Independientes, apolíticos
y apartidistas

Sindicatos policiales y política en Uruguay

Federico del Castillo

Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República

fcodelcastillo@gmail.com

0000-0001-9759-720X

Resumen

Policía y política son dos términos que asoman antagónicos en el mundo policial. La política suele ser percibida por los policías como un dominio ajeno, un terreno sucio e impuro, contaminado por intereses personales. El cumplimiento de la ley no admite preferencias políticas ni partidismos. Sin embargo, al incidir directamente sobre la conducta colectiva de las personas, la policial es una profesión naturalmente política. ¿Cómo conviven, entonces, política y policía? Este artículo propone respuestas a este interrogante examinando un campo donde la política se hermana con la policía de forma evidente: el sindicalismo policial. Para ello, examina tres dimensiones de los sindicatos policiales uruguayos: 1) sus identidades organizacionales, 2) sus repertorios de acción colectiva, y 3) sus relaciones con sindicatos civiles. Observaremos que, a pesar de ser constitutivamente organizaciones políticas, los sindicatos policiales uruguayos se relacionan con la política de un modo elusivo -al igual que la institución policial-, proponiendo una definición de lo político por fuera de lo partidario, y concentrada en la defensa de los trabajadores policiales. En esta disposición higienista hacia lo partidario, los sindicatos encuentran legitimidad y consolidan su posición simultáneamente en los campos policial y sindical.

Palabras clave: sindicatos policiales, política, policía, uruguay.

Abstract

Independent, apolitical, and non-partisan. Police unions and politics in Uruguay

Police and politics are two terms that appear antagonistic in the police world. Politics is often perceived by police officers as a foreign domain, a dirty and impure field, tainted by personal interests. Law enforcement does not allow for political preferences or partisanship. However, since it directly affects the collective behavior of people, policing is naturally a political profession. So, how do politics and policing coexist? This article offers answers to this question by examining a field where politics and policing are clearly intertwined: police unionism. It explores three dimensions of Uruguayan police unions: 1) their organizational identities, 2) their repertoires of collective action, and 3) their relationships with civilian unions. We will observe that, despite being inherently political organizations, Uruguayan police unions interact with politics in an elusive manner —much like the police institution itself— proposing a definition of the political that is separate from partisanship and focused on defending police workers. In this hygienic stance towards partisanship, the unions find legitimacy and simultaneously consolidate their position in both the police and union fields.

Keywords: police unions, politics, police, Uruguay.

Recibido: 31 de Julio de 2024

Aceptado: 2 de enero de 2025

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO: Del Castillo, Federico (2025). “Independientes, apolíticos y apartidistas. Sindicatos policiales y política en Uruguay”. Etnografías Contemporáneas, 11(20), 8-33.

https://ark.unsam.edu.ar/ark:/16763/a864f3c5e67b

Introducción

En esta pequeña ciudad del interior uruguayo se respira una calma chicha. Son las 11 de la mañana, pero todo el mundo parece estar durmiendo la siesta de la tarde. Mientras camino hacia la dirección que tengo anotada en un papelito, distingo a lo lejos a Ramón, dirigente del Sindicato Único de Policías del Uruguay (SUPU), a quien vengo a entrevistar.

Ramón me espera con las manos en los bolsillos. Viste un pantalón negro desgastado, un buzo azul, una campera polar y un gorro de lana. Su ropa y su barba de una semana transmiten una mezcla de serenidad, desgano y humildad. Está parado frente a la puerta de la sede de su sindicato, sobre la cual reposa un cartel desteñido y algo descuidado. El cartel muestra el logo del sindicato, debajo de una leyenda que capta mi atención: “SINDICATO INDEPENDIENTE – APOLÍTICO – APARTIDISTA”. “¿Qué quiere decir eso?”, le pregunto. Ramón me explica que “a diferencia de otros sindicatos, nosotros somos apolíticos y tenemos independencia ideológica”. Se trata de una línea difícil de transitar para la policía, pero Ramón insiste en que “la línea existe y está marcada. Y se puede”.

La línea a la que se refiere Ramón es un perímetro conocido de sobra para los policías. Un contorno que demarca la pureza policial de la impureza política. Douglas (1966) nos enseñó que las sociedades suelen presentar oposiciones entre lo puro y lo impuro. La pureza construye orden, normalidad y seguridad; la impureza desorden, anormalidad y amenazas. Para la Policía Nacional de Uruguay (PNU) –al igual que ocurre con sus contrapartes en la mayoría de los países del mundo–, la neutralidad política constituye un valor medular. Policía y política son dos nociones que deben correr por carriles separados para prevenir la contaminación entre la actividad policial (lo puro) y la actividad política (lo impuro). Así lo disponen los dos principales cuerpos doctrinarios de la PNU: la Constitución de la República y la Ley Orgánica Policial. Ambos ordenan a los policías a abstenerse de llevar adelante toda actividad política, pública o privada, a excepción del voto (Constitución de la República Oriental del Uruguay, art. 77; Ley Orgánica Policial 19.315, art. 36).

De este modo, policía y política aparecen frente al ojo policial como el agua y el aceite, mundos inconciliables que es mejor mantener distanciados. En el fondo, la división se basa en otra de mayor alcance: una separación moral entre el mundo policial y el civil que la policía procura imprimir sobre sus integrantes (Jauregui, 2018; Sirimarco, 2009; Storani, 2008, entre otros). Policía para policías, política para civiles.

Sin embargo, esta separación adquiere un interés particular cuando es enunciada por un sindicalista (policial) como Ramón. Y es que la actividad sindical, al procurar la organización colectiva de los trabajadores y la transformación de las relaciones sociales de producción, es por definición, política. Sin embargo, Ramón sostiene una línea que define como apartidista, independiente y apolítica. Con ella marca la división entre el mundo político y el policial. No es el único sindicalista policial que comparte este punto de vista. El sindicalismo policial uruguayo ha desarrollado diferentes estrategias para mantener la separación entre lo policial y lo político. ¿Cómo conviven, entonces, política y policía en el campo del sindicalismo policial uruguayo?

Este artículo propone respuestas a esta interrogante a través del análisis de tres dimensiones del sindicalismo policial en Uruguay: 1) la construcción de identidad organizacional, 2) el quehacer sindical (su praxis), y 3) las relaciones con otros sindicatos civiles. Estas tres dimensiones adquieren interés, porque cada una exhibe un costado de contacto (y de contaminación) entre lo político y lo policial desde la perspectiva del campo sindical/policial. Observaremos que, a pesar de ser, constitutivamente, organizaciones políticas, los sindicatos policiales uruguayos se relacionan con la política de un modo elusivo y proponen una definición de lo político construida por fuera del terreno partidario y concentrada en la defensa de los trabajadores policiales. En esta disposición higienista hacia lo partidario, los sindicatos encuentran legitimidad en una organización a cuyos funcionarios lo político les resulta ajeno y consolidan su posición simultáneamente en los campos policial y sindical.

Contexto y metodología

La PNU es la única agencia policial de este país. Es una fuerza unitaria y civil con alcance nacional, que funciona bajo la jurisdicción del Ministerio del Interior (MI). Actualmente, emplea aproximadamente a 32.500 policías, organizados en una escala jerárquica compuesta por 10 grados, cerca de la mitad de los cuales están afiliados a uno de los 21 sindicatos policiales activos del país.

Los sindicatos policiales fueron legalizados en Uruguay en 2006. Hasta la fecha, este país destaca como el único de América Latina en reconocer plenamente el derecho a la sindicalización policial. Aunque Colombia y Brasil son excepciones que lo permiten para algunas de sus fuerzas (Calandrón et al., 2020; Sain y Rodríguez Games, 2016), la PNU lo permite para todo su personal.

Hasta 2015, el SUPU y el Sindicato Policial Nacional (SIPOLNA),1 ambos con alcance nacional, compitieron por posiciones de liderazgo en este campo. Aunque los intentos iniciales de federación sindical fueron infructuosos, dos confederaciones han adquirido recientemente estabilidad relativa: la Unión de Sindicatos Policiales (USIP) y la Coordinación Nacional de Sindicatos Policiales (CONASIP). Actualmente, hay 16.112 policías sindicalizados en Uruguay (49,6% del total). La USIP incluye al 84% de ellos (13.541 policías) y la CONASIP al 9,7% (1.557). El sindicato con mayor representación es el SIPOLNA, con 10.831 miembros, seguido por el SUPU con 2.321. Ambos integran la USIP.

