la naturaleza y la administración de los
activos, tiene que ser parte de una economía de género.
Finalmente, cualquiera que sea el
marco temporal en el que una trabaje (estacionario, de ciclo de vida,
histórico) las economistas y antropólogas deben tener problemas similares de
disponibilidad de datos y de interpretación. Bien puede ser aquí, en el diseño
de los problemas del estudio de las dinámicas en el tiempo, que las discusiones
interdisciplinarias sobre las “nuevas metodologías” puedan ser más
profundamente beneficiosas para ambas disciplinas.
Para la mirada de una antropóloga,
parece que hay una grieta sustantiva en los estudios económicos de la
intra-unidad doméstica que casi se empareja con la rama teórica de la antropología
económica de mayor fortaleza, literalmente el estudio de la “riqueza”. Aunque
conceptos tales como “fondos” y “capital humano” entran cada vez más en el
análisis económico, las explicaciones de los fenómenos que componen esas
categorías son comparativamente limitadas (véase, por ejemplo, Thomas, 1991).
Difícilmente una obtiene algún sentido tangible de la fructífera abundancia de
los ítems considerados como “riqueza” que aparecen en la etnografía. En grado
significativo y en detrimento de haber estado largamente dedicada a poblaciones
convencionalmente concebidas como “pobres”, la antropología ha dedicado algunos
de sus más agudos pensamientos analíticos, al menos alrededor de 80 años, a la creación de riqueza y de valor,
más que a la pobreza y a la escasez de recursos. La elaboración de teorías de
diferentes sistemas sociales y culturales remarca fenómenos que son poderosa y
autoconscientemente presentes, más que aquellos que son comparativamente –y tal
vez, inconscientemente, para la misma gente – ausentes o escasos.
La mayoría de los textos escritos
por economistas sobre asignación de recursos intra-unidad doméstica manifiestan
un movimiento consentido hacia un conjunto más complejo de fondos personales
para el análisis de las unidades domésticas pobres. Quedarán barreras
insalvables entre las “tendencias centrales” teóricas de las dos disciplinas,
pero esta nueva introducción del tema de los activos sí constituye una especie
de desfiladero: desde el lecho de roca comparable en fuerza de cada disciplina,
ofrece, claramente y por una ruta corta, una conexión promisoria.
El énfasis antropológico sobre la
riqueza es fundacional en la disciplina. Algunos de los hitos más grandes de la historia de la disciplina han sido
dedicados al estudio de la creación y valuación de ítems para los cuales su uso
ha sido escrutado en el nivel de la función social, por lo relativamente
imprácticos que parecieran. Malinowski (1922) fue tan lejos como para comparar
los famosos valores de caparazones kula
–tan poderosamente emotivos que eran dejados en el pecho de un hombre moribundo
para darle bienestar y alegría– con las joyas de la corona británica. Mauss
(1925) creó una teoría social entera y, en última instancia, una moralidad
política en base a sus estudios sobre El
Don, esto es, de intercambios de bienes imbuidos con poder y valor en virtud
de su capacidad de crear relaciones, en vez de por su uso como consumo
(literal).
El desarrollo del estudio del
intercambio y la valuación desde estos trabajos seminales ha tenido lugar
dentro de la antropología casi con exclusiva independencia de la disciplina
económica, gracias, al menos en parte, a la posición polémica que estos “padres
fundadores” tomaron en contra de las tendencias de la Economía para
universalizar lo que ellos vieron como modos de racionalidad particulares –y
occidentales. Por ahora la literatura sobre valor e intercambio constituye una
de las más grandes y más desafiantes en antropología. Deben ser mencionadas
cinco contribuciones muy recientes ,
ninguna de las cuales está profundamente en deuda con la teoría económica.
Nicholas Thomas (1991) ha trazado en detalle el proceso por el cual nuevos
bienes occidentales han sido incorporados a las economías de los Mares del Sur
en los siglos XVIII y XIX. Humphrey and Hugh-Jones (1992) han examinado la
incidencia social e histórica del trueque. Weiner (1992) critica la teoría de
la reciprocidad y desarrolla el concepto de “posesiones inalienables.” Guyer
(1993) ha reexaminado el concepto africanista de “riqueza en gente” por el cual
el fin último de la riqueza material ha sido considerado como la transformación
de bienes en derechos sobre personas. Ferguson (1988, 1992) ha cuestionado la
perspectiva de escala numérica (“ranking”) hacia la riqueza y la pobreza,
arguyendo que “la medida en la cual una forma de riqueza es transformable en otra
es una cuestión empírica” (1992: 59).
