Un análisis etnográfico sobre las primeras mujeres suboficiales de la Armada Argentina
por María Jazmín Ohanian
Centro de Investigaciones Sociales, Instituto de Desarrollo Económico y Social
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
orcid.org/0000-0003-2239-8796
jaz.ohanian@gmail.com
RESUMEN
A partir de las trayectorias de cuatro mujeres suboficiales de la Armada Argentina, en este trabajo muestro cómo los cambios que se han producido en la vida profesional de las mujeres, desde su ingreso a la institución en la década de 1980, se han visto marcados por la imposibilidad de embarcar en la mayor parte de su carrera. Los procesos de socialización de los navales se diferencian del resto de las Fuerzas Armadas porque la construcción de su identidad colectiva requiere y demanda de un buque en el mar. Mi objetivo es explorar los efectos que la falta de navegación genera en las carreras de las mujeres suboficiales de la Armada.
Palabras clave: Armada Argentina, buque, suboficiales, desigualdad de género.
Naval Women without a Warship. An Ethnographic Analysis on the First Female Non-Commissioned Officers in the Argentine Navy
ABSTRACT
Following the trajectories of four female non-commissioned officers of the Argentine Navy, in this paper I show how the changes that have taken place in the professional lives of women since their entry into the institution in the 1980s have been marked by the impossibility of being able to embark for most of their careers. Naval socialization processes differ from the rest of the Armed Forces because the construction of their collective identity requires and demands a ship at sea. My objective is to explore the effects that the lack of sailing generates in the careers of female Navy NCOs.
Keywords: Argentine Navy, ship, non-commissioned officers, gender inequality.
RECIBIDO: 1 de febrero de 2024
ACEPTADO: 11 de abril de 2024
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO: Ohanian, M. J. (2024). Mujeres navales sin buque militar. Un análisis etnográfico sobre las primeras mujeres suboficiales de la Armada Argentina. Etnografías Contemporáneas, 10(18), 170-190.
Silvia, Teresa, Miriam y Graciela ingresaron a la Armada Argentina en la década de 1980 y se formaron como suboficiales. Las cuatro provienen de distintas regiones del país y con diferentes relaciones con el mar, pero recorrieron el mismo camino institucional de la profesionalización y la democratización de las Fuerzas Armadas. Todas fueron contemporáneas a las políticas de género desde sus orígenes y todas celebraron los cambios en los reglamentos para que la participación de “las femenino”, término usado en la vida cotidiana militar para mencionar a las mujeres, pueda romper las fronteras culturales propias de un mundo masculino y naval. Sin embargo, sus carreras no fueron a la par de sus compañeros de promoción. Lo que más las diferenció entre sí fue la posibilidad tardía que las mujeres tuvieron de embarcar. La pregunta que guía este texto es sobre los efectos de esa desigualdad.
Las Fuerzas Armadas argentinas son una institución del Estado Nacional y tienen la misión de defender la soberanía nacional. Se especializan en tres componentes según el dominio de cada ambiente: la Fuerza Aérea (FAA) capacita a sus integrantes para patrullar, conquistar y defender el aire, el Ejército (EA) lo hace desde la tierra y la Armada (ARA) se zambulle al mar. Todas tienen la misma columna vertebral sostenida por la estructura militar donde la cadena de mando es universalmente constitutiva. Las vinculaciones interpersonales propias de todo el ambiente naval-militar están normadas por posiciones jerárquicas (Otamendi, 2012, p. 100). A mayor jerarquía, mayor cargo y mayor responsabilidad. La carrera profesional militar argentina, a diferencia de la tropa voluntaria, está conformada por dos escalafones distintos, que respetan la verticalidad estructural y clasifican a todos sus miembros en “oficiales” (en orden descendente dentro de la Armada: almirante, vicealmirante, contraalmirante, capitán de navío, capitán de fragata, capitán de corbeta, teniente de navío, teniente de fragata, teniente de corbeta y guardiamarina) y en “suboficiales” (en orden descendente: suboficial mayor, suboficial principal, suboficial primero, suboficial segundo, cabo principal, cabo primero y cabo segundo). No es casual que la nominación de la jerarquía de los oficiales navales esté relacionada con un tipo y tamaño de buque, sea este un navío, una fragata o una corbeta, porque la organización de la Armada nace y se sostiene en el agua. Este trabajo tiene como protagonistas a las mujeres suboficiales para entender cómo ellas viven su carrera profesional en relación al mar.
Cada componente militar vive su profesión de acuerdo al medio y comunidad de saberes que aprenden a habitar: los “navales” o “marinos”, como se llaman a sí mismos, son los custodios del agua; ese es su hábitat natural y remarcan su existencia y su importancia referidas a este entorno precisamente porque “su mar” cubre una superficie de 1.750.140 km2 y la costa marítima mide en total 4.725 km. Los marinos son con el mar, el cual puede ser inmenso, incontrolable, desconocido, peligroso, imprevisible, indomable y bélico. Los suboficiales y los oficiales de la Armada se preparan para navegarlo en unidades de combate/sistemas de armas, sean estos un buque, un avión o un submarino.
La centralidad del mar en la vida de la Armada no es casual, dado que es lo que la distingue de las otras fuerzas nacionales. Los procesos de socialización de los navales se diferencia del resto de las fuerzas porque la construcción de su identidad colectiva requiere y demanda de un buque en el mar. Y eso lo aprendí durante mi trabajo de campo, compartiendo una navegación de adiestramiento militar. Es por eso que la centralidad de este texto es en pensar y analizar cómo se experimenta la desigualdad de género desde el corazón naval, el buque militar.
Este trabajo se nutre de mi investigación doctoral con enfoque etnográfico,1 que me permitió conocer y teorizar los fenómenos sociales desde el punto de vista de sus protagonistas (Guber, 2005) mediante la inmersión en la vida cotidiana de los suboficiales con un apego a los detalles, donde escuchar, mirar, hacer, preguntar y compartir fue la clave para experimentar e interpretar una forma de vida que no era la propia (Malinowski, 1987). Mi investigación abarcó tres ciclos anuales y fue posible gracias a la autorización de las autoridades de la Armada Argentina que permitieron mi (casi) libre circulación por la base naval y una libertad (bastante) extendida para conversar con suboficiales y oficiales en actividad. La gran mayoría de los encuentros se realizaron en diversas dependencias al interior de la Base Naval Puerto Belgrano (provincia de Buenos Aires). La selección de mis interlocutores fue siguiendo criterios de oportunidad y conexión personal, donde algunas de las personas que conocí me referían a otros suboficiales. Pero todo cambió en marzo de 2019 cuando me autorizaron a integrar la tripulación del buque ARA La Argentina (D-11) para vivir 4 días de navegación en el Mar Argentino a puro adiestramiento. La participación en ejercicios de abandono, de combate y de operaciones junto con el recorrido de los espacios habitados mayoritariamente por suboficiales (salas de máquinas, motores, turbinas) me permitieron visualizar la organización social naval en todo su esplendor (Ohanian, 2023a, 2023b).
Aunque la cuestión de género y sus implicancias nunca las había abordado analíticamente, al volver a mis cuadernos de campo me encontré con que mis interlocutoras mujeres me lo habían marcado todo el tiempo. Por eso propongo pensar, desde la trayectoria de cuatro mujeres suboficiales navales retiradas, cómo la centralidad de su carrera estuvo relacionada con la posibilidad (demasiado tardía) de embarcar.
