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Año 4, No. 7

La dimensión afectiva en los testimonios de soldados, suboficiales y oficiales que participaron del Operativo Independencia (Tucumán, 1975-1977)

Por Santiago Garaño11. CONICET/Univer (…)

Resumen

En este trabajo, exploraré la dimensión afectiva de la experiencia vivida en el sur tucumano por aquellos soldados conscriptos, oficiales y suboficiales enviados al Operativo Independencia (Tucumán, 1975-1977). Para ello, en términos analíticos, retomaré el trabajo del filósofo Baruj Spinoza (1632-1677) y las relecturas que de este marco hizo Gilles Deleuze (1925-1995) y autores del llamado “giro afectivo”, que han reflexionado sobre el poder de afección y de ser afectado a partir de la interacción entre cuerpos, así como de la posibilidad de componer cuerpos de “potencia superior”. En términos empíricos, trabajaré con entrevistas a un gendarme y a ex soldados conscriptos enviados al Operativo fruto del trabajo de campo; material burocrático-administrativo donde se consignan huellas del accionar militar, obrante en el Archivo del Ejército Argentino; y una serie de testimonios de oficiales que participaron de dicha acción militar publicados en el libro Aniquilen al ERP (1985). En todos estos casos se trata de relatos donde se evidencian afectos, es decir, donde la materia prima está conformada por una narración de las intensidades que emergen como efecto corporal. De manera más general, me interesará inscribirme en una incipiente línea de trabajos que busca dar cuenta de las condiciones de posibilidad para el ejercicio de la represión política durante la última dictadura militar (1976-1983), dando cuenta de los mecanismos a través de los que se construyó una adhesión y disposición de personal militar al “sacrificio”, a partir de alentar la deuda con los “compañeros de armas caídos”.

Palabras clave: Operativo Independencia, afecto, represión estatal, militares, soldados.

Abstract.The affective dimension in the testimonies of soldiers, officers and non-commissioned officers who participated in the Operativo Independencia (Tucumán, 1975-1977)”

In this article I explore the affective dimension of the lived experience of drafted soldiers, officers and non-commissioned officers who were sent to the south of Tucuman Province (Argentina) during Operativo Independencia (Tucuman, 1975-1977). In analytical terms, I will address the work of the philosopher Baruj Spinoza (1632-1677) and the re-readings of his framework by Gilles Deleuze (1925-1995) and other authors of the "affective turn", who reflect on the power of affection and affect in the interaction between bodies, as well as the possibility of composing bodies of "higher power". In empirical terms, I will analyze interviews from a member of the Gendarmería (Argentine Border Patrol) and the drafted soldiers who took part in the military activities. I will also use administrative materials from the Argentine Military Archives where military actions can be found; and a collection of testimonies from officers who participated in these military actions that was published in the text Aniquilen al ERP in 1985. In all these cases, the stories show affects, and constitute intense narratives which evidence as bodily effect. Moreover, I support the body of literature that seeks to account for the conditions which made the political repression during the last military government (1976-1983) possible. Showing the mechanisms by which military members constructed adherence and the availability of military personal to “sacrifice”, as way to encourage their debt to their “comrades fallen in combat”.

Keywords: Operativo Independencia, Affect, State Repression, Military, Soldiers.

 

Recibido 14 de diciembre de 2018

Aceptado 4 de junio de 2018

 

Introducción

Del trabajo de campo sobre la experiencia de los soldados conscriptos (Garaño, 2012), siempre recuerdo una entrevista en particular que quedó grabada en mi memoria. Perteneciente a la “clase militar” de los varones nacidos en el año 1953, Fernando era oriundo de Mendoza, pero se había criado en Salta y – cuando hice mi investigación- era autoridad de una de las asociaciones de ex soldados conscriptos de esas provincia, que reclamaba una pensión por haber participado del Operativo Independencia. Lo entrevisté un mediodía de agosto de 2011, en un café del barrio de Belgrano.

Si bien podría haber pedido prórroga como estudiante universitario, me explicó que había optado por hacer el curso de Aspirante a Oficiales de Reserva (AOR), y en 1974 fue asignado al Regimiento 28 de Infantería de Monte, en Tartagal. “Me equivoqué mal, porque esa opción me costó siete años de psicólogo, pagado de mi propio pecunio”, sintetizó Fernando.22. Todas las cita (…) Esto se debía que, luego de la muerte de Juan Domingo Perón, en julio de 1974, se produjo un cambio en su conscripción: “me vi afectado por la orden de la presidenta constitucional, [María Estela] Martínez de Perón a aniquilar a la guerrilla, palabras textuales” (el destacado me pertenece). Y, en ese marco, después de los tres meses de entrenamiento, fue movilizado con el grupo de treinta Aspirantes, a un entrenamiento militar “a los montes tucumanos”, “asesorado por los “boinas verdes”, “gente de Vietnam”.

Al igual que la mayoría de mis entrevistados, Fernando me contó que los llevaron “engañados” diciéndole que iba a un “concurso de patrullas” de todo el país. Sin embargo, a mitad de camino le cambiaron las balas de fogueo por munición de guerra y llegaron a una provincia de Tucumán que ya estaba militarizada, incluso más de medio año antes del inicio oficial del Operativo Independencia, en febrero de 1975. Al día siguiente, sus superiores le dieron una arenga en la que, además de decirles que “iban a combatir a la guerrilla”, los amenazaron: “si hacíamos algún movimiento para favorecer a la guerrilla, íbamos a ser tratados como el enemigo, íbamos a desaparecer”.

Pero en esos tres meses he vivido muchas cosas peores que mis compañeros, porque me tocó presenciar 3 o 4 combates, o más. Porque hubo muchos combates nocturnos, que al final no sabíamos qué era [lo que sucedía]. Generalmente se combatía de noche. Las noches eran de terror, porque en el monte cerrado no se ve medio metro de distancia, no podés prender una luz, no existe [esa posibilidad]. Es como estar ahí esperando que alguien aparezca en cualquier momento. Cualquier ruido, era abrir fuego. Hemos matado burros, hemos matado de todo... Uno de los enfrentamientos que tuvimos cayó herido un compañero nuestro, con un tiro en la cabeza. Y esto que te voy a decir a vos es un secreto que he guardado durante muchos años, que ni siquiera el Ejército lo sabe: Fue un enfrentamiento entre tropas propias, que era lo que generalmente sucedía en Tucumán. Porque éramos tantos, y tan desorganizados, que cada dos por tres nos encontrábamos y nos cagábamos a tiros. Hubo muchas bajas así. (...) Era un descontrol realmente el Ejército; era un desastre.

Visiblemente emocionado y al borde de las lágrimas, ni bien empezó, hizo un detallado relato de ese suceso, en el que casi pierde la vida un compañero de conscripción, y resaltó cómo esa experiencia le había dejado marcas en su cuerpo: “ya me empieza a agarrar los nervios y las manos frías, de acordarme, nunca pude superar todo esto”:

El tiroteo no sé cuánto duró, pero tiramos 2000 balas. Fue una locura. Y, cuando terminó, todos lloraban; todos teníamos ennegrecidas la cara y las manos de tanto tirar municiones; gritos por todos lados. Cuando paró, empezamos a buscarnos entre todos, ver quién estaba herido, quién faltaba. Y ahí yo descubro que faltaba Fulano, era mi compañero del secundario, que estaba haciendo la colimba conmigo. 'Y, ¿Fulano? ¿Dónde está Fulano?'. Sentí un quejido allá abajo. Estábamos en un pozo, donde terminaban los cañaverales y comenzaba la selva. Me tiré a buscarlo, arrastrándome, lo encontré. No podía prender luz porque (…) era una noche muy oscura, muy cerrada (…). Lo pude sacar del pozo éste, y tenía un tiro en la cabeza (…). Sí, sobrevivió, ¿por qué? Lo saqué del pozo, saqué mi apósito del casco con los vendajes, [y] así, como pude, le envolví la cabeza, [le] puse vendaje. Cuando logré llevarlo hasta arriba, lo cargué al hombro, crucé mi fusil, le pedí a alguien que me acompañe. Empecé a caminar, caminar, caminar, hacia una luz que veía a lo lejos. Yo no sé lo que hacía, porque estaba en una crisis nerviosa, estaba shockeado, creo que mi sentido de supervivencia era lo que funcionaba. Bueno, ese lugar estaba a 5 kilómetros. Me acompañó otro soldado, y nos íbamos pasando el cuerpo de uno a otro, para [poder] llegar. Cuando llegamos, era una grúa de ésas que (…) cargan los camiones cañeros, y había un camión cargado de caña de azúcar. Llegamos con este muchacho herido, y destrozados de tantos kilómetros llevándolo. Y el tipo no quería involucrarse. Entonces mi amigo, que tenía las manos libres, le puso el fusil en la cabeza y le dijo: 'Si no me bajás la carga del camión, te reviento la cabeza'. Porque ya estábamos jugados, ya ahí no existe más nada, vos te podés morir en cualquier momento. El tipo gritaba: 'no me hagas nada, no me hagas nada!'. Desenganchó la carga, se cayó toda la carga, para poder ir más rápido. Yo me subí a la caja. Había una lona sucia. Lo puse ahí a mi compañero herido, mi compañero ya se estaba desangrando. Toda la sangre me caía a mí. Y hablándole: 'No te mueras, no te mueras'. En el medio del camino, cerca de Famaillá, vimos una ambulancia, y también a punta de fusil logramos llegar a un Hospital de Campaña que ni sabíamos que existía, en Lules.

En la entrevista, Fernando también rememoró que, luego de entregar el cuerpo herido de su compañero, tuvo que participar de “otro tiroteo terrible”, porque había entrado un auto sin identificación a la plaza de Lules, cuando ya estaba “totalmente fuera de sí” y luego de un “ataque de nervios” en el que casi se “trompea” con un Mayor que no quería auxiliar a su compañero. Y, luego de este suceso, Fernando volvió a ser enviado al “frente”, hasta completar su misión en el sur tucumano y regresar a la guarnición en Salta. Solo un año más tarde pudo saber que su compañero había sobrevivido.

