Reseña

Garriga Zucal, José Antonio. El inadmisible encanto de la violencia. Policías y “barras” en una comparación antropológica. Buenos Aires, Cazador De Tormentas Libros, 2016, 141 pp.

Por Juan Bautista Branz1

El trabajo de Garriga Zucal da muestras, una vez más, de su trayectoria, no sólo como investigador, sino como actor político. Su preocupación central radica en comprender para intervenir. Todos sabemos que, desde la academia, venimos fracasando en el problema de las violencias (en todas sus formas). Múltiples causas marcan ese fracaso: la insolvencia de los agentes políticos (que modelan estructuras gubernamentales) para intervenir (sea por connivencia o incapacidad intelectual y práctica), y las propias falencias académicas para escribir, para registrar y hacer circular nuestras investigaciones. ¿Se entiende lo que escribimos? ¿Para quién escribimos si deseamos intervenir en la agenda política? Por eso, el libro de Garriga Zucal, es un material cuyos destinatarios pueden ampliarse a agentes del Estado, tanto encargados de la seguridad deportiva, como de la formación de las fuerzas de seguridad.

El autor deja bien claro cuál es el problema a tratar: la violencia reproducida en el campo de las hinchadas (o del fútbol, extendiendo el campo analítico) y en la formación, uso y abuso de las fuerzas de seguridad del Estado; pero, además, corre el análisis cultural de las violencias hacia lo que podríamos entender como Estado ampliado -sus instituciones y sus agentes-. Si vamos a los números, el problema es serio: desde la ONG Salvemos al fútbol, se contabilizan 312 muertes en el campo futbolístico. La Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), registra 4.644 en total desde 1983, y 3.070 corresponden a las gestiones contemporáneas. Pero también, tenemos problemas político/ideológicos: desde el campo progresista y académico o desde el campo popular o de las izquierdas, no sabemos cómo resolver el problema de la policía y la violencia institucional: oscilamos entre la impugnación y condena del uso legal y legítimo de la violencia por parte del Estado, y la incapacidad y el velo para poder pensar más allá de la impugnación y la condena (aunque las creamos necesarias). No aportamos más que fastidio y enojo. Garriga nos muestra otros caminos, como otros colegas dedicados y preocupados por las violencias. El autor explora y desarma conceptualmente a la violencia con un ejercicio comparativo donde retoma, desde las entrevistas etnográficas, la perspectiva, la cosmovisión, los esquemas de percepción de integrantes de una hinchada y de agentes de la policía. Reconstruye esos relatos y los vuelve texto, los vuelve narrativa de las violencias en Argentina.

Garriga retoma las formas de la violencia como “escurridizas”, donde se legitiman según el entramado de relaciones sociales, políticas, económicas y simbólicas, donde interactúan los sujetos, y donde la violencia se usa como recurso, a partir de los repertorios de acción (ligados a la clase, al género, a lo etario) que los sujetos ponen en acto. Conceptualizando a la violencia como recurso, Garriga realiza un ejercicio provocador. Debate contra el sentido común que condena (pero mantiene su encanto por la violencia y, sobre todo, por atribuir la violencia a los “otros”) las prácticas violentas.

Para eso se vale de la distancia entre el denominado mundo social (donde todos interactuamos) y el sujeto cognoscente. Su extrañamiento y familiaridad en el campo de acción analítica son precisos. El autor le otorga valor al relativismo como posibilidad de hacer tambalear nuestros prejuicios, y así plantear disyuntivas de carácter teórico, epistemológico y morales. Porque también da cuenta de lo inevitable de la evaluación del investigador. Se presenta como el investigador que, por momentos, siente miedo. En esa mediación expone las idas y vueltas entre lo extraño y lo familiar. Es la muestra del mayor o menor grado de inmersión en el campo, junto al compromiso por la construcción de datos. La idea de poner el cuerpo en el campo está bien marcada, como también la posibilidad de manejar información en los bordes de lo considerado como “ilegal”. Ejercicio que desata algunas preguntas: ¿en qué campo no caminamos por los bordes de la ilegalidad? ¿qué debemos hacer con esa información? Una buena gimnasia para quienes intentan hacer etnografía y pretenden conocer para intervenir.