Para eso, en el primer apartado de este texto muestro cómo la socialización de todos los suboficiales de la Armada depende del mar, en especial el sentido de la jerarquía; cualidad orgánica de todas las Fuerzas Armadas. En el segundo apartado presento el análisis de caso de cuatro mujeres suboficiales a las cuales, aun habiendo sido contemporáneas a cambios legislativos en relación al género en las Fuerzas Armadas, el mar les llegó demasiado tarde. Describo también las distintas modificaciones que la Armada ha aplicado a sus integrantes desde la autorización de ingreso a las mujeres en la década del 80, en especial las referidas a la posibilidad de navegar. Finalizo con unas reflexiones sobre cómo viven hoy las suboficiales mujeres sus experiencias al interior de la Armada Argentina, proceso denominado “integración” por las analistas con perspectiva de género (Frederic, 2013; Gutiérrez, 2020; Masson, 2020; Pozzio, 2014), y el problema de su socialización, dada la falta de ascensos, de liderazgo y de experiencias compartidas en relación al tiempo de navegación, entendiendo a la desigualdad de género como un sistema cambiante con efectos a corto y largo plazo en las carreras de las suboficiales femeninas.
El buque es lo más importante que tenemos los suboficiales.
Es identificarse con la unidad. Es tuya, la cuidás, ahí llevás la bandera argentina.
Es tu casa en el medio del mar.
Transitamos las aguas juntos, con la tripulación y el buque.
(Suboficial Primero (R) Teresa Susana López, noviembre 2019)
Un barco con función militar, lo que los miembros de la Armada Argentina llaman “buque de guerra”, puede parecer un recurso bélico o una demostración de poder marítimo. Pero para los “navales” o “marinos”, el buque es el protagonista, el ámbito y el objetivo de las relaciones sociales que lo hacen operativo porque contiene, aloja, ordena y da vitalidad al quehacer naval y a la misión que esa institución debe cumplir según mandato constitucional (Ohanian, 2022b). Esta multiplicidad de sentidos imprime en los buques y a los ojos de sus sucesivos ocupantes, historias, estilos y grupos de pertenencia. La trayectoria de los navales se constituye en el mar.
Conocí hombres y mujeres suboficiales que han estado embarcados en cortos períodos (20 días) y otros durante casi la totalidad de su carrera militar (26 años). Algunos nunca habían visto el mar hasta ingresar a la Armada y otros crecieron en las costas añorando el momento de navegar. Todos los suboficiales “antiguos” (mayor antigüedad en la Armada) y también los “modernos” (menor antigüedad en la Armada) sonrieron cada vez que hablaron de su navegación. Para ellos, un buque es un transporte marítimo apodado como “una cáscara de nuez” que flota con estabilidad y que se traslada de un lugar a otro. Lo llaman así por la inmensidad y fuerza del mar en relación a la vulnerabilidad que se vive en su interior: frágil, movedizo, imprevisible, rítmico y único. Pero esa fragilidad no es sinónimo de debilidad, sino que se constituye como su fortaleza.
La relación de los suboficiales navales con el agua y con el resto de la tripulación está mediada por un buque y por un aprendizaje técnico (Hutchins, 2001; Ohanian, 2022a). Son los traductores de motores, sonares, radares, cables, máquinas y cualquier cosa dentro del buque que no sea una persona. Ejercen una capacidad técnica y operacional porque no sólo conocen el espacio del buque que habitan sino que saben hacerlo operativo. Son quienes encienden técnicamente al buque como si éste fuese una ciudad o una casa gigante en el medio del agua con una superficie de 120 metros de largo y unos 50 metros de ancho, y con una profundidad de unos 6 metros por debajo del agua. Mover y mantener activa semejante ciudad requiere del trabajo de más de 200 personas: todos los habitantes tienen un rol en mantenerlo encendido; todos los habitantes encaran acciones concretas en tiempos sincronizados para darle vida a esa ciudad flotante.
La variedad de opciones formativas representa las especialidades técnicas y militares que conforman al cuerpo de suboficiales de la Armada Argentina. La especialidad, también conocida como escalafón, es como el apellido, los vincula con un linaje, una historia y con un caído en la guerra de Malvinas que se formó en esa misma especialidad. Los “aeronáuticos”, los “infantes de marina”, los “arsenales “y los “navales” cuentan con su propio programa de estudios, su aplicabilidad del saber, sus siglas características, su espacio particular en alguna de las unidades de la Armada, su distintivo en el uniforme y un apodo que los identifica rápidamente entre sus colegas.2 Son mundos dentro de la familia naval que aseguran que todo el sistema de la Armada Argentina cobre vida.
Los Aeronáuticos son conocidos como los “alitas”. No es casual que sean quienes se vinculan con la mecánica, la electricidad o las operaciones de los aviones y los helicópteros por arriba del mar. El Infante de Marina es el “bicho”. Es el escalafón que goza de un estado liminal entre el agua, la costa y la tierra (Tessey, 2022). Son lo más «ejército» que tiene la Armada. Son una rama de la Armada bastante independiente porque su ambiente es muy diverso al resto. Se transportan en buques con la tripulación sólo para llegar a la costa, su lugar natural. Los “bichos” están acostumbrados a salir de campaña y a subsistir; por eso también se los conoce como “come víboras”. Se los diferencia fácilmente también por su símbolo: dos fusiles cruzados sobre un murallón históricamente utilizado como defensa de costa. Los Arsenales son los responsables de los mecanismos y de los sistemas electrónicos y electromecánicos que hacen a las armas de la Armada. Son quienes operan y arreglan las piezas del armamento naval, y por eso su insignia tiene en su centro el ancla de la Armada rodeada por un engranaje que da cuenta de la tarea específica.
En las tres especialidades descriptas tenemos a los suboficiales que cuidan a los aviones que vuelan sobre el mar, a los infantes que toman por asalto la costa y a los suboficiales encargados de las armas navales y la supervivencia. Las necesidades operativas de la Armada justifican esa variedad de ambientes porque cubren la costa y el aire sobre el mar, pero los navales “puros” son los del escalafón Naval. Así se presentaron cada vez que les consulté por las diferentes especialidades: “nosotros somos los puros”. Ellos tienen exclusividad para ocupar el agua. Cuentan con distintas orientaciones que refieren a todas las funciones necesarias para hacer cualquier operación/acción dentro del buque: moverlo, encenderlo, apagarlo, arreglarlo, administrarlo; todo.
Los suboficiales “puros” con quienes entablé innumerables conversaciones querían que yo aprendiera sobre lo que ellos habían estudiado en tierra, pero siempre pensando en el mar. Lo que más me enseñaron fue sobre esa relación que establecieron en altamar, en los distintos niveles de las cubiertas de los buques, en las guardias y en los roles adiestrados en cada una de las navegaciones donde les tocó vivir, dormir, comer y trabajar. El buque es un espacio reducido, encendido las 24 horas con mucha gente, haciendo muchas cosas: son los suboficiales quienes cuidan los motores, sostienen la electricidad, alimentan a la tripulación, controlan los radares y hacen fluir el agua al interior del buque en todas sus temperaturas necesarias. Es el rector de la vida del suboficial naval porque es el lugar y el momento en el que los navales aprenden a convivir en un aislamiento espacial y es cuando se produce la inmersión total en la vida social singular del naval, subalterno y militar. Por eso es fundamental que, durante toda la carrera del suboficial naval, esté presente el mar.
La carrera del suboficial requiere formación continua por más de 30 años para llegar al cargo superior. Es un camino que necesita de condiciones de ascenso y de múltiples cursos que habiliten a quien se postule, a lograr el cambio de rango. Mientras se vive el Período de Selección Preliminar de la Escuela de Suboficiales, los alumnos comienzan siendo aspirantes (dos años) y egresan siendo cabos segundos (cuatro años). Luego, se solicita el ascenso a cabo primero, jerarquía en la que se suele permanecer cuatro años. Con cursos de instrucción y de capacitación se llega a ser cabo principal (cinco años), para luego efectuar el “Curso Anual de Aplicación” y lograr el cargo de suboficial segundo (seis años) y suboficial primero. Luego de un curso superior de ascenso de seis meses de duración, es posible lograr ser suboficial principal (seis años) y luego suboficial mayor (seis años). Cualquier suboficial sin faltas puede aplicar a un ascenso en jerarquía (conocido como “cambio de bandas”, que representan la jerarquía en el uniforme) dentro de su especialidad. Es en la “foja de servicios” donde se formaliza la evaluación anual de desempeño profesional por parte de un superior (siempre un oficial) para decidir destinos y ascensos. Esa evaluación se realiza todos los años y alcanza a todos los miembros de la Armada. Estos legajos personales duran toda la carrera, como sucede en el resto de la Administración Pública Nacional. De esta evaluación depende su futuro más cercano (destino del año próximo) y el más lejano (ascensos y retiro).
