Traducciones entre “paisanas” y “compañeras”. Nacionalidad, clase y género en un comedor comunitario de la ciudad de La Plata

por Federico Rodrigo11. Licenciado en (…)

1. Introducción

Los estudios sobre la migración boliviana a la Argentina se han centrado fundamentalmente en reconocer los procesos de producción de la identidad en el contexto de recepción y su relevancia en el desarrollo de diferentes aspectos de la vida de los/as migrantes. Inicialmente, a partir de focalizar en el lugar de las redes de parentesco y vecindad en las dinámicas de asentamiento e inserción en el mercado de trabajo (Benencia, 1997 y 2006; Benencia y Gazzotti, 1995; Hinojosa Gordonava, Pérez Cautin y Cortez Franco, 1999; Maguid, 1995; Marshall y Orlansky, 1983; Sala, 2000) y, luego, especialmente a partir de la década de 1980, por medio del análisis de ámbitos comunes de práctica cultural y de dinámicas identitarias que consolidan una neobolivianidad22. La utilización (…) en las diferentes zonas de arribo (Balán, 1990; Benencia y Karasik, 1994; Caggiano 2005; Gavazzo, 2004; Giorgis, 2004; Grimson, 1999; Karasik, 2000; Mugarza, 1985), los estudios destacaron el rol fundamental que juega la pertenencia “étnico-nacional” –como la caracterizó Alejandro Grimson buscando conceptualizar procesos de adscripción nacionales desarrollados “desde abajo”, sin una participación directa de las instituciones estatales (1999)– en el devenir de la vida de las personas que provienen del país vecino.

La centralidad dada a esta cuestión y la pregnancia de las preguntas por la “asimilación” de los/as migrantes produjeron un relativo descuido de las imbricaciones entre diferentes aspectos de la pertenencia. Sin embargo, en los últimos años, estas cuestiones comenzaron a ser relevadas a partir de reconocer distintas articulaciones entre clase, nacionalidad y género en contextos de movilización política.

Distintos autores se preguntaron por las posibilidades de visibilización pública de la bolivianidad y por los márgenes de incorporación de demandas ligadas específicamente a la experiencia migrante –como por ejemplo la documentación– en los procesos de participación colectiva desarrollados por los denominados “movimientos de trabajadores desocupados” (Dodaro y Vázquez, 2008; Grimson, 2009; Vázquez, 2005). Estos trabajos destacan que la posición migrante se ve desplazada por una configuración de la escena política, en la que las demandas legítimas se articulan por medio de una relación entre clase y argentinidad. El foco puesto en la movilización colectiva o en la conformación de los campos de visibilidad política lleva a plantear cierta escisión de los posicionamientos en los distintos ámbitos en los que actúan las personas, reconociendo incluso un “clasismo estratégico” (Grimson, 2009) que invisibiliza las identificaciones migrantes en los procesos de reivindicación de aspectos vinculados a los derechos económicos y sociales.

Ahora bien, desde el punto de vista de la cotidianidad de las personas, el clasismo puede ser algo más que una posición disponible de la cual valerse estratégicamente. Puede representar, incluso, un conjunto de nociones con los cuales semantizar la experiencia y que funcionan articuladamente con las adscripciones nacionales y el género. Reconocer las modalidades de su interrelación, así como los marcos en los cuales estas dimensiones operan de modo diferencial, es el objetivo que nos planteamos en este artículo.

A partir del trabajo de campo realizado en un comedor comunitario perteneciente a un movimiento piquetero33. Así se conoce (…) situado en la periferia de la ciudad de La Plata, buscamos dar cuenta de las apropiaciones que un grupo de mujeres bolivianas que participa allí realiza de las identificaciones nacionales y clasistas, así como de las conexiones entre estos aspectos y el género. Entonces, el abordaje etnográfico nos permitirá señalar los límites y presiones presentes en los escenarios en los que actúan y sus modos de vivenciar las pertenencias disponibles.

El texto comienza reconstruyendo las dinámicas de socialización entre migrantes bolivianas en el barrio donde el comedor se encuentra emplazado, para reconocer allí el lugar de “lo boliviano” y el género. Luego, describe los procesos de “enclasamiento”, que tienen lugar en el comedor, reconociendo que el clasismo de estas mujeres implica, entre otras cuestiones, otro modo de vivenciar los vínculos con sus “paisanas”. De esta manera, observamos que estas dimensiones no solo se conectan y articulan situacionalmente, sino que se constituyen entrelazadas emergiendo en un espacio “entremedio”, entendido como un “terreno para elaborar estrategias (...) que inician nuevos signos de identidad y sitios innovadores de colaboración y cuestionamiento” (Bhabha, 2011: 18). Ahora bien, estas redefiniciones identitarias no implican la búsqueda de consolidación de nuevas posiciones en el espacio público, sino que se desarrollan fundamentalmente en el marco de sus relaciones cotidianas.

Pero antes de adentrarnos en estas cuestiones, presentemos mínimamente el espacio en el que desarrollamos nuestra investigación.

2. El comedor y el trabajo de campo

Nuestro abordaje se centró en un comedor comunitario situado en el barrio Altos de San Lorenzo, que se inscribe en el marco de la “política territorial” de un “movimiento piquetero”. Este colectivo surgió en 2004, conformándose como una expresión organizativa multisectorial: si bien le otorga un peso decisivo a los Movimientos de Trabajadores Desocupados, también incorpora agrupaciones estudiantiles, sindicales y ambientales, manifestaciones culturales, rurales, espacios de jóvenes, de mujeres y de intelectuales. Esta organización, que se define como “popular, antiimperialista y anticapitalista”, tiene presencia en cinco provincias del país y vínculos con movimientos, partidos y sindicatos de diferentes países sudamericanos.

Si bien lo que podemos denominar la “zona de influencia” del comedor se circunscribe a un perímetro de unas cinco cuadras en torno a este –ninguna de las mujeres que asiste al espacio vive más allá de estos límites–, Altos de San Lorenzo es uno de los barrios más grandes y poblados de la ciudad. Se encuentra al sudeste de su casco fundacional y es el sector de la periferia urbana consolidado de manera más tardía: se localiza en el extremo opuesto al área con mayor desarrollo de la capital bonaerense, representada por el eje La Plata-Buenos Aires (Segura, 2011).

En esta zona, entre abril de 2010 y marzo de 2012, participamos en las asambleas semanales y en las huertas que posee la organización en el barrio, donde compartimos jornadas laborales con las dos cuadrillas de trabajadoras que se desempeñan en el lugar. A su vez, mantuvimos entrevistas con quince mujeres bolivianas que asisten habitualmente allí y con cuatro “militantes”44. La diferenciac (…) de la organización que realizan tareas de coordinación del espacio y desarrollan esporádicamente “jornadas de formación”.