Este artículo se basa en datos etnográficos construidos durante tres años de trabajo de campo (2019-2022) sobre el sindicalismo policial en Uruguay. La investigación incluyó 56 entrevistas con policías activos, en formación y retirados, así como funcionarios y ex funcionarios del MI. Realicé 20 de estas entrevistas con policías que a la vez eran dirigentes, delegados o miembros de sindicatos policiales. Estas entrevistas abordaron: a) trayectorias de vida de los participantes; b) trayectorias profesionales dentro de la PNU; c) participación y actividad dentro de los sindicatos policiales; d) percepciones sobre la policía, el mundo sindical y la política; e) dinámicas específicas del campo sindical policial uruguayo (roles sindicales, relaciones inter-sindicales, agendas de trabajo, repertorios de acción colectiva, etc.), entre otros tópicos emergentes de cada entrevista particular. Inicialmente, seleccioné los entrevistados por muestreo intencional, y a medida que avanzaba el trabajo de campo, utilicé el método de muestreo por bola de nieve. Las entrevistas sucedieron en diversos entornos elegidos por los participantes, incluidos lugares de trabajo, hogares, cafeterías y espacios públicos, algunas a través de plataformas de reunión virtual. Fueron principalmente semiestructuradas y no estructuradas. Utilicé cuestionarios estandarizados en menos de 10 entrevistas.

Además, desarrollé observación participante en actividades de siete sindicatos policiales, como sesiones de asesoramiento legal para sus miembros, eventos de recaudación de fondos, organización de ollas populares, reuniones políticas y visitas a unidades operativas de la PNU. Al mismo tiempo, participé en actividades de formación institucional y operativa, como la Escuela Nacional de Policía, una comisaría y patrullajes a pie y en vehículo en diferentes barrios. También empleé técnicas de etnografía digital mediante mi participación en grupos de policías activos y retirados en Facebook. Finalmente, realicé trabajo de archivo para reconstruir los antecedentes y la historia del sindicalismo policial en Uruguay.

Organicé los datos de las entrevistas y las notas de trabajo de campo en categorías emergentes a partir de un enfoque de teoría fundamentada. Posteriormente, llevé a cabo un análisis temático detallado que me permitió identificar temas clave, algunos de los cuales estaban relacionados con la relación entre política y sindicalismo policial. Este artículo explora algunos de estos temas, con el objetivo de indagar cómo se relacionan política y policía en el marco del sindicalismo policial en Uruguay.

Política y policía: una relación histérica

Antes de desmenuzar el vínculo entre policía y política en el campo del sindicalismo policial, es necesario plantear una discusión conceptual sobre cómo se enlazan estos dos conceptos. Una buena forma de hacerlo es comenzar por el principio: por el terreno etimológico.

El origen del término “policía” se encuentra en la palabra latina politia, derivada del término griego polis, utilizado para denominar la ciudad y del cual, a su vez, deriva la palabra política. Incluso en sus usos contemporáneos, se trata de nociones difíciles de desligar. Brodeur (2010) nos recuerda que el primer uso contemporáneo del término “policía” aparece en el primer tratado sobre la policía, publicado por Nicolás de La Mare entre 1722 y 1729, donde “policía” significa “gobierno de las ciudades”.

Si salimos del terreno etimológico, veremos que policía y política son nociones que también aparecen entreveradas en la práctica. Si entendemos al gobierno como lo hace Foucault, es decir, como las técnicas y procedimientos orientados a dirigir la conducta de las personas (Foucault, 2021), la policía no es otra cosa que una práctica gubernamental, una tecnología de poder, una técnica de gobierno propia del Estado que normaliza y regula la conducta de las personas en las ciudades (Foucault, 1990). A cargo de preservar el orden, la policía estructura el campo de acción de las personas. Para hacerlo, recibe de la política un poder tan significativo como ambiguo que, en palabras de Brodeur, equivale a un “cheque en gris”

[cuya] firma y los importes consentidos son por una parte bastante imprecisos para suministrar al ministro que lo emite el motivo ulterior de una denegación plausible de lo que ha sido efectivamente autorizado… [y] lo suficientemente legibles para asegurar al policía que recibe este cheque un margen de maniobra del cual podrá, él también, plausiblemente afirmar que le ha sido efectivamente concedido. (Brodeur, citado en L’Heuillet, 2010, p. 42)

Policía y política firman a oscuras el acuerdo que las liga y que se cristaliza en este cheque en gris. Una ligazón que sucede entre lo que L’Heuillet denomina baja política y alta policía. La primera se refiere al quehacer efectivo de la política a las técnicas que emplea para poder gobernar, una política aplicada: “la política de la decisión y del orden, de la evaluación de las circunstancias, de la urgencia y de la indeterminación relativa de aquello sobre lo cual la acción se ejerce” (L’Heuillet, 2010, p. 17). Por su parte, la alta policía hace referencia a una vertiente política de la policía, frecuentemente consagrada en sus agencias de inteligencia y seguridad. La alta policía viabiliza el mandato político, y lo hace posible en tiempos más eficaces que la justicia. Como dice L’Heuillet, la policía nace con el imperativo de la velocidad. En la práctica, la policía aplica el mandato de la política, definiendo sus alcances y vigilando sus límites. De este modo, se convierte en algo más que un medio de la política. Se confirma como un elemento constitutivo de su estructura.

A pesar de que hay mucho de policial en lo político, y lo mismo (o más) de político en lo policial, interrogar a un policía sobre política lo pone en aprietos. La política suele ser percibida por los policías como un dominio ajeno, un terreno sucio e impuro, contaminado por intereses personales. Así, sus jerarcas evitan dar declaraciones políticas, sus cuerpos normativos prohíben expresiones políticas, y es por ello que las interrogaciones sobre política a policías de cualquier rango incomodan y suelen ser replicadas con evasivas. El cumplimiento de la ley no admite preferencias políticas ni partidismos. Policía y política, entonces, son nociones que asoman separadas en la mirada policial. ¿Por qué sucede esto?

Esta representación encierra un precepto moral: que la policía se involucre en política corrompería su razón de ser (el cumplimiento imparcial de la ley), y orientaría las acciones de sus funcionarios por el interés personal en lugar del general (entendido como el de la sociedad, así como el del colectivo policial). Esta lógica lleva a que los policías que se movilizan en protestas opten por despolitizarlas. Lo hacen para conferir legitimidad a su reclamo, pues la política “es entendida como una sustancia ajena, sucia e interesada en beneficios personales” (Galar, 2018, p. 134); corrompe las demandas y antepone el interés personal al colectivo.

Decía que detrás de la representación policial sobre lo político subyace un precepto moral. Detengámonos brevemente en un ejercicio conceptual para precisar qué quiero decir con moral. Sigo a Balbi (2016; 2017) aquí, quien preocupado por desentrañar la distinción entre comportamiento moral e interés postulada por la tradición sociológica y antropológica, propone una definición de moral que nos servirá como punto de apoyo. Para el autor, los actores sociales no actúan o con arreglo a interés o con arreglo a preceptos morales, sino que ambos dominios pueden confluir en la acción. Para Balbi la moral es:

[U]n aspecto de las formas de conocimiento que sujetos socialmente situados producen, despliegan y se imponen unos a otros en el curso de su construcción cooperativa del mundo social, el cual refiere a la formulación y al despliegue de representaciones socialmente eficaces sobre la naturaleza simultáneamente deseable y obligatoria de ciertos cursos de acción, relaciones sociales, arreglos institucionales, etc”. (Balbi, 2016, p. 50-51)

Esta posición nos ofrece ventajas, pues nos propone entender la moral como parte esencial de la producción de la vida social; un producto en permanente proceso de elaboración, cambiante e incompleto, que indica cursos de acción deseables y/o obligatorios, reconfigurados continuamente. Cursos en los que pueden confluir la moral y el interés. Este carácter mutable nos permite leer comportamientos y disposiciones morales de los actores sociales no como algo fijo, sino contemplando su carácter situado e histórico. Esta es la perspectiva conceptual sobre la moral que orienta este texto.

Dicho esto, continuemos explorando la distinción policial entre política y policía. Reiner (2012) señala otra razón que fundamenta esta separación. La policía define su neutralidad en función de una concepción sintética de lo político que lo restringe a lo partidario. Esta forma conceptual condensada excluye dimensiones de la política que tienen que ver con el poder. Y es que “en un sentido amplio, todas las relaciones que ostentan una dimensión de poder son políticas, así que la actividad policial es intrínseca e inexorablemente política” (Reiner, 2012, p. 75). A esta dimensión de poder, debemos añadirle la que nos interesa aquí: la organización colectiva de los trabajadores policiales.

A pesar de mostrarse elusiva frente a ella, la policía no puede escapar de la política; está en su razón de ser. El lazo que las liga asoma evidente independientemente de cómo definamos a la política. Esto es válido tanto si partimos de una definición ampliada de la política, vinculada a la organización de la vida social y la toma de decisiones (y, por ende, al poder y a la conducción de la conducta de las personas), como si adoptamos una definición que incorpore una dimensión ideológica y, en consecuencia, lo político partidario y/o la organización colectiva del personal policial. En efecto, a pesar de rehuir identificaciones partidarias, los policías tienen opiniones sobre el rumbo que debería tomar la conducción política de su institución, sobre el vínculo entre policía y sociedad civil, sobre el funcionamiento del sistema penitenciario, sobre el quehacer de la justicia, etcétera. En tanto actores sociales, los policías expresan creencias y valores en sus actos, se trate de activar sus prejuicios a la hora de ejecutar la detención de una persona en un barrio criminalizado o de escribir un comentario en un grupo de Facebook de policías. Es esta relación histérica entre policía y política la que exploraré en este texto desde la perspectiva del sindicalismo policial.