La estrecha relación que el mar tiene para construir jerarquías se sostiene en una organización que diferencia claramente los roles y alimenta una responsabilidad colectiva en el mundo naval. Quizás por eso el ascenso en la carrera para la gran mayoría de las especialidades suboficiales requiere haber tenido como destino un buque y cierta cantidad de millas de navegación (y vacantes disponibles para adquirir el nuevo cargo). Aunque las mujeres ingresaron formalmente al mundo suboficial naval en 1980, fue recién en el 2007, es decir 37 años después, cuando lograron la autorización para navegar, lo cual imposibilitó el ascenso por todo ese tiempo de manera igualitaria con sus compañeros hombres de grado, quienes sí contaban con millas navegadas. La poca cantidad de mujeres suboficiales en cargos superiores da cuenta todavía de la estrecha relación que la jerarquía suboficial tiene con la navegación. El mar para los suboficiales hombres y para las mujeres jerarquiza, distingue, encariña y enaltece carreras.
El antropólogo Louis Dumont explica que la jerarquía “es un principio de gradación de los elementos de un conjunto con referencia al conjunto” (1970, p. 85), y remarca que la estructura jerárquica ordena y cuenta con reglas establecidas porque genera una distribución de sus miembros; los organiza en rangos, status y diversos ejercicios de poder. Es, según el autor, una “autoridad sistemáticamente graduada” (1970, p. 84). Aunque el sistema social sea el que muestra la organización, Dumont destaca que lo que hay que estudiar para comprender la jerarquía en un determinado lugar, es la interacción entre los sujetos.
La jerarquía no es una estratificación social, un sistema de ranking o una inequidad de status. Es una atribución de valor que acompaña cualquier diferenciación, es una articulación de valores fundamentales en la ideología social, es heurístico, cotidiano, consciente. Distinguir es jerarquizar. No puede ser el todo sin el otro. (Dumont, 1970, p. 390)
El autor refiere a que la jerarquía no tiene carácter fijo y que excede la cuantificación de sus miembros en rankings u ordenamientos fijos que se traducen en una “inequidad de status”. La jerarquía existe en cuanto valor de la interacción social de todos los miembros, cualidad que organiza la vida cotidiana y que es, a la vez, producto de esa interacción que encuentra su sentido en el mar. Esto sucede porque la vida naval y la disciplina jerárquicamente distribuida es parte fundamental de la arquitectura de supervivencia a bordo. Tal como me lo explicó el Suboficial Mayor José Alejandro Tavachi, no es lo mismo ser suboficial en la tierra que serlo en el mar:
La diferencia entre estar embarcado y no embarcado es que el destino en tierra siempre está. Si se corta la luz, se puede arreglar mañana. Pero si el buque se queda sin luz, te hundís. Y en el mar todos tenemos el mismo destino. Estás todo el tiempo atento a hacer lo que tenés que hacer porque un error mínimo, el buque se va a pique. El Segundo Comandante puede cebarle mate a un cabo segundo mientras se esfuerza por arreglar un generador. Eso sólo pasa embarcado. Ahí te conocés con los otros y hacés un vínculo que en tierra no hacés. En el mar compartís todo. La camaradería está ahí. La camaradería se genera en la escuela, pero para nosotros se vive en el mar. Conocerte, no sólo desde lo profesional, también es fundamental porque nuestra familia es esta, la que embarca, la que se aísla en el mar. Seguro escuchaste hablar de la familia naval. Bueno, es esto. Si no formás parte, si no amás el trabajo, si no te interesa formar parte de la familia naval, lo mejor es que desembarques. (Comunicación personal, septiembre de 2018)
En tierra se puede depender de otros, pero en el mar, la responsabilidad es únicamente de quienes están embarcados. Lo que se pone en juego allí es la conformación de una responsabilidad colectiva que motoriza, cual turbina, a la camaradería de la “familia naval”. Ese mismo destino compartido tiene una fuerza que genera vínculos singulares entre quienes están en el mar porque la vida de cada uno depende del resto.
En su investigación El cultivo de la tierra y los ritos agrícolas en las Islas Trobriand, uno de los “padres de la antropología moderna”, Bronislaw Malinowski (1977), se preguntaba acerca del mecanismo que sostenía el orden social de los trobriandeses. En este caso, el antropólogo mostraba que el núcleo institucional de la sociedad era la horticultura porque ponía en juego la integración de las aldeas a través de la reciprocidad. La magia, las redes de parentesco, los atributos de liderazgo, las amistades y las competencias se entendían gracias al cultivo de la tierra y sus ritos. En otras palabras, entendió que la agricultura para ellos tenía una fuerza social que no se limitaba a una cuestión económica ni de subsistencia. Para los trobriandeses, el cultivo de las huertas dividía y marcaba el ritmo temporal de toda la comunidad. El antropólogo destacaba que los sistemas ordenados de valores que regulaban la conducta de los miembros de un grupo humano se encontraban en las instituciones sociales y tenían efectos concretos en las costumbres, las normas, el mantenimiento de relaciones sociales y la cohesión social. Eran mecanismos de regulación de la conducta humana. Para el suboficial de la Armada, la navegación produce relaciones sociales situadas; le permite, a quien se convierte en tripulante, transformar un conocimiento aprendido en tierra en una experiencia profesional, social y afectiva y, a su vez, suma millas para un ascenso. Entonces, si navegar es fundamental para la carrera del suboficial naval porque sostiene el sentido de la vida social, ¿qué efectos tiene la falta de agua en las trayectorias de las suboficiales de la Armada Argentina? ¿Cómo se desarrollan sus carreras ante la desigualdad de oportunidades en el mar?
Cuando volví a mis notas de campo de diversos encuentros con mujeres que conocí durante mi trabajo en la Base Naval Puerto Belgrano, noté que ellas habían navegado.3 Sin embargo, nunca habíamos hablado en profundidad de esa experiencia. A diferencia de los hombres que me exponían verborragicamente cómo se vive la navegación, las mujeres guardaban detalles haciendo de esa experiencia institucional y compartida una experiencia personal y resguardada. Gracias a muchos mates con Silvia Aldrighetti, Miriam Prina, Graciela Rivero y Teresa López, pude entender sobre las dificultades que vivieron por fuera de los papeles y la presión que debieron afrontar por ser mujeres, suboficiales y “antiguas”. Una situación que yo había leído en distintas publicaciones académicas sobre la búsqueda de integración e incorporación de las mujeres a las Fuerzas Armadas (Frederic, 2013; Gutiérrez, 2020; Masson, 2020; Pozzio, 2014) pasó de ser un conjunto de palabras a ser un problema concreto en biografías humanas vinculado a la jerarquía y al tiempo de mar.
Los cambios en la incorporación comenzaron en 1980 cuando la Armada Argentina -pionera nacional en modificar la reglamentación de ingreso- permitió la inscripción a las primeras mujeres en el Cuerpo de suboficiales (comando), así como también habilitó el ingreso para la carrera de oficial en el Cuerpo Profesional en 1981.4 Este cambio no respondió a ningún reclamo de la sociedad civil, sino que surgió como una iniciativa del propio medio castrense (Masson, 2020, p. 43). La Fuerza Aérea y el Ejército se sumaron a estas modificaciones algunos años después. Se inició, en la década de 1980, una primera ola de modificaciones (decididas, gestionadas y evaluadas) al interior de cada fuerza que permitió un mínimo ingreso, fundamentalmente en puestos subalternos y en roles ya legitimados para las mujeres en el mundo civil, como enfermería y administrativas (Arduino, 2010, p. 101), pero también se abrieron las puertas en ámbitos novedosos como meteorología, comunicaciones y operaciones. El Contraalmirante (VGM) Pablo Marcelo Vignolles explica que esta asignación de roles era considerada más funcional para las mujeres y que su incorporación facilitó la mayor disponibilidad de los hombres en las unidades operativas (2010, p. 173). La mujer en su ingreso permitió “liberar” a los hombres de sus escritorios y navegar más.
