Reseña

Fassin, Didier. La razón humanitaria. Una historia moral del tiempo presente. Buenos Aires, Prometeo, 2016, 396 pp.

Por Darío Iván Radosta1

En el curso de los últimos decenios las políticas de gestión de las vidas precarias han sufrido una reconfiguración: los sentimientos morales –que articulan la razón y la emoción- han penetrado en la esfera pública, generando un gobierno humanitario –definido como el despliegue de sentimientos morales en las políticas contemporáneas- en el cual el sufrimiento aparece como un nuevo léxico que justifica las prácticas de asistencia. Fassin, en una compilación de nueve artículos, se propone analizar los efectos de los múltiples desplazamientos que implica el desarrollo del gobierno humanitario en la administración de los excluidos, dando cuenta del alto rendimiento político que el discurso de los afectos y los valores tiene en el mundo contemporáneo. Combinando el enfoque histórico –a través de la genealogía de esta nueva configuración política- con la etnografía –que permite la ampliación epistemológica de la moral como objeto de análisis- el texto se presenta como un diagnóstico de la economía moral que tiene a la razón humanitaria como su eje.

El libro comienza con una pregunta clave: ¿en qué condiciones históricas el sufrimiento devino un problema social? El autor muestra cómo el ingreso de la salud mental como lenguaje legítimo en la comprensión de la realidad social visibiliza el sufrimiento en el espacio público. Esta innovación desplaza la diferencia de clase a favor del binomio inclusión/exclusión, traduciendo las desigualdades sociales en sufrimiento psíquico y proponiendo la escucha de los malestares de las clases populares como solución. La configuración semántica liberal basada en la inadaptación, la pobreza y la integración deja lugar ahora a un léxico compasional articulado por la exclusión (diagnóstico), el sufrimiento (expresión) y la escucha (solución). El disturbio psíquico como respuesta a una condición socio-económica deviene –legitimado tanto por la psiquiatría como por las ciencias sociales- un asunto político en la arena de la acción pública.

En el mundo de las sutilezas de quienes administran la asistencia social aparece la figura de la elección trágica para dar cuenta de su influencia en la continuidad de la vida de las personas. El “saldo para vivir” (número resultante de la diferencia entre el ingreso mensual y los gastos permanentes de un hogar) como invención lingüística permite ver la convergencia de parámetros tanto financieros como morales en la toma de decisiones. Lejos de existir un criterio uniforme, la representación que los funcionarios se crean del pobre deviene una norma utilizada para juzgar sus discursos y acciones. La elección de otorgar o no una ayuda social, inscrita en mecanismos técnicos a través de los cuales se busca darle objetividad, funciona como un proceso de subjetivación impuesto a los pobres en el cual éstos se construyen como sujetos de asistencia, al mismo tiempo que da cuenta de la exposición del sufrimiento como un nuevo recurso de apelación a la voluntad del Estado.

La enfermedad también se manifiesta para el autor como un elemento que abre nuevos horizontes de asistencia social. Reivindicando el derecho de mantener con vida a aquel que cuenta solo con su existencia, las legislaciones desarrollan en materia de salud un protocolo compasional que permite a los enfermos extranjeros en condiciones de irregularidad permanecer en territorio nacional. Antes socialmente ilegítimo, el cuerpo del inmigrante se convierte en un recurso susceptible de producir compasión. Es así como nace la figura del médico inspector, piedra angular de este dispositivo que propone al cuerpo sufriente como prueba de veracidad del discurso de los individuos. Frente al descrédito creciente que recae sobre la palabra del inmigrante, el certificado por enfermedad se vuelve la constatación objetiva de su relato –y el fino hilo del cual pende su existencia-.

Conforme avanza el texto, Fassin nos muestra cómo la apertura y cierre del campo de refugiados de Sangatte expresa el oxímoron de la represión compasiva, testimonio de un momento en el cual lo humanitario y lo seguritario se encontraban solapados. Esta tensión entre humanidad y seguridad se vuelve una característica central de la gestión de los refugiados en el mundo contemporáneo, a tal punto que esta nueva geopolítica del asilo es administrada en paralelo por organizaciones policiales y pertenecientes al ámbito de la salud (como es el caso de la Cruz Roja). La introducción del asilo a extranjeros en la lógica de la razón humanitaria –documentado por la invocación de sentimientos morales y reflejos emocionales en su justificación- genera que las organizaciones se vean interpeladas por la eficacia sentimental de las narraciones de los refugiados antes que por la veracidad de sus historias. Esto lleva a reducir la condición de refugiado a una condición humana en la cual la particularidad de los contextos y las realidades nacionales atravesadas importan relativamente poco.

