Perspectivas nativas sobre el origen y el ocaso de la mística institucional en la CNEA

“Desperonización” y politización de la “comunidad nuclear” (1950-1973)

por Ana Fernández Larcher1

Introducción

En un artículo publicado en 2015 sobre los procesos de construcción de memoria(s) en una entidad científico-tecnológica -la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA)-,2 examiné las tensiones derivadas de las formas de representación del pasado institucional y las diversas miradas de un grupo de profesionales sobre el quehacer científico, a la luz de un acontecimiento político: el retorno del peronismo al gobierno, tras el triunfo electoral de Cámpora, el 25 de mayo de 1973. El foco del trabajo estuvo puesto en explorar el impacto de dicha situación en la dinámica institucional, a partir de las experiencias y los recuerdos de trabajadores con varios años de trayectoria en el organismo. Guiaba el estudio el interés por recuperar las prácticas de un sector del personal que, en el clima efervescente de la “primavera camporista”, se planteó la posibilidad de reestructurar los objetivos de la CNEA y sentar las bases de una política nuclear acorde con las exigencias y las expectativas de transformación del nuevo contexto. En tal sentido, el análisis consistió en indagar las experiencias de politización3 o el “involucramiento político”4 de los profesionales y destacar su singularidad en un ámbito caracterizado desde los inicios por su “apoliticismo” (Mariscotti, 1987; Marzorati, 2011).

Pese a los disensos sobre la politización de la actividad tecnocientífica y las diversas orientaciones partidarias del personal, los relatos de mis entrevistados revelaron algunos puntos de convergencia, entre los que cabe subrayar la percepción de un cambio en la trayectoria de la Comisión, motivado por la coyuntura del país. Como expuse en el artículo, aquella visión colocó en entredicho a la metáfora de la CNEA como una isla apartada de los vaivenes de la política nacional y cuestionó las “historias sagradas”5 sobre su pasado, evidenciando la dimensión conflictiva en los procesos de construcción de memoria(s). Así, lo que pusieron de manifiesto los relatos fue la consecuencia de la irrupción política en el organismo, evocada como un hecho disruptivo que dio fin a lo que varios profesionales señalaron como el tiempo de la mística institucional.

A partir de la lectura de dos trabajos6 que inspiraron nuevas aproximaciones teóricas a mi tema de investigación,7 en este texto me propongo retomar la oposición nativa entre la mística y la politización para centrarme en el primero de esos conceptos, examinar su genealogía y las narrativas que -en el presente- lo vinculan a una etapa próspera de la CNEA signada por la puesta en marcha y la consagración de sus proyectos científico-tecnológicos. Revivida como un intenso sentimiento de pertenencia institucional, la mística adquiere en el relato de varios profesionales un sentido cuasi “religioso”, que despierta la curiosidad analítica al surgir y expresarse en un ambiente profano orientado al desarrollo y a la producción tecnocientífica.8 El objetivo del trabajo será, entonces, indagar en sus características para reinterpretar las connotaciones del cambio registrado en el organismo hacia 1973. Como intentaré mostrar, el impacto de la politización no sólo alteró la dinámica de la CNEA sino que produjo, también, un trastocamiento de los sentidos asociados a la denominada “comunidad de científicos nucleares” (Marzorati, 2011: 145).

Los discursos y las reflexiones sobre la mística forman parte del material reunido entre 2010 y 2015 en el marco de una investigación etnográfica en curso que triangula los datos de campo,9 con la lectura de fuentes y bibliografía específica sobre la historia de la Comisión. Parte de los relatos examinados corresponden –asimismo– a un conjunto de testimonios reunidos en la obra de Marzorati (2011) que, por su historicidad y su densidad simbólica, son reinterpretados aquí en clave antropológica a la luz de nuevos interrogantes. En las páginas que siguen, la atención estará puesta en recuperar las voces nativas del personal de la CNEA y ponderar el valor analítico de las narrativas como matrices que permiten organizar la experiencia del pasado en base a horizontes constituidos por trayectorias comunes y tradiciones de pensamiento compartidas (Spivak, 2010).

Hacia una comprensión de los sentidos de la mística institucional

Del misticismo religioso al misticismo institucional. La mística en los relatos fundacionales de la CNEA.

En el diccionario de la Real Academia Española (RAE) el término “mística” posee ocho acepciones que lo refieren a la “vida espiritual” y a la “experiencia de lo divino” y lo vinculan a una rama de la teología cristiana –el misticismo– definida como un “estado extraordinario de perfección religiosa que consiste, esencialmente, en cierta unión inefable del alma con Dios, acompañada accidentalmente de éxtasis y revelaciones”. Esta caracterización que recuerda, en parte, a “la teoría del instinto religioso” (Morris, 1995: 178) de Rudolf Otto, basada en la revelación interior de lo sagrado –lo santo10 dista, sin embargo, de las representaciones sobre la mística institucional elaboradas por los profesionales de la CNEA. Como intentaré mostrar, a partir de la concepción durkheimiana de la religión, esa discrepancia no estaría dada por la “desacralización” de aquel “misticismo colectivo”, sino por la expresión de su sacralidad en términos laicos.11 Así, en las páginas que siguen, el desafío será comprender las manifestaciones y la experiencia de lo “sagrado” en un ambiente “profano” dedicado a la producción tecnocientífica. Si en la Introducción describí a la mística como el sentimiento de un grupo de profesionales ligado a sus recuerdos sobre el pasado institucional, de lo que se trata ahora es de examinar su origen en un tipo específico de relatos –los relatos fundacionales– que, en muchos casos, adoptan la forma y la función de los mitos.12 Más allá de su estructura, el análisis buscará interrogar los sentidos puestos en juego en dichas narrativas e intentará comprender el cariz religioso que subyace al concepto nativo de mística.13

Enunciadas en el presente para evocar un tiempo pasado, las narrativas sobre la mística remiten a los orígenes de la actividad nuclear en el país y deben interpretarse a la luz de los relatos sobre la trayectoria de la Comisión. A fin de lograr una mejor aproximación a sus significados ofrezco, a continuación, un breve recorrido de la historia institucional según la visión consensuada de nativos (Sabato, 1973; Mariscotti, 1987; Calabrese, 1997; Harriague et al, 2006; Lamuedra, 2006) y académicos de campos disciplinarios diversos (Gaggioli, 2003; Vessuri, 2007; Hurtado, 2009, 2014; Marzorati, 2011; Rodríguez, 2014).

