El dólar como capital(es)

Protestas y formas de construcción de clase en el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015)

 

Por Mariano D. Perelman

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Universidad de Buenos Aires (UBA)

https://orcid.org/ 0000-0002-4914-3198

mdperelman@gmail.com

 

Resumen

Todo el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015) estuvo signado por grandes manifestaciones por la prohibición de la compra de dólares para atesoramiento. En las marchas se expresaba el descontento de ciertos sectores que veían en riesgo su modo de vida que pudo ser condensada en el dólar: falta de libertad (para comprarlos, para viajar), falta de seguridad, falta de derechos, intromisión del Estado en la vida privada, elección de mantener a los vagos y a los “negros” por sobre los trabajadores, etc. En este artículo, a partir del trabajo de campo realizado entre 2012 y 2015 con grupos de personas que protestaban contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y se consideraban de clase media, analizo algunos de los modos en los que la movilización del dinero permitió generar formas de diferenciación entre grupos sociales.  Mi argumento es que durante las protestas contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner el dólar fue utilizado por un grupo de sectores medios como un objeto de diferenciación social a partir de la capacidad de movilizar a la moneda norteamericana entre diferentes esferas de valor.

Palabras claves: Dólar, racismo, capital, protestas

 

The dollar as capital(s). Demonstrations and forms of class construction in the second government of Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015)

 

 

Abstract

During the entire second term of Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015) large demonstrations against the prohibition of the purchase of dollars for saving took place. Demonstrations expressed the discontent of specific sectors that saw their way of life at risk. The US Dollar condensed a series of demands: lack of freedom (to buy foreign currency, to travel), lack of security, lack of rights, interference of the State in private life, the choice to keep the "lazy", and the "blacks" over the workers. In this article, based on fieldwork carried out between 2012 and 2015 with groups of people who protested against the government of Cristina Fernández de Kirchner and considered themselves middle class, I analyze how the mobilization of money allowed to generate forms of differentiation between social groups. My argument is that during the protests against the government of Cristina Fernández de Kirchner, the dollar was used by a group of middle sectors as an object of social differentiation based on the ability to mobilize the North American currency between different spheres of value.

Key Words: Dollar, Racism, capital, demonstrations

 

Recibido: 19 de agosto de 2021

Aceptado: 30 de septiembre de 2021

 

Cómo citar este artículo: Perelman, Mariano (2022) “El dólar como capital(es).  Protestas y formas de construcción de clase en el segundo gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015)”, Etnografías Contemporáneas, 8 (14), pp. 154-173.

 

Introducción

En la versión aristotélica que ha primado en gran parte de los análisis económicos del dinero, éste cumple –o debe cumplir– 3 funciones: ser medio de cambio, ser medida de valor y ser depósito de valor. Desde la antropología del dinero varios trabajos han complejizado esta posición mostrando que, en su vida social, el dinero puede ser mucho menos y mucho más.  En esta línea, estos trabajos han pasado de pensar qué es el dinero a intentar dar cuenta “qué hace el dinero y los procesos socioculturales más amplios que indexa” (Nelms y Maurer, 2014: 39). Pese a ello, todavía sigue presente la diferenciación entre las monedas primitivas y las modernas. En esta división entre tipos de monedas (y formas de economías) continúa esa fuerza que coloca la teoría sobre la realidad.[1] Si bien parece ser más fácil pensar “la moneda” con un funcionamiento no occidental en África u Oceanía, las miradas sobre “nuestras sociedades” han implicado una posición evaluativa de los usos del dinero. Así, por ejemplo, las monedas pueden estar “enfermas”, como ha mostrado Neiburg (2007 y 2010) en sus estudios sobre los discursos de los expertos económicos. Parecen existir –realmente– monedas modernas y monedas primitivas que contribuyen a reificar el primitivismo o la modernidad de las prácticas económicas y del dinero como una mercancía que tiene (o tendría) un carácter abstracto y universal.

Como plantea Guyer (2017) siguiendo a Levi-Strauss (1965), el dinero es “bueno para pensar”. Es bueno para pensar la sociedad. En este texto me interesa centrarme en el modo en que el dólar –en tanto moneda pero también como objeto– logró articular una serie de demandas y formar una frontera social entre grupos en un tiempo y espacio determinado: la ciudad de Buenos Aires entre 2011 y 2015.[2] Durante esos años, miles de personas se manifestaron públicamente en contra de lo que llamaban la prohibición de comprar  dólares, o el cepo. En octubre de 2011, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015) había implementado la Resolución General 3210 de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP) en la que se restringía la compra de divisas extranjeras para atesoramiento. Ello devino en una serie de demandas en el que el dólar era objeto y medio de demanda.

Todo el segundo mandato de Cristina Fernández de Kirchner estuvo signado por grandes manifestaciones, así como decenas de protestas barriales y cotidianas tanto grupales como individuales.[3] Muchas de esas manifestaciones (las marchas) consistían en juntarse en lugares emblemáticos de la ciudad, como el Obelisco, la Plaza de Mayo, el Congreso de la Nación o esquinas centrales de los diferentes barrios.

En las marchas se expresaba el descontento de ciertos sectores que veían en riesgo su modo de vida y que pudo ser condensada en el dólar: falta de libertad (para comprarlos, para viajar), falta de seguridad, falta de derechos, intromisión del Estado en la vida privada o la elección del gobierno en mantener a los vagos y a los “negros” en vez de los trabajadores. En las marchas el lenguaje de clase traducido en formas de distinción ocupacional así como en prácticas (discursivas) de consumos se construía día a día en la interacción de la protesta en contraposición a otras formas de vida (la de los “negros”).

Estas expresiones públicas se combinaban con formas de protestas cotidianas que, a partir de una ‘tecnología militante’ (Pita, 2010) específica, fueron produciendo un nosotros. En su trabajo sobre víctimas de la violencia institucional, Pita (2010) analiza  las formas de protesta a partir del lenguaje y acciones propias de los que demandan. Existen, plantea, distintas tecnologías militantes. Con ello refiere a las diversas modalidades y distintas metodologías de manifestación pública y colectiva, pero también a formas de protesta individuales, cotidianas y ‘espontáneas’. Pita da centralidad al lenguaje de la protesta como una dimensión central del activismo. Ello le permite comprender el mundo moral que se configura entre (y que configura a) el grupo que protesta en oposición a otros que también pueden demandar por la misma causa.

Siguiendo esta propuesta, centrarse en lo qué se demanda y en cómo se demanda, permite mostrar esa multiplicidad de grupos que constituyen “la clase media” a partir del uso del dólar. Ello permite comprender formas distintas de protestar pero sobre todo mundos morales específicos. 

