La fuerza de la no violencia

Judith Butler
Buenos Aires, Editorial Paidós

2020, 254 pp.

por Eliana Millán

Docente y Estudiante de Antropología Social y Cultural.
Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales,
Universidad Nacional de San Martín

orcid.org/0000-0001-9730-9909

millaneliana@gmail.com

Cómo citar esta reseña: La fuerza de la no violencia. De Judith Butler. Eliana Millán, Etnografías Contemporáneas, año 9, Nº 16. pp 264-267.

Existen varias razones por las cuales nombrar “manifiesto político” al presente libro de Judith Butler (2020), quien nos conduce a la reflexión sobre la idea de que la no violencia no es una forma pasiva, individualista o sin sentido de acción, sino una verdadera fuerza ante el atropello mundial en materia de derechos humanos, no humanos, desigualdades y discriminaciones de clase, género, raza, etc. La autora, a lo largo de su libro, reafirma la necesidad de una ética de la no violencia que opere de forma colectiva superando la violencia como práctica habitual ejercida de arriba hacia abajo y de forma horizontal. A través de un revisionismo histórico y la recuperación de argumentos tomados de autores como Freud, Fanon, Haraway y Benjamín, introduce novedosas miradas sobre una problemática exhaustivamente trabajada en las ciencias sociales: los usos y permisos de las violencias.

El libro se organiza en cuatro capítulos y un apartado final que responden a diferentes ejes de análisis. En el primero se analiza la forma ética de la no violencia dentro del campo de la fuerza de la violencia misma. A través de argumentos sólidos y de la recuperación de conceptos, propios y ajenos, la pluma de Butler nos lleva a la reflexión sobre cuestiones que tenemos normalizadas o naturalizadas. Según ella la “no violencia” sería otra posibilidad de acción dentro de la violencia misma y una práctica de resistencia que puede superar un proceso violento. Para ello propone reorientar las intenciones agresivas. Nos invita, entonces, a pensar el vínculo entre agresión y violencia planteando una distinción: la no violencia no tiene sentido si no se repiensa y se actúa para la “igualdad”. Así introduce un concepto ya trabajado por ella: el de “duelidad”, partiendo de que en el sistema actual siempre ha habido vidas que podían ser dueladas, lloradas, en contraposición con otras vidas “matables” o donde la naturalización de sus muertes hace imposible el desarrollo pleno de la experiencia vital (refugiados, minorías, etc.). De este modo, para poder practicar la no violencia sería necesario reconocer los diversos modos en que aparece la violencia en el mundo y, sobre todo, la tesis central del libro: quiénes pueden ejercer la violencia y quiénes son violentados.

En el segundo capítulo realiza un análisis de los aportes de la filosofía moral para una práctica reflexiva de la no violencia, preguntándose cómo las fantasías sociales sobre este concepto se interponen en la implementación de dicha práctica y en el valor de ciertas vidas. Así, recurre al psicoanálisis para comprender qué nos hace elegir defender unas vidas y no otras, retomando el concepto de “grupos vulnerables” para explicitar la desigual distribución de la vulnerabilidad, en relación a que los modos de vivir, de alguna manera, determinan o anticipan formas desiguales de morir o “muertes anunciadas”. Con una fuerte crítica al individualismo considera importante desarrollar un “ethos de la no violencia”. Al retomar su concepto de vidas duelables, afirma que el grado de duelabilidad se manifiesta en la vida, pero puede verse también en la potencialidad de la muerte. Según ella, no hay manera de vivir en un mundo donde cada uno se guíe por sus pulsiones de muerte ya que esas acciones y agresiones volverían a los otros en contra de nuestra propia vida: no es posible destruir una vida ajena sin destruir la propia (si esto suena a hipótesis Gaia, no es casualidad).