Según Fernando, este evento marcó un antes y un después en su vida: “porque todos los que hemos vivido esa experiencia, como los de Malvinas, no pudimos llevar una vida normal. A mí me ayudó el haber estado un poco mejor económicamente y haber podido pagar un psicólogo. (…) Mi vida estaba desequilibrada, no podía estudiar, no podía hacer nada, no podía seguir adelante”. En particular, resaltó las paradojas que representó sobrevivir al mandato del sacrificio de la vida, alentado por el personal militar durante su paso por la conscripción: “La consigna que yo tenía metida en la cabeza era que tenía que morirme ahí. Y no me morí por suerte. Entonces como que quedó mi vida inconclusa, según el lavado de cabeza que te hacen, si al final no cumplís tu objetivo...”, sintetizó Fernando.

Por mi parte, recuerdo que realizar esta entrevista me afectó particularmente y decidí dar por terminado el trabajo de campo. La descripción detallada de un “enfrentamiento entre tropas propias” así como las implicancia afectivas para el entrevistado, me conmovió profundamente, al igual que las huellas que esa experiencia de conscripción en el sur tucumano le había dejado a lo largo de su vida. Tanto me impactó que no pude ni siquiera transcribirla y utilizarla como material para mi tesis doctoral. Sencillamente, quedó archivada en mi computadora y en mi memoria. Quizás debido a que, en aquel momento no contaba con un marco interpretativo que me permitiera comprender la importancia que tuvo la dimensión afectiva de la experiencia vivida en el sur tucumano por soldados conscriptos durante el Operativo Independencia (Tucumán, 1975-1977).

Conceptualizar el afecto: un nuevo marco para pensar el Operativo Independencia

Muchos años después, decidí retomar el viejo consejo de un colega antropólogo, Gastón Gordillo, quien me había sugerido retomar el concepto de 'afecto', en el sentido de Baruj Spinoza y Gilles Deleuze, es decir, cómo había afectado a los soldados el interactuar con otros cuerpos durante el paso por el Operativo Independencia, especialmente, la muerte de un compañero a nivel corporal.33. Gastón Gordill (…) En particular, porque me permitirá inscribirme en una incipiente línea de trabajos que busca dar cuenta de las condiciones de posibilidad para el ejercicio de la represión política durante la última dictadura militar (1976-1983), dando cuenta de los mecanismos a través de los que se construyó una adhesión y disposición de personal militar al “sacrificio”, a partir de alentar la deuda con los “compañeros de armas caídos” (Robben, 2008; Salvi y Garaño, 2014; Garaño y Pontoriero, 2017). La apelación al “sacrificio” de la vida - y su carácter histórico- ha sido central en la formación de los militares de carrera, tanto en el Operativo Independencia (Garaño, 2012) y en tiempos de la dictadura (Salvi, 2012) como en las Fuerzas Armadas de la post-dictadura (Badaró, 2009; Frederic, 2013). Sin embargo, a diferencia de una mirada centrada en el lugar jugado por dicho valor moral del sacrificio (sumamente pulido y estandarizado en las FFAA argentinas), en todos los testimonios citados veremos una centralidad de la vivencia, del cuerpo y del afecto, una experiencia en principio no intelectualizada de afectación a nivel corporal, y cómo han buscado traducir en palabras algo que los atravesó y hasta desbordó.

Para el análisis, en este trabajo retomaré un conjunto de autores que se inscriben en el llamado ‘giro afectivo’, una perspectiva de raíz spinoziana que nace al calor de crítica de la antropología de las emociones, a quienes cuestionan por postular la existencia objetiva de un fenómeno llamado ‘emoción’, dándola por sentado como un hecho dado, construido cultural y socialmente, que se puede discriminar y nombrar lingüísticamente.44. Esta segunda l (…) Frente a la dificultad de crear una epistemología que dé cuenta de los afectos (en las Ciencias Sociales en general y en la Antropología en particular), este giro ha introducido la noción de cuerpo, que busca reunir el plano de lo sensible y de lo inteligible en un mismo lenguaje, así como superar la dicotomía naturaleza/cultura y los pares: percepción/ afectividad, sensación/cognición (Surrallés, 2005). Si bien suelen ser utilizados de modo intercambiable, para las teorizaciones sobre el affect es importante no confundir afecto con emociones y sentimientos. Mientras la afectividad es cualidad sensitiva y corporal de la experiencia, los autores antes mencionados consideran la emoción como la inscripción en el cuerpo de experiencias sensitivas nombradas con términos lingüísticos (Surrallés, 2005: 1).55. Crítica de la (…) Además, mientras el afecto es una experiencia presocial y no-consciente de intensidad, que juega un importante rol en determinar las relaciones entre nuestros cuerpos, el entorno y los otros; los sentimientos son sensaciones que han sido cotejadas y etiquetadas con una experiencia previa (por lo tanto, son personales y biográficas); y la emoción es la proyección social de un sentimiento, que puede ser genuina o fingida (Shouse, 2005: a y b). Por su parte, el teórico social y filósofo canadiense Brian Massumi (1995, 2005 y 2010) también considera la irreductible corporalidad y naturaleza automática de los afectos, en tanto reacciones corporales que ocurren en el cerebro, pero más allá de la conciencia. Retomando a Spinoza y a Deleuze, Massumi sostiene que afecto y emoción siguen lógicas distintas y pertenecen a diferentes órdenes: si afecto es pura intensidad, una emoción es un contenido subjetivo, la fijación socio-lingüística de la cualidad de una experiencia que fue previamente delimitada y capturada: “Si [en esta operación] uno tiene una impresión que ha menguado, es porque el afecto es no-cualificado. Como tal, no es adueñado o reconocible, y es así resistente a la crítica” (1995: 88). De los tres términos, el afecto es el más abstracto porque esa intensidad no puede ser traducida plenamente mediante el lenguaje, en tanto siempre es anterior y/o exterior a la voluntad y a la conciencia; a su vez, sin la dimensión corporal y vivencial del afecto, los sentimientos no se experimentarían con esa intensidad que los vuelve tan potentes (Shouse, 2005: 2 y 4).

Como hemos visto en el caso del recuerdo de Fernando sobre su paso por Tucumán en 1974, la experiencia afectiva ha sido sumamente disruptiva y desorientadora, porque “los afectos ya no son sentimientos o afecciones, [sino que] desbordan la fuerza de aquellos que pasan por ellos” (Deleuze y Guattari, 1993: 165). Por lo tanto, son clásicamente descriptos como experiencias shockeantes, como algo que, al mismo tiempo que parece suceder fuera de uno mismo, impacta en el mismo punto en el que uno está más íntimamente e inestablemente en contacto con uno mismo y su vitalidad (ver Massumi, 1995: 96). En este sentido, el giro afectivo retoma el trabajo del filósofo holandés del siglo XVII, Baruj Spinoza (1632-1677), que entiende por afecto “las afecciones del cuerpo, con las que se aumenta o disminuye, ayuda o estorba la potencia de actuar del mismo cuerpo y, al mismo tiempo, las ideas de esas afecciones” (2000: 126). En su libro Ética demostrada según el orden geométrico, al ocuparse de las relaciones entre cuerpos, considera que el cuerpo humano: “se compone de muchísimos individuos de diversa naturaleza por lo tanto (…) puede ser afectado de muchísimos y diversos modos por uno y el mismo cuerpo. Y, al revés, como una misma cosa puede ser afectada de muchos modos, también podrá afectar de diversos modos a una y la misma parte del cuerpo. Por todo lo cual fácilmente podemos concebir que uno y el mismo objeto pueden ser causa de muchos y contrarios afectos” (2000: 139).

Por su parte, el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) retomó la idea de que cada cuerpo o 'modo' se define por su capacidad de afección: “un cuerpo afecta otros cuerpos distintos o es afectado por ellos; este poder de afectar o de ser afectado define también un cuerpo en su individualidad” así como de “los afectos de los que es capaz” (1984: 150 y 151). De todas maneras, la potencia en sí misma no es una cantidad absoluta, sino que es el ‘pasaje’ de una cantidad a otra: “Si la potencia es una cantidad de pasaje, es decir que es menos una cantidad que una relación entre cantidades, es forzoso que mi potencia sea necesariamente efectuada pero que no pueda serlo más que en un sentido o en el otro, es decir, de tal manera que sea pasaje a una potencia más grande o pasaje a una potencia disminuida” (Deleuze, 2008: 53). De hecho, desde que nacemos: “Mi cuerpo no cesa de encontrar cuerpos. Y bien, a veces los cuerpos que encuentra tienen relaciones que se componen, a veces relaciones que no se componen con la suya” (Deleuze, 2008: 87). A su vez, como enfatiza el teórico canadiense Jon Beasley-Murray, el afecto es ante todo un “índice de poder”, un modo de re-describir las interacciones constantes entre los cuerpos y el impacto que resulta de esa interacción (2010: 127).

Profundizando esta perspectiva analítica, el geógrafo Ben Anderson (2009) ha destacado la gran ambigüedad de las 'atmósferas afectivas' –siempre son asociadas con lo incierto, lo desordenado, lo contingente e inconcluso, lo cambiante que nunca adquiere una forma estable. Retomando a Massumi, sostiene que las 'atmósferas afectivas' si bien proceden de y son creados por cuerpos de diversos tipos que se afectan entre sí, no reducibles a este tipo de involucramiento: La cualidad afectiva que conforman excede lo que ellas emanan, son casi autónomas, son un tipo de indeterminable 'exceso' afectivo a través de las que son creados intensos espacio-tiempo (2009: 80 y 81). Para este autor, si los afectos irrumpen, perturban y atraviesan a las personas, es debido a que expresan algo vago, que exceden una explicación racional o definición clara. Debido a que el afecto es informe y no-estructurado (a diferencia de los sentimientos y emociones), puede ser transmitido entre cuerpos, en un sentido que no lo logran las emociones y los sentimientos; de ahí su potencia como potente fuerza social (Shouse, 2005). A su vez, como veremos en los relatos analizados, esta dimensión inconclusa se vincula con la constitutiva apertura de la experiencia afectiva, que requiere ser completada por los sujetos que son aprehendidos por ella. Por lo tanto, antes que centrarnos en el “valor” moral del sacrificio alentado institucionalmente, nos centraremos en la ubiquidad del afecto, cuyo poder no reside tanto en sus efectos ideológicos sino en su capacidad de crear resonancias afectivas, independientemente del contenido o del sentido explícito o consciente (Shuouse, 2005).

Apuntes metodológicos

Además de las entrevistas que realicé en el trabajo de campo a ex soldados conscriptos, sobre el Operativo Independencia contamos con más fuentes que sobre cualquier otra experiencia represiva desarrollada desde mediados de los años 70. Por un lado, quizás esto se debe a que en ese “teatro de operaciones” se hizo una puesta en escena de una guerra no convencional, que se reveló como la escenografía más propicia para ocultar que, tras las bambalinas, se estaba exterminando y desapareciendo a miles de tucumanos.66. Si bien el tér (…) Es decir, se pudieron montar escenas de una represión 'mostrable', mientras no lo era lo que sucedía en los centros clandestinos de detención.

