Epistemología y política de los Science and Transnational Studies

por Dominique Pestre

École des Hautes Etudes en Sciences Sociales (París)

traducción de Valeria Hernández y María Soledad Córdoba

 

Resumen

Cuando se consideran los trabajos producidos en la historia de las ciencias y en la historiografía transnacional, es notable la amplitud de preguntas planteadas, la profusión de las ideas y los análisis, la riqueza y la variedad de lo que es propuesto. Por otra parte, notamos también la presencia reiterada de profesiones de fe metodológicas y declaraciones de intención, sobre las categorías y reglas que hay que poner en ejecución. Este artículo considera sucesivamente dos preguntas. En primer lugar, aquello que nos aportan en términos sustanciales, lo que estas historiografías nos enseñan sobre las ciencias y las relaciones transnacionales, lo que ha sido desplazado y lo que es reabierto. En segundo lugar, el artículo analiza estas declaraciones de principio. Se defiende la idea de que estamos frente a dos grandes corpus de interpretación de relevancia, heurísticamente productivos, que en la práctica se ven constantemente mezclados por parte de los historiadores, pero que, intelectual y políticamente, resulta esencial considerarlos en relación con las epistemologías, las ontologías y las posturas que los fundan.

Palabras claves: Estudios de la ciencia, Estudios transnacionales, Historiografía, Métodos, Epistemología.

Abstract: “Epistemology and politics of Science and Transnational Studies”

When the publications on the history of science and the transnational historiography are taken into account, it is noticeable the wide range of questions that are posed, the profusion of ideas, analysis, and variety of themes proposed. It is also noticeable the reiterated presence of methodologies and intentions in regards to the categories and rules that must be executed. This article addresses two questions. In the first place, what these historiographies teach us about the sciences and transnational relations, and that which has been displaced and which is reopened. In second place, the article analyzes these declarations. We are confronted with two large corpus of relevant interpretation, heuristically productive, which in practice are constantly mixed by historians, but that politically and intellectually are considered in relation to other epistemologies, ontologies and positions which sustain them.

Key words: Science studies, Transnational studies, Historiography, Methods, Epistemology.

Introducción

Este texto11. Publicación or (…) trata los cambios que afectan hoy en día los estudios sobre las ciencias, los estudios transnacionales y aquello que los une. Lo que sorprende, cuando recorremos esta doble literatura, es la inmensidad de las temáticas abordadas, la variedad de miradas, la frondosidad de ideas y el placer intelectual que da leerla. Los campos de investigación son muy amplios, los relatos históricos renovados, las bibliografías cada vez más ricas unas que otras y se comprende que nadie está a la altura de cubrir este océano22. Una primera ve (…) .

También llama la atención, cuando hacemos la lectura de esta doble literatura, la omnipresencia de discursos de principio y de introducciones programáticas que dicen disponer ahora de los buenos marcos analíticos que antes faltaban. Tanto en torno a las ciencias como a las cuestiones transnacionales, no es raro ver enunciados que se presentan como definitivos, introducciones teóricas que pretenden poner en juego categorías, posturas y focalizaciones que puedan ser utilizadas en general. Las mismas palabras y nociones se repiten entonces seguidas de un texto al otro, para definir lo que Pierre-Yves Saunier llama con humor un “perfume [que] parece flotar en el aire de las diversas ciencias sociales” (Saunier, 2004).

Deseo en este trabajo reflexionar sobre estas dos cuestiones. Primero, sobre qué debemos retener como esencial en esta renovación empírica e historiográfica. Luego, sobre qué se juega en estos discursos de método, qué nos permiten ver y qué invisibilizan, qué dicen de nuestra condición académica. Sobre el primer aspecto, evocaré algunas de las renovaciones del campo de los estudios de las ciencias y las tecnologías en situación transnacional, sobre todo los trabajos que realizamos en París y Estrasburgo. Sobre el segundo aspecto, defenderé la tesis según la cual nos encontramos frente a dos grandes corpus interpretativos. El primero, con centro de gravedad en Francia, en torno a Bruno Latour y Michel Callon, privilegia las nociones de co-construcción, hibridación y agencia, y el mundo es visto más bien como un fluido y en constante reacomodamiento. En contraste, el segundo corpus, más bien presente en la historia transnacional de las ciencias y las tecnologías, insiste sobre los límites de esas recomposiciones y propone lecturas más macro-sociales y políticas33. Un ejemplo per (…) .

Sostengo que esos grandes conjuntos interpretativos permiten ver aspectos esenciales –a pesar de su tendencia a decir que son mutuamente excluyentes–­. Ambos proponen saberes interesantes situados a escalas diferentes y que reposan sobre metafísicas y visiones de mundo en parte opuestas44. Tomo la noción (…) . Defenderé la idea de que es tiempo de salir de anatemas y tratar de mostrar que, a nivel epistémico, no es esperable reducir uno al otro. Esta declaración no debe ser vista como una postura derrotista o de abandono pero, como el proyecto de unidad de las ciencias desapareció de las agendas, no parece impensable que esta situación se aplique también a nosotros mismos.

En lo que sigue, voy a proceder en dos tiempos. Uno, consagrado a la renovación sustancial a la que nos enfrentamos, el otro a los debates de método, a esta confrontación entre dos lecturas diferentes de nuestras naturalezas-culturas. Y porque la cuestión de las ciencias es aquella que conozco mejor, es por los estudios sobre las ciencias que entraré en la mayor parte de mis análisis.

1. Nuevas conceptualizaciones de las ciencias y de lo que hace al mundo más allá del Estado-nación

1.1. Las renovaciones más importantes de los estudios de las ciencias y la historia de las ciencias

A primera vista, la historia de las ciencias podría parecer que se encuentra en una situación incómoda: su objeto –La Ciencia– está en constante deconstrucción y redefinición, o más exactamente en disolución, incluso en desaparición. En efecto, la fuerza inicial de los Social Studies of Knowledge (SSK) fue cuestionar esa noción, mostrar que era interesante abandonarla como categoría general, que era heurístico no pensar la ciencia sino las ciencias y las prácticas de ciencias. Los SSK nos llevaron a pensar la imbricación sin fin de las ciencias con las otras prácticas sociales, los arreglos siempre retomados en los universos económicos, políticos y militares, como también en las prácticas de control o de definición del orden social. Los SSK nos enseñaron a pensar la importancia de los actos discursivos, de los actos de nominación y el constante trabajo de (re)fabricación de las ontologías y fronteras. Aprendimos que la ciencia no es una cosa, un objeto o una entidad suficientemente autónoma, diferenciada y estable en el tiempo, como para ser tomada en sí misma, sino que ella es un conjunto de hechos materiales, sociales y retóricos insertados en mundos sin fronteras dadas. Es posible, ciertamente, definir características propias de ciertos subconjuntos –los mundos conceptuales de trabajo de las ciencias físicas de la guerra fría, por ejemplo– pero la voluntad de afirmar la unidad de las ciencias en general, tan fuerte hace cincuenta años, pareciera haber perdido justificación e interés. Se estudian en la actualidad campos de prácticas sin caracterización ni límites a priori –y asistimos a la disolución del objeto cerrado que en otra época era la ciencia–. Sin embargo, e incluso aunque parezca paradojal a primera vista, esto significó una mayor visibilidad de las actividades de las ciencias, su penetración y su migración a todo tipo de campos –sobre todo al campo de los estudios transnacionales–. En pocas palabras, si la ciencia no existe más, esto no quiere decir que no veamos sus manifestaciones y que ella no haya ganado pregnancia fuera del campo de los science studies y de la historia de las ciencias55. Para una prese (…) .