Mi argumento es que durante las protestas contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el Dólar estadounidense fue utilizado por un grupo de sectores medios como un objeto de diferenciación social. Y ello se produjo a partir de la capacidad de movilizar a la moneda norteamericana entre diferentes esferas de valor.[4] 

Estas personas se erigieron en lo que Becker (2010) denomina emprendedores morales o cruzados morales buscando transformar la norma (“el cepo”) a partir de un posicionamiento moral en torno a la prohibición (la norma) existente. La posibilidad de emprender la cruzada moral es posible a partir de la movilización y la capacidad de ciertos grupos sociales de acumular diferentes tipos de capitales y usarlos situacionalmente. Como plantea Hart (2017: 7), money is

a universal measure of value, but its specific form is not yet as universal as the method humanity has devised to measure time around the world. It is purchasing power, a means of buying and selling in markets. It counts wealth and status. It is a store of memory linking individuals to their various communities, a kind of memory bank and thus a source of identity. As a symbolic medium, it conveys information through a system of signs that relies more on numbers than words. A lot more circulates with money than goods and services it buys.

 La empresa moral no es universal sino que es situacional. Es parte de un discurso público. Dicho de otra forma, a diferencia de lo planteado por Becker, es posible pensar que el contenido de la norma no importa tanto para los creadores sino como una manera de generar diferencias sociales (y morales) con otros grupos. 

El período de debate sobre el dólar entre 2011 y 2015 en la Argentina nos permite comprender las diferentes esferas de valor (y tipos de capital) que las monedas pueden construir y diferenciar. Me interesa, entonces, restituir no solo el modo en que conviven diferentes monedas (Guyer, 2004; Hutchinson, 1996; Luzzi y Wilkis, 2018) como podrían ser el peso y el dólar sino como un dinero disputado.

Retomo la propuesta de Jane Guyer (2004: 30) sobre cambiar el enfoque de una visión estructural de las "esferas de intercambio" a la constitución histórica de las conversiones y la creación de riqueza en “condiciones turbulentas”. Como señala esta autora:

What Bourdieu refers to as the "social alchemy'' of the "endless reconversion of economic capital into symbolic capital" (1977: 195) will appear at more junctures and be more varied than the spheres model implies. The geographical and temporal reach that particular conversions allow will be subject to "endless" reconstitution as currency goods and their circuits change.

Como dije, me interesa centrarme en las pugnas por el mismo dinero. Para ello, antes que basarme en la acumulación del dinero como mera riqueza (y así generar diferenciación entre clases), voy a centrarme en el modo en que los diferentes actores pueden movilizar el dinero –en el marco de narrativas de clase (Visacovsky, 2021)–  y transformarlo –de pesos a dólares– o de mover el dólar de la esfera “económica” a una social (como objeto identitario y de demanda). Esto permite generar formas de acumulación de valor(es) y de capital(es).

Las protestas han sido una forma de activismo social en las que un grupo que se construía como de sectores medios puso en juego el uso del dinero y generaron formas de usar las reservas (Dapuez, 2021) (económicas pero también sociopolíticas) y el capital. Si cada capital tiene su lógica en función de un campo determinado, el dólar permite mostrar esas articulaciones entre esferas y valores que parecen separadas. Refiero, entonces, al capital en términos económicos, pero también morales y de poder (Narotzky, 2007) que se expresan en la capacidad de (o la pugna por la capacidad) de trasformar los pesos en dólares, de hacer uso de las políticas de Estado y de incidir en ellas. Y también en la posibilidad de producir un valor no mercantil a partir del dinero (Graeber, 2001).

Este artículo está basado en el trabajo de campo realizado entre 2012 y 2015 con personas que se consideraban de clase media, que vivían en la ciudad de Buenos Aires y que no sólo ahorraban en dólares sino que generaban prácticas públicas de demandas. Ni todas las personas que se consideraban de clase media protestaban, ni solo los sectores medios ahorraban en dólares. Durante este período asistí a marchas y realicé entrevistas, además de utilizar grupos de Whatsapp y Facebook como espacios de interacción. También me basé en el análisis notas periodísticas (a veces como fuentes y a veces como actores), discursos públicos de expertos y de estadísticas. Sin embargo, el insumo central de esta investigación ha sido la observación cotidiana y las miles de charlas informales en las que participé durante esos años.

El texto está dividido en dos apartados. En el primero me centro, brevemente, en el período anterior al de las protestas para luego dar cuenta del modo en que el dólar fue movilizado para (re)configurar las fronteras.

 

El dólar como objeto de diferenciación social

El dólar en Argentina es una institución política (Luzzi y Wilkis, 2019). Ha tenido un lugar central en la Argentina contemporánea. Desde la década de 1950, al menos, se ha producido un proceso de popularización (Luzzi y Wilkis, 2019) que ha llevado a que crecientes sectores de la población vean en el dólar una moneda fuerte en la que resguardarse ante las crisis económicas y políticas. Desde la década de 1990, la popularización vivió una fuerte aceleración con la Ley 23928, conocida como la Ley de Convertibilidad. Esa norma, estableció que desde el 1 de abril de 1991 existiría una relación cambiaria fija entre la moneda nacional y la estadounidense: 1 dólar equivaldría a 10.000 Australes o, posteriormente, a un Peso.

En un país acostumbrado a vivir con altos índices de inflación, la convertibilidad logró generar cierta estabilidad inflacionaria. Ello no evitó la creciente dolarización que convivió con la salida de los dólares del sistema productivo y financiero (argentino) (Basualdo, 2017; García, 2002; Luzzi, 2016; Luzzi y Wilkis, 2019).

La convertibilidad duró 10 años. A fines de 2001, la situación económica, financiera y política del país se había tornado insostenible. A partir de las elecciones legislativas en las que el por entonces gobierno de Fernando de La Rua sufrió una fuerte derrota, la situación económica y política del país empeoró. Tras una serie de intentos por sostener el sistema financiero y, en el marco de la fuerte corrida cambiaria, De la Rúa decretó el “corralito”.[5] Esta medida generó un ciclo de protestas por la confiscación de los ahorros (Goddard, 2006; Perelman, 2004). La crisis de 2001 fue el inicio de una serie de movilizaciones que tendrían al dólar como objeto de demanda. El corralito implicó la restricción del retiro de dinero de los bancos y la reprogramación de los plazos fijos. De la Rúa renunció el 20 diciembre de 2001, dos años antes de finalizar su mandato. Unos meses más tarde, el gobierno provisional de Eduardo Duhalde (en febrero de 2002) mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia estableció la pesificación asimétrica (40% menos) de los depósitos en dólares y el fin de la convertibilidad.

En ese contexto se crearon varios movimientos de ahorristas de dólares en pos de reclamar “por sus ahorros”.  Zenobi (2007) describe algunas visiones del “público circulante por la calle Florida”, por donde este grupo reclamaba. Dice que podía escuchar:

‘Lo único que piden es su platita, que les devuelvan sus dólares… pero ellos también estaban especulando con ganar más plata a partir de los intereses que les daban los bancos por esos depósitos.’ Sentidos como los recién expuestos permitieron que la protesta, asociada a la defensa de los intereses de ‘la clase media acorralada’, fuese descalificada como un reclamo “impuro” asociado al “interés egoísta” de estos ahorristas (Zenobi, 2007 s/p).