En relación con lo expresado precedentemente, nos posicionamos dentro del campo abonado por la Historia Sociocultural de la Guerra, cuyos referentes incluyen a autores como Peter Paret (1997), Stéphane Audoin-Rouzeau y Annette Becker (2003) y Thomas Kühne y Benjamin Ziemann (2007), entre otros. Esta propuesta se orienta a estudiar los conflictos bélicos como fenómeno histórico-político, pero incorporando a sus ejes de observación la esfera de la experiencia vivida y las representaciones del enfrentamiento expresadas por los actores en pugna, del bando propio y del enemigo (Pontoriero, 2016). Para el caso argentino, Federico Lorenz alertó sobre la necesidad de estudiar los hechos armados de los años setenta desde esta perspectiva, indicando la vacancia que existe en el espacio de la Historia Reciente (2015: 25). Sin embargo, es importante aclarar que no se comparte la caracterización del período como el de una guerra civil presente en algunos trabajos académicos (ver Izaguirre, 2009). En cambio, sí se constata la extendida creencia presente en el ámbito castrense –y otros sectores de la sociedad- acerca de que el país se encontraba inmerso en una “guerra revolucionaria” (Vezzetti, 2002: 55-108). Esta idea se constituyó en un poderoso elemento de un imaginario bélico en clave antisubversiva que operó sobre los análisis, decisiones y acciones emprendidas por los actores históricos (Pontoriero, 2016). Fundamentalmente, pensamos que el análisis de estas representaciones como parte de una “cultura de guerra” podría coadyuvar a reconstruir el proceso por el que ciertos tópicos como el “sacrificio de la vida”, el “compañerismo”, la “deuda” y el “heroísmo” se unieron con experiencias represivas de alta intensidad afectiva vividas por el personal del Ejército argentino (Garaño y Pontoriero, 2018).

Sin embargo, no trabajaré con aquellas versiones oficiales del Operativo o libros de propaganda (Gobierno de la Provincia de Tucumán, 1977; Círculo Militar, 1976), o las de aquellos que comandaban dicha acción militar (Vilas, 1977; González Bread, 1999). En cambio, sí tomaré relatos donde oficiales y suboficiales del Ejército evidencian afectos, es decir, donde la materia prima está conformada por una narración de las intensidades que emergen como efecto corporal (ver Massumi, 1995). En particular, tomaré aquellos testimonios publicados en el libro Aniquilen al ERP (1985), en el que el periodista Héctor Simeoni compila una serie de relatos de ex suboficiales y oficiales que participaron del Operativo Independencia. Publicado en 1985 en plena transición democrática, su autor realiza un contrapunto entre los testimonios del personal militar y diversos artículos de la prensa revolucionaria del Partido Revolucionario de los Trabajadores- Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), sobre acontecimientos paradigmáticos sucedidos en Tucumán.77. Como vemos, de (…) Si bien se trata de testimonios que seguramente fueron editados, considero que analizar este tipo de testimonios producidos pocos años después del paso por Tucumán nos permite acceder un aspecto poco explorado de la 'experiencia represiva': la dimensión afectiva del Operativo Independencia vivida por el personal militar de carrera en el sur tucumano.

El corpus de testimonios que componen el libro, Aniquilen al ERP reitera la versión oficial brindada por las autoridades militares: que en el “monte tucumano” se había derrotado militarmente a la guerrilla y que, lejos de las denuncias de secuestros, torturas y asesinatos, el personal militar había librado una “guerra”, en la que el destino de los integrantes de la PRT-ERP había sido morir calcinados, darse a la fuga, rendirse y/o entregarse. Y, si bien a lo largo del texto aparecen indicios de participación en un sistema de represión ilegal (como la detención y el asesinato de activistas, las tareas de inteligencia, el clima de venganza, y ciertos apremios ilegales), el mensaje que se busca dar es: “Lo cierto es que peleamos contra ellos y los derrotamos”, como sintetizó el capitán “P.E.C.”. O, como sostiene un subteniente de reserva que tenía 23 años, y relató sus tres pasos por la “zona de operaciones”: “Estoy orgulloso de todo lo que hice, de mis camaradas muertos y heridos, y de aquellos que sobrevivieron. Pero, por sobre todo, de los que dan testimonio día a día de su hombría de bien. Esta fue una guerra. Para nosotros una Guerra Santa. Porque los de nuestro lado pelearon como caballeros cristianos”, sintetizó un ex subteniente de reserva (1985: 78). Para cerrar, mostraré luego cómo esos relatos fueron convertidos en 'oficiales', pulidos y estandarizados en acciones de propaganda militar, basados ya – antes que en afectos- en fuertes emociones y sentimientos.

Al poner el foco en estos 'relatos bélicos', sabemos que se omite un aspecto fundamental de su ejercicio: fue en Tucumán donde se ensayó de manera masiva una política institucional de desaparición forzada de miles de personas y se produjo la aparición de la institución ligada con esa modalidad represiva: los centros clandestinos de detención (Calveiro, 1998). No es casual que Aniquilen al ERP se publique de manera contemporánea a la difusión del Informe de la Comisión Nacional sobre Desaparición Forzada de Personas (CONADEP) y en el mismo año que se realizó el Juicio a las Juntas Militares, donde se dio a conocer la masividad de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la última dictadura (1976-1983).

En función de ello, también trabajaré con otro conjunto más fragmentario de testimonios sobre el accionar de soldados, oficiales y soldados que se refieren al ejercicio de prácticas de represión ilegal y clandestina. Por un lado, en lo que se refiere a quienes cumplían el servicio militar obligatorio, retomaré entrevistas realizadas a ex soldados conscriptos enviados al Operativo Independencia realizadas entre 2009 y 2011. Por otro lado, sobre la experiencia de la tropa, trabajaré con las memorias de uno de los pocos uniformados que en democracia denunciaron los crímenes cometidos durante el Operativo Independencia: Omar Torres, un ex gendarme que, recién llegada la democracia y de manera contemporánea a la publicación del libro antes mencionado, denunció ante la CONADEP y en el Juicio a las Juntas. En tercer lugar, también abordaré documentación obrante en el Archivo del Ejército Argentino, donde hay constancia de los efectos que produjo en el personal uniformado -oficiales y suboficiales- el paso por el sur de Tucumán, obrante en el Informe de Relevamiento y análisis documental de los Archivos de las Fuerzas Armadas (1976-1983), elaborado por Ministerio de Defensa (Almada, coord., 2015). 88. En marzo de 20 (…)

Somos conscientes de que trabajaré con un corpus sumamente heterogéneo integrado por: testimonios periodísticos de ex militares, tomados por un periodista afín al mundo castrense en los primeros años de la democracia; entrevistas a ex soldados y gendarmes, fruto del trabajo de campo antropológico; documentos burocráticos-castrenses; expedientes judiciales; y libros escritos por ex oficiales y/o autoridades del Ejército. Además, han sido producidos por actores con poder desigual, inmersos en estructuras sumamente jerárquicas (como son las Fuerzas Armadas), en contextos históricos muy disímiles, y para audiencias específicas (ver Salvi, 2012). Por un lado, a lo largo del texto intentaremos reponer dichos contextos y marcos de enunciación, que no pueden ser eludidos en un análisis socio-antropológico. Sin embargo, pese a la diversidad de materiales, argumentaré que en todas estas fuentes se puede observar cómo esta experiencia de represión en el Operativo Independencia presenta una dimensión afectiva, que merece ser objeto de estudio etnográfico.

Aniquilen al ERP I: “Cosa de hombres”

Luego de una breve introducción y una cronología de la “Guerrilla rural en Argentina”, el libro Aniquilen al ERP publica una serie de relatos del personal militar de carrera que fue enviado al Operativo Independencia, entre 1975 y 1977. En la primeras secciones, tituladas “Cosa de Hombres”, se presenta un relato del llamado “Combate de Pueblo Viejo”, que operó como un 'bautismo de fuego' para el Ejército en Operaciones. Para ello, retoma las memorias del “capitán R.”, un oficial del Ejército argentino destinado al sur tucumano en el verano de 1975: “Soy un 'comando'. De esta especialidad siempre me atrajo su adiestramiento para la lucha menos convencional, pero entrenado para operar en conjunto de manera fulminante” (1985: 34). Luego, recordó que, como era un “inexperto teniente”, si bien se sintió “bastante asustado” cuando le llegó la citación del Comando en Jefe a la Escuela Lemos de que había sido “elegido” para ir a Tucumán (1985: 35). De todas maneras, al mismo tiempo: “Yo no podía más de orgullo, me salía de la vaina. Como conocía perfectamente la situación, sabía que estos tipos estaban en el monte, pero no me hice el planteo de si el asunto iba a ser o no peligroso para mí. Puedo asegurar que iba alegremente a la guerra. (…) Todos los oficiales estábamos ansiosos para combatir activamente a la subversión, de hacer algo contundente para acabar con esa pesadilla interminable de crímenes y violencia” (1985: 36).

En principio, los cuatro “comandos” viajaron a Jujuy para agregarse al Regimiento de Infantería de Montaña N° 20 de Jujuy, y luego fueron destinados a Tucumán: “Mientras bajábamos al valle en los camiones cantábamos junto con los soldados; el sentimiento era casi de efervescencia” (1985: 37). Como el Comandante de Cuerpo les pidió “más actividad”, el 14 de febrero de 1975 un equipo de combate hizo un reconocimiento de una zona próxima donde se iba a instalar otra base. Según el relato del capitán “R.”, él iba adelante, encabezando un grupo de 70 hombres, que regresaban de esta expedición, bordeando el rio Pueblo Viejo. Mientras estaban en plena marcha, después de recorrer un trecho muy corto, pudo ver unos diez metros delante de sí, a un “subversivo” que estaba parado en el medio del camino. Según su recuerdo, llevaba uniforme, kepis y un arma de mano, mientras él estaba munido de un fusil FAL y una granada: “Hubo un instante en que nos quedamos mirándonos. Su sorpresa debió haber sido exactamente igual a la mía” (1985: 39). El capitán “R.” recuerda que pudo tirar primero, aunque cometió el “error” de lanzarse a perseguirlo: “Me dejé llevar por el impulso y por la inexperiencia. Tenía 27 años” (1985: 39). Mientras lo seguía, pudo sentir en su cuerpo “un golpe en la espalda y caí de bruces”: “Alguien, que debía ser el mismo que me disparó, pasó corriendo al lado” (1985: 40). Un suboficial también cayó herido, pero pudo pegarle un tiro a su oponente. Luego: “Se produjo un pequeño silencio y después volvió a arreciar el tiroteo. Creo que se disparaba a tontas y locas. Ni los de uno ni los del otro lado se veían mucho” (1985: 40).