Los temas de producción y consumo
que han animado la Economía de la unidad doméstica (Becker, 1981; Sen, 1985;
Chayanov, 1986) aparecen muy tarde en la historia de la antropología económica,
y en gran parte como productos del desarrollo de filosofías del mundo post-1960
y de la teoría político-económica. El famoso libro de Oscar Lewis (1959),
subtitulado en parte La Cultura de la
Pobreza, fue una salida del pasado de la tradición, y una altamente
controversial, de la disciplina. Los estudios antropológicos de la producción
tuvieron el gran estímulo de los debates sobre el campesinado europeo (véase
por ejemplo, Brenner [1985] sobre la producción e intercambio), y también de la
importancia histórica de la demanda en el mercado de bienes (véase, por
ejemplo, Thirsk, 1978).
En la clásica, ahistórica,
antropología de las culturas y sociedades no-occidentales, el estudio del
consumo ha sido ya estimulado por análisis simbólicos y estructurales (véase,
por ejemplo, Levi-Strauss, 1969 y Goody, 1982), pero el análisis se realiza en
términos de clasificaciones intercambiables y estatus relativo, en vez de
variables cuantitativas tales como consumo de calorías o índices de bienestar.
Los marcos conceptuales militaron ellos mismos en contra del estudio del tipo
de variable que definiría estándares de vida como distintos de formas de vida.
Aun cuando el trabajo teórico dedicado a las mercancías y al consumo se comenzó
a escribir a mitad de la década de 1980 (Appadurai, 1986, Rutz y Orlove, 1989)
fue autoconscientemente innovador en su terminología, comparada con tradiciones
más viejas, y su “instinto familiar” quedó orientado hacia la riqueza, el
valor, la aspiración y la inspiración. Enfrentado con las poblaciones pobres
quienes, a pesar de su pobreza, financiaban templos, iban de peregrinajes,
donaban recursos para distintas causas, compraban armas para embarcarse en
“guerras campesinas” (véase Wolf, 1969) y más, la antropología ha encontrado a
su literatura más antigua sobre el valor, en general, más esclarecedora que las
nuevas perspectivas económicas sobre la producción y el consumo. De hecho, la
decidida y terca renuencia de pasar de los “valores” a los “precios”, y desde
la atención cualitativa a la cuantitativa de la “calidad de vida”, se ha ganado
algunas enojosas exasperaciones por parte de algunos grupos intensamente
estudiados como los nativos nortemericanos. Puede ser que la convergencia de
Antropología y Economía alrededor de los asuntos de la unidad doméstica haya
sido demasiado corta y parcial para esta historia; y estos vínculos
retrospectivos e intradisciplinarios sean ya conocidos por los economistas.
Con esta información en mente, es
sorprendente cuánto de la economía de las unidades domésticas se dedica a la
producción y al consumo, y cuán poco a la riqueza en sí misma (en vez de ser un
medio para alcanzar niveles deseados de consumo). Como Haddad y Kanbur (1990:
867) escriben, “el objeto de interés es el bienestar de los individuos, el cual
está medido mediante estándares acordados (consumo, nutrición, etc.).” Dejando
de lado por el momento el asunto de la riqueza diferencial en el sentido
convencional (por muestra y estratificación de clase por unidad doméstica
unitaria), es una de las más interesante innovaciones del modelo colectivo que
se haya remarcado la importancia del control de la riqueza diferencial dentro
del unidad doméstica; y qué determina dicho control, esto es, fenómenos
variadamente designados como “fondos” (Pitt y Lavy, 1992), “parámetros
extra-ambientales” (McElroy 1990), “bienes públicos” (Lundberg y Pollak, 1997),
y “capital humano (Pitt y Lavy 1992).
Se observan dos logros. El primero,
en términos sustantivos, los estudios intra-unidad doméstica implícitamente
reconocen que incluso las unidades domésticas pobres y la gente pobre son
unidades de inversión de valor, al mismo tiempo que son unidades de consumo, ya
que de otra manera, el complejo de distribución de sus “fondos” colectivos e
individuales no podrían haber producido diferencias mayores en los patrones de
consumo. La gente pobre no solamente tiene valores en el sentido de
preferencias, dadas por la cultura y expresados en opciones de mercado; también
controla diferentes “cosas” con diferentes valores (o poderes) relevantes a las
decisiones de consumo. El segundo logro, en términos de lógica de análisis, la
riqueza (“fondos”, “capital”) ahora entra en la ecuación como un elemento
activo en los procesos económicos que influencian el proceso de la toma de
decisiones, más que entrando en el análisis empírico solamente como un
indicador pasivo de las características de las categorías de la población.