 

Según Adamovsky (2009) en el contexto de empobrecimiento no se sentían “cómodos presentándose públicamente como un movimiento de ‘clase media’”.

Todavía en un acto en julio de 2002 frente a más de 8.000 ahorristas el referente máximo del movimiento […] se vio obligado a justificarse ante “todos aquellos que están diciendo que nosotros sólo defendemos los derechos de la clase media” diciendo que no era sólo dinero lo que reclamaban sino “nuestros sueños, nuestros proyectos, el trabajo de toda una vida” (como si defender los derechos de la “clase media” abiertamente y sin pedido de disculpas no fuera del todo legítimo (Adamovsky, 2009: 462-63).

 

Si bien el dólar era planteado como una demanda, aparecía ligado a formas y proyectos de vida individuales y, sobre todo, egoístas. Resultaba imposible transformar vía demanda ese capital económico y reserva de capital en político bajo argumentos morales.

Para los sectores de clase media, el corralito y la devaluación aparecen como una forma de empobrecimiento. Visacovsky  plantea que:

[los ahorristas] la experiencia del descenso social no procedía sólo del empobrecimiento resultante de la desocupación, la subocupación o los magros ingresos. En buena medida, era una consecuencia de la [] conversión en pesos del dinero depositado en dólares y otras monedas extranjeras [] y de las restricciones imperantes para la libre disposición del mismo desde los primeros meses de 2002” (Visacovsky, 2012: 144).

El corralito se ha constituido en parte de la memoria colectiva (Pollak, 1992) de empobrecimiento y de la posibilidad de intervención estatal en algo que consideraban puramente individual: los ahorros ganados con el trabajo.

Durante los gobiernos de Néstor Kirchner (2003-2007) y de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), y en el proceso de pos-convertibilidad, se produjo un crecimiento económico que se tradujo en un crecimiento del poder adquisitivo de los sectores medios y de los sectores populares. Si en 2002 la pobreza alcanzaba a más del 50% de la población, entre 2003 y 2012, según estadísticas del Banco Mundial, el país había duplicado “la clase media”: sobre una población de 40 millones de personas, 18,6 millones pertenecían a la clase media.[6] Estos números esconden, sin embargo, un problema: la generalización de los “grupos sociales” a partir de una variable económica (el ingreso). El crecimiento del poder adquisitivo hizo que los grupos que se consideraban de clase media, buscaran formas de diferenciación social basadas en otros “capitales” que se movilizaron en las protestas.

Sobre todo a partir de la crisis de 2008, las reservas del Banco Central argentino comenzaron a mermar. Así, en octubre de 2011, una semana después de haber sido reelecta con más del 54 % de los votos, el gobierno de Cristina Fernández restringió la compra de dólares para atesoramiento. En paralelo con la creciente escasez de dólares, el gobierno tomó una serie de medidas anticíclicas en pos de mantener el empleo formal (como subvención y pago de salarios), así como de paliar las magras condiciones de vida de los sectores populares (como la Asignación Universal por Hijo).

En un contexto de creciente “escasez de dólares”,  de incremento del gasto público y con la activación del siempre latente discurso de la corrupción de los gobiernos peronistas, el cepo aparecerá como un elemento saturador del presente (Lomnitz, 2003) que generó una “proximidad cultural” (Knight, 2012) con el 2001.

 

Las protestas como forma de (re) construcción de fronteras de clase

 

Movilizar los dineros

 

“Yo me rompo el lomo trabajando y no puedo comprar dólares porque acá la plata se la dan a los negros” me dijo una tarde Juan mientras caminábamos por una de las avenidas comerciales más importantes de la ciudad de Buenos Aires. El joven analista de sistemas, fue una de las miles de personas que participaron de aquellas protestas “de sectores medios” que demandaban por la (no) posibilidad de disponer de dinero, más precisamente de dólares. “Negros” englobaba una serie de personas, especialmente los “pobres” que “vivían del Estado” cobrando planes sociales. La noción de planes en mis interlocutores hacía referencia a una serie poco precisa de políticas estatales para los sectores desocupados o de menor poder adquisitivo. Este dinero es el que Wilkis (2013 y 2018) denomina “dinero donado”. Pero, “los negros” no sólo refería a los desocupados o los “pobres” sino a un grupo –también poco preciso– de personas que eran evaluadas por sus carencias: de civilidad, de esfuerzo por el trabajo, de respeto a las instituciones.

En el contexto de crecimiento económico, estos sectores populares muchas veces compartirían el nivel de ingreso que mis interlocutores aunque no los mismos espacios.[7] Según Benza (2016: 120):

la transformación más importante que se observa entre 2003 y 2013, en la morfología de la estructura de clases, ocurrió en los sectores populares […] Mientras que los puestos calificados crecieron, de 27,5 a 33,8% […] posiciones no calificadas y marginales registraron una importante contracción […] De esta manera, el nuevo siglo inauguró una etapa de recuperación de las oportunidades laborales dentro de los sectores populares, en tanto los grupos en expansión están asociados no sólo a niveles más altos de calificación o estatus, sino también a mejores condiciones de trabajo e ingresos y a mayores probabilidades de inclusión en los marcos institucionales de protección laboral. 

 

En este contexto, los límites entre una “clase y la otra” se ponían en cuestión. El proceso de diferenciación de clase a partir de prácticas de consumo ha sido documentada por Visacovsky (2012). Varios estudios han mostrado que los sectores medios buscan mantener su status social a partir de prácticas de consumo y diferenciación que conllevan ciertos “sacrificios” (Lomnitz, 2003; O’Dougherty, 2002;  Visacovsky, 2012).

Si durante las “crisis”, esos límites parecen borrarse hacia abajo, durante 2003-2015 la crisis se produce por una equiparación hacia arriba. Es aquí donde se entiende el uso del dólar como diferenciador.

Ser de clase media no puede ser pensado como posición en sí misma sino como una forma de construirse públicamente y de poder movilizar acciones concretas como incrustar demandas en torno al consumo y a la tenencia de dólares. Para que ello funcione, los actores deben contar no solo con un capital económico sino con una reserva “moral” (que se pone en juego y se activa) que permite convertir las demandas en acciones legítimas.

El consumo de dólares puede implicar formas de diferenciación a partir de la adquisición de bienes materiales (viajes, celulares, televisores). El dólar usado como objeto de demanda, no es un bien que una vez usado es gastado. Es un capital que se invierte en la construcción de fronteras y que puede ser reutilizado. El dólar en tanto objeto de demanda no es sólo dinero físico, sino un actor (Latour, 2008).

En 2011-2015 esa capacidad del dólar de generar conexiones y de ser parte de una gramática legítima –a diferencia de 2001– se basó en argumentos que construían una superioridad moral centrada en el “derecho” de los “tenedores” o “demandantes”; en el “trabajo” (y esfuerzo, a veces proponiendo un discurso basado en la autoconstrucción de su trayectoria) y en los valores “republicanos”. Ese nosotros se construyó en base a un otro que, por oposición, era vago, ladrón y al que no le interesaban los valores republicanos.