En ese momento, le gritó a otro oficial: “Cáceres, ¡estoy herido!”, y éste último se tiró cuerpo a tierra a su lado, pese a que el “capitán R.” le alertó que estaba arriesgando su vida. “Oí varios disparos. Cerré los ojos. Le encajaron de lleno un balazo. Escuché un quejido y se quedó inmóvil. Había muerto. Se produjo una pequeña pausa. Solo entonces tomé plena conciencia de que estaba muy mal. Sentí de todo: miedo, angustia, bronca. Tenía un fuerte dolor en la espalda y no podía mover las piernas” (1985: 40). En ese momento, el “capitán R” sostuvo que: “Tuve un arranque no sé si de valor, pero sí de orgullo; lo que siente un hombre que está perdiendo, aunque haya tenido instrucción, preparación especial, pero igual va perdiendo. Saqué la granada. El que me miraba empezó a hacer un desplazamiento lateral para cambiar de posición. Le veía la cara y notaba que su preocupación era por lo que estaba detrás de mí” (1985: 41). Según su relato, tiró una granada y “el tipo voló por los aires” (1985:41).

Luego fue llevado primero a “un puesto de reunión de heridos” y de ahí al hospital, donde iban los “heridos y también lo muertos, los nuestros y los de ellos” (1985: 41). Pese a que tuvo “daños medulares irreparables” y tomó conciencia de que había quedado inválido, recordó que durante un buen tiempo: “Yo tenía todavía en la cabeza a Tucumán, quería volver a pelear. Me llevé el uniforme y dije: 'Ni bien me pare me lo planto nuevamente'” (1985: 43). Su relato cierra con una especie de balance de su paso por el Operativo Independencia:

Cuando fui a Tucumán tenía muy presente las imágenes de mis camaradas asesinados. Me acordaba de Paiva, un buen oficial instructor, al que mataron por la espalda cuando estaba esperando el colectivo. No sentía demasiado odio, pero iba con la idea de acabarlos; mi ambición era participar del combate y no dejar nada en pie. Tal vez haya no haya sido odio sino bronca.
Después de que mi hirieron sí, noté que odiaba. Gozaba cuando me enteraba que lo aniquilaban en algún enfrentamiento. Después me di cuenta que ese sentimiento me estaba destruyendo, haciéndome daño. El odio destruye primero a quien lo siente. No sé cómo, no recuerdo haber hecho un gran esfuerzo pero me lo saqué de encima.
Ahora pienso que los subversivos deben ser aniquilados, en tanto no haya instrumento legal para meterlos adentro. En Tucumán no se podía cumplir con esa pavada de que aniquilar no quiere decir, 'eliminación física'. En el monte, a no ser que tengas un rayo paralizante cuando el enemigo aparece a los diez metros y tirando, la única forma de enfrentar es abriendo fuego... y eso significa tratar de matarlo.
No odio al tipo que me tiró. Tenía la obligación de hacerlo no por su ideología política, sino porque si no lo bajaba yo a él. Tal vez mi sentimiento sea distinto hacia el subversivo urbano. En Tucumán, la cosa era más clara: o ellos o nosotros, cosa de hombres (1985: 44).

En principio, es notable la diferencia entre el relato del capitán “R.” y el de Fernando, con el que iniciamos este trabajo. Mientras en el primer caso representa la 'versión oficial' del Ejército, sostenida en el argumento de que las condiciones de lucha en Tucumán era “ellos o nosotros” en un enfrentamiento bélico; en el otro, la memoria de un soldado conscripto obligado a ir al Operativo Independencia, por estar “bajo bandera” que aún 36 años después recordaba cómo fue atravesado corporalmente por el terror de Estado. Sin embargo, en ambos casos nos muestra que – como estrategia del poder militar- lo vivido en el sur tucumano se basó en lo que Brian Massumi (2010) llamó una 'modulación afectiva', en este caso, la exposición de los cuerpos a la posibilidad de matar y morir frente a la amenaza de la guerrilla, en la que frente a una amenaza los cuerpos reaccionaban al unísono pero sin actuar necesariamente de modo similar.99. Este concepto (…) En este marco, debido a esta amenaza guerrillera y el combate en el sur tucumano, la potencia de esta acción militar es que se dirigía más bien a la irritabilidad de los cuerpos que a la cognición de los sujetos (ver: Massumi, 2010). O, como planteó Brian Massumi (2010) en su trabajo sobre ontología política de la amenaza, el miedo alcanza al cuerpo y lo compele a la acción antes de que él lo pueda registrar conscientemente y, por ello, produjo efectos regularmente con una inmediatez notable. De todas maneras, en este testimonio no solo aparece el “miedo a morir”, sino también otras emociones tales como la “ansiedad”, las ganas de combatir, el “orgullo” y el deseo de venganza, pero también el dolor físico, el “odio” y la “bronca”, que nacieron al calor de una experiencia de alta intensidad afectiva. Y, sin dudas, nos permiten comprender cómo se fue construyendo una atmósfera afectiva que impregnó al personal uniformado involucrado en esta acción militar.

También titulado “Cosa de Hombres”, el segundo relato pertenece a quien en 1985 era el “Capitán M.Z.”, y se basaría en “anotaciones” que “fue acumulando apresuradamente en una libreta durante su período de servicio en Tucumán”, en lo que denomina “apuntes de un diario de combate” (1985: 53). Como subteniente y con 22 años, los primeros días de enero de 1975 se enteró de que su unidad (el Grupo de Artillería de Montaña 5) debía prepararse para un “operativo 'desconocido'”: “Así tuve el honor de integrar el primer equipo de combate que fue a pelear a Tucumán” (1985: 45). Enviado a la zona de Los Sosas, desde su perspectiva también describió ese 14 de febrero, donde se produjo el “primer enfrentamiento”, cuando le dijeron de “perseguir al enemigo”. Según el “capitán M.Z.”, “todo el monte hierve en estallidos”: “Es curioso, al principio me niego a creer en la posibilidad del combate. (…) En esos momentos el pensamiento se bloquea; uno actúa por instinto, por eso es importante todo lo que se aprende, ya que se aplica sin pensar. El miedo y el fragor no dejan espacio para la reflexión” (1985: 46).

Luego, comprobó que había un oficial herido, Cáceres, que luego murió y le tocó llevar su cuerpo hasta “esa especie de ataúd volante” de un helicóptero: “En ese momento se produce un nuevo tiroteo; lo que ocurre me emociona profundamente. Mientras los balazos pican a nuestro alrededor, uno de los soldados se arroja sobre un subteniente de reserva que yace herido y lo protege con su propio cuerpo. Nadie se lo ordena, lo hace por impulso natural. Ahora sé que no podemos perder esta guerra” (1985: 47).

Según su relato, luego de 4 horas de caminata, a las nueve de la noche, regresó a la Base, en la que: “Intento un balance: quienes me dieron la primera instrucción en este tipo de guerra actuaron con el ejemplo; uno murió y el otro probablemente quede paralítico para siempre (le destrozaron la cintura). Ahora conozco en toda su magnitud lo que es el soldado argentino. Por más que rebusco en mi memoria, no puedo rescatar ningún episodio de cobardía, todo lo contrario” (1985: 47). De hecho, para cerrar su relato, el “capital M. Z”, además de indicar que no puede “quitarse de mi memoria aquel primer combate del rio Pueblo Viejo”: “Esta guerra me ha dado la dolorosa y profunda experiencia de ver al camarada muerto. Sobre todo a compañeros que fueron mis guías” (1985: 52). De hecho, si bien había decidido no cargar el cuerpo de un subteniente con quien había llegado a intimar mucho, sino que se lo ordenó a sus soldados (“Tenía ganas de abrazarlo, de decirle muchas cosas, pero me hice el duro y el frío”), sí cargó a Cáceres: “Sentí la necesidad de hacerlo... En ese momento le agradecí su falta de amabilidad, su dureza, porque comprendí que así también se aprende” (1985: 53).

Como se puede observar, el dolor, la dureza y el sufrimiento – en nombre del grandilocuente proyecto de “salvar a la patria”- se enlazaron con otras emociones como el “honor”, el “orgullo”, las ganas de pelear, el “heroísmo” de la tropa y la admiración a quien dio la vida en Tucumán. A modo de hipótesis, sostendremos que, gracias a esta experiencia, el Ejército argentino buscó moldear a sus integrantes como un parte nuevo 'cuerpo represivo' masculinizado: ejercer este tipo de represión como parte de mandatos institucionales y de género, como “Cosa de Hombres”.

Aniquilen al ERP II: “La Victoria de los albañiles”

En la sección titulada “La Victoria de los albañiles”, el Coronel retirado “T.A.R” recuerda el llamado “Combate de Manchalá”, ocurrido el 28 de mayo de 1975, en vísperas del Día del Ejército Argentino. Inicia su relato recordando que en 1974 fue destinado a una Compañía de Ingenieros en Salta y, a partir del 9 de febrero de 1975, fue enviado al Operativo Independencia: “Fueron tiempos duros, no solo para mí sino para mucha gente. Por eso quiero que esto no sea tomado como testimonio individual, sino como el ejemplo de un esfuerzo colectivo en favor de una causa superior” (1985: 58). En la primera etapa, un mes y medio, fue destinado a una Fuerza de Tarea cercana a Monteros, “entre el monte y el cañaveral”: “Realmente estábamos en guerra. Yo la hice de frente, de uniforme y con el casco puesto”, sintetiza (1985: 59).

