por Francisco González Kofler
Instituto de Estudios para el Desarrollo Social,
Universidad Nacional de Santiago del Estero.
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
https://orcid.org/0000-0002-9452-6518
fgonzalezkofler@gmail.com
En este trabajo exponemos las reflexiones epistemológicas y procedimientos metodológicos empleados en torno a la práctica y oficio del etnógrafo del pasado reciente e inmediato. Para ello, desarrollaremos algunos ejemplos tomados de la investigación realizada en torno a un caso criminal acontecido en 2003 en Santiago del Estero, Argentina. En la descripción de la perspectiva metodológica, sintetizamos nuestro enfoque epistemológico y método indiciario empleado en torno al rastreo del pasado reciente del caso en cuestión. En el primer apartado se presentan algunas de las preguntas que dieron lugar a nuestra etnografía. En un segundo apartado se aborda la potencialidad de los archivos para indagar etnográficamente en el pasado. El tercer apartado procura explicitar cuatro posicionamientos epistemológicos que sostuvieron nuestra etnografía. En el cuarto apartado se desarrolla brevemente nuestro método y su ruptura con el positivismo. Finalmente, a modo de cierre, formulamos algunas de las hipótesis que guiaron nuestro rastreo y describimos algunos de los hallazgos logrados.
Palabras claves: Etnografía, Rastreo, Método Indiciario, Campo
The ethnographic tracker´s job
Summary
In this paper I address the epistemological reflections and methodological procedures involved in the practice and profession of the ethnographer of the recent and immediate past. In order to do so, I develop some examples taken from research carried out on a criminal case that took place in 2003 in Santiago del Estero, Argentina. In the description of the methodological perspective, I synthesize my epistemological approach and indexical method used to trace the recent past of the case in question. The first section presents some of the questions that gave rise to this ethnography. The second section discusses the potential of archives to ethnographically investigate the past. The third section seeks to make explicit four epistemological positions that sustain ethnography. The fourth section briefly develops the method and its rupture with positivism. Finally, formulate some of the hypotheses that guided our research and describe some of our findings.
Keywords: Ethnography, Tracking, Indicator Method, Field
RECIBIDO: 8 de febrero de 2023
ACEPTADO: 26 de mayo de 2023
CóMO CITAR ESTE ARTICULO: Gonzalez Kofler, F. (2023). El oficio del rastreador etnográfico. Etnografías Contemporáneas, 9(17), 86-108
Leyla Bshier Nazar y Patricia Villalba fueron dos jóvenes encontradas sin vida el 6 de febrero de 2003 en La Dársena, un pueblo ubicado a 20 kilómetros de la Capital de Santiago del Estero, Argentina. Ellas no se conocían ni murieron al mismo tiempo. Leyla fue asesinada en “una fiesta” donde, todo indicaría1 participaron funcionarios e hijos de funcionarios; mientras que a Patricia, según la sentencia judicial, la secuestraron al salir de su trabajo, la mataron para encubrir el crimen de la primera y fue torturada previamente para “saber que sabía”.2
Entre los misterios sin resolver de éste crimen se encuentra la pregunta por el lugar en el cual se descartaron los cuerpos. El costado de una ruta habitualmente transitada por lugareños y a unos cientos de metros del pueblo. Hecho aún más llamativo si tenemos en cuenta que la investigación judicial pudo probar que el lugar en el cual descuartizaron y redujeron a huesos el cuerpo de Leyla, era el mismo en el que torturaron a Patricia: “El zoo del horror”.3 Así denominaron los medios de comunicación a una “reserva ecológica”4 ubicada en la localidad de Árraga, a unos 30 km de la capital y a unos 50 km de La Dársena, propiedad del por entonces Secretario de Informaciones del Gobierno Provincial Antonio Musa Azar (1936-2021).
El caso apareció en los medios titulado como “el doble crimen de La Dársena” un 7 de febrero del 2003. Envuelto en infinidad de versiones, sin que se pudiera reconstruir cabalmente los hechos y móviles criminales conserva un sentido de impunidad. Aun así, el 24 de junio del 2008, el tribunal encargado de impartir justicia5 estableció que de los 16 imputados que habían llegado al juicio oral, solo 5 eran penalmente culpables. Los mismos fueron identificados como una célula parapolicial comandada por el comisario retirado Musa Azar. Dicha “célula”6 estaba conformada por los policías Gómez, Mattar y Albarracín. Tipificada penalmente como asociación ilícita, habría sido puesta en marcha por pedido del hijo de un empresario, el único vínculo comprobable entre las víctimas por haber sido amigo, pareja o conocido de ambas. Las memorias sociales aún lo describen como “perejil”.7
Entre el hallazgo de los cuerpos y la sentencia judicial se desencadenaron una serie de protestas que se combinaron con una crisis política al interior del gobierno provincial. Las denominadas “marchas del silencio” se sostuvieron durante más de dos años. Las disputas políticas, la investigación judicial, el accionar del activismo y la mediatización del caso lo fueron configurando como paradigmático de las violaciones a los derechos humanos del Juarismo. Esto se convirtió en el argumento central de los fundamentos de la intervención federal que se produjo en Santiago del Estero en el año 2004,8 la cual terminó con un ciclo de más de 50 años de gravitación política del juarismo en los resortes de poder local.9
El activismo actuante en torno a la demanda de justicia pudo iluminar en una narrativa pública y política, la continuidad de prácticas represivas propias de la última dictadura. Narrativas centrales en la configuración del doble crimen de La Dársena como un acontecimiento político (Tiscornia, 2008). Musa Azar, el “hombre fuerte” del juarismo, venía siendo denunciado desde la década de 1980 por su participación en violaciones a los derechos humanos en el pasado reciente (Calveiro, 1998; Duhalde, 1983).
Pero ¿cómo fue posible que criminales imputados por delitos de lesa humanidad cometidos en la década de 1970, continuasen actuando como parte de una asociación ilícita en pleno 2003 y en una doble agencia estatal y paraestatal? Para responder nos abocamos a (re)construir y comprender aquellos patrones de prácticas que, con relativas continuidades y cambios, se materializaron en un sistemas-de-estado (Abrams, 1988) y en espacios devenidos en lugares al margen de ese estado (Das y Poole, 2008).
Procuramos comprender una serie de valores, códigos y formas de reciprocidad que daban sentido a la circulación, acumulación y disputa de capitales económicos, sociales y simbólicos (cf. Wright, 2012, p. 176) en un contexto relativamente prolongado de tiempo de nuestra historia reciente e inmediatamente reciente. La presencia central de Musa Azar en el crimen de Leyla y Patricia fue la forma en que el propio campo conectaba el pasado reciente de sus crímenes de lesa humanidad con el pasado inmediato de las violaciones a los derechos humanos del juarismo. La reflexividad en torno a este elemento nos condujo a exploraciones memoriales, prospección en terreno e inmersiones en campos documentales10 y extensos expedientes judiciales.11
El objeto de análisis etnográfico del pasado que sostuvo nuestra pesquisa no respondía a los esquemas temporales de los estudios del pasado reciente comprendido por memorias cortas (1976-1983), sino que se inscribía más bien en lo que Ludmila Catela Da Silva (2008) definió como memorias largas. Solo que, en nuestro caso, además de largas fueron próximas temporalmente hablando.
