Introducción
La etnografía de lo urbano y lo urbano en la etnografía

Por Gabriel D. Noel1 y Ramiro Segura2

El presente dossier se propone como una invitación a reflexionar acerca de las etnografías de lo urbano en una doble dirección. Por un lado, etnografías de lo urbano remite directamente a una interrogación acerca de la productividad de la estrategia etnográfica en el abordaje de la ciudad y de lo urbano desde un punto de vista específico (y relativamente novedoso) respecto de otros enfoques más consolidados en el campo de los estudios urbanos. Por otro lado, y de manera simultánea, etnografías de lo urbano busca reflexionar (y eventualmente desnaturalizar) lo que entendemos por el propio objeto del ejercicio etnográfico: esa condición engañosamente transparente que suele denominarse “lo urbano”.

Aunque nunca resulte sencillo rastrear los orígenes de una práctica y un campo de saber –y más allá de que las genealogías suelen caer con frecuencia en el vicio presentista de legitimar retrospectivamente las posiciones contemporáneas de quienes las escriben–, no quisiéramos dejar de señalar aquí que ambas preocupaciones (la posibilidad de etnografiar lo urbano y el estatuto de lo urbano etnografiado) remiten a una temporalidad de larga duración y a un derrotero tan sinuoso como rico, aunque frecuentemente haya resultado ocluido por las representaciones más exotistas de nuestra disciplina, con sus hincapiés en paraísos insulares, reservaciones indígenas y aldeas campesinas.

A la luz de esta mezcla de constatación y advertencia, nos limitaremos entonces a componer aquí una breve caracterización del campo de fuerzas y debates en el que se despliegan las etnografías de lo urbano como las que integran este dossier, sin perder de vista que aun cuando hace tiempo ya que la legitimidad de un acercamiento etnográfico de lo urbano está fuera de toda disputa, no siempre ello debe leerse como signo de que hayamos hecho justicia a todo el potencial de la mencionada larga e intrincada discusión acerca de “lo urbano”. Por el contrario, lo que constatamos con frecuencia es la estabilización de ciertas representaciones y tropos problemáticos que reducen la heterogeneidad histórica, social y espacial que el término engloba y simultáneamente aplana.

Etnografías de lo urbano

Los antecedentes de la etnografía en escenarios urbanos se han buscado en momentos históricos y contextos sociales diversos: la consolidación de la ciudad industrial inglesa a mediados del siglo XIX y la consecuente preocupación por la vida de las clases populares, entre los cuales se destaca en virtud de su notoriedad (aunque no sea ni la primera ni la única obra de esta clase) La situación de clase obrera en Inglaterra, de Friedrich Engels (1845); la rápida metropolización de Berlín a finales del siglo XIX, que motorizó la reflexión de autores como Georg Simmel acerca de la condición urbana (1903), y posteriores ejercicios “etnográficos” como Los empleados –esa nueva figura que emergía en el paisaje metropolitano de la capital–, de Sigfried Kracauer (1930); la vertiginosa urbanización de la ciudad norteamericana de Chicago a inicios del siglo XX en el marco de la cual se elaboraron las etnografías de cada una de las “estelas” que componían lo que se imaginó como un “mosaico” de culturas en la ciudad (barrios de afroamericanos e italoamericanos, barrios afluentes de la costa del lago Michigan, el gueto judío, las agrupaciones juveniles en esquinas de la ciudad, los vagabundos que llevaban una vida itinerante en los vagones de los trenes de carga, los clubes de baile o las trayectorias sociales de delincuentes) (Park, 1999; Park y Burgess, 1925; Wirth, 1938; qqv. Hannerz, 1986: 29-72); las ciudades del Midwest estadounidense a la sombra de la Gran Depresión (Lynd y Lynd, 1927 y 1929) o la expansión de company towns mineras durante las primeras décadas del siglo XX en África Central y los consecuentes procesos de urbanización y “destribalización” que llamaron la atención a los antropólogos británicos que se agruparon bajo la égida de Max Gluckman en el Rhodes-Livingstone Institute y la Universidad de Manchester (Mitchell, 1956; Evens y Handelman, 2006).

