Desigualdades, salud y el barrio

Etnografía desde la ventana de un kiosco en tiempos de pandemia

por Horacio Pereyra

Instituto de Estudios para el Desarrollo Social, Universidad Nacional de Santiago del Estero/ Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

orcid.org/0000-0003-4122-9306

munayruray@gmail.com

Resumen

En este artículo describo las repercusiones de los primeros meses del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), en el marco de la pandemia por COVID-19, en personas que acuden a un almacén de barrio en los márgenes de la ciudad de Santiago del Estero, a través del análisis de las estrategias de supervivencias, violencias y las formas en que las medidas preventivas reactualizan hechos pasados. Me baso en una etnografía desde la ventana que incluye conversaciones informales y observación participante. Finalmente, resalto cómo los diálogos y la adquisición de provisiones en kioscos de barrios ayudan a mostrar las medidas universalizadas de la pandemia y sus pautas preventivas, para prestar atención a sus diversas, específicas y desiguales manifestaciones sociales.

Palabras clave: pandemia, aislamiento social, desigualdades sociales, etnografía.

Inequalities, health and the neighborhood: ethnography from a kiosk window in pandemic times

Abstract

This paper describes the implications that the first months of Preventive and Mandatory Social Isolation during COVID-19 had on people who went to a neighborhood grocery store on the outskirts of the city of Santiago del Estero. I analyze the survival strategies, violence, and the ways in which preventive measures bring up to date past events. I base this research on an ethnography of the store’s window, which includes informal conversations and participant observation. Finally, I show how dialogues and procurement of supplies in neighborhood kiosks help to understand the universalized, preventive measures of the pandemic in their diverse, specific, and unequal social manifestations.

Keywords: pandemic, social isolation, social inequalities, ethnography.

Recibido: 24 de agosto de 2022

Aceptado: 28 de febrero de 2023

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO: Pereyra, H. (2023). Desigualdades, salud y el barrio: etnografía desde la ventana de un kiosco en tiempos de pandemia. Etnografías Contemporáneas 9 (16), pp. 164-183.

Introducción1

Hace diez años que me da placer ir a los kioscos del barrio. La gente va en busca de provisiones (Narotzky, 2016), pero el intercambio trasciende el sentido económico (Wilkis y Carenzo, 2009): también se conoce, conversa, entre otros aspectos. Mi interés por los kioscos del barrio comenzó a crecer cuando mi madre instaló uno en la casa donde viví con ella durante 30 años.

“Doña Marta”,2 como se la conoce popularmente en el sector, tiene 58 años. Convive con Carlos, su pareja, en la intersección de dos cuadras, lo que le brinda el privilegio comercial de estar en una esquina de barrio. Fue empleada doméstica. Tiene dos hijas y un hijo –o sea yo–. “Ahora con el kiosco estoy un poco mejor” razona. Vive en el barrio Almirante Brown, al sur de la ciudad capital de la provincia de Santiago del Estero (Argentina).

“Doña Marta” nació en el barrio donde vive actualmente. No pudo terminar el ciclo primario de educación, pero hizo una formación en gastronomía y en corte y confección en una escuela nocturna de capacitación de adultos. Mientras iba a la institución educativa de noche, por las mañanas y siestas fue revendedora3 de ropa interior y deportiva, perfumes, ollas, productos cosméticos, de casa en casa en el barrio Almirante Brown. Después que incorporó saberes gastronómicos comenzó a realizar diferentes panificados dulces para vender a pedido (tortas, alfajores, entre otros), y en épocas de pascua hacía huevos de chocolate. Con lo aprendido sobre costura también hizo lo mismo: arreglaba prendas de vestir de vecinos y vecinas; oficio que aún hoy articula con la atención del kiosco.

Este itinerario y el haber nacido en el barrio le brindan la posibilidad de que muchas personas la conozcan, vayan a su negocio y dialoguen de diversos temas de lo que sucede en él.

El kiosco ofrece variados alimentos y bienes de consumo: artículos escolares, bebidas, fideos, panificados, además de las clásicas golosinas. Está emplazado en un ambiente de la casa, no emplea personal y su propietaria es la única persona que atiende, cobra y repone los alimentos. Permanece abierto desde las 8 a.m hasta la 1 a.m todos los días de la semana, sin excepción. Acuden alrededor de 150 personas por jornada, entre clientes (quienes compran), preventistas (quienes ofrecen) y distribuidores (quienes dejan los productos ofrecidos por los segundos). La atención se da por medio de una ventana de un metro cuadrado.

Doña Marta conversa con cada uno/a cuando la disponibilidad lo permite, siendo la “ventana un lugar a través y al interior del cual se producen y se articulan procesos culturales y sociales” (Signorelli, 1996: 31). A diferencia de los supermercados, donde no conocemos a las/os otras/os compradoras/es ni a quien nos vende, en este kiosco de barrio el intercambio no es anónimo y la venta la hace directamente su propietaria, quien teje vínculos sociales y no solo comerciales o laborales (Páramo, 2012).

Todas las mañanas del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (en adelante ASPO)4 me sentí atraído por ver la ventana del kiosco como un cordón umbilical que posibilita analizar el fenómeno pandémico contextualmente situado (Ante Lezama, 2021). Desde donde vivo actualmente, voy al kiosco que queda a 300 metros de mi casa donde compro comestibles, pero también acomodo las cosas pesadas del depósito, además de atender a personas que van a comprar.

El decreto N° 260 del 12 de marzo de 2020 que establece el ASPO por la expansión del coronavirus en el territorio argentino, en su artículo 2°, señala que las personas solo podrán realizar desplazamiento mínimo e indispensable para aprovisionarse de productos de limpieza, medicamentos y alimento. Posteriormente, los kioscos próximos para abastecerse se denominaron “comercios de cercanía”.