El espacio de nuestras pesquisas puede ser entendido como “dimensión abstracta que es transformada por la práctica social en lugar; de este modo, yendo a la etnografía como actividad podemos considerar que los espacios en donde ésta se desarrolla se transforman en lugares etnográficos por la práctica” (Wright, 2012, p. 175) tanto del investigador como de las agencias que se desarrollaron en el pasado y el presente del campo.
A lo largo de las páginas venideras, abordaremos las reflexiones epistemológicas y procedimientos metodológicos de nuestra etnografía. El objetivo de este trabajo es mostrar cómo se combinaron tres elementos principales, interrelacionados de manera dinámica: el campo, la teoría y el investigador. Tres patas de un proceso relacional para (re)construir el pasado al tiempo que prevenir sustancialismos (Emirbayer, 2009). Partimos de un diseño flexible y situado, buscando que los problemas de conocimiento se canalicen mediante hipótesis de trabajo alternativas y constantes, en tanto respuestas tentativas y plausibles para las preguntas de investigación. Sin embargo, mostraremos cómo estas preguntas también se transformaron en el diálogo con el campo y la teoría.
Emplearemos para ello algunas reflexiones sobre la pertinencia y potencialidad de la etnografía como método para el estudio de acontecimientos del pasado reciente e inmediato, abrevadas de la antropología política y jurídica (Garaño, 2008, 2019a, 2019b, 2020; Pita, 2020; Sarrabayrouse Oliveira, 2022, 2011, 2009; Tiscornia et. al. 2010; Tiscornia 2004, 2008) y de la antropología histórica (Sahlins, 1988; Wright, 2012; Quiroz, 2014; Gil, 2010). Este trabajo de análisis etnográfico del pasado implicó un prolongado buceo en archivos y expedientes (Bosa, 2010; Caimari, 2017; Ginzburg, 1991, 2003; Muzzopappa y Villalta, 2011 y 2022; Nacuzzi, 2002), en una articulación metodológica con los aportes del campo estudios sobre memorias (Candau, 2006; Da Silva Catela, 2003, 2008 y 2010; Halbwachs, 2004; Jelín, 2002; Pollak, 2006). En otras palabras, proponemos una descripción reflexiva del trabajo de investigación del autor, de su oficio etnográfico (Geertz, 2003) y del caso estudiado para dar cuenta de la propuesta metodológica para el estudio del pasado.
Para profundizar en estos argumentos, el trabajo que exponemos a continuación, se divide en cuatro apartados. En el primero proponemos a los archivos lugares etnográficos para estudiar el pasado. En el segundo, desarrollaremos cuatro posicionamientos epistemológicos adoptados por el autor para la construcción del objeto de estudio etnográfico en torno al pasado reciente. En el tercero nos abocaremos a la descripción del método empleado para la realización de nuestras pesquisas, proponiendo al método indiciario como un camino posible para la construcción de nuevos conocimientos, rompiendo con el modelo hipotético-deductivo propio de esquemas positivistas. Finalmente, en el cuarto apartado repasaremos algunos puntos centrales de nuestra etnografía.
En nuestra etnografía del pasado, “la potencialidad analítica de distintos tipos de registros escritos” (Muzzopappa y Villalta, 2022, p. 204) nos permitió adentrarnos en fuentes documentales que nos “hablan sobre los hombres y las mujeres que los produjeron y también de las huellas de sus acciones” (Sarrabayrouse Oliveira, 2022, p.143). A su vez, un expediente no reemplaza a la oralidad de las personas, más bien la complementa. El contraste de los archivos con el registro de las reflexividades memoriales de los agentes, ayudó a dar cuenta de las características contextuales de la producción misma de ese archivo en el pasado. Pensar de esta forma nuestro campo, nos permitió ver que era posible estudiar los archivos trascendiendo “la metodología ‘extractivista’ para ver las producciones documentales precisamente como totalidades y como procesos” (Muzzopappa y Villalta, 2022, p. 209).
Al respecto, Gil Gastón Julián (2010) nos dice que el uso de archivos para el estudio etnográfico del pasado ha logrado una nutrida producción, aunque también advierte que los debates disciplinares están lejos de saldarse:
La ortodoxia disciplinar ha excluido por lo general los archivos y otras fuentes escritas como espacios de búsqueda etnográfica a causa de la supuesta pobreza narrativa y etnográfica, la aparente artificialidad, la tendencia a ocultar las voces ausentes y también por el carácter oficial. (Gil, 2010, p. 259)
Su trabajo pone de manifiesto que esa supuesta “pobreza narrativa” y las “voces ocultas” pueden ser iluminadas por el trabajo del etnógrafo. Quien a la par de los archivos y expedientes, reconstruye el objeto valiéndose de las memorias que algunos agentes resguardaron cuidadosamente. Las memorias sobre los acontecimientos vinculados a esos archivos y expedientes, se transforman en huellas de ese pasado tras la intervención del etnógrafo.
En nuestra investigación, expedientes y archivos fueron elementos de descubrimiento, comparación, referencia y contraste que requirieron un entendimiento sobre sus orígenes, sentidos y funciones. Estos –al igual que las memorias cuidadosamente construidas durante años– poseen lógicas propias de los agentes que los produjeron y de las dinámicas que los conservó. Los expedientes, archivos y memorias posibilitaron generar conocimientos a partir de los rastros de aquello acontecido en otro momento.
Para Bastien Bosa “la distancia temporal –y en particular la diferencia entre las palabras del pasado y las del presente– permite al investigador ir más allá de lo que la gente dice” (Bosa, 2010, p. 515). El trabajo de archivo y la presencia en el campo se complementan a la hora de contextualizar aquello que fue descontextualizado y devolver su carácter vivo a los procesos.
Nuestros primeros esfuerzos por reconstruir el caso nos mostraron un mapa o rompecabezas muy complejo y desordenado; aparentemente indescifrable, aunque con algunas nociones y sentidos relativamente sedimentados en las memorias y el campo. Lo situado de la investigación y la pertenencia del investigador al campo que produjo aceleradamente sentidos en torno al acontecimiento nos permitió elaborar una primera descripción hipotética. Hipótesis primigenias que se apoyaban en lo que Jerzy Topolski (1982) denominó conocimientos no basados en fuentes. Esto nos permitió arribar a lugares de pesquisa y proponer hipótesis y teorías. Junto a las preguntas y el rastreo, poco a poco fue emergiendo de la nebulosa confusa de información fragmentaria una guía clara de indicios para focalizar las pesquisas.
Los acontecimientos del pasado son susceptibles de ser abordados al menos desde dos dimensiones. Por un lado, desde su transmisión memorial y oral. Desde allí, es posible comprender cómo una construcción narrativa puede plasmar disputas de sentidos sobre el pasado (Jelin, 2002). Por otro lado, el campo compuesto por relaciones sociales y culturales que perduran en el presente o por sus huellas puede mostrarnos una serie de elementos de la realidad histórica derivada de una multiplicidad de hechos que configuran una suerte de condiciones de posibilidad para la emergencia del fenómeno. Son estas condiciones las que, mediadas por la práctica etnográfica del investigador, se transforman en “lugares etnográficos” compuestos por “perímetros variables que dependen de la interacción que establecen investigadores con el bagaje humano y/o documental que los contiene. Es más, los lugares son producto de esa interacción, su naturaleza es relacional” (Wright, 2012, p. 175).