Frente a esta disociación nativa entre un término (policía) y otro (política), cabe subrayar la pertinencia de su examen etnográfico. Como señalan Balbi y Boivin (2008), el análisis etnográfico sobre la política adquiere valor por su capacidad de producir un diálogo entre los sentidos nativos sobre la política (lo partidario) y la política en tanto categoría analítica. Un análisis de este tipo se centra estratégicamente en las perspectivas de los actores, asume la diversidad de lo real y establece un diálogo entre el punto de vista nativo en diálogo con la perspectiva analítica adoptada por el etnógrafo. En este sentido, en el mundo social analizado en este texto veremos que conviven las posiciones nativas de “independencia”, “apoliticidad” o “apartidismo” presentes en el sindicalismo policial, con las perspectivas analíticas desarrolladas en los párrafos anteriores. Su coexistencia no implica contradicción, sino que añade contenido a una definición sobre lo político presente, sino en toda la policía, por lo menos en el sindicalismo policial. Una definición que rehúye el contenido partidario y hasta ideológico, pero que no por ello inhabilita –como veremos más adelante– a los sindicatos policiales a desarrollar actividades que habitan la definición analítica sobre lo político que persigo en este texto.

Un concepto que nos resultará útil en nuestra exploración de la política sindical/policial es el de repertorio. Este fue acuñado dentro del campo de estudios de movimientos sociales por Tilly (Tilly, 1978), quien indagó los “repertorios de acción colectiva” de los movimientos sociales, es decir, el “conjunto limitado de rutinas aprendidas, compartidas y actuadas [por los movimientos sociales] a través de un proceso de elección deliberado” (Tilly, (Tilly, 1993), p. 264) (traducción propia). A lo largo de sus trayectorias, estos movimientos ensayan y perfeccionan guiones que ya conocen, los adoptan a nuevas circunstancias y desafíos, y también innovan cuando adaptan recursos que se encuentran a su alcance en su devenir (McAdam et al., 2004). La selección de recursos dentro del repertorio de acción colectiva de un movimiento se encuentra siempre limitada por condicionamientos derivados de la experiencia del grupo y los recursos a su disposición. Así, estos repertorios incluyen recursos considerados practicables y excluyen otros ya sea por elección, desconocimiento o bien porque se encuentran fuera del radio de alcance del movimiento (Tilly, 1986). La noción de repertorios de acción colectiva es un concepto fértil porque pone de relieve el carácter político de los movimientos sociales, encarnados aquí por el sindicalismo policial.

Ahora sí, habiendo desmenuzado la conexión entre lo político y lo policial, y una vez que hemos puesto de relieve la importancia del concepto de repertorio de acción colectiva, estamos en condiciones de explorar cómo se articulan estas dimensiones en el marco de un campo político específico del mundo policial en Uruguay: el sindicalismo policial.

El dilema de pertenecer/no-pertenecer a la central obrera

La primera dimensión que me interesa examinar es identitaria. Es decir, ¿qué peso adquiere “lo político” en la identidad organizacional que construyen los sindicatos policiales? Sigo aquí la definición de Meyer, para quien la identidad organizacional de un movimiento social es un producto complejo que integra los valores y creencias políticas y religiosas, identidades personales y profesionales, posiciones sociales y conexiones políticas de los miembros de un movimiento (Meyer, 2004, p.169).

En este apartado, prestaremos atención a los sentidos que se ponen en juego a la hora de definir lo político, y al lugar que ocupa esta dimensión en la identidad organizacional de los sindicatos policiales uruguayos. Para comenzar la exploración, volvamos al encuentro con Ramón con el que inauguré este artículo.

Una vez dentro de la sede del SUPU, nos sentamos alrededor de una mesa cubierta con un mantel de hule. Mientras compartíamos mates, Ramón me contó de su vida, sus historias y su sindicato. De fondo, musicalizaban nuestra charla Marco Antonio Solís, “Azúcar Amargo” de Fey, y alguna canción de Ricky Martin, emitidas en una emisora del interior con sonido intermitente y quebrado. A la mitad de la charla, le consulté a Ramón qué es lo que distingue al SUPU de otros sindicatos policiales:

Bueno, lo primero es la independencia ¿no? Eso es fundamental. Porque vos si operás dentro de una central [el PIT-CNT], tenés que seguir lineamientos político-partidarios. Porque la central se compone, aparte de estar dominada por la izquierda totalmente, de corrientes políticas también. Por ejemplo, hay corrientes, partido comunista, partido socialista, Articulación que es la corriente más moderada. Es la que incluso nosotros, cuando estuvimos en el PIT-CNT, que es una experiencia de poco tiempo, la integramos […]. Pero nosotros somos independientes de la central obrera porque elegimos ese camino. Nosotros entendemos que en la central obrera se actúa políticamente. Y está muy claro porque existe una corriente política dentro de la central, y la policía no puede tener cuestiones políticas, ideológicas. […] Nosotros somos humildes y trabajamos mucho. No tenemos nada que ocultar. En la central obrera hay temas políticos, hay temas ideológicos, hay intereses. Llegó un momento que al SUPU lo querían sacar porque el SUPU era mayoría, entonces no iban a acceder a los santos cargos de ninguna manera. Por eso digo, hay un montón de cosas ahí, el interés de los cargos sobre todo.

Ramón subraya en nuestro encuentro uno de los puntos nodales de los desacuerdos entre sindicatos policiales uruguayos: la integración de los sindicatos policiales a la central obrera. Integrar el PIT-CNT supone para el SUPU (y para muchos otros sindicatos policiales) un límite cuyo cruce se encuentra vedado para un sindicato policial, pues contradice el mandato constitucional que prohíbe a la policía ejecutar cualquier acto político excepto el voto. La independencia del PIT-CNT y la falta de condicionamientos políticos en su acción son consignas que el SUPU moviliza para distinguirse de otros sindicatos y adquirir legitimidad frente a los funcionarios policiales.

Continuemos la exploración etnográfica por sedes sindicales, ahora ingresando la sede del SIPOLNA, que como ya señalé, integra el PIT-CNT. La comparación con la del SUPU nos permitirá subrayar las diferentes narrativas que estos dos sindicatos construyen sobre sí mismos. Así describía en mis notas de campo mi primera visita a su sede recién inaugurada en un local del centro de Montevideo. Acudí allí para asistir a un taller de oratoria dirigido a delegados sindicales:

Subí la escalera de la entrada y me topé de frente con un banner que decía “JUNTOS, defendiendo los DERECHOS de los trabajadores POLICIALES”. Las mayúsculas y las negritas no son añadidos míos. Estaban allí, resaltando la filosofía de unidad y la agenda de trabajo del sindicato, así como la condición de “trabajadores” de sus miembros. Al subir la escalera me esperaba un hall de distribución con un par de puertas, sillas de espera, un amplio escritorio de recepción y un pasillo que iba hasta el fondo. La sede tiene un look profesional, con una luz fría que ilumina espacios amplios y pulcros. Me dirigí hasta el fondo y pregunté a un policía si allí se estaba llevando a cabo el taller y le pregunté por Patricia Rodríguez, la entonces presidenta de SIPOLNA. Me dijo que sí, y me señaló hacia el fondo. Hasta allí fui, y salió Patricia a recibirme con buena onda. Me mostró la sede nueva. Una sala de reuniones en la que había unas 5 personas, y me presentó como “un sociólogo que está investigando la policía en su parte humana2”. Decidí no corregirla sobre la imprecisión sobre mi profesión de antropólogo. En cambio les agradecí y les dije que era un gusto conocerlos. Luego me llevó a “la oficina del abogado”, “que después la van a llenar de libros”, la sala de reuniones, donde “van a poner una tele para tener a los gurises entretenidos mientras los padres consultan”, y finalmente, por el pasillo, una salita que distribuía al baño, la cocina, y el otro salón. Este estaba más lleno de gente, unas 17/20 personas más o menos, que esperaban el inicio del taller conversando a las risas mientras degustaban un servicio de lunch que tenía bastante buena pinta.

Las sedes del SUPU y del SIPOLNA nos presentan estéticas diferentes. Patricia me mostró los espacios de la sede de su sindicato con el mismo orgullo con que Ramón hablaba de la humildad del suyo. Mientras en el SUPU el orgullo pasa por mostrarse austero, en el SIPOLNA pasa por mostrarse como un sindicato moderno y profesional, con sala de reuniones, con salas “llenas de libros”, con un televisor a disposición de los niños, y con un servicio de lunch para agasajar a los presentes.

Las diferencias, sin embargo, no son solamente estéticas, sino identitarias. Encarnan un mensaje sobre cómo estos sindicatos se perciben a sí mismos y deciden mostrarse frente al mundo. Interpreto este mensaje en clave de pertenencia/no-pertenencia a la central obrera. Son dos miradas que conciben de modo distinto la cuestión política del PIT-CNT.