Orígenes de la actividad nuclear en Argentina: Breve historia de la CNEA

Los inicios de la actividad nuclear en Argentina, hacia la segunda posguerra, se vincularon con un ambicioso proyecto de investigación que involucró al Poder Ejecutivo y al entonces presidente, Juan Domingo Perón (1946-1955), en el auspicio de un programa científico para producir energía mediante fusión nuclear controlada (Sabato, 1973). Dicho programa –que recibió el nombre de “Proyecto Huemul”, en referencia a la isla homónima de Bariloche donde se emplazó la planta piloto para llevarlo a la práctica– se proponía emular en un laboratorio las reacciones termonucleares de fusión que se producen en el sol para obtener energía virtualmente ilimitada y barata (Mariscotti, 1987).

Dirigida por el físico austríaco Ronald Richter, la descomunal empresa no tardó en develarse como un fraude y al cabo de dos años (1950-1952), la idea de “colocar un sol en cada hogar argentino” (Sabato, 1973: 3) se tornó ridícula e inviable; la Planta Piloto de Huemul fue cerrada y Richter, relevado de sus funciones.

La accidentada incursión en el nuevo campo de conocimientos se vio pronto superada por el empeño de los investigadores locales en crear las condiciones necesarias para la promoción y el desarrollo de la actividad. Así, en los años cincuenta, surgieron organizaciones como la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), la Dirección Nacional de Energía Atómica (DNEA)14 e institutos como el de Física, en la ciudad de Bariloche, que concentraron a investigadores de renombre comprometidos con el progreso científico y tecnológico nacional.

En 1952, el control de la CNEA pasó del Ejército a manos de la Marina, bajo la dirección del Capitán de Navío Pedro Iraolagoitía.15 Como explican diversos autores (Sabato, 1973; Hurtado, 2009; Marzorati, 2011; Vessuri, 2007), la persistencia de la Armada al frente del organismo, mantuvo al campo nuclear parcialmente “protegido” de los avatares económico-políticos que periódicamente asolaban al país garantizando, a un tiempo, el desarrollo y la “continuidad” de proyectos tecnológicos de envergadura.16

Entre 1955 y 1983, se idearon y pusieron en marcha los programas que consagrarían a la Comisión como una de las instituciones tecnocientíficas más prestigiosas a nivel local y latinoamericano. Los hitos que signaron ese desarrollo y contribuyeron a delinear la política nuclear del país fueron: la construcción del primer reactor experimental argentino en 1958, el RA-1, que abrió el camino a la exportación de esa tecnología en décadas posteriores; la producción de radioisótopos y su aplicación en los campos de la medicina, la biología, la industria y la agricultura; los estudios de factibilidad para la instalación de centrales nucleares y la puesta en marcha de Atucha I y Embalse; y el dominio del ciclo de combustible, en 1983, a través del proyecto de enriquecimiento de uranio en el Complejo Tecnológico de Pilcaniyeu (Río Negro).17

Hacia 1983, el desarrollo nuclear experimentó una marcada desaceleración que puso fin al ciclo que nativos y académicos describieron como etapa de crecimiento, diversificación y enraizamiento de la actividad (Hurtado, 2014). La sospecha de que en los años del “Proceso” (1976-1983) la CNEA hubiera alterado el rumbo de su propugnada política antibélica, llevó al gobierno de Raúl Alfonsín –presionado por Estados Unidos– a recortar su presupuesto y transferir el programa de energía atómica de la Marina al Congreso Nacional (Spivak, 2010).18

Si bajo el gobierno radical (1983-1989), el principal condicionante al desarrollo fue el contexto de ajuste económico que produjo la hiperinflación, durante la presidencia de Carlos Menem (1989-1999), la deuda externa y las políticas de “achicamiento del Estado” provocarían el “desguace” del sector y el desmembramiento de la CNEA (1994) en tres entes autónomos: la NA-SA,19 encargada de la operación de las centrales nucleares; el ENREN-ARN,20 dedicado a las actividades de control y fiscalización; y la CNEA “residual”, limitada a las funciones de investigación, promoción y desarrollo. Se inauguraba así una etapa de crisis y estancamiento que comenzaría a revertirse hacia el año 2006, con el Plan de Reactivación impulsado por el presidente Néstor Kirchner (2003-2007), que resignificó componentes centrales de la “tecnopolítica nuclear” argentina (Hurtado, 2014).

Basados en la ponderación de sus logros, los relatos de nativos y académicos sobre el pasado institucional establecen una periodización21 que marca dos etapas bien diferenciadas en la trayectoria de la CNEA:22 la que se extiende desde los años ‘50 hasta 1983 –ciclo de “auge” (Gaggioli, 2003) y consolidación–; y la que abarca las décadas del ‘80 y ‘90, signadas por el retroceso de la actividad en un clima de repliegue general ocasionado por el reposicionamiento político en materia nuclear (Spivak, 2010).

Pese a estar justificados por el desempeño y el prestigio que alcanzó la CNEA, esos relatos dejan por fuera otras dimensiones de la vida institucional que trascienden su especificidad técnica y vinculan al organismo con los conflictos y las oscilaciones de la política nacional. En este sentido, a diferencia de lo señalado por Visacovsky en su estudio etnográfico sobre el Lanús, pareciera ser –en el caso de la CNEA– que episodios cruciales de la historia política argentina, como el retorno del peronismo al gobierno en 1973 y la dictadura genocida que usurpó el poder en 1976, no hubieran dejado su huella en la memoria “oficial” de la Comisión. En efecto, las referencias al período que va de 1950 a 1983 enfatizan la “coherencia” en el rumbo trazado por el organismo y la continuidad en su agenda de investigación. Unida a una visión idealizada del pasado en el que la politización estuvo “ausente”, esa continuidad hizo posible –para un sector de los profesionales de CNEA– el surgimiento de la mística, “ese ‘fuego sagrado’ [que] se mantuvo a través de distintas actividades [y] animó a diversos desafíos a varias generaciones de científicos y técnicos”.23 En el próximo apartado, analizaré los sentidos de la mística institucional y su relación con la “comunidad de científicos nucleares”, según la caracterización de Zulema Marzorati (2011). Como anticipé al comienzo del trabajo será, justamente, dicha relación la que acabará por resquebrajarse –en 1973– con la irrupción de la política en el organismo.