Luego, el Coronel retirado “T.A.R” relata una “experiencia de combate” que no vivió directamente, pero sí 'su' tropa, ese 28 de mayo, cuando una sección de 'su' Compañía de Ingenieros, conformada por unos 70 personas cumplía “misiones de apoyo de acción cívica”, específicamente la refacción de una escuela y fue atacada por un grupo de la Compañía de Monte del ERP. Como él estaba en Salta, cuenta que esa noche lo “invadió el presentimiento de que algo iba a ocurrir”, y cuando se enteró de lo sucedido, en el desfile del Día del Ejército, “delante de todo el mundo, aprovechó para darle manija a la cosa” (1985: 64). Luego, viajó a Tucumán a ver a los heridos (ninguno murió), uno de los cuales había recibido un balazo en la frente que fue desviado por el casco de acero: “Ese casco, durante mucho tiempo, se lo dábamos al soldados de centinela del puesto 1° del cuartel” (1985: 64). Y, como consecuencia de esta “victoria”, la Compañía de Ingenieros fue designada “custodia” del Puesto de Comando del Operativo Independencia, que funcionaba en la ciudad de Famaillá, donde estaba el Comando Táctico del Operativo: “Fue un reconocimiento del que todos estuvieron orgullosos, porque se lo habían ganado en combate” (1985: 65). Además, detalla un acontecimiento bien significativo que nos habla de la 'atmósfera afectiva' que se vivía en el sur tucumano, pero también en el resto de las FFAA:

El comandante me mandó de obsequio un trapo, una bandera del ERP que Santucho llevaba preparada para izar en lugar de la argentina en la plaza de Famaillá, si triunfaba. Ese trapo ahora está manchado. Se lo di al último soldadito que está formado y mandé que lo pusieran en el lugar que le correspondía... el baño de la tropa de la Compañía. Ordené al encargado que por un tiempo prudente no pusiera papel higiénico en ese baño. La saqué del baño porque en una formación pregunté: ¿Cómo va la bandera?'. Un coyita me contestó: 'Mi mayor, no sirve... porque se refala'.
Cuando volvieron los últimos dos heridos de Tucumán, hicimos una formación pública en el cuartel. Metimos la bandera en el medio de la plaza de armas y la hicimos volar con explosivos. Los heridos detonaron la carga. Me salió un poco caro porque el que preparó la carga se pasó de cantidad y volaron todos los vidrios del cuartel. Todo el público salió a quedarse con uno de los jirones... como un trofeo (1985: 65).

En esta línea, rememora que, hacia finales de 1976, regresó a Tucumán, con “otra misión”: “construir cuatro pueblos para sacar a toda la gente que vivía en las ranchadas clásicas de la zona del monte” “en condiciones infrahumanas” y de promiscuidad (1985: 66).1010. Sobre la creac (…) En ese contexto, recibieron la noticia de que había “movimientos guerrilleros en la zona norte cercana del Cadillal”. Cuando llegó a un lugar llamado Vipos, a las cinco de la madrugada, luego de que rodearon “la ranchada”, ordenó que los capturen: “Los veíamos. Estaban tomando mate, todos mezclados, guerrilleros, mujeres, gallinas, pollos, chanchos” (1985: 67). Fue entonces cuando un soldado “nervioso”, “se adelantó” hizo un disparo y se generalizó un tiroteo, que impidió que completaran el “cerco”. Entonces: “En el afán de salvar vidas de los inocentes, ordené el alto del fuego”, pero una de los disparos que dio en una garrafa de gas, incendió el rancho, y esto produjo “una desbandada que los enemigos aprovecharon para darse a la fuga” y se metieron en el cañaveral (1985: 67).

Fue entonces cuando dos mujeres le avisaron que adentro del rancho había una persona: “Cuando entré, la vi acurrucada, todavía no me explico cómo se salvó. (…) La tomé de la ropa y la tiré afuera. Los milicos, en la excitación del combate, empezaron a saltar encima para matarla a patadas. Era una mujer. Tuve que gritar y pegar bastante para apartarlos” (1985: 67). Como en el “breve interrogatorio” se dio cuenta que “tenía muchos datos para aportar”, la llevó “como prisionera a Tucumán”: “Me la confiaron, junto con un comisario especialista, con la misión de interrogarla. Como dije, estaba quebrada anímicamente, y contó todo lo que sabía. (…) De la información que dio también surgieron elementos muy importantes. No fue necesario ningún tipo de coerción ni nada por el estilo. Se aprovechó su estado de ánimo. Por supuesto se hizo un convenio con ella: se le respetaría la vida y se le permitiría salir del país si colaboraba. Y colaboró” (1985: 68). “Esto sirve como ejemplo de que la guerra no fue tan bárbara” (1985: 67), sintetiza en la misma línea que el resto de su testimonio.

El Coronel retirado “T.A.R” termina su relato recordando que un “camarada suyo” le dio un documento encontrado en el camión del ERP el día en que se produjo el llamado “Combate de Manchalá”, que contenía un “completo fichaje” de todos los oficiales del Ejército. Sobre su persona, incluía: las características de su “personalidad, lo que yo decía en mis arengas a la tropa, que andaba sin custodia, que no tenía chofer, que mi mujer manejaba el auto, el recorrido que hacía con los chicos; el número de patente, color y marca de mi coche. En esas condiciones, a favor y en contra, tuvimos que movernos” (1985: 69).

Es notable el efecto que produce la lectura de este relato del Coronel retirado “T.A.R”, donde esa primera experiencia de “combate” funciona como disparador de su participación y compromiso en la llamada “lucha antisubversiva” que se extiende hasta la creación de cuatro pueblos que llevaban nombres de “caídos” en esta lucha, inaugurados en el pedemonte tucumano entre 1976 y 1977. Así se puede observar en los distintos incidentes elegidos para hablar de sus misiones en Tucumán: parte del denominado “Combate de Machalá”, atraviesa un clima de permanente amenaza y riesgo que pesaba sobre el personal militar; el deseo de venganza y de luchar contra este enemigo; y desemboca en su participación en un operativo, en el que una mujer terminó siendo secuestrada y alimentó la maquinaria represiva de carácter ilegal. Si bien a lo largo de todo el relato se busca mostrar una idea de “guerra que no fue tan bárbara”, sino que fue realizada “de frente, de uniforme y con el casco puesto”, los indicios del ejercicio de la represión clandestina son evidentes.

De todas maneras también, el relato del Coronel retirado “T.A.R” nos muestra cómo, durante las sucesivas misiones a Tucumán, retomando el planteo de Massumi, la cualidad afectiva impregnó la 'atmósfera' y la amenaza se convirtió en el 'ambiente'. Ello así porque, en tanto amenazas, tienden a contaminar nuevos objetos, personas y contextos, gracias a la flexibilidad y convencimiento de la lógica afectiva generada por ellos (Massumi, 2010: 60 y 61). En este sentido, la lectura entre líneas nos muestra la construcción de una 'atmósfera afectiva' basada en un experiencia corporal de estar expuesto a la posibilidad de morir (en “combates” o fruto de acciones guerrilleras); ser afectado por la muerte de un compañero; pasar por el cuerpo propio el estandarte de la venganza (la bandera que el ERP supuestamente iba a izar en caso de triunfar); y ejercer la violencia a nivel de los cuerpos individuales y colectivos. Por lo tanto, no solo a partir de su participación en el Operativo Independencia, quienes no murieron ni fueron heridos, incorporaron esa experiencia; sino también afectó al nivel de sus cuerpos individuales pero también colectivos a quienes se sintieron “heridos” o afectados por aquellas experiencias vividas en el Operativo Independencia.

Aniquilen al ERP III: una “mancomunión muy especial”

Por su parte, el Capitán “T. R.” recuerda que, si bien su destino original era en Jujuy, en 1975, en dos oportunidades, con 25 años, fue enviado a la zona de Monteros. En esta misma línea, el capitán “T.R.” recordó que, como el soldado “respetaba mucho las cualidades individuales”, cuando salía a hacer patrullas, siempre trataba de ir “al frente”, para darle el “ejemplo a los soldados” y porque eso los “animaba bastante”. Por eso, aceptaba alejarse de la “disciplina formal”, “para pasar a otra que es más de fondo” (1985: 86).

En esta misma línea, el libro Aniquilen al ERP está plagado de este tipo de relatos en el que las autoridades militares consideraban que el paso por el sur tucumano era un momento propicio para encarnar el ejemplo. Pero, también para flexibilizar la jerarquía y la disciplina militar que organizaba la vida en los cuarteles y en su lugar propiciar otro tipo de lazos: “Estoy contento por el tipo de relación que he establecido con mis soldados. (…) La manera en que nos hemos integrado los unos a los otros es sorprendente; aquí ha desaparecido la frialdad del cuartel para dejar paso a una mancomunión muy especial”, sintetizó el Capitán “M. Z.” (1985: 51).

Por ejemplo, el Capitán “O. Z.” sintetizó el estado de 'afectación' en el que llegó a Tucumán, fruto de haber experimentado la muerte de un compañero en manos de la guerrilla: “Si reconocemos dos emociones fundamentales y excluyentes, debo admitir que no fui a Tucumán por odio. En todo caso, había amor a mi amigo asesinado y también a la Verdad. Llegué, eso sí, emocionalmente tocado, y eso pudo haberme llevado a soportar determinadas cosas con un espíritu especial. Tengo claro que fui para vencer o morir” (1985: 109).1111. A lo largo de m (…) “Pasar esa prueba lo ayuda a uno a templarse espiritualmente. Ahora estoy probado”, sintetizó el capitán “O. Z.” (1985: 109).

En esta línea de análisis, este relato sintetiza la 'atmósfera afectiva' y el tipo de lazos propiciados en el sur tucumano. Luego de hacer una semblanza sobre uno de los conscriptos que murió en el Operativo Independencia, “O. Z” recordó la afectación que le produjo la muerte del personal subalterno: “Es casi imposible describir el sentimiento que embarga al oficial al comprobar que ha muerto uno de sus soldados. Creo que es algo parecido a haber perdido una parte de sí mismo”, (1985: 105). Y, por otro, rememora el tipo de “relación muy especial con el subordinado”, en ese contexto de adversidad, dureza y peligros que se vivía “en el monte”: “Es curioso, pero el dolor, la fatiga, la falta de comida adecuada, ejercen una influencia en cierto modo positiva. Uno pierde pensar que todo eso irrita, predispone mal, pero no en el monte no pasa así. Como nos jugábamos la vida juntos, aprendimos a cuidarnos mutuamente. (…) Vivíamos en tensión constante. Yo cada vez que cumplía un período de servicio en Tucumán, volvía con 5 kilos menos. Y no era por la actividad física, sino por el desgaste emocional permanente. Monte es igual a incertidumbre. No se sabe dónde está el enemigo, y para colmo, hay que salir a buscarlo” (1985: 107).