Más precisamente, los science studies nos enseñaron que las ciencias participan del orden humano, que ellas son el resultado de mujeres y hombres de carne y hueso, no de Dios(es). Las pruebas producidas por las ciencias no pueden por lo tanto ser absolutas u objetivas, ellas reposan en simplificaciones y en las decisiones tomadas inicialmente, son parciales y partisanas –incluso si ofrecen resultados útiles, eficaces e interesantes–. La ciencia habla raramente con una sola voz y las opiniones expertas son, en general, múltiples. Evidentemente, este enunciado no debe ser comprendido como una proposición relativista, más bien busca decir la naturaleza humana y social de toda producción de saber y sacar las consecuencias de ello66. Para este pará (…) .

Los science studies nos enseñaron también que las ciencias no avanzan principalmente gracias a su propia lógica. Las cuestiones que ellas abordan, lo que estudian o ignoran, sus maneras de plantear los problemas y de entenderlos, dependen de consideraciones que varían, ciertamente, según los marcos epistemológicos adoptados (no todas las ciencias trabajan con los mismos criterios de prueba), pero también dependen de situaciones institucionales, según los lugares donde esos saberes son producidos, la naturaleza de los financiamientos y de los proyectos (Ophir y Shapin, 1991).

Una tercera lección fue que la ciencia moderna no es en absoluto un modo de saber, sino una actividad con vocación práctica. A través de la experimentación controlada, la observación sistemática, el uso de correlaciones numéricas, las matemáticas y las modelizaciones, esta forma de conocimiento permite un dominio sobre los fenómenos, sobre la naturaleza y las cosas, sobre los hombres y lo social –una capacidad que no tuvieron siempre anteriores formas de conocimiento–. En otras palabras, la forma ciencia moderna es una manera de abordar problemáticas que autoriza una acción más eficaz en el mundo (Pickering, 1992; Pestre 2003).

Dada esta capacidad operativa, la ciencia moderna ha estado a menudo ligada a los diferentes tipos de poderes. Ella fue seguida de cerca por los poderes en ejercicio, y los sabios y practicantes de las artes (los ingenieros) han ofrecido sus servicios a los príncipes, los Estados democráticos y autoritarios, a las empresas comerciales, a los productores, a los industriales, a los militares. La ciencia moderna también fue rápidamente utilizada como medio para gobernar, a través del management científico, la investigación operativa o la ingeniería social. Históricamente, ella fue un medio para ayudar a las personas con poder a mejorar su comprensión del mundo y así gestionar mejor la naturaleza y la sociedad77. Entre otros: B (…) .

La ciencia moderna, luego de los science studies, ya no aparece como un vehículo neutro del progreso. Como toda actividad humana de conocimiento, ella se funda en valores y categorías que impregnan su lenguaje, sus herramientas y sus resultados. Lo que la ciencia produce forma parte del mundo y lo hace de manera interesada de acuerdo a las preocupaciones humanas y sociales. Dado su lazo orgánico con el desarrollo técnico y económico, la ciencia moderna jamás fue reconocida universalmente como un bien en sí mismo y fue a menudo recusada, criticada. La ciencia moderna produce resultados y técnicas útiles para las cuestiones que se plantean individuos y sociedades, pero también es posible ver esas soluciones como una fuente de nuevos problemas88. Para un bello (…) .

Finalmente, también aprendimos que la ciencia moderna jamás estuvo muy atenta a las consecuencias que pudieran surgir de la caja de Pandora que ella constantemente reabre. Las instituciones científicas y técnicas producen resultados que ponen a disposición vía las publicaciones y los mercados. Los productos y saberes penetran lo social por medio del consumo y los usuarios, pero sin verdaderamente tomar en cuenta las implicancias sociales, morales o medioambientales. En otras palabras, es necesario pensar las ciencias y las técnicas como teniendo un costo, comportando su propia política, favorizando ciertas maneras de ser en el mundo y de desarrollarse, en detrimento de otras y esto sin dar un debate previo. No deberíamos entonces sorprendernos de las reacciones sociales y de las críticas que se plantean, desde hace casi dos siglos y medio, a la (tecno) ciencia (industrial) (Fressoz y Locher, en evaluación).

Evidentemente, todo lo dicho no sólo concierne a los otros sino también a nosotros mismos, aunque estemos seguros que abordamos el mundo tal como él es gracias a nuestros estudios.

1.2. La renovación impulsada por los estudios y la historia transnacionales

Fenómenos del mismo orden e importancia están presentes en los estudios transnacionales. Cómo la ciencia, la Nación perdió, con el alcance transnacional, su aura de evidencia como entidad primera, como marco de análisis (casi) autosuficiente. En un sentido, podríamos decir que esta cuestión no es totalmente nueva –como con los science studies: el estudio del Estado-nación presupone los intercambios, el comercio y las relaciones internacionales, la guerra, la paz armada y la diplomacia, los acuerdos y los organismos supranacionales (los congresos científicos en la SDN y en la Cruz Roja)–. Siempre supuso lazos con los mundos de la producción, de la metrología y los estándares –una uniformización de los mundos que siempre valorizaron las ciencias–. Para recusar la novedad de lo transnacional también podemos citar la herencia de los Subaltern, Cultural y Feminist/Gender Studies.

Sin embargo, más allá de todo lo señalado, es necesario reconocer que la constitución de lo transnacional como objeto central de análisis desplaza las cosas de forma significativa. Descentra la mirada de las cuestiones simplemente internacionales para ir hacia los flujos en sí mismos, hacia las circulaciones, los intermediarios, las historias entremezcladas y cruzadas –incluso la cuestión global, de un orden que va más allá de lo trans- o de lo internacional–. Esta historia se centra más fácilmente en los márgenes y los intermediarios, en los lugares periféricos, en las profesiones o grupos que viven del encuentro, aquellos que tienen la posibilidad de gestionar esos espacios heterogéneos. Ella autoriza entonces a volver sobre, y a recusar, la visión unidimensional de la fabricación de los mundos, a revisitar, por ejemplo, el proceso de colonización (Gruzinski, 1999).