La mística de la comunidad nuclear: ethos científico y sacralización de la pertenencia institucional

En su libro Plantear utopías… (2011), Marzorati examina la conformación del campo nuclear argentino bajo el primer gobierno peronista (1946-1955) y a partir de los relatos de actores clave en el proceso de institucionalización de dicha actividad, reconstruye los rasgos de lo que denomina la “comunidad de científicos nucleares”:24 “un conjunto relativamente homogéneo de [individuos] con un proyecto común, que ejercen iguales prácticas y sostienen un discurso similar regido por normas y valores específicos” (Marzorati, 2011:146). Según la historiadora, las representaciones de los agentes sobre la CNEA,25 la identificaron con “un [ámbito] de interacción en el que, con objetivos nacionales y una disciplina seria y constante, lograron desarrollar un espíritu de cuerpo y una fuerte cohesión interior. [Así], surge de [aquellos relatos] una visión fundacional mítica y una fuerte [filiación] con un espacio [de] legitimación científica” (Marzorati, 2011: 166-168).

Como veremos en los fragmentos que siguen, es a ese “espíritu de cuerpo” al que refieren las narrativas sobre la mística:26

La ‘mística’ es una pertenencia. Yo creo que esto es así… Yo no sé lo que quiere decir ‘mística’. Sí sé lo que quiere decir ‘pertenencia’. Y la gente se sentía [parte] de la CNEA (…) La CNEA era una casa para mucha gente. (Luis, Ingeniero agrónomo que ingresó a la CNEA en 1971. Actualmente, se encuentra desvinculado del organismo. La entrevista con Luis fue realizada en noviembre de 2011).
Yo pienso que la ‘mística’ pasaba por un sentimiento de pertenencia a un proyecto nacional, vamos a suponer… llamalo ‘argentinidad’ o… Yo me acuerdo que lo sentí; lo tenía bien incorporado. Yo sentía orgullo de decir que estaba en la CNEA para, bueno, en ese momento, explorar minerales de uranio para los reactores [de potencia], para tener energía en el país… (Miguel, Geólogo. Ingresó a la CNEA en 1976 y se jubiló a comienzos del 2012. La entrevista con Miguel fue realizada en noviembre de 2011)
Uno se encontraba ingresando a un organismo que tenía prestigio por haber conseguido algo muy importante, que al país lo ponía en un lugar de privilegio (…) A mí me daba orgullo decir que trabajaba en la CNEA y ver las reacciones [de la gente]. En mi caso particular, la “mística” pasaba por pertenecer a un proyecto de país… (Estela, Licenciada en Ciencias Políticas. Ingresó a la CNEA en 1978 y, actualmente, se desempeña como personal de la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN). La entrevista con Estela fue realizada en noviembre de 2011).
Entrar a trabajar en la Comisión de Energía Atómica, era como entrar al Olimpo (…) Esta para mí es mi segunda casa y creo que para todos los de mi generación también… (José. Técnico de la CNEA, con más de cuarenta años de trayectoria. Actualmente, se encuentra jubilado del organismo. Entrevista realizada en septiembre de 2010).
Yo sentía que tenía puesta la camiseta de la CNEA… (Fernando, Ingeniero retirado de la CNEA. La entrevista con Fernando fue realizada en mayo de 2010).

El análisis de los fragmentos indica el fuerte consenso en la visión de los entrevistados sobre los sentidos que adjudicaron (y aún atribuyen) a la mística. Para varios de ellos, la mística se ligó a un sentimiento colectivo de pertenencia institucional que supuso una identificación con los valores y los objetivos de la Comisión. Como explican Estela y Miguel, “pertenecer” no implicó sólo desempeñarse profesionalmente en la CNEA sino, a la vez, sentirse parte de un proyecto nacional orientado a lograr la “autonomía tecnológica”27 y brindar al país mayores oportunidades de crecimiento.

En su trabajo sobre el Lanús, Visacovsky registra la misma percepción entre un grupo de terapeutas del servicio de psicopatología del hospital “Evita”, para quienes el paso por la institución “constituyó un hito insoslayable no sólo de sus carreras profesionales, sino de todas sus vidas” (Visacovsky, 2002: 28). El testimonio de Rubén, un ingeniero con 45 años de trayectoria en la CNEA, ilustra las semejanzas con el sentir lanusino:

Cuando uno ingresaba a la Comisión, la perspectiva mía, compartida por muchos, era que era su lugar en la vida. Era la suerte de lugar donde uno iba a desempeñar su vocación; [donde] aunaba la necesidad de subsistencia con la vocación de servicio (…) Lo único que puedo decir es que yo puse mi vida acá. (La entrevista fue realizada en marzo de 2010, meses antes de que se jubilara).

El paralelismo entre las experiencias de los trabajadores del campo psiquiátrico y el nuclear se observa, asimismo, en los sentidos que ambos otorgaron a la pertenencia. En efecto, tanto en el caso del Lanús como en el de la CNEA, los profesionales sintieron tener puesta una “camiseta” imaginaria (Visacovsky, 2002), marca de la identidad y el compromiso con sus respectivas instituciones. En la Comisión, la pertenencia se expresó también en lo que Marzorati define como la “metáfora del grupo familiar” (Marzorati, 2011: 168), en alusión a las representaciones de la CNEA como la casa o “segundo hogar” de quienes se desempeñaron en ella. Además de los relatos de Luis y José, las palabras de Linares suscriben esa mirada:

Éramos una pequeña familia (...). Todos trabajábamos para que la Comisión creciera (...). Había un espíritu que yo nunca vi en ningún lado (...). Había un espíritu de cuerpo, de familia, de grupo que quería hacer algo (Enrique Linares, geólogo, entrevistado en 2002 por Zulema Marzorati). (Marzorati; 2011: 167).

La “comunión”, la “fraternidad” entre los trabajadores se tiñó, incluso, de un matiz religioso en los relatos que definen a la mística como un “fuego sagrado” (Hoffman, 2012) y comparan a la CNEA con el “Olimpo”, el hogar de los Dioses. En la perspectiva de Durkheim, cuando una convicción un poco fuerte es compartida por una comunidad de hombres, adopta inevitablemente una forma religiosa. Esa concepción laica y “sociocéntrica” de la religión, lleva al pensador francés a afirmar que “cualquier cosa puede ser sagrada” (Durkheim, 1992 [1912]: 33) y que los fenómenos religiosos no son sino el producto de sentimientos colectivos (Ramos, 1992). Como señala en su obra de 1912, “la religión es tan sólo una expresión histórica y distorsionada de lo sagrado que no lo agota ni lo puede monopolizar" (Ramos, 1992: 21).

La teoría durkheimiana y su definición de lo sacro “como espacio de comunión social” (Ramos, 1992: 19) permite esbozar una respuesta a la pregunta por el origen o la causa del “misticismo” en la CNEA y su componente “religioso”. Desde esta visión, la mística podría interpretarse como producto de las pasiones –la “efervescencia creadora”– de los miembros de la Comisión; como un sentimiento colectivo derivado del trabajo en pos de un bien común.28 Pero es, sin duda, la noción de “ethos científico” acuñada por otro sociólogo, Robert Merton, la que mejor traduciría el “misticismo” experimentado por “la comunidad de científicos nucleares” a un lenguaje laico y profano.