En paralelo a la cuestión de por qué
la pobreza llegó tan tarde a la antropología, está la cuestión de cómo la
riqueza llegó tan tarde al análisis de la unidad doméstica. Aunque Becker
(1965) sostiene que una unidad doméstica es “verdaderamente una pequeña
fábrica,” con “bienes de capital, materias primas, y trabajo,” este modelo ha
sido aplicado principalmente en sus modos de producción y de consumo; a los
bienes de capital se les dio mucha menos atención en el análisis de la unidad
doméstica que la que se le dio al trabajo. Una posibilidad es que las grandes
poblaciones sobre las que los estudios de la unidad doméstica y la teoría de la
elección racional de consumos se han desarrollado realmente no posean activos
–si el concepto de activos es entendido en el sentido estricto del término para
las economías capitalistas– hasta el advenimiento de nuevos desarrollos de los
créditos de consumo a mediados del siglo XX. El capital a pequeña escala
siempre se ha adaptado de manera bastante incómoda, teórica y políticamente, a
las dinámicas capitalistas.
Los inmuebles como activos de una
clase media-baja son un ejemplo. En una fascinante reseña de la política
inmobiliaria británica, Dauton (1990) señala que las familias de la pequeña
burguesía del siglo XIX ahorraban a través de sus vidas de trabajo para
invertir en una casa para el mercado de alquileres, ya que esto podría proveer
un ingreso regular y confiable para los hombres jubilados o en caso de
incapacidad, y para las mujeres, para quienes su posición de clase y simbolismo
social asociado les permitía un muy limitado acceso al mercado de trabajo,
especialmente con una edad avanzada o viudez. La propiedad de una casa, aparte
de habitada por la familia, era entonces un importante activo, económico y
social, para ese segmento de la población. Sin embargo, Dauton señala que esos
propietarios de “capital casa” estaban en una situación política insostenible a comienzos del siglo XX, aliados con los
intereses inmobiliarios conservadores (rurales) para algunos propósitos y para
otros con los intereses progresistas industriales (urbanos). Por un periodo de
décadas, perdieron mayormente, para ser reemplazados por el ideal del propietario-ocupante,
apoyado financieramente por hipotecas bancarias y sociedades constructoras. Los
activos que eran pequeños y no productivos en estándares capitalistas cayeron
fuera de la configuración política. Así, esta categoría de capital posiblemente
siempre ha sido analíticamente difícil, tanto como ha sido políticamente
ambigua.
Para aquellos reconocidos como
pobres, el asunto de los activos ha sido más o menos irrelevante tanto como los
sistemas del estado de bienestar asumieron el criterio de elegibilidad mucho
más antiguo, que presume que los beneficiarios no tengan propiedades. En los
Estados Unidos, la posesión de activos es generalmente incompatible con la
recepción de estos beneficios y existe alguna indignación moral cuando los
beneficiarios tratan de desarrollar un pequeño portafolios de activos (“el
Cadillac de la beneficencia”); por lo tanto, tal vez, el limitado desarrollo de
la idea de activos en los pobres y en las clases medias bajas es que, en
términos sistémicos, no es realmente inversión (en el sentido de estar dedicado
a la producción), pero tampoco es sólo consumo (en el sentido de ser final).
Una puede argumentar (y un
antropólogo sociocultural ciertamente lo haría), que, de hecho, los pobres
tienen una necesidad especial de activos de pequeña escala. Por ejemplo, el
único artículo caro que pueda ser empeñado cuando sea necesario para salir a
flote en un mal momento, pero también que pueda ser mostrado para validar la
reputación en los buenos tiempos. Otro ejemplo es la red de relaciones sólidas
que pueda ser aprovechada para la remesa de ingresos o de ropa de segunda mano,
y para obtener información sobre trabajos y ofertas. Mientras más frágiles sean
las fuentes regulares de ingresos, mayor es la importancia de los valores que
se prestan ellos mismos a múltiples usos, incluidos los apalancamientos de
créditos a corto plazo y las inyecciones de ingresos. Es solamente
marginalmente frívolo apoyar el consejo que sostiene que, en una época de
mujeres con bajo estatus en lo relativo al acceso a la fuerza de trabajo y
financiera, “los diamantes (realmente) son los mejores amigos de la chica”: los
podés usar (para validación de status o para atraer a un nuevo patrocinador
masculino), empeñarlos, ahorrarlos esperando incrementos en sus precios, prestarlos
(de este modo invirtiendo en relaciones sociales [Berry, 1989]), donarlos a una
hija, o, in extremis, venderlos. Un
abrigo de cuero o un Cadillac son aún más polivalentes, ya que el primero te
mantiene calentita y el segundo te lleva de un lado a otro, aunque ambos sufren
el deterioro clásico de los ítems de consumo;
a diferencia de los diamantes, ellos no son “para siempre.”
En países con limitados estados e
instituciones bancarias para colmar algunas de estas demandas, la cuestión de
buscar activos es todavía más acuciante que en otros contextos. La casa para un
mai gida (jefe de familia) nigeriano
está en la base de sus negocios; él dirige un importante sistema interregional
de intercambio o una empresa internacional de cambio de monedas desde sus
habitaciones de alojamiento, cuartos de almacenamiento, y porche a la calle
(Cohen, 1969). Y su inversión en relaciones sociales –tal como Berry (1989)
desarrolla esta idea en orden de extender el concepto de inversión– es un
desembolso constante que crea, reafirma y extiende la reputación y la confianza
sobre la cual descansa enteramente su empresa. El trabajador sin tierra más
pobre puede desarrollar un portafolio de activos, y carecer de cada una de
estas inversiones es un signo no solamente de pobreza, sino de total
indigencia.