Esos encuadres, amplificados por lo que otros reivindican como la Global History, han inducido análisis finos de las instituciones paranacionales o transnacionales y, más allá de las instituciones que actúan en principio a escala global. Ello ha sido abundantemente realizado por los historiadores del período moderno, a propósito de los jesuitas o de las compañías de comercio (Raj, 2007; Romano, 2010). Esto también condujo, por poner ejemplos contemporáneos inspirados en los trabajos que llevamos adelante en París y en Estrasburgo, al análisis sobre períodos largos de los comités de expertos internacionales sobre la radiactividad o los pesticidas, sobre nuevas instancias que no emanan de los Estados pero que hacen pesar sus propuestas sobre el poder soberano. Las mismas observaciones se aplican a los estudios sobre los expertos globales que consideran su aparición, su modo de acción y de organización, su dependencia, como la manera en la cual ellos construyen su autonomía. El mundo global aparece entonces como (en parte) unificado y normativizado a través de las transferencias de personas, categorías y herramientas, y como siendo el resultado de acciones deliberadas. En el caso de la gestión de los riesgos, por ejemplo, las herramientas de evaluación y de management (los factores de riesgo, el análisis de costo/beneficio, la monetarización de todo tipo de perjuicio) circulan, en los decenios de pos guerra, entre los comités de expertos internacionales, los clínicos, los epidemiólogos, los toxicólogos, o la Rand Corporation –y emergen como universalmente fiables y permitiendo llegar a la realidad de las cosas (Boudia, 2007 y 2010)–.

Aparece también la variedad de articulaciones entre experticias científicas, críticas sociales, demandas políticas y políticas de regulación entre los poderes de los Estados, sociedad civil y organizaciones mundiales, entre la variedad de espacios y las formas que toma la negociación. Esos espacios difieren masivamente –desde la elaboración de normas y listas de productos químicos o de aditivos alimentarios, hasta las formas de la negociación climática–. Esta última se encuentra en efecto, distribuida entre el trabajo de diversos comités del Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), la vivacidad de la toma de posición en el espacio público, y la dinámica de las Conferencias anuales de las Partes99. En inglés Conf (…) que oscila entre in y off, entre la negociación oficial y la intensa efervescencia de los side events (Dahan et al., 2010).

Para el mundo contemporáneo, los análisis se interesan en organismos que están en posición de gestionar directamente la globalización, esas instituciones que se dan el rol de definir las normas y estándares del mundo global. Es el caso de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que funciona como el super-think-tank de la liberalización y que define los benchmarks universales necesarios para la buena marcha de los negocios y de las sociedades1010. Ver http://www (…) . Es el caso del Banco Mundial que se autodefine desde el año 2000 como el banco de los saberes que permiten la erradicación de la pobreza promoviendo la buena gobernanza (Goldman, 2005). Es el caso de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de sus jurisdicciones, una institución que pretende ser la única con derecho a regular los negocios y el comercio internacional (Bonneuil y Levidow, 2012). Pero también es el caso de las instancias políticas regionales e interestatales, como la Comunidad Europea, instituciones a las cuales los Estados delegan importantes poderes y que redefinen de forma activa las economías, los territorios, las poblaciones. La Comunidad Europea actúa, por ejemplo, como un tipo de Estado nuevo: un Estado regulador y no ya soberano, un tipo de Estado que crea zonas tecnológicas homogéneas y marca los modos de producción. Transforma también, vía la adopción de normas, dispositivos de medida, herramientas de evaluación y procedimientos de competencia, las relaciones sociales –las relaciones de trabajo, por ejemplo (Barry, 2001; Majone, 1996; Salais, 2007)–.

También es el caso de las empresas mundiales teóricamente autorreguladas gracias a sus compromisos sociales y medioambientales, o que reorganizan las prácticas de filiares enteras de producción a escala mundial (un caso bien conocido es el del aceite de palma1111. Ver Round tabl (…) ). Es el caso de los think-tanks liberales y conservadores de los años setenta y noventa, de los grupos que pesan nacional e internacionalmente sobre la defunción de las cuestiones pertinentes y de los valores a ser respetados; simétricamente, claro está, es también el caso de las ONG humanitarias, medioambientales y desarrollistas, que se expanden en los mismos años (Medvetz, 2009). Conviene finalmente mencionar también los medios y su globalización, como la existencia de la web y sus redes sociales que hacen circular opiniones públicas opuestas, en parte, a escala mundial.

De este modo, ciertamente, el desplazamiento de los campos y programas de investigación es al menos tan importante en estos temas, como en los science studies.

2. Cuestión de epistemologías, de ontologías y de posturas: los grandes debates de método en torno a los science studies y los estudios transnacionales y globales

Me gustaría ahora volver, más allá de la fecundidad y la renovación fascinante que introducen estos estudios empíricos, a los debates teóricos y proclamaciones de método que encontramos tanto en los estudios sobre las ciencias como en los estudios globales y transnacionales.

Para situar mi problema, y partiendo de los estudios sobre las ciencias, diré que estos implicaron debates muy vivos sobre los saberes y quienes los detentan, pero también sobre la naturaleza del lazo social y sobre lo que hace sociedad, así como sobre las posturas, morales o políticas, que deben sostener los analistas. Desde David Bloor (con el Programa Fuerte) hasta Bruno Latour (con la segunda simetría), pasando por Harry Collins (con el relativismo metodológico) y los trabajos de los etnometodólogos (Michael Lynch y Steve Woolgar) y de los historiadores (Shapin y Schaffer, por ejemplo), los debates no dejaron nunca de abordar las cuestiones epistemológicas, ontológicas y políticas –y es aquí donde los debates se volvieron más rudos (Bloor, 1976; Collins, 1985; Latour, 1989; Shapin y Schaffer, 1993; Woolgar, 1981)–.

2.1. El debate de los science studies como debate epistemológico

Los debates en los science studies se dan primero cómo debates sobre la epistemología de las ciencias sociales, y de la sociología en particular. Por un lado1212. Podemos contra (…) , la propuesta es refutar, como lo pide la segunda simetría latouriana, la noción de causalidad tan importante para el Programa Fuerte, simetrizar por segunda vez y poner en el mismo plano a todos los actantes. Por otro lado, el principio es reconocer que, incluso si los microbios, objetos y técnicas son parte de nuestras interacciones, la manera en que los humanos arreglan sus relaciones plantea problemas específicos. Por un lado, se postula la irreductibilidad de la acción a los estados sociales –las identidades sociales son de todas formas siempre demasiado simplistas–; por el otro, se admite que las situaciones e identidades que nos marcan no son sin efecto sobre nuestros juicios. Por un lado, el objetivo es permanecer agnóstico; por el otro, se afirma que la organización del vivir juntos es también una cuestión de humanos que toman sus responsabilidades en nombre de valores y de decisiones. Latour acusa a Bloor de sociologismo, el segundo piensa que los trabajos del primero invisibilizan las relaciones de poder deliberadas y organizadas. Los primeros dicen de los segundos que viven de macro-categorías ya hechas y que ello les impide ver como los mundos se transforman, los segundos piensan que los primeros son dogmáticos y que ven solo una parte de las cosas. Los primeros hacen más bien una apología de las redes, del bottom-up político –por ejemplo, de las multitudes1313. En Francia, in (…) –, los segundos una descripción más fría de las relaciones sociales que insiste en lo ordinario de las relaciones instituidas.