Garriga conceptualiza al cuerpo como soporte de las prácticas violentas y su añadidura simbólica hacia adentro de los campos de análisis. Así, aborda nociones nativas como “respeto”, “aguante” o “correctivo”, entre otras. Pero para entenderlas, profundiza sobre el sistema intelectual que organiza a cada grupo. Desde allí desmonta qué implica para los actores el honor y el respeto (categorías que nos atraviesan, situacionalmente, todo el tiempo), siendo el honor, por ejemplo, una forma de conquistar una masculinidad dominante en los campos estudiados. Garriga nos muestra la dimensión performativa del género y su eficacia al lograr el reconocimiento del resto de los actores que comparten un grupo. Y, a su vez, nos explica qué significa la contracara del honor: la vergüenza y la humillación; que también lleva la marca en el cuerpo. El honor y la vergüenza son ordenadores jerárquicos en los dos campos, con las alteridades correspondientes (según el campo). Hay un juego entre la ganancia y la pérdida de reputación. Allí hay una pista para entender el recurso de la violencia, sus usos, y la organización material y simbólica dominante en los campos investigados.

En el texto hay un abordaje sobre la noción de poder. Se hace a través del análisis de una retórica del cuerpo y la violencia. Se expone la idea de que la virilidad y la fuerza son atributos positivos que definen esa masculinidad dominante. En ese sentido, resulta interesante la definición de poder y de jerarquía, para poder abrir el juego hacia una antropología del riesgo; nos aporta nociones y conceptualizaciones nativas que debemos entender si queremos colaborar con soluciones. Por ejemplo, la del “buen policía”. Aquí opera, tanto en hombres como mujeres policías, la división de tareas por género y la diversificación de las formas masculinas. Ni más ni menos, dice Garriga, hay que masculinizarse (en la forma de actuar) para ganar respeto. Es una hipótesis que no sólo atraviesa al mundo policial.

El investigador habla de ritos de institución. Allí nos marca el análisis entre las palabras y el cuerpo. Hay una descripción multidimensional en el hacer, referida a las identidades, dentro y fuera del campo; que es situacional y que se corresponde a las redes en las que se insertan los sujetos. La violencia, debe pensarse en contexto. Las lógicas policiales de tolerancia muestran una desigualdad ante esos “otros” reconstruidos por el “olfato policial” y el “olfato social”. Es una clave, volviendo, para pensar en el uso clasista de la fuerza por parte del Estado.

Garriga refiere a tres dimensiones de la violencia: 1-Comunica una concepción del mundo (exhibe valores). 2-Realiza una comunicación de diferencias al interior del grupo. 3-La acción violenta es el instrumento que crea y recrea esas diferencias. Otra vez, pistas para pensar la relación Estado/Sociedad civil.

En definitiva, el autor rompe con los esquemas simplistas y mecánicos para entender la violencia, o las relaciones mediadas por la violencia. Entiende la trama entre los sujetos. Expone la idea de formas de violencia “democráticas”, caracterizadas por su predicibilidad (acuerdos y códigos reglados por las partes), que a ojos de terceros es definida como violencia. Pone el ejemplo de la relación entre jóvenes (de sectores populares o medios) y el Estado (y su aparato represivo). Explica que hay una reciprocidad (necesaria) entre agentes del mismo campo: son posiciones antagónicas que estructuran una red de relaciones y prácticas mediadas por la violencia. En su análisis, es central la noción de ética policial, porque nos permite explorar las nociones de ética y violencia de lo que denominamos Estado ampliado o Sociedad civil. Justamente, porque Garriga presenta a la violencia como recurso transclasista: aquí radica la no mecanicidad del uso de la violencia.

En definitiva, el autor nos aporta una mirada multidimensional y compleja sobre la violencia, con la intención de intervenir en la discusión sobre las causas y relaciones culturales, sociales, políticas que terminan en lo problemático de las muertes de ciudadanos y ciudadanas. El libro aborda las relaciones que enlazan las diferentes formas en que se presenta la violencia. Nos invita a abrir el juego con audacia, a revisar el registro de escritura de nuestros trabajos, afinarlos y aprovecharlos para intervenir en discusiones contra el sentido común o con agentes encargados de las políticas públicas.

 

Recibido: 30 de septiembre de 2016.

Aceptado: 10 de febrero de 2017.

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Becario Pos-Doctoral CONICET/IDAES.