Los capítulos del libro de Haddad et
al. (1997), y otros trabajos recientemente publicados que usan los modelos de
la unidad doméstica colectiva, comienzan a incorporar al activo como un
componente dinámico de los procesos de la unidad doméstica. Los modelos de
negociación de MacElroy localizan el “punto de amenaza” para las soluciones
colectivas de acuerdo con “parámetros ambientales extra-unidades domésticas”
que pueden incluir derechos individuales y colectivos como las leyes de
divorcio, códigos impositivos, la estructura de la seguridad social y aún
prácticas de parentesco por las cuales una esposa puede tener el derecho a
volver a la casa de sus padres en caso de separación (1990: 566, 571). Schultz
(1990) y Thomas (1991) ambos se concentran en la importancia de la apropiación
individual del “ingreso no-ganancial,” el cual “tiene una asociación diferente
con el suministro de trabajo familiar y la conducta reproductiva” (Schultz,
1990: 623). El concepto sociológico de “fondo” es usado y extendido para ser
aplicado a las características biológicas personales tales como la
susceptibilidad individual para enfermarse (Pitt and Lavy, 1992).
Esta dirección del análisis puede
estar claramente relacionada con el estudio de los ahorros y los seguros (véase
Alderman y Paxson, 1992), desde que –al menos– algunos de estos “fondos”
implícitamente se relacionan con la lógica del suavizado de ingresos. El
problema con este particular “matrimonio” de literaturas parece ser que la
literatura de ahorro-seguros está escrita principalmente en términos de unidad
doméstica unitaria, más que de unidad doméstica colectiva. Los “fondos” más
importantes para los modelos intra-unidad doméstica son precisamente aquellos,
en efecto, que “aseguran” elementos particulares (tales como la viabilidad
económica de la esposa, sin considerar el destino del matrimonio) más que la
continuidad de la unidad como un todo. En otras palabras, quien esté
exactamente asegurado en la teoría de los ahorros de Modigliani es la cuestión
decisiva (Besley, 1993), ya que son los
individuos y no las unidades domésticas los que tienen ciclos de vida.
En resumen, los activos están
deviniendo en un componente importante de los modelos intra-unidades
domésticas. Una perspectiva dinámica de la inversión, sin embargo, parece estar
encastrada en una rama de la economía que todavía usa el modelo de la unidad
doméstica unitario. Ninguna perspectiva toma la aproximación sustantiva e
histórica a los activos –su creación, mantenimiento, y transformaciones
polivalentes– que está encastrada en la antropología sociocultural. Ambas, no
obstante, parecen moverse sobre el mismo conjunto de fenómenos.
Antes de movernos sobre las
coyunturas posibles, vale la pena notar que algunos trabajos de ciencias
políticas abordan las reglas y preferencias de inversión de grupos de
parentesco y comunitarios (pero desagregados aún en unidades domésticas, según
lo que sé, y usualmente sin utilizar un contexto histórico), con el objetivo de
explicar el rol del capital local en las dinámicas políticas (véase, por
ejemplo, Bates, 1990).
Interfaces de la Antropología-Economía
El vínculo potencial desde un
enfoque en activos hacia la antropología del valor puede ser claramente
reconocido: en modelos colectivos, el acceso diferencial a la riqueza y su
control ya no es más una variable simple para clasificar a las unidades
domésticas previamente al análisis, sino una variable compleja, generalizada,
que cruza los umbrales de la unidad doméstica y entra en el análisis. No
obstante, el próximo paso es más difícil. Debido a las demandas de construcción
de modelos para decisiones de corto plazo, los fondos son vistos como exógenos.
Ninguna de las unidades domésticas o individuos analizados en Haddad et al.
(1997) es visto como alguien ahorrando sistemáticamente para comprar tierras o
una casa, para mantener vínculos clientelares, comprar joyería de oro, coimear
funcionarios, o acaparar ropa o cuencos esmaltados para una dote, al menos que
esas transacciones figuren como “consumos” del unidad doméstica, muebles de la
casa, ropa y expensas del negocio. En estos modelos, la gente puede tener
propiedad, reputación y seguro social como fondos antes de que la negociación
comience, pero parecen aún como trabajando activamente o invirtiendo en ellos,
excepto como capital humano en la forma de niños educados y sanos. Los
capítulos de Haddad et al. (1997) dotan a la gente y a las unidades domésticas
con activos pero no muestran a la gente invirtiendo en ellos: manteniendo,
incrementando, maquinando y planificando. Cabe admitir que estos procesos
temporales son difíciles de documentar porque carecen de una base de datos,
entre otras cosas. Pero parte del problema –un punto sobre el cual este texto
vuelve– queda en ambas, la naturaleza incompleta de la adopción de los activos
y de la inversión por parte del modelo y la intrínseca ambigüedad de estos
bienes en un momento indeterminado de tiempo, especialmente en las poblaciones
pobres.