Nuestro trabajo de campo también implicó la participación en numerosas manifestaciones en las que intervinieron las mujeres del comedor. Asistimos a marchas, cortes de calles y autopistas y protestas frente a edificios de diferentes instituciones municipales, provinciales y nacionales en La Plata y Capital Federal. También asistimos a las fiestas patronales de San Severino y de la Virgen de Copacabana, que se realizan en Altos de San Lorenzo y diferentes barrios de la ciudad los días 28 de noviembre, la primera, y los dos primeros fines de semana de agosto, la segunda.

Así, constatamos que el comedor se creó a mediados de la década de 2000 como resultado de la ampliación y extensión geográfica de la zona de influencia del movimiento piquetero. Los referentes de la organización decidieron inaugurar un espacio en una toma de tierras que realizaron en lo que consideraban “el fondo” del barrio, donde la trama urbana llegaba a su fin y comenzaba un amplio descampado conformado por terrenos del ferrocarril provincial. De aquel lugar provenían algunas mujeres bolivianas que ya participaban del movimiento. Con el correr de los años, se fueron incorporando muchas otras que actualmente constituyen casi la totalidad de las aproximadamente cien personas que se acercan al lugar.

Ninguna de las mujeres con las que conversamos poseía experiencias políticas previas a su arribo a la Argentina, ya sean partidarias, sindicales o en agrupamientos que reivindiquen otras características como la identidad indígena, por lo que el proceso que describimos no tiene antecedentes en sus vivencias pasadas. En los apartados que siguen, buscaremos dar cuenta de la relevancia de la bolivianidad en la conformación de un sistema de sociabilidad barrial, en el que el género juega un papel importante, así como reconocer las conexiones de este sistema con el comedor comunitario.

3. El comedor y la sociabilidad boliviana

Sonia arribó a Altos de San Lorenzo en el año 2000. Junto con su marido se habían decidido por esta zona, porque allí se encontraba su padre y otros/as conocidos/as del matrimonio. Al poco tiempo de llegar, una amiga de la infancia la convenció para acercarse a una biblioteca popular a retirar mercadería. De esta manera, Sonia conoció al grupo formador de lo que se transformó en el actual comedor:

Fuimos a la casa de una “compañera” que se llama Teresa, casi un año, dos años ahí. Ahí llegaba mercadería, cocinaba. Ahí yo también conté a algunas “paisanas”, porque mercadería daban, antes daban bien mercadería, no estábamos tanta gente (...) Después, lo que tenemos ahora comedor [se refiere al espacio físico donde se encuentra actualmente], agarramos, repartimos terrenos, nos juntamos todos los días. Ahí yo también conté, “vamos a movilizar, hay muchos planes”. Ahí se acercaron otras también.

La trama social entre migrantes fue clave en los procesos de “bolivianización” del comedor comunitario. Madres, hijas, primas, cuñadas, sobrinas, vecinas y amigas –de origen y destino– son destacadas como agentes de los circuitos informacionales relativos a las actividades de la organización que propician el ingreso de nuevas integrantes. A través de su inserción en estos circuitos, muchas mujeres decidieron sumarse al colectivo dinamizando un proceso de paulatina vinculación entre el movimiento y las redes de bolivianos/as que, por aquellos años, comenzaban a constituirse en la zona.

En nuestro país, diversos trabajos han dado cuenta de que la intensidad y tradición de las migraciones de los bolivianos a la Argentina “remite tanto a condiciones estructurales de los países de emigración y destino como a la existencia de lo que se ha denominado comunidades de migración”, que implicarían “formas particulares de organización de los residentes en el exterior a la vez [que] entre estos y sus regiones de origen” (Balan, 1990: 276). De esta manera, los estudios señalan que las conexiones interpersonales –como el “parentesco”, el “paisanaje” y la “vecindad”– son factores determinantes tanto en la provisión de ayudas instrumentales a los recién llegados –especialmente en lo que respecta a sus posibilidades de acceder a oportunidades laborales– como en la constitución de espacios de “sociabilidad boliviana” (Benencia y Karasik, 1994: 278).

En Altos de San Lorenzo hemos observado el emplazamiento de cadenas migratorias que se inician en diferentes ciudades bolivianas. Personas provenientes de poblados del departamento de Chuquisaca, de Cochabamba y de La Paz arriban a este barrio y pasan a ser eslabones de una red en expansión. En este sentido, los vínculos premigratorios le dan densidad a un sistema de relaciones familiares y vecinales, recreado en un nuevo contexto. A su vez, esta trama social también se compone de algunos nexos establecidos en el contexto de recepción.

Por su parte, también el movimiento funciona como un espacio de interacción relativamente estable, que fortalece las redes locales de sociabilidad entre migrantes bolivianas. Los grupos de trabajo (de cocina, limpieza, copa de leche, huerta), compuestos principalmente por migrantes y que se constituyen como contraprestación al acceso a diferentes programas sociales estatales, permiten la conformación o sostenimiento de vínculos que son caracterizados como relaciones de amistad.

Una mañana, en una huerta que posee la organización en el terreno del comedor, una mujer llamada Felipa, llegada de Tarata –un pequeño poblado del departamento de Cochabamba– junto con su marido en el año 2000, nos explicaba:

-Ahora aquí, cada mañana, somos amigas. Hablamos de todo, todo nos cuenta como es la historia, todo nos cuentamos a veces
-¿Le gusta venir acá todas las mañanas?
-Sí ahora, con el trabajo sí. Porque yo estaba trabajando en las cooperativas municipales... hace un año... Desde que entré me gustaba compartir con las amigas y no quería estar más en mi casa. Si no iba a venir a trabajar yo no me quedaba en casa, solamente iba a llevar a los chicos... Yo quería encontrarme, ya me acostumbré.

Las amistades, que aparecen como contrapunto del aburrimiento doméstico, tienen a los grupos de trabajo como un lugar privilegiado de su conformación o fortalecimiento. Para muchas de las migrantes bolivianas, los espacios de la organización en los que participan están constituidas por familiares, amigas y conocidas de ámbitos que trascienden al colectivo. En este sentido, la propia socialización vecinal se ve continuada en los ámbitos del movimiento. Desde esta perspectiva, las amistades de estas mujeres evidencian las imbricaciones entre la organización y las redes de sociabilidad del barrio.

Esta conformación de grupos es construida estableciendo un eje de contraste con el aislamiento social que destacan como característico de la vida previa a su ingreso a la organización. La experiencia del arribo a otras zonas de la Argentina en las cuales no había “paisanos” con quienes compartir momentos de trabajo y/o de ocio y la circunscripción de sus actividades a los límites del hogar que definía su vida como “amas de casa” son los contrapuntos a los que recurren usualmente para graficar el cambio que significó esta etapa.

Francisca, proveniente de una familia de pequeños comerciantes de la ciudad de Sucre, explicaba las diferencias que encontraba entre San Isidro y La Plata, las dos ciudades donde se asentó en el país de destino:

Hay mucha diferencia. Allá [en San Isidro], no nada. Ni me acordaba de alguna fecha en especial que se celebra allá [en Bolivia]. Acá [en Altos de San Lorenzo] sí, se vive más, se recuerda más las fiestas. Compartimos las mismas tradiciones, las costumbres (...) Aparte somos más solidarias entre conocidas. Que allá [en San Isidro] no, casi estuve todo encerrada en mi casa, no salía mucho.