En el primer marco, el mundo social está constituido de actores en interacción, actores/actantes que se hibridan y co-construyen universos susceptibles de grandes reversibilidades. El pluriverso, para retomar la excelente expresión de Bruno Latour, aparece como infinitamente maleable, como abierto y poco estructurado, como susceptible de adaptaciones recíprocas constantes –lo cual constituye un relato optimista de las cosas–. Esta perspectiva tiene la ventaja de seguir al detalle las cosas, de mostrar cómo los actores construyen el sentido de sus vidas y de sus acciones en lo cotidiano (Latour, 2005). En contraste a esta filosofía política, dominante en los science studies y una parte de las ciencias sociales, los otros insisten sobre los límites de esas recomposiciones. Ellos parten de la idea de que existen lógicas en la vida social que están en competencia –por ejemplo, las de los sistemas (en el sentido de Habermas, 1997), sistemas gobernados por lógicas transversales a las lógicas dialógicas y cooperativas del espacio público–. El dinero es el medium de los sistemas económicos, el control del poder es el de los sistemas políticos –mientras que la palabra y el deber de justificación regulan la vida multi-centrada del espacio público–. Para ellos, no hay una lógica de interacción sino varias, y no podemos ahorrarnos el tener que hacer el análisis diferenciado de los fenómenos. O al menos juzgan que esta dimensión, si no es considerada de manera rigurosa, conduce a invisibilizar una dimensión esencial de las relaciones humanas y sociales (Habermas, 1987; Boltanski, 2009; Pestre, 2003).

Este debate es antiguo en las ciencias sociales y cada postulación tiene sus razones. Es claro que los humanos no son drogados culturales, como dice Garfinkel, que no están determinados desde el exterior por su estado social, o que no tengan agencia (Garfinkel, 1967). Esto no implica, sin embargo, que el mundo sea plano. Este último es rugoso, estructurado, siempre constringente, y con desigualdades persistentes en el orden social. Los actores no son iguales en sus capacidades de hacer o de deshacer los mundos, y existen formas deliberadas de gobierno de los hombres y de las cosas.

Los teóricos de las ciencias sociales –en la teoría social, como dicen del otro lado del Atlántico– tienen una tendencia a querer enunciar la posición epistemológica correcta, a decir la norma que conviene adoptar para ser científico –y esta inclinación es visible, como es de esperar, en los debates de los science studies. Este es el caso de Bruno Latour cuando revisita la teoría del actor red vía los escritos de Gabriel Tarde. En sus trabajos recientes, pareciera considerar que hay un nivel privilegiado de análisis, un marco de partida necesario para quien desea plantear correctamente la cuestión acerca de lo que hace sociedad.

Esta postura se concretizó, por ejemplo, en un proyecto para modelizar el mundo social (en el sentido fuerte de la modelización numérica) partiendo de las monadas tardianas (Latour, 2009; Latour et al., 2012). La idea –ambiciosa– consiste en partir de actores individuales-elementales y, utilizando los medios de cálculo a nuestra disposición, simular los universos macro-sociales a partir de esas entidades originales. El objetivo es comenzar con un mundo inicial plano, hecho de individualidades distribuidas, modelizar sus modos de interacción y de reencontrar, como output de esta simulación numérica, las características macro de los mundos sociales que conocemos. La idea no está desprovista de ambición e intentar tal ejercicio no deja de ser útil en términos heurísticos. Sin embargo, visto la inmensidad de la tarea, podría suceder que solo sea practicable en casos muy simples. En efecto, se debe partir de individualidades que no son átomos intercambiables, sino que deben ser modelizados como entidades complejas (monada tardiana obliga), y el tipo de cálculo que se debe realizar, bien conocido por los físicos (quienes trabajan con simples átomos) se vuelve rápidamente monumental. A decir verdad, es imposible de gestionar en la gran mayoría de casos1414. Para ver debat (…) .

Frente a esta postura y estos proyectos tengo un sentimiento encontrado. Primero creo que es necesario reafirmar que no existe un punto de partida que sea en sí mismo decisivo o más fundamental que los otros –a pesar de lo que crean o digan los teóricos de las ciencias sociales o los físicos de altas energías–. Producir conocimiento supone simplificaciones y la postulación de ontologías específicas, y es en relación al interés y la calidad de los análisis producidos que es posible juzgar su pertinencia. En física como en sociología, el todo no es jamás posible aprehenderlo en sí mismo, la ciencia nunca puede llegar a ser un conjunto completo y ordenado, la reducción al nivel fundamental es siempre limitada –de hecho, la ciencia es la suma de construcciones locales más o menos articuladas–. Cada uno toma las cuestiones de cierta manera, a un nivel particular de aproximación –y busca, a dicha escala, de hacer emerger un saber interesante, significativo–. El físico teórico de los años treinta partía generalmente de entidades atómicas y de la mecánica cuántica, pero el biólogo molecular de los años sesenta comienza por las macromoléculas (y no las partículas elementales de los físicos) y el historiador demógrafo de esos mismos años parte de la reconstrucción de las familias. La razón de esto es que esos objetos y categorías son los que el analista piensa como mejor adaptados a las preguntas que se hace –y ninguna es el fundamento de las otras (los quarks no son el fundamento de ningún aspecto de la fisiología)–. En otras palabras, la variedad de los puntos de partida es vital pues es eficaz y productiva –y esta variedad es epistemológicamente justificada y metodológicamente operativa–.

Los intentos de reducción de un nivel de análisis a otro son, sin embargo, estimulantes y enriquecedores y deben ser impulsados ya que abren siempre sobre cuestiones inesperadas, estableciendo conexiones nuevas. Los físicos de la materia condensada, por ejemplo, mostraron, gracias a la modelización de sólidos a partir de entidades elementales que la constituyen, cómo emergen propiedades eléctricas o magnéticas específicas. Esos modelos indican que todas las reconfiguraciones no parecen igualmente plausibles, que ciertos operadores hacen converger los sistemas hacia ciertos fenómenos emergentes y no hacia otros (Georges, 2010). Estos trabajos indican entonces dos cosas. Por un lado, que el trabajo de modelización puede ser formidablemente interesante y que nada debe impedir esta empresa. Por el otro, que Bruno Latour tenía plena razón cuando en “Irreductions”, su gran texto de metafísica social (Latour, 2005): las transformaciones sociales no requieren que se modifique ni un poco la estructura (hacer la revolución, si se quiere), sino que se encuentre el operador (quizá pequeño) que hace reorientar los miles de actantes (Pasteur en Pouilly-le-Fort). Esto conforta a quienes, luego de Foucault, estudian las recomposiciones sociales/naturales a partir de dispositivos que algunos tienen el poder de activar –los benchmarks, por ejemplo, utilizados como herramientas de gobierno, y que rehacen el mundo de forma anónima pesando sobre cada uno (Foucault, 2004 a y b; Miller y Rose, 2008)–.