Desde el punto de vista de sindicatos como el SUPU, integrar el PIT-CNT es un límite moral que conlleva prebendas y clientelismo (“santos cargos”), y que viola el mandato policial de mantenerse al margen de toda actividad política excepto el voto. Efectivamente, el principal argumento para no pertenecer al PIT-CNT es que la central actúa políticamente. Sin embargo, en algunos casos, esta posición se sostiene en lo que muchos gremios consideran “faltas de respeto” de parte de la central obrera. Un dirigente de un gremio que perteneció a la central y que actualmente se encuentra desafiliado me lo expresó así:

Llegamos a la conclusión de que [integrar el PIT-CNT] no nos aporta nada. Cuando matan a un policía, ninguno de ellos sale y hace un paro, ninguno de ellos sale y tranca como tiene que trancar3. Es más, tomamos la decisión aquel 1º de mayo cuando en el ala radical del PIT-CNT prendieron fuego un muñeco con el uniforme policial. A ver, es una falta de respeto para nosotros como sindicalistas que también estamos integrando el PIT-CNT. Y el PIT-CNT ni siquiera fue con un tirón de orejas a decirle [al “ala radical”] “no, muchachos, cómo van a hacer eso si los policías también forman parte de nosotros”.

No todos los sindicatos responden a estas “faltas de respeto” de la misma manera. Sin dejar de condenarlas, muchos sindicatos entienden que la pertenencia al PIT-CNT supone un valor estratégico imprescindible para llevar adelante sus reclamos. Y es que la adscripción a la central obrera les ha permitido conquistar derechos laborales que, de otra manera, les habría resultado más difícil alcanzar.

Pero integrar el PIT-CNT también conlleva costos, por ejemplo tener que refutar acusaciones de politización. La central tiene una manifiesta vocación de izquierda, e históricamente ha manifestado su apoyo al partido político de izquierda Frente Amplio (FA), y ha criticado a los partidos de derecha que integraron el gobierno durante mi trabajo de campo. Incluso construyó una alianza que contribuyó a la llegada y mantenimiento del FA en el poder por primera vez en 2005 (Padrón y Wachendorfer, 2017). Ello, de alguna manera, deslegitima la posición de los sindicatos policiales que la integran frente a sus contrapartes, que los acusan de haberse “ideologizado”.

Sin embargo, los dirigentes de sindicatos afiliados al PIT-CNT (como el SIPOLNA) responden a estas críticas acentuando su independencia ideológica y excluyendo la adscripción a la central de su definición de lo político. Desde este punto de vista, integrar el PIT-CNT es simplemente un medio más para fortalecerse ante los afiliados, brindarles mejores servicios y afianzar la lucha sindical por mejores condiciones laborales en la policía. La forma que encuentran estos sindicatos de amortiguar las acusaciones de “ideologización” en su contra, es retrucar movilizando uno de los recursos definitorios del repertorio del sindicalismo policial: su independencia ideológica (volveremos sobre este punto en el apartado siguiente).

Observamos entonces cómo en este paisaje sindical heterogéneo aflora una diversidad de sindicatos policiales que construyen distintas identidades sujetas a transformaciones permanentes. Sabemos que la identidad de un grupo social se construye en la interacción, a partir del contraste y las diferencias con una o más alteridades (Barth, 1976). En el campo sindical/policial uruguayo, la pertenencia al PIT-CNT es un parteaguas, una condición que zanja esta diferencia y que se encuentra atravesada por acusaciones de politización y de perseguir intereses espurios y ajenos al interés general del colectivo policial. Esta es la posición de quienes, como el SUPU, han decidido dar un paso al costado de la central. Por otra parte, los sindicatos policiales que integran la central defienden su pertenencia como un elemento importante para mejorar las condiciones laborales de los funcionarios policiales.

En este campo florece la independencia ideológica como un valor moral innegociable y transversal a todo el campo sindical/policial. Los sindicatos que operan fuera de la central, como el SUPU, se conciben independientes precisamente por no integrar la central obrera. Desde esta lectura, el perfil ideológico que caracteriza a la central opera como un obstáculo para que los gremios policiales la integren. Así, la independencia, la apoliticidad y el apartidismo son marcas identitarias que el SUPU exhibe con orgullo en el cartel que cuelga sobre la puerta de su sede y en su discurso institucional. Ello no quiere decir que los sindicatos que integran la central no compartan estas características –de hecho, encontramos las mismas reivindicaciones de apoliticidad en sus discursos–. Para estos, la pertenencia a la central se encuentra despolitizada, y es simplemente un medio para fortalecer la lucha sindical dentro de la policía.

Estas diferentes miradas se expresan en la recorrida que presentamos por las sedes de los dos sindicatos policiales más importantes de Uruguay: el SUPU y SIPOLNA. Podemos leer en el perfil estético de la sede del primero una moral sindical; una estética de humildad inscripta en una gramática del sacrificio típica de las fuerzas policiales (Garriga Zucal, 2016, 2017b), que en este escenario configura un mensaje con el que el sindicato decide mostrarse frente a sus miembros. El perfil rudimentario de la sede y la presentación de Ramón ante mí –vestido de “entre casa”, sin afeitar– da cuenta de la moral sacrificial de este dirigente, que de algún modo demuestra que su sindicato no ha accedido a “los santos cargos” ni se ha beneficiado de los “intereses” y ventajas de haberse asociado al PIT-CNT. La humildad y austeridad del SUPU nos habla de un sindicato que elige mostrarse “tal cual es”, sin despertar suspicacias sobre la pertenencia al PIT-CNT. En cambio, SIPOLNA se presenta con una imagen profesional y estilizada, similar a oficinas de otros sindicatos no policiales. Se trata de un espacio en el que posiblemente un civil se sentiría más a gusto y que, a sabiendas de ello, Patricia me invitó a recorrer con orgullo.

La identidad organizacional de un movimiento social es una variable importante para determinar los modos de acción y los recursos empleados por un movimiento social (protesta, violencia, alianzas políticas, etc.) (Meyer, 2004). Otros autores señalan que las decisiones adoptadas y tácticas empleadas por un movimiento social son consistentes con su identidad organizacional, la cual orienta buena parte de los recursos movilizados dentro de su repertorio de acción colectiva (Carmin y Balser, 2002). Veamos ahora cómo se trasladan estos perfiles identitarios a la praxis sindical.

La parte humana y los derechos laborales

En algunas regiones del país la rivalidad entre sindicatos locales es cosa seria. En la ciudad del interior de la que hablaré aquí convive más de uno. Su relacionamiento está atravesado por animadversiones, descarnada competencia por socios y acusaciones públicas. Pero principalmente por concepciones diferentes sobre las necesidades de los policías y de cómo sus sindicatos deben adaptarse a ellas.

Uno de los sindicatos activos aquí es ASOPOL.4 Su sede es pequeña y poco pretensiosa. Cuando la visité por primera vez, aún somnoliento por una siesta que tomé durante el viaje en colectivo, necesité detenerme a comprobar si efectivamente me encontraba en el lugar correcto. Su fachada se camuflaba con las casas aledañas y la ausencia de cartelería haría que cualquiera que pase caminando por allí no advierta que en ese lugar funciona un sindicato policial. Recupero mis notas de campo de aquel día:

Espero que me abran la puerta. El tiempo pasa y nadie atiende. Me entretengo observando a un perro que me mira sin ganas desde el garaje de la sede. Se acerca a mí. Saca su hocico por las rejas. No puede salir. La mirada la tiene perdida. Se le cae la baba. Lentamente. Al cabo de 10 minutos, Joaquín, uno de los dirigentes del sindicato abre la puerta y me da la bienvenida amigablemente. […] En la sala nos esperan Amalio y Sergio, dos dirigentes experimentados. Los tres son policías que, en su calidad de sindicalistas, visten de civil y tienen entre 35 y 50 años. La sala es pequeña. Sus paredes descascaradas albergan dos escritorios apretados, adornos seleccionados con (o sin) criterio ecléctico, un calendario, una pequeña biblioteca y equipamiento de oficina. Y fotos, muchas fotos. Se exhiben bajo el vidrio de los escritorios y en algunas paredes. Son símbolos que recuerdan al visitante que ASOPOL tiene experiencia en la lucha sindical. Muestran registros de marchas encabezadas por Joaquín, Amalio, Sergio y otros dirigentes que portan banderas y pancartas con reclamos. […] Sergio toma un bibliorato de la biblioteca. Al abrirlo, me presenta una colección de recortes de prensa y más fotografías que lo muestran manifestando y protestando en la calle. Sergio me explica con orgullo indisimulado que a lo largo de su carrera como dirigente fue sometido a intensa persecución sindical tras haber hecho declaraciones o manifestaciones que “molestaron a los jefes”.
Nuestra conversación transcurre caóticamente, con diálogos acoplados uno encima del otro, yendo y viniendo sobre una, dos y tres anécdotas a la vez. Pero en el fondo, los tres hablan de lo mismo: de derechos laborales y de lucha de clases. ASOPOL, me explicaron, es un gremio que tiene “una fuerte conciencia de clase trabajadora y de izquierda”. Así, además de condenar abusos y arbitrariedades que el personal de escala básica ha sufrido (y sufre) de parte de la oficialidad, coinciden en que ASOPOL “levanta la bandera del movimiento sindical, porque todas las conquistas logradas fueron por el apoyo del PIT-CNT”. Entre estas conquistas mencionan: 1) el blanqueo de sueldo; 2) horas gremiales amparadas con fuero sindical; 3) reconocimiento de las horas 2225 impagas; 4) mejoras en salud laboral, 5) pago por nocturnidad. En este sentido, valoran que el FA haya subido significativamente los salarios de los policías, observando que ahora “hay compañeros con papelitos en la cabeza que no se acuerdan lo que era trabajar 20 horas por día por un salario de mierda de 3.500 pesos. Unos trabajaban 8 horas en una comisaría y después 10 horas más haciendo 222. El FA por lo menos ajustaba el salario por inflación y tuvimos buenos aumentos. Ahora se ajusta por debajo de la inflación.