Esta misma noción de suspensión de las jerarquías y de compañerismo también apareció reiteradamente en el trabajo de campo con ex soldados conscriptos enviados al Operativo Independencia. Destinado a un regimiento en la provincia de Jujuy, Néstor, un soldado de la clase 1954 nacido en San Miguel de Tucumán, fue destinado en dos oportunidades a la “zona de operaciones” del sur tucumano en 1975. Del paso por esta acción militar, rememoró el tipo de relaciones que se creaban en ese espacio de muerte, peligros y riesgos:

Néstor: Todos estábamos distribuidos en forma muy igualitaria, muy igualitaria, soldados, suboficiales, oficiales, todos juntos. Y, en ese momento, teníamos el permiso de dirigirnos con nombre al oficial. Vos cuando estás en el cuartel, te cruzás con alguno y te tenés que poner firme, hacerle la venia, y tratarlo de 'Mi capitán', 'mi sargento mayor' y cosas así. Ahí toda esa formalidad se iba a la mierda porque los mismos oficiales te decían [por tu apodo]… Y teníamos apodo, entonces ni siquiera era el nombre real. Yo estaba en el grupo que lo dirigía un subteniente. El Subteniente iba con un suboficial que podía ser un sargento, un cabo primero o un cabo. A veces dos suboficiales. Era un grupo pequeño y éramos diez, doce soldados, entre 10/15 personas. Y así se organizaba ese campamento. (…) Y todos desparramados, la carpa mía podía estar al lado de la del Subteniente, después venía un soldado, después venía…, todos entreverados y era la misma carpa. Era la misma. Se sacaban la tira que los distinguía como oficiales. Era un igualitarismo muy especial que se vivía ahí. Es más, ahí había alguno que se mandaba alguna cagada, pero bueno, si era grave, sí, lo castigaban. Si no, le prometían que a la vuelta le iban a hacer algo. Pero, por lo general, no, no hay grandes problemas.1212. Entrevista rea (…)

Este modo de conceptualizar el paso por Tucumán como una “prueba” y la idea de que se vivía un “igualitarismo muy especial” nos lleva a plantear una hipótesis, que debemos profundizar: si el Operativo Independencia operó como una experiencia de iniciación en una nueva modalidad represiva, a partir de una experiencia de alta intensidad afectiva. En este sentido, en este tipo de rituales se suspenden “las relaciones estructuradas e institucionalizadas, al tiempo que va acompañada de experiencias de una fuerza sin precedente” (Turner, 1988: 134).1313. Para Turner (19 (…) Como resultado de esa entrega los hombres en cuerpo y alma, en esta iniciación se genera un vínculo genérico y el sentimiento relacionado de confraternidad (Turner, 1988: 134 y 135). Por lo tanto, desde la perspectiva de este antropólogo: “el ritual es precisamente el mecanismo que periódicamente convierte lo obligatorio en deseable”, al poner a las normas éticas y jurídicas en estrecho contacto con fuertes estímulos emocionales (1995: 33) y también afectivos.

Aniquilen al ERP IV: la “práctica permanente”

Retomando a Spinoza, Deleuze sostiene que, cuando las relaciones correspondientes a dos cuerpos se componen, ambos cuerpos pueden formar un conjunto de potencia superior, “un todo presente en sus partes”, con mayor poder de afección, como lo puede ser el Estado o cualquier otra colectividad o cuerpo social (Deleuze, 1984: 114). En función de ello, proponemos considerar el paso por el sur tucumano como parte de un 'pasaje vivido' afectiva y corporalmente para integrarse a un potente 'cuerpo represivo' (el Ejército Argentino). Esto aparece permanentemente en el libro de Héctor Simeoni: Que esa experiencia vivida en carne propia no solo fue una vía para 'iniciarse' en el ejercicio de la represión sino también fue un modo de acumular lo que en otros trabajos he denominado 'experiencia represiva' (Garaño, 2012). Por ejemplo, además de destacar esta “mancomunión tan especial” que caracterizó la vida en el sur tucumano, el Capitán “T. R.” recuerda que, cuando fue enviado a la zona de Monteros: “Tuve la impresión de que el Ejército no estaba preparado, en ese momento, para pelear en el monte contra la guerrilla porque, para desarrollarse eficazmente esa actividad, el único requisito imprescindible era la práctica” (1985: 83). Por lo tanto, para este oficial el “teatro de operaciones” del Operativo Independencia se convirtió en un espacio de “práctica permanente”: “Allí no se puede interrumpir ni por un instante la instrucción que se brindaba al soldado y hay que combinarla con la continua acción” (1985: 85). De hecho, destaca que su esposa no podía entender cuando él le decía que “estaba encantado con Tucumán”: “No era por la situación que vivíamos sino que como profesional me hallaba a mis anchas. Era la primera vez que me tocaba ejercer el mando real y aplicarlo a situaciones concretas. Podría usar todo lo que sabía” (1985: 85).

En esta misma línea, el capitán “P.E.C.”, enviado a Santa Lucía como Jefe de Compañía en reemplazo de un oficial muerto en un accidente aéreo, sostuvo que: “nuestra efectividad aumentaba con el paso del tiempo, a medida que conocíamos mejor la zona y teníamos ocasión de practicar esta nueva modalidad de combate” (1985: 136). O, como rememoró en 1985, el teniente coronel “V.”: “El prolongado conflicto nos dio ocasión para adquirir una significativa experiencia de guerra, para perfeccionar los procesos de combate y para que los hombres que integrábamos la compañía nos conociéramos cada día más. (…) Esa experiencia, entre muchas otras, fue lo que Tucumán me dejó, como soldado y como hombre” (1985: 125).

Como vemos, el paso por Tucumán implicó no solo la posibilidad de formar un potente 'cuerpo represivo', basado en la experiencia compartida de ejercer la posibilidad de matar y estar expuesto a la posibilidad de morir. Además, se basaba en una conjunción de ser afectado y adquirir capacidad de afectación, que fue construyendo un potente y nuevo 'cuerpo represivo' masculinizado (“luchar contra la subversión” como una “cosa de hombres”), entendido -siguiendo a Deleuze- como un “conjunto de hombres [que] componen su potencia respectiva para formar un todo de potencia superior” (1984: 130). Para ello, se valió de una potente alianza entre amenaza y miedo, como dimensiones indisociables de un mismo acontecimiento (Massumi, 2005: 4), pero también otras emociones como el “odio”, la “bronca”, el “orgullo”, el “heroísmo”, las ganas de combatir y la admiración por aquellos camaradas que habían dado su vida. En este proceso, el paso por Tucumán operó como un 'pasaje vivido' que les permitió incorporarse a ese 'cuerpo represivo' con un mayor poder de afección. O, siguiendo a Deleuze, un “transición vivida corporalmente”, en y a través del afecto: “un pasaje del uno al otro, por rápido que sea, e incluso inconsciente, al punto que todo vuestro cuerpo, en términos spinozistas, tiene una especie de movilización de sí mismo para adaptarse a este nuevo estado” (2008: 85). Por lo tanto, sostendré que, al componer fuertes vínculos personales, se fue consolidando un potente 'cuerpo represivo', que buscó conjurar la amenaza guerrillera.

Los efectos del terror en el personal militar y en los soldados

Como hemos visto, no sólo Aniquilen al ERP está plagado de memorias de oficiales y oficiales que construyen un “teatro de operaciones” entre oponentes con ciertos códigos de “caballerosidad”, en el que eluden referirse a las modalidades clandestinas del ejercicio de la represión. Sin embargo, como sostuvo Spinoza: “Hombres diversos pueden ser afectados de diversas maneras por uno y el mismo objeto, y uno y el mismo hombre puede ser afectado de diversas manera por uno y el mismo objeto en tiempos diversos” (2000: 159). Entonces, para cerrar este trabajo tomaremos otros relatos que dan cuenta de distintos modos en que fueron afectados quienes participaron de esta acción militar. Como ya vimos en el testimonio con el que abrí este texto, los soldados también fueron afectados por esa experiencia de represión, pese a no haber sido ejecutores del terrorismo de Estado. A lo largo del trabajo de campo, numerosos entrevistados recordaron la afectación que produjo entre soldados haber sido testigos de los crímenes cometidos durante el Operativo Independencia. Por ejemplo, Coco, un soldado de la clase 1955 nacido en Concepción que hizo la conscripción desde 1976 primero en el Hospital Militar y luego se integró al EMASAN, el Equipo Móvil Avanzado de Sanidad, destinado a la “zona de operaciones” del Operativo Independencia. Cuando le pregunté si solían hacerse “jodas” entre los soldados, enseguida me recordó un “tema muy feo”, los soldados que habían cumplido el servicio militar durante 1975, a quienes conoció cuando ingresó:

La Clase 54 yo la he visto muy mal; a ellos le tocaron cosas muy feas en el Hospital Militar. Y, yo me hice soldado de la morgue en el Hospital Militar antes de ir al EMASAN, porque ahí nadie me jodía. Y vos sabes que los changos estaban [mal]. Se tomaba mucho vino en esa época, y los changos estaban muy mal. (...) Los changos jugaban con los cuerpos... ¿Viste que llegaban cuerpos a la morgue? Decían que eran de extremistas; después me entero que no eran extremistas. Bueno, pobres chicos... Y entonces agarraban y los ponían en poses sexuales o los sacaban y se lo ponían a la par de alguno que estaba durmiendo. Estaban re de la nuca los changos, de la [clase] 54. Había gente que estaba muy mal y no han recibido ayuda [psicológica].
¿Vos sabes que la psicóloga -porque había consultorios externos en una parte del hospital- una vez se empieza a sacar la ropa... y queda desnuda? Era un revuelo, todos para mirar por arriba de la ventana, a verla desnuda. Se le saltaron las chapitas a la mujer. Era una cosa, pero resulta que en un libro yo leí que un soldado, que había [visto] muerta una persona, que había tenido una experiencia de combate, se sacaba así la ropa. ¿Qué simbolizara eso? Sacarse algo. Quedaba desnudo, para él no era quedar desnudo, era sacarse eso... Y la psicóloga hizo eso. Pero muchos de esos changos no recibieron ayuda....1414. Entrevista rea (…)

De cómo los afectaba el hallazgo de cuerpos sin vida, también me habló Néstor, soldado de la clase 54. Durante la entrevista, recordó el “rol fundamental” jugado frente a esas situaciones límite por la Iglesia, específicamente de un cura español:

Cuando fue este combate, que nosotros llegamos después, que habían muerto dos soldados, llego el cura, que era el capellán de aquí, de Tucumán. Estaba ahí, arengaba a los soldados. Y yo me acuerdo que, después de ese tiroteo, nosotros hicimos una recorrida por la zona, barrimos la zona, con otros soldados que venían de otros lados y encontramos un guerrillero muerto. Estaba semienterrado, pero a 40 centímetros. Habían cavado rápidamente y lo habían enterrado; los guerrilleros se habían ido, lo habían dejado a éste. Y bueno, nosotros, lo descubrimos. No yo en particular, pero un tipo nuestro. ‘¿Y qué hay acá?’. Empezaron a levantar y, bueno, había un guerrillero muerto y lo llevamos a la ruta. Y ahí vino este cura porque yo me acuerdo que se ve que yo estaba totalmente desbordado, y el cura se me acerca y me dice: ‘Mire soldado, usted tiene que tener valor, usted está defendiendo la patria. Nosotros tenemos que derrotar la cizaña, que éste es el sentido del soldado’. Estaba justificando la muerte, que nosotros debíamos matar y que lo que nosotros estábamos haciendo era buenísimo. Lo hacíamos por Dios, lo hacíamos por la patria, [ese discurso] estaba ahí, presente.1515. Entrevista rea (…)

En los Informes sobre el Operativo Independencia realizados por el Equipo del Ministerio de Defensa de Relevamiento y Análisis Documental de los Archivos de las Fuerzas Armadas (1976-1983), también se pueden encontrar huellas burocráticas de las afectaciones que supuso el ejercicio del terrorismo de Estado en el personal militar. Este informe relata numerosos casos de oficiales y suboficiales a quienes se les diagnosticó “neurosis de angustia” luego de su paso por la “zona de operaciones” de Tucumán, o en su legajo se consignó que padece “Neurosis de guerra, vinculada a sus actividades operacionales en Tucumán” (ver Almada, 2015). Del corpus del informe, voy a destacar dos casos, en los que se consigna un relato detallado de su paso por el Operativo Independencia y cómo fueron afectados por esa experiencia represiva. En un reclamo presentado en abril de 2005, un sargento ayudante retirado que se desempeñó como Subinstructor de la Compañía “B” del Regimiento de Infantería 19 entre febrero de 1975 y febrero de 1977, donde funcionaba un centro clandestino de detención y cuyo personal integraba Fuerzas de Tareas, explicó que:

...que las actividades desarrolladas en las operaciones militares del operativo independencia, dejaron profundas secuelas que afectaron gravemente mi vida de relación familiar y laboral y que además no se prestó correcta atención medica en mi caso” (Foja 4). A su vez incluye un diagnostico psicológico del 2004, donde se deja asentado que: ‘El paciente ha vivenciado en su vida una serie de acontecimientos traumáticos que le han ocasionado daño en su psiquismo, su actual depresión mayor, su ansiedad generalizada y recurrentes ataques de pánico evidencian que su personalidad no se ha adaptado normalmente a los acontecimientos de su pasado, la mayoría vinculado a su tarea como efectivo del Ejército Argentino, esta persona requiere tratamiento psicológico y psiquiátrico debido a la cronicidad de su enfermedad’ (Almada, 2015: 236).

En otro reclamo por haber sido designado por la Junta de Calificación de Suboficiales como “Apto para continuar en su grado”, elevado en marzo de 1999, un suboficial principal (retirado) que también revistó en el Regimiento de Infantería 19 desde diciembre de 1975 relató.

Tener que desempeñarme en un escenario de mayor exigencia, mayor riesgo y de las más cambiantes vicisitudes como fue el Teatro de Operaciones. Por qué afirmo esto:
A. Porque cumplí funciones en la Unidad de mayor actuación operacional en el Operativo Independencia en los años 76/81, en el Cdo Br V y RI 19 con asiento en SM de Tucumán.
B. Porque quienes conducían esa GUC y unidad eran oficiales superiores, jefes y oficiales subalternos de personalidad exigentes debido a la situación que se vivía en esa época.
C. Porque esas unidades operaban en un ambiente geográfico violento del país, en el marco de realidades legales e institucionales, que le imprimían exigencias frecuentemente inéditas y vertiginosas situaciones operacionales.
D. Porque debíamos trabajar y dar apoyo en muchas ocasiones a fracciones de otras Unidades que operaban contra la guerrilla subversiva.
E. Porque todo esto deriva en relaciones de mando de una presión psicológica permanente y un rigor que estaba mucho más allá de lo que debía soportar un Suboficial Subalterno en otra realidad.
F. Porque mis funciones estuvieron esos años estrictamente vinculadas a mi especialidad, así me animo a decir, que difícilmente haya otro suboficial que en los cargos que yo desempeñaba hubiere tenido que responder por tantas responsabilidades a las exigencias peculiares y sobreabundantes con todo el respeto que merecen mis camaradas. Quisiera se me permita dar un ejemplo: debían salir unos vehículos fuera del cuartel, en mi caso esos vehículos salían a una zona de combate REAL. Con personal alistado para el combate REAL, a cualquier hora del día o de la noche en función de requerimientos de combate que cambiaban continuamente, en condiciones de preparación también especiales que hoy tengo fresco en mi memoria, toldos levantados, afuste para ametralladora, cobertura para probable fuego enemigo, elementos de primeros auxilios especiales y tantas otras cosas más (Almada, 2015: 236 y 237).

Por su parte, sobre los efectos en la tropa de gendarmes destinados al Operativo Independencia, también me habló un ex gendarme, Omar Eduardo Torres, quien entre 1976 y 1977 fue enviado en tres oportunidades a la zona de operaciones del Operativo Independencia (Tucumán, 1975-1977). Cuando le pregunte por qué considera que la mayoría guardó el “pacto de silencio”, Eduardo Torres recordó que, cuando trabajaba en la Justicia Federal de Salta, buscó en las fichas del juzgado electoral y, cuando llamó a sus compañeros del Móvil de Gendarmería, encargado de la custodia de los predios y los detenidos de diversos centros clandestinos del Operativo Independencia, pudo comprobar que la mayoría de los “ciento y pico”, se han suicidado: “Así que no han podido sacarse de encima todo lo que han visto. Yo muchas noches, ahora no tanto, pero en el primer tiempo, yo soñaba y me despertaba mal porque se me presentaba todo como eran antes y de alguna manera hay que sacársela porque vos no podés estar sabiendo algo, no decirlo. Y con tanto [dolor], son personas las que han matado, todo lo que han vivido estas personas, y cómo vas a soportar todo eso”.1616. Entrevista rea (…)

Como vemos, a diferencia de la versión bélica plasmado en el libro Aniquilen al ERP, basada en “acciones heroicas de sacrificio” de la vida, escuchar el relato del ex gendarme Eduardo Torres, las entrevistas a ex soldados -como Fernando, Coco y Néstor- y leer legajos de personal nos confrontan con los efectos que tuvo para el personal afectado al Operativo Independencia. Es decir, por el impacto que representó ser espectadores del ejercicio de la represión ilegal, así como la afectación corporal que supuso su ejercicio directo.

A modo de conclusiones

Desde el retorno de la democracia, se han desarrollado tres líneas de investigación que han buscado comprender las condiciones de posibilidad para la implementación de una política de desaparición forzada de personas, basada en el terror ejercido desde sus Fuerzas Armadas y de Seguridad. En primer lugar, un conjunto de trabajos han mostrado las condiciones burocrático-administrativas del terrorismo de Estado (Duhalde, 1999), destacando que los campos de concentración jugaron un rol central como una “maquinaria desaparecedora”, cuya eficacia a su vez se basó en la circulación del terror por todo el tejido social (Calveiro, 1998). Un segundo grupo de trabajos han explicado el surgimiento del terrorismo de Estado como el resultado de la formación ideológica de los militares argentinos entre 1955 y 1976 (Vezzetti, 2002; Ranalletti, 2009).

Como ya dijimos, la presente investigación se inscribe en una tercera línea de trabajos que, de manera incipiente, ha reconstruido diversos mecanismos a través de los que se construyó una disposición colectiva al “sacrificio” al interior de las Fuerzas Armadas. Desde esta perspectiva mayor, a lo largo de este trabajo hemos mostrado cómo, a partir del paso por el Operativo Independencia, se produjo un verdadero 'adiestramiento afectivo' de los oficiales, suboficiales y soldados. Como estrategia del poder militar, consideramos el Operativo Independencia también fue diseñado para explorar y fomentar las variedades afectivas del ejercicio de la violencia, a partir de una experiencia de alta intensidad, donde “una vida coincide con su potencial afectivo” (ver Massumi, 2005: 11 y 12). Es decir, desde el poder militar se buscó producir efectos ideológicos a través de medios no-ideológicos, sino afectivos, ya que la experiencia “en el monte” se dirigía al nivel presubjetivo de sus disposiciones corporales para la acción (antes que ser un mero mensaje representativo). Mientras se extendía la amenaza en sus poderes ontogenéticos, al ser capaz de activar el cuerpo, el miedo operó como el fundamento no fenomenal de la existencia, unido a otras emociones como el “odio”, la “bronca”, el “heroísmo”, las ganas de combatir, el deseo de venganza, la admiración a los “caídos”, impregnando esa 'atmósfera afectiva'.

Como hemos visto desde el inicio de este trabajo, la tropa de soldados se convirtió en una 'audiencia' privilegiada del ejercicio del terror de Estado en el sur de Tucumán, en tanto fueron afectados a nivel corporal por la posibilidad de matar y de morir, sin posibilidad de negarse por estar “bajo bandera”. Por su parte, en relación al personal uniformado, queremos postular que, antes que por una mera 'banalidad del mal' o aplicación de una moral o ideología alentada 'desde arriba', el personal del Ejército argentino se incorporó al ejercicio de la represión ilegal en Tucumán, gracias a la notable inmediatez de dicha 'modulación afectiva' que supuso el paso por la “zona de operaciones” de esa provincia, un espacio de camaradería masculino, un cuerpo represivo sexuado, el ejercicio de la represión como “Cosa de Hombres”.