Como señalan Orozco y Chavarro,

El ethos mertoniano es un conjunto de valores, normas, costumbres, creencias y presuposiciones, sostenidos por sentimientos y afectos que distinguen y mantienen unidos a los científicos. [Los] individuos tienen un vínculo emocional con su forma de vida, es decir, con su profesión y con las normas que rigen la práctica de su actividad. Cuando hay un acuerdo fundamental en las reglas de juego [primordiales], resulta gratificante actuar con respecto a ellas y construir una identidad y un sentido de pertenencia (Orozco y Chavarro, 2010: 146).

Veremos, a continuación, cómo ese “ethos” se vincula con los inicios institucionales al fundir en un mismo relato los orígenes de la mística y de la actividad nuclear en la CNEA.

Orígenes y ocaso de la mística institucional

“Respecto a la época de la ‘mística’, sí, me tocó vivirla, -asegura Miguel. Creo que empezó desde que empezó la CNEA”. Los testimonios reunidos en la obra de Marzorati suscriben esa mirada y apuntan al año 1952 y al papel que jugó entonces el presidente del organismo, Pedro Iraolagoitía,29 cuya gran virtud –para los entrevistados– fue “no meter la política en la Comisión”30 a pesar de ser “marino y peronista” 31 (Marzorati, 2011: 150-152):

“Un gran mérito [de] Iraolagoitía es que con él se crea la mística de la Comisión”32 (Marzorati, 2011: 148).
“En esa época en que había discriminación política se destaca la actitud de Iraola de hacer caso omiso a la orden de estar afiliados al partido gobernante para poder ingresar a la Comisión”33 (Marzorati, 2011: 150).

Las voces de Suter y Mallmann guardan relación con la tesis de Mariscotti (1987)34 que sostuvo como condición de posibilidad para el surgimiento de la mística en CNEA, la existencia de un ambiente apolítico y apartidario o, más precisamente, antiperonista: “A nadie lo medían por sus afinidades [partidarias] o ideológicas –recuerda Héctor.35 Siempre se midió a la gente por su dedicación y su conocimiento. Eso hizo aparecer lo que llaman la ‘mística’, la ‘camiseta’”.

“Cuando se crea la Comisión, los físicos y matemáticos que fueron consultados pusieron como condición que no hubiera política. La Comisión era el refugio de todos los antiperonistas [...], un asilo para la gente que no pensaba como los peronistas [...]. Éramos una isla en el país, por así decirlo”36 (Marzorati, 2011: 148).
“La Comisión se convirtió en el reducto de antiperonistas más grande que [hubo] en la historia”37 (Marzorati, 2011: 158).
“La Comisión era la única institución en la Argentina que estaba totalmente tomada por antiperonistas”38 (Marzorati, 2011: 158).

Los enunciados sobre la mística y sus inicios en la CNEA, evocan un tiempo idealizado y carente de conflictos y la construcción de un espacio de interacción y trabajo creativo que priorizó la investigación sobre los asuntos políticos (Marzorati, 2011). En palabras de Baró,39 en la Comisión “no se hablaba de política, lo único que se hacía era trabajar, desarrollar la ciencia…” (Marzorati, 2011:153). Así, para un sector de los profesionales, la ausencia de disensos y la labor en pos de objetivos comunes, habrían dado origen a “una mística del equilibro” (Marzorati, 2011: 228) que afianzó la cohesión dentro de la “comunidad de científicos nucleares” y garantizó la continuidad de los proyectos encarados por el organismo. Como explica Horacio, esa continuidad sería interrumpida hacia 1973:

Hasta el año ’73, en la Comisión había una ‘mística’ (…) Es decir, la persona que ingresaba a la Comisión pensaba que entraba a un lugar de excelencia y, de alguna manera, que formaba parte de la institución y que se sacrificaba por la institución… Eso duró prácticamente hasta 1973, por razones que a lo mejor no vienen al caso. Mucho de ello tiene que ver con una política... (Horacio, Licenciado en Física, con más de 35 años de trayectoria en la Comisión. La entrevista con Jorge fue realizada en abril de 2010).

Igual que Horacio, Luis sitúa el ocaso de la mística entre 1973 y 1974 aunque, más adelante, advierte que su verdadero fin se produjo en 1976 con el Golpe de Estado: “Primero, porque estábamos en una época muy difícil de la dictadura militar, y después, porque comienzan a hacerse proyectos que no todos compartían dentro de la CNEA”. A contramano de los relatos anteriores, Miguel señala que el sentimiento de pertenencia institucional se mantuvo hasta comienzos de los años ‘80, momento en que comienza a desgranarse el apoyo al sector nuclear: “Cuando yo entré a la CNEA, la ‘mística’ ya estaba. Era 1976. Lo que te puedo decir es que finalizó aproximadamente en 1983, cuando hubo reducciones de presupuesto muy grandes…”.

Los discursos de los entrevistados, permiten realizar una distinción entre dos períodos de la trayectoria de la CNEA en los que la mística estuvo presente en mayor o menor grado: el que comprende los orígenes de la Comisión (década de 1950) y se extiende hasta 1973 / 1974, y el que abarca los ocho años que duró el “Proceso” (1976-1983), tiempo en que la entidad fue presidida por el Vicealmirante y Doctor en Física, Carlos Castro Madero.

Si bien, bajo su gestión, el organismo contó con un presupuesto millonario que le permitió sentar las bases de un ambicioso Plan Nuclear (1979) y mantener la política de independencia y autonomía tecnológica impulsada por científicos como Sabato,40 entre 1976 y 1983, el personal de la CNEA sufrió el secuestro y desaparición de 16 personas y el despido arbitrario de más de doscientos profesionales, entre los prescindidos y cesanteados por razones político-ideológicas.41

Con todo, sostiene Horacio, la cantidad de dinero que manejó la Comisión en aquellos años y la visión “desarrollista” de Castro Madero, imprimieron cierta continuidad al tiempo de la mística que, para muchos de los entrevistados, terminaría de diluirse con el retorno democrático:

En 1983, lo que hubo fue un inicio de ‘qué es esto que estuvieron haciendo’ –recuerda Estela. Por ahí una especie de prevención hacia lo nuclear, seguida de una crisis económica brutal”. Y agrega: “Yo [entré] y a los pocos años empezamos una declinación… O sea, [hacia] 1982-1983, empezamos una declinación importante en lo nuclear y a nosotros, los de mi generación, nos tocó sostener la decadencia de los ’90 por la falta de interés del Estado, del gobierno de turno en la continuidad de esto. Pero fue un honor defenderlo como pudimos…

Las narrativas de Horacio, Luis, Miguel y Estela sobre el ocaso o declinación de la mística en CNEA son discordantes. En este punto, sus testimonios ilustran cómo la memoria colectiva de la institución se construye desde el presente y es, al mismo tiempo, un espacio de conflictos y disputas por otorgarle sentidos al pasado.