De modo paralelo, para continuar con Bruno Latour y su defensa incondicional de las hipótesis de Gabriel Tarde contra las de Durkheim, es posible dudar que el primero sea el único en haber planteado bien el problema (simplemente, porque esta posibilidad no existe) y que se trate antes que nada, en este tema, de disponer de las categorías correctas desde el comienzo. Que Tarde haya visto algo interesante cuando describió el universo social como un tejido hecho de monadas, un tejido de acción intermental de las cuales surgen reales novedades imposibles de prever es perfectamente aceptable (Tarde, 2011). Esto no implica, sin embargo, que Durkheim (o Halbwachs o Mauss) no digan nada interesante al tomar el problema a otra escala y por otra entrada, o que esto pruebe lo poco interesante de sus proposiciones. Es más, desde un punto de vista de historiador, la victoria de Durkheim sobre Tarde a comienzos del siglo XX (quiero decir que en ese momento pesaba más en la sociología y que tuvo más herederos) puede comprenderse por el hecho de que lo social en sí se entendía como constituido por grupos y clases en conflicto y negociación, y que por lo tanto lo social instituye, en nombre de una ciudad de justicia cívica, un nuevo tipo de derecho –el derecho social–, situación que es mejor restituida por la formulación durkheimiana. Ello no implica tampoco que sólo él haya tenido razón en general. Quizá Durkheim es más fiel, en sus trabajos, para reflejar la sociedad que lo circunda y la manera en que ella se piensa y se reforma, pero esto no implica en absoluto que piense todos los fenómenos de manera pertinente o que agote todo lo importante que se puede decir de ellos. De la misma forma, la teoría del actor red aprehende ciertamente una parte importante de las novedades que definen el mundo de los últimos decenios, y es por esto que ella cuenta –lo cual no implica tampoco que ella sola pueda ver todo lo que importa a los actores hoy día, y menos aún que defina el marco justo, la solución que permitirá superar todas las dualidades–. De un punto de vista teórico, nadie puede decidir lo que es la realidad y sobre qué se sostiene.

Propongo entonces que seamos prudentes, en la historia de las ciencias como en la historia transnacional, con todos los prolegómenos metodológicos que pretenden vías privilegiadas. Creo más razonable admitir que lo que debemos comprender es demasiado complejo, que lo que cuenta es lo que las diversas perspectivas aportan como interesante a nuestra comprensión de las cosas –que es y será imposible garantizar la superioridad epistémica de un marco sobre otro–. No es que todo valga, al contrario, es necesario ser prudentes con la mercancía podrida. Jamás poseeremos el punto de vista divino, así pues la multiplicidad de las perspectivas es y será la garantía de precisión. Dado que todo conocimiento es parcial y partisano –un postulado central de los SSK–, proponer puntos de partida múltiples es una excelente política.

2.2. El debate de los science studies como un debate sobre las ontologías

En los estudios sobre las ciencias, se puede decir que los debates se organizan también en torno a la cuestión de las ontologías que hacen (fundan) lo social. Describir el mundo quiere decir enunciar en qué consiste, de qué está hecho. Y dado que la categoría de actor es actualmente omnipresente en las ciencias sociales, lo más simple para entrar en esta cuestión es quizá revisar un postulado que hace furor desde los años setenta en el campo de los estudios sobre las ciencias, a saber que es necesario seguir los actores. No hay dudas de que este principio heredado de la etnometodología y de las teorías interaccionistas haya sido productivo, obligándonos a centrarnos en la manera en que los individuos evalúan las situaciones y actúan, sobre la manera en que contribuyen a hacer emerger nuevos arreglos. Pero la expresión tiene sus debilidades –como toda expresión– y transporta ontologías implícitas que merecen ser analizadas más en detalle. Ahora que este programa de investigación no se ve ya amenazado en su continuidad, es posible y quizá urgente puntualizar la manera en que limita nuestras reflexiones.

Primero está la cuestión de saber a qué actores seguir ya que ellos no se presentan por sí mismos, su cantidad es, en relación a cualquier pregunta, a priori infinito, y la elección que realizamos depende de la manera en que recortamos nuestro objeto (frente a tal polémica, por ejemplo, retenemos solo los personajes que nos parecen significativos). En un sentido fuerte, no seguimos a los actores sino que seleccionamos algunos, aquellos que nos parecen pertinentes para nuestra historia –los que van a jugar un rol en la escena de nuestro relato–. En todo trabajo de ciencias sociales, es imposible ignorar la existencia de infinitos otros –¿cómo podría ser de otro modo si el mundo social-natural no tiene límite dado?– y esta elección es determinante para las conclusiones que derivarán del estudio.

También hacemos mover los actores de cierta manera, les conferimos propiedades, motivaciones, modos de ser y de hacer, y los ubicamos en escenarios de los cuales somos los directores –exactamente como Pasteur hizo hacer a los microbios en sus textos a partir de los cuales indujo su laboratorio, y esto es sólo parcialmente cierto (Latour, 1984)–. No es que no podamos imputar lo que queramos a los actores que elegimos seguir –los datos que movilizamos resisten las interpretaciones más libres–. Sino que, como los estudios sociales de las ciencias lo han mostrado hasta el cansancio, tenemos grandes márgenes de maniobra –y los historiadores han mostrado que los microbios de Pasteur, por ejemplo, no se comportan del mismo modo que los de Koch, su gran competidor (Schaffer, 1991)–. Igual que Boyle –para utilizar otra metáfora legendaria de los historiadores de las ciencias– nos comportamos, cuando pretendemos seguir a los actores, como si fuésemos los testigos modestos de sus hechos y gestos, enmascarando así nuestra propia agency, nuestro rol activo, nuestras inferencias y nuestras elecciones, la manera en que construimos e imaginamos sus identidades y propiedades1515. Boyle se defin (…) .

En resumen, seleccionamos nuestros actores (y olvidamos otros tantos), los dotamos de propiedades particulares (en detrimento de otras) porque no podemos sino simplificar las cosas; porque somos limitados; porque tenemos una idea de lo que implica comprender; porque, en tanto que humanos, no podemos abarcar todo (y menos en una narración, que necesariamente es lineal) y por ese mismo motivo esperamos, conscientemente o no, insistir sobre determinados puntos, ciertas conexiones, reconfiguraciones. El sentido así producido puede ser pertinente y rico, pero no puede ser sino parcial y partisano. El seguimiento de actores no es garantía de nada –es solo una linda palabra positivista y tranquilizadora–.

La noción de actor, la unidad que ella supone y crea por su propia enunciación, merece también ser comentada. Actor es hoy en día un término omnipresente cuyo uso parece natural y evidente porque es neutro, general y abstracto, además, no resulta problemático porque no posee significación propia. En realidad, si miramos de cerca, aparece a la vez como limitativo y altamente polisémico. Remite para algunos (¿no es el caso originario de la palabra actor?) a un mundo en el cual cada uno juega un rol (o se ve asignado a jugarlo), un mundo en el cual el individuo se pone constantemente en escena –una situación en el centro de los reality shows que pululan en la televisión por ejemplo–. En segundo lugar, remite a un mundo concebido como constituido por individualidades actuantes y libres, plenamente responsables y a cargo de sus vidas, construyéndolas en total autonomía y fecundidad –como lo indican los discursos (neo) liberales que, actualmente, llenan las revistas–. Simétricamente, lo podemos imaginar como actor racional practicando de manera continua evaluaciones de costo-beneficio, optimizando sus intereses, midiendo las opciones que se presentan –lo cual es la versión de muchos economistas (pero no sólo de ellos) cuando modelizan nuestros comportamientos–. O como el actor estratégico que se mueve en un mundo esencialmente agonístico, donde cada uno tiende a hacer pasar a los otros bajo las horcas caudinas –lo cual es la versión inicial de la teoría del actor red1616. Para una críti (…) –.