Sin embargo, más allá de estas fructíferas experiencias, que comparten el desafío de haberse desarrollado en contextos en rápida transformación y con una audacia teórico-metodológica recompensada por la densidad y la fecundidad heurística de sus hallazgos, la antropología como disciplina mantuvo durante mucho tiempo una relación compleja con la ciudad en tanto objeto. Esto se debió a la persistencia de una doble exigencia, que configurada a partir de los escenarios ya mencionados en los cuales sus practicantes fueron construyendo la moderna agenda etnográfica –la aldea, la isla, la reservación– se prolongó de manera casi siempre irreflexiva en el abordaje sucesivo de escenarios alternativos y en la construcción de objetos analíticos en diálogo con ellos. Así, encontramos por un lado lo que podríamos denominar la exigencia de totalización, es decir, la pretensión holística que se propone como objetivo representar un grupo social en su totalidad –y, por lo tanto, la tendencia a realizar investigaciones de campo en agrupamientos sociales de escala reducida, siempre que fuera posible, o “fabricarlos” circunscribiendo unidades menores cuando esto no sucedía–. Por el otro, lo que podríamos llamar la exigencia de alteridad, es decir, la prioridad –o lo que es lo mismo, la valoración diferencial positiva– otorgada a la comprensión de aquellos “otros” que pudieran mostrarse como sustantivamente distintos de los colectivos a los que pertenecía el investigador ; lo cual, en el extremo, ha alentado tanto las búsquedas de otros exóticos como la exotización de quienes pudieran parecer demasiado familiares como para resultar dignos de una mirada antropológica propiamente dicha. De esta manera, mientras que el holismo como constricción teórica llevó a los investigadores a formularse la pregunta de cómo estudiar antropológicamente una ciudad, la exigencia de alteridad como desideratum epistemológico los llevó a interrogarse acerca de cómo trabajar con quienes fundamentalmente son nuestros vecinos, o incluso gente como nosotros.

La larga sombra de esta doble exigencia no solo nos permite comprender la tardía consolidación de la “antropología urbana” como campo específico, reconocible y legítimo dentro de la disciplina – proceso que habrá de ocurrir a lo largo de las dos décadas que llevan de 1960 a 1980, dependiendo de las dinámicas específicas de las distintas tradiciones metropolitanas y de sus variables impactos allende las fronteras nacionales. También nos brindan pistas para comprender el procedimiento más o menos explícito desplegado en la construcción de los objetos de investigación en sede urbana. Así, y aun siendo conscientes de las excepciones al respecto, es posible coincidir con Michèlle de La Pradelle (2007) en que esta doble prescripción se tradujo en el predominio de una suerte de “etnologización” de la vida urbana en una serie de investigaciones antropológicas en la ciudad que responden a la búsqueda por recortar al interior del espacio urbano universos imaginados como autónomos –“barrios”, “enclaves” o incluso “instituciones”– sobre la base de criterios como la co-residencia, la etnia y/o la esfera de actividad de diversos “otros” y donde la tarea consistiría en comprender su “cultura” o “subcultura” específica y relativamente autónoma. Ciertamente, este modo inusualmente persistente –y muchas veces naturalizado– de practicar una cierta forma de etnografía urbana ha encontrado con frecuencia credenciales de legitimidad en las referencias a la labor pionera y ya mencionada de la primera Escuela de Chicago, que bajo el ascendiente y la dirección de Robert Ezra Park, abordara a la ciudad como una suma de particularidades aisladas, relativamente circunscriptas y en gran medida homogéneas que, paradójicamente, hacen desaparecer a la ciudad del horizonte de la reflexión, reduciéndola –y esto en el mejor de los casos– a un mero paño de fondo donde uno puede localizar los fenómenos analizados (Hannerz, 1986: 29-72). Pero esta legitimación retrospectiva debería tener en cuenta no solo el hecho de que la metáfora de la ciudad como una suerte de yuxtaposición de aldeas ha sido objeto de numerosas críticas –algunas de ellas prácticamente contemporáneas de las formulaciones originales de los discípulos y epígonos de Park–, sino sobre todo el que hace ya bastante tiempo que se han desarrollado estrategias de abordaje de los fenómenos sociales (y no nos referimos solo a los urbanos) que, atentas a las interconexiones, las movilidades y la multiescalaridad de la vida social, han llamado la atención acerca de la ilusión de las metáforas del archipiélago cultural y el mosaico urbano (Hannerz, 1986: 272-350; Barth, 2000; Gupta y Ferguson, 2008).