La Suboficial Mayor (R) Silvia Aldrighetti es de la especialidad de Enfermería. A diferencia de mis mates habituales con suboficiales, la cita pautada con Silvia fue en un café de Punta Alta y ambas estábamos de civil. Por estar retirada, el encuentro contaba con protocolos menos rigurosos que a los que me tenían acostumbrada en la base naval.
Silvia había sido una de las primeras mujeres que ingresaron a la Armada Argentina gracias a la modificación del reglamento llevada a cabo en 1980, cuando se autorizó el ingreso de “femeninos” en la vida suboficial en las especialidades operaciones y enfermería. Ella fue una de las suboficiales enfermeras que participó de la adaptación del buque ARA Bahía Paraíso durante la guerra de Malvinas para que pudiera funcionar como un hospital en el mar. Era Cabo Principal, muy jovencita, cuando el 2 de abril de 1982 les avisaron que “estaban en guerra”. Su labor, junto a un grupo de enfermeras cabo segundo destinadas en la base naval, fue hacer del buque de guerra un espacio destinado a curar heridos. Debía tener sala de terapia intensiva, rayos, laboratorio, sala de internación, quirófano y capacidad para 100 cuchetas. Soldaron camas, decidieron dónde ubicar las salas, clasificaron el material, armaron los puestos de trabajo y diagramaron cómo debían ser los grupos de trabajo. La jornada comenzaba muy temprano por la mañana y terminaban entrada la noche y, aunque era agotador, la adrenalina no permitía sentir el cansancio. Silvia me explicó que “el tiempo apremiaba porque no sabías qué iba a pasar el próximo día y nosotras queríamos servir”. La única fuerza que contaba con personal femenino era la Armada. Por eso pensaron que las iban a llevar al frente de batalla en el mar. Pero cuando terminaron la modificación, las desembarcaron:
Dijeron que mujeres no iban. El día de Sanidad Naval (21/4) tuvimos que desembarcar antes que llegue el Almirante. Me clavaron un puñal al decirme que hablara con mi gente y que teníamos una hora para desembarcar. Les dije a las suboficiales que en media hora las quería vestidas en formación y sin llantos. Que podían putear y golpear la pared, pero que en 30 minutos las quería lavaditas, formadas y listas para desembarcar. Todas lloramos. Nos fuimos caminando porque queríamos patear piedras. Se cambian de civil y nos vamos de franco. Pero cuando fui a entregar el sobre de todas ellas con los papeles formales al furriel que estaba de guardia, se me ríe en la cara al verme triste por el desembarco. “¿A Malvinas?, ¿a dónde creían que iban ustedes? A lavar los platos tenían que ir.” Nos dijeron que no servíamos. (Suboficial Mayor (R) Silvia Aldrighetti, comunicación personal, mayo de 2018)
Con mucho dolor, Silvia explicó lo difícil que fue hacer carrera después de Malvinas por saber que, aún cuando su especialidad fuera la más requerida en abril de 1982, para los hombres “no servían” en el mar y que debían ir a “lavar los platos”. Aún en el momento más apremiante de la vida de todo militar como lo es la guerra, las mujeres de la Armada tenían vedado el ingreso al buque. Igual que le había sucedido a Silvia, las suboficiales de operaciones ingresantes en la década del 80 que conocí anhelaban embarcarse, pero el destino no las acercaba al mar; las anclaba en la tierra. Y algo que todas me marcaron fue que mientras más tierra tenga una carrera naval, menos ascensos adquiere en la jerarquía militar.
La Suboficial Primero (R) Teresa López inició su relación con la Armada en Salta, en un pueblo alejado de la capital. Con una sobrecarga de necesidades económicas familiares apremiantes, supo que debía terminar el secundario y buscar un empleo que le permitiera sumar dinero en la economía doméstica. Hacía años que tenía empleos, pero de bajos ingresos. Por eso pensó que quizás un trabajo en alguna de las fuerzas de seguridad provincial o de defensa nacional podría ser una oportunidad. Sus primeras opciones fueron la Policía de Seguridad Aeroportuaria y la Policía Penitenciaria, pero gracias a la visita de una delegación naval, Teresa se encontró con la Armada y su sueño de mar nació a primera vista.
Luego de la aprobación de los exámenes físicos y académicos correspondientes, un micro de la Armada Argentina transportó a todos los nuevos postulantes a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires desde distintas provincias de la Argentina a comienzo de 1991, exactamente a las puertas de la Escuela de Mecánica de la Armada. La vida militar naval, desde sus inicios en las escuelas de formación, requiere de la convivencia. Desde la incorporación de las primeras mujeres, los espacios de interacción han requerido de transformaciones edilicias para adecuarlas al uso de masculinos y de femeninos por separado para generar privacidad y resguardo de la intimidad por género. Escuelas, cuarteles y buques han sido los principales focos de modificaciones. En los años 90, la ESMA no estaba preparada ediliciamente para albergar grupos de mujeres y de varones. Tal como sucedió con los buques que no estaban habilitados para mujeres, en la escuela existió durante muchos años una limitación estructural y material. Por eso Teresa –y su camada– sólo pudo hacer un mes de Período Selectivo Preliminar, hasta que ella y el resto de las ingresantes mujeres fueron transportadas a la Base Naval Puerto Belgrano para finalizar su período de prueba y comenzar el adiestramiento como aspirantes de primero. Allí, a las mujeres las destinaban en una casa exclusiva para ellas, lo cual generaba un problema para los hombres porque ellos estaban hacinados en un mismo lugar: “se los notaba celosos por el espacio, el trabajo y la incorporación. No fue nada fácil ser de las primeras en ingresar y ni hablar de solicitar permiso para dejar la tierra y embarcar” (Teresa López, comunicación personal, julio 2019). A pesar de la incorporación, la subordinación en el trato era intensa.
La antropóloga Kristi Anne Stølen, en su obra La decencia de la desigualdad, analizó los mecanismos de subordinación y explotación de las mujeres a fines de la década de 1980 en una comunidad rural al norte de la provincia de Santa Fé. En su estudio argumenta que:
Mientras la modificación en el comportamiento refleja respuestas a los cambios económicos, sociales y estructurales, esto no necesariamente conduce a un cambio a nivel de las ideas; los sistemas de género pueden ser adaptados o recreados más que transformados. Los cambios en el comportamiento pueden también ser estrategias para preservar elementos básicos de estilo de vida o tradiciones, sólo modificadas para adaptarse a nuevas circunstancias. (2004, p. 32)
Su análisis sobre la diferencia entre cambios normativos y cambios en las ideas muestra que las diferencias y las desigualdades de género pueden subsistir aún con reglamentaciones que busquen una igualdad. Esta “adaptación” de la desigualdad me posibilitó pensar los modos en que la subordinación del género mantenía sobre el tiempo de navegación porque la máxima jerarquía que podían alcanzar los navales, por no poder navegar, era suboficial primero, acortando sus posibilidades de ascenso e imposibilitando compartir puestos Mayores con los hombres. Formar parte de una tripulación es un requisito obligatorio para acceder a ciertos grados jerárquicos, pero el buque estaba vedado para las mujeres. Entonces, sin embarcar no hay jerarquía superior. Estipular que las mujeres tengan que cubrir puestos en tierra para que los hombres pudieran embarcar habilitaba ascensos de hombres de mar sostenidos por las mujeres en tierra.
