Reseña

Por José Garriga Zucal1

Mancini, Inés. Prevención social del delito. Relaciones entre agentes estatales y jóvenes de sectores populares. Buenos Aires, UNSAM EDITA, 2015, 196 pp.

Un entramado sinuoso de interacciones recorre el libro. Mancini nos sumerge en un universo de relaciones inestables y endebles fruto de una política de prevención del delito en una villa de la ciudad de Buenos Aires. Junto a beneficiarios y operadores -denominaciones que toman los actores en el aquí analizado Programa Comunidades Vulnerables-, recorremos el trazado de una política pública. El diseño de dicha política nos pone ante un tema que ha sido abordado en profundidad por las ciencias sociales: el delito y sus formas de prevención. Sin embargo, la propuesta del libro es innovadora: estudiar etnográficamente las operaciones que realiza el Estado para conjurar el delito a través de la prevención. El Programa Comunidades Vulnerables proponía a los jóvenes -vinculados de formas diferentes y diversas con el delito- una transformación identitaria incentivándolos materialmente por medio de un mínimo estipendio para ahuyentarlos de toda transgresión a la ley. El libro nos sumerge por medio de la etnografía en los laberintos de la relación entre estos jóvenes -beneficiarios- y los responsables de poner en acto la mutación identitaria -operadores-. El aporte etnográfico es sumamente sustantivo ya que ilumina las múltiples formas de relaciones existentes alejadas del deseo imaginario -y por qué no ingenuo- de los planificadores.

Así, en la descripción etnográfica asoma el “rostro humano del Estado”, es decir, el Estado encarnado en actores. Nos sumergimos en la villa, buceamos en un mundo relacional complejo y observamos una de las dimensiones del Estado. La autora diferencia analíticamente dos tipos de matrices que toman los operadores para interactuar con los beneficiarios, desnudando la trama compleja de la acción. Por un lado están los operadores que tejen vínculos afectivos e intentan resolver con una dosis de carisma el devenir de una relación compleja. Por el otro lado, están los operadores que ajustan sus interacciones en la normativa institucional. Los primeros más comprometidos y los segundos más distantes descubren el ambiguo hacer del Estado para con estos jóvenes -en una de sus dimensiones y sin dudas la más benévola para ellos–. Los operadores en sus diferencias -incoherentes y vacilantes- coprotagonistas de la trama relacional que da cuenta el libro dejan al descubierto el hacer del Estado.

El Programa Comunidades Vulnerables propone a través de la relación entre beneficiarios y operadores la mutación de las identidades trasgresoras. La inclusión en el programa es comprendida como una herramienta capaz de reorientar las prácticas de los jóvenes vulnerables. El plan y el voluntarismo de algunos operadores idealizan a las identidades disociadas de las relaciones sociales y de los contextos condicionantes. Sólo así es posible que la inclusión sea proyectada como la construcción de una nueva identidad. Por ello, asocian el fracaso, entonces, a la incapacidad de los beneficiarios de “rescatarse”. La autora al describir la villa y sus formas de regulación moral espanta los fantasmas del individualismo que revolotea en estas percepciones. Señala en tono crítico cómo el Programa Comunidades Vulnerables solicita que se abandonen actitudes irracionales de riesgo, como si estas fueran una elección individual y consciente, olvidando que son formas de socialización. Aparte, en la operación de exhibición de las diferentes percepciones sobre la mutación identitaria, la autora nos muestra valores morales diferentes entre beneficiarios y operadores y las tensiones que producen la posibilidad o imposibilidad de la conversión.

Además, el libro revela cómo algunos de los jóvenes no deberían ser favorecidos con su inclusión en el programa, ya que su perfil es diferente al diseñado por el plan y, sin embargo, ingresan. Una vez más lo sustantivo del trabajo etnográfico es analizar la manipulación de los sistemas de clasificación que los actores realizan -tanto los operadores como los beneficiarios- en un trama compleja de interacciones e intercambios varios. Una y otra vez nos encontramos con discusiones acerca de quién merece el plan. Los operadores desenvuelven desiguales juicios meritocráticos de acceso al programa, que se ajustan a sus discreciones morales. Ahora bien, en el libro se analizan exhaustivamente los criterios acuñados al calor de las relaciones que los distintos tipos de operadores tienen con los beneficiarios. Los recortes de los objetos de investigación, ineludibles, dejan en un segundo lugar, en este caso, cómo otras relaciones sociales en las que están insertos los operadores -interpretaciones diferentes de vulnerabilidad, representaciones del delito, etc.- configuran ideas de merecimiento.

Los beneficiarios también exhiben sus ambigüedades e incoherencias. Múltiples razones ajustan la acción de estos jóvenes, la lógica pecuniaria, lo afectivo, el deseo impreciso de “rescatarse” –salir del mundo del delito. Las interacciones de los jóvenes con los operadores mutan en tanto se solidifican o resquebrajan cuestiones afectivas. Además, se muestran los criterios de los beneficiarios para cumplir la regla de asistencia a las reuniones del programa. Aquí sí la autora analiza las razones que superan al programa, dando luz al enredo del mundo relacional de los beneficiarios. Enredo en tanto no puede pensarse como hacen los apologistas de la mano dura como homogéneos y aislados, es decir: los jóvenes se encuentran vinculados con numerosos actores que fomentan o no su “rescate”. El recorrido de las trayectorias posibles de los beneficiarios una vez que son egresados-expulsados del programa ubica el tema del delito y su prevención en el punto justo de su complejidad. Imposible de reducir esta al voluntarismo del individuo ante sus condiciones.

Una vez más -esto es una noción/obsesión del reseñista más que del libro- la etnografía nos muestra una de sus tantas utilidades. Luego de leer el libro de Mancini uno tiene argumentos -sutiles y no exentos de contradicciones- para entender un problema social tan complejo, para pensar por qué fracasan algunas políticas públicas y cuáles son los ideales -tantas veces alejadas de su efectiva realización- que las motivan. Las políticas públicas son apropiadas por actores -el trabajo jaquea la pasividad supuesta de los beneficiarios- insertos en interacciones. Conocer lo que hacen estos actores dentro de una trama relacional constituye un terreno fértil para reflexionar sobre las políticas sociales, los procesos de transformación individual y las distintas modalidades de intervención del Estado.

1.

Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín-CONICET.