 En su estudio sobre la inclusión del dinero en la vida Nuer, Hutchinson (1996) reconocía la existencia de diferentes categorías híbridas de riqueza. Según la autora, no todo dinero era bueno. Algunos de ellos no lo podían (como el “dinero de mierda”) transformar (vía compra) en ganado (ganado del dinero). Para mis interlocutores es posible encontrar también cierta inconvertibilidad de los dineros que construyen fronteras morales: debería ser posible transformar los pesos provenientes del trabajo (argumento central de mis interlocutores de clase media) en dólares. Los pesos de los negros (supuestamente proveniente de los planes) no tienen el mismo valor social. 

 

Activar las reservas

 

Demandar con y por el dinero no es un hecho menor. Con el dinero se disputa, al mismo tiempo, capital económico, social y moral. El dinero genera conexiones que permiten articular imaginarios, memorias, formas de vida.  Pero son solo los que se erigen como cruzados morales (Becker, 2010; ver también Wilkis, 2018), quienes a partir de su capacidad para movilizar las normas los que logran imponer proyectos de vida.

Wilkis (2013 y 2018) ha realizado una tipología de piezas en “el mundo popular”: dinero prestado; dinero donado; dinero político; dinero sacrificado; dinero protegido. Para Wilkis, la pregunta gira en torno el orden social que (se) produce a partir de las jerarquías morales que se establecen a partir de las diferentes piezas de dinero y su "capital moral". El capital moral se desarrolla en diferentes esferas y genera diferenciaciones sociales dentro del mundo popular. Una de esas piezas es el dinero donado. Éste sería el que “es solicitado como ayuda en la vía pública” (Wilkis, 2013: 36) así como el que es dado a los sectores populares vía planes sociales. Este autor plantea que es “un dinero sospechado”. “Bajo esta pieza de dinero, se transportan tanto la autoridad de juzgar como de condenar. Autoridad que asume una parte de la sociedad en relación a los pobres y el dinero que reciben por parte del Estado” (Wilkis, 2013: 53). Según Wilkis, existen impugnaciones morales sobre el uso del dinero estatal, tanto sobre cómo el estado da, así como el modo en que los sectores populares lo usan.

En el caso de los que protestan por la imposibilidad de comprar dólares es posible apreciar la mirada de los que creen que no tienen que justificar –por su supuesta superioridad moral y de clase sus acciones. La necesidad de tener que legitimar la posibilidad de comprar dólares (a partir de solicitar a la AFIP la autorización), genera una suerte de incertidumbre y una imposibilidad en algo que era corriente: la capacidad de transformar el capital (pesos) en reservas (dólares). Como me dijo Andrés, un hombre de 45 años dueño de un comercio de indumentaria: “Yo no tengo porque demostrar nada. Me gano el dinero laburando y con lo que gano hago lo que quiero”.  Y ese discurso se contrapone o se complementa– con una construcción de un otro que no es legítimo: “esos vagos de mierda” o esos “negros de mierda” como solía escuchar en mi trabajo de campo.

Si bien mis interlocutores no llamaban a este dinero donado, estaba presente esa “sospecha” y esa construcción de una superioridad moral en torno al dinero de los planes que establece Wilkis. Esa autoridad moral se produce a partir de una diferenciación racista y de clase (Perelman, 2017) que construye capital desde  la capacidad de hacer uso del dólar y moverlo entre diferentes esferas de valor.

Tanto en las protestas como en las conversaciones cotidianas podía ver el esfuerzo que las personas que reclamaban con y por el dólar hacían por diferenciarse de otros grupos sociales: los “negros”, los “vagos”, los que “viven del Estado”, “los K” [los partidarios, adherentes o simpatizantes del gobierno kirchnerista]. A diferencia de los que recibían los planes o los que se la “robaban” (para hacer referencia a los funcionarios del gobierno y sus familiares), ellos tenían autoridad para reclamar por los que decían que les correspondía. Mis interlocutores lo planteaban en términos morales y de derecho: los que habían trabajado no podían disponer del dinero como querían, pero además –decían– los que no lo merecían podían disponer del dinero que obtenían sin ningún esfuerzo. Era el mismo dinero disputado. Existía una impugnación al uso del dinero de los “negros”. “Ellos”, planteaban, no sabían usar el dinero que lo gastaban de forma “irracional”. “¡No tienen plata para comer y tienen cable! Yo paso por la autopista y veo las antenas de Directv. Y después se quejan de que no tienen plata. No pagan impuestos, están ahí en tierras usurpadas y tienen cable. Se gastan la guita en cerveza”, me dijo una tarde Martín, un oficinista de 45 años.

El dólar es un medio que permite formas de consumo (viajes al exterior, acceder a productos globales, como los iphones, indumentaria, etc.). Pero también es un articulador de demanda. Es también un objeto en de consumo en sí mismo, no por el mero hecho de “comprar dólares”, sino por la capacidad y el significado que ello adquiere para mis interlocutores como un mojón identitario. Es una forma de intentar cambiar la norma (la prohibición), pero también las normas sociales (las posiciones de clase) a partir de un argumento moral. Si en Becker los emprendedores morales están pensados sobre todo para apreciar los procesos en la legislación, los emprendedores morales también pueden ser pensados como formas de custodio de estilos de vida que también generan desviaciones (mala acción etiquetada como tal).

En un contexto de crecimiento del crédito y de “democratización del consumo” (Del Cueto y Luzzi, 2016; Kessler, 2014; Kessler y Benza, 2020; Wilkis, 2018), es necesario pensar qué se consume, así como los sentidos que el consumo adquiere. El dólar mismo es un objeto de consumo diferenciador de clase, es un objeto moral que en mano de los cruzados morales se transforma en un objeto de demanda y de (intento de) transformación de la norma. Es por ello por lo que el dólar aparece como un objeto de demanda económica y política de los sectores medios (y altos) contra un gobierno caracterizado por populista.

“Yo me hice plata laburando, y tengo derecho de hacer lo que quiera. El Gobierno no puede decirme cómo uso mi plata. La gané en un trabajo decente, no cobrando del Estado”, me dijo una tarde Juan, dueño de un local de indumentaria del barrio porteño de Belgrano. Estas expresiones, sin embargo, deben ser contextualizadas y no pueden entenderse sino a partir de una nueva diferenciación social que muchos llamaron la grieta entre los que apoyaban al gobierno y los que no. El dólar en 2011 aparece como un componente central de formas de diferenciación de estos grupos. La mayoría de mis interlocutores que agenciaban con el dólar se pondrían a sí mismos de un lado de la grieta. Ello requiere una aclaración: por un lado, no todos los que estaban en contra del gobierno usaron el dólar como forma de protesta. Por otro lado, no todos los que estaban del otro lado de la grieta decidían mantener sus ahorros en pesos.[8]

El dólar configuró un grupo dentro de un grupo que buscó reconfigurar las relaciones de poder en un nosotros–otros transversal y centrado en posiciones sociales de una sedimentación más larga. Retomando nuevamente la propuesta de Pita (2010), protestar con el dólar contribuyó a la creación de una comunidad moral específica. Si como describió Visacovsky, existe una narrativa de clase media basada en el trabajo, el progreso y el esfuerzo, la capacidad de movilizar ese discurso y transformarlo en una práctica política no siempre es posible (como no lo fue en 2001) ni todos la utilizan de la misma forma.