En esta cuarentena de lo que más hablan las/los clientes y Doña Marta es del coronavirus, inclusive “la venta varió”, dice ella. En este escrito, entonces, recupero algunas de esas conversaciones e intercambios para analizar de qué modos se expresan las desigualdades sociales en torno a las posibilidades de cumplir el ASPO para las personas que viven y acuden al kiosco del barrio en los márgenes de la ciudad de Santiago del Estero. Me pregunto qué diálogos se establecen y qué estrategias de supervivencia despliegan para llevar adelante el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio durante los primeros meses del año 2020, y cómo lidian con las inequidades y violencia que los castiga a diario en el actual contexto. Las estrategias de supervivencia reflejan acciones sociales y económicas específicas de la gente del barrio que tienden a lograr y asegurar su reproducción material dada la incapacidad del sistema productivo para asegurarles sus condiciones básicas de vida (Arguello, 1981). En momentos de pandemia son un faro para observar y reflexionar cómo viven los marginados.

Me baso en una etnografía desde la ventana que contempla observación participante y diálogos informales. Finalmente resalto cómo los diálogos y la adquisición de provisiones en este kiosco de barrio nos pueden ayudar a repensar las medidas universalizadas y sus pautas preventivas como únicas, independientes de los escenarios sociosanitarios y de las condiciones materiales donde se aplican, para prestar atención a sus diferentes, situadas y desiguales manifestaciones sociales.

Me gustaría terminar esta introducción aclarando dos aspectos que considero necesarios. Por un lado, destacar la particularidad de mi triple inscripción. Como etnógrafo, me interesa conocer cómo transitan la cotidianeidad, en el marco del ASPO, las personas del barrio Almirante Brown de la ciudad de Santiago del Estero. Como habitante del barrio no tuve que entrar al campo y estar allí. Mi historia personal se vincula al territorio, y el conocer a las personas —saber dónde, cómo viven, etc.— me brinda la posibilidad de interpretar sus condiciones de vida y estrategias de supervivencia en el actual contexto pandémico. Como hijo de Doña Marta voy al kiosco, colaboro (atiendo clientes y acomodo comestibles, artículos de limpieza y bebidas) y tejo alianzas etnográficas con ella. Por otro lado, la escritura de las siguientes líneas pretende poner al/la lector/a en conocimiento de las condiciones contextuales y vivenciales del escenario sociosanitario. Considero que registrar cómo las condiciones de desigualdades sociales se vinculan a la sensación de incertidumbre (Castro Pérez, 2009) resultaría provechoso para cientistas sociales, y en especial para quienes pretendemos tejer puentes entre antropología y salud, a fin de interpretar y explicar cómo cada discurso es performativo de la vivencia cotidiana en contextos de desigualdades sociales. Hablaré de la incertidumbre patológica5 como experiencia que se entreteje en condiciones de precariedad estructural, de los temores/sospechas del accionar policial y las dudas que despertaban los debates que comenzaban a esbozarse en la agenda pública respecto a la posibilidad de contar con una vacuna contra el COVID-19. El texto que sigue toma la forma de un collage (Auyero, 2007) donde encolo notas de campo, fragmentos de conversaciones informales, descripciones detalladas de procesos significativos, reconstrucciones de hechos pasados dignos de atención, puntos de vista de clientes/as o de Doña Marta, o todos ellos juntos.

Investigar y narrar en el barrio

La provincia de Santiago del Estero, ubicada en la región noroeste de Argentina, posee 928.097 habitantes. La mayor parte reside en la ciudad capital y La Banda, aunque tiene una de las tasas más elevadas de ruralidad del país (33,9 %), de la cual el 76% es población dispersa (Biaggi, Canevari y Tasso, 2007). Esta provincia posee múltiples desigualdades: los hogares con Necesidades Básicas Insatisfechas representan el 17,6%, lo que duplica la media nacional (9,1%), sumado a que esta provincia cuenta con el segundo menor índice de desarrollo humano calculado por el PNUD Argentina para el año 2017. La provincia también posee el triste récord de la tasa de femicidios más alta del país y duplica a la media nacional (Canevari e Isac, 2016).

La formación de la ciudad capital de la provincia de Santiago del Estero, de nombre homónimo y conocida como “Madre de Ciudades”, nació con una introducción gradual de parámetros higiénicos y salubristas a las personas que llegaban del interior, consideradas como atrasadas, bárbaras, insalubres y con bajas esperanzas de vida.

El barrio Almirante Brown es el más antiguo de la capital. Fue formado en el año 1960 bajo el nombre de Tala Pozo, destinado a la localización de migrantes rurales provenientes del interior de la provincia. La idea de ubicar a las personas en el barrio ha sido la de sostener sus pautas culturales y la de incorporar paulatinamente los modos de la vida urbana (Legname, 1983).

Almirante Brown es un barrio con características particulares que aluden a diferentes dimensiones. En cuanto a lo cultural, perdura la lengua quichua, como también sus tradiciones folclóricas de música y danza nativa,6 con religiosidad popular y una devoción cristiana que se expresa en momentos de incertidumbre patológica –volveré sobre esto más adelante–. A nivel urbanístico, está atravesado por un desagüe pluvial a cielo abierto,7 calles de tierra y sin cloacas, lo que permite ubicar al sector como un área urbana deficitaria crítica (Barreto et al., 2014). Respecto a lo social, se caracteriza por su población trabajadora, reproducción material, solidaridad vecinal, confianza y el conocimiento mutuo, y la pobreza como obstáculo de integración y movilidad social (Gravano, 1997).