El primer asunto puede ser señalado
a través de un breve comentario sobre el análisis de Thomas (1997) de 38.000
unidades domésticas urbanas en Brasil. Tomando la muestra como un todo, el
ingreso no-laboral aparece como una importante fuente de ingresos. El 43% de
los hombres jefes de hogares y 23% de las mujeres jefas de hogares reportan
algún ingreso no laboral. Para los jefes de hogar varones, las fuentes no
laborales de ingresos llegan hasta el 25 % de sus ingresos; para las jefas de
hogar mujeres, representan el 40%, aunque el nivel absoluto de ingreso no
laboral para las mujeres es solo el 25% del de los varones. En general,
entonces, son personas con algún nivel de activos, ambos financieros y sociales
(pensiones, seguridad social), aun si uno restringe la noción de activos a la
definición convencional y, por lo tanto, no incluye “inversiones en relaciones
sociales”, las cuales, en este caso, seguramente incluirán gastos ceremoniales.
En el lado del gasto-consumo, figura la “inversión” en educación, en salud y en
recreación, interpretada como “capital humano”. La implicación interesante,
entonces, es que la menos dotada y la socia más pobre (la esposa) está llevando a cabo una cantidad
desproporcionada del total de la inversión de la unidad doméstica como unidad
económica.
Una vez que la idea de inversión ha
sido consolidada, una ya no está simplemente en el campo de las “preferencias”
de consumo generizadas dando cuenta de hallazgos extraños. Una inferencia
lógica sería que la mujer está tratando de incrementar el valor de su propio
fondo de activos (en el sentido más amplio, no convencional de los activos o de
los fondos), que ella está tratando de elevar el nivel de su (inferior) control
de activos. Quizás la mujer esté invirtiendo porque ella se encuentra
relativamente muy pobre de activos, comparada con un hombre (esto es, entre
menos sean sus activos, mayor es la propensión marginal a invertir). O ella
puede estar siguiendo una estrategia compensatoria específica de género: desde
que los activos claves que aseguran un prorrateo de ingresos para toda la vida
son específicamente masculinos (jubilación y seguridad social, por ejemplo),
ella necesita cubrir las mismas necesidades de largo plazo a través de otros
instrumentos, tales como las inversiones en capital humano en niños sanos y
educados. O alternativamente –y para elevar la instancia cooperativa del
“conflicto cooperativo” de Sen– podría haber un portafolio de inversión total
de la unidad doméstica, implícito a la división de género de los gastos, tal
que los miembros de las familias pobres maximicen y, por lo tanto, pongan en
complementariedad el acceso de cada miembro individual a lo que sea en lo que
ellos puedan invertir, dadas las constricciones externas, sociales y
estructurales, del mercado laboral. Las dinámicas de esos activos, en el más
amplio sentido del concepto, no están claras, al menos que la inversión sea más
ampliamente considerada. El vínculo debe ser forjado, entonces, entre los
fondos de las mujeres y las inversiones de las mujeres, y entre las dinámicas
de los dos en actividades colectivas. Para explorar esos asuntos, una
necesitaría saber qué otro tipo de inversión podría llevarse a cabo,
particularmente por los hombres, que estén quizás ocultas por haber sido
interpretadas – como “salud” y “educación”, aunque también podría ser que, si
una no acuñara el término “capital humano– simplemente desparezcan como
“gastos” de consumo.
La modelación económica enfrenta
tres problemas, no todos ellos tratables en el marco de análisis de la toma de
decisiones: (1) la naturaleza intrínsecamente multifacética de los activos de
pequeña-escala, la cual ha sido ya mencionada; (2) el aspecto procesual de su
formación; y (3) la gran probabilidad de que los procesos de creación de
activos sean local e históricamente específicos.