Quien investiga en ciencias sociales, siempre posee una posición teórica apriorística desde la cual interactúa con la empírea. En aparente contradicción, el trabajo de campo etnográfico implica una lógica donde el campo cumple un rol fundamentalmente empírico en la construcción del conocimiento (Guber, 2001). Lo aparente de la contradicción se debe a que las teorías acompañan ese trabajo como una caja de herramientas interpretativa (Vommaro y Gené, 2017) para abordar la realidad y producir nuevos conocimientos. Ambos son producto de un proceso dialógico entre la empírea del campo y las teorías iniciales con las que lo interrogamos o exploramos. En tal sentido, adoptamos en nuestra pesquisa la propuesta de Fernando Balbi (2020), quien comprende que la etnografía es una práctica descriptiva densa y analítica que permite un diálogo teórico desde la propia realidad del campo.
Cuando hablamos además de objetos de conocimiento desarrollados en el pasado del campo al que, el propio investigador pertenece y estudia, partimos de la existencia de un conocimiento previo doblemente rico. Por un lado, porque el investigador desarrolló una mirada situada producto de su relativa pertenencia al campo. Al tiempo que, por su trayecto académico en la provincia donde se produjo el acontecimiento, el etnógrafo contó con lo que Jerzy Topolski (1982) denomina conocimiento científico no basado en fuentes.
Aun sabiendo que nuestro punto de partida no fue una tabula rasa ¿cómo es que fuimos construyendo nuestro objeto de conocimiento y cómo hemos ido validando nuestros datos y (re)construcciones históricas? Para lograr responder a esto nos adentraremos en los soportes lógicos de nuestro trabajo y explicitaremos nuestra ruptura con el positivismo. Nuevamente con tres elementos articulados en nuestras reflexiones y articuladores de nuestro trabajo: campo, teoría e investigador.
Posicionamiento 1: la realidad es inabarcable pero comprensible desde el vínculo entre la teoría y la empírea
¿Qué entendemos por realidad empírica? Para abordar ontológicamente esa pregunta, recurrimos a Friedrich Nietzsche quien en 1873 publicaba su texto “la verdad y la mentira en sentido extra moral” (1994). Allí, aborda “la realidad” como sinónimo de una verdad que deje de lado las valoraciones morales y nos advierte sobre la importancia del lenguaje para poder percibir, conocer y sobre todo describirla y comunicarla.
Para Nietzche, la realidad se impone de manera inconmensurable y es tarea de la ciencia buscar las palabras más precisas para aproximarse a ella. Por tanto, entre el ser humano y “la realidad” siempre estarán mediando el lenguaje y las palabras. El problema etnográfico con el que nos topamos es que los seres humanos no siempre comprendemos y hablamos en torno a los mismos lenguajes. Pues aprenderlos lleva mucho tiempo de interacción entre significados y significantes en los diversos contextos de producción de los mismos (De Certeau, 2000).
Una etnografía es por tanto un discurso ordenado que ilustra cómo se desarrolló un fenómeno o proceso sociocultural. Pero esta no abarca toda la realidad, sino, un recorte del objeto de estudio. Por ello, un primer posicionamiento que asumimos es el de reconocer nuestros límites: los procesos sociales, sentimientos, interacciones, instituciones, grupos, historias, herramientas, sistemas, prácticas, artefactos, tecnologías sociales, categorías y diversos etcéteras que componen el mundo vivo de los fenómenos que estudiamos etnográficamente (Quirós, 2014), nos obliga a reconocer que la realidad está envuelta en un constante proceso de interacciones, cambios y transformaciones. Como tal, cuando la abordamos lo hacemos parcialmente y buscando elementos que nos permitan comprender ese proceso de cambios, continuidades y sedimentaciones. Reconocer lo ontológicamente inabarcable de la realidad sociocultural, nos obliga a pensar en nuestros procedimientos metodológicos y lógicos en pos de aproximarnos a ella lo más fielmente posible.
La teoría es un instrumento para volver a la realidad un objeto susceptible de ser enunciado con precisión. Los elementos teóricos y las categorías significativas que nos provee el campo son parte de nuestras hipótesis e interpretaciones. Sin el trabajo empírico en el campo, el desarrollo de un saber práctico que nos conduzca a la construcción de los datos habría sido imposible. Pero sin la interpretación teórica, esos datos habrían sido igualmente imposibles de construir (Becker, 2018).
Posicionamiento 2: El campo, en parte, es construido por el propio oficio del etnógrafo
La realidad empírica sobre la que actuamos a partir de nuestras teorías e hipótesis es la que compone nuestro campo de estudios. Esto equivale a decir que ese campo que abordamos emerge gracias al oficio de quien investiga, ya que toma forma a partir de un proceso de acciones y decisiones teórico-metodológicas que procuran delimitarlo, ampliarlo o volverlo reconocible mediante la propia descripción densa. Si bien sus elementos empíricos son parte constitutiva de la realidad estudiada, su construcción como campo de indagación etnográfica implica una serie de procesos lógicos y metodológicos aplicados por quien investiga.
La definición del objeto y la delimitación del campo son dos caras de la misma moneda. Sin la construcción teórica del objeto/caso no podríamos delimitar el campo y sin el trabajo en el propio campo, no podríamos (re)construir nuestro objeto. La pregunta que se impone en ese diálogo campo-objeto es: ¿dónde empiezan y dónde terminan los procesos que dieron lugar a nuestro caso como acontecimiento político? Por momentos fueron las lecturas teóricas de trabajos enmarcados en la antropología política y jurídica (Tiscornia, 2008; Pita, 2010; Sarrabayrouse Oliveira, 2011; Garaño, 2008) las que dieron sentido a las evidentes continuidades prácticas entre dictadura y democracia y que se podían rastrear desde diferentes fuentes documentales fragmentarias. En otros momentos, fue el campo y sus huellas el encargado de mostrarnos elementos comparativos que nos condujeron a focalizar las miradas y a encontrar más casos que comprendidos por el accionar de la misma célula actuando en pleno 2003 y en el pasado reciente dictatorial. Quien aparecía como referente de las estructuras estatales y paraestatales de acción criminal a lo largo del tiempo siempre era Musa Azar o algún “hombre fuerte” de su entorno cercano.
Por ejemplo, al seguir algunos indicios en expedientes y memorias arribamos al “caso del Ganadero Seggiaro”,12 asesinado en la localidad del Donadeu, en el departamento Alberdi de la Provincia de Santiago del Estero, con poco tiempo de diferencia respecto a la aparición de los cuerpos de Leila y Patricia. Este caso nos permitió comprender gran parte del funcionamiento de la célula que actuó en el doble crimen.
Al ampliar el campo y los puntos de comparación analítica pudimos adentrarnos en una prospección en terreno, en busca de comprender cómo funcionaban estos márgenes del sistema-de-estado donde se movían las células parapoliciales comandadas por Azar. Fueron los trabajos desarrollados en la propia localidad de La Dársena las que nos guiaron a sentidos, recuerdos y prácticas de pobladores que significaban ese accionar policial/parapolicial a lo largo del tiempo.