Retorno a la oposición nativa entre la mística y la politización: la (des)peronización de la CNEA y las imágenes de una comunidad fragmentada

“Está bueno esto de ver que los organismos somos personas y que también somos impactados por los cambios de las cosas que están afuera y que nos exceden…”42

Comencé el artículo con una referencia a la oposición nativa entre la mística y la politización evocada por un sector de los profesionales de CNEA para señalar su percepción del cambio en el rumbo tradicional del organismo durante la “primavera camporista” (1973). Dije entonces que el objetivo del trabajo sería poner el foco en la comprensión de los sentidos adjudicados a la mística para reinterpretar los efectos de la irrupción de la política en la Comisión. Me propongo ahora, pues, retomar aquella antinomia para mostrar cómo el impacto de la politización no sólo alteró la dinámica institucional sino que produjo, también, un trastocamiento en las imágenes de la llamada “comunidad de científicos nucleares” (Marzorati, 2011).

En su etnografía sobre el Lanús, Visacovsky pone de manifiesto el peso o gravitación de la historia política argentina como “fuerza proveedora de marcos interpretativos de los pasados de sectores sociales e instituciones no definidos como ‘políticos’” y analiza el modo en que el servicio de psicopatología narró su pasado “apelando a categorías de índole política” (Visacovsky; 2002: 23). La tesis del antropólogo y su descripción de los ciclos de politización y despolitización en la construcción de la(s) memoria(s) sobre el servicio, inspiraron la reflexión sobre dicho proceso en la CNEA que, como el Lanús, no estuvo “aislada” de los vaivenes de la política nacional, aún cuando esa dimensión aparezca desdibujada (o suprimida) en las versiones legitimadas sobre su pasado. A contramano de la narrativa oficial, los discursos de los profesionales sobre el origen y el ocaso de la mística cuestionan o ponen en entredicho el pretendido “aislamiento” de la CNEA y muestran cómo los conflictos políticos tuvieron su “correlato” dentro de la Comisión (Fischbarg y Cosso, 2011).

La creación de la CNEA marcó el inicio de la institucionalización de las actividades tecnocientíficas en el país. Como argumentan Fischbarg y Cosso (2011),

Su aparición en la arena política [generó] un nuevo espacio de disputa de poder [en] un proceso caracterizado por el enfrentamiento, material y simbólico, entre el gobierno [peronista] y un sector amplio de la comunidad científica enclavado mayoritariamente en las universidades (Fischbarg y Cosso, 2011: 2).

Zulema Marzorati (2011) examina los agitados comienzos de la actividad nuclear y describe lo que –en la perspectiva de los actores– será uno de los condicionantes para el surgimiento de la mística. Así, al referir a la tensión entre Perón y la comunidad científica, la historiadora señala:

Como en su mayoría los científicos eran antiperonistas, fue necesario prescindir de la ideología de [quienes] se iniciaban en [el nuevo campo de conocimientos] y ofrecer un espacio apolítico en el que pudieran desarrollar sus investigaciones.
La Comisión recibió a científicos expulsados de las universidades y fue uno de los pocos organismos estatales donde no se pidió ningún tipo de afiliación política al partido gobernante. La decisión de no aplicar [en la CNEA] la consigna de fidelidad ideológica que se exigía a los funcionarios civiles, permitió retener a profesionales que de otro modo hubieran emigrado del país (Marzorati, 2011: 153-154).

Las palabras de Marzorati y los testimonios citados en páginas anteriores, permiten argumentar que el espacio apolítico creado en la CNEA fue, más bien, un espacio “desperonizado”. En este sentido, pese a que el organismo fuera fundado por el propio Perón, la mística o pertenencia institucional sólo fue posible en la medida que se “desperonizaba” a la Comisión. Los fragmentos que siguen, abonan esa mirada:

Éramos todos contreras [...]. Perón era lo suficientemente inteligente para saber que no podía ponerse en contra de los científicos, porque él no era científico. [Nos] permitió todo.43 (Marzorati, 2011:153).
… la gente de la Comisión [se] oponía al gobierno de Perón44 (Marzorati, 2011: 151).
Gracias [a] Iraolagoitía, se evitó la politización peronista en la CNEA45 (Marzorati, 2011:152).

Del mismo modo que en el Lanús, podría decirse que en la Comisión los relatos de origen construyeron la imagen de una “comunidad” que acentuó “el contraste entre lo interno y lo externo [y generó] un concepto de espacio autosuficiente” (Visacovsky, 2002: 156-157), escindido de la política nacional. Esa “despolitización” –o mejor aún, esa “desperonización” del organismo– se prolongó entre 1952 y comienzos de los años ‘70. Como vimos, 1973 marcó un quiebre en la “autonomía” institucional: a partir de entonces, se acumularon “las referencias a un mundo externo eminentemente político que [irrumpió] en el espacio interno” (Visacovsky, 2002: 157) de la Comisión y puso fin al tiempo de la mística.

Definida como un sentimiento colectivo de pertenencia, la mística, no sería un rasgo distintivo o una sensación experimentada tan sólo por los miembros de la CNEA. Como intentamos mostrar, a partir de la teoría de la religión de Durkheim, dicho sentimiento reviste un grado de generalidad al manifestarse como un “emergente” de la vida colectiva. Así, para el sociólogo, “no puede haber sociedad que no sienta la necesidad de conservar y reafirmar [los] sentimientos e ideas colectivos que le proporcionan su unidad y personalidad” (Durkheim, 1912 [1992]:397). Pero si la mística así entendida posee una connotación “universal”, su singularidad en la CNEA radicó en haberse expresado en un ambiente “apolítico” o “desperonizado”.

Por otro lado, como pusieron de manifiesto los sucesos de 1973, no todos los trabajadores se sintieron parte de aquella “comunidad” ni “disfrutaron” del mismo modo de la mística. En palabras de Estela:

Pudo haber habido una especie de disfrute de la ‘mística’ [en] ciertos estamentos… No [como] una cosa generalizada (…) Respecto a la cuestión ‘elitista’, creo que [la] hubo: yo pertenecí a un grupo de élite [y] hay gente que seguramente no disfrutó de [la] ‘mística’.