Las reivindicaciones de ASOPOL discurren sobre un eje alineado con la lucha de sindicatos civiles: la mejora en las condiciones laborales de los trabajadores. “Levantando la bandera del movimiento sindical” y reivindicando su pertenencia al PIT-CNT, este sindicato moviliza un repertorio de acción colectiva orientado a condenar abusos y arbitrariedades cometidos por los oficiales –que en la policía pueden adoptar formas particularmente crueles–. Su concepción equipara a los policías con los demás trabajadores, y apunta a que estos gocen de los mismos derechos laborales que cualquier trabajador. De esta manera, busca reducir las desigualdades dentro de la policía y traslada su lucha a arenas no policiales (la prensa, el espacio público, la justicia).

ASOPOL es un sindicato que no duda en integrar categorías marxistas a su discurso, e incluso en reconocerse de izquierda. Como es de esperar, sus dirigentes enfrentan acusaciones de politización por este tipo de discursos. Por ejemplo, es un sindicato que despliega un repertorio de acción colectiva basado en la movilización, la protesta y la denuncia de irregularidades y abusos de parte de los superiores. Sus dirigentes exhiben con orgullo fotografías, folletería sindical y recortes de prensa que los muestran manifestando con pancartas, cortando calles y hasta siendo detenidos por protestar en el espacio público.

A pesar de ser acusados con frecuencia de “comunistas” y “desestabilizadores”, la praxis de este sindicato es presentada como despolitizada por sus dirigentes. Cuando los consulté sobre el sentido político de sus actos me explicaron que “siempre fuimos independientes y coherentes, nos mantuvimos dentro del mismo camino, no importa el gobierno de turno. Queremos mejorar la policía y punto […] hablamos con todo el mundo, con los partidos de izquierda, derecha, no nos callamos”. “Hablar con todo el mundo” para “mejorar a la policía y punto” constituye, para estos dirigentes, una forma de eludir las acusaciones de politización y de poner a la policía por encima de la política.

Cabe detenerse en un elemento sobresaliente de este testimonio: el valor moral de la independencia emerge, una vez más, como pilar moral del sindicalismo policial. Ahora bien, ¿de qué se trata esta independencia? ¿Independientes en relación a qué? Apelemos a un ejercicio comparativo entre el SUPU y ASOPOL que nos permitirá enriquecer los usos que adquiere esta categoría en la compleja trama de relaciones en que participan los sindicatos policiales uruguayos.

La contraparte de esta independencia parece ser siempre la misma: la política. Mientras que, como vimos en el apartado anterior, el SUPU se arrogaba la independencia en relación a la central obrera (entendida por este sindicato como una organización política), en el caso de ASOPOL la independencia se construye frente a los partidos políticos. Otro punto de contacto entre ambos sindicatos lo encontramos en el receptor del mensaje de independencia. En ambos casos son sus socios, frente a quienes se busca ganar legitimidad, al explicitar la prudente distancia que el sindicato guarda frente al espinoso terreno de la política.

Sin embargo, lo interesante es identificar los componentes morales que nutren esta independencia. Es aquí donde podemos observar los diferentes sentidos que adquiere esta categoría en el mundo sindical/policial. En el caso del SUPU, la independencia se consagra a través del valor de la humildad. Una sede austera, de puertas abiertas, sin ostento, es la muestra de que, a diferencia de otros, este sindicato no ha obtenido prebendas ni beneficios por aliarse con la política (el PIT-CNT). Por otro lado, ASOPOL concibe la independencia asociada al pluralismo. “Hablar con todo el mundo” (con todos los partidos políticos) se esgrime como prueba de que la convicción del sindicato es una y solo una: “mejorar la policía y punto”. De este modo, ASOPOL garantiza a sus socios la independencia política, ya que no está dispuesto a negociar esta misión, independientemente de qué partido político esté del otro lado del mostrador.

La independencia, entonces, es una categoría transversal al campo sindical/policial uruguayo. Esta moneda común, sin embargo, se nutre de diferentes componentes morales (la humildad, el pluralismo, por ejemplo). Interpreto esta diversidad sobre la que se erige el valor común de la independencia como un indicador de la heterogeneidad del campo sindical/policial uruguayo, irreductible a una versión maniquea del sindicalismo policial.

Sigamos explorando la diversidad de prácticas del sindicalismo policial. SINFUPOL es otro sindicato activo en la misma ciudad donde actúa ASOPOL. Si bien SINFUPOL no desconoce la pertinencia de los argumentos laboralistas de ASOPOL, apela a conectar con otra arista del sentir policial. La denominan “la parte humana” o “la parte social”, una dimensión que, al entender de sus dirigentes, estaba ausente en la oferta sindical de la policía hasta la irrupción de su propio sindicato. Así me lo explicaba Edgardo, uno de sus dirigentes:

Edgardo: Bueno y arrancamos muy de lleno a trabajar con la parte que estaba faltando en otros gremios. Entramos marcando la diferencia en el terreno de lo que era la parte humana. Estar al lado del policía, acompañarlo a un juzgado, estar con el policía cuando estaba en la cama porque tuvo un accidente de tránsito y aparecer con un par de muletas, aparecer con una silla de ruedas, bueno, cuando el policía estaba pasando por una situación grave, ir a la casa, comprar una chapa pal’ techo, un bloque, un ladrillo, una puerta […] también organizar torneos de fútbol para los policías y actividades para toda la familia policial […]. Nosotros recibimos mucha crítica de otros gremios por este tipo de cosas.
Entrevistador: ¿Por qué motivo? 
Edgardo: Porque nosotros nacimos por un hecho también de cansancio del policía con otros sindicatos. Porque un sindicato tiene muchas ramificaciones, una parte de los derechos de los funcionarios, sí. Pero después tenés otra parte social, que tampoco podés descuidar. Sí, es muy importante todo lo que es los derechos. Pero tenés policías por ejemplo que tienen un accidente de tránsito, que tienen un problema familiar, que tienen un problema con un hijo, con la señora, yo qué sé… Un policía procesado por haber hecho su función y queda su familia desamparada. Entonces hay una parte social importante, una parte humana. El problema es que, para volver a lo que te estaba diciendo, los demás sindicatos se abocaban más bien a lo que es el tema de los derechos, lo que es la parte netamente sindical, condiciones laborales, derechos, ese tipo de cosas. Y por ahí descuidaron un poco lo que era la parte humana, la parte de la cercanía, la parte social. […] Entonces la razón del nacimiento de SINFUPOL fue producto justamente de que no se estaba atendiendo esa parte de lo que es la problemática de los policías, la parte social, la parte humana del policía. Y claro, nos empezaron a dar palo por eso, pero bueno acá estamos.

Observamos que ASOPOL y SINFUPOL encarnan abordajes hacia sus afiliados fundamentados en concepciones distintas sobre los policías y sobre la actividad sindical.

Para el primero, la praxis sindical adquiere una matriz laboralista, que lucha contra la violación de derechos y la precarización laboral de los policías. Su repertorio de acciones está permeado por categorías de origen marxista, algo que lo sitúa en la posición de ser blanco de acusaciones de politización. Sin embargo, este sindicato prefiere despolitizar su lucha a través de un procedimiento justificativo particular: “hablar con todo el mundo”. Como me explicaban sus dirigentes, ellos reciben a dirigentes políticos de todo el espectro, lo cual opera como fuente de legitimidad a la hora de valorar su lucha.

Como contrapunto de esta versión de la lucha sindical, me interesó analizar una categoría nativa emergente de este análisis que esgrimen los dirigentes de SINFUPOL, pero que escuché repetida en boca de dirigentes de otros sindicatos: la parte humana. Una categoría que también es moral, que excede la lucha por mejores condiciones laborales, y que integra la calidad de vida, los lazos sociales y el bienestar general de los funcionarios policiales.