En las protestas y en las conversaciones con mis interlocutores aparecía recurrentemente el argumento de que ellos tenían derecho a comprar dólares porque se lo habían ganado con su esfuerzo a diferencia de los que “cobran planes”, “los negros” y de los “chorros” (ladrones) del gobierno.

Las expresiones no pueden entenderse además sino en una matriz racista de ciertos grupos de sectores medios porteños que se arrogan la superioridad moral de agenciar sobre el dinero público.

La imposibilidad de comprar dólares está marcada, entonces, por los que sí tienen acceso a los recursos: los negros. El dólar, en la ciudad de Buenos Aires, aparece aquí expresando un racismo hacia los sectores populares. Según Grimson (2012) existe un mito de que en la Argentina no existen “indios” o “negros”.[9] El reverso de esa negación (la existencia del mito) es también la configuración de prácticas muy potentes que se actualizan en diferentes períodos históricos. Aquella negación –paradójicamente– está lejos de desconocer la existencia. Se reconoce una serie de “otros”: “los negros”, “los del interior”, los “indios” o “los extranjeros” de países limítrofes como Bolivia, Paraguay o Perú.

En Buenos Aires es usual escuchar a las personas decir “es culpa de los negros”, “estos negros de mierda” para referirse a las acciones de ciertos grupos, en especial los pobres. Al mismo tiempo que  realizan estas expresiones, niegan la existencia del racismo.[10]  Gordillo (2006: 242) señala que:

In Argentina this self-congratulatory narrative about a racism-free society has long coexisted with the everyday use of a heavily racialized language to name, with disdain, “esos negros de mierda”: the millions of Argentines who are explicitly marked as the despised non-white part of the nation. This racialization is part of a hierarchical class formation, for “los negros” also names the poor. However, that the poor are call “los negros” and not something else actually reveals how racial sensibilities inform perceptions about class in Argentina.

La idea de la “Argentina blanca” funciona en grandes sectores de la población como un ideal que genera prácticas y como un modo diferenciador con “otros”. La Argentina blanca no es sólo una cuestión de “piel” sino de formas de comportarse y de entender el mundo. Lo “negro” como categoría nativa expresa un color de piel pero que no expresa lo mismo que en otros países en los que se lo suele asociar a los afrodescendientes. Expresa corporalidades, formas de vestirse, formas de hablar. Y, sobre todo, expresa formas de entender el país, la historia argentina y las causas del “atraso” (Gordillo, 2016).

Esto es particularmente notorio en la capital de la República (la “ciudad blanca”), sobre la que históricamente han existido discursos que sirven para emblanquecerla por contrastación: el interior, los pobres, “los negros”, los villeros o los extranjeros. Emanuela Guano relata un episodio significativo:

In July 1999 three Argentine citizens were arrested at the Buenos Aires Ezeiza airport as they were about to board a flight to Miami. The reason for their detention: they had Argentine passports, but they did not look Argentine. The three were morochos (mestizos), and this was enough for the police to rule out all chances that they could be real Argentine nationals. Immigration officers probed them by testing their knowledge of Argentine history, then arrested them under the accusation of being illegal Bolivian immigrants with fake Argentine documents. The three were released only several hours later. No charge was pressed against the immigration officers (Guano 2002;148).

 

Existe una geografía de la blanquitud. Existe una ciudad que se construye en contraposición a un “interior” “bárbaro”, “no moderno”, “indio” (Álvarez Leguizamón, 2017). En esta misma línea Gordillo (2006) habla de la Argentina blanca como un proyecto geográfico y afectivo. En diversos momentos históricos, acontecimientos y localizaciones es posible apreciar la reconversión de distintas categorías nativas que construyen el racismo localizado. Es en parte una construcción hegemónica de la élite porteña acerca de la inferioridad de ciertas poblaciones (Gordillo, 2016; Álvarez Leguizamón, 2017) pero que no puede reducirse a ella. La forma de construcción de ese nosotrosotros es constante. No sólo se hereda sino que es una práctica de sedimentación que en 2011-2015 encontró en el dólar (como reserva económica, política, moral) una forma de articular demandas e imaginarios sobre un proyecto de vida.

Con el cepo es posible apreciar otra de las capacidades de los sectores medios con el dólar: al no poder transformarlo en reserva (del peso al dólar) lo usan como capital. Es innegable que el dólar es una moneda fuerte (Guyer, 2012) en un país con altos índices de inflación.  Muchas personas ven al dólar como una forma para mantener sus ahorros, cuestión que forma parte de una pedagogía y una cultura económica argentina (Neiburg, 2004). Pero a su vez, el dólar, en tanto dinero como forma de acumulación primaría de valor, puede ser invertido en formas de construcción de superioridad moral y de formas de imponer modos de vida.

Estos modos de vida, claro está, se construyen en una multiplicidad de direcciones. No sólo de la forma en que se consigue el dinero (“trabajando”, “cobrando planes”), también a partir del modo en que se gasta y que se generan formas de sociabilidad que no remiten a “lo económico”. “Mirá te explico –comenzó diciéndome Sebastián un emprendedor que tenía una empresa de diseño. Nosotros generamos plata pero después el gobierno se la da a los vagos que no trabajan y que viven cobrando los planes sociales y es por eso que no hay plata”. Vagos, chorros, ladrones, viven del Estado, parásitos, negros de mierda, ñoquis, fueron formas de describir a un otro que se quedaba con el dinero que según decían les correspondía.

Participar de las protestas entre 2011 y 2015 y demandar por el dólar, y sentir, vivir y hablar políticamente de crisis fue una forma de sociabilidad de clase y constitutiva de grupos que se consideraban y se construían a partir de la manifestación pública de ciertos valores y de una forma específica como de ‘clase media’.[11] A partir de 2011 se generó un tipo de trabajo simbólico y de prácticas de grupo (que se expresaron en términos individuales como colectivos) en las que el dólar tuvo un lugar central y que puede comprenderse no sólo como una forma de protesta sino como un activismo en el que se usó el dólar como un capital. Así, el dólar se transforma en un objeto de consumo en sí diferenciador que es usado por personas que pueden movilizarlo (a partir de su experiencia; a partir de presentarse con ciertas “credenciales” como el oficio).

La AUH (Asignación Universal por Hijo) en tanto construcción social antagónica (y como una forma de obtener recursos que imaginariamente implica un consumo específico y una ocupación –o falta de ella– particular) funcionó en mis interlocutores como un modo que posibilitó usar las reservas (morales y de poder) como capital para transformar un capital económico (pesos) en reservas de capital económico (dólares). Mis interlocutores planteaban que lo que unos tenían, les faltaba a otros.