El relato de Estela deja traslucir las diferencias al interior de la “comunidad” y asocia el “misticismo” a ciertos estamentos profesionales. Con ello, no sólo indica la ausencia de la “homogeneidad” que –para muchos– habría caracterizado a la CNEA sino, también, la existencia de una jerarquía a nivel del personal. La propia Marzorati cita testimonios que suscriben esa visión, aunque luego les reste centralidad en su análisis:

Había una estratificación muy marcada [en la CNEA]; se notaba por la remuneración.46 (Marzorati, 2011: 168).
Los administrativos estaban relativamente separados [...]. Existía la categoría de investigador de primera y de segunda. Los profesionales y los técnicos estaban separados [...]. Había cierto clasismo: los operarios de muy alto nivel, torneros (de excelente nivel) no podían circular por donde estaban los profesionales; subían por la escalera.47 (Marzorati, 2011: 169).
La [CNEA] fue estrictamente democrática; si había aristocracia, era una aristocracia intelectual que surgía del mismo seno de la Comisión.48 (Marzorati, 2011: 170).

A la luz de estos relatos, la imagen de una “comunidad” cohesionada pareciera diluirse y revelar un escenario más complejo y conflictivo que aquel “idealizado” en el recuerdo de quienes experimentaron la mística. Como he intentando mostrar, dicho sentimiento identificó a un sector específico de los trabajadores de CNEA: aquel constituido por las primeras generaciones de profesionales que pusieron como condición para ingresar al organismo que no hubiera política. Igual que en el Lanús, los relatos fundacionales de la Comisión se construyeron sobre la base de una apropiación selectiva del pasado político nacional al silenciar el contexto de origen (Visacovsky, 2002) de la actividad nuclear: el primer gobierno peronista. En este sentido, podría decirse que hasta comienzos de los ‘70, “despolitización”, mística y “desperonización” configuraron las marcas identitarias de la “comunidad de científicos nucleares”.

En mayo de 1973, la victoria electoral de Cámpora puso fin a dieciocho años de proscripción del peronismo e inauguró un período constitucional signado por grandes expectativas de transformación y una agitación política sin precedentes. En la visión de Maristella Svampa (2003), la “primavera camporista” se caracterizó por la imagen de una sociedad movilizada que asoció el retorno de Perón con la posibilidad de introducir cambios de tipo estructural en el rumbo económico y sociopolítico del país.

La CNEA no estuvo al margen del clima efervescente señalado. A lo largo de 1973, un sector del personal promovió una serie de iniciativas orientadas a reestructurar los objetivos del organismo y sentar las bases de una política nuclear acorde a las exigencias del nuevo contexto.

La politización de los profesionales evidenció los conflictos “latentes” en la Comisión y alteró la continuidad institucional. A grandes rasgos, las tensiones se expresaron en la disputa por democratizar o llevar adelante un proceso “emancipatorio que pusiera fin al elitismo en la CNEA” y a su “política divorciada de la realidad nacional”.49 En aquel escenario, las prácticas destinadas a lograr la participación del personal en los asuntos de planificación interna, constituyeron el horizonte de expectativas de los trabajadores “movilizados”.50

Evocada como un suceso disruptivo, la politización o el ingreso de la política partidaria en la Comisión, no sólo produjo un quiebre en el “orden establecido” sino, también, una pérdida de la “autonomía” que sacó a la institución de su (auto)aislamiento político. Pero si los hechos precipitados con el retorno del peronismo marcaron una inflexión en su trayectoria será, paradójicamente, la etapa signada por la recuperación democrática (1983), la que establezca la ruptura o discontinuidad más significativa en la CNEA, al clausurar definitivamente el tiempo de la mística e interrumpir los proyectos que –entre 1950 y 1983– la consagraron como una de las entidades tecnocientíficas más prestigiosas a nivel local y latinoamericano.

Palabras finales

El ejercicio de retornar a la oposición nativa entre la mística y la politización en la CNEA me permitió indagar sobre la producción de la continuidad y la discontinuidad en el tratamiento del pasado y analizar los aspectos subjetivos y las tensiones derivadas de los procesos de construcción de memoria(s).

Lejos de ser transparentes, los modos de representar el pasado poseen dimensiones significativas ajustadas a contextos históricos, sociales y culturales específicos (Visacovsky, 2004). Son los sujetos quienes seleccionan hechos de manera sesgada para elaborar interpretaciones teñidas de sus visiones sobre la realidad.

Como intenté mostrar, los relatos sobre la mística forjaron en la CNEA la imagen de un pasado “épico”, cristalizado en la memoria de sus logros tecnocientíficos. Sostuve que esa imagen y la experiencia del “misticismo” podían vincularse al concepto de “comunidad” propuesto por Marzorati (2011). En tal sentido, me interesa plantear que la mística al interior de esa “comunidad” presenta un rasgo singular ya que no sólo surge de la adhesión de sus miembros a un proyecto tecnológico. Más allá del trabajo en pos de un objetivo común, la cohesión comunitaria se logró a condición del “apoliticismo” o la “desperonización” de la CNEA.

La “comunidad nuclear” de la mística no fue sólo una comunidad de objetivos, sino que se caracterizó también por una comunión ideológica. Y este hallazgo desdibuja las fronteras entre mística y politización.

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Notas

1.

Profesora de Enseñanza Media y Superior en Ciencias Antropológicas (UBA). Becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). E-mail: anaferlar83@gmail.com

2.

Fernández Larcher, A (2015a) “Entre la ‘mística’ y la ‘politización’. Análisis de las tensiones interpretativas sobre la memoria institucional de la CNEA (1973)”. En: Revista Kula. Antropólogos del Atlántico Sur. Nº11. Pp. 24-41.

3.

El empleo de cursivas o itálicas en el texto, hará referencia a las expresiones o categorías nativas de los profesionales de la Comisión Nacional de Energía Atómica.

4.

Para una aproximación al concepto de “involucramiento político”, ver Quirós, J. (2011) El porqué de los que van. Peronistas y piqueteros en el Gran Buenos Aires (una antropología de la política vivida), p. 18. Buenos Aires, Antropofagia.

5.