Entonces, la trama relacional entre migrantes provenientes de diferentes áreas de Bolivia, conjuntamente con las actividades que realizan, es lo que le permite “sentirse como en Bolivia”, como nos dijo en una conversación informal. Así, este sentimiento de pertenencia nacional se encuentra inescindiblemente asociado a la satisfacción que le provocan los vínculos interpersonales.

Desde esta perspectiva, la participación y el trabajo en Altos de San Lorenzo tendrían la particularidad de intensificar la vida social, generando una serie de rupturas conflictivas y ambiguas con sus experiencias previas. El encuentro cotidiano con amigas, la posibilidad de asumirse como trabajadoras, el acceso al dinero propio y la salida del hogar se destacan como novedades que se oponen al aburrimiento y sometimiento típicos de lo que la literatura llamó la “familia patriarcal”.

A su vez, esta nueva etapa vital es caracterizada desarrollando simultáneamente un eje de identificación. Hay, en los testimonios, un señalamiento recurrente a salir al mundo, enfrentar los miedos y los problemas, que se produce a partir de poder compartir parte de estas vivencias con otras.

3.1. Género y bolivianidad

-¿Acá en el movimiento tiene amigas?
-Sí, somos compañeras, primas, cuñadas, tías- Decía Felipa durante una jornada de trabajo.
-Y ¿quién se sumó primero?
-La que tiene campera medio verde, que tiene pantalón [señala a una de las mujeres que está trabajando]. Ella primero, es de mi primo su mujer. Más atrás vino, pero yo no sabía ir al movimiento. Ella cuando llegó de Bolivia sabía ir ya al movimiento. A mí no me gustaba ir al movimiento, tenía miedo. Ella no tenía miedo y “vamos” me decía. Yo también avise a mi tía: “vamos” (...) Hay muchos, así conocidos... De un solo lugar, de Cochabamba.
-¿Las de Cochabamba ya se conocían?
-Sí, siempre encontramos, a veces... Siempre encontramos en feria... Cerquita vivimos (...) Y nos reencontramos, aquí, en el movimiento y vive ahí, de mi casa ahisito nomás: la Santusa, mi cuñada también al lado mío vive, la Sonia ahí también vive, todo este barrio, casi todas.

La experiencia de la amistad aparece inescindiblemente asociada a la vida previa a la migración. Hacia el interior de la organización, en el cotidiano de sus actividades, una trama social y simbólica que se remonta a Tarata u otras localidades del país andino se reactualiza y adquiere mayor consistencia. La vida en la organización se integra en un sistema de sociabilidad que atraviesa el barrio y que, en muchos casos, resulta la continuación de experiencias transcurridas en Bolivia. Ahora bien, es importante destacar que las pertenencias regionales no aparecen como significativas. Al menos en este contexto particular, la nacionalidad subsume otros clivajes identidarios como la región de origen.55. Los estudios s (…)

Aquí, “ser boliviana” no es un calificativo que supone la posesión de atributos contenidos en un compendio de características nacionales. Si se les pregunta explícitamente, estas mujeres pueden listar un decálogo de aspectos de lo que una boliviana es o debería ser –o dejar de ser–. Pero no son estas cualidades las que resultan relevantes en este caso. Fundamentalmente, la bolivianidad señala una complicidad –y una “confianza”– que se nutre de la certeza de estar compartiendo una vivencia particular, una vivencia que no comparten otras mujeres no migrantes y/o no bolivianas.

Por otro lado, la participación en la organización redefine las relaciones de género a partir del fortalecimiento de las amistades femeninas que tienen lugar en el comedor. En este sentido, el ámbito doméstico aparece destacado como un espacio de relativo aislamiento social, con diversas consecuencias sobre el carácter y los modos de socialización que desarrollan las mujeres: aburrimiento y retraimiento son destacados como elementos característicos de la vida previa al ingreso a la organización que repercutían en la subordinación a sus maridos.

Esta situación de soledad previa explica la valoración de la organización como un ámbito de socialización. Alejandra, una mujer de 25 años que arribó a la Argentina a comienzos de la década de 1990 junto con sus padres, nos explicaba esta cuestión refiriendo a los cambios que notaba en su madre desde que se sumó al comedor:

-Porque pienso que es como libertad de una mujer que esta juntada. Mi mamá, por ejemplo, yo la veía siempre en mi casa. Ahora es más abierta, están como más abiertas las bolivianas, más charlatanas (...) Yo la veía en mi casa a mi mamá y medio que no hablaba, que no era tan sincera. Y ahora no, la veo y se deshace para hablar.
-¿Eso es porque trabaja?
-Sí, porque conoce diferente gente. Por ejemplo, nosotros trabajamos con argentinos o misioneros. Las chicas de allá, que vienen de otro barrio son de Misiones: entonces es como diferente cultura.

De esta manera, las redes desarrolladas –o afianzadas– en el comedor también operan como espacios de fortalecimiento del lugar de la mujer que, según distintos testimonios, intervienen en la puesta en cuestión de algunos de los “roles femeninos” que asumen. Parte fundamental de este proceso es la intensificación de ámbitos de sociabilidad entre las propias migrantes, donde las mujeres ponen en común vivencias y experimentan juntas el proceso de tomar parte de diferentes actividades de las organizaciones e instituciones de destino. La posibilidad de trabajar por una remuneración fuera del hogar y de contar con dinero propio se complementa con la intensificación de las relaciones que comparten.

Asimismo, los/as “militantes” del movimiento buscan desarrollar diversos “espacios de mujeres” en los que se debaten “problemáticas de género”. Estos son de carácter optativo, por lo que tienen una asistencia fluctuante. Sin embargo, el extrañamiento de la división sexual del trabajo que realizan las migrantes cuando exponen sus conflictos domésticos también parece retomar argumentos desarrollados por el activismo feminista.

Los maridos, por su parte, encuentran en las reorganizaciones de la vida doméstica faltas a la responsabilidad femenina. Así, sus reclamos y reproches duplican la participación política de sus esposas y materializan lo que Lourdes Arizpe (1987) llamó la “doble militancia” –política y conyugal– de las mujeres activistas. Ambas modalidades de la participación y del ejercicio y la disputa del poder están constituidas por un nivel elevado de interdependencia: se imbrican conflictivamente a través de las actividades de las integrantes, que hacen migrar lógicas y discursos de una esfera a otra.

En este sentido, el comedor se entrelaza en las redes de migrantes de la zona generando una inflexión de género sobre su desarrollo. Así, las cadenas de relaciones que confluyen –y se consolidan o amplían– en el espacio operan, inclusive, contrarrestando algunas dinámicas sociales que tienden al aislamiento de las migrantes y a la consecuente descapitalización de lazos que retrae su posición en las disputas domésticas, como lo señalara Jorge Balán (1990).