Posicionamiento 3: El oficio se aprende en la interacción con y en el campo
Nuestro oficio, en tanto práctica científica, fue aprendido en un proceso de interacción con el campo. Además, el objeto de indagación etnográfico sobre el pasado presenta una característica central que complejiza aún más la práctica científica: El campo de indagación se compone por memorias y materiales fragmentarios muy variados. Por ende, el rastreo fue inherente a la consolidación de las habilidades etnográficas requeridas por el oficio mismo. Tanto la intuición y la experiencia práctica como el razonamiento teórico fueron inútiles por separado e imprescindibles en unión para buscar un saber plausible.
Es fundamental para quien interpreta reflexivamente, el detenerse a mirar a quien mira. Se trata de un proceso de extrañamiento reflexivo para la construcción del objeto (Bourdieu y Wacquant, 1995). Solo así estaremos previniendo la posibilidad de imponer propiedades a ese fenómeno que describimos etnográficamente. Cuando una reflexión en el campo nos permite describir el objeto en el texto etnográfico, es tarea fundamental la de continuar la pesquisa en búsqueda empírica de refutar, complementar o reafirmar nuestro descubrimiento etnográfico. Se trata de emprender la tarea de una descripción densa que permita comprender los parámetros culturales detrás de esas regularidades identificadas.
En nuestro caso de investigación, como dijimos, contamos con una potencialidad extra para buscar refutar las hipótesis y reconstrucciones que, para este punto, ya eran producto en sí de la emergente descripción densa (Geertz, 2003, pp. 19-40). Las redes sociales construidas en el trayecto personal del autor fueron puestas en juego como capitales invertidos para llevar adelante el proceso de investigación. La profundidad situada de la investigación fue posible, en gran parte, por la localía de quien investigó y que, antes de ser un trabajador de la ciencia, se desempeñó junto a diversos activistas por los derechos humanos como empleado de la Secretaría de Derechos Humanos de Santiago del Estero.13
Los capitales sociales invertidos en la investigación, nos permitieron acceder a diversos archivos privados con información sumamente valiosa sobre el pasado. Tomemos a modo ejemplo el archivo puesto a disposición de la etnografía por Don Luis Alarcón.
El señor Alarcón fue un trabajador industrial con un gran ingenio práctico, vuelo teórico y lucidez analítica para la política. Un militante comunista proveniente de la provincia de Córdoba que tras su exilio interno durante la represión dictatorial en la Argentina se estableció en La Banda, Santiago del Estero. Durante la década de 1990 trabajó con las comunidades de base de una iglesia católica. La misma comunidad eclesial a la que pertenecía la familia de Patricia Villalba. Desde esas redes, el señor Alarcón terminó vinculándose con “las protestas por el doble crimen” y actuando como el “armador político” que sostuvo los intereses de una de las familias que denunciaba al juarismo y a Musa Azar, reclamando justicia.
Llegamos a Don Luis Alarcón gracias a las referencias que la propia Familia Villalba nos brindó. Particularmente cuando nuestras preguntas apuntaron a la organización política o disputas políticas del conflicto desatado. Fue el Padre de Patricia, don “Roli” Villalba, quien nos dijo explícitamente: “eso tienes que hablar con don Alarcón. Él sabe bien cómo ha sido eso”.14 Don Alarcón no solo fue nuestro entrevistado, también fue un interlocutor con el cual debatir en torno a las narrativas de diversos agentes y medios de comunicación sobre los sucesos del pasado. Muchas de esas narrativas fueron producidas décadas atrás del momento en que investigador y entrevistado nos sentábamos a analizarlas. Las memorias, categorías y reflexividades puestas en juego implicaron muchas horas de debates y contrastes argumentativos.
Además de ello, Alarcón nos facilitó un complejo y amplio archivo documental compuesto por folletos, recortes de diarios, actas de reuniones y anotaciones propias. El cual custodió celosamente por años, quizás a la espera de los oídos entrenados para escuchar y dialogar sobre los mismos. Un honor que no fue ganado de inmediato por el etnógrafo. Si bien los encuentros duraban varias horas entre mates, tazas de mate cocido y alguna tortilla a la parrilla, pasó un tiempo más que considerable para que el custodio de esos archivos decidiera que su interlocutor era digno de acceder y mirar lo que celosamente había cuidado.
Pero esa “confianza” no solo fue producto de la permanencia en el campo. También lo fue por la relativa pertenencia al campo por parte del investigador. Además de haber ido a su encuentro a partir de la referencia de los Villalba, contamos con la mediación de un inmejorable portero que nos acompañó a la interacción con don Alarcón. Fue su nieto, el profesor Luciano Alarcón quien nos presentó. El joven docente se desempeñó como presidente del Centro de Estudiantes del Profesorado donde el etnógrafo trabajó como catedrático.
El oficio del investigador, la pertinencia del informante calificado y la riqueza del campo solo cobran sentido si se los piensa en ese marco de relaciones que fluyen junto con los procesos de la comunidad. Ninguna de las acciones productoras del campo pudo ser planificada como instancias previas a la permanencia prolongada en el mismo. Más bien surgieron por el proceso interactivo entre investigador, agencias del propio campo, categorías presentes en él y teorías a partir de las cuales comprenderlo.
Posicionamiento 4: El oficio y el campo en una etnografía del pasado son procesos
El conocimiento científico, como parte de una circulación de saberes, preexiste al investigador. Tanto en el campo académico como en el campo donde se desarrollan hechos y fenómenos socioculturales. Esa preexistencia teórica y empírica cobra un sentido específico dentro de la investigación etnográfica sustantiva, al resignificarse e integrarse a nuevos elementos en el momento en que quien investiga se apropia de lo que la teoría y el campo le brinda. Por tanto, en nuestra etnografía del pasado, partimos de un movimiento procesual que (re)construyó el objeto de conocimiento en una narrativa etnográfica.
Pero, ¿cómo comprendemos al campo que es abordado en el presente de sus huellas memoriales, burocráticas y de archivos, pero en búsqueda de comprender hechos, prácticas y sentidos que se produjeron en el pasado? Entendemos al campo de estudio etnográfico como una red de relaciones sociales (Sarrabayrouse Oliveira, 2022). Solo que en lugar de ser percibidas en su interacción in situ y participante, son leídas, analizadas, interpretadas y reconstruidas desde sus huellas y miradas retrospectivas. Con agentes en el campo que las enuncian e interpretan, y que tienen sus propias historias de vida jugando en una reflexividad compartida con el investigador en esa hermenéutica de las huellas (Gil, 2010). Por todo ello, en términos más apropiados, el campo no “es” o “fue”, ya que siempre “está siendo”.
Cada vez que nos adentrábamos en él lo hacíamos en el contexto presente. Ya sea en la lectura de los expedientes y archivos o en un diálogo reflexivo con algún agente que ocupó lugares claves y prolongados dentro del proceso estudiado. De manera solitaria o en compañía de los interlocutores, el investigador recurrió a las técnicas heurísticas que le permitieron hacer emerger el pasado de ese proceso desde sus huellas.