Por lo tanto, se trató de una experiencia iniciática ya que no solo atravesó su cuerpo individual, sino que fundó ese nuevo y aterrorizadamente reactivo 'cuerpo represivo', al exponer al personal uniformado al poder soberano de vida y muerte, mediante el ejercicio directo de la represión. No sólo porque fueron expuestos a la posibilidad de matar y de morir en el sur tucumano, sino también porque experimentaron a nivel corporal y afectivo la muerte o la herida de sus “compañeros de armas”. A partir de una experiencia de gran intensidad afectiva, hemos postulado que el miedo a morir alcanzó sus cuerpos y los compelió a la acción represiva y que, antes de que lo registraran conscientemente, es decir, operó afectivamente como una respuesta corporal a una amenaza incierta y generalizada. A su vez, nuestra hipótesis a seguir trabajando es que esta experiencia represiva operó como un 'pasaje vivido' mediante el cual se buscó incorporar oficiales y suboficiales, creando en ellos su disposición al compromiso con la llamada “lucha contra la subversión”. Pero también que esa potencia destructiva que aterrorizó a la población del sur tucumano, también disciplinó los cuerpos y moralizó al personal militar, que se volvió al mismo tiempo potente e impotente en el ejercicio de la represión. En este sentido, nos quedan preguntas acerca de qué sucedió con el personal del Ejército que no fue enviado al Operativo Independencia, o con el de la Marina y la Fuerza Aérea, es decir, qué ritos de pasaje operaron en este mismo sentido de buscar crear un compromiso afectivo con la represión, pero en otros contextos, o cómo influyó esta experiencia represiva en el resto de las FFAA.

Sobre este tópico, otra hipótesis a seguir trabajando es que fue esta 'modulación afectiva' (fruto de afectar y ser afectados por otros cuerpos en el ejercicio de la violencia estatal) la que posteriormente se volvió la materia prima en base a la cual el poder militar realizó una serie de puestas en escena cuya audiencia fue la propia tropa y la sociedad argentina en su conjunto: la figura de aquellos soldados, suboficiales y oficiales que realizaron el máximo acto de “sacrificio”, “dar su vida por la patria” en el “monte tucumano” (ver Garaño, 2012). Sin embargo, postularemos provisionalmente que convertir esta experiencia afectiva en emociones y sentimientos fue un momento posterior, como resultado de las tareas de “acción psicológica” y propaganda emprendidas por el Ejército argentino. Es decir, luego de esta experiencia afectiva, estas muertes fueron pulidas y convertidas con posterioridad en 'emoción', una representación controlada, un mensaje representacional e ideológico elaborado, lo que Massumi ha denominado un “contenido subjetivo racionalizable” (2005: 7). Por ejemplo, el llamado “Combate del Rio Pueblo Viejo”, que inicia el libro Aniquilen al ERP, fue uno de los casos elegidos para el libro Ejército de hoy (Páginas para su historia), titulado “Estoy herido, ¡ataque!” (1976). En este libro se relata lo sucedido ese 14 de febrero de 1975, al mediodía, cuando integrantes de la “Primera” Fuerza de Tareas Chañi, proveniente de Jujuy, marchaba a pie desde Los Sosa en dirección a Pueblo Viejo. Según esta versión oficial elaborada por el Comando General del Ejército y editada por el Círculo Militar, este Combate en el “bautismo de fuego en el monte”, “primera experiencia de fuego para el Ejército en operaciones, después de muchos años de paz” (1976: 40 y 44). En este libro, que fue reproducido por varias revista militares e incluso llevado al cine en un cortometraje a color de unos veinte minutos, el relato de este acontecimiento aparece ya pulido, sin ese tinte de la afectación a nivel corporal y despojado de los detalles vívidos que se observan en las memorias del libro Aniquilen al ERP: “Al abrir fuego nuevamente se encuentra con una nueva guerra. Distinta. Insólita. Tal vez la instrucción militar para la que se preparó, no responda del todo a estas exigencias. Pero la forma como procedieron las víctimas del primer encuentro, el valor, el desprecio por la vida, la aptitud combativa, la capacidad de reacción, la entereza y sangre fría, han demostrado que más de cien años de paz, no fueron desaprovechados. Nuestro hombre de armas está preparado” (1976: 45). O, como cierra un locutor el cortometraje de propaganda 1977 también titulado “Estoy herido. ¡Ataque!”,1717. Este film de p (…) mientras se ve la cara de un soldado armado con una ametralladora, que se funde en la del monte tucumano y la bandera argentina: “Avasalladora, venció una vez más el Ejército Argentino y el pueblo argentino todo, gracias al esfuerzo de sus jóvenes hijos. Aquí cayeron para siempre soldados, suboficiales y oficiales, dando su vida por la grandeza de la patria. Esta selva profunda fue testigo de hechos heroicos, que ya que son páginas de gloria incorporadas a la historia nacional”.

Como vemos, esa experiencia inicialmente meramente afectiva, corporal, basada en la afección que suponía el ejercicio de la represión política, luego fue – mediante fuertes tareas de acción psicológica- pulida, estandarizada, modelada para tener un efecto multiplicador en el resto del personal uniformado: a partir de esas muertes heroicas, de esos actos sacrificiales de “dar la vida por patria” (ya enmarcado en emociones, sentimientos y valores institucionalizados) buscarían comprometer a sus “compañeros de armas” con el ejercicio de la represión, y al mismo tiempo, legitimarse frente a la sociedad argentina.

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1.

CONICET/Universidad de Buenos Aires, profesor de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

2.

Todas las citas de este apartado corresponden a la entrevista a Fernando, realizada por el autor el 5 de agosto de 2011, en la ciudad de Buenos Aires. Los nombres de han sido modificados para preservar el anonimato de los entrevistados.

3.

Gastón Gordillo, comunicación personal, 23 de abril de 2011. Agradezco mucho esta sugerencia y sus recomendaciones bibliográficas, así como las de Ana Concha y su familia, por su inestimable colaboración. También a lxs evaluadorxs del texto y a las coordinadoras del Dossier, por sus valiosos comentarios. A lo largo del trabajo, utilizaré comillas simples para indicar algunas categorías analíticas construidas a partir del análisis, comillas dobles para las citas de material de campo, y cursivas para destacar algunos conceptos.

4.

Esta segunda línea sostenía que las emociones no son biológicas ni naturales sino que están construidas social y culturalmente. Contra este constructivismo social, aparece el ‘giro afectivo’, poniendo en el centro del análisis al cuerpo y su sensibilidad (no como mero locus de representaciones sociales), considerando que el afecto es la reacción que el cuerpo tiene ante otros cuerpos y que hay un plus de intensidad que no se puede aprehender consciente y lingüísticamente (Mariana Sirimarco, comunicación personal, 17 de abril de 2018).

5.

Crítica de la antropología de las emociones, esta línea de trabajos considera que el cuerpo sirve para sentir antes que meramente para pensar y es el lugar de encuentro entre lo social y lo afectivo (Surrallés, 2005: 6 y 7). También, cuestiona que: “el objetivismo de las emociones hace que éstas sean tratadas de forma aislada del cuerpo que siente. En definitiva, la idea de que las emociones es un glosario de nombres de ‘esencias’ continúa viva en la antropología de las emociones de modo de que la afectividad con toda su complejidad escapa a esta perspectiva” (2005: 5).

6.

Si bien el término ’teatro de operaciones’ forma parte de la terminología militar clásica y excede esta acción militar específica, el uso de una metáfora o analogía dramática de la vida social (pensar el monte tucumano como ’teatro’) ilumina un aspecto central del poder: su dimensión expresiva y sus puestas en escena (Garaño, 2012). Ello es así debido a que no hay sistema de poder que exista ni se conserve sólo mediante la dominación brutal o la justificación racional; es precisa la producción de imágenes, la manipulación de símbolos y su puesta en escena en ceremonias rituales (ver Abélès, 1997; Balandier, 1994). De todas maneras, como veremos a lo largo del texto, antes que un mero simulacro, esta puesta en escena bélica tuvo efectos en el personal militar quienes recuerdan esta acción militar como si hubiera sido una “guerra”. Estoy en deuda con el Dr. Esteban Pontoriero, quien muy generosamente me ha introducido en estos debates y lecturas.

7.

Como vemos, desde su inicio, este libro se inscribe en la llamada “teoría de los dos demonios”, que “equiparaba el terror de Estado de la dictadura con la insurgencia ilegal de las organizaciones armadas, con el objetivo explícito de condenar la violencia de cualquier signo” así como construir “la imagen de la sociedad como víctima inocente” (Rabotnikoff, 2006: 269 y 270).

8.

En marzo de 2010, la Dirección Nacional de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario del Ministerio de Defensa conformó tres equipos de investigación con la misión de relevar y analizar toda la documentación de valor histórico y/o judicial sobre graves violaciones a los derechos humanos que se encuentra archivada o custodiada en dependencias de los Estados Mayores Generales del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea.

9.

Este concepto fue desarrollado por Brian Masumi (2005) en su texto sobre el sistema de alertas diseñado como consecuencia del 9/11 para combatir el terrorismo. Sin embargo, considero que puede ser ‘bueno para pensar’ el Operativo Independencia, en el que la modulación afectiva, basada en la respuesta corporal, dejaba en un segundo plano las mediaciones discursivas.

10.

Sobre la creación de estos cuatro pueblos como estrategia del poder militar para imponer un dominio soberano en la zona, véase: Garaño, 2012 y Nemec, 2017.

11.

A lo largo de mi trabajo de campo, también escuché que muchos soldados, oficiales y suboficiales pedían ir a Tucumán (ver Garaño, 2012).

12.

Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el 19 de septiembre de 2009.

13.

Para Turner (1988), en la experiencia vital de cada individuo, alternativamente toda persona se ve expuesto a la estructura y a la communitas, como si existieran dos 'modelos' principales de interacción humana, yuxtapuestos y alternativos: “El primero es el que presenta a la sociedad como un sistema estructurado, diferenciado, y a menudo jerárquico, de posiciones jurídico-políticas-económicas con múltiples criterios de evaluación, que separan a los hombres en términos de 'más' o 'menos'. El segundo, que surge de forma reconocible durante el periodo liminal, es el de la sociedad en cuanto comitatus, comunidad o incluso, comunión, sin estructurar o rudimentariamente estructurada, y relativamente indiferenciada, de individuos iguales que se someten a la autoridad genérica de los ancianos que controlan el ritual” (1988: 103).

14.

Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el de 24 de enero de 2011.

15.

Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el 19 de septiembre de 2009.

16.

Entrevista realizada por el autor y la estudiante de arqueología Sofia Neder, el 19 de octubre de 2016, en la ciudad de San Miguel de Tucumán.

17.

Este film de propaganda ha sido digitalizado y subido a youtube por la Asociación Memoria Abierta. Ver: https://www.youtube.com/watch?v=TgqYNDzcxSc