Las diversas redes, espacios de encuentro y mecanismos de reconocimiento presentados dan cuenta de la existencia de un sistema de sociabilidad barrial entre migrantes bolivianos/as. De esta manera, observamos que en Altos de San Lorenzo se replica una dinámica de producción de instancias y relaciones nacionalmente marcadas, que ha sido destacada por numerosos especialistas en la temática migratoria (Balán, 1990; Benencia, 2000; Benencia y Karasik, 1994; Caggiano, 2005; Gavazzo, 2004; Grimson, 1999; Mugarza, 1985; OIM-CEMLA, 2004). Sin embargo, las identificaciones nacionales, tan relevantes en la conformación de estos sistemas de sociabilidad barrial, adquieren diferentes sentidos en contextos interculturales.

4. Los usos de la identidad boliviana

En mayo de 2011, las integrantes del comedor comunitario de Altos de San Lorenzo se integraron a la columna de la organización que marchó hacia el Ministerio de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires. Distintas expresiones del movimiento se concentraron por la mañana en la estación de trenes de la ciudad, a la que arribaban grupos provenientes de diferentes localidades. Numerosas rondas donde circulaban mates amenizaban la espera de la llegada de otros colectivos.

Una temática recurrente de las conversaciones informales en este tipo de espacios giraba en torno a los/as hijos/as. Aquella mañana, la charla se situó en los colegios a los que actualmente asistían los/as más niños/as. Carmen, una mujer de algo más de cincuenta años, explicaba los desbalances que encontraba entre diferentes instituciones educativas. Decía, con relación a su hijo menor, nacido en la ciudad de La Plata:

-Va a la escuela, en calle 12. La Escuela Nº 11.
-¿Es de Altos de San Lorenzo la Escuela 11 o...?
-Calle 12 y 68, acá [12 y 68 es una referencia ubicada dentro del casco urbano de la ciudad, a unos 4 kilómetros del comedor comunitario].
-¿Por qué a esa escuela?
-Porque ahí, un poquito más alejados están... De los chiquitos cholitos más alejaditos están. A Escuela 40 ahí van chicos del barrio.
-Y usted no quiere que vaya con los del barrio.
-No. Hablan mal. Los chicos aprenden eso y quieren ser igual. En Escuela 11 aprenden un poquito más.

En muchas otras oportunidades, encontramos referencias al modo de hablar como un motivo de vergüenza de los/as migrantes y de discriminación de parte de miembros de la sociedad receptora. Inclusive, las mujeres bolivianas que decían experimentar un elevado “orgullo cultural” señalaban con reprobación la actitud de muchos paisanos que desarrollaban manejos pragmáticos de la identidad nacional. Francisca, que se asumía como defensora de las “costumbres bolivianas”, explicaba los cambios que muchos migrantes desarrollan desde su llegada a la Argentina:

Los mismos paisanos se avergüenzan de su cultura, de sus costumbres (...) Por la discriminación. Algunos dicen que “no soy de Bolivia, soy de Jujuy”. Se avergüenzan de hablar quechua. Hay muchos paisanos que cuando vienen acá ya hablan diferente. A veces es necesario que vos cambies el tono de hablar porque el tono de un argentino o un boliviano es muy diferente (...) Pero algunos ya se toman mucho eso, cuando uno viene acá unos meses habla diferente. Es feo, algunos vienen con el acento del “ya”, “ye”, algunos no hablan quechua, se avergüenzan.

Los testimonios de Carmen y de Francisca evidencian la voluntad de algunos/as migrantes de lograr un manejo del lenguaje similar al “castellano argentino” para disimular posibles rastros de una bolivianidad negativizada por miembros del contexto de recepción. De esta manera, manifiestan que, en determinados aspectos de los procesos de “incorporación”, las identificaciones nacionales resultan problemáticas. Estas constataciones, así como el reconocimiento de la operatividad de las atribuciones (neo)nacionales (Gavazzo, 2004; Grimson, 1999) en las relaciones interpersonales en Altos de San Lorenzo, que destacamos previamente, nos llevan a preguntarnos por los usos posibles y deseables de estas identificaciones entre las migrantes del comedor comunitario.

4.1 Organizaciones de bolivianos y bolivianas en organizaciones

En las últimas décadas se han creado, en la ciudad de La Plata, numerosas organizaciones de migrantes bolivianos/as que buscan desarrollar actividades sociales, políticas, culturales, comunicacionales, deportivas, etc. (Archenti, 2008; Caggiano, 2005 y 2009; OIM-CEMLA, 2004). En el transcurso de nuestro trabajo de campo constatamos que, en Altos de San Lorenzo, durante el año 2010, un grupo de personas de nacionalidad boliviana intentó formar un colectivo cuyo objetivo era reclamar medidas que garanticen mayor “seguridad” para los habitantes de la zona. Según los testimonios que recogimos, su principal promotor fue Onorio, un paceño arribado a la Argentina a finales de la década de 1980 y que actualmente posee una verdulería en el barrio.

Francisca, que participó durante algún tiempo de la experiencia, nos comentó que el hecho que desencadenó el agrupamiento fue el asesinato de un migrante tras un violento asalto en su casa:

Como en todos los barrios hay mucha inseguridad acá. La última vez que paso fue que a un paisano le entraron a la casa y de un tiro lo mataron. Y bueno, como la mayoría son paisanos acá, entonces se unieron entre todos para ver qué hacer con la inseguridad. Entre nosotros nos avisamos para que nos sumemos y que entre todos nos defendamos ante esos hechos.

De esta manera, la primera acción que emprendió el grupo fue una movilización hacia una dependencia del Ministerio de Justicia y Seguridad para reclamar “que se haga justicia, que encuentren a los responsables”. La actividad concentró una gran cantidad de manifestantes, no solo de Altos de San Lorenzo.

A partir de la buena acogida que generó la protesta, comenzaron a reunirse periódicamente en la casa de Onorio buscando consolidar la organización. Asimismo, en diferentes oportunidades fueron convocados referentes de otros grupos con características similares al que se buscaba formar en Altos de San Lorenzo. En la citada entrevista, comentaba Francisca:

Vinieron de otras organizaciones, de otros partidos, de La Matanza. Organizaciones de paisanos, de colectividad boliviana. Contaban cómo empezaron, qué hacían, todo eso. Algunos decían que consiguieron muchas cosas para su barrio: asfalto, luminarias, todo eso.

Sin embargo, luego de algunas gestiones frustradas –como citas con funcionarios suspendidas– la participación fue menguando. Algunos meses después de la primera marcha, antes de adquirir el reconocimiento oficial como asociación civil sin fines de lucro, las reuniones periódicas se fueron vaciando, quedando muy pocos interesados.