Mi trayectoria de vida está intrínsecamente ligada a este barrio. Fui al nivel primario en busca de comida porque allí nos llenaban los estómagos en los comedores escolares, en sus canchitas pateé mi primera pelota de fútbol, vivencié la primera invitación para fumar marihuana a los 13 años y experimenté la violencia policial por primera vez a los 14. Cuando caminaba por una avenida central, unos agentes a punta de pistola pretendieron subirme al móvil porque en un barrio lindero hubo un robo y mi rostro y vestimenta coincidían con las del ladrón.

“Esta etnografía de la vida de todos los días en la ventana” (Schijman y Laé, 2011: 82) ha sido construida en base a mi pertenencia al campo, o mejor dicho, está anclada en el terreno y con los pies en el barrio (Scheper-Hughes, 2000). Este texto no fue producto de extraer datos de informantes nativos, sino por la interacción y vinculación que tengo con las personas que van al kiosco de Doña Marta.

Quisiera poner en tensión otro principio en esta etnografía. El saber científico sobre la pandemia se ha concentrado principalmente en abordajes hospitalocéntricos y en miradas biologicistas sobre la pandemia (Pozzio, 2020). En este sentido, me interesa problematizar el saber técnico de la epidemiología (Larrea Killinger, 2007) trayendo a colación las experiencias de quienes acuden al kiosco de Doña Marta como un modo de restituir las dimensiones sociales y políticas que han gravitado en la pandemia como proceso.

El trabajo de campo se centró en conversaciones informales y observaciones participantes. También tomé notas de las caminatas realizadas entre el ir y regresar del kiosco hacia mi hogar, lo cual registré en un cuaderno de campo. Para analizar la información necesité realizar una suerte de presbicia etnográfica, es decir precisé desnaturalizar lo cotidiano (Bourdieu, 1984) para poder ver mejor, distanciarme para problematizar las maneras en que las personas del barrio vivenciaban el “estar en pandemia”.

A pesar de crecer y residir en el barrio, en la mitad del ASPO salí decepcionado del kiosco. No podía lograr dialogar con la gente. Traté de hacerlo al preguntarle “¿qué tal la pandemia?”, “¿cómo la llevás?”, pero me dí cuenta que no poseía tanta afinidad y empatía con esas personas como mi madre. Recordé a Malinowski (1975) en la Costa Sur de Nueva Guinea, que luego de haber fallado en los intentos por entrar en contacto con los nativos, tuvo períodos de desaliento y encierro. Con desánimo, decidí no ir al kiosco a fin de pensar qué estrategias emplear para conversar con la gente sobre la pandemia. Cuando regresé, retomé la conversación del trabajo con mi madre, en la que llegamos a un acuerdo: “dale, también voy a hacerles preguntas del coronavirus, así te ayudo un poco”. Si bien no es una investigación etnográfica colaborativa, como propuesta dialógica y de coautoría (Rappaport, 2011, citado en Domínguez Mon, 2017), tomo impulsos de ella para acordar estrategias de colaboración con Doña Marta.

Desigualdades sociales como lupas teóricas para mirar el ASPO

Cuando iba al kiosco pensaba en las inequidades que atraviesan las personas en el actual contexto pandémico. Al reflexionar sobre esta experiencia, me resulta relevante retomar el concepto de desigualdades sociales porque permite analizar cómo éstas repercuten en los modos en que se transita el ASPO.

Los abordajes de las desigualdades sociales fueron múltiples y generales. Algunas miradas sobre desigualdades sociales y pandemia analizan la inversión, consumo y demanda de empleo en la economía formal, sus efectos en la pequeña y mediana empresa, y la profundización de la relación entre informalidad económica, pobreza y exclusión social en dicho contexto (Observatorio de la Deuda Social Argentina, 2020). Otras perspectivas examinan las implicancias de las desigualdades sociales en trabajadores/as de la salud (Minayo y Freire, 2020; Soares et al., 2020), como también los impactos del COVID-19 en la mortalidad general y sus tendencias según la prevalencia de pobreza monetaria (Mújica y Pachas, 2021).

Los abordajes nombrados arriba son macros y globales, los cuales han dejado un vacío sobre cómo las fuerzas sociales han configurado el riesgo desproporcionado de contagiarse de enfermedades por parte de la población vulnerable (Farmer, 2000), por ejemplo ante la emergencia de la pandemia de COVID-19. Esos estudios tampoco enfatizan en cómo es vivir en condiciones de vulnerabilidad y cumplir el ASPO. Aquí me distancio de ellos para orientar la lupa hacia una perspectiva local situada en lo barrial: ¿cómo repercuten las medidas del ASPO en las desigualdades de personas que acuden al kiosco de Doña Marta? Empujado por este interés, retomé el planteo de Grimberg (2003), quien ofrece profundizar en una mayor comprensión de hechos pasados y experiencia vivida en el marco de desigualdades sociales.

Para arribar a lo anterior, he buceado en los aportes de la salud colectiva que abrevan en la necesidad de pensar la articulación entre procesos político-sociales más amplios y los márgenes de acción que los mismos habilitan para determinados conjuntos de personas. Breilh (2010) considera que las desigualdades sociales provienen de condiciones estructurales y deben analizarse en vinculación con las dinámicas específicas, que prefiguran tanto las posibilidades del hacer de las personas y grupos como también sus estrategias. Es en ese entrecruzamiento que los “indicadores de la pobreza” dejan de ser algo abstracto para abrirse paso en la comprensión de sus repercusiones en la salud de las personas en contextos específicos (Barcellos, 2008).