Partiendo de entidades elementales, de monadas en interacción y movidas, antes que nada, por el deseo de existir o de imponerse, no es sorprendente que el mundo aparezca como a la vez isótropo (no está constituido más que por entidades distribuidas y siguiendo la misma lógica) y abierto a toda recomposición (ya que nada puede limitar el mundo más allá de los actos futuros de los actores). Pero podría ser que esta descripción sea demasiado áspera, demasiado simple –y peligrosa por la homogeneización y los puntos ciegos que crea–. Razonando por absurdo a partir de las políticas actuales, Florent Champy nota, por ejemplo, que, si los interaccionistas tuviesen razón en sus intransigencias metodológicas, y si no fuese interesante mirar las instituciones y cuerpos intermedios, entonces las amenazas que las políticas de liberalización actuales hacen pesar sobre la autonomía de aquellas no cuestionarían más que ventajas indebidas. Pero si esos grupos, por ejemplo la magistratura y los valores que definen, son portadores de concepciones particulares de la justicia y de saberes especializados útiles para el funcionamiento de una sociedad siempre ya organizada, entonces esas amenazas que pesan sobre ellos contribuirían a eliminar formas de existencia útiles al equilibrio social –y por lo tanto a hacer desaparecer toda forma y racionalidad distintas que las lógicas mercantiles y manageriales–. En este caso, esas amenazas debilitan las herramientas de defensa de las que disponen los más débiles –lo cual no deja de tener importancia (Champy, 2009)–.

Es por lo tanto importante salir de la monada actor, pensar más allá de ella, concebir tipos de actor diferenciados. Una solución, entre otras, es hablar de instituciones y de lo que las define en particular, decir cómo actúan y hacen, cómo pesan y marcan la vida de los individuos y las cosas. Según Luc Boltanski, que recientemente se ocupó de este objeto, las instituciones pueden ser descriptas como seres sin cuerpo, entidades durables que trascienden a quienes hablan en su nombre, seres cuya relación al tiempo es específica. Las instituciones están allí para legislar sobre una infinidad de variedad de conflictos entre personas y lógicas, para reafirmar un orden en un contexto de intereses divergentes. En la mayoría de las situaciones, ellas tienen una alta capacidad de arbitrar que raramente puede ser ignorada, una capacidad particular de cerrar un debate o de imponer soluciones. Ciertamente, muchos otros actores juegan, resisten y tratan de imponer sus propias reglas y valores –con justa razón, y esta posibilidad es evidentemente defendible– pero las instituciones tienen generalmente un poder de modelar las situaciones que es más fuerte y asimétrico respecto de los individuos y de otros grupos organizados (Boltanski, 2009; Shinn y Pascal, 2005).

Las instituciones no interactúan tampoco como los individuos hechos de carne y hueso –de allí la ceguera que pueden inducir los términos generales de actores e interacción– aun si ellas se encarnan y hablan a través de personas. Un juez de audiencias no habla ni interactúa como lo hace en su vida ordinaria. Las instituciones tienen también una duración de vida que excede la de sus representantes, ellos tiene una mayor capacidad de resiliencia (para retomar un término a la moda hoy en día). En esto, ellas son fetiches en el sentido de Bruno Latour, es decir, son ficciones altamente reales, ficciones que otros actores pueden buscar reducir o desnaturalizar, pero que están dotadas de una performatividad material, social y discursiva muy potente y particular. Ontológicamente, esta especificidad conduce a no tomarlas, en nuestros análisis, como otro actor cualquiera, como un tipo de actor indiferenciado (Latour, 1996).

Para ampliar este debate y ser más concreto, podemos mirar la microstoria italiana de los años setenta. Ella también aborda las cosas a gran escala –sugiriendo, sin embargo, centrarse en las situaciones1717. Esta sección s (…) –. Su idea-fuerza, su propuesta de base no es de hecho seguir a los actores, sino elegir y caracterizar la situación que importa, la configuración que permite estar en el corazón de la problemática que interesa a los actores –y por lo tanto a nosotros–. Como hace E.P. Thompson, la micro-historia tiene la visión de un mundo estructurado por oposiciones durables, la visión de dispositivos de poder que constriñen la acción –lo cual no significa que sean ni inmortales ni infalibles–. Considerando como esenciales tanto la emergencia de lo nuevo como la creación de irreversibilidades históricas, la micro-historia sugiere al analista imaginar, a título heurístico, la gama de posibles e imposibles a las cuales los actores deben hacer frente, sus capacidades diferenciadas de acción y de circulación entre esta construcción experimental (ya que esta palabra también está de moda) y lo que las fuentes permiten decir. Ella parte además de la evidencia de una incoherencia sistemática de los universos normativos –lo que Boltanski y Thévenot mostraron por su parte (Boltanski y Thévenot, 1991)–. La micro-historia parte entonces de un mundo centrado en los individuos, los grupos, los intereses constituidos y las instituciones donde todo no es posible, un mundo ciertamente en movimiento pero no fluido y, al contrario, rugoso –donde no todo se reconfigura según la voluntad y permanentemente–.

2.3. El debate de los science studies visto como un debate sobre las posturas (sociales, morales, políticas) de los analistas

En los últimos treinta años, el debate en los science studies tomó la forma también de un debate centrado en las posturas –sociales, políticas, morales– adoptadas por el analista. Una manera de percibir este debate es tomando nuevamente a Bruno Latour como hilo conductor y ver cómo habla de lo que llama postura crítica, una postura de analista que denuncia vigorosamente. La crítica, que no suele ser definida con precisión en su trabajo y por lo tanto no se sabe quién la hace1818. Ver sobre este (…) , aborda siempre los mismos temas, poniendo en juego categorías ya hechas y demasiado amplias como para ser eficaces –incluso, como si fueran destructivas ya que minan el cuerpo social por las divisiones que ellas instauran constantemente–. La crítica remite a una suerte de conjuro, a categorías hechas para denunciar (y por lo tanto a prolongar la discordia –una proposición sorprendente–) y no permite ni el análisis ni una descripción fidedigna de la complejidad del mundo. La oposición es aquí construida entre el deber de sólo movilizar lo que los actores movilizan por sí mismos, y aquellos que adoptan posiciones desde arriba, necesariamente reductoras y poco interesantes. Hacer bien su trabajo implica seguir a los actores y las redes que ellos crean y co-instauran permanentemente, no colocarse al exterior y movilizar categorías y valores desconocidos para ellos.

De un punto de vista teórico, esta posición fue central para los science studies ya que constituyó su punto de partida. En su origen, en efecto, (es el corazón del Programa Fuerte como análisis de controversias), se trata de simetrizar la posición que se adopta vis-a-vis de los científicos implicados en una controversia, afirmar una postura escéptica como regla metodológica. Sin embargo, existen, desde el comienzo, dos maneras de interpretar esta regla. Ya sea que se la tome como una postura de neutralidad axiológica, ya sea como una manera de minar la autoridad de los científicos victoriosos y devolver su suerte a los perdedores, para rehabilitarse como siendo ellos también coherentes en su postura. En el primer caso, se pretende la neutralidad simetrizante de una postura purificada (de una postura científica), en el segundo, el análisis de la controversia es utilizado como un dispositivo crítico que devela la impostura y la injusticia del relato de los vencedores. En los dos casos se muestra cómo se fabrican los enunciados y se negocia un orden (y eventualmente un consenso), pero en un caso se insiste sobre la relatividad de los enunciados, mientras que en el otro se devela lo arbitrario de las construcciones que se imponen y de las fuerzas que permiten silenciar al oponente.