Las primeras millas navegadas por mujeres fueron irregulares. Lo hicieron sin estar asignadas formalmente al buque. Su rol era de “comisión”, que es un término naval muy utilizado para cuando una persona tiene como destino laboral un lugar que no es el propio. Es algo así como una excepción a su regularidad cotidiana. Estar de comisión sigue siendo común hoy en día cuando, por ejemplo, se realiza un ejercicio de tiro en un buque y el personal destinado a otro buque de especialidad “artillería” va de “comisión” para aprovechar la experiencia que en su buque no tendría. No es nuevo ni es un problema en sí mismo. Pero en el caso de las mujeres que sí han navegado durante las décadas de 1980 y 1990, al estar de comisión (sin asignación efectiva), sus millas no repercutieron en sus ascensos. Es como si la experiencia de esas mujeres en el mar, para la contabilización de logros profesionales, no hubiera existido. Gutiérrez explica que, como consecuencia de esta desigualdad en la posibilidad de ascensos, las mujeres
se insertaban en un régimen especial para la promoción en la carrera. Debido a las restricciones operativas que les eran impuestas, las Suboficiales femeninas quedaban encuadradas dentro del Régimen “Bravo” de ascenso. De acuerdo con la reglamentación del sistema de ascensos del personal subalterno, existen 3 regímenes de carrera: “Alfa” o normal, alcanza hasta el grado de Suboficial Mayor (grado máximo); “Bravo”, donde los tiempos deseables y normales de ascenso son superiores en un año a los del régimen anterior, alcanza hasta el grado de Suboficial Principal; y “Charlie”, alcanza el grado máximo de Suboficial Primero, con los tiempos deseables y normales de ascenso. (2020, p. 266)
Esto significa que, ante la falta de navegación, las suboficiales femeninas tenían un techo de jerarquía que alcanzaba a un grado anterior a la categoría máxima, y sus años de permanencia en cada año requerían contabilizar un año más que los hombres. Si, por ejemplo, un cabo principal masculino podía ascender a suboficial segundo luego de cinco años, una suboficial mujer con el mismo rango debía cumplir con seis años de experiencia para ascender al grado correspondiente. Recién en 2007 las mujeres suboficiales navales pudieron compartir el mismo régimen “Alfa” de navegación y de ascenso que los hombres. El cambio fue que la navegación dejó de ser en “comisión” y comenzó a ser un destino operativo (fijo) para las mujeres también.
Pero durante muchos años, aun habiendo autorizado el ingreso de la mujer a la Armada, los buques no estaban adaptados para la convivencia de ambos géneros (se necesitaban baños y cuartos diferenciados por género). Esto las obligaba a permanecer en tierra porque la carrera naval femenina estuvo inicialmente pensada para labores de asistencia a los hombres en cuestiones administrativas y no para navegar.
En esos excepcionales viajes iniciales, lo que las suboficiales mujeres experimentaron fue que trasladaron el escritorio al barco en tiempo real. De golpe, pasaron a hacer “eso” que hacían en tierra, pero arriba de un barco y sin el antecedente reglamentario que las habilitaría a futuros ascensos. Al no ser operativas, las suboficiales mujeres “antiguas” que conocí repitieron que “hacían más fuerza en tierra que en agua, pero en el fondo éramos bichos de mar convertidas en bichos de tierra”. El “ser bichos” es una indefinición. No es casual que algunas de las mujeres suboficiales con quienes conversé se hayan referido a su situación ambiental y profesional como una ambigüedad que había que superar. Casi la totalidad de la generación de mujeres suboficiales formadas en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) vivieron su carrera en la tierra, pero sin perder de vista al mar. Los puestos que abundaban para ellas, aun siendo cabos segundos (primer rango obtenido luego de terminar su formación en la ESMA), fueron en las aulas como instructoras de las distintas generaciones de mujeres.
En relación con los cambios ocurridos en esa época vinculados con el rol de las mujeres, la Suboficial Mayor (R) Miriam Prina hizo referencia a que las Fuerzas Armadas “no viven en una isla” y que en toda la sociedad, y en particular en los puestos estatales, las mujeres cumplían nuevas tareas. A partir de la década de 1990 se “tuvo que cambiar el sentido de la educación”, pero no solo de la militar: también para los civiles, como era el caso del inglés obligatorio en las escuelas públicas. Las mujeres aprovecharon que, durante muchos años, les tocaban como destino las distintas escuelas de formación militar y se perfeccionaron en diversas tareas que involucraban el idioma y cuestiones administrativas: “éramos las más prolijas para hacer informes. Nos pedían especialmente los suboficiales y oficiales superiores porque sabían lo bien que trabajábamos. Aprendimos a leer manuales técnicos de equipos en inglés mientras los hombres no lo podían hacer.” (Comunicación personal, mayo 2018).
La aceleración del camino hacia la incorporación plena de las mujeres dentro de la Armada Argentina sucedió durante el 2006 con la entrada en vigencia de una serie de resoluciones ministeriales orientadas a tal fin.5 Algunas de las medidas más importantes fueron la eliminación de cupos o restricciones para el reclutamiento, cambios en los requisitos de maternidad/paternidad, políticas vinculadas al cuidado de los/as hijos/as, eliminación de barreras para el ascenso y promoción dentro del régimen profesional, entre otras (Gutiérrez, 2020, p. 265). Los cambios se sucedieron en diferentes frentes relacionados a normativas de la vida cotidiana de los integrantes de las Fuerzas Armadas, como la violencia de género y la disparidad de oportunidades profesionales.6 Estas normativas sentaron las bases de una nueva vida social naval donde la exclusividad masculina dejó de ser formal para traducirse más concretamente en la carrera, y en la posibilidad de estar operativas en el buque. Una vez lograda la modificación de los buques, las suboficiales mujeres podían formar parte de la dotación de un buque, adquiriendo la posibilidad de ser operativas y elevando el techo de su crecimiento jerárquico: la carrera de la mujer suboficial navegando podía ascender al grado más alto y convertirse en suboficial mayor. En el 2007, se inició una encuesta al personal femenino sobre si querían navegar; allí cambió la historia y la vida militar para las mujeres que, con toda la presión, el miedo y la incertidumbre, abandonaron la tierra para entregarse a su sueño de navegar como suboficiales de la Armada Argentina.
Pero a las suboficiales mujeres formalmente autorizadas para embarcar las sentenciaron por su edad: “Nunca vas a navegar por ser antigua”. Todas tuvieron que “batallar” para hacerse un lugar en la institución. Teresa, Graciela y Miriam se anotaron como voluntarias porque querían embarcar no como administrativas, sino con funciones operativas en el buque. Las mujeres en función tenían que hacer un plus de esfuerzo para demostrar que “también pueden”, cosa que los hombres no necesitaban. Tal como me explicaron las mujeres suboficiales, “ellos simplemente trabajan, pero nosotras tenemos que ser mejores en el puesto, pelear por un lugar en el barco” (Graciela Rivero, comunicación personal, mayo de 2018). Ellas enfrentaron un doble desafío profesional: según su especialidad tenían una labor, pero también debían trabajar en la aceptación del personal masculino.
Eso fue lo primero que llamó mi atención cuando conocí a la Suboficial Principal (R) Graciela Rivero en el 2018 en la Base Naval Puerto Belgrano. Me recibió en su oficina de la Escuela de Técnicas y Tácticas (ETT), donde se dan cursos de formación para la orientación operaciones, para ayudarme a entender el rol suboficial dentro de la Armada, pero siendo mujer. Graciela contó que fueron pocas las mujeres que aceptaron participar de las navegaciones porque sabían que las iban a presionar más por ser mujeres. Cuando ella embarcó en el destructor ARA Sarandí fue la encargada de unidad. “Ahí había que demostrar, demostrar y demostrar. En tierra las mujeres somos más seleccionadas que los hombres, pero en la navegación había que dar todo y más.” (Comunicación personal, mayo de 2018). Su deseo para las nuevas generaciones de mujeres era que fueran respetadas y evaluadas como profesionales por su desempeño, y así no sufrir más presiones por el hecho de “ser mujer”.