Responder a las preguntas de investigación en torno al pasado implicaba reconstruir una parte de esos procesos y redes sociales. (Re)construir parte de la historia en torno a nuestro caso. Una etnografía del pasado como la que desarrollamos encierra una dificultad obvia:
El investigador del pasado interroga documentos sobre hechos terminados (révolus), mientras que la etnografía —a través de su técnica principal de recolección de datos, la observación participante— no puede ser concebida fuera de las interacciones entre el investigador, como persona social, y los miembros del grupo estudiado. (Bosa, 2010, p. 512)
No obstante, esta dificultad se diluye cuando pensamos a las sociedades y culturas como parte de procesos relacionales (Emirbayer, 2009). Los “hechos terminados” configuraron el estado actual de hechos o dimensiones estudiadas. Al tiempo que ese estado actual puede ser comprendido como una huella de los sucesos “terminados”. Al igual que el conocimiento no nace en el momento que la investigación comienza, los hechos y fenómenos estudiados no tienen una generación espontánea.
Nuestras herramientas analíticas en este punto, apelaron a otro campo de producciones académicas. Son los estudios sobre memorias (Da Silva Catela, 2003, 2008, 2010) los que nos ayudan a pensar que ni el pasado está tan desconectado del presente que lo recuerda, ni el presente que recuerda es independiente de los condicionantes que ese pasado le impone. Los procesos de memorias se desarrollan mediante la transmisibilidad de los recuerdos y es la circulación el rasgo principal de su desarrollo relacional (Halbwachs, 2004; Jelin, 2002).
Desde nuestro enfoque, el etnógrafo tiene como condición de su trabajo, el involucrarse reflexivamente en los procesos estudiados. Si lo que busca es comprender ese devenir y movimiento, no tiene más opción que historizar su propia experiencia (Malinowski, 1986). Para este trabajo reflexivo, como dijimos, las instancias del campo, compuestas por registros escritos de diverso tipo resultaron fundamentales: los archivos, las memorias en diarios personales y todo aquello que se pueda comprender como huellas del pasado, fue objeto de análisis reflexivo. Esas huellas de nuestras culturas y sociedades no están desprendidas de las prácticas y sentidos que les imprimieron quienes los crearon y quienes las interpretan y custodian en el presente (Caimari, 2017).
María José Sarrabayrouse Oliveira plantea que “la metodología no puede ser definida a priori, por fuera del campo” (2009, p. 73). En nuestro caso de estudio, el trabajo con los archivos fue parte del “rastreo”, de la “pesquisa” sobre lo que el pasado había dejado sedimentado en documentos estatales, en huellas escritas de esas prácticas burocráticas (Da Silva Catela, 2002). Documentos estatales, archivos personales y memorias fueron metodológicamente triangulados en un rastreo que buscó comprender etnográficamente la configuración procesual de un caso complejo. Valeria Barbuto, por ejemplo, nos propone pensar a los distintos archivos a partir de:
La necesidad de superar el documento en su contenido literal, unirlo a otras fuentes documentales y darle un marco interpretativo. Si la actividad de “archivar” implica la selección de un documento al que se le otorga la calidad de “lo archivable”, esta debería ser la primera característica para tener en cuenta en la lectura de ese registro. Existió un proceso de selección, de inclusión y exclusión definido. (Barbuto, 2022, p. 134)
El oficio de etnógrafo del pasado requiere de un proceso que consta de un constante ir y volver entre elementos del pasado y del presente en busca de su comprensión. En términos técnicos, esto implica pensar incluso al presente de la producción de un cuaderno de campo como parte de un proceso de registro y archivo que nos permite ver comparativamente nuestras observaciones y análisis reflexivos en distintos momentos. Un cuaderno de campo emerge en la observación participante o en la lectura sistemática y reiterada de una fuente documental. Sin embargo, su creación durante meses o años se puede concebir como la producción misma de un archivo personal durante la fase de descubrimiento. Archivo que permite una serie de operaciones sobre sí mismo en la etapa analítica y de validación reflexiva. Siempre es bueno preguntarse a la hora de leer ese registro ¿cuándo, dónde y porqué escribí lo que escribí?
Al escudriñar en el pasado desde los expedientes, archivos y memorias encontramos elementos que nos permitieron realizar lo que María José Sarrabayrouse Oliveira y Santiago Garaño (2019) describen como la reconstrucción de un “árbol genealógico” del caso. Nuestra (re)construcción del doble crimen de La Dársena fue posible gracias a la triangulación analítica de esas tres fuentes principales –más no excluyentes–.
Los elementos registrados en expedientes y archivos nos mostraban una producción estatal y mediática, que tendió a fragmentar en casos y expedientes diferentes una realidad compleja, procesual y relacional. Pero, a su vez nos permitía comprender cuáles fueron los espacios, tiempos y contextos en que se produjeron esos hechos cuyas huellas estaban plasmadas en esas fuentes documentales. Es así, que luego se podían contrastar con las narrativas, y sus matices, según qué agencias ponían en marcha la rememoración. Esa descripción densa y plausible se fue puliendo a medida que la etnografía avanzó en dar cuenta de las condiciones de posibilidad para que acontezca el doble crimen de La Dársena.
Bent Flyvbjerg (2006) plantea que no existe una teoría consagrada sin un número sustancial de casos desde los cuales se haya procedido a su elaboración. Nuestro objetivo nunca fue corroborar una teoría a partir del estudio de nuestro caso. Pero lógicamente si ese hubiese sido nuestro objetivo, el procedimiento con nuestras hipótesis habría sido el siguiente: 1) Toda muerte violenta es producto de X -teoría con relativo consenso científico-. 2) El caso estudiado fue una muerte violenta –Hipótesis–. 3) El caso estudiado es producto de X –conclusiones en las que lo observable encaja con la teoría y con la hipótesis–.
Ese procedimiento no siempre es el más adecuado a la hora de ponderar fenómenos desconocidos o contradictorios con nuestros marcos teóricos. El análisis del campo en nuestro caso nos hablaba de violencias con una relativa continuidad entre el pasado reciente dictatorial y el pasado inmediatamente reciente entre los años 1995 y 2003 en Santiago del Estero. ¿Pero, cómo estudiar desde los parámetros reflexivos empleados para pensar la violencia en las décadas de 1960 y 1970 en la Argentina, si lo que buscábamos comprender era un caso acontecido en 2003? Pues comenzando desde el campo como elemento central y no desde la teoría.
Desde allí, desde las reflexividades de los agentes en el propio campo y desde sus memorias, rastreamos las conexiones y diferencias con procesos más generales y de mayor longitud temporal. Nuestro esquema analítico partió del caso, de la permanencia en el campo y de lo que los indicios y huellas nos iban mostrando. Pero constantemente apelando a las teorías, como las herramientas que nos permitan describirlo y comprenderlo, quizás no en términos formales acabados, pero sí en términos sustantivos. Y ese conocimiento particular nos sirvió de punto comparativo para la emergencia de nuevos esquemas comprensivos en relación a procesos de largo alcance.
Para desarrollar esa reconstrucción apelamos a un razonamiento que Charles Peirce (1974) definió en su propuesta filosófica como abductivo. El autor elabora una crítica del razonamiento hipotético-deductivo al estimar que se encontraba constreñido por la teoría –y su lenguaje científico–. Lo que impedía aproximarse a la realidad sin sesgos. En lugar de ello, Peirce planteó que era posible inferir los elementos de esa realidad que se estudia, a partir de un proceso que se aproxime progresivamente a los fenómenos. Lo central en su procedimiento lógico, eran las hipótesis que le daban sentido a esa realidad. Como venimos afirmando, en nuestra etnografía, estas hipótesis surgieron tanto del campo como de las lecturas teóricas previas y posteriores al arribo en él.