“¡¡¡ Doña Marta!!!”. Atención y diálogos en los primeros días del
Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio

Hace años que voy al kiosco atravesando en diagonal una canchita fútbol porque por ahí acorto la distancia. Antes de llegar a lo de “Doña Marta”, suelo oír música (guaracha, folklore y cumbia) a todo volumen que proviene de las casas de Carlos, Juan, Graciela, entre otras. Sin embargo, el primer día de la cuarentena escuché “Dios, cuídanos en esta guerra”, que venía de la casa de Isabel, quien posee un pequeño santuario en la vereda. Antes de llegar a lo de mi madre, la música religiosa sale de un parlante que está en la vereda de la Popi. Cuando entro al kiosco, una de las clientas más longevas solicita una gaseosa, mientras dice “todo estaba escrito ahí en la Biblia”.

Es cierto que la religión y la “salvación de la actual pandemia” habían tenido ahínco en medios nacionales e internacionales. Un pastor evangélico en Argentina fue denunciado por vender alcohol en gel antibacterial a 14 dólares y engañar a seguidores al decirles que se trataba de una cura milagrosa para el coronavirus (El Litoral, 2020). Estas palabras condensan la forma que el vocabulario de la iglesia se entremezcla con el de la medicina (Bordelois, 2009), y también permiten recordar que la religión y la medicina encarnan uno de los matrimonios más antiguos. Otro ejemplo consistente es la portada de uno de los principales periódicos provinciales con el título “Covid-19: católicos, ortodoxos, evangélicos, judíos y mormones, orando juntos”, en el cual desarrolla todas las actividades realizadas por estas religiones y cultos ante la pandemia, programando una agenda para recuperada la normalidad, recorrer las calles de la ciudad (El Liberal, 2020). En Los Juríes, ciudad ubicada en el Departamento General Taboada distante a 280 kilómetros de la Capital de Santiago del Estero, un párroco de una iglesia local recorrió el pueblo “para que ayude y proteja a los vecinos de la pandemia” (Sur Santiagueño, 2020). Esta clase de acciones se remontan al siglo XIV, cuando en plena Peste Negra la Iglesia Católica hacía procesiones por las calles de Europa con el fin de cuidar a la población (véase Palermo, 1996). Recupero estos eventos en la prensa porque me sirven como ejemplos para resaltar dos cosas: la conexión entre lo que sucede en el barrio y en la provincia, como también cómo prácticas históricas que parecen lejanas se reactualizan durante el COVID-19.

Atiendo a las personas junto a mi madre porque la cola es larga. Aparece por primera vez una mujer con barbijo. Elisa, como la conocemos en el barrio, es madre soltera de un niño y trabaja de empleada doméstica. Vive en una casilla de madera, que por su precariedad se está derrumbando. Cuando se va Elisa, otra mujer que también compra algo dice: “¿para qué se pone barbijo, qué le va a hacer?”, a lo que mi madre añadió: “aquí nadie viajó a Europa”. Luego atiende a Silvia, quien aclara: “si nosotros contagiamos nos iban a decir de todo, toda la televisión iba a decir: los pobres siempre son el atraso… claro, claro… si Natalio [personaje vagabundo del sector] tenía el virus, ¡para qué! Porque ellos contagian y lo traen, no dicen nada”.

Retomemos el origen de la pandemia. El COVID-19 nació en Wuhan (China), pero de ahí se extendió al resto del mundo. Las personas que viajaron, no sólo a Europa, podrían haberse contagiado, pero en el momento de la etnografía la transmisión también era comunitaria. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señalaba, en ese entonces, que si no se presentaban síntomas respiratorios característicos del coronavirus (sobre todo, tos), no era necesario llevar puesta una mascarilla (2020). Silvia señala que las personas pobres son estigmatizadas y están asociadas al atraso, y enfatiza entre líneas que los primeros casos de COVID-19 en la Argentina, como en muchas partes de América Latina, están asociados con viajes al extranjero y a una posición socioeconómica alta (Castro, 2020).8

Roberto –que también es cliente– trabaja en el depósito del kiosco junto a sus tres hijos albañiles, mientras expresa “no nos queda otra”. Luego, uno de ellos agrega: “cuando estamos preparando los materiales en la vereda nos tenemos que esconder porque la policía nos puede meter presos”. Estos albañiles no pueden dejar de producir porque “no les queda otra”. Dicho de otra manera, estos trabajadores que viven en condiciones de desigualdades están obligados a exponerse a la incertidumbre patológica porque tienen certezas de que no tendrán un peso para llevar a sus casas.

Jerónimo, quien no pudo concluir la educación básica y tiene a su madre a cargo, me pide una gaseosa y fugazmente dialogamos: “así sea sábado, domingo, feriado, no importa, yo igual tengo que laburar [trabajar]. Laburo en una empresa de seguridad. Si no trabajo, me corren”.

Manuel es vendedor ambulante y posee sillas y mesones para alquilar en fiestas. Mientras lo despacho, me relata: “tengo que laburar, no tengo otra. Tengo que comer, Horacio. Si no laburo, ¿quién me va a dar de comer?”. Él es viudo, vive con su hijo, hija y la pareja de ella, quienes acaban de tener una beba.

También Ernesto compra cigarrillos y afirma: “allá [en un baldío] estamos limpiando un terreno, ahí estamos haciendo monedas [dinero]”. Mientras la transpiración rodea su nariz agrega “¡qué cuarentena ni qué cuarentena! Ahí estamos laburando”.

Pablo es vidriero, vive con su padre, madre y tres hermanos, compra cigarrillos y dice: “mi patrón me ha ido a pagar en casa, pero me ha dicho ‘no sé qué vamos a hacer porque no entra plata y no tengo para pagarles’. No sé qué voy a hacer”.