El intento de transformar un capital económico en una reserva económica funcionó durante las protestas de un modo diferente: fue un capital social y moral que no se transformó en reservas sino que, en tanto capital que se puede reproducir, fue invertido en pos de imponer –o mantener– un modo de vida. Demandar por la imposibilidad de comprar dólares expresaba –al mismo tiempo– una serie de valores morales sobre los que se sustenta una vida digna (Narotzky y Besnier, 2014).

Graeber (2018) plantea que hay que diferenciar valor de valores:

es decir los mecanismos económicos de precio versus la clase de “concepciones de lo deseable” descriptas por Kluchholn: honor, pureza, belleza y similares [] Para entender las diferencias, hay que considerar antes que nada de qué manera son refractados. Es decir que hay que considerar la naturaleza del medio a través del cual es realizado el valor social. La cuestión clave es el grado en que el valor, por así decir, puede ser “almacenado”. Aquí el dinero representa un extremo lógico. Es un objeto físico durable que puede ser almacenado, movido, reservado, llevado de un contexto a otro. En el otro extremo, están las performaces como el canto de los jefes, el comportamiento respetuoso de los subordinados, etc. Una performance, por supuesto, no puede ser almacenada y luego “consumida”. Por ello, como apunta Turner, aquí no puede haber distinción entre esferas de circulación y realización. Ambas deben ocurrir en el mismo lugar (Graeber, 2018: 143).

Es posible pensar que las protestas son formas de almacenar valor a partir del dinero. No es el dinero lo que almacena sino la protesta en tanto performance que luego puede ser transformada en un valor económico. Y son sólo algunxs los que logran hacerlo. No cualquiera puede ser un emprendedor moral, o mejor dicho, que su empresa moral llegue a buen puerto. Es la movilización de los capitales por diferentes esferas de valor lo que logra que ello tenga resultado. Por otra parte, tensionando aún más la idea de Becker, es posible decir que la norma no es el fin en sí mismo ni su aplicación. Porque las normas son usadas situacionalmente y no son universales. No sólo importa la norma (intercambiar pesos por dólares) sino quién lo hace, con qué dinero y en qué contexto.

Una de las primeras medidas tomadas por el gobierno de Mauricio Macri, a menos de una semana de haber asumido la presidencia en diciembre de 2015, fue la de eliminar “el cepo”.  La cruzada había llegado a buen puerto.

Si bien no sería correcto decir que hayan sido los sectores medios los que lograron la eliminación del cepo, las protestas demostraron el capital de los sectores medios y la capacidad de usar el dólar aún –o justamente por– sin tenerlo. El gobierno de Macri generó una serie de transformaciones socio-productivas y de reacomodamiento de los grupos sociales en pos de una sociedad más desigual.

En todo caso, la aparición del dólar en la campaña y el fin del cepo, enmarcado discursivamente en un modo de vida con ciertos valores, da cuenta de cierta inscripción discursiva conjunta entre los ahorristas y el gobierno de Macri. Con esto no quiero decir que todos los que ahorran en dólares hayan votado a Macri. La práctica de ahorro va mucho más allá de este grupo. Los que protestaban no pueden reducirse a los sectores medios y los sectores medios a los que protestaban. Lo que me interesó iluminar fue el modo en que un grupo agenció a partir del dólar.

 Ello fue posible no sólo por la capacidad de ahorro sino por el modo en que la moneda estadounidense podía ser reclamada por algunos para convertirla en reserva mientras que otras personas no sólo no podían ni debían. La restitución de la “libertad” de comprar dólares funcionó como una forma de poder volver a imaginar un modo de vida que veían perder.

 

A modo de cierre. Las monedas, las protestas y la política

 

Las pugnas por y con el dólar remiten a procesos de dolarización (Perelman, 2022) y de popularización (Luzzi y Wilkis, 2019) de la moneda estadounidense. Las pugnas por el dinero dan cuenta de pujas distributivas, por el bienestar y por la imposición de formas de vida, procesos centrales en la construcción y en el mantenimiento de las desigualdades. Esa acumulación económica y de bienestar son formas constitutivas de la desigualdad social. Para poder articular esferas de bienestar no sólo alcanza con acumular dinero, sino que es necesario poder movilizarlo.

Durante 2011-2015, los sectores medios hicieron uso de esa reserva económica, moral y política en las protestas. Lograron así, generar una nueva diferenciación en base a un discurso racista en el que no solo articulaba un nosotros “clase media” con un otro “sector popular” sino que posibilita construir un nosotros dentro de esa clase media.  Es por ello que es posible decir que –siguiendo a (Latour, 2008)– aquel grupo no precedía a las protestas, sino que se constituyó en él.

Apelar al racismo como discurso legítimo y legitimante requiere atención para comprender el modo en que se actualizan las desigualdades y las diferencias en Buenos Aires. El racismo es un discurso público al que ciertos grupos sociales apelan porque consideran legítimo. La expresión del acceso al “derecho” al dinero en términos morales resulta central en este discurso.

El uso del dinero y la demanda por el dinero permiten construir una diferenciación basada en valores morales que pueden recortar grupos intra o inter clase. Las protestas por el dólar tienen un componente económico, político y social en tanto son constitutivas de formas de demandar y de generar fronteras sociales en función de formas morales de vivir. Los emprendedores morales usan al dólar como un objeto que moviliza. Y así es posible pensar al dólar como un objeto no-humano, como un mediador central (Latour, 2008) en la construcción de diferencias.

Gaztañaga plantea que: “Los objetos tienen la capacidad de traer a la existencia aquello que representan, pivotes entre la imaginación y la realidad” (Gaztañaga, 2019: 491).  El dólar es capaz de “traer” pero también de articular y de constituir un modo específico en el que se imaginan procesos pasados y sobre todo futuros. Imaginación que tiene un cruce con una expectativa hacia el futuro como forma de la acción (de L’Estoile, 2014; Narotzky y Besnier, 2014).

El dólar como articulador de formas de vida (dignas) permite ver un campo de disputas políticas. El modo en que las reservas del capital o de los capitales tiene un lugar central. El dinero puede almacenar y ser reserva de diferentes valores y puede articular proyectos de vida.  Es por ello que el dólar, en el caso analizado, no puede ser pensado sólo como una moneda. Si la capacidad del dinero es la de reservar valor, es un valor que se pone en juego de múltiples formas. Es un valor económico y un valor moral que depende no sólo del dinero, sino de quién lo posee y del modo en que el poseedor tiene la capacidad de articular diferentes valores sobre y con el dólar. La capacidad de los sectores medios fue la de articular diferentes regímenes de reservas y de capital. Más allá del carácter social del dinero y de las diferentes piezas que los grupos sociales componen, las protestas con y por el dólar, y la construcción de un otro (por cobrar planes), permite reconocer el carácter universal del dinero y, al mismo tiempo, su carácter no monetario.