Con desconcierto para los
economistas, los activos de pequeña-escala se desvían entre gastos de
“inversión”, “consumo” y “prestigio,” precisamente porque –como ha sido
sostenido por muchos y diferentes propósitos teóricos– las familias no son, de
hecho, fábricas, tal vez, solamente porque tienden intransigentemente a
resistirse a quebrar cuando hay condiciones adversas. El matrimonio se puede
romper pero la paternidad de, al menos, una de las partes no. Y los reclamos
que los parientes que una vez fueron co-miembros de la misma unidad doméstica
pueden hacerse unos a otros, sin tener en cuenta la residencia, son para toda la vida y realizables bajo una
vasta variedad de condiciones. La posibilidad de una mujer de volver a la casa
de sus padres es un parámetro extra-ambiental para ella en ese tiempo (McElroy,
1990: 566), tal vez dependa de su “inversión” en el actual o en el futuro
bienestar de sus padres a largo plazo, lo que puede darle a esas relaciones el
estatus de parámetro. En términos sociales, ellos no están enfáticamente
“dados”, sino que son “creaciones,” muchas veces resultantes de cultivo y
diligencia extraordinarios. Declarar en bancarrota total a la familia,
siguiendo el modelo de la fábrica, es suicidio social. Los intereses de la
gente reposan en crear y mantener al menos algunos bienes y algunas relaciones
que son multipropósito, que pueden derivar desde la inversión al consumo o a
signos de estatus cuando se lo necesite.
Conceptualmente, este es un
territorio conocido para los antropólogos. El carácter intrínsecamente
polisémico (múltiples significados) de las “cosas de valor” –la puntillosa
atención de la gente para crear y recrear los significados y selectivamente
sustituir un significado por otro en diferentes ocasiones– ha sido terreno de investigación
desde el temprano trabajo de Levi-Strauss (1949) sobre las estructuras de
intercambio y el estudio de Richards (1956) sobre las concepciones del
simbolismo de la gente en los rituales de iniciación femenina.
El desafío de los estudios de la unidad
doméstica es definir más claramente el espacio en el cual las cosas de valor
(en términos antropológicos) y las inversiones de pequeña-escala en activos (en
términos económicos) pueden ser explícitamente incorporadas. La incorporación
de la inversión en los modelos intra-unidad doméstica ya ha sido llevada a cabo
en mayor grado con respecto a la nutrición y salud de los niños. La naturaleza
multifacética de los niños como consumo y como activos ya ha sido reconocida.
El análisis de Schultz (1990), de las formas en las cuales la fertilidad y las
transferencias de ingresos para los niños están conectadas en Tailandia,
demuestra la faceta de inversión del interés de una madre en sus hijos, y
muestra cuán diferente puede ser una interpretación dada al “consumo” (la
demanda de los niños) si está observada como una inversión en futuras fuentes
de ingreso.
Los análisis intra-unidad doméstica,
al mostrar que el género y el control intergeneracional de tales fondos
importan, han creado el espacio para extender este tipo de análisis más allá de
los niños y de la salud. Por ejemplo, a las mujeres Hausa comprando “ganado
menor” (Hill, 1972), que como los diamantes de Monroe, son portables,
prestables y ahorrables y resisten la depreciación. Las cabras pueden también
ser regaladas para crear vínculos de patronazgo, dejadas libres en los jardines
para que proporcionen estiércol, ser comidas por los musulmanes en los festines
de los festivales, o ser vendidas por dinero. En un momento, ellas son
potencialmente todo esto: regalo, ahorro, inversión, consumo. Históricamente,
su importancia absoluta y su relativa relevancia de varios de sus potenciales
pueden crecer y menguar con las políticas de matrimonio y el estado de la
economía: la incidencia del divorcio, la facilidad con la que una mujer es
capaz de volver a su casa, la presencia de niños propios o adoptados para ser
atendidos, los niveles de consumo religioso, las vicisitudes de los ingresos de
las mujeres y gastos alternativos.
La naturaleza de la inversión en fondos, por parte de individuos o
de familias, como un proceso, parece ser problemática para el análisis
econométrico, en tanto y en cuanto las variables deben ser, sin ambigüedades, o
exógenas o endógenas al proceso de la toma de decisiones. Sin embargo, la gente
puede crear condiciones para sí misma, a través de procesos endógenos de
asignación de recursos que alterará incrementalmente el “punto de amenaza”.
Desde la perspectiva en la formación de activos como un proceso, el punto de
amenaza se vuelve una variable en el tiempo. En términos antropológicos, la
gente habita un presente pero al mismo tiempo está encastrando sus decisiones
en ambos, el corto y el largo plazo, temporalidades en las cuales los consumos
presentes o las decisiones de gasto expresan, confirman o crean reclamos
potenciales sobre el largo plazo. La solución óptima alcanza a ambos conjuntos
de expectativas y predicciones.