Lo que estas personas expresan remite a las situaciones en que se sitúan las familias que se encuentran en los barrios de Santiago del Estero, en donde los empleos poseen marcados rasgos de informalidad y precariedad, y los sectores marginados sufren el mayor impacto de la cuarentena en la provincia (Grupo de Estudios del Trabajo, 2020). Mientras los protocolos preventivos gubernamentales llaman al encierro y al teletrabajo, estos datos revelan que esas medidas no contemplan la realidad de estas personas que viven en vulnerabilidad producto de la informalidad laboral.

Regreso a la ventana. Las personas compran la misma cantidad de alimentos que solían, pero están obligadas a gestionar nuevas estrategias de supervivencia diarias (Maceira, et al, 2000). “Llevo esto [pan], pero lo voy a freezar porque seguro que estos días va aumentar” me dice Camila.9 Otro cliente argumenta “quieren que llenemos las heladeras para que no salgamos porque nos dicen ‘quedate en casa’, pedimos plata aquí y allá ahora, pero igual no nos alcanza”. Las narrativas, tanto nacionales como provinciales de “quedate en casa” encuentran su propia inadecuación e imposibilidad en la cotidianeidad de estas personas (Lorenzetti y Cantore, 2021); también permiten observar cómo funciona el banco popular de préstamos, es decir que “pedimos aquí y allá ahora, pero igual no nos alcanza” es un reflejo de cómo las desigualdades sociales obligan a realizar estrategias de supervivencia cotidiana, tal como una vecina sostiene: “le he pedido un poco de aceite a Mabel porque no tenía para hacer un guiso”, mientras lleva aceite suelto.

El estudio de Longhi et al. (2022) que aborda los hábitos alimenticios y las transformaciones en la comensalidad durante la pandemia en Santiago del Estero me sirve de poco apoyo analítico para observar y reflexionar sobre qué estrategias de supervivencia emplean quienes viven en barrios marginales. Para decirlo de una vez, historias como las que cito muestran que las redes de préstamos entre vecinos/as representan un mecanismo socioeconómico que viene a suplir la falta de seguridad social, reemplazándola con un tipo de ayuda mutua basado en la reciprocidad en contextos de marginalidad (Lomnitz, 1975), que durante las medidas restrictivas del ASPO se vieron obstaculizadas.

Estos días los y las clientes de Doña Marta van todos los días a comprar “para tirar el día a día”, como sostiene Delia. Estas palabras evidencian que “quedate en casa”, como medida para cumplir el ASPO, está pensada para una población que tiene la capacidad adquisitiva de realizar una compra al mes, y no para personas como las del barrio Almirante Brown donde las estrategias de supervivencia obligan a tener el horizonte temporal manejable del día a día (Oliveira, 2015).

Un viejo cliente, Ricardo, muestra su malestar por el alto costo de los productos: “aquí todo aumentan estos hijos de puta, antes de la cuarentena estaba más barato”. El precio de los alimentos básicos está determinado por enormes complejos agrícolas, industriales y comerciales, que en tiempos de cuarentena aumenta.10 La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (2020) propone un plan de choque para garantizar el suministro global de alimentos frente al COVID-19, sin embargo estas familias han padecido históricamente una violencia estructural (Farmer, 2007) que ha condicionado su forma de alimentación y consumo.

Los relatos que se dan en el kiosco de Doña Marta exponen el modo en cómo los primeros meses de pandemia del año 2020 han profundizado las preocupaciones, incertidumbre y formas de ver este presente inmediato, donde la vulnerabilidad y precariedad son narradas como parte constitutivas de las vidas de las personas que viven en el barrio.

Violencia policial y hacia las mujeres

Durante la cuarentena, en el barrio Almirante Brown la policía circulaba más de lo habitual: “el otro día han venido al kiosco, le decían a la gente que estaba esperando que tengan distancia de un metro por lo menos”, dice mi madre, y agrega: “ayer [30/03/2020] la policía ha venido y me ha dicho que cierre, era[n] las 10 de la noche”. En el sector, los robos aumentaron el último tiempo, pero la presencia policial atenúa: “Allá [a la vuelta] lo han metido preso a Kirki por no cumplir la cuarentena. Mejor, menos robo en la zona”, resume un cliente.

En un efecto rebote, la circulación restringida por la cuarentena es vista como sinónimo de seguridad. Renata vive a 50 metros del kiosco. El gobierno de la provincia le hizo una vivienda porque su anterior casa “no era apta para vivir”, repite siempre. Ella, que reside con sus dos hijos y marido, quien a su vez tiene dos hijos más que también viven en el domicilio, sostiene: “ya le he dicho a mi hijo que no vaya a querer salir. Lo llega a agarrar la cana [policía] lo van a hacer cagar, lo van a pegar”. Esto habla de las ambigüedades acerca de la presencia policial: mientras que mis interlocutoras sostienen que el coronavirus no es temido, sino la policía, por otro lado, según el decreto N° 297/2020 (Poder Ejecutivo Nacional, 2020), las fuerzas de seguridad auguran el cuidado de la población por medio del acatamiento al ASPO. Ejemplifican el discurso estatal las palabras del gobernador de Santiago del Estero en diferentes momentos del año 2020, donde resalta que la policía se involucra inmediatamente ante casos de emergencia, y que junto al sistema de salud viene teniendo una importante y loable tarea de cuidarnos y cuidar a los demás frente a la peligrosa circulación del virus (Zamora, 2020).