La parte humana nos propone una pregunta antropológica sobre la individuación; es decir, sobre la forma en que los individuos son pensados y construidos por los contextos en los que se desarrolla su vida (Agier, 2012). En este caso, la variante de la pregunta trataría sobre el modo en que gremios policiales como SINFUPOL conciben a los funcionarios policiales en tanto sujetos de su política. En clave antropológica, podría afirmarse que su agenda se proyecta más bien sobre personas que sobre individuos. En 1938, Mauss (1985) presentó una génesis histórica del concepto de persona en Occidente, subrayando las dimensiones moral y social del individuo. La persona maussiana es relacional, e incorpora en el individuo las normas, valores morales y sociales que lo rodean. La oposición ideal a la persona social es la idea moderna del individuo como agente autónomo, invariable y ecualizado al resto. Un individuo que encarna valores asociados a la ciudadanía republicana, como la libertad y la igualdad (Dias Duarte, 2003). La unidad mínima “individuo”, con su cuerpo único e indivisible, puede ser una categoría útil para la lectura jurídica de la sociedad, pero pierde de vista dimensiones relevantes de la persona social (policial), como sus aspectos morales, sociales y simbólicos (Agier, 2012). Desde la mirada de SINFUPOL, la lectura jurídica o normativista de la actividad sindical (como la que propone ASOPOL) queda chica para abarcar un fenómeno social como el sindicalismo y sus implicancias sociales, que es lo que nos interesa hacer aquí. Y es que cuando hablamos del mundo policial es más preciso pensarlo integrado por personas que por individuos. Hacemos referencia a sujetos que se autoperciben desiguales y que suelen organizar sus relaciones a partir de jerarquías. Sujetos cuya vida social y profesional está determinada por un sinnúmero de prescripciones y proscripciones morales, y cuyo tránsito por la institución policial se encuentra mediado cotidianamente por rituales y ceremonias que añaden un rico componente simbólico al hecho de ser policía. En pocas palabras, el policía no es solamente un funcionario vulnerado en sus derechos laborales, sino en su integralidad como persona. Trabajar sobre su “parte humana” permite dignificarlo como persona.

De este modo, en la policía, una institución marcada por disposiciones colectivistas, las solidaridades y obligaciones morales entre sus miembros suelen anteponerse a conflictos laboralistas promovidos por gremios como ASOPOL que, como declaran los dirigentes del SINFUPOL, produjeron descontentos. Así, la parte humana emerge como una categoría fértil para incorporar dimensiones morales de la vida policial a la actividad sindical. Sindicatos como SINFUPOL advierten este rasgo y lo capitalizan cuando adaptan su praxis a las necesidades de la persona policial. Al valorizar la parte humana de los policías, SINFUPOL se distancia de otros sindicatos y construye legitimidad entre sus afiliados. Si bien se trata de un caso excepcional en cuanto a su perfil, su estrategia prueba ser efectiva en el contexto local (y también vale decir que encontramos sus características presentes en otros sindicatos). El contraste entre estos dos sindicatos subraya las particularidades que adquieren las dinámicas sindicales en el contexto policial.

¿Represores o trabajadores?

Exploremos ahora otro punto de contacto entre lo político y lo policial. Me refiero a las relaciones entre sindicatos policiales y sindicatos no policiales. Dicho de otro modo, entre dos organizaciones de corte político: unas policiales y otras civiles.

Un spoiler: son relaciones tensas. La tensión se reveló a partir de la aprobación de la Ley de Urgente Consideración N.º 19.889 (LUC) en 2020,6 y la iniciativa de recoger firmas para impulsar un referéndum para derogar 135 de sus artículos, impulsada por el PIT-CNT, el FA y numerosas organizaciones sociales. Las sensibilidades que la LUC despertó entre organizaciones sociales de izquierda no coincidieron con las de los sindicatos policiales, en particular las de SIPOLNA, afiliado a la central obrera. Patricia Rodríguez, su entonces presidenta, lo expresaba de esta manera:

Entrevistador: ¿Y la LUC por ejemplo cómo la recibieron en la interna?
Patricia: Muy bien, como un apoyo.
E: ¿Y no sienten que en algunos aspectos puede exponer un poco más a los policías, como ponerlos en riesgo de participar en más enfrentamientos?
P: No, de hecho ya está en marcha y no ha pasado. […] El otro día yo estaba hablando con una compañera encargada de una seccional y me dice, vos sabes que estaba un policía en el juzgado haciendo una custodia […], y cuando los delincuentes están allá [en el juzgado] a los jueces y fiscales no se los insulta, y ahora tampoco lo hacen con la policía. Entonces ¿sirvió para eso? Sirvió. Porque en realidad es una norma que ayuda a ganarse el respeto que lamentablemente no lo estabas ganando. ¿Tendrías que ser respetado solo por ser trabajador? Sí. Pero ya había, digamos, ya hubo un proceso de deterioro tan grande a lo que era la investidura de policía y a lo que representa que no te respetaban.7

Las resistencias al sindicalismo policial no son exclusivas del contexto uruguayo.

Por el contrario, han sido documentadas ampliamente en la literatura especializada. Según Fisk y Richardson (2017), esta resistencia surge en parte debido al perfil corporativo de muchos sindicatos policiales. Los líderes gremiales, elegidos por los propios policías, sienten una obligación moral de proteger a sus miembros, incluso aquellos implicados en conductas violatorias de la ley, lo que los lleva a resistir las sanciones y las reformas. Investigaciones en Estados Unidos muestran que los gremios policiales se oponen a la transparencia, la rendición de cuentas y las reformas policiales (Finnane, 2008; Fisk y Richardson, 2017; Walker, 2008). Esto genera animosidad pública hacia los sindicatos. Levin (2020) destaca dos críticas comunes a estos sindicatos desde fuera de la policía: 1) su resistencia a las reformas a través de actitudes corporativas y 2) su alineación con políticas conservadoras que desafían valores democráticos. Levin argumenta que estas críticas desvían la atención del verdadero problema, cuando sugiere que el primer argumento se aplica a cualquier sindicato público y que el segundo se relaciona más con la policía en general que con los sindicatos en sí.

¿Cómo reaccionan los sindicatos policiales ante estas críticas? En general adaptan sus repertorios de acción en función de sus interlocutores, cuando ensayan alternativamente reacomodamientos ocasionalmente progresistas y reformistas, y corporativos y conservadores. Por ejemplo, Morabito (2014) da cuenta de cómo los gremios han operado como catalizadores de la reforma e innovación en agencias policiales estadounidenses, en particular en la implementación de programas categorizados como “comunitarios”. En cambio Finnane, esta vez para el caso de Australia, documenta cómo los gremios policiales de ese país se han posicionado en contra de tendencias progresistas y reformistas de la Policía, como por ejemplo el ingreso de mujeres a la institución (Finnane, 2008).

En Uruguay, los sindicatos policiales adoptaron una posición corporativa ante la LUC. Estas organizaciones interpretaron la LUC como un respaldo, un apoyo hacia su labor que hasta ese momento era inexistente y al que esta ley le dio cuerpo. Esta posición les produjo conflictos con algunos de los sindicatos que integran el PIT-CNT. En particular con el denominado “Grupo de los Ocho”8, integrado por sindicatos que se han opuesto consistentemente a la pertenencia de los sindicatos policiales a la central. Sin embargo, a pesar de su interpretación favorable ante la LUC, el SIPOLNA decidió otorgar libertad de acción en el voto, en caso de que la recolección de firmas para plebiscitar la LUC resultase exitosa.9 La razón fue que exigir un pronunciamiento a sus afiliados constituiría un pronunciamiento político.

La discusión sobre la LUC generó diferencias al interior de la central sindical, y derivó en la suspensión de SIPOLNA del PIT-CNT el 3 de marzo de 2021 por un voto (14 a favor, 13 en contra, 6 abstenciones). Los fundamentos de la decisión se recogen en un medio de prensa representativo de los sectores impulsores de la medida:

Fuera los sindicatos policiales del PIT-CNT. […] [L]os policías no son trabajadores, ya que son parte del aparato represivo de un estado que siempre estuvo al servicio de los grandes empresarios, las patronales del campo y la banca internacional. […] La resolución es parcial, pero no deja de ser un triunfo de quienes siempre hemos denunciado la presencia de estos hombres y mujeres armadas prontos a reprimir las luchas obreras y la protesta social, al interior de las organizaciones obreras. Por tanto, debemos redoblar la pelea por expulsar a los sindicatos policiales del PIT-CNT.10

Este clima tenso precedió la celebración del XIV Congreso Nacional Ordinario del PIT-CNT, celebrado en noviembre de 2021. Si bien no asistí al congreso en persona, accedí a varios audios, mensajes y videos que registraron una parte de lo acontecido allí. Los dirigentes de SIPOLNA llegaban a esta instancia con expectativas. Este sindicato había permanecido en el nudo del debate sobre la pertenencia de los sindicatos policiales al PIT-CNT, y a esa altura era el único sindicato policial decidido firmemente a continuar integrando en la central obrera.11 Sabían que el evento sería un punto de inflexión, puesto que constituía uno de los cinco sindicatos que llegaba con mayor número de congresales. De los 61 sindicatos afiliados era el sexto sindicato que llevaba mayor número de delegados al Congreso (50 de 1143 en total). Ello revestía de particular interés el tratamiento de su pertenencia en la central obrera (un sindicato con ese volumen tenía el potencial de revertir o desempatar futuras votaciones).