Francisca entendía que el carácter de la organización fue uno de sus principales obstáculos para conseguir respuestas estatales y, así, mantener las expectativas y la participación de las personas que inicialmente se habían acercado:

-Yo creo que lo ideal sería unirse no importa de donde vengan. Así por separado no creo que logremos muchas cosas, porque aparte por más que quieran negar que hay discriminación, hay mucha discriminación.
-¿Los funcionarios discriminan a los bolivianos?
-Sí, porque la forma de hablar es diferente, el acento que tenés. Un boliviano es más pasivo, habla despacito. En cambio el argentino es más fuerte porque está en su país, no sé. Porque el boliviano igual tiene miedo de expresarse todavía.

Fulvio Rivero Sierra caracteriza como “presión discriminatoria”la “percepción que tiene un agente social discriminado de que es considerado miembro de un grupo por el cual un sector social siente rechazo” (2011: 276-277), por lo que se encuentra motivado para evitar llevar adelante ciertos cursos de acción. En este sentido, de acuerdo a la interpretación de las mujeres migrantes del comedor comunitario, la demarcación de la identidad nacional aparece como un camino conveniente para el ejercicio político en el marco de las instituciones oficiales, lo que no implica desconocer su fuerte presencia en las dinámicas de socialización entre paisanos y en ciertos contextos específicos como la realización de festividades.

Pero si la identificación como bolivianas puede resultar contraproducente en el devenir de sus reclamos, esto no significa que la escena política se les presente absolutamente vedada. Por el contrario, mientras la búsqueda por consolidar organizaciones “de paisanos” fue relegada, se continuaba la integración en agrupamientos de otras características.

5. El “enclasamiento"

Uno de los objetivos que explícitamente se proponen los/as militantes del movimiento es desarrollar entre sus “compañeros de base” lo que en las tradiciones políticas de izquierda se denomina “conciencia de clase”. En este sentido, la organización desarrolla una serie de mecanismos que apuntan a fortalecer y extender los sentidos que los/as “militantes” le asignan a la participación. Los más destacados en los testimonios son los talleres de formación política que tienen lugar en los diferentes comedores comunitarios y en el local que el movimiento posee en la zona céntrica de la ciudad.

Este intento de desarrollo de una conciencia política es explícitamente mencionado como “clasista” por los miembros del movimiento y tiene un lugar fundamental en el trabajo con delegados/as de las distintas cuadrillas de trabajo de la organización. Asimismo, la premisa que exponen los/as “militantes” de “imprimir discusión política” en las asambleas evidencia que este objetivo también se persigue de modo informal. Así, tanto los talleres como las prácticas cotidianas de los/as integrantes más activos/as de la organización establecen un contexto discursivo que busca estabilizar una serie de sentidos en torno a la participación en el movimiento.

Las apropiaciones de este discurso que realizan las migrantes de Altos de San Lorenzo son variadas y complejas. Buscando aportar a su análisis, aquí queremos destacar las prácticas que desarrollan las mujeres bolivianas en las que se reactualizan –reformulados– los discursos “militantes”.

5.1. Espacios de socialización y posicionamientos de clase

A pesar de que muchos se constituyen reproduciendo relaciones conformadas previamente al ingreso en la organización, los grupos de trabajo también se interpretan como oportunidades de socialización con personas con otros itinerarios vitales o, como nos mencionó Alejandra refiriéndose a sus compañeras de cuadrilla, provenientes de la provincia de Misiones, exponentes de “otras culturas”. Los espacios de formación y las reuniones que convocan a representantes de los diferentes barrios o grupos son instancias de encuentro entre sujetos de muy variadas trayectorias. Este aspecto es destacado por una mujer llamada Rosa, como una de las cuestiones que más disfruta de su rol de delegada. Ante nuestra pregunta por estos encuentros, nos decía:

Me gusta, me gusta mucho. Conozco más gente, aprendo más del movimiento, más me informo ahí. De las cosas esas traigo a informarlo acá con las compañeras.

Este proceso de reconocimiento en/con otras, unas otras muchas veces no migrantes y/o no bolivianas, está en la base de la asunción de ciertos rasgos de lo que podemos denominar una identidad de clase, articulada a través de la posición de “trabajadoras desocupadas”. En determinadas circunstancias, algunas de las mujeres adoptan elementos del discurso de la organización que articulan la pertenencia social con aspectos de la lucha política. Si bien no encontramos autoidentificaciones como “piqueteras”, es posible reconocer un posicionamiento que entrecruza demandas de trabajo, servicios públicos o acceso a los programas de asistencia social con la reivindicación del accionar político de las organizaciones sociales. En este sentido, una cochabambina de algo más de 30 años llamada Leonor decía:

A mí también me gustaba parar en los piquetes, me gusta (...) porque caminamos, luchamos, conseguimos trabajo, por eso.

El placer o gusto que las migrantes experimentan durante las actividades de la organización se relaciona con la aceptación de las lógicas del movimiento, a partir de las cuales asumen que lo demandado les corresponde. Sus testimonios expresan que este espacio posee una lógica de funcionamiento en la cual una serie de aprendizajes se justifica en valores y significados que definen una posición de clase. Decía en este sentido la ya citada Leonor durante una de nuestras conversaciones:

De a poquito yo fui entendiendo lo que era el movimiento. Las primeras veces cuando yo ingresé no entendía bien por qué movilizábamos, de dónde venían las cosas, quién lo daba. De a poquito yo iba preguntando (...) [Los “militantes”] nos guiaban un poco más, nos explicaban cómo era el movimiento, de dónde venían las cosas, cómo se lo conseguía. Yo intentaba ser curiosa y aprender.

Como se observa, estas valoraciones se encuentran estrechamente ligadas con una concepción ideológica que le asigna legitimidad a la lucha. Como afirma Stuart Hall, cada construcción ideológica “nos sitúa como actores sociales o como miembros de un grupo social que tiene una relación particular con el proceso y nos prescribe ciertas identidades sociales” (2010: 147). Así, el placer que destacan Leonor y Rosa –y el plural que utilizan– expresa el reconocimiento de una experiencia compartida, experiencia que vuelve colectiva –en la “lucha”– la pertenencia social.

Esta identidad se expresa también en otros ámbitos participando, por ejemplo, en la redefinición de los roles domésticos que mencionamos previamente. Una tarde de 2010, durante una conversación producida en el comedor luego de la asamblea semanal, Rosario, una mujer nacida la ciudad de Sucre a finales de la década de 1970, con una larga historia migratoria que incluye Santa Cruz de la Sierra y diferentes ciudades argentinas, mencionaba su interés por explicarle a su marido el sentido político de su actividad y le reproducía aspectos del discurso del movimiento que exponen los documentos y los/as “militantes” de la organización:

[Mi marido me dice] “estas yendo a la reunión, por qué no te quedas... ¿A qué vas?, acaso no pueden ir las otras compañeras” y así. Pero le digo “pero me gusta, que querés que haga. Si no entendés lo que es participar. Es muy lindo poder luchar por las cosas que nosotros hacemos, conseguir con la lucha”. Los punteros no lo van a hacer así, él no va a entender que los punteros manejan al acomodo de ellos (...) Después, al día de hoy, siempre tenemos la discusión. Por ejemplo ayer nosotros no sabíamos que íbamos a ir a movilizar, y en el trabajo nos dijeron “movilización”. Llegamos acá [de vuelta de la movilización] a las 10 de la noche. “Dónde está tu seguridad, otra vez estas corriendo ahí”, me dijo. “Ay”, le digo, “Callate. Hasta ahora vos no vas a llegar a entender lo que es el movimiento, lo que es mi trabajo”. Le digo “este es mi trabajo, así como tu trabajo es tu trabajo y vos sabes cómo es el manejo de ese trabajo, mi trabajo es esto”, le digo. Se calla: “Bueno, ya está”.