En su trabajo “El temor a escribir sobre historias sagradas…” (2005), Sergio Visacovsky reflexiona antropológicamente sobre los dilemas metodológicos y éticos que experimentó en su investigación etnográfica referida a la historia del servicio de salud mental denominado el Lanús por sus interlocutores. En ese artículo, el autor define las “historias sagradas” como aquellos relatos “en los que efectivamente se [cree] y que bajo ningún punto de vista [pueden someterse] al imperio de la duda y, al mismo tiempo, [son considerados] útiles para el presente, para definir identidades, (…) para legitimar puntos de vista [y] a personas e instituciones en detrimento de otras” (Visacovsky, 2005: 278).

6.

Me refiero a la etnografía El Lanús… (2002), de Sergio Visacovsky, sobre los procesos de construcción y legitimación de la memoria en el servicio de psicopatología del hospital Evita, y su vinculación con los episodios de la vida política nacional; y al libro de Zulema Marzorati, Plantear utopías… (2011), sobre la conformación del campo científico nuclear argentino durante el primer gobierno peronista (1946-1955).

7.

En mayo de 2013 inicié mi investigación doctoral para estudiar los efectos de la represión en la Comisión Nacional de Energía Atómica durante la última dictadura militar argentina (1976-1983).

Las aproximaciones al campo realizadas hasta la fecha han desplazado, en parte, mi foco de atención que pasó de ser el análisis etnográfico de la trayectoria de una Comisión de Derechos Humanos –creada en 1984 por personal de la CNEA- al estudio de las relaciones entre ciencia, tecnología y política y las experiencias de politización de un sector de los profesionales, previas y posteriores al Golpe.

8.

En este trabajo parto de la concepción durkheimiana sobre la religión, tal como fuera planteada en su obra canónica, Las formas elementales de la vida religiosa [1912] (1992). Allí, el sociólogo define a dicha institución como “un sistema solidario de creencias y de prácticas relativas a las cosas sagradas, es decir, separadas, interdictas; creencias y prácticas que unen en una misma comunidad moral [a] todos aquellos que se adhieran a ellas” (Durkheim, 1992 [1912]: 42) En otras palabras, señala Durkheim, “las creencias propiamente religiosas son siempre comunes a una colectividad determinada que hace profesión de adecuarse a ellas y de practicar los ritos que le son solidarios” (Durkheim, 1992 [1912]: 39).

9.

Me refiero, concretamente, a una serie de entrevistas y diálogos informales mantenidos con un grupo de trabajadores activos y/o desvinculados de la Comisión, en su mayoría hombres entre los 60 y los 75 años. Los encuentros con ellos fueron realizados entre 2010 y 2015, en dos instancias diversas: la primera, en el marco de mis actividades como becaria del organismo, en el Grupo de Gestión del Conocimiento Nuclear (2009-2012); la segunda, como parte del trabajo de campo que realizo con mayor sistematicidad desde 2013, a raíz de la obtención de una beca doctoral del CONICET.

10.

En su obra homónima, el teólogo alemán define a lo santo como “una categoría explicativa y valorativa que como tal se presenta y nace exclusivamente en la esfera religiosa. Cierto es que se entromete en otras, por ejemplo, en la ética; pero no procede de ninguna. Es compleja, y entre sus diversos componentes contiene un elemento específico, singular, que se sustrae a la razón [y] que es árreton, inefable; es decir, completamente inaccesible a la comprensión por conceptos” (Otto, 2005: 13) En otras palabras, señala Otto, lo santo contiene un excedente de significación, representado por la categoría y el estado de lo numinoso.

11.

“Como señala Talcott Parsons haciéndose eco de Durkheim, «desde lo sublime hasta lo ridículo, casi todas las cosas han sido consideradas sagradas en una sociedad u otra». Por tanto, la fuente de lo sagrado no está en las características intrínsecas de la cosas. Para Durkheim el problema era de un orden diferente: los objetos y emblemas sagrados eran símbolos. Por consiguiente, el problema estribaba en identificar los referentes para esos símbolos” (Morris, 1995: 149).

12.

Sigo aquí la descripción de Visacovsky sobre la naturaleza de los relatos fundacionales de “el Lanús”. Como explica el antropólogo, los relatos sobre los comienzos del servicio de psicopatología “se organizaron como mitos no porque se opusiesen a la historia empíricamente verdadera, sino porque, en tanto narrativas, enfatizaron las relaciones de contraste y diferencia (…) sobre la base de una oposición entre pasado y presente…” (Visacovsky, 2002: 74).

13.

En su artículo “Mito, ciencia y sociedad…” (2012), el sociólogo Antonio Larrión Cartujo examina las relaciones entre el relato mítico y la razón científica, concebidos como “dos poderosos programas sociales de interpretación, conocimiento y adaptación a [realidades complejas]” (Cartujo, 2012: 236). Contra el dualismo que tildó de inconciliables al mito y a la ciencia y erigió a esta última en un discurso veraz y superador de toda otra forma de cognición, Cartujo señala sus convergencias para centrar la mirada en el “problema de la ciencia como enclave mítico e ideológico” (Cartujo, 2012: 236) de la sociedad postsecular. De allí su afirmación sobre la necesidad de los grupos humanos de contar con “algún tipo de respaldo narrativo y simbólico en torno a cuestiones medulares como de qué pasado proceden, qué sentido tiene su presente y hacia qué futuro se encaminan” (Cartujo, 2012: 239).

14.

“En mayo de 1950 se firmó el decreto que dio origen a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), soporte administrativo de las actividades del [Proyecto Huemul], con dependencia directa del Poder Ejecutivo (…) El hecho de que Richter, [no] mostrara interés en incorporar científicos locales [a su proyecto de fusión nuclear] llevó a Perón a crear [en 1951] la Dirección Nacional de Energía Atómica (DNEA), [que] iba a tener un papel primario en el posterior desarrollo [del sector] (Hurtado y Busala, 2006: 23-24).

En 1956, a poco tiempo del golpe militar que derrocó al gobierno peronista, la CNEA se diluyó y la DNEA tomó su nombre colocándose, a su vez, bajo la dirección del Poder Ejecutivo.

15.

Durante más de tres décadas (1952-1983), la CNEA fue presidida por autoridades de la Marina. El primer presidente de esa Fuerza fue el Capitán Iraolagoitía (1952-1955), al que sucedió el Almirante Oscar Quihillalt, (1955-1973). Entre 1973 y 1976, Iraolagoitía volvió a hacerse cargo de la presidencia de la Comisión, hasta que la Junta Militar que destituyó al gobierno popular el 24 de marzo de ese año, designó al frente del organismo al Capitán de Navío Carlos Castro Madero (1976-1983).

16.