La votación para expulsar o respaldar a SIPOLNA sucedió el último día del congreso, cuando el debate sobre los sindicatos policiales alcanzaría su mayor punto de tensión. Me lo contó un dirigente de SIPOLNA:

El primer día fue el más complejo. Vos veías que ellos [los sindicatos contrarios a la permanencia de SIPOLNA en el PIT-CNT] subían a hablar al estrado y uno se te ponía atrás de nosotros. Vos sentías “acá se va a armar lío”. Y pasaban y nos puteaban de lo lindo: “brazo represor de la oligarquía”, “antipueblo”, lo mismo de siempre. Y nosotros ahí sentaditos todos. Pero yo creo que ellos no cuentan una ventaja que tiene la policía: ¡la policía está acostumbrada a que la puteen! ¡Tenés como un teflón para esas cosas! (nos reímos). Entonces nosotros ahí así, tranquilos, y cuando nos insultaban nos largábamos a aplaudir. ¡Nos miraban con una cara!

Una de las últimas oradoras antes de la votación fue una figura híbrida: Ana. Es una sindicalista que habita dos mundos solapados que, según la perspectiva desde la cual se los observe, pueden llegar a ser el mismo: el de los policías y el de los trabajadores. Desde esa posición, Ana habló frente a un auditorio poco acostumbrado a escuchar a una policía que se dirige a un auditorio civil (¿quién lo está?):

Buenas tardes, compañeros. Quería recordarles que nuestra historia sindical nos ha mostrado esfuerzo, sacrificio, dolor de miles de familias que pasaron hambre, miseria, necesidades básicas no satisfechas. Que pusieron sus prioridades por encima de todos aquellos que los quisieron pisotear. Hoy enaltecen a todos los trabajadores, a todos los que estamos aquí presentes. Esos mártires, simples trabajadores, laburantes del día a día que solo pretendían subsistir, son los que dejaron hoy en día esta herramienta tan necesaria: la sindicalización. Por este motivo, hoy estoy aquí presente para decirles que soy policía. ¡Sí! PO-LI-CÍ-A. Milica, como muchos dicen. Más allá de sentirme ofendida me hace sentir digna, digna de cobrar mensualmente un sueldo que me lo gano y que no todos tienen ese privilegio. Además soy maestra […]. Soy policía y maestra, y otro sinfín de cosas. Soy una laburante más de este país, en esta sociedad, que lucha todos los días contra los prejuicios, contra los abusos. Hoy quiero para todos y para los míos una sociedad más justa. Pero a veces nosotros mismos, ustedes como representantes de otros sindicatos me hacen pensar y darme cuenta que no todos piensan así. Terminamos vendiendo humo, porque decimos algo y luego eso se esfuma, entonces ¿cómo creer en nosotros mimos si nos arrancamos las cabezas? Esta sociedad cambió para bien o para mal, yo quiero creer que para bien. Para ello debemos unirnos y salir adelante. ¡No más excusas, gente! Queremos personas sanas de mente y de espíritu. ¿Por qué pelearnos entre nosotros si todos queremos lo mismo? Una sociedad más justa y equitativa. ¿Qué ganamos? Yo o cualquiera de nosotros con inculcarle a un joven o adolescente, a un niño, el miedo, el odio, si todos necesitamos de todos. […] ¿Hay una excusa más tonta que decir “no me gustas porque no piensas como yo”? Gracias a dios que pensamos diferente, ¡si no seríamos un rebaño de ovejas! No seamos radicales. Con ello solo generamos guerras, dolor y sufrimiento. ¡Los policías no somos represores! ¡Somos auxiliares de la justicia! Sí cometemos faltas, pero ellas nos son castigadas mucho más duramente que a cualquiera de ustedes. Protegemos sus casas, sus bienes más preciados. Y no estoy hablando de cosas materiales, estoy hablando de sus hijos, madres, abuelos. Yo en mi barrio soy vecina, soy madre, que ayuda y colabora, más de una vez alguna mujer golpeada, abusada, corrió a mi casa para su protección. Y ahí estaba. Actuamos como seres humanos, como simples personas. A mí no me hace policía el uniforme. Me hace ser policía el sentir de la justicia, el sentir de la igualdad, la vocación de servicio. Los derechos y obligaciones deben correr para todos por igual, no para unos pocos. Quiero culminar diciendo que no le temo al trabajo, porque vengo de una familia humilde, de obreros de la construcción, de peones rurales, de domésticas, que llegar a ser policía fue un orgullo para mí […]. ¿Por qué habría de avergonzarme por los policías que han hecho las cosas mal? No, eso jamás. Acaso un profesional de la salud, un escribano, un manicurista o peluquera abandona su carrera, lo que le gusta hacer porque unos pocos hicieron las cosas mal? No, no creo que sea así. […]. Por último, quiero decirles que creo en mi sindicato SIPOLNA, en mis compañeros. Los que estamos presentes acá representamos a un sinfín de familias enteras. Que cada vez que nos vamos a la guardia a cumplir con nuestra labor desean que regresemos con vida. Sí, esa vida tan preciada para todos nosotros, la que todos los días les protegemos cuando nos llaman y debemos acudir, poniendo nuestra vida delante de la de ustedes para protegerlos. Muchas veces sin medir consecuencias. Les quiero recordar que no hay democracia sin policías, la unidad se construye sin excluidos. ¡VIVA EL PIT-CNT! ¡VIVA!

Cuando escuché la intervención de Ana me encontraba en plena ebullición de mi trabajo de campo. Todavía no había encontrado una narrativa sobre cómo leer la conjunción del mundo sindical y el policial, aunque tenía algunas pistas. Entendía que los sindicalistas policiales se percibían trabajadores, y que muchos trabajadores no los consideraban ni sindicalistas ni trabajadores. ¿Pero cómo calaba esa discusión en una policía de a pie identificada con los valores policiales y con los del mundo sindical? El video de la alocución de Ana en el congreso del PIT-CNT fue, para mí, un clic. Allí se la ve leer estas palabras escritas sobre un papel a diferentes velocidades. Su tono estridente, sus pausas involuntarias, su lenguaje corporal (los ojos clavados en el papel, sin grandes ademanes) demostraban que no acumulaba grandes habilidades oratorias. Era una policía más. Una policía que no tenía grado de oficial, que no era ni delegada ni dirigente sindical, y que tampoco tenía ambiciones más allá de transmitir su mensaje ante un auditorio hostil. Era una policía-trabajadora, ni más ni menos. Una actriz plural.

Un actor plural, según Lahire, es “alguien que, sucesivamente, ha participado durante su trayectoria, o simultáneamente, durante un mismo período de tiempo, en universos sociales variados y en posiciones diferentes dentro de los mismos” (Lahire, 2004, pp. 54-55). Esta definición nos aproxima al sustrato del discurso de Ana. Este conjuga una trayectoria de vida por espacios sociales heterogéneos (“Soy policía y maestra, y otro sinfín de cosas… soy una laburante más”). Su socialización en estos contextos, la posición que ocupó en ellos, y los repertorios que aprendió en ellos dejaron huellas. Su alocución es el punto de encuentro de sus experiencias pasadas individuales incorporadas en sus hábitos y esquemas de acción, integrados en un discurso que sintetiza perfectamente la fusión entre el mundo policial y el civil en la experiencia de una policía de a pie.

El discurso de Ana adquiere valor para el análisis desplegado aquí. En el mundo sindical –un mundo imbuido de política– lo que se les impugna a los sindicalistas policiales no es su politización, sino su condición de trabajadores. El argumento que esgrimen por varios sindicatos civiles (especialmente los que integran el “Grupo de los ocho”) para expulsar a los sindicatos policiales de la central obrera consiste en un procedimiento de reducción. Este procedimiento sintetiza a los sindicalistas policiales en la categoría de “policías”, la opone a la categoría de “trabajador” de un modo inconciliable, y subraya una presunta cualidad propia de la primera: la condición de “represores”.

En este terreno (a menudo hostil), los sindicalistas policiales se comportan evitando pronunciamientos que puedan comprometer su independencia partidaria, prefiriendo, por ejemplo, dar libertad de acción a sus afiliados en el voto del plebiscito contra la LUC. La política aparece aquí, una vez más, en una posición subordinada.