Cuando embarcó Prina, lo hizo en el destructor ARA Almirante Brown, uno de los cuatro destructores Meko360 que integran la Flota de Mar, y fue responsable de la división a cargo del Centro de Información de Combate, un sector fundamental para el diseño y la ejecución de la guerra en el mar. Con el mismo espíritu de enaltecer el desempeño y no el género, su objetivo era que su “voz fuera profesionalmente escuchada” y “valorada profesionalmente a pesar de ser mujer”. Ella quería ejercer su profesión sin tener que estar defendiendo su género aunque, de alguna manera, se acostumbró a “tener que pelear el doble” por una oportunidad. Hablamos un poco del ámbito civil y de cómo las mujeres siempre tenemos que “demostrar” en todos los puestos:
¿Viste? ¡No somos tan diferentes de los civiles! Yo quería ser mejor para triunfar como mujer y como profesional. Ser buena no me alcanzaba. Yo soy la única mujer con cargo mayor de la Armada. A mí me tiene que ir bien por todas las mujeres que después de mí van a intentar crecer en sus cargos profesionales. (Suboficial Mayor (R) Miriam Prina, comunicación personal, octubre de 2018)
Luego de 16 años en la Armada, Teresa también pudo cumplir su sueño y formar parte de la tripulación del ARA Almirante Brown.
En el 2008, cuando logré embarcar, fue un sueño cumplido. Es una emoción tremenda porque la primera vez que uno suelta amarras del muelle, realmente se separa de lo que es la familia. Ahí tomé conciencia de cuál es la función y la actividad del personal que está embarcado. Las primeras millas arriba de un buque te marcan para toda la carrera. El primer destino en una unidad de superficie siempre tiene un lugar en tu corazón. (Suboficial Primero (R) Teresa López, comunicación personal, septiembre de 2018)
Aunque “las primeras millas arriba de un buque te marcan para toda la carrera”, tuvieron que pasar más de treinta años y muchas generaciones de suboficiales mujeres para que el tiempo de navegación les permitiera lograr ascensos en su carrera militar. Muchas de ellas lograron esas primeras millas siendo “antiguas” y con poca posibilidad de capitalizar en jerarquía la experiencia profesional, técnica y social de habitar un buque en el mar.
Hoy está garantizado el ingreso de las mujeres en todos los ámbitos profesionales y de combate para ser suboficial y oficial, tanto en destinos en tierra como en el mar. Hay equidad en la elección y posibilidad de ascenso para las nuevas generaciones. La incorporación de las mujeres al mundo suboficial y naval ha sido (y es) un proceso complejo que no se acaba en la reglamentación de normativas compartidas con la gran mayoría de las fuerzas armadas del mundo, sino que requiere de una atención analítica sobre la navegación y sus efectos sobre el ascenso y la particular socialización en la carrera militar.
La antropóloga Laura Masson, especialista en la temática y Directora de Políticas de Género del Ministerio de Defensa (2019-2023), publicó en el 2021 una evaluación sobre la implementación de la perspectiva género, identificó que no se ha logrado documentar el desempeño y desarrollo profesional de las mujeres y alertó que esto no permite evaluar o analizar en términos de avance o retroceso de las políticas de género (Masson, 2021, p. 5). La urgencia identificada ha sido la necesidad de configurar una institución que cuente con liderazgo masculino y femenino. Las ingresantes no cuentan, en la línea jerárquica, con referentes mujeres en puestos de líderes. Para dar un ejemplo, en 2019 las oficiales del Cuerpo Comando fueron un 9,41%, con un grado máximo alcanzado de Teniente de Navío (Masson, 2020). Las suboficiales femeninas no accedieron todavía a los puestos más jerárquicos y generan así una ausencia de liderazgo.
A pesar del aumento de personal femenino en los destinos militares y del optimismo en una tendencia porcentual que sigue creciendo,7 existe una restricción vinculada a su limitada participación en puestos de mando. Se incrementó su representatividad en las instituciones militares, pero no en la toma de decisiones (Aspiazu, 2016; Carreiras, 2014, 2018; Frederic, 2010; Mujika Chao, 2021). Es por eso que la integración militar femenina es un proceso abierto que dista de ser simple y lineal. Plantear el proceso de formación y de apertura a las mujeres al mundo naval en términos de “integración” o de “incorporación” es una tentación a simplificar un proceso mucho más complejo de socialización al interior de una institución estatal y militar. Si se buscan formas para integrar a las mujeres, no se estaría llevando adelante ninguna modificación sustancial a la organización social, sino que la fuerza o la intención estaría en armar estrategias para que las mujeres puedan “sumarse” a un mundo social preconcebido y preconstruido (Badaró, 2010). Esto deja a las mujeres por “integrar” un margen muy limitado de acción y de aporte al espacio social al que intentan “incorporarse”. La etnografía permite pensar, desde la propia experiencia de las protagonistas, qué capacidad de desarrollo y de crecimiento profesional tienen las mujeres en un mundo militar que, originalmente, era exclusivo de los hombres.
El “techo de cristal” existente en la Armada permite preguntarse o considerar qué otras cualidades, aparte del modelo masculino ligado a la fuerza física, justifican la falta de mujeres en puestos de liderazgo o comando (Donadio, 2010, p. 55). La navegación no solo es fundamental para el ascenso de las mujeres y lograr con eso un igualitario desarrollo de carrera, sino que también genera un tipo de socialización central para la vida naval suboficial. Es por eso que el buque, dada su centralidad en la construcción de jerarquías, es una entrada muy potente para pensar la desigualdad desde el punto de vista de quienes la atraviesan.
Las mujeres se encuentran con obstáculos que dificultan el acceso a los puestos de liderazgo, que son, casi en su totalidad, ejercidos por hombres. Ante la misma capacitación, antigüedad o cualidad, el ascenso o el puesto de liderazgo lo ejerce un militar masculino. La diferencia en el mundo naval está en las millas navegadas. Aunque parezca una cuestión de falta de reconocimiento o de desventaja profesional (Zubieta et al., 2010, p. 88), la carencia de millas navegadas afecta en un nivel mucho más profundo. Integrar una tripulación es una experiencia excepcional de formación y transformación donde observan, anotan, ejecutan y se equivocan sobre qué deben hacer, cuándo y cómo. La experiencia del hacer no se trasmite. Se vive. Por eso, como pronunció la Suboficial Primero (R) Teresa Susana López, “el buque es lo más importante que tenemos”. La navegación es la cuna de la institución y la jerarquía es su valor de organización central.
Cierto es que el tiempo es un factor fundamental (Carreiras, 2018, p. 135); los efectos de ciertas políticas públicas relacionadas a carreras militares de 30 años necesitan tiempo para desarrollarse y ver cómo continúa este proceso. La innovación de la dimensión de género dentro de las Fuerzas Armadas a escala mundial ha sido un paso trascendental para la vida de la institución estatal. Queda por ver si la agenda ambiciosa logra equiparar los roles, los ascensos y la socialización para que el mar llegue por igual a los suboficiales hombres y mujeres.
La vida en la navegación ordena estructuralmente a la Armada; es un ambiente particular que se diferencia de las acciones del Ejército en la tierra o de la Fuerza Aérea en el aire porque es otra forma de vida. El cuerpo de la Armada es un sistema de organización social atravesado por jerarquías que convalidan toda experiencia y que se complementan entre sí. Es un vínculo en una situación social y en un entorno específico porque condiciona, establece y moldea relaciones sociales. Por eso, el buque es la cuna de la organización naval.