La conceptualización en términos de “lucha” de muchas de las actividades, la importancia de las movilizaciones y acciones de protesta, así como la diferenciación de la organización de las “redes clientelares” evidencian la intersección del discurso “militante” en las discusiones domésticas de Rosario. El relato da cuenta de la apropiación de las temáticas recurrentes del habla “militante” que efectúa esta mujer y su actualización en otros contextos. Las premisas ideológicas de la organización funcionan en este caso como argumento en las disputas matrimoniales.

5.2. Las afiliaciones disponibles para las migrantes de Altos de San Lorenzo

La posición de clase adquiere un lugar protagónico en el abanico de afiliaciones disponibles para las migrantes bolivianas en esta zona de la ciudad de La Plata. Como lo señalan diferentes/as autores/as, el devenir de las políticas económicas y sociales desde finales de la década de 1980 estuvo inextricablemente asociado a procesos de movilización colectiva novedosos, desarrollados principalmente en las periferias de las grandes y medianas ciudades del país. Estos fenómenos consolidaron el desarrollo de numerosas organizaciones con asiento territorial, que ganaron preponderancia en la morfología institucional de diferentes “barrios”. Tanto por su capacidad para canalizar demandas en un contexto de pauperización social y desarticulación de las principales estructuras partidarias y sindicales, como por su posicionamiento estratégico en la implementación de medidas que buscaban combatir/paliar la pobreza y la desocupación, estos movimientos aumentaron su presencia cuantitativa y cualitativa y presionaron para profundizar las políticas sociales ejecutadas a través de su intermediación (Auyero, 2000; Ferraudi Curto, 2009; Grimson, 2009; Merklen, 2000; Svampa, 2005; Svampa y Pereyra, 2003).

Las trayectorias de las migrantes de Altos de San Lorenzo evidencian que desde la década de 1990 muchas de ellas encontraron en los comedores comunitarios de esta y otras zonas de la ciudad un modo de acceder a beneficios alimentarios, primero, y a diferentes planes y programas sociales, después. Antes de integrarse al espacio donde realizamos nuestro trabajo de campo, habían transitado por organizaciones donde conocieron las lógicas de manifestación y redistribución de recursos características de estos movimientos.

En este sentido, en este barrio, la posición de “trabajador/a desocupado/a” –que articula “clase” con participación en organizaciones territoriales– está ampliamente extendida como modo de canalización de demandas que posibilitan el acceso a recursos. Tanto en términos identitarios como institucionales, el proceso histórico ha cristalizado un sujeto legítimo en ciertas disputas sociales. Adscribir a esta figura, por lo tanto, garantiza un lugar reconocido y reconocible en las disputas por los recursos en este contexto de recepción.

Finalmente, es necesario recordar que para las mujeres migrantes son pocas las posiciones instituidas a partir de las cuales pueden canalizar reclamos con eficacia. En Altos de San Lorenzo esta situación adquiere connotaciones más intensas, ya que no se observan configuraciones organizacionales alternativas a la señalada. A diferencia de sus maridos, que pueden llegar a mantener vínculos con sindicatos como el de obreros de la construcción, las mujeres del comedor no se integran en otros colectivos que les permitan presentar sus reclamos.

Entonces, la discriminación que dicen y temen experimentar en los vínculos con funcionarios de las instituciones oficiales señala los límites que las mujeres del comedor le asignan a la asunción de identificaciones nacionales en las disputas político-institucionales. Estas valoraciones parecen reactualizar, en un contexto específico, el argumento de la existencia de un “régimen de visibilización étnico” (Grimson, 2003, 2005 y 2009) en el cual, luego de la crisis de 2001, las posibilidades de desarrollar reclamos a través de organizaciones marcadas étnicamente se habrían restringido a cuestiones vinculadas a la tramitación de documentación y a la defensa y promoción de aspectos culturales.

Las demandas relativas al trabajo y la seguridad social, así como las vinculadas a los servicios públicos y a la protección frente al delito, no encuentran para estas mujeres canales apropiados de resolución si son desarrolladas por colectivos que explicitan su afiliación migratoria. Por el contrario, siguiendo su consideración del proceso, para posicionarse como miembros de segmentos poblacionales reconocidos tanto por las políticas sociales como por el discurso público dominante en la sociedad receptora, necesitarían integrarse en espacios con otras características. Así, sería la participación en el movimiento la que las habilitaría para exigir el cumplimiento de ciertos derechos económicos y sociales a través de su ingreso a la arena política.

Entonces, es posible proponer que en el comedor opera un “enclasamiento” de las mujeres bolivianas que lo integran. Al ampliar sus redes sociales y sostener los contextos a partir de los cuales adoptan y experimentan identificaciones vinculadas a la “clase”, este espacio se manifiesta como una vía de ingreso a posiciones legítimas en la disputa por la distribución de los recursos –en este caso, las “trabajadoras desocupadas”–, un medio de incorporación a un universo de prácticas y discursos que permite encarnar un lugar reconocido en ciertas disputas –específicamente por la distribución de los recursos de las políticas sociales– del proceso social. No es intensión de este trabajo discutir la entera configuración hegemónica de nuestro país y el lugar que la “clase” y la participación en organizaciones territoriales ocupan en él. Pero las evidencias de campo permiten proponer que estos criterios de clasificación social adquieren una relevancia ineludible para las mujeres de Altos de San Lorenzo en su interpretación de los modos de organización del conflicto social.

5.3. ¿Desplazamientos estratégicos?

Algunos de los testimonios expuestos previamente manifiestan la voluntad de estas mujeres de ampliar las redes en las que participan e integrarse a cadenas relacionales con mayor protagonismo de personas, que no son objeto de las atribuciones negativas y negativizadas de bolivianidad. En algunos casos, inclusive, esta pretensión parece implicar el borramiento/ocultamiento de la condición migrante, para integrarse como “un/a argentino/a más”. Entonces, el “enclasamiento” que habilita el comedor, descripto anteriormente, pareciera desarrollarse enmarcado en estos procesos.