Las fuerzas de seguridad en el territorio nacional están legitimadas para solicitar documentación personal a ciudadanos/as que transitan por la vía pública, cuando esas mismas fuerzas del orden estuvieron involucradas en crímenes atroces durante la última dictadura cívico-militar (Sirimarco, 2021).

Como contrapunto al rol de la policía para cuidar durante el ASPO, la Red de Organizaciones Contra la Violencia Institucional de Santiago del Estero (2020) y la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (2020) han denunciado la intervención y el uso de la fuerza de seguridad desmedida con el intento de hacer cumplir la cuarentena. Estas organizaciones visibilizan lo que sucede en los barrios populares de esta provincia: desde el abuso de armas, torturas, hostigamiento, lesiones leves, graves y hasta desaparición temporaria de personas. Mientras se dan controles globales en aeropuertos y terminales de ómnibus, las fuerzas policiales fiscalizan a la población, pero en el barrio hay control policial represivo.11

Volvamos al escenario del kiosco. Alfonso compra tres vinos y dice: “para pasar el día, ¿qué más voy a hacer?”. Él se va y seguimos atendiendo con mi madre, mientras una clienta sostiene, “¿qué más van a hacer si no es tomar?”. Luego mi madre resalta que “en dos días he vendido todo el alcohol que tenía para una semana, están tomando a lo loco [demasiado]”. Víctor también se acerca a comprar: “dame dos tintos [vinos]”. Después que él deja la ventana mi madre razona: “son obreros, no tienen qué hacer, qué más van a hacer sino es tomar [beber alcohol de forma dependiente]”. Víctor hace semanas fue denunciado por su esposa –con quien convive– por violencia: “pobre Alicia [esposa de Víctor], ¿qué va hacer ahora con ese tipo todo el día metido en la casa?”, enuncia Isabel que lleva azúcar. La Organización de Naciones Unidas (2020) sostiene que las tasas de violencia doméstica hacia las mujeres han aumentado (como se puede ver en China, Italia y Francia) porque el hombre no tiene distracciones, no sale al espacio público y permanece en casa tras las órdenes de cuarentena. Sin embargo, las voces de las mujeres del barrio “destapan la olla” visibilizando y socializando en la ventana del kiosco las violencias que sufren.

En el contexto del ASPO, las violencias contra las mujeres que antes estaban invisibilizadas comienzan a manifestarse en la ventana del kiosco de Doña Marta. El mensaje “quedate en casa” ha recluido la presencia de los varones en las casas porque ya no juegan a la “pelota”, tampoco frecuentan otros espacios de socialización (trabajo, reuniones con sus pares). Es posible que el encierro calme los celos de los varones, que ahora sienten que tienen bajo control a sus parejas y que se presentan menos situaciones para esos celos. De igual modo e imperceptiblemente, al ser constante la presencia policial en el barrio, los varones se sienten “vigilados” simbólicamente (Canevari et al., 2023).

“Ahora van a querer venir a probar con nosotros”.
Memoria y dudas en torno a la vacuna contra el COVID-19

La propagación mundial del COVID-19 hace que las industrias farmacéuticas, agencias internacionales de cooperación y gobiernos nacionales trabajen en la consecución de vacunas. Este despliegue significa que diferentes iniciativas están siendo investigadas en laboratorios, mientras que otras se encuentran en fase de pruebas. En este apartado describo cómo esta carrera por la vacuna actualiza experiencias sentidas del pasado que imprimen la memoria, y que se reanudan en tiempo de ASPO de las personas del barrio Almirante Brown.

Había registrado varios diálogos desde la ventana del kiosco de Doña Marta hasta que una vecina conectó la pandemia a un hecho pasado que marcó a la gente del barrio sobre la prueba de la vacuna pediátrica contra el neumococo en el año 2007. Ahí experimenté la complicada tarea de colocar en este texto —y en su parte final— cómo se dio la acción en el campo (Peirano, 2014). No tenía previsto ahondar en la memoria; sin embargo, ese diálogo me ayudó a repensar que la pregunta sobre cómo sobrevive la gente en contexto de desigualdad en momentos de pandemia debe ir a la par del enigma en torno a qué hechos pasados coadyuvan con la incertidumbre patológica.

En el año 2014 realicé una pesquisa etnográfica sobre la percepción que las mujeres tenían de los servicios de la Unidad de Atención Primaria de la Salud —UPA— del barrio (Pereyra, 2014). En aquella oportunidad, Rita, que vive a 2 cuadras del kiosco de Doña Marta, me decía que “los domingos a la mañana venían un médico, agente sanitario y enfermera en una ambulancia. Me decían que la vacuna contra el neumococo iba a salvar la vida mi hijo y que nos iban a tirar unos mangos [dinero]”, mientras compartimos unos mates en su casa.12 Esta vacuna contra la neumonía pediátrica generó polémica a fines de 2007 y se suspendió su aplicación en junio de 2008 con la muerte de 14 criaturas (Clarín, 2009; Rebossio, 2008). El laboratorio británico GlaxoSmithKline, para probar la eficacia de la vacuna, realizó el experimento reclutando 14.000 menores en diferentes provincias argentinas, entre ellas Santiago del Estero. La Federación Sindical de Profesional de la Salud de la República Argentina (2014) denunció que en Santiago del Estero el entonces gobernador Gerardo Zamora —el mismo que gobierna hoy—, en consonancia con el Ministerio de Salud Provincial,13 disolvió el Comité de Ética del Hospital de Niños, lo cual posibilitó realizar esta prueba ilegal. En esta provincia, los niños del barrio Almirante Brown fueron blanco de aquella prueba mortal.