 

Referencias bibliográficas

 

Adamovsky, Ezequiel (2009). Historia de la clase media argentina: Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003. Buenos Aires, Planeta.

Álvarez Leguizamón, Sonia (2017). Formas de racismo indio en la argentina y configuraciones sociales de poder. Rosario, Prohistoria.

Basualdo, Eduardo (ed.) (2017). Endeudar y fugar. Un análisis de la histórica económica argentina, de Martínez de Hoz a Macri. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores.

Becker, Howard (2010). Outsiders. Hacia Una Sociología de La Desviación. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores.

Benza, Gabriela (2016). “La Estructura de clases argentina durante la década 2003-2013”, en Kessler, Gabriel (ed.): La Sociedad Argentina Hoy: Radiografía de Una Nueva Estructura. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores: Fundación OSDE, pp. 111–40.

Carrier, James G., y Don Kalb (eds.) (2015). Anthropologies of Class. Cambridge, Cambridge University Press.

Chakrabarty, Dipesh (2000). Provincializing Europe: Postcolonial Thought and Historical Difference. Princeton, Princeton University Press.

Dapuez, Andrés (2021). “Dinero-capital de la Asignación Universal por Hijo para la Protección Social en un barrio marginal de la ciudad de Paraná, Argentina”, Revista Colombiana de Antropología, Vol. 57, Nº 1, pp. 99–124.

D’Avella, Nicholas (2019). Concrete Dreams: Practice, Value, and Built Environments in Post-Crisis Buenos Aires. Durham, Duke University Press.

De L’Estoile, Benoît (2014). “‘Money Is Good, but a Friend Is Better’: Uncertainty, Orientation to the Future, and ‘the Economy’, Current Anthropology, Vol. 55, Nº S9, pp. S62–73.

Del Cueto, Carla y Mariana Luzzi (2016). “Salir a Comprar. El Consumo y la estructura social en la Argentina reciente”, en Kessler, Gabriel (ed.): La Sociedad Argentina Hoy: Radiografía de Una Nueva Estructura. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores- Fundación OSDE, pp. 209–32.

García, Alfredo (2002). “Estructura y Liquidez Del Sistema Financiero Bimonetario Argentino”, en Gambina, Julio (Ed.): La globalización económico-financiera: su impacto en América Latina. Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, pp. 247–70.

Gaztañaga, Julieta (2019). “Federalismo y abertzalismo como valores de nación. aportes antropológicos”, en Sánchez León, Pablo (ed.):  Marx y la crítica de la economía política: contribuciones a una tradición. Arre, Pamiela, pp. 478–502.

Goddard, Victoria (2006). “‘This Is History’: Nation and Experience in Times of Crisis—Argentina 2001”, History and Anthropology, Vol. 17, Nº 3, pp. 267–86.

Gordillo, Gastón (2016). “The Savage Outside White Argentina”, en Paulina, Alberto; Elena, Eduardo (eds.): Rethinking Race in Modern Argentin. Cambridge, Cambridge University Press, pp. 241–67.

Graeber, David (2001). Towards an Anthropological Theory of Value: The False Coin of Our Own Dreams. New York, Palgrave.

Grimson, Alejandro (2012). Mitomanías Argentinas: cómo hablamos de nosotros mismos. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores.

Guano, Emanuela (2002). “Spectacles of Modernity: Transnational Imagination and Local Hegemonies in Neoliberal Buenos Aires",  Cultural Anthropology, Vol. 17, Nº2, pp. 181–209.

Guyer, Jane (2017). “Money Is Good to Think: From ‘Wants of the Mind’ to Conversations, Stories, and Accounts,” en Hart, Keith (ed.): Money in a Human Economy. New York, Berghahn Books, pp. 43–60.

Guyer, Jane (2012). “Soft Currencies, Cash Economies, New Monies: Past and Present”, Proceedings of the National Academy of Sciences, Vol. 109, Nº 7, pp. 2214–21.

Guyer, Jane (2004). Marginal Gains.Monetary Transactions in Atlantic Africa. Chicago, University of Chicago Press.

Hart, Keith (2017). “Introduction. Money in a Human Economy” en Hart, Keith (ed.): Money in a Human Economy. New York, Berghahn Books, pp. 4–14.

Heiman, Rachel; Freeman, Carla; Liechty, Mark (Eds.) (2012) The Global Middle Classes: Theorizing through Ethnography. Santa Fe, SAR Press.

Hutchinson, Sharon (1996). Nuer Dilemmas: Coping with Money, War and the State. Berkeley, University of California Press.

Kessler, Gabriel (2014). Controversias Sobre La Desigualdad. Argentina, 2003-2013. Buenos Aires, FCE.

Kessler, Gabriel; Benza, Gabriela (2020), “Nuevas Clases Medias: Acercar La Lupa” en: Nueva Sociedad https://nuso.org/articulo/nuevas-clases-medias-acercar-la-lupa/ (accedido el 14 de enero de 2021).

Knight, Daniel M (2012). “Cultural Proximity: Crisis, Time and Social Memory in Central Greece", History and Anthropology, Vol. 23, Nº 3, pp. 349–74.

Lander, Edgardo (ed.) (2000). La Colonialidad Del Saber: Eurocentrismo y Ciencias Sociales: Perspectivas Latinoamericanas. Buenos Aires, CLACSO ; UNESCO.

Latour, Bruno (2008). Reensamblar lo social: Una introducción a la teoría del actor-red. Buenos Aires, Manantial.

Levi-Strauss, Claude (1965). El Totemismo En La Actualidad. México, FCE.

Lomnitz, Claudio (2003). “Times of Crisis: Historicity, Sacrifice, and the Spectacle of Debacle in Mexico City", Public Culture, Vol. 15, Nº 1, pp. 127–47.

Luzzi, Mariana (2016). “Quelle Est La Monnaie de l’épargne? Controverses Érudites et Profanes  à Propos de La Valeur Des Dépôts Bancaires  en Argentine”, La vie des idèes.fr: 1–15.

Luzzi, Mariana; Wilkis, Ariel (2019). El Dólar. Historia de Una Moneda Argentina (1930-2019). Buenos Aires, Crítica.

Luzzi, Mariana; Wilkis, Ariel (2018). “Soybean, Bricks, Dollars, and the Reality of Money: Multiple Monies during Currency Exchange Restrictions in Argentina (2011–15)", HAU: Journal of Ethnographic Theory, Vol. 8, Nº 1–2, pp. 252–64.

Narotzky, Susana (2007). “The Project in the Model. Reciprocity, Social Capital, and the Politics of Ethnographic Realism”, Current Anthropology, Vol. 48, Nº 3, pp. 403–24.

Narotzky, Susana; Besnier, Niko (2014). “Crisis, Value, and Hope: Rethinking the Economy: An Introduction to Supplement 9”, Current Anthropology, Vol. 55,  Nº. S9, pp. S4–16.