Podemos graficar el procedimiento lógico abductivo desarrollado en nuestro método indiciario de la siguiente forma:
1. El caso presenta la característica Y (observable en el campo y en la teoría X con relativo consenso en la comunidad científica).
2. Es un caso de X (hipótesis de trabajo).
3. Además de las características Y, el caso presenta la característica F, que no contempla la teoría X, pero sí la teoría L. (procedimiento reflexivo que apela a la teoría en el propio campo y a partir de lo empírico).
Por lo tanto:
4. El caso de estudio posee rasgos de XL (nueva hipótesis de trabajo sobre la cual continuar la indagación)
Lo particular de este esquema es que no se trata de lograr un fin último, sino de poner en movimiento la rueda, es decir, ser parte del proceso de construcción de conocimientos científicos. La descripción, comparación y reconstrucción de los elementos vinculantes del caso para con otros acontecidos durante las décadas de 2000,15 199016 y 1970,17 nos permitió un cierto grado de comprensión respecto a las continuidades y cambios del contexto político y social, desde el cual, elaboramos nuevas hipótesis interpretativas. Estas gradualmente se fueron puliendo hasta describir densamente el proceso relacional que devino en los hechos que configuraron nuestro caso.
Muchas de estas hipótesis ni siquiera quedaron registradas en los borradores del producto final de la investigación, pues eran anotaciones del cuaderno de campo que, con las horas en él, simplemente se borraban, se tachaban por partes o se sobrescribían. En nuestras pesquisas en los expedientes, memorias y archivos, cuando aparecían piezas que marcaban que ese rompecabezas hipotético no era el correcto, pero aun así encastraban con las otras ya identificadas, llegaba ese momento en el que simplemente debíamos modificar la hipótesis. Es decir, modificábamos las respuestas tentativas, los márgenes del rompecabezas sobre el que seguir indagando. Al hacerlo, empezaban a transformarse los recortes del objeto de estudio y a ramificarse el campo.
Nuestro método consistió, como hemos dicho, en agudizar la intuición valiéndonos de elementos teóricos y empíricos. Solo así se lograron captar los rasgos, pistas, significados, categorías nativas y demás indicios desde los que proponer las posibles respuestas a nuestras preguntas.
Dentro del trabajo de campo, nuestro arribo al expediente del caso Seggiaro nos permitió encontrar el informe pericial elaborado por el perito Enrique Pruegger, el cual reconstruyó las mecánicas de tortura en el caso Seggiaro comparándolas con el caso de Patricia Villalba. El informe concluyó con pruebas fehacientes que fueron hechos perpetrados por las mismas personas. Ese informe fue fundamental para evacuar las dudas que el debate judicial aún presentaba sobre los autores materiales del crimen de una de las jóvenes asesinadas. Además, esta pericia nos permitió ver las similitudes entre estos casos y aquellos de nuestro pasado dictatorial. Comparativamente, las mecánicas de secuestro, tortura y presumiblemente de desaparición de personas que empleaba esta célula en 2003 eran prácticamente idénticas a las descriptas por diferentes agentes en el marco de los juicios por delitos de lesa humanidad.
A medida que desarrollamos las hipótesis de trabajo, nuestro caso devino en casos, o más bien, en un caso ampliado. Desde las huellas del accionar burocrático en torno al caso de La Dársena, nos fuimos a explorar casos del pasado reciente dictatorial. Esto implicó expandir las observaciones, las fuentes, el campo y los recursos teóricos. Ser flexibles metodológicamente nos permitió no constreñir nuestras observaciones teóricamente en un parteaguas entre dictadura y democracia.
Al preguntarnos qué había pasado en el doble crimen de La Dársena, el campo y esos conocimientos previos no basados en fuentes, nos narraban hechos en torno a categorías como “violaciones a los derechos humanos”, “persecución política” e “impunidad”. Sin embargo, nuestro caso no fue juzgado como delito de lesa humanidad, aún cuando guarda evidentes similitudes.
Por lo que la pregunta rápidamente se transformó en: ¿por qué, a pesar de existir una condena y un tribunal que “impartió justicia” a solo 5 años de acontecido el doble crimen, aún hoy en día “no se sabe qué pasó con Leyla”? Recordemos que la sentencia y el trabajo de familiares y activistas solo pudo reconstruir el crimen de Patricia, donde el ocultamiento fue su principal móvil.
Preguntarse por la impunidad implicaba un doble trabajo. Por un lado, comprender cuáles fueron los hechos que llevaron a que se califique de “impune” este caso que tenía, al menos una parte de sus autores materiales, condenados. Por otro, la categoría venía atada a toda una trama de relaciones sociales y construcciones significativas alrededor de un agente clave como Musa Azar en el centro de la escena.
Veamos un ejemplo concreto de las hipótesis trabajadas en el campo: cuando los medios de comunicación hablaban de impunidad también empleaban otras dos categorías: “señorío” y “feudal”. Los sentidos con los que se empleaban estas categorías eran distintos según el contexto de enunciación. Las hipótesis que construimos al respecto, partieron de las producciones teóricas disponibles y del uso que se hacía en el campo jurídico, mediático y del activismo de estas categorías. Por ende, era posible plantear que en Santiago del Estero no se vivía un régimen de democracia plena. Teóricamente, era plausible pensar al régimen juarista como un “autoritarismo democrático”, donde se desarrollaban elecciones periódicas, pero en un contexto de libertades políticas restringidas (Schnyder, 2013). Política y legislativamente el poder ejecutivo provincial vio deteriorada su legitimidad por esta lectura, lo que desencadenó la primera intervención provincial del País por violaciones a los derechos humanos.
Sin embargo, incluso cuando suscitaba toda la atención mediática al tiempo que se desencadenaba un proceso de recambio y crisis político-institucional del juarismo, el silencio y desconcierto en torno a los móviles del crimen de Leyla siguieron vigentes. En este punto, fueron las teorías sobre memorias las que nos brindaron un elemento sobre el cual hipotetizar. Los silencios públicos en torno a la fuerza democrática o autoritaria del juarismo se combinaban con “pactos de silencio” que, probablemente, tenían que ver con una serie de sentidos que se producían y circulaban subterráneamente (Pollak, 2006) y que quizás no significaban el pasado de las formas que se narraba públicamente.
Ante esta nueva hipótesis, nos volcamos al trabajo de campo con militantes de base de las estructuras partidarias del juarismo y del sistema estatal juarista. Las preguntas eran simples: ¿Cómo recordaban al juarismo sus bases? ¿Reconstruían narrativamente esquemas violentos, autoritarios o cuasi dictatoriales?
Cuando analizamos los hechos y sentidos que configuraban nuestro caso como acontecimiento, pero esta vez a la luz de los recuerdos de ex militantes de base del juarismo y los comparamos con los testimonios en los expedientes judiciales, pudimos comprender que las redes partidarias o de “trabajo político” propios de la cultura política se transformaban al insertarse en el campo mediático y jurídico. Las redes partidarias a las que un juarista podría narrar su pertenencia con orgullo se transformaban en posibles indicios del delito de “asociación ilícita”. El trabajo político que cualquier juarista habría mostrado y expuesto en otro contexto se podía transformar ahora en una especie particular de trabajo desarrollado en los márgenes del estado: los “trabajos sucios de Musa y su gente”.