La elaboración más lograda de una posición que rehúsa contentarse, en toda ocasión, de las perspectivas simétricas fue la feminista y los subaltern studies de los años ochenta –como hoy en día sucede con quienes piensan la complejidad de las relaciones transnacionales–. La estructura del argumento, que yo retomo de Donna Haraway, es bien conocida: ella parte de una tensión, en sentido fuerte, entre el interés que hay en mostrar la naturaleza construida de toda cosa, la fecundidad y lo heurístico de la simetría y la vivencia o la evidencia de las dominaciones, las injusticias, las invisibilizaciones. Cuando se está en esas situaciones, que son generalmente justificadas por los discursos y las formas legítimas del saber, es decisivo ser capaz de producir uno mismo un contra-saber, saberes propios que sean críticos del orden legítimo y develen aquello que esos poderes ocultan –producir enunciados fundados y justificados, enunciados fiables que permitan des-armar los constreñimientos y existir de manera autónoma (Haraway, 1988)–.

El exclusivismo de la postura simetrizante, cuando se contenta al decir que los saberes están distribuidos y que jamás son locales, que hay justificación por todos lados, que no hay punto de vista desde el cual juzgar de manera absoluta, y que la crítica debe entonces cesar, desarma la reflexión de aquellos que viven esas injusticias –y los vuelve impotentes–. Ellas y ellos de abajo, si se nos permite la expresión, necesitan saberes sólidos que les permitan comprender lo que se esconde detrás de las verdades que se les oponen. Ellas y ellos necesitan construir saberes que les permitan dar sentido a las situaciones que viven y argumentar en el espacio público. No es suficiente, concluye Haraway, con mostrar la contingencia histórica radical de todo saber –aunque esto sea cierto e importante–. También es necesario producir un cuadro de conjunto que tome en cuenta las pretensiones de saber de todos los sujetos de conocimiento (incluso si los subalternos no pueden quizá expresarse fácilmente (Chakravorty Spivak, 2009), sujetos que deben permanecer atentos a sus propias tecnologías semióticas (se trata de un deber de reflexividad) –y que arriban a saberes críticos que permiten una implicación moral y acciones de resistencia1919. Aquí se observ (…) –.

Esto significa que no hay una oposición de principio entre, por un lado, la búsqueda de la verdad, y por el otro, aceptar que uno está situado, limitado, que no se sabe más que parcialmente. Esto significa que no hay oposición de principio entre objetividad (o deseo y horizonte de objetividad) y movilización de lo que definimos como actor complejo sometido a órdenes y determinaciones múltiples. De hecho, es a partir de la movilización de lo que nos hace ser que aprendemos a pensar y a decir cosas útiles, interesantes, responsables. Pretender que se sabe cómo el problema debe ser planteado para un conjunto de sujetos cognoscentes no es entonces sino una ilusión, nos repiten las feministas; se trata de un error epistemológico (no hay saberes no marcados), y es un error que tiene efectos políticos mayores en el orden social (pues impide o limita la expresión de aquellos radicalmente otros). Al contrario, necesitamos aceptar que todo saber es de este mundo, que está siempre formulado en lenguajes parciales, que está marcado por sus lugares de origen –esto debe ser reconocido como algo banal pero asumir al mismo tiempo lo que pone en evidencia como verdad, lo que volvemos invisible2020. Para una histo (…) –.

Detrás de estos debates se plantea la cuestión de los mensajes que nuestros textos y análisis ponen en juego –y concluiré esta sección con este punto–. No me interesa tanto la cuestión de los enunciados sino las promesas que nuestros relatos inducen, los padeceres y las realizaciones que ellos evocan u ocultan. Por ejemplo, el mundo que emerge hoy en día a través del vocabulario de actores dotados de agencia y que constantemente hibridan y co-construyen mundos que muestran grandes reversibilidades, tiene un sentido político propio, Si aceptamos, lo cual parece difícil de negar, que todo es efectivamente co-construido a través de arreglos híbridos que movilizan un gran número de agentes, pero si también vemos que esta fórmula se convirtió en una doxa que evoca un mundo más bien feliz y abierto sobre infinitos posibles, podría suceder que sea tiempo de considerar el costado oscuro de la luna, de ver aquello que simplificamos y hacemos olvidar.

Mi sentimiento es que el mundo creado por esas nociones y su repetición tiende actualmente a ocultar los límites de la agency de la cual disponen algunos actores, y sobre todo a no considerar esta cuestión como un problema que justifica que nos impliquemos en ello. Mi sentimiento es que el mundo creado por estas nociones y su repetición contribuye a volver invisibles los constreñimientos fuertes que pesan sobre ciertas poblaciones, que la promoción unilateral de dichas nociones obedece a una política. Mi sentimiento es que se instala la idea de que lo nuevo, lo emergente, lo móvil son bienes en sí, que la voluntad de cambio, de adaptación y de transformación de sí mismas constituyen valores siempre positivos –mientras que comprender las reproducciones, las estabilidades y el mantenimiento del orden ya no es más considerado como una cuestión esencial–. Mi sentimiento es que ello eufemiza la violencia del mundo y la variedad de situaciones, que las vuelve poco visibles y que disuelve la complejidad siempre ya estructurada del mundo. Mi sentimiento es que produce una imagen de lo político demasiado simple, hecha sobre todo de gente que experimenta, se acomoda y progresa –y que por lo tanto olvida la naturaleza simétrica de muchos intereses y así de sus conflictos, y también olvida la variedad y complejidad de los modos de regulación instituidos– en pocas palabras, que construye un mundo demasiado indiferenciado, no suficientemente específico, ciego ante la enorme cantidad de situaciones y diferencias. Hubo una ventaja histórica al no seguir partiendo sistemáticamente de las grandes estructuras sociales, pero ello no significa que dichas nociones no indiquen realidades de gran peso. La cuestión es pues cuáles herramientas nos debemos dar para integrar estas interrogaciones –es preciso reintroducir esta complejidad y las diferenciaciones tratadas en esta sección–.

2.4. Análisis transnacionales y sus lazos con los discursos sobre la hibridación y el mestizaje

La conclusión que intentaré sacar de lo dicho hasta aquí es que los estudios transnacionales, como todo trabajo histórico y como todo análisis de las ciencias en sociedad, suponen definir primero cuál es su objeto y elegir en consecuencia el marco analítico que permitirá, del modo menos limitado, producir un saber útil a tal fin. Si admitimos que no hay saber que sea absoluto, que no hay posición desde la cual decir la verdad, y que hay mucho saber que interesa a la sociedad, entonces conviene precisar cómo proceder. Si el objetivo es mostrar cómo los saberes se recomponen localmente, cómo los actores rehacen los mundos, y cómo ello opera por medio de reapropiaciones siempre infieles, entonces tenemos interés en adoptar una posición simetrizante. Mostraremos entonces cómo la re-organización opera efectivamente, cómo la interacción crea lo nuevo. Si el objetivo es, al contrario, mostrar cómo el individuo, grupo o institución procede para orientar la conducta de otras personas, cómo frente a una protesta en un país del Norte, por ejemplo, una empresa deslocaliza sus industrias contaminantes con total impunidad, o cómo una forma colonial actúa para mantener una supremacía frente a poblaciones que le resisten, entonces será preferible partir de otras posiciones, de otras ontologías, de otras escalas temporales. Quizá, la dimensión de co-apropiación recíproca sea menos analizada en esta orientación, pero la primera perspectiva también tendrá sus límites, y olvidará mirar, por ejemplo, los cambios históricos o estudiar cómo opera la reproducción de las dominaciones (Mitchell, 2002 y 2011).