El argumento de Ana se basa en la homologación de los policías con los demás trabajadores. En una operación de alto impacto emotivo, comenzó su alocución apoyada sobre un símbolo: los mártires sindicales, “simples trabajadores, laburantes del día a día”. Desde ese lugar, hizo extensivos una serie de valores morales propios de la profesión policial (el esfuerzo, el sacrificio, el dolor) a la totalidad del colectivo obrero. Policías y sindicalistas aparecían amalgamados sobre un plano común, definido por el deseo compartido de construir “una sociedad más justa”. En esa lógica, eligió desmarcarse del esencialismo policial (“a mí no me hace policía el uniforme”) y aludió a una identidad profesional basada en “el sentir de la justicia, el sentir de la igualdad, la vocación de servicio”, valores morales con los que seguramente su auditorio podía sentirse identificado sin pensarlo dos veces. De hecho, exhibió su profesión de maestra al lado de su profesión policial. Así dio cuenta de su propia pluralidad y también de los vasos comunicantes entre lo civil y lo policial. Demostró que ambas profesiones pueden fundirse en una misma persona. Su procedimiento se orientó a licuar posibles diferencias políticas entre sindicalistas y a buscar la unidad más allá de las diferencias (“¿Por qué pelearnos entre nosotros si todos queremos lo mismo?” Una sociedad más justa y equitativa”, “¿Hay una excusa más tonta que decir “no me gustas porque no piensas como yo”?”). Ella misma era un símbolo, una muestra de la convivencia de estas dos identidades profesionales (una civil, la otra policial) en una misma subjetividad. Apoyada sobre esta homologación, Ana criticó a los “radicales” por producir divisiones donde no debería haber más que unidad. Policías y trabajadores eran, en su discurso, la misma cosa: trabajadores unidos en la lucha por una sociedad más justa.

El discurso de Ana no solo apunta a las similitudes entre policías y otros trabajadores, también señala (estratégicamente) las distinciones que se producen entre ellos. Los policías son trabajadores, pero un tipo de trabajadores -desde su perspectiva- más sacrificados que otros, un rasgo que ha sido extensamente documentado en la literatura sobre trabajo policial. Conforme a esta versión, los policías son trabajadores incomprendidos y vilipendiados en su honor. Ponen a disposición de la sociedad su propia vida para proteger las vidas de los demás (“esa vida tan preciada para todos nosotros, la que todos los días les protegemos cuando nos llaman y debemos acudir, poniendo nuestra vida delante de la de ustedes para protegerlos”). Pero la sociedad no reconoce este sacrificio. Responde con ingratitud y vota para expulsarlos de la central obrera. Por si no fuera poco, si cometen faltas “ellas nos son castigadas mucho más duramente que a cualquiera de ustedes”. Ana no se siente interpelada por estas situaciones. La operación de homologación le sirve de escudo: ¿qué otro trabajador (profesional de la salud, escribanos, manicuristas, peluqueras) renuncia a su profesión por un colega que hizo las cosas mal? Extendiendo la lógica de su argumentación, ¿por qué los sindicatos policiales deberían hacerse responsables de los abusos que cometen algunos policías en ciertos operativos? Los policías son, en síntesis, tan trabajadores como cualquiera, pero se los mide con una vara diferente a la de sus contrapartes obreros.

Por último, quiero reflexionar sobre la arenga con la que Ana se despidió de su auditorio: “no hay democracia sin policías, la unidad se construye sin excluidos. ¡VIVA EL PIT-CNT! ¡VIVA!”. Así, Ana se pronunció tácitamente contra la etiqueta de represores que el colectivo obrero imprime sobre los policías. Subrayó el aporte político de la policía a la vida democrática del país, y hacia el cierre de su arenga defendió la integración de los policías al movimiento obrero (“¡VIVA EL PIT-CNT! ¡VIVA!”). Desde su perspectiva, tanto la función de la policía, como la presencia de policías (y una policía subalterna que da un discurso) frente a un auditorio obrero deben ser leídas en clave de democratización.

Tras el discurso de Ana, el Congreso procedió a la votación. La iniciativa impulsada por el Grupo de los Ocho (y secundada por buena parte de la izquierda y del movimiento social) no prosperó, y el sindicalismo policial no solo aseguró su permanencia en la central, sino que logró a tener miembros en sus máximos órganos de conducción: el Secretariado Ejecutivo y la Mesa Representativa.

Conclusiones

Una premisa analítica nos ha guiado desde el comienzo del texto hasta esta última sección: lo policial es político. Lo es porque la policía tiene imbricada sobre sí misma al poder, y tanto su ejecución como sus efectos de la misma son, naturalmente, cuestiones políticas. Pero también lo es porque en Uruguay, al circular por el mundo sindical, la policía habita un terreno político infrecuente en las organizaciones policiales latinoamericanas: el de la organización colectiva de sus trabajadores, que también es un terreno político.

Asentado ese punto de partida del análisis, mi interés fue conocer cómo los sindicalistas policiales –habitantes de una institución en la que la política tiene mala fama– desarrollan procedimientos que les permiten actuar políticamente sin perder legitimidad ni violar ninguna normativa. En las secciones anteriores presenté evidencia etnográfica de estos procedimientos en tres dimensiones: sus identidades organizacionales, su praxis sindical, y su relacionamiento con sindicatos civiles.

El análisis de estas dimensiones nos mostró que, aunque con aspereza y cierta incomodidad, la política y la policía logran convivir en el sindicalismo policial uruguayo. Esta convivencia se basa en una definición nativa de política común al campo sindical/policial. Esta definición, mediante un procedimiento de adaptación de sus procesos de construcción de identidad, su praxis sindical y sus estrategias de relacionamiento con otros sindicatos, logra no trasvasar los peligrosos límites asociados a la definición tradicional que la policía construye sobre lo político. Es decir, evita asociarlo a lo partidario (Reiner, 2012). De este modo, los sindicatos policiales uruguayos construyen una percepción sobre sí mismos basada en su condición de independientes, apolíticos y apartidistas. Mediante este procedimiento consiguen despolitizar su actividad política/sindical, adquirir la legitimidad necesaria para representar a un segmento considerable del personal policial y posicionarse como un actor de peso, tanto en la policía como en el mundo sindical civil.

Referencias bibliográficas

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1. Hasta 2024, el SIPOLNA se denominaba Sindicato de Funcionarios Policiales de Montevideo (SIFPOM). A pesar de su nombre capitalino, mantenía jurisdicción nacional.

2. Exploraremos la noción de “parte humana” en el apartado siguiente.

3. Trancar significa, en este contexto, mantenerse intransigente frente a una contingencia.

4. Los nombres de los sindicatos que aparecen en este apartado son ficticios.

5. El servicio 222 integra actividades de vigilancia especial que complementan el salario policial. Es el equivalente al “servicio adicional”, como se lo conoce en Argentina.

6. La LUC es una ley aprobada durante los primeros meses de gobierno del presidente Luis Lacalle Pou, que contiene 476 artículos sobre temáticas diversas. De ellos, 117 componen la sección sobre “seguridad pública”, e introducen modificaciones al proceso penal, conceden mayor discrecionalidad a la Policía, crean nuevos delitos, incrementan el castigo para delitos existentes, etcétera. Para conocer un análisis de la Ley de Urgente Consideración y el detalle de su normativa, ver Gutiérrez et al. (2021).

7. La LUC produjo una fuerte discusión en la sociedad uruguaya por su perfil punitivo, en particular en sectores alineados a la izquierda del espectro político. Uno de los argumentos esgrimidos por estos sectores contra la ley sostenía que al aumentar la discrecionalidad policial, la LUC podría aumentar también el número de enfrentamientos en los que participaría la Policía. Sin embargo, como expresa Rodríguez, los policías experimentaron la LUC como un respaldo, como un reconocimiento de la política en el contexto de una sociedad que le estaba perdiendo el respeto a la Policía. Desde la perspectiva policial, un indicador subjetivo de este fenómeno era la alta frecuencia con la que los policías se sentían objeto de insultos y agresiones, especialmente en barrios segregados.

8. La Coordinación de Sindicatos, conocida también como “Grupo de los ocho”, es una alianza entre dirigentes sindicales de la Unión Ferroviaria, el Sindicato Nacional de Trabajadoras y Trabajadores de la Enseñanza Privada, la Asociación de Funcionarios Postales del Uruguay y la Federación Nacional de Municipales, entre otros. Es una corriente minoritaria, alineada a posiciones clasistas y que se posiciona como alternativa a corrientes más conciliadoras (como la que integra el SIPOLNA).

9. Ver: https://www.radiomontecarlo.com.uy/2021/10/20/nacionales/sindicato-policial-dara-libertad-de-accion-si-hay-referendum-contra-la-luc/

10. Ver: https://www.laizquierdadiario.com.uy/Mesa-del-PIT-CNT-voto-suspension-del-sindicato-policial

11. Otros sindicatos que también integraban formalmente la central (como por ejemplo el SIPOLMA) no ignoraban los costos de permanecer en ella, se mostraban cautos y expectantes, y ya no participaban tan activamente como algunos años atrás en la central.