Alejandro Grimson (2009: 45) destaca un “clasismo estratégico” de parte de migrantes que gestionan demandas al Estado a partir de adoptar posiciones identitarias relativas a la clase. Recuperando su perspectiva, nosotros consideramos que estas prácticas, además de un posicionamiento de clase, conllevan la búsqueda de disimular en ciertos espacios la historia migratoria personal y/o familiar. En este sentido, nuestra propuesta conecta estos planteos con el reconocimiento de la “presión discriminatoria” (Ribero Sierra, 2011) que perciben estas mujeres.

Entonces, nos preguntamos, ¿es posible caracterizar estas actitudes como “estratégicas”? ¿El posicionamiento de clase, como modo de invisibilizar en ciertos contextos el pasado migratorio, es un objetivo de los agentes o es –también– la expresión de las presiones del entorno social que legitiman y deslegitiman posiciones y adscripciones en función de las situaciones y acciones en las que participan los sujetos?

Dos argumentos permiten complejizar el interrogante. Por un lado, es importante reconocer que la adopción de posiciones identitarias relativas a la clase y la participación en redes institucionales priorizando tal adscripción no implica una negación de la “colectividad”. Focalizándonos en el comedor comunitario, observamos que, en su amplia mayoría, se encuentra compuesto por mujeres oriundas de Bolivia. Del mismo modo, considerando las redes de relaciones que reconstruimos previamente, vemos que, más allá de la búsqueda de colegios céntricos para sus hijos, nuestras entrevistadas eligen seguir manteniendo ámbitos de socialización ligados a la bolivianidad. Por lo demás, resulta evidente que esta pertenencia –y las relaciones que la sostienen– operan como un recurso que interviene en la posibilidad de acceso al comedor. En este sentido, la pertenencia a la “colectividad” así como el intento de disimularla, que orienta algunas estrategias de incorporación relevadas en este trabajo, manifiestan su “simultaneidad” (Levitt y Glick Shiller, 2004).

Estas constataciones podrían sugerir ciertos vínculos instrumentales con las pertenencias. Sin embargo, también encontramos testimonios que dan cuenta de la apropiación cotidiana de la posición de “trabajadoras desocupadas” y de la valoración de las modalidades que esta asume entre las integrantes de la organización. Si bien muchas de las relaciones que se fortalecen en el comedor son consideradas emergentes de una sociabilidad nacional, algunos de los elementos que las constituyen son referidos a un marco de interpretación relativo a la idea de “clase”. Podemos recuperar algunos fragmentos de nuestras conversaciones con Francisca, que nos dejan graficar estas apropiaciones. Ante la pregunta acerca de los cambios que significó en su vida la participación en el comedor, decía:

-Sí, porque en la casa nomás te aburres. Acá vengo, hablo con las compañeras, socializo más, hago amistad, conozco a las compañeras, su problema. Así del movimiento mismo también: aprendí muchas cosas: por qué salían, qué querían. También a valorarse una misma, no dejar que te discriminen.
-¿Eso lo aprendiste acá también? ¿Cómo?
-Porque las compañeras mismas te enseñan: aprendés a hablar, aprendes a perder la timidez, conocés cómo se maneja el Estado. Creo que es justo también pedir, ¿no?, todo eso que lo vamos a pedir: las condiciones en las que vivimos, no nos alcanza la plata. Hay muchas compañeras que por ahí son madres solteras, son viudas que necesitan, que no pueden ir a trabajar así de limpieza porque no pueden dejar a los chicos. Por eso sobre todo vienen acá, porque les queda más cerca también.

Francisca “aprende” modos de expresarse, funcionamientos institucionales y una moral que reivindica la lucha política, y en ese aprendizaje logra afirmarse, adquiere confianza para enfrentar las agresiones discriminatorias. Pero la seguridad que genera no se vincula con un orgullo “migrante”, sino que proviene de una visión de mundo que revaloriza a los sectores sociales oprimidos por medio de un “clasismo” que conecta las dificultades económicas con otras circunstancias de la vida, como la maternidad en soltería o la viudez. Sus compañeras en el comedor comunitario, que Francisca menciona como “paisanas” cuando habla de las fiestas que se organizan en Altos de San Lorenzo o de la frustrada experiencia contra la “inseguridad”, son nombradas por el vínculo organizacional cuando lo que prima es el señalamiento de las dificultades que atraviesan y la justicia de los reclamos que exigen medidas que reparen dicha situación. Si encontrarse con ellas implica eludir el aburrimiento, pero también aprender y adquirir confianza, la dimensión de la autoestima personal resulta un aspecto clave de la participación de esta mujer y del placer que le genera. En este sentido, el orgullo que experimenta es un aspecto inescindible de sus prácticas en la organización y le permiten asumir una posición legítima en el cotidiano de la vida que se trama en las actividades del comedor.

En este caso, los posicionamientos de clase no se producen a través de una decisión instrumental situacionalmente emplazada, sino que se recrean en la vida diaria y en las relaciones personales. La dimensión afirmativa de la adscripción, que se fundamenta en una experiencia valorada, permite reconocer la presión “clasista” –que también reproduce el movimiento– que se expresa a través de la posibilidad de ocupar posiciones desde las cuales discutir legítimamente una condición subordinada.

De esta manera, observamos que las adscripciones en términos de clase que desarrollan las mujeres bolivianas tienen lugar en un marco social que fija límites para los posicionamientos ligados a la bolivianidad y genera presiones para canalizar las demandas bajo registros clasistas. La experiencia de la discriminación no se articula políticamente en Altos de San Lorenzo, en parte porque la percepción de esta opera como disuasivo.66. Distintos/as i (…) Al mismo tiempo, para estas mujeres, el conflicto se organiza social y no étnica o nacionalmente. Ahora bien, como venimos exponiendo, esto no implica un movimiento especulativo de parte de los sujetos, sino que la experiencia de la injusticia y la opresión se semantiza con una discursividad de clase.

6. Conclusiones

En el transcurso de este texto hemos planteado la clase y la nacionalidad como dimensiones sobre las cuales los sujetos configuran sus posiciones identitarias, destacando el carácter diferencial que cada una adquiere en los contextos de intervención de las mujeres de Altos de San Lorenzo. Sin embargo, en su experiencia concreta, ambas modalidades de la existencia social se encuentran estrechamente interrelacionadas.

En apartados anteriores, dimos cuenta de la importancia de las redes de relaciones entre migrantes de este barrio en la conformación y el desarrollo del comedor comunitario. Los procesos de sociabilidad y reconocimiento que componen este sistema de interacciones entre paisanos conformaron una trama social sobre la que se asentó el movimiento, arraigando su existencia en esta territorialidad sociocultural. Por otra parte, también señalamos que la participación y conceptualización del espacio por parte de las mujeres migrantes se constituye a través de una referencia constante a su bolivianidad. De esta manera, observamos que los dispositivos práctico-discursivos que operan en los procesos de “enclasamiento” emergen parcialmente desde y actúan sobre una sociabilidad nacional.