Esto produjo que fueran dos tipos de agencias principales las que narraban el doble crimen de manera masiva durante el desarrollo de los acontecimientos. Por un lado, los operadores estatales involucrados en la investigación judicial y por otro, los periodistas. Dos tipos de interlocutores con los cuales la mayor parte de las bases del juarismo no compartían territorios, experiencias cotidianas ni lenguajes comunes.
Contrario a lo que expedientes judiciales, sumarios administrativos y archivos periodísticos mostraban, toda una gama de militantes de base de las estructuras del juarismo nos narraba que los resortes democráticos formales sí funcionaban y que formaban parte activa de la democracia santiagueña. Por otro lado, estas bases tampoco empleaban categorías como “violencia política” o “persecución” para hablar de la política santiagueña en el pasado reciente. Aunque si narraban hechos delictivos y criminales desarrollados por algunas agencias dentro de las estructuras estatales y partidarias. La principal categoría empleada para ello era la de “trabajo sucio”.18
Para una vecina humilde de un barrio relativamente periférico de La Banda, con suficiente “calle” como para entender lo que pasaba, la respuesta por la muerte de Leyla era clara: “eso ha sido parte de los trabajos sucios de Musa y su gente […] algo sabía, por eso la matan”.19
En el contexto conflictivo desencadenado tras el doble crimen de La Dársena, el tamiz interpretativo de agencias judiciales, activismos por los derechos humanos y periodistas implicaba para los militantes juaristas, el riesgo de que sus prácticas de “trabajo político” fueran reinterpretadas como “asociación ilícita” o “trabajo sucio”. Incluso cuando se tratase de personas no vinculadas directamente a los hechos investigados, si su pertenencia en las redes estatales o partidarias lo acercaban a figuras como las de Musa Azar o de algún otro funcionario, públicamente acusados en el caso, podían ser “sospechosos” de pertenecer a “Musa y su gente”.
Al finalizar nuestra investigación no pudimos responder por los hechos fehacientes en los que se produjo la muerte de Leyla. Aunque si pudimos (re)construir una trama delictiva que se mantuvo activa en un periodo de tiempo prolongado para sostener esos “pactos de silencio” e impunidad que construyeron activamente las ausencias probatorias. Al tiempo que, la resignificación de las prácticas políticas habituales en prácticas delictivas profundizaba el aislamiento de los espacios periodísticos y judiciales que elaboraban preguntas al respecto. Políticamente este esquema de sentidos y relaciones posibilitó “la caída” del régimen juarista, más no el logro de “verdad y justicia”.
Por otro lado, la combinación analítica de elementos históricos, sociológicos y culturales nos permitió describir el proceso de transformaciones en los mecanismos dictatoriales de represión. Sin perder de vista las continuidades en el tiempo de algunas prácticas criminales que se desarrollaron en los márgenes del estado, con cierto grado de sedimentación.
Prácticas que dotan de sentidos al hecho de que aún después de intervenida la provincia y de removidos de sus cargos “Musa y su gente” existieran silencios, móviles criminales y probablemente agentes intervinientes en el caso que se mantuvieron tras bambalinas. Tomando en cuenta lo potente y duradero en el tiempo de esos márgenes estatales, nos fue posible comprender la consolidación de una cultura del terror que propició los silencios.
Aún sin todas las respuestas, rastrear las diferentes líneas indiciarias permitió la (re)construcción y la descripción densa de esos márgenes (Das y Poole, 2008) del sistema-de-estado santiagueño (Abrams, 1988), donde existió una continuidad práctica de parte de las redes y estructuras represivas puestas en marcha durante la última dictadura militar. Agentes claves del circuito formal de la seguridad conservaban espacios privados como fincas o construcciones militares abandonadas, lo que los volvía s lugares resguardados de la mirada social y estatal. Esto les permitía ejercer un “señorío sobre la vida y la muerte” de las personas que ingresaban a –o permanecían en– esos territorios.
Esa nueva hipótesis estuvo respaldada por el propio campo, gracias a la descripción de nuevos casos con los cuales se podían comparar los hechos acontecidos en el doble crimen de La Dársena. El caso Abdala Auad, ocurrido en 1977 es un ejemplo de ello. Este abogado de 57 años de edad fue secuestrado y pasó por la finca de un miembro cercano de los círculos de poder de Musa Azar. La finca era propiedad de Francisco “Paco” Laitán y estaba ubicada justamente en La Dársena, a pocos kilómetros de donde se arrojaron los cuerpos de Leyla y Patricia. En ese lugar, Abdala Auad fue torturado y desaparecido. Esta era la misma finca que los pobladores identifican como un territorio de control policial durante el último periodo de gobierno juarista. Los fundamentos de la sentencia de la “Megacausa 1” donde se juzgaron delitos de Lesa Humanidad dicen respecto a este territorio: “Francisco Laitán tenía el señorío sobre el lugar donde muere Abdala Auad, y había creado las condiciones de su cautiverio”.20 Además de esta finca, en la zona se construyó durante la última dictadura el barrio militar de “La Guarida”. Donde también funcionó un centro clandestino de detención en el pasado reciente argentino y donde los pobladores veían “movimientos raros” y escuchaban “gritos” durante la década de 1990 y principios del 2000.
Al apelar a esa información fragmentaria, pudimos (re)construir y describir parte de las dinámicas y sentidos en torno a estos espacios de control policial (Daich et al., 2007). En esos lugares, la cultura del terror (Taussig, 2006) parece ser una de las categorías teóricas más apropiadas para describir un sistema que excedía la racionalidad burocrática occidental, transformando parte de los silencios en mitos. Entre ellos está el fantasma de Leila, cuya muerte no se esclareció, pero que advierte sobre el peligro en torno a estos lugares de muerte donde “aparece espantando” a pobladores.
Para finalizar, nuestra etnografía del pasado no deja de ser una historia contada, narrada e interpretada. En ella se plasmó la organización de la información y conocimientos que, en cierta forma, estaban ahí, en el campo. El trabajo de quien investigó fue organizarla en un discurso académico ordenado, descriptivo y expositivo que diera cuenta del proceso relacional que configuró ese campo y a la propia investigación. Lo que equivale a decir, que diera cuenta del proceso de consolidación del oficio de rastreador etnográfico.
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1 Elementos de prueba en el expediente judicial y versiones sociales y mediáticas que así lo indican. Sin embargo, esta es aún una información hipotética.
2 Expresión empleada en el campo por activistas, familiares y abogados.
3 Ver nota del diario Página 12 del 7 de noviembre del 2003 titulada “Excursión al zoológico del horror”. Fuente consultada en su versión digital por última vez en julio del 2019.
4 A fojas 8065, del cuerpo 27 del expediente judicial N° 85/03 se encuentra una resolución de la Cámara de Diputados Provincial del 30 de julio del 2002 en la que declara de “interés cultural el zoológico instalado en la localidad de Árraga”. Por otra parte, entre las fojas 8067 y 8080 del mismo cuerpo, se encuentra toda la documentación correspondiente a las resoluciones internas número 270/98, 596/98, 111/99, 362/99 y 165/00 de la Dirección de Flora y Fauna mediante las cuales habilitan el funcionamiento y tenencia de fauna autóctona y exótica en el predio propiedad de Musa Azar ubicado en la localidad de Árraga. Las versiones periodísticas y judiciales posteriores mostraron que en ese lugar circulaban animales producto de la caza y tráfico ilegal de fauna.