Más allá de la suerte que la agenda urbana ha corrido en las agendas antropológicas metropolitanas, otro ha sido el destino de las proclividades disciplinares en el caso de los estudios antropológicos latinoamericanos. En efecto, en nuestra región (como en muchas otras correspondientes a la periferia de nuestras disciplinas) la realización de trabajo sobre el terreno en contextos urbanos pertenecientes a la propia sociedad del investigador ha sido una constante desde la misma constitución del campo antropológico, fundamentalmente debido a la ausencia de territorios coloniales en los que desplegar la estrategia de etnografía ultramarina que caracterizara a los momentos expansivos de las agendas metropolitanas. Justamente por ello –e independientemente de las características del espacio bajo análisis– las “antropologías periféricas” solo pudieron sujetarse parcialmente a las exigencias de distancia, alteridad y comparación propias de las “antropologías imperiales” (Stocking, 1982), criterios que –como hemos mencionado– obturaron durante mucho tiempo la realización –o al menos la legitimación y consagración– de etnografías urbanas en las metrópolis. Pese a todo, estas condiciones alternativas no han sido obstáculo para que las antropologías periféricas hayan indagado con éxito sus propias sociedades, lo que muestra –siguiendo a Teresa Caldeira (2001: 21)– “que la alteridad es menos una exigencia inmutable de método que un efecto de poder” en un movimiento que potencialmente3 adelantó en nuestras antropologías las críticas que desde los centros hegemónicos se realizarían más tarde a varios de los tropos clásicos de la antropología.

Etnografías de lo urbano

A su vez, sabemos que la etnografía no es solo una estrategia y un dispositivo metodológico, sino también una forma específica de producir teoría social, que apuesta especialmente a interrogar las formas naturalizadas y consolidadas de construir objetos analíticos en ciencias sociales. Justamente por esto mismo, “etnografías de lo urbano” no solo remite a la posibilidad de estudiar la vida urbana, sino también a que, al hacerlo, nos alienta a repensar los límites y los contenidos de “lo urbano”. En esta dirección, de manera análoga a lo que ya hemos mencionado en relación con los ejercicios etnográficos en la ciudad, podemos identificar una oscilante reflexión de larga duración en el propio desarrollo disciplinar y que podríamos –o aún deberíamos– recuperar para problematizar las imágenes universalistas y naturalizadas acerca de lo que sería la ciudad y de lo que caracterizaría en consecuencia a la vida urbana.

En efecto, como señaló recientemente Jennifer Robinson (2011), la “geografía de la teoría” dominante en los estudios urbanos se restringe con frecuencia a las experiencias y las historias de unas pocas ciudades metropolitanas occidentales: Londres, Chicago, París, Berlín, New York, más tarde Los Ángeles o Tokio. La mayor parte de los conceptos con los cuales trabajamos han surgido del análisis de estos casos particulares que, una vez universalizados, se han transformado en parámetro para analizar otros contextos, otras historias, otras ciudades. Y en este marco, una de las operaciones más habituales ha implicado la contraposición de estas ciudades “occidentales” (asociadas a lo global y a lo moderno) con ciudades dependientes, “del tercer mundo” o del “sur global” (asociadas al subdesarrollo y los problemas sociales y urbanos). Así, por ejemplo, durante la segunda mitad del siglo XX se definió a “la ciudad latinoamericana” por su distancia respecto a los parámetros occidentales, desconociendo no sólo la heterogeneidad urbana del continente –no es lo mismo São Paulo que Port-au-Prince, Santiago de Chile que Managua–, sino también las convergencias –que las hay, y muchas– con desarrollos urbanos de otras latitudes, convergencias que son escotomizadas desde la misma selección de los casos o incluso de las dimensiones a ser comparadas.