El discurso de la organización enfatiza las injusticias sociales que provoca el “sistema” y la necesidad de enfrentarse a esta situación. Así, sienta las bases para la configuración de un entramado simbólico que caracteriza en términos de clase la condición social de las bolivianas de Altos de San Lorenzo y justifica los procesos de disputa de recursos que motoriza el movimiento. Las apropiaciones de este relato que realizan las migrantes materializan estas representaciones encarnando en sujetos conocidos de su vida barrial las categorías con las que se clasifica el devenir social.

La cita de Francisca que señalaba sus “aprendizajes” en la organización evidencia el rol pedagógico que les asigna a sus “compañeras”. Según su relato, le enseñan a perder la timidez, a enfrentarse a quienes la discriminan y el sentido de las “luchas” que el colectivo desarrolla. Cuando argumenta la justificación de las medidas menciona a “viudas y madres solteras” que no pueden ir a trabajar “de limpieza” porque no tienen con quién dejar a sus hijos/as. Así, el sujeto social que da sentido al accionar del movimiento aparece cristalizado en las mujeres que Francisca conoce de su vida en el barrio e, inclusive, de su pasado en Bolivia.

En este sentido, el posicionamiento de clase que protagonizan las mujeres de Altos de San Lorenzo supone la existencia extendida en la zona de redes de sociabilidad y reconocimiento recíproco que no tienen a esta adscripción como prioritaria. A través del ingreso al movimiento, y por medio de una ampliación de las relaciones y de los discursos experimentados, los lazos nacionales también pueden ser considerados como vínculos clasistas. De esta manera, la trama local del barrio establece un marco de posibilidades para el desarrollo de los procesos de “enclasamiento” que, con el nombre de “conciencia política y de clase”, emprende el movimiento. Este “enclasamiento”, entonces, supone un proceso de articulación de las diferencias culturales que Hommi Bhabha llamó “traducción”, es decir, la modulación entre las identificaciones “bolivianas” relevantes en la sociabilidad barrial y las promovidas por la organización social.

A su vez, la identidad nacional no es para nuestras entrevistadas una posición legítima en sus intentos de consolidación de un colectivo desde el cual interactuar con las instituciones y sujetos de la sociedad de destino. A diferencia de lo expuesto por distintos especialistas en la temática (Caggiano, 2005; Gavazzo, 2004; Grimson, 1999), estas migrantes no buscan dialogar con las representaciones sobre la bolivianidad circulantes en el contexto de recepción, como una estrategia de “incorporación”. Por el contrario, en esferas de interacción interculturales, especialmente en aquellas constituidas por integrantes de las agencias estatales, las mujeres de Altos de San Lorenzo eligen adoptar lógicas desbolivianizantes, en el sentido de “disimular” su pasado migratorio.

Este proceso, que no solo se despliega por medio de estrategias conscientes, encuentra en el comedor comunitario una instancia más de su desarrollo. Las posibilidades y mecanismos de “enclasamiento” que la organización pone en juego son apropiadas en el marco de presiones discriminatorias que operan de diversos modos en la vida de las migrantes. En este sentido, las representaciones negativas que recaen sobre “lo(s) boliviano(s)” son un aspecto ineludible de su experiencia clasista.

En síntesis, clase, género y nacionalidad aparecen como dimensiones que se articulan de modo muy dinámico en los procesos de “incorporación” descriptos. Ser “trabajadora desocupada”, ser “mujer” y ser “migrante boliviana” adquieren, para nuestras entrevistadas, sentidos variables en función de las situaciones que atraviesan. Así como la construcción de sus sentidos específicos les demanda un ejercicio de interrelación simbólica de la experiencia con diferentes procesos e instituciones, conectando la vida en el hogar, el barrio y la organización con las redes de significados que dan concreción a las categorías que articulan estas dimensiones, estos ejercicios se realizan a partir de una dinámica de encuentros y relaciones comunes. A partir de la vivencia compartida en espacios como el comedor comunitario, se modelan diferentes aspectos del propio ser, entre los cuales emergen las dimensiones trabajadas. Estas dimensiones, entonces, no solo se conectan y articulan situacionalmente, sino que se constituyen entrelazadas emergiendo en el “entremedio” que conforman diariamente. Ahora bien, estas modulaciones identitarias no implican la búsqueda por autorizar nuevas posiciones públicas, sino que se vuelven operativas en el marco de sus relaciones cotidianas.

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1.

Licenciado en Comunicación Social, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata; Magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural, Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), Universidad Nacional de San Martín; y candidato a doctor, Instituto de Desarrollo Económico y Social y Universidad Nacional de General Sarmiento. Becario Doctoral (CONICET-CIS/IDES).federodrigo@gmail.com.

2.

La utilización del prefijo “neo” responde a la búsqueda por destacar la construcción de una “nueva” identidad nacional en el contexto migratorio (Caggiano, 2005; Gavazzo, 2004;Grimson, 1999).

3.

Así se conoce a los grupos de activistas que, entre fines de la década de 1990 y comienzos del 2000, emprendieron diversas estrategias de protesta y organización colectiva consolidando el surgimiento de un nuevo sujeto social y político en la escena nacional: los “trabajadores desocupados”. Si bien adquirió la denominación de “piqueteros” –muchas veces resistida por los actores– luego de los cortes de ruta realizados en la región patagónica por ex empleados de la petrolera YPF en la segunda mitad de los años noventa, tuvieron un fuerte desarrollo en las periferias de las grandes y medianas ciudades del país en la década siguiente. En un contexto de creciente exclusión y de desarticulación de los actores sindicales, lograron constituir redes sociales locales que presionaron por acceder por distintas vías a las políticas focalizadas que, para enfrentar la pobreza, implementaba el Estado (Auyero, 2000; Cerruti y Grimson, 2003; Ferraudi Curto, 2009; Grimson, 2009; Merklen, 2000; Svampa, 2005; Svampa y Pereyra, 2003).

4.

La diferenciación entre “militantes” y “compañeros/as de base” es una clasificación nativa, desarrollada especialmente por los/as primeros/as. En este comedor particular, asistían periódicamente como “militantes” su principal referente, un docente de aproximadamente 40 años y cuatro jóvenes, todos/as ellos/as estudiantes universitarios/as.

5.

Los estudios sobre la migración boliviana a la Argentina han encontrado funcionamientos disímiles en lo que respecta a la relación entre identificaciones nacionales y regionales para las personas arribadas a nuestro país. Para profundizar en esta discusión ver Grimson (1999) y Caggiano (2005).

6.

Distintos/as investigadores/as dieron cuenta de la relevancia política que, en ciertos contextos, adquieren organizaciones de migrantes bolivianos/as (Caggiano, 2005; Benencia, 2011; Gavazzo, 2004; Grimson, 1999; Pizarro, 2011). El contraste con lo que encontramos en nuestro trabajo requiere un detenimiento que por cuestiones de espacio no podemos darle en este artículo. Aquí solo queremos remarcar que la redefinición de las representaciones negativas sobre la bolivianidad, entendida como operación política en campos sociales interculturales, demanda la creación de estructuras materiales y simbólicas que, por ahora, exceden las capacidades de nuestras entrevistadas.