5 Conformado por el presidente Perez Roberti y las vocales Viaña de Avendaño y Piazza de Montoto.
6 “Célula”, tanto en la jerga policial como en la de miembros del activismo en derechos humanos, remite a una organización de conducción y coordinación centralizada con ejecución descentralizada a partir de pequeños comandos independientes entre sí.
7 En la jerga policial, judicial y carcelaria, la categoría perejil remite al lunfardo “gil”, con el cual se alude a una persona inexperta, lenta o tonta. En este caso, el perejil es quien carga la responsabilidad sobre hechos que no necesariamente lo tuvieron como artífice y responsable central.
8 Hechos reflejados en el Informe Santiago del Estero. Documento con un diagnóstico de la situación política, social, económica y judicial de Santiago del Estero, producido durante el 2003 y 2004 por los equipos técnicos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de La Nación en articulación con organismos de derechos humanos de la Provincia. Este documento se presentó en el Congreso Nacional el 1 de abril del 2004 fundamentando la ley de intervención federal (Ley 25.881).
9 La historia política de la segunda mitad del Siglo XX de Santiago del Estero, se encuentra signada por el Juarismo como fenómeno político, social y cultural. Carlos Juárez y Mercedes Marina Aragonés de Juárez, gobernaron o tuvieron una fuerte gravitación en la vida política, en distintos períodos históricos de Argentina: desde el primer peronismo, atravesando golpes militares, la proscripción, las crisis neoliberales y finalizando en el primer gobierno kirchnerista (2003). Con el retorno a la democracia, Juárez conquistó su tercer mandato, gobernando desde 1983 hasta 1987. Entre 1995 y 1999, llegó su cuarto mandato, luego de la penúltima intervención federal en la provincia, iniciando un periodo que se considera una continuidad en el poder de quienes ejercían la represión en Santiago Del Estero. Esto se vio reflejado en que los funcionarios encargados de la seguridad y la inteligencia fueron luego condenados por delitos de lesa humanidad.
10 “La justicia provincial y federal ordenaron el 5 y 6 de marzo de 2004 el allanamiento del edificio del DIP tras los pedidos de habeas data que fueron presentados por particulares y por referentes de la Asamblea para los Derechos Humanos, respectivamente. En las dependencias del DIP fueron encontradas dos computadoras y veinte armarios que archivaban entre 30 y 40 mil carpetas con informes ambientales, escuchas telefónicas, recortes de prensa, fotografías de funcionarios, jueces, periodistas, dirigentes políticos, sindicales y de organizaciones sociales, profesionales, estudiantes, obispos y sacerdotes, entre otros” (Schnyder, 2015, p.84). Musa Azar fue el agente clave en la organización y dirección del Departamento de Informaciones Policiales. Actualmente el archivo se encuentra bajo custodia del Poder Judicial Federal por ser parte de las pruebas actuantes en las causas por delitos de Lesa Humanidad. El acceso a dicho archivo por parte del autor, se desarrolló en el marco de un convenio entre el Ministerio Público Fiscal y el Instituto de Estudios para el Desarrollo Social (INDES CONICET-UNSE) para el análisis, estudio y comprensión del mismo.
11 1) Expediente N° 66/6 Caratulado “More, Luis Antonio, Mattar Francisco Daniel, Albarracín, Héctor Bautista, Gómez Jorge Pablo, Cejuela, Gustavo Ricardo. Sobre delito de Homicidio Calificado. En Perjuicio de Oscar Edmundo Seggiaro y Otro”. Juez: Dr. Pedro Luis Ibáñez. Secretario Dr. Luis Eugenio Cantizano. Obrante en el Juzgado del Crimen de 3ra Nominación de la Provincia de Santiago del Estero. 2) Expedientes N°: 85/03 y 84/03 Caratulados “Musa Azar y Otros s.a.d. Homicidio Cuádruplemente Calificado; Asociación Ilícita e.p. Patricia Villalba; Leyla Bshier Nazar y Administración de Justicia”. Juzgado de Instrucción en lo Correccional y Criminal de Primera Nominación de los Departamentos Banda y Robles de la Provincia de Santiago del Estero. 3) Sentencia del Tribunal Oral N° 1 en lo Criminal Federal de Santiago del Estero. Emitida el 9 de noviembre del 2010. Expediente N° 836/09 “S/ Homicidio, tormentos, privación ilegítima de la libertad, etc. E.p. de Cecilio José Kamenetzsky. Imputados Musa Azar y otros”. Disponible online en: www.cij.gov.ar. 4) Sentencia del Tribunal Oral N° 1 en lo Criminal Federal de Santiago del Estero. Emitida el 05 de marzo del 2013. Expediente N° 960/11 “Aliendro, Juana Agustina y otros s/ desaparición forzada de personas, violación de domicilio, privación ilegítima de la libertad, tormentos, etc. Imputados: Musa Azar y otros” del Tribunal Oral N° 1 en lo Criminal Federal de Santiago del Estero. Disponible online en: https://www.cij.gov.ar/nota-10826 5) Sentencia del Tribunal Oral N° 1 en lo Criminal Federal de Santiago del Estero. Emitida el 26 de marzo del 2018. Expediente 7782/2015 “Azar, Antonio Musa y Otros s/ Homicidio Agravado, Privación Ilegal de la libertad, Imposición de Tortura, Infracción Art. 23 del Código Penal según Ley 26.842, Allanamiento Ilegal y Asociación Ilícita- Querellante: Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y Otros”. Disponible online en: https://cij.gov.ar
12 Expediente N° 66/6.
13 Esta repartición pública fue creada en 2004 por la Intervención Federal y sostenida desde el 2005 a la actualidad por los diversos gobiernos del Frente Cívico por Santiago. Fuerza política liderada por el Gobernador Gerardo Zamora.
14 Entrevista realizada en octubre del 2018. Llegamos a la familia Villalba por la mediación de un compañero abogado, trabajador de la Secretaría de Derechos Humanos de La Provincia.
15 El crimen del ganadero Oscar Seggiaro, se cometió entre la noche del 15 y madrugada del 16 de marzo de 2003 en la localidad de Donadeu en Santiago del Estero, Argentina. Este hecho criminal fue perpetrado en el marco de mercados ilegales de venta de carnes provenientes del abigeato. “Negocios sucios” desarrollados por la misma célula criminal que asesinó a Patricia Villalba bajo el mando de Azar.
16 La denominación “marchas del silencio” para hablar de las protestas por el doble crimen, corresponde a una iniciativa de los propios actores que apelaban al repertorio de acción desarrollados en torno a las protestas en la Provincia Argentina de Catamarca producto asesinato de una adolescente. El caso María Soledad Morales (Gayol y Kesler, 2018).
17 Hechos y casos descriptos en el marco de los juicios por delitos de lesa humanidad.
18 Mientras la categoría trabajo político remite a una serie de prácticas políticas legítimas que sostienen redes partidarias, en las narrativas de estos agentes, la categoría trabajo sucio remite a una práctica que, siendo política también es ilegal e ilegítima.
19 Fragmento de una entrevista realizada por el autor a finales del 2019.
20 Foja 587 de la sentencia obrante sobre expediente 960/11.