Mezcla de particularidad y generalización, por tanto, los conceptos y las teorías urbanos son producidos en lugares específicos –y esos lugares, como venimos diciendo, importan– y se encuentran sucesivamente sujetos a una historia de viajes, apropiaciones, préstamos y resignificaciones. Por eso, Robinson (2002) propone retomar la idea de “ciudad ordinaria” presente en los trabajos de la Escuela de Manchester (Evens y Handelman, 2006), entendida en tanto locus donde mirar procesos compartidos con otras ciudades a la vez que particularidades locales, a los fines de dialogar críticamente con conceptos construidos en otras latitudes. En definitiva, se trata siguiendo a Ananya Roy (2013) de trabajar con geografías teóricas abiertas, que incluyen, cabe señalar, el trabajo teórico y metodológico realizado en los centros, aunque sometido al debido proceso de provincialización (Chakrabarty, 2008), para producir una serie de conceptos que permitan reconocer la heterogeneidad y multiplicidad de las modernidades metropolitanas y la diversidad de modos de existencia de lo urbano. La etnografía en/de “ciudades ordinarias” emerge, entonces, como una práctica poderosa para desestabilizar ciertos imaginarios urbanos que hacen las veces de sentido común académico y para comenzar a comprender lo urbano etnográficamente, esto es, en sus manifestaciones particulares y específicas.

A su vez, esta particularización, provincialización y re-localización invita a un segundo proceso de desnaturalización, que supone interrogarse acerca de la sinonimia establecida entre ciudad y metrópoli. En efecto, resulta frecuente que las representaciones estabilizadas de la ciudad en el mainstream de los estudios urbanos se hayan construido en torno de las metrópolis como las ya enumeradas –en particular cuando la fascinación moderna (o incluso modernista) por el frenesí de la vida urbana en la Berlín de Simmel, la Chicago de Park o la París de Halbwachs se encuentra en la base de la genealogía de nuestras indagaciones–. Más aún, en el caso particular de nuestra región, esta persistencia encuentra una afinidad electiva con las condiciones peculiares en que la población se ha concentrado en las grandes capitales de América Latina, y que ha llevado a la agenda de la antropología urbana de la región a concentrarse en las aglomeraciones de mayor tamaño en detrimento de los núcleos poblacionales medianos y pequeños, suscitando un sesgo que no se limita a la relativa invisibilización que las aglomeraciones menores sufren a expensas de la metrópolis, sino que producen como parte de sus principales consecuencias epistemológicas una generalización indebida construida sobre la base de lo que no es más que un caso peculiar y anómalo. Más específicamente: si se toma como parámetro de “lo urbano” esas ciudades excepcionales que con frecuencia superan con holgura varios millones de habitantes, y sobre esa base se define por default una condición urbana abstracta y generalizada que luego procede a extrapolarse a cualquier posible aglomeración calificable como urbana, queda claro que la mayor parte de los conglomerados de menor tamaño y sus atributos serán leídos en clave de insuficiencia, fracaso, estancamiento, atraso o anomalía, cuando no sencillamente ignorados o exorcizados de la consideración de la agenda de los estudios urbanos, desterrados a enclaves (sub)disciplinarios tan específicos como marginales, o arrinconados en una agenda residual que los deriva al campamento simétrico de los “estudios rurales”. Lo paradójico de esta asimilación de lo urbano a lo metropolitano es que cuando se lo piensa con más detenimiento son en realidad la Chicago de Park y Wirth, la Berlín de Simmel, la París de Halbwachs o el eje Nueva York/Londres de Sassen las que constituyen anomalías notorias, no solo en lo que refiere a su tamaño, sino a los restantes factores asociados a su escala y a su posición en los sistemas de los que forman parte. La mayor parte de los habitantes urbanos del planeta, como se ha señalado con frecuencia, no viven en las grandes megalópolis sino más bien en aglomeraciones de tamaño mediano a pequeño, que difícilmente puedan ser comprendidas a partir de la extensión acrítica de los resultados de las investigaciones en las grandes metrópolis. Ciertamente, es el caso –al menos en nuestra región– que la mayor parte de los científicos sociales sí residan en ellas, y que, por tanto, alentados por el refuerzo que ofrecen ciertos imaginarios metropolitanos que tienden a pensar las relaciones de estas ciudades con sus países respectivos en clave de sinécdoque –y Argentina ciertamente constituye en este sentido un caso extremo– las naturalicen al momento de construir sus objetos analíticos.