Además, las estrategias cotidianas de la gente común deben
extenderse en marcos temporales más allá del ciclo individual, por medio de
filosofías básicas de la existencia o a través del realpolitik. Los activos sociales y culturales más críticos
caen en esta categoría de largo plazo. Los valores kula, los pendientes de oro macizo, escondites de vestidos,
amuletos sagrados, etc., no están primariamente diseñados para prorratear los
ingresos del ciclo vital o de las estaciones, aun cuando puedan ser adaptados
para cumplir dicha función. Son relevantes para la reproducción en marcos temporales
mucho más largos: en algunos casos, los ciclos de los grados de edad; en otros,
la sucesión de generaciones alternas; aún en otros, el renacimiento de almas
individuales; y en algunos actualmente importantes casos, la preservación
continua de símbolos materiales de una identidad étnica e histórica en un mundo
cada vez más inestable (templos, bibliotecas, posiciones rituales, festivales
étnicos). Es posible que la Economía de la unidad doméstica no pueda fácilmente
atender a ese nivel de la “inversión”, aun cuando haya grandes cantidades de
recursos en juego, desde que la inversión no cumple con la presunción
inflexible de las dinámicas de los ciclos-vitales al estar concebida en
términos de colectividades mucho más grandes que las unidades domésticas. Pero
si la inversión como un proceso intra-unidad doméstica –tan distinta de un fondo como un
estado de cosas exógeno– debería ser ampliada al menos hacia algunos otros bienes y servicios, las
expectativas y predicciones (los marcos temporales) que son intrínsecos al
análisis cultural de valor social devienen necesariamente en parte del análisis
económico.
Una perspectiva totalmente antropológica adscribirá a esta
extensión. Para la
antropología, es axiomático que los activos
estén imbuidos con su valor a través de procesos sociales y culturales más
grandes que la unidad doméstica o que la familia, extendiéndose mucho más y por
sobre los periodos de tiempo del ciclo vital. Desde que la antropología
sociocultural de los últimos 25 años ha estado cada vez más concentrada en las
dinámicas y la historia (en la valuación más que en los valores,
en las construcciones culturales más que la estructura de la cultura),
el estudio de los activos se volvería un estudio no solamente de los activos en
sí mismos, o de la administración de activos (en el sentido de la vida
cíclica), si no de la creación de activos (en el sentido activo e histórico).
Ambas, políticas y procesos populares crean activos. Las políticas pueden
definir cosas como activos y configurar condiciones de acceso y de uso. La
creación de activos es algo que los gobiernos y los bancos, frecuentemente
juntos y concertadamente, pueden hacer y hacen todo el tiempo. Esta es un área
en la cual el género probablemente ha sido más importante que en otros contextos,
específicamente en la lucha para asegurar un acceso igualitario a los activos
económicos y sociales en tanto que son creados y recreados y para definir los
reclamos de las mujeres y su control con respecto a los activos que han sido
(tal como Strathern [1988] lo pondría) de autoría conjunta con los
hombres.
El tercer problema, de especificidades locales e históricas, le sigue lógicamente a las
anteriores. Aun en economías altamente formalizadas, existen procesos populares
de formación de activos. Este tema puede, entonces, llevarnos a lo que puede
ser visto como una inexorable pendiente resbaladiza hacia la especificidad
cultural para la Economía, una disciplina que tiende a ser formal en el método.
En contextos culturales particulares, diferentes bienes y cualidades son
considerados como activos. En sistemas de honor, la reclusión de una esposa en
la casa y la modestia sexual de la hija son activos de familia: ellos cuestan,
ellos traen retornos y bajo condiciones políticas inestables y competitivas,
ellos pueden volverse altamente vulnerables (violación). En partes de África,
la capacidad de una mujer para trabajar fuera de su casa es un activo para la
familia: provoca pagos matrimoniales y obliga gastos en salud y trae retornos.
No solamente son activos personales y colectivamente valorados externamente a
la unidad doméstica sino también bienes que en sí mismos originan y son
conservados, accedidos y transferidos más allá de las fronteras de la unidad
doméstica. Esto significa que los procesos intra-unidad doméstica relativos a
los activos son necesariamente procesos extra-unidad doméstica también
contingentes a la sociedad más extensa (ver Guyer y Peters, 1987).
Sin
embargo, para el análisis de activos del sector formal
el problema conceptual puede ser mucho menos problemático de lo que insiste la
Antropología Cultural, simplemente porque los procesos y modelos usados por los
diseñadores de políticas en todo el mundo y a finales del siglo XX ahora le
deben algo a una tradición de gobernanza en común, colectiva e internacional.
Desde que la formulación de políticas se trata explícitamente de una
movilización de partes de ese repertorio en nuevos contextos, puede ser que –además de ser su campo de creación de activos populares
más familiar– la antropología haga una contribución
más fuerte de lo que ha hecho hasta ahora. Esto se da a partir del abordaje
de toda la gama de formas en las cuales las
políticas, que se originan en este repertorio colectivo e internacionalizado,
han creado y destruido activos y definido o socavado el acceso y el control de
género por medio del estudio de las formas en que los procesos formales y
populares se han influido entre sí.