En el tercer capítulo la autora analiza la ética y la política de la no violencia a la luz de las actuales formas de racismo y política social. Retoma a Fanon y Foucault para ampliar la mirada y la comprensión sobre las fantasías raciales que intervienen en la dimensión ética de la biopolítica. Recupera, además, la idea de Walter Benjamin sobre una resolución de conflictos siempre abierta para plantear que la agresión está ligada al componente interdependiente de los vínculos sociales. Aquí recurre a la imaginación y a la importancia de anticipar el daño que pueda suscitar, por ejemplo, el drama de la guerra, logrando una reparación anticipatoria de salvaguarda de la vida del otro. Es mencionado también el pilar fundamental para una ética de la no violencia: comprender y aceptar que la interdependencia y el vínculo social son de por sí conflictivos, de modo que la solución sería evitar que éste se vuelva una ira que, de desatarse, “adquiera formas violentas”. La referencia a la biopolítica de Foucault le sirve a Butler para criticar al poder eurocéntrico, el cual se ha creído soberano para “dar vida” o “dejar morir” (personas, poblaciones, grupos, seres vivos en general). De esta manera, se torna menester reconocernos sujetos de derechos para poder ejercer el derecho a la vida –o a la muerte–. En tanto el poder controla poblaciones, esta premisa se vuelve confusa siendo la lógica de la guerra la que predomina: para yo poder vivir, el otro debe morir. Actualmente, vemos que dicha lógica convive con una forma de muerte y de violencia más indirecta. El caso más iluminador es la negación que genera la lógica del racismo sobre la vida-existencia de los otros. Y aquí es donde Fanon hace su entrada triunfal en los argumentos de Butler: problematizar la idea de “sujeto” puesto que la actual está sumamente racializada y jerarquizada por el esquema histórico-racial. Al final del capítulo se retoma la idea de “violencia de la ley” distinguiendo entre lo “violento” y lo “coercitivo”, propio de las figuras legales, categorías que pondrá en igualdad de condiciones citando a Benjamín: la coerción es violencia. De esta manera, critica las malas lecturas sobre el filósofo alemán y menciona la posibilidad de ser leído en clave de la no violencia invitándonos a repensar la legalidad de la violencia, sus formas estatales, pero, sobre todo, el establecimiento de sus esquemas justificatorios.

El último capítulo del libro es el más específico y se aleja de una narrativa de divulgación que por momentos la autora pareciera querer instalar. En él es retomada la figura de Freud discutiendo ideas como la destructividad, la crueldad y la guerra. Uno de los argumentos relevantes para su teoría es que, tempranamente en la historia, el padre de la psicología consideraba que la pulsión de muerte, amplificada por la tecnología, destruía los lazos sociales que cumplen la función de mantener bajo control dicha destructividad, así como la oposición entre ésta y la facultad crítica. Finalmente, el capítulo concluye que un conocimiento de la propia capacidad destructiva puede gestionar una ética y una política no violenta teniendo lugar entre lo psíquico y lo social, bogando por una política de transformación de los sentimientos de odio, ya que la vida orgánica sería la que nos vuelve pacifistas. En el apartado final, de lectura llevadera, la autora demuestra una comprensión y criticidad frente a los problemas contemporáneos relacionados con la violencia: los movimientos feministas, los colectivos migrantes y refugiados, el drama de las cárceles, el rol de la policía, no sin antes dejar de mencionar una crítica al paternalismo que suscitan ciertos discursos y posturas, frente a algunos grupos “vulnerables”. Para finalizar, Butler concluye que no es la vulnerabilidad un rasgo constitutivo de ciertas minorías, sino una característica de los lazos sociales que requiere de una forma no violenta de resolución que se muestre como resistencia y como una fuerza capaz de modificar y rechazar las formas violentas naturalizadas y las lógicas de guerra. De este modo sería, posible afirmar y ejercer el merecimiento de todas las formas de vidas de ser dueladas.

A modo de conclusión quisiera mencionar que el libro merece ser leído debido a la urgencia del contexto donde se aprecia una modificación en las tolerancias frente a la naturalización de ciertas violencias y sobre todo respecto al sufrimiento ajeno, este último vinculado con la desigualdad cada vez mayor en términos económicos, sociales y culturales. La fuerza de la no violencia brinda una mirada interdisciplinaria y abarcativa que resulta útil para el abordaje en las ciencias sociales. Además, introduce un aspecto original y sugerente para los estudios sobre violencias y eso tiene que ver con darle una vuelta de tuerca al concepto mismo de la violencia e introducir en lo que puede parecer “pasivo”, un planteo de resistencia activa. En este sentido, el libro de Butler es un manifiesto y una invitación a poder repensar aquellas formas habituales de vínculo y comprensión hacia todas las personas humanas y no humanas. Si bien no parece un camino sencillo, luego de su lectura, podemos afirmar que éste no es individual, sino en interdependencia e igualdad para arrimarnos hacia una verdadera ética de la no violencia, no como una forma de pasividad sino como una resistencia firme que ame y construya frente a una violencia que odie y destruya.