En el marco de esa pesquisa, un trabajador de la UPA con lágrimas en sus ojos decía: “en el barrio los han usado como conejitos de laboratorio. Las envolvían a las madres para que firmen. Claro, como son pobres, no importan, y dos han muerto”. En el año 2011, el Juzgado Nacional en lo Penal Económico N° 2, encontró culpables a los 2 investigadores responsables y coordinadores del estudio y a GlaxoSmithKline Argentina S.A. En 2012 la vacuna pediátrica fue incluida en el calendario nacional de vacunación. En ese mismo año, Pfizer S.R.L compró los derechos para producir esa vacuna.

Mientras vendo fideos a Guillermina escuchamos desde la televisión que “Argentina fue seleccionado para probar la vacuna contra el coronavirus”. Guillermina tiene 60 años aproximadamente y es una de las primeras habitantes del sector. “Ahora van a querer venir a probar esa vacuna con nosotros. ¿Te acuerdas, Marta, cuando andaban locos con la del neumococo?”, a lo que mi madre asintió. La vacuna del COVID-1914 a Guillermina le genera sospecha al recordar la prueba del neumococo, lo que exacerba su incertidumbre patológica, que a su vez socava la noción de vacuna como base sólida de las campañas inmunológicas contra la pandemia.

Existen iniciativas para ensayar la prueba contra el coronavirus en otros países, pero también se pretende hacer en la Argentina. La unión entre grupos ligados al capital financiero y agencias internacionales de cooperación y financiamiento (OMS, Banco Mundial, entre otros) conforman el Complejo Médico Industrial (Iriart y Merhy, 2017). En la actual pandemia, este Complejo está al acecho por convertir este desastre y emergencia en lucro (Basile, 2020): la prueba de la vacuna a la que Guillermina tiene desconfianza pretende realizarse también en África, tal como acaban de enunciar en un programa televisivo francés Jean Paul Mira, jefe del servicio de reanimación del Hospital Cochin de París, y su colega, Camille Locht, director del Instituto de Salud e Investigación Médica de ese país. La respuesta a éstos no demoró en llegar. El prestigioso ex-futbolista Samuel Eto'o fue el primero: “Asesinos. No son más que mierda. África no es su patio”, señaló; también el ex futbolista Didier Drogba sentenció que “es totalmente increíble que tengamos que advertir esto. África no es un laboratorio” (El Mundo, 2020). Con ello estoy queriendo soldar dos consecuencias del Complejo Médico Industrial: por un lado, mientras las voces se alzan en otras latitudes del planeta contra el procedimiento ético de la prueba de la vacuna contra el COVID-19, Guillermina hace lo propio evidenciando las conexiones multiescalares del Complejo; y por otro lado, los contrastes de la desigualdad durante el año 2020: 20 de las corporaciones farmacéuticas más poderosas del planeta se han enriquecido de manera exorbitante teniendo ingresos de 696.6 miles de millones de dólares —superior a los años de prepandemia— (Polanco, 2021), entretanto las personas del barrio han sufrido más deterioro en sus condiciones de vida.

Reflexiones finales

Voy a la casa de mi madre a colaborar en el kiosco y a verla, no voy a investigar. Casual y accidentalmente en este contexto pandémico, mis anotaciones en el cuaderno de campo de lo que allí sucede fueron tejiendo esta serendipia etnográfica.

Traté de mostrar cómo las personas del barrio Almirante Brown del sur de la ciudad capital de Santiago del Estero llevan adelante el ASPO de acuerdo a su contexto social y condiciones materiales. Evidencié que las desigualdades se han acentuado y esto ha obligado a las familias del barrio a desplegar e inventar nuevas estrategias de supervivencia para poder gestionar nuevas carencias.

Esta etnografía explica cómo las incertidumbres que expresan las y los vecinos del barrio son indisociables del contexto social, de las violencias y de las experiencias sentidas del pasado que imprimen la memoria y que se reactualizan durante el período del ASPO. Dichas incertidumbres, que permean las vivencias de “estar en pandemia”, los escenarios sociosanitarios y las experiencias pasadas, son interdependientes y están interconectados.

Las lecturas de los trabajos que recuperan las relaciones entre condiciones estructurantes de vida y las posibilidades de acción de las personas en contextos específicos, me permitieron indagar en las repercusiones del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio en el barrio. A través de la ventana del kiosco pude acceder a las distintas interpretaciones que realizaban las/os vecinos en su cotidianidad respecto de las primeras medidas gubernamentales en la pandemia. En sus expresiones daban cuenta de la fragilidad de los sostenes para cuidarse y cuidar en los contextos donde viven su día a día.

La posibilidad de establecer acuerdos con mi madre invita a pensar estrategias (casi)colaborativas cuando estamos cercados en el trabajo de campo. Sin embargo, el escueto tiempo de atención impidió profundizar en aspectos que podrían haber enriquecido el trabajo empírico.

Desde una estrategia textual como la esbozada, quise traspasar los límites biologicistas de los abordajes del coronavirus para desmontar la construcción por parte de las autoridades sanitarias que asumen sus intervenciones de forma mecánica y prerreflexiva. Registrar las desigualdades sociales en momentos de pandemia para cientistas sociales —y en especial para quienes hacemos antropología— resultaría beneficioso, en tantos productores/as de relatos escritos, sobre cómo el cumplimiento del ASPO termina siendo un marcador de las inequidades sociales, y que tales medidas preventivas no pueden entenderse por fuera de los escenarios sociosanitarios.