En este punto nos enfrentamos con
una barrera clásica, literalmente la renuencia de largo plazo (que bordea con
la intransigencia) en los centros teóricos de la antropología a importar un
vocabulario capitalista –inversión, capital, etc.– en el análisis de los
sistemas no-capitalistas. Si bien este texto está orientado hacia la economía
más que hacia la antropología, y si bien otros artículos resumen mejor el tipo
de relación interdisciplinaria productiva, uno o dos puntos adicionales
necesitan ser señalados. Antes que nada, es importante notar que uno de los
puntos de discusión de la nueva literatura sobre “mercancías” en antropología
es una nueva versión de la misma y, mucho más vieja, cuestión; esto es si el
concepto de “mercancía”, originando en la teoría del capitalismo, de pleno
derecho puede ser sacado de dicho contexto (véase Guyer [1993] para un breve
resumen). La presente corriente de pensamiento parece estar más abierta de lo
que estuvo antes. Hart (1982) sugiere que “mercancía” puede legítimamente
conectar la división capitalista/no-capitalista, tanto como algunas
subcategorías claves de tipos de mercancías sean reconocidas. Appadurai (1986),
y muchos arqueólogos, simplemente usan el término “mercancía” cuando algo se
vende. Los economistas políticos de distintas convicciones teóricas aplican el
vocabulario capitalista sin ningún tipo de auto escrutinio elaborado que
caracteriza a ciertos tipos de antropología contemporánea: Bates (1990) aplica
los conceptos de capital, inversión y riesgo a la unidad doméstica africana y a
las estrategias de parentesco que quedan claramente por fuera de las dinámicas
capitalistas; Berry (1989) aplica el concepto de inversión a las relaciones
sociales. Los antropólogos culturales, en contraste, o se mantienen mucho más
escépticos y evitan toda la terminología capitalista junta (usando en cambio
riqueza, valores, autoría, redistribución, etc.) o por el contrario denotan el
contenido analítico de esos términos y los usan como siempre, con palabras
descriptivas y sin ninguna implicación necesariamente teórica.
Aunque todavía hay mucho que ganar
de la mirada culturalista clásica, en la que cada sistema está construido según
sus propias premisas, el hecho de que toda la gente ahora trate en alguna
medida con activos del sector formal del tipo del que han sido desarrollados en
contextos capitalistas: o con su presencia cada vez más definida y regulada o
con su ausencia impulsada por las políticas. Y los antropólogos socioculturales
frecuentemente trabajan en economías y sociedades capitalistas, las cuales son
ahora suficientemente variadas para ser comparadas como objetos de análisis
cultural. Las ideas de inversión y de capital son usadas por la misma gente. En
situaciones en las cuales el capitalismo es ahora plural (capitalismos), en las
cuales muchas de las instituciones capitalistas han sido selectivamente
domesticadas en diferentes contextos y las continuidades con el pasado local y
precapitalsista parecen realmente bastante llamativas, los prejuicios
metodológicos de la antropología cultural clásica (variedad, premisas
culturales, innovación localmente específica) pueden ser adaptadas muy
rápidamente al estudio del mismo capitalismo.
Puede haber un límite en la
elasticidad de los modelos de toma de decisión colectiva al asumir plenamente
todas las implicaciones del “fondo” (“endowment”)
como las vería un antropólogo, incluidos los marcos temporales de largo plazo
de inversión y procesos históricos políticos de creación y destrucción de
activos. Y, ciertamente, hay límites al entusiasmo de la antropología cultural
para abrazar implicaciones calculadoras y de medio-a-fin del concepto de
inversión cuando se trata de objetos de valor multifacéticos con
características polisémicas y referentes temporales múltiples. Pero al
incorporarse más audaz y ampliamente a la inversión, la interfaz entre tipos
complementarios de estudios podría ser fortalecida, como debe ser, para
apreciar plenamente en las poblaciones pobres la creatividad social y cultural
de la vida cotidiana.
El estudio de los activos de pequeña
escala necesariamente implica un análisis social, cultural y de políticas en un
contexto dinámico. Se construye en el estudio de la diferenciación y el control
dentro y más allá de las unidades domésticas y de las familias. Se abre al
análisis de la unidad doméstica en Economía un poco más ampliamente que en
otras ramas de la antropología, ramas que sin embargo informan profundamente
algunos de los análisis de género y parentesco en los cuales los economistas de
la unidad doméstica están más familiarizados. Y posiblemente abrirá la
posibilidad a la antropología del valor un poco más abiertamente a la Economía
y a la Historia Económica de los activos y de las inversiones para componer el
repertorio de opciones en la –ahora muy sustancialmente compartida- tradición
capitalista de formulación de políticas.
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[1] Jane I. Guyer es Profesora de la Academia y Professora
"George Armstrong Kelly" del Departamento de Antropología de la
Universidad Johns Hopkins". En el 2008 fue
elegida como miembro de la Academia de Ciencias de EEUU, sección Antropología.
Este texto, traducido por Andrés Dapuez, es una versión previa a la publicada
en Intrahousehold Resource Allocation in
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