Dicho de otro modo, no hay duda de que todo es siempre co-construido en sociedad, pero no hay una única manera de caracterizar o de narrar este proceso. Tomar consciencia de la importancia de este punto de vista en la historia de las ciencias y de los estudios transnacionales, liberarse del sentimiento de que podríamos disponer de perspectivas universalmente válidas, es vital. En los estudios transnacionales, como en los otros campos, estamos constreñidos por un conjunto de conceptos que tiene puntos ciegos y orejeras. Se pueden preferir los análisis que promuevan los thick descriptions, la perspectiva de caso, la simetrización, la puesta al ras de todo, las interacciones entre individuos, el mestizaje, la agency, lo flexible –pues es apasionante e ilumina de manera brillante nuestra condición de seres parlantes interactuantes–. Podemos interesarnos en la emergencia de lo heterogéneo de los encuentros, mostrar la fantástica complejidad de las recomposiciones y arreglos que resultan y hacer la apología de la hibridación. Pero también sería legítimo mirar en contraste las relaciones cínicas de poder, analizar el Banco Mundial como institución central de un nuevo orden económico y político mundial, documentar la permanencia de numerosas injusticias norte-sur, o el despliegue de otras nuevas. Podemos analizar cómo las ciencias organizadas en las redes de metrología imponen su orden, cómo la OCDE reconfigura nuestras sociedades a través de normas y de tecnologías materiales, sociales y discursivas, o probar hipótesis sobre lo que llevó a los mundos a divergir hacia el siglo XVIII –y ello sin dejar de lado el rigor y sin tener que justificarse–.

También se puede intentar ambas vías, como lo hizo Serge Gruzinski, sobre América central en el XVI. Por un lado, muestra la manera en que los pueblos indígenas aprendieron de los españoles e integraron el arte de la decoración de las iglesias y de las casas, poniendo en evidencia la importancia del mestizaje, el hecho de que constituye la norma. Muestra cómo emerge un nuevo universo artístico, cuántos indígenas estuvieron dispuestos a apropiarse de las técnicas europeas e inventar nuevos modos de expresión, indicando así que no debemos pensar en términos de dos culturas separadas, estables y en oposición. Muestra el aislamiento y el pequeño número de vencedores, su estrategia para mezclarse con las otras elites, las formas de integración que desplegaron y cuánto fueron transformados por esta aventura. La nueva economía-mundo que emerge está pues hecha de incertidumbres, inestabilidades, futuros inciertos y actitudes pragmáticas. Por otro lado, sin embargo, Serge Gruzinski insiste en los medios excesivamente duros utilizados con constancia por los vencedores para imponer su orden a los vencidos y controlarlos. Muestra hasta qué punto las elites españolas actuaron con violencia extrema para mantener sus ventajas y para que nada cambie, cuán dispuestas estuvieron a eliminar físicamente las elites locales cuando se sintieron amenazadas por éstas, y cómo las poblaciones indígenas fueron reducidas a esclavitud, a la desaparición colectiva, a la muerte. En resumen, indica que, en el mismo movimiento, un mundo radicalmente nuevo emergía de este encuentro cataclísmico y en parte imprevisible, pero también muestra cómo dicho encuentro estuvo atravesado y estructurado por las asimetrías de poder largamente preexistentes (Gruzinski, 2004).

No hay pues ninguna apología a realizar sobre la hibridación salvadora co-construida, por ejemplo, ya que ésta puede funcionar como una máscara, un obstáculo. Lograr que cada uno lo reconozca tendría la ventaja de reducir los discursos militantes que contaminan nuestras conversaciones, reducir el ruido de fondo que produce la repetición de las mismas expresiones, como dice Saunier; ello nos permitiría hablar más serenamente, con respeto recíproco, sobre las producciones importantes, de lo incómodo e interesante que hay en los estudios académicos y el mundo social. Ello nos permitiría salir de la doxa que ya no revisamos, que abandonemos expresiones hechas y que nos impiden pensar, nos permitirá que reencontremos un diálogo constructivo. Y esto es todo el mal que nos deseo.

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1.

Publicación original del artículo: “Épistémologie et politique des Science and Transnational Studies”, Revue d’anthropologie des connaissances, 2012/2, Vol. 6, N.º 2, pp. 463-486. Etnografías Contemporáneas agradece al equipo editorial de la Revue d’anthropologie des connaissances por ceder los derechos del artículo para su publicación en español.

2.

Una primera versión de este texto fue publicada en el British Journal for the History of Science (2012). Agradezco a Jon Agar, su director, de haberme autorizado a publicar la versión en la Revue d’Anthropologie des Connaissances.

3.

Un ejemplo perfecto del primer conjunto es Latour (2005). Para dos excelentes casos del segundo conjunto: Halffman (2003) y Sellers y Melling (2012).

4.

Tomo la noción interesante de Paul Veyne (1969).

5.

Para una presentación sistemática (Pestre, 2007).

6.

Para este parágrafo y el siguiente (Pestre, 2007).

7.

Entre otros: Biagioli (1993).

8.

Para un bello estudio de caso: Fressoz (2012).

9.

En inglés Conference of Parties (COP), también llamada Conferencia de los Estados firmantes, es el órgano de gobierno de algunas convenciones internacionales, por ejemplo, la convención de Naciones Unidas sobre el cambio climático (Nota de las traductoras).

11.

Ver Round tableo on Sustainable Palm Oil organisation (www.rspo.org) y la versión Greenpeace (www.greenpeace.org.uk/blog/forests/the-myth-of-sustainable-palm-oil-20071128).

12.

Podemos contrastar, entre miles, Latour (1984), Haraway (1988) y Shapin y Schaffer (1993).

13.

En Francia, investigadores cercanos a Toni Negri se apoyan en Latour y Tarde (2010) y en Lazzarato (2002 y 2009).

14.

Para ver debates de físicos sobre estas cuestiones paralelas, y que muestran bien la complejidad conceptual y técnica del problema, ver Anderson (1972), Schweber (1993) y Georges (2010).

15.

Boyle se define como un testigo modesto de la naturaleza. Ver Shapin (1984).

16.

Para una crítica de esta dimensión agonística: Haraway (2007).

17.

Esta sección se basa directamente en Lemercier y Rosental (2010) y Levi (1989).

18.

Ver sobre este punto Latour (2002, 2005).

19.

Aquí se observa cómo la acusación: ¡ustedes solo critican! se da vuelta fácilmente. La palabra crítica tiene, en efecto, dos connotaciones: una social –podemos entonces hablar de denuncia o de resistencia–; la otra epistémica –la palabra remite a un distanciamiento, una reflexión, un pensamiento activo en desarrollo–.

20.

Para una historización de la noción de objetividad: Daston y Galison (2012).