Dicha visión, arraigada en la cultura institucional (Fischbarg y Cosso, 2011) y extendida en parte de la literatura sobre la CNEA (Sabato, 1973; Mariscotti, 1987; Calabrese, 1997) contrasta, sin embargo, con los relatos de un sector del personal sobre la trayectoria de la Comisión y el impacto que tuvieron en ella los conflictos y las oscilaciones de la política nacional hacia la segunda mitad del siglo XX (Fischbarg y Cosso, 2011).

17.

Todos los logros señalados así como las metas del primer Plan Nuclear que la CNEA lanzó en 1979 -en el marco de la última dictadura militar- respondieron a una política cuyo principal objetivo radicó en emplear la energía atómica con fines pacíficos.

18.

En su trabajo “Periferia y fronteras tecnológicas…”, Diego Hurtado describe la situación peculiar de la CNEA entre 1976 y 1983 e indica cómo a diferencia de otros organismos del Estado que sufrieron los efectos de la economía liberal impuesta por la dictadura, la Comisión contó con un presupuesto millonario que le permitió dar curso a su Programa Nuclear. En palabras del autor, en ese escenario socio-político dominado por el terrorismo estatal, la CNEA era “una [suerte de] isla donde prevalecían los ideales de desarrollo, [autonomía] e industrialización, [forjados en las décadas del ´50 y 60]” (Hurtado, 2009: 54).

19.

Nucleoeléctrica Argentina Sociedad Anónima.

20.

Ente Nacional Regulador Nuclear. Desde 1997, ARN (Autoridad Regulatoria Nacional).

21.

En El Lanús… (2002), Visacovsky define a las periodizaciones como formas nativas de organizar el pasado.

22.

No haré referencia en el trabajo al período de reactivación nuclear impulsado en 2006 bajo el gobierno de Néstor Kirchner.

23.

Velia L. Hoffmann, una de las ingenieras entrevistadas por Zulema Marzorati, que ingresó a la CNEA en 1955 y participó en el diseño y puesta en marcha del primer reactor experimental argentino, el RA-1.

Las palabras de Hoffmann (2012) fueron extractadas de un fragmento referido al valor “emotivo” de la obra de Marzorati. Ver: http://www.ciccus.org.ar/ed/book/plantear-utopias/

24.

Es importante señalar que ninguno de los “nativos” refiere a su grupo de pertenencia en términos de “comunidad”, por lo que dicho concepto debe interpretarse como una categoría analítica.

25.

El período examinado por Marzorati comprende los años 1950 a 1955 y focaliza en las experiencias de los profesionales de la Dirección Nacional de Energía Atómica (DNEA, 1952) que, en 1956, tomaría el nombre de la CNEA.

26.

A fin de preservar la identidad de los profesionales consultados, reemplacé sus verdaderos nombres por otros ficticios. En el caso de los testimonios tomados de la obra de Marzorati (2011), seguí la misma denominación que la autora.

27.

Según Diego Hurtado hacia fines de los ’50 y principios de los ’60, la CNEA forjó los rasgos de su “cultura institucional” sobre la base de tres premisas fundamentales: “el desarrollo de una capacidad tecnológica autónoma, la conformación de una industria nacional y la búsqueda de liderazgo [regional en el sector]” (Hurtado, 2012: 207). Convertidas en metas para el organismo, las tres premisas constituirían los pilares de la “tecnopolítica nuclear” argentina.

28.

Aportar al desarrollo tecnológico del país.

29.

También aparece mencionado en los relatos como “Iraola”, expresión que marca su cercanía con los profesionales de la CNEA.

30.

“Gracias [a] Iraolagoitía, se evitó la politización peronista en la CNEA. No nos obligaron a afiliarnos, como era costumbre en otras reparticiones públicas, ni a usar luto cuando murió Evita”. Entrevista a Horacio Bosch, realizada por Marzorati en enero de 2003 (Marzorati; 2011: 152; el énfasis es mío).

31.

Testimonios tomados del libro de Zulema Marzorati.

32.

Testimonio de Doctor Tito Suter, entrevistado por Marzorati en marzo de 1995.

33.

Testimonio de Carlos Mallmann, entrevistado por Marzorati en febrero de 1995.

34.

“Mariscotti rescata como “sabia” la actitud de prescindir de la ideología política de los profesionales, convirtiendo a la DNEA en un oasis, o sea, un lugar aislado de las tensiones y enfrentamientos que existían en las universidades” (Marzorati, 2011: 150).

35.

Ingeniero mecánico, jubilado de la CNEA. La entrevista con Héctor fue realizada en enero de 2013.

36.

Testimonio de Enrique Linares, entrevistado por Marzorati en agosto de 2002.

37.

Testimonio de Jaime Pahissa-Campá, entrevistado por Marzorati en octubre de 2000.

38.

Testimonio de Carlos Martínez Vidal, entrevistado por Marzorati en diciembre de 2001.

39.

Entrevista realizada por Marzorati en diciembre de 1995.

40.

Ver Hurtado, D. (2014). El sueño de la Argentina atómica. Política, tecnología nuclear y desarrollo nacional (1945-2006), Buenos Aires, Edhasa. P. 142.

41.

Ver Fernández Larcher, A (2013). “Consecuencias de la violencia de Estado en organismos públicos nacionales: Un intento de reconstrucción etnográfica de las prácticas sobre Derechos Humanos al interior de la CNEA”, en X Reunión de Antropólogos del Mercosur (RAM) “Situar, actuar e imaginar antropologías desde el Cono Sur”. Ciudad de Córdoba, Argentina. Inédita. Pp. 5-10.

42.

Palabras de Estela. Entrevista realizada en noviembre de 2011.

43.

Entrevista a Emma Linares, realizada por Marzorati en noviembre de 2006.

44.

Entrevista a Rafael Rodríguez Pasqués, realizada por Marzorati en diciembre de 1998

45.

Palabras de Horacio Bosch, entrevistado por Marzorati en enero de 2003.

46.

Entrevista a Renato Radicella, realizada por Marzorati en noviembre de 2001.

47.

Entrevista a Milena González, realizada por Marzorati en julio de 2000.

48.

Palabras de Carlos Martínez Vidal, entrevistado por Marzorati en noviembre de 1999.

49.

CNEA. Informe sobre la Central Nuclear II. 3 de agosto de 1973, p. 555.

50.

Ver Fernández Larcher, A. (2015b). “Una aproximación a las relaciones entre ciencia, tecnología y política en la CNEA antes de la dictadura: apogeo y ocaso de las experiencias de participación política del personal”, en: Gárgano, Cecilia (Comp.) Ciencia en dictadura: trayectorias, agendas de investigación y políticas represivas en Argentina (pp. 63-85). Buenos Aires, INTA Ediciones.