Afortunadamente, sin embargo, la situación ha comenzado a cambiar en las últimas décadas, cuando como consecuencia de un proceso dinámico de transformación a nivel regional cuyas principales características incluyen la disminución de la tradicional primacía urbana, el crecimiento relativamente rápido de centros secundarios y la emergencia de un sistema urbano más complejo, la atención de numerosos investigadores se ha ido deslizando en dirección a aglomeraciones de menor tamaño y en muchos casos relativamente alejadas de las correspondientes metrópolis (Greene, 2015).

Contribuciones a una Etnografía de lo Urbano

A lo largo de los párrafos precedentes, esperamos haber dejado claro que la apuesta por etnografías de lo urbano que en su propio desarrollo –léase, en su acercamiento “de cerca y desde adentro” (Magnani, 2002) a las prácticas sociales de actores espacialmente situados– produzcan conocimiento sobre los modos diversos de la condición urbana en un mundo interconectado constituye un horizonte no solo posible, sino deseable para la investigación antropológica en contextos urbanos. En este sentido, las contribuciones del presente dossier comparten esa doble interrogación simétrica que señaláramos al principio de esta presentación: la pregunta por la productividad de la estrategia etnográfica en el abordaje de “lo urbano” y la reflexividad teórica y metodológica (o incluso epistemológica) acerca del estatuto de lo urbano” a partir de esa misma indagación.

Así, el texto de Salamanca Villamizar y Astudillo Pizarro propone movilizar una mirada específicamente etnográfica sobre un problema transdisciplinar que ha ingresado recientemente al campo de los estudios urbanos –el de la “justicia espacial”– a los efectos de mostrar de qué manera la especificidad de esta estrategia permite mantener en tensión la fecundidad de una pregunta que es a la vez sociológica y política, teórica y moral, en diálogo con las prácticas de actores situados en configuraciones complejas y conflictivas. Bachiller, por su parte, reactualiza a partir de su estudio de personas en situación de calle un fecundo debate en torno a la relación de determinados repertorios subculturales con sus contrapartes hegemónicas mostrando de manera cabal hasta qué punto los insularismos “culturalistas” y exotizantes en los que a veces se regodean varios cronistas de lo subalterno –ya sea en las versiones populistas que ven en esas supuestas “culturas” una resistencia virtuosa o un repositorio de valores pedidos, ya en las miserabilistas que coquetean con eso que siguiendo a Philippe Bourgois (2010) podríamos llamar “pornografía de lo sórdido”– impiden reconocer la complejidad de repertorios de identificación, de representación y de acción (Noel, 2013) que enhebran recursos de origen diverso, tanto hegemónicos y de circulación extendida como más restringidos y específicos de ciertos dominios de relación y de acción. Por último, los trabajos de Cravino, Tammarazio y Privitera Sixto iluminan de manera eminente la necesidad de complementar las miradas construidas a partir de una inserción local en el terreno –y no está de más recordar que esa inserción local ha constituido durante mucho tiempo una de las notas definitorias de la etnografía– sobre la inseguridad en los asentamientos informales, las políticas de urbanización de barrios en el conurbano y las disputas por el espacio público en la ciudad de Buenos Aires respectivamente, con el relevamiento de diversas tensiones que exceden ese marco, que lo atraviesan, configuran e interpelan, ya se trate de modalidades de relación construidas desde diversos dispositivos estatales o gubernamentales, o de proyectos político-morales impulsados por colectivos específicos y que se encarnan en modalidades explícitas de uso y disfrute del espacio público y sus beneficios.

A modo de cierre –y retomando el carácter de invitación con el que calificáramos la aparición de este dossier–, quisiéramos poner de manifiesto nuestra intención de que tanto estas, nuestras palabras iniciales, como –sobre todo– los trabajos en él compilados contribuyan a alentar sucesivos emprendimientos en etnografías de lo urbano que nos permitan a la vez recoger y seguir ampliando esta creciente tradición que, al tiempo que se interroga sobre las diversas formas que asume “lo urbano” en las sociedades contemporáneas, nos impulsa a esa revisión teórico-metodológica permanente que prácticamente desde sus inicios ha constituido la marca de la buena antropología.