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1 Una especial mención merecen las/os evaluadoras/es anónimas/as de este artículo. Me invitan a repensar que las evaluaciones en antropología son parte de nuestra disciplina. Como forma de reconocimiento a ese trabajo científico invisibilizado, quiero agradecerles por la tenaz, cuidadosa y propositiva lectura y sugerencias que hicieron. Esto me invitó a reflexionar no solamente sobre este artículo, sino también sobre la escritura y el quehacer antropológico.

Este texto no hubiera sido posible sin los comentarios críticos de personas del Instituto de Estudios para el Desarrollo Social de la Universidad Nacional de Santiago del Estero. También discutí este artículo en el marco del proyecto UBACyT “Las escenas de espera y el poder de hacer esperar. Un estudio en tres ámbitos de la vida social: salud, dinero y amor” (20020170100034BA). Director: Pecheny, Mario Martín. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires (2018-2022), y quiero agradecer los aportes de sus integrantes.

2 Continuando con el acuerdo universal en las ciencias sociales, los nombres de las personas que empleo son ficticios, mientras que las alusiones a lugares son reales.

3 Esta clase de trabajo informal está dado por la venta directa de casa en casa, donde realizan promoción de productos, demostraciones sobre la garantía. Las revendedoras generalmente pasan cada semana a cobrar en los domicilios de las clientas. Un módico porcentaje va a las revendedoras, mientras que el resto se los llevan empresas multinacionales de cosméticos como Avon, entre otras.

4 En este trabajo analizo el periodo desde el 20 de marzo al 10 de agosto del año 2020 y no la extensión que dispuso el gobierno nacional. Sin embargo, no significa que la realidad entre una y otra haya cambiado.

5 Propongo esta metáfora en base a la incertidumbre tóxica de Auyero y Swistun (2008). Estos autores analizan, en Villa Inflamable —Conurbano Bonaerense—, el modo en que el sufrimiento ambiental a causa de la polución del agua, aire y suelo se encarna en los cuerpos de las personas que viven allí. Sin embargo, al darse cuenta que hay una pesada red de discursos que confunden más de lo que aclaran esa realidad objetiva, emplean la metáfora incertidumbre para abordar cómo esa confusión genera padecimientos adicionales.

6 Por citar dos ejemplos, en el barrio nació Rubén Gómez Oroná, más conocido como Jacinto Piedra, uno de los máximos folcloristas de la provincia y del noroeste argentino. También vivió Sixto Palavecino, violinista quichuista que realizó la traducción del Martín Fierro al quichua, y que fue reconocido a nivel nacional por su aporte a la cultura popular (El Liberal, 2018).

7 En los márgenes de este desagüe algunas personas se fueron ubicando para vivir en casillas de chapa, plástico o cartón. Cuando llueve demasiado, el desagüe se llena y estas casas se inundan. Hace dos años la policía de la provincia, mediante balas y amenazas, desalojó a 70 familias que residían allí (ver Saccucci y Hernández Bertone, 2020).

8 Para el caso argentino, según el reporte del 5 de marzo de 2020 del Ministerio de Salud de la Nación, el ingreso de la pandemia se detecta el 3 de marzo de 2020 cuando una persona regresa de Italia, la cual es tratada en la clínica Suizo Argentino de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

9 Mientras en la Argentina y otros lugares del mundo, como reportan diferentes diarios nacionales (Infobae, 2020) e internacionales (El País, 2020; BBC, 2020), el papel higiénico adquiere un endiosamiento como mercancía de lujo frente al COVID-19, las personas de este barrio soportan la cuarentena “freezando panes”. Lo que estoy marcando es cómo artículos de consumos tan disímiles como pan y papel higiénico son elementos claves de antagonismo social.

10 El incremento de precios durante el coronavirus en el territorio argentino fue señalado por la Comisión de Ciencias Sociales de la Unidad de Coronavirus COVID-19 del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación (2020).

11 Es interesante analizar cómo otros barrios que han sido marginalizados y estigmatizados en Santiago del Estero, durante el ASPO también han encarnado una otredad peligrosa (ver Arce Lourdes, 2021).

12 En el año 2004 un grupo de mujeres en Nigeria, mientras se desplegaban campañas contra la poliomielitis, sospechaban que las iniciativas sanitarias estuvieran vinculadas para propagar el HIV y la infertilidad. Desconfiaban de la dosis porque, en el año 1996, un medicamento realizado por Pfizer para combatir la meningitis mató en Kano (norte de Nigeria) a 11 niños/as, dejando secuelas en varios/as. Pfizer desplegó un ensayo clínico sin autorización ética, suministrando la prueba a 200 niños (Frishman, 2009). El laboratorio logró un acuerdo extrajudicial para que el juicio no prosperará, pagando 75 millones de dólares a las familias damnificadas mediante una negociación entre el embajador de EE. UU. y la justicia del país africano, lo cual fue destapado por WikiLeaks (2009). Un panel de expertos de Nigeria calificó lo sucedido como “un caso claro de explotación de ignorantes” (Stevens, 2006). Traigo a colación este ejemplo en otro contexto porque me permite costurar las sospechas de estas mujeres nigerianas con las dudas de Rita, las cuales se reanudan en los diálogos que se dan en la ventana del kiosco de Doña Marta.

13 Luego de este escándalo, que llegó a la Cámara de Diputados de la Nación (expediente 5291-D-2008), el ministro de salud de la provincia fue destituido. Este ministerio es sensible a las prácticas políticas del gobierno provincial, en tanto el cargo es una válvula de los conflictos sociales y con más recambios de mando dentro del gabinete provincial (ver Curioni, 2013).

14 Al comienzo de septiembre de 2021 se firmó un acuerdo entre Pfizer y el gobierno de la República Argentina para que las vacunas producidas por el laboratorio fueran aplicadas en el territorio nacional.