A bordo, quien tiene mayor antigüedad en la Armada le enseña a quien tiene menos, cuestiones técnicas, de supervivencia o indicaciones para no “pincharse” (sensación de mareo ante la pérdida de horizonte que se sufre en el buque). Es en el mar y durante la misma experiencia de navegación donde se comparten todo tipo de habilidades necesarias para convertirse en “hombres o mujeres de mar”.
Aquí mostré el problema que las mujeres vivieron por no contar con tiempo de mar y quedar así relegadas de ascensos y de roles con mayor autoridad. La experiencia de cuatro mujeres suboficiales indicó motivos por los que la desigualdad de género no es una cuenta saldada: la guerra es cosa de hombres y la salida al mar llegó demasiado tarde. Embarcar para ellas fue un sueño cumplido que nació en sus primeros días como aspirantes y que se materializó la primera vez que cruzaron la planchada. Graciela, Teresa, Miriam y Silvia tuvieron una foja de servicio excelente y contaban con recomendaciones de sus colegas en cada uno de los destinos donde ejercieron su labor; sin embargo, solo dos lograron alcanzar la jerarquía superior como suboficial naval. Y no se retiraron con los mismos años de servicio que sus pares hombres, con quienes compartían la misma antigüedad en la fuerza.
El tiempo de mar es el que se vive como operativo. Si no se navega, no hay millas, no hay ascensos y la vida naval pierde sentido social. Aunque la ley, los buques y la instrucción aparenten ser iguales para las mujeres, la falta de navegación sostiene una diferencia asimétrica entre femeninos y masculinos para el “cambio de bandas”. Al igual que el planteo de Stølen sobre las desigualdades en las relaciones de género en el mundo rural, en la vida suboficial “los hombres son los que sostienen el control de las decisiones y de las cualidades de trabajo” (2004. p. 234), haciendo así que la estructura desigual se mantenga estable a pesar de los cambios. El difícil acceso de las mujeres a puestos jerárquicos, como jefaturas o direcciones, confirma la percepción de que para ellas hay más limitaciones. La ocupación de cargos jerárquicos implica no solo el acceso a lugares de toma de decisión y mayor poder, sino también un nivel salarial más elevado. Lo que distingue al “techo de cristal” dentro de la Armada Argentina es la falta de navegación en las carreras de suboficiales femeninas.
Cierto es que las políticas públicas para revertir la desigualdad de género se diseñan y se aplican para la totalidad de los organismos y destinos de las Fuerzas Armadas porque abordan normativas que atraviesan cuestiones estructurales. Pero es imperativo profundizar con los estudios cualitativos y con propuestas locales que se enfoquen en las experiencias particulares que las mujeres viven en cada uno de los ámbitos militares para no perder de vista los valores y sentidos que cada una de las fuerzas pone en juego en su propia vida social. Esto permitirá comprender cómo cada “techo de cristal” puede ser desarmado para fomentar una igualdad profesional al interior de cada una de las fuerzas. En este texto mostré que la falta de agua en las trayectorias de las suboficiales de la Armada Argentina (a diferencia de los hombres) afecta los cimientos de la interacción social. El efecto de esta desigualdad a corto plazo se ve en la ausencia de mujeres en puestos de mando por la falta de ascensos, pero a largo plazo genera también que las mujeres ingresantes no tengan referentes de liderazgo en cargos Mayores y carezcan de ejemplos aspiracionales sobre qué tipo de carrera militar desean tener.
El objetivo de este texto fue analizar etnográficamente una dimensión de la implementación de políticas públicas de género desde la experiencia de cuatro suboficiales mujeres para conocer y entender algunas de las lógicas propias del mundo naval militar. En especial, y fundamentalmente, la posibilidad de ascenso y de socialización plena desde el buque. Graciela, Teresa, Miriam, Silvia y tantas otras mujeres suboficiales ancladas en tierra muestran que la desigualdad está en permanecer en sus escritorios o en lograr la equidad de género y soltar amarras para entregarse al mar.
Arduino, I. (2010). Políticas de género en las Fuerzas Armadas de la República Argentina: recorridos para su integración. En Masson, L. (2010). Género y Fuerzas Armadas: algunos análisis teóricos y prácticos. Ministerio de Defensa y Fundación Friederich Ebert.
Aspiazu, E. L. (2016). Heterogeneidad y desigualdades de género en el sector Salud: entre las estadísticas y las percepciones sobre las condiciones de trabajo. Revista Pilquen. Vol. 19 Nº 1, 55-66.
Badaró, M. (2008). Nuevos cadetes, nuevos ciudadanos. Análisis de un ritual de investidura en el Ejército Argentino. Papeles de trabajo. Revista electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín. Nº 4.
Badaró, M. (2009). Militares o ciudadanos. La formación de los oficiales del Estado Argentino. Prometeo.
Badaró, M. (2010). Mujeres militares y políticas de género en las Fuerzas Armadas: algunas reflexiones preliminares. En Masson, L. (2010). Género y Fuerzas Armadas: algunos análisis teóricos y prácticos. Ministerio de Defensa y Fundación Friederich Ebert.
Badaró, M. (2013). Historias del Ejército Argentino. 1990-2010: democracia, política y sociedad. EDHASA
Barrutia, A. (2022). Entre la primera y la segunda ola. Los buques auxiliares menores durante la Guerra de Malvinas. En R. Guber (Dir.), Mar de Guerra. La Armada de la República Argentina y sus formas de habitar el Atlántico Sur en la Guerra de Malvinas, 1982 (69-108). Editorial SB.
Carreiras, H. (2014). Militares y perspectiva de género. Las mujeres en las fuerzas armadas de las democracias occidentales. Ediciones UNDEF.
Carreiras, H. (2018). La integración de género en las Fuerzas Armadas. Condicionamientos y perspectivas. Nueva sociedad. N °278.
Donadio, M. (2010). La cuestión de género y la profesión militar. En Masson, L. (2010). Género y Fuerzas Armadas: algunos análisis teóricos y prácticos. Ministerio de Defensa y Fundación Friederich Ebert.
Dumont, L. (1970). Homo Hierarchicus. Ensayo sobre el sistema de castas. Editorial Aguilar.
Flórez, H. (2022). Los tres silencios del San Luis. Para una etnografía del silencio. En R. Guber (Dir.), Mar de Guerra. La Armada de la República Argentina y sus formas de habitar el Atlántico Sur en la Guerra de Malvinas, 1982 (111-144). Editorial SB.
Frederic, S. (2010). En torno a la formación, el género y la profesión militar en la Argentina. En Masson, L. (2010). Género y Fuerzas Armadas: algunos análisis teóricos y prácticos. Ministerio de Defensa y Fundación Friederich Ebert.
Frederic, S. (2013). Las trampas del pasado: Las Fuerzas Armadas y su integración al Estado democrático en Argentina. Editorial Fondo de Cultura Económica.
Frederic, S; Masson, L. y Soprano, G. (2015). Fuerzas Armadas en democracia. Percepciones de los militares argentinos sobre su reconocimiento. Prohistoria Ediciones.
Guber, R. (2001) ¿Por qué Malvinas? De la causa justa a la guerra absurda. Editorial Fondo de Cultura Económica.
Guber, R. (2005). El salvaje metropolitano. Editorial Paidós.
Guber, R. (2009). De “chicos” a “veteranos”. Memorias argentinas de la guerra de Malvinas. Antropofagia/IDES.
Guber, R. (2014). Habitar el espacio aero-marítimo. Improvisación, experimento y experiencia de un medio desconocido. Boletín de la Dirección de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea Argentina, 532 – 547.
Guber, R. (2016). Experiencia de halcón. Los escuadrones de la Fuerza Aérea argentina que pusieron en jaque a la flota británica en Malvinas. Editorial Sudamericana.
Guber, R. (2022) Los mares de la aviación naval. En Mar de Guerra. La Armada de la República Argentina y sus formas de habitar el Atlántico Sur en la Guerra de Malvinas, 1982 (145-188). Editorial SB.