Bibliografía citada

Barth, Frederik (2000). “A análise da cultura nas sociedades complexas”, en: O Guru, o iniciador e outras variações antropológicas. Rio de Janeiro, Contracapa. pp. 107-119.

Bourgois, Philippe (2010) [1996]. En Busca del Respeto. Vendiendo Crack en Harlem. Buenos Aires, Siglo XXI.

Chakrabarty, Dipesh (2008). Al Margen de Europa. Pensamiento Poscolonial y Diferencia Histórica. Buenos Aires, Tusquets.

De la Pradelle, Michèle (2007) [2000] “La Ciudad de los Antropólogos”, CulturaUrbana.cl, Nº 4, documento electrónico: www.cultura-urbana.cl, acceso 10 de agosto de 2016.

Engels, Friedrich (1978) [1845] La situación de clase obrera en Inglaterra. Barcelona, Crítica.

Evens, T. M. S. and Don Handelman (Eds.) (2006). The Manchester School. Practice and Ethnographic Praxis in Anthropology. NY, Berghahn Books.

Greene, Ricardo (2015). “Urbano No Metropolitano”. Acta de Congreso, Santiago de Chile, Bifurcaciones.

Gupta, Akhil y James Ferguson (2008). “Más allá de la “cultura”. Espacio, identidad y las políticas de la diferencia”, Antípoda, Nº 7, pp. 233-256.

Hannerz, Ulf (1986). Exploración de la Ciudad. México, FCE.

Kracauer, Sigfried (2008) [1930]. Los empleados: un aspecto de la Alemania más reciente. Barcelona, Gedisa.

Lynd, Robert S. y Merrell Lynd, Helen (1957) [1927]. Middletown. A Study in Modern American Culture. NY, Harcourt Brace Jovanovich.

Lynd, Robert S. y Merrell Lynd, Helen (1965) [1929]. Middletown in Transition. A Study in Cultural Conflicts. NY, Harcourt Brace.

Mitchell, J. Clyde (1956). “A dança Kalela: aspectos das relaçoes sociais entre africanos urbanizados na Rodésia do Norte”, en Feldman-Bianco, Bela (Org.) (2010): Antropologia das Sociedades Contemporâneas. Métodos. Sao Paulo, FEU-UNESP. pp. 365-436.

Noel, Gabriel D. (2013). “De los Códigos a los Repertorios: Algunos Atavismos Persistentes Acerca de la Cultura y una Propuesta de Reformulación”, Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales, Vol. 3, Nº 2, documento electrónico: http://www.relmecs.fahce.unlp.edu.ar/article/view/relmecs_v03n02a04, acceso 10 de agosto de 2016.

Park, Robert (1999) [1915]. “La ciudad: sugerencias para la investigación del comportamiento humano en el medio urbano”, en: La Ciudad. Barcelona, Ediciones del Serbal. pp. 49-84.

Park, Robert y Ernest Burgess (Eds.) (1925). The City. Chicago, UCP.

Simmel, Georg (2001) [1903]. “Las grandes urbes y la vida del espíritu”, en: El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de la cultura. Barcelona, Ediciones Península. pp. 375-398.

Stocking, George W. (1982). “Afterword: a View from the Center”, Ethnos, Vol. 47, Nº 1, pp. 173-186.

Ribeiro, Gustavo Lins y Escobar, Arturo (2008). “Antropologías del Mundo: Transformaciones Disciplinarias dentro de Sistemas de Poder”, en Antropologías del Mundo. Transformaciones Disciplinarias dentro de Sistemas de Poder. Bogotá, Envión Editores. pp. 11-42.

Wirth, Louis (2005) [1938]. “El urbanismo como modo de vida”, Bifurcaciones. Revista de Estudios Culturales Urbanos, Nº 2, pp. 1-15.

1.

IDAES-UNSAM, CONICET

2.

IDAES-UNSAM, CONICET

3.

Decimos potencialmente, ya que no desconocemos la “geopolítica del conocimiento” que generalmente ha imposibilitado que las antropologías periféricas impacten en el debate de las antropologías metropolitanas, a la vez que ha (re)ordenado la circulación de las ideas como si estas siempre fluyeran unidireccionalmente desde el centro hacia la periferia (Ribeiro y Escobar, 2008).