Neiburg, Federico (2010). “Sick Currencies and Public Numbers”, Anthropological Theory, Vol. 10, Nº 1–2, pp. 96–102.

Neiburg, Federico (2007). “As Moedas doentes, os números públicos e a antropologia do dinheiro”, Mana, Vol. 13, Nº 1, pp. 119–51.

Neiburg, Federico (2004). “Economistas e culturas econômicas no Brasil e na Argentina. Notas para uma comparação a propósito das heterodoxias”, Tempo Social, Vol. 16, Nº 2, pp. 177–202.

Nelms, Taylor; Maurer, Bill (2014). “Materiality, Symbol, and Complexity in the Anthropology of Money”, en Bijleveld, Erik; Aarts, Henk (Eds.): The Psychological Science of Money. New York, Springer New York, pp. 37–70.

O’Dougherty, Maureen (2002). Consumption Intensified: The Politics of Middle-Class Daily Life in Brazil. Durham, Duke Univ. Press.

Oliven, Ruben George. 2014. “Clase Media, Consumo y Ciudadania”, en Adamovsky, Ezequiel; Visacovsky, Sergio y Vargas, Patricia (Eds.): Clases medias: nuevos enfoques desde la sociología, la historia y la antropología. Buenos Aires, Ariel, pp. 201–12.

Perelman, Mariano (2021) "Dollars, pesos, and planes. Reconstruction of class borders in the second government of Cristina Fernández de Kirchner (2011–2015)”, Dialectical Anthropology, Vol 45, No 1, pp. 253-273.

Perelman, Mariano (2017) “Notes about Racist Argentina and a Class-based Government”, American Anthropologist, Vol. 119, Nº 3, pp. 532-534

Perelman, Mariano (2004): “¿Ahorristas Unidos?, Jamás serán vencidos”, en Lobeto, Claudio (ed:) Prácticas socioestéticas  y representaciones en la Argentina de la crisis. Buenos Aires: Grupo de Estudios Sociales del Arte y la Cultura, pp. 167-183.

Pita, María Victoria (2017a). “Pensar la Violencia Institucional”, Revista Espacios de Crítica y Producción, Vol. 53, pp.  33–42.

Pita, María Victoria (2017b). “Violencias y trabajos clasificatorios. Wl análisis de la noción ‘violencia institucional’ qua categoría política local”, Ensambles, Vol.  4, Nº 7, pp. 52–70.

Pita, María Victoria (2010). Formas de morir y formas de vivir. El activismo contra la violencia policial. Buenos Aires, Editores del Puerto y CELS.

Pollak, Michael (1992). “Memória e Identidade Social”, Estudos Históricos, Vol. 5, Nº 10, pp. 200–212.

Sánchez, María Soledad (2017). “El Dólar Blue como ‘número público’ en la Argentina posconvertibilidad (2011-2015)”, Revista mexicana de sociología, Vol. 79, Nº 1, pp. 7–34.

Sánchez, María Soledad (2016). “Economía y moral en blue. Un estudio sociológico sobre el mercado ilegal del dólar en la Argentina de la posconvertibilidad.” PhD. Tesis in Social Science. Universidad de Buenos Aires.

Visacovsky, Sergio (2021). “Las crisis sociales: problemas en torno a la experiencia
y narración de la temporalidad y la imaginación del futuro”, en Di Virgilio, María Mercedes; Perelman, Mariano (Eds.): Desigualdades urbanas en tiempos de crisis. Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral y FLACSO Argentina, pp. 33-54.

Visacovsky, Sergio (2012). “Experiencias de descenso social, percepción de fronteras sociales e identidad de clase media en la Argentina post-crisis”, Pensamiento Iberoamericano, Vol. 10, pp. 133–68.

Visacovsky, Sergio; Garguin, Enrique (eds) (2009). Moralidades, economías e identidades de clase media: estudios históricos y etnográficos. Buenos Aires, EA.

Wilkis, Ariel (2018). The Moral Power of Money: Morality and Economy in the Life of the Poor. Stanford, Stanford University Press.

Wilkis, Ariel (2013). Las sospechas del dinero. Moral y economía en la vida popular. Buenos Aires, Paidós.

Zenobi, Diego (2007). “De la pasión por el ‘dinero’ a la defensa del ‘ahorro’. Transformances, arena pública e identidades”, E-misférica 4(1): 1–19.

 

 

 



[1] No refiero aquí a la clásica distinción entre categorías emic y etic ni tampoco, aunque mucho más cercano, a las posiciones que ponen de manifiesto la colonialidad del saber (Lander, 2000) o lo planteado por  Chakrabarty (2000) en torno a la necesidad de provincializar Europa.

[2] Este texto retoma algunos argumentos desarrollados por Perelman, 2021.

[3] Sobre la intertextualidad entre las protestas del 2001 y las del 2012 ver Lazar (2015).

[4] Es sabido que existen formas “objetivas” y “subjetivas de entender la posición social que las personas ocupan en la estructura de clases (Carrier y Kalb, 2015). Ello genera a la hora de indagar etnográficamente algunos problemas entre los supuestos desacoples en las formas de “medir” y en la percepción de nuestros interlocutores en torno a cómo ellos se definen (Visacovsky, 2012). Dicho esto, el texto no busca caracterizar si una persona es o no es de clase media, sino comprender cómo los actores movilizan ciertas nociones en pos de generar formas (situacionales) de delimitación.

[5] Mediante el decreto 1570/2001 se prohibía los retiros en efectivo que superen los doscientos cincuenta pesos (o doscientos cincuenta dólares) del total de sus cuentas en cada entidad financiera. Los plazos fijos fueron reprogramados automáticamente. El salario mínimo era entonces de 200 pesos y el sueldo promedio era de 880 pesos.

[6] http://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2012/11/13/argentina-middle-class-grows-50-percent  (visto el 10 de mayo de 2019). No es mi intención aquí discutir el modo en que se “mide” la clase media que es básicamente por ingreso. En todo caso, el estudio muestra el crecimiento en los ingresos de un creciente sector de la población.

[7]  El consumo como forma de construcción de “clase media”  y que conllevaría a un estilo de vida ha sido una forma de abordar los procesos de demarcación de este grupo (Heiman, Freeman, y Liechty, 2012; Oliven, 2014).

 

[8] Si bien se restringió la compra de dólares de manera oficial, existieron una multiplicidad de formas de acceder a la moneda estadounidense (Sánchez, 2016). También surgieron otras convertibilidades y formas de ahorro. Ver por ejemplo (D’Avella, 2019; Luzzi y Wilkis, 2018; Sánchez, 2017).

[9] Una idea similar es la que expresa que “los argentinos descendemos de los barcos”. Ver por ejemplo Visacovsky y Garguin (2009).

[10] Ver al respecto (Álvarez Leguizamón 2017; Grimson 2012).

[11] Retomo aquí los trabajos de Pita (2010; 2017a y 2017b) como perspectiva analítico-metodológica.