Tecnologías vitales

Pensar las culturas digitales
desde Latinoamérica

Edgar Gómez Cruz.

Ciudad de México,

Universidad Panamericana y Puertabierta Editores

2022, 288 páginas.

por Martina Di Tullio

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas,
Instituto de Arqueología, Universidad de Buenos Aires

https://orcid.org/0000-0002-3502-6118

ditulliomartina@gmail.com

Cómo citar esta reseña: Tecnologías vitales. Pensar las culturas digitales desde Latinoamérica. De Edgar Gómez Cruz. Martina Di Tullio. Etnografías Contemporáneas, 9(17), 241-244.

Desde que abrimos los ojos hasta que los cerramos, están ahí. Actualmente, una buena parte de la población mundial habita sus días junto con y a través de ellas. Hace años que se gestaba, pero con la pandemia de COVID-19 se volvió ineludible. Las tecnologías digitales son ahora partes estructurales de nuestras vidas, tanto que hablar de ellas parece casi como algo obvio, como hablar del aire que respiramos o del agua en donde nada el pez. Y, como dice Mariano Navarro en su prólogo al libro Tecnologías vitales, para el pez no es fácil objetivar qué es eso en lo que se halla inmerso.

Si bien la pandemia evidenció la digitalización de distintos aspectos de la vida, pocos análisis académicos resultan tan esclarecedores y útiles para reflexionar al respecto como este libro de Gómez Cruz. Esto se debe, en primer lugar, a que presenta un estilo llevadero y un orden claro, en el que las propuestas teóricas van de la mano o son la consecuencia necesaria de una serie de historias, anécdotas personales o eventos de actualidad que el autor entreteje para llevarnos a pensar sobre lo cotidiano. Y esta reflexión sobre la cotidianeidad es el puente que lleva al autor desde el campo de los estudios de la comunicación al de la antropología, un puente que atraviesa libremente en el texto, llevando a difuminar la separación entre ellos.

Si bien se ha estado formando desde hace varios años, el campo de la antropología digital todavía está en sus albores a nivel mundial. La mayoría de las investigaciones antropológicas sobre lo digital provienen de países del Norte global, como el Reino Unido –con un foco de concentración en la University College London (UCL) alrededor de Miller y sus colegas– y España –con Ardévol como referente–. A su vez, dentro de este campo la mayoría de las investigaciones apuntan al estudio de fenómenos que se dan dentro del entorno digital: comunidades virtuales, activismo online, mercados digitales, políticas visuales, por nombrar algunas temáticas recurrentes. El abordaje de estos temas se multiplicó enormemente durante la pandemia, que no dejó otra opción más que hacer etnografías en línea por un tiempo. También creció el uso de técnicas digitales en estudios no relacionados a internet.

Sin embargo, pocos son aún los trabajos que se enfocan en investigar, desde afuera de las pantallas, las vidas de las personas con ellas. La excepción es el ambicioso proyecto Why We Post de la UCL: una investigación etnográfica realizada simultáneamente en distintas partes del mundo en torno a los usos de las redes sociales por cada población. De este maravilloso proyecto resultaron múltiples libros que describen todo lo que las personas de cada lugar hacen con las redes sociales, sintetizados en el tomo común How the World Changed Social Media. Pero, como los mismos autores aclaran, estos textos no pretenden más que ser descriptivos. Si bien se discuten algunas concepciones del sentido común sobre las redes sociales, al terminar de leerlos queda una sensación de vacío, de abstracción de la realidad, de que hay algo que le falta. Y creo que eso se debe a que pretenden ser objetivos y neutrales, como sucede a menudo en las academias de los países centrales. En cambio, desde América Latina es difícil desvincular los fenómenos sociales estudiados de los marcos de desigualdad en los que vivimos.

En este contexto, el libro de Gómez Cruz es una bocanada de aire fresco para la antropología digital desde su introducción. Allí remarca que su interés está en pensar “la relación entre la vida y las tecnologías digitales” (p. 19), tomando distancia de lo que sucede en la pantalla para situarlo en su contexto. Pero no se queda ahí, sino que también resalta el carácter político de los medios digitales. Lejos de ser herramientas neutrales, cuyos efectos dependen solamente del uso que se les da, para el autor las nuevas tecnologías son un tipo de infraestructura que enmarca las formas posibles de ser, de existir y de vivir. Su creciente importancia en la vida diaria de todas las personas las vuelve vitales, y esa vitalidad les da el poder de crear subjetividades en base a una racionalidad específica.