Enfocándose en las representaciones de la infancia en tiempos del SIDA el autor expone el caso de Nkosi Johnson –fallecido de SIDA a los 11 años- como la entrada del niño en el espacio público. Una nueva configuración moral de la enfermedad da lugar a la constitución de la infancia como marca de la inocencia -en cuanto el niño no tiene su culpabilidad comprometida-, vinculada a su vez con la idea de vulnerabilidad social causada por la responsabilidad de la acción de sus padres y la omisión del Estado. Destacar a los niños como víctimas vulnerables tiene el efecto de generar discriminaciones morales entre aquello que es más o menos legítimo defender (provocando el abandono relativo de las madres, por ejemplo), al mismo tiempo que la introducción de la infancia como categoría moral en política esencializa a los niños víctima lejos de las realidades sociales -y por ende, las condiciones estructurales- en que se encuentran inscriptas sus situaciones históricas.

Tomando como objeto de análisis los eventos catastróficos, Fassin continúa su argumento dando cuenta de su carácter de excepción tanto moral como político. La tensión entre compasión y orden que caracteriza ese momento permite que las intervenciones militares sean justificadas en el registro moral de lo humanitario -algo así como un estado de excepción humanitario que es deseado por la simpatía que provocan los siniestrados-. La urgencia y la precariedad de la existencia se vuelven la materia misma de la preocupación humanitaria, mientras que la ilusión de igualdad frente a un hecho que afecta a todas las esferas de la sociedad se transforma en el motor de la acción colectiva. Una vez finalizada la tragedia, el imaginario de humanidad compartida cede y la “resocialización” sucede en las líneas habituales de las desigualdades sociales. El estado de urgencia aparece aquí como una manera práctica de gestionar la crisis.

La segunda era de lo humanitario corresponde para el autor al advenimiento del testigo: la obligación de quienes van al terreno de hablar públicamente de los abusos encontrados. El testimonio -en el registro de la compasión- se convierte así en parte integrante de la intervención humanitaria (explicitado en los manifiestos de las ONG nacientes). El trabajo de subjetivación de las organizaciones humanitarias encuentra en la psiquiatría un mecanismo privilegiado para poner en palabras el sufrimiento de los desposeídos, al mismo tiempo que se estas se imponen la tarea de ser los portavoces de aquellos que no tienen voz. La configuración testimonial aparece sin embargo bajo una polisemia e inestabilidad que requiere de la constitución de una noción particular de víctima como sujeto político (aquella víctima de la cual las ONG serán sus portavoces).

Llegando al capítulo final, Fassin se propone entender la acción humanitaria como una política de vida -una política que pone en juego significaciones y valores diferenciales de la vida humana-. A través del análisis de diferentes intervenciones militares, da cuenta de la existencia de una desigualdad ontológica en la transacción de las vidas: más precisamente entre aquellas que se ponen en peligro cuando se exponen (quienes trabajan para las ONG) y aquellas que son rescatadas (a quienes está destinada la asistencia). La desigualdad que funda la compasión del gesto humanitario reside en una aparente simetría de las vidas, que se contrapone con la prioridad otorgada a los individuos enviados al terreno en las misiones humanitarias -lo que establece para Fassin jerarquías de humanidad-. Si bien la acción humanitaria se propone como la restauración de la idea misma de humanidad, la desigualdad de las vidas termina siendo para el autor uno de los fundamentos de la economía moral contemporánea.

El libro en su totalidad es un intento por tomar como objeto de estudio la evidencia moral de las causas inherentemente justas, aquellas a las cuales el carácter intachable de la razón humanitaria les otorga un halo de bondad indiscutible, más allá de toda construcción social o histórica posible. Hacer inteligibles las lógicas globales de estas acciones permite volvernos críticos frente a la existencia de un proceso de generalización del referencial de los sentimientos morales en la vida política -lo que el autor llama el gobierno humanitario-, pudiendo decir, como una de las conclusiones a las que Fassin llega, que el gobierno humanitario bien puede ser entendido como respuesta a la forma en que se ha vuelto intolerable la vida -para algunos más que para otros- frente a las administraciones de los estados modernos contemporáneos.

 

Recibido: 15 de febrero de 2017.

Aceptado: 8 de marzo de 2017.

1.

Licenciado en Antropología Social y Cultural (Universidad Nacional de San Martín). Becario Doctoral del CONICET, con sede en el Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín. Docente de la carrera de Psicología en la Universidad Favaloro y de la carrera de Antropología Social y Cultural en la Universidad Nacional de San Martín.