Gutiérrez, M. (2020). De la incorporación a la integración. La inserción profesional de las mujeres en la Armada Argentina, 2007-2019. En L. Masson, Militares argentinas: evaluación de políticas de género en el ámbito de la defensa (265-292). Ministerio de Defensa y Universidad de la Defensa Nacional.
Hutchins, E. (2001). El aprendizaje de la navegación. En S. Chaiklin y J. Lave, Estudiar las prácticas. Perspectivas sobre actividad y contexto (49-77). Amorrortu Editores.
Malinowski, B. (1977 [1935]). El cultivo de la tierra y los ritos agrícolas en las Islas Trobriand. Los jardines del coral y su magia. Labor Universitaria
Malinowski, B. (1987 [1922]). Los argonautas del Pacífico Occidental. Península.
Masson, L. (2010). Género y Fuerzas Armadas: algunos análisis teóricos y prácticos. Ministerio de Defensa y Fundación Friederich Ebert.
Masson, L. (2015). Saberes académicos, experiencias y militancias. Buenas prácticas en políticas públicas con perspectiva de género. En Equidad de Género y Defensa: una política en marcha, 9. Ministerio de Defensa.
Masson, L. (2020). Militares argentinas: evaluación de políticas de género en el ámbito de la defensa. Universidad de la Defensa Nacional.
Masson, L. (2021). Perspectiva de género en las Fuerzas Armadas y de Seguridad (Policy Brief 11-2021). Instituto Colombo-Alemán para la Paz.
Mujika Chao, I. (2021). Veinte años de la agenda internacional sobre Mujeres, Paz y Seguridad (MPS). En CIDOB d’Afers Internacionals, Nº 127, 15-38.
Ohanian, M. J., (2022a). Todo lo que pasa, pasa en el buque. Los suboficiales de la Armada Argentina y su comunidad técnica en el mar”. Espaço Ameríndio, 16(3), 253-285.
Ohanian, M. J., (2022b). La vida suboficial en un mar de guerra. En R. Guber (Dir.), Mar de Guerra. La Armada de la República Argentina y sus formas de habitar el Atlántico Sur en la Guerra de Malvinas, 1982 (27-66). Editorial SB.
Ohanian, M. J., (2023a) Anclados. Tiempo e identidad en la formación de los suboficiales de la Armada Argentina tras la refundación Democrática. [Tesis de doctorado en Antropología Social]. Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín.
Ohanian, M. J., (2023b) Intimidad naval y militar. En S. Canevaro, A. Abramowski y M. V. Castilla (Comp.), Las emociones y la intimidad de lo social. URL:
https://www.teseopress.com/lasemocionesylaintimidaddelosocial
Otamendi, A. G. (2012). El aprendizaje situado en la Armada Argentina. En Revista de la Escuela de Guerra Naval, N° 58, Armada Argentina.
Panizo, L. (2022). Subsistencia y muerte en el mar: la caída del ARA General Belgrano. En R. Guber (Dir.), Mar de Guerra. La Armada de la República Argentina y sus formas de habitar el Atlántico Sur en la Guerra de Malvinas, 1982 (225-249). Editorial SB.
Pozzio, M. (2014). Liderazgos femeninos y políticas de equidad de género. El caso de la gestión de Nilda Garré al frente del Ministerio de Defensa (2005-2010). VIII Jornadas de Sociología de la UNLP.
Soprano, G. (2010). Los militares como grupo social y su inscripción en el Estado y la sociedad argentina. Revista Digital Universitaria del Colegio Militar de la Nación, 8(22) [En línea].
Soprano, G. (2012). Las burocracias estatales subalternas. Un análisis sobre los procesos de formación y configuración profesional de los suboficiales de las Fuerzas Armadas Argentinas. Trabajo presentado en el Cuarto Congreso Uruguayo de Ciencia Política, “La Ciencia Política desde el Sur”, Asociación Uruguaya de Ciencia Política.
Soprano, G. (2016). ¿Qué hacer con las Fuerzas Armadas? Educación y profesión de los militares argentinos en el siglo XXI. Prometeo Libros.
Stølen, K. A. (2004). La decencia de la desigualdad. Género y poder en el campo argentino. Antropofagia.
Tessey, H. (2022). Los Bichos de Malvinas: la Infantería de Marina de la Armada Argentina. En R. Guber (Dir.), Mar de Guerra. La Armada de la República Argentina y sus formas de habitar el Atlántico Sur en la Guerra de Malvinas, 1982 (191-222). Editorial SB.
Vignolles, P. M. (2010). El rol de las mujeres en las FF.AA: La experiencia de la escuela naval militar. En L. Masson, Género y Fuerzas Armadas: algunos análisis teóricos y prácticos. Ministerio de Defensa y Fundación Friederich Ebert.
Zubieta, E.; Torres, A.; Delfino, G.; Sosa, F.; Beramendi, M. (2010). Diferencias de género, estilos de liderazgo, motivaciones y actitudes en estudiantes militares. En Masson, L. (2010). Género y Fuerzas Armadas: algunos análisis teóricos y prácticos. Ministerio de Defensa y Fundación Friederich Ebert.
1 Existen escasos análisis etnográficos sobre el mundo militar, como los que abordan la guerra de Malvinas desde sus protagonistas (Guber, 2001, 2009, 2014, 2016, 2022; Barrutia, 2022; Flórez, 2022; Panizo, 2022; Ohanian, 2022b; Tessey, 2022), la formación de oficiales del Ejército en el Colegio Militar de la Nación (Badaró, 2008, 2009, 2013), las particularidades burocráticas y subalternas de los suboficiales de la Armada Argentina (Soprano, 2010, 2012, 2016) y la integración de los militares al Estado argentino democrático a partir de 1983 (Badaró, 2013; Frederic, 2013, Frederic, Masson y Soprano, 2015).
2 En su análisis sobre la formación de cadetes en el Colegio Militar de la Nación del Ejército, Máximo Badaró también logró identificar apodos entre cada una de las especialidades (2009, p. 256).
3 Aunque dialogamos sobre sus familias y su rol de madre apareció en nuestras conversaciones, ninguna de las suboficiales mencionaron que la maternidad había sido un obstáculo en sus carreras. Por eso, la maternidad no será analizada en este artículo. Cierto es que, una vez que yo me convertí en madre, esa conversación se repitió más de una vez y pude comprender que, aún sin haberlo registrado, “ser madre” era una limitación para el desarrollo de la vida profesional (Gutiérrez, 2020), tanto para ellas como para mí.
4 Quienes integran el Cuerpo Comando son los militares que se forman para roles operativos vinculados a la acción de la guerra y quienes integran el Cuerpo Profesional son oficiales que realizan tareas vinculadas a su formación previa universitaria tales como ingeniería, medicina, oceanografía, abogacía y otras carreras requeridas por la Armada.
5 La integración de las mujeres a las instituciones militares, sobre todo la normativa que se contempla en la agenda Mujeres, Paz y Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, desarrollada en el 2000 por parte de la Resolución N° 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU, constituye el marco común de referencia global. Para conocer más sobre este programa, ver Carreiras (2018).
6 En el 2006, se creó el Observatorio de la Mujer para obtener información estadística sobre la vida cotidiana de las mujeres y sobre las desigualdades que vivían en sus carreras. A inicios de 2007, se creó el Consejo de Políticas de Género coordinado por la Dirección Nacional de Derechos Humanos del Ministerio de Defensa, designado para analizar las dificultades y dictar resoluciones con el objetivo de igualar las oportunidades de hombres y mujeres dentro de las Fuerzas Armadas.
7 La Base Naval Puerto Belgrano cuenta con, aproximadamente, una población de 8000 suboficiales de los cuales un 22% es femenino. Y de los 1000 oficiales que allí trabajan, el 16% es mujer (Gutiérrez, 2020).