Para profundizar en esta propuesta, en el primer capítulo el autor realiza un ejercicio de desnaturalización de lo digital a partir de un recorrido histórico sobre las transformaciones que tuvo a lo largo de sus pocas décadas de existencia. Esto permite reconocer que las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC) no siempre funcionaron de la manera en que lo hacen hoy, si bien los sentidos sobre ellas parecen no haber variado mucho, ya que todavía circula un imaginario del mundo digital como un lugar democratizador, una nube abierta, horizontal e inclusiva, tal como se pensaba en sus inicios a ese famoso ciberespacio o la cyberia de Escobar (2005).

Pero Gómez Cruz advierte que hoy en día la mayor parte de internet ha sido dominada por la lógica capitalista, manejada a través de algoritmos perfeccionados por empresas con fines de lucro. La nueva estrategia ha sido convertir los comportamientos de los usuarios en la web en un excedente, generando una economía basada en la atención y su escasez. Así, estos medios construyen una vitalidad guiada por las nociones de crecimiento, eficacia y éxito, moldeando a su vez la sociabilidad cotidiana. De este modo, los medios digitales materializan un imaginario capitalista que a su vez conquista nuestra propia imaginación, generando una nueva forma de imperialismo cultural.

Entonces, si nos relacionamos tanto con las tecnologías digitales, y éstas a su vez cambian cada vez más rápidamente, ¿cómo podemos hacer para estudiar los fenómenos sociales asociados a ellas? En el segundo capítulo, Gómez Cruz explora otro aspecto de la idea de vitalidad, no ya solo como una forma de entender a las tecnologías sino también como el foco metodológico al que deben orientarse las investigaciones. En otras palabras, hay que buscar estudiar las vitalidades que se generan a través de los medios digitales, centrándose en las prácticas concretas y no tanto en las características de las tecnologías en sí mismas. Para ello, el autor propone aproximarse holísticamente a los fenómenos digitales, teniendo en cuenta su historia, su dimensión fenomenológica, su relación con los poderes económico y político, su carácter material, y los aspectos culturales de sus contextos de diseño y de inserción. Por todo esto, la etnografía es necesariamente la manera privilegiada para investigarlas.

En el tercer capítulo, el autor insiste sobre la importancia de mantener el espíritu crítico, incluso aunque se estén usando las tecnologías digitales para investigar sobre ellas. Nuevamente, es la dificultad que tiene el pez para pensar sobre el agua, pero por ese mismo motivo se vuelve tan necesario el ejercicio antropológico de desnaturalizar lo obvio. Y para ello son necesarios los estudios empíricos de casos en donde se vea el contraste entre los imaginarios que se tienen sobre las tecnologías y sus consecuencias reales. De allí la enorme importancia que adquiere el trabajo etnográfico en el mundo contemporáneo para abordar esta problemática. Pero para el autor es igual de relevante la interdisciplinariedad, dado que los procesos digitales se involucran en todos los aspectos de la vida y por ende requieren de los aportes de múltiples disciplinas para poder comprenderlos.

Así como es necesario situar los usos de las tecnologías digitales en sus momentos y lugares concretos, Gómez Cruz remarca también que los estudios sobre estas nuevas vitalidades deben situarse y pensarse desde América Latina. Es por eso que, en el último capítulo del libro, el autor reflexiona acerca de cómo investigar sobre lo digital en nuestro continente. El trabajo empírico situado nos permitirá conocer y contar nuestras propias historias, pero éstas deben interpretarse desde marcos teóricos propios, que incluyan nociones como mestizaje, comunalidad, lo popular y el buen vivir. El carácter político del conocimiento construido permitirá resignificar formas culturales dominantes y movilizar aspiraciones para otras formas de ser y existir, para usar lo digital para el bien colectivo. De este modo, la investigación podría servir para crear nuevas tecnologías que respondan a nuestras propias necesidades y así desligarnos de las narrativas importadas. Se trata de construir una vitalidad tecnológica desde nuestros propios territorios, para traducir menos y producir más.

En definitiva, el libro ofrece orientaciones teóricas y metodológicas para estudiar nuestra relación con los medios digitales desde una perspectiva comprometida políticamente con Latinoamérica. En nuestro continente, la interrelación entre lo social y lo técnico aparece como conflictiva con respecto a los imaginarios importados desde el Norte y materializados en las tecnologías diseñadas allí. La pregunta que el libro invita a tener como eje para el futuro es: ¿cómo podemos descolonizar nuestra relación con las tecnologías digitales en América Latina? Así, invito a leerlo a toda persona interesada en imaginar un pensamiento propio, para tener tecnologías propias y, en definitiva, un futuro propio.

Referencias bibliográficas

Escobar, A. (2005). Bienvenidos a Cyberia. Notas para una antropología de la cybercultura. Revista de Estudios Sociales 22, 15-35.