Vol. 5 Núm. 9: Etnografías de lo digital: reflexiones y experiencias de campo multisituadas y (des) situadas

Etnografía multisituada, etnografía digital: reflexiones acerca de la extensión del campo y la reflexividad

Por Oscar Grillo1

Grillo, Oscar (2019). “Etnografía multisituada, etnografía digital: reflexiones acerca de la extensión del campo y la reflexividad”, Etnografías Contemporáneas, año 5, N° 9, pp. 73-93.

Resumen

En este trabajo desarrollo una reflexión en torno a la idea de Etnografía Multisituada propuesta por George Marcus y planteo su extensión al mundo digital sobre la base de una experiencia de campo realizada entre 2003 y 2008 para comprender las modalidades de hacer política de identidad de activistas Mapuche en la Argentina y en Chile.

El primer paso de la investigación fue reconocer en Internet un lugar de enunciación de las políticas de identidad Mapuche, y analizar e interpretar ese corpus de texto, imagen y sonido. Identifiqué en esa instancia las prácticas mediáticas y participé como audiencia, testigo de la articulación de un colectivo constitutivamente múltiple en una unidad imaginaria. Luego, en una segunda instancia y para no quedar encerrado en la cultura web, encontré una manera de seguir a las y los activistas por la aldea global y de acceder a algunos de los eventos que organizaron. Con el material depositado en la web, las marcas de la presencia de los y las militantes en santuarios globales, las coproducciones y alianzas con las redes ecologistas y de derechos humanos, y mis propios registros de campo, conformé una constelación de puntos de apoyo para dar cuenta de la articulación entre lo global y lo local, con la especificidad que ésta ha asumido en la construcción de los y las activistas culturales.

Palabras clave: etnografía multisituada, etnografía digital, diseño de investigación.

Abstract. Multisited ethnography, digital ethnography: reflextions about the extensions of fielworkd and reflexivity

In this work I develop a reflection on the idea of Multisited Ethnography proposed by George Marcus and I suggest extending it to the digital world. Research is based on a field experience conducted between 2003 and 2008 in order to understand the modalities of identity politics of Mapuche activists in Argentina and Chile.

The first step in the research was to find in the internet the enunciation of Mapuche identity politics, analyze and interpret texts , images and sound. I identified the media practices and participated as part of the audience, I also witnessed the articulation of a collective group in an imaginary unity. Later on, I found a way to follow the activists in the global community and access some events organized by them. With the material found on the web, the marks of the militants´ presence in global sanctuaries, co-productions and alliances with ecological and human rights networks and my own field records I formed a constellation of support points to account for the articulation between the global and the local with the specificity it has achieved in the construction of the cultural activists.

Keywords: multi-site ethnography, digital ethnography, research design.

 

recibido 11 de enero 2019

aceptado 3 de marzo 2019

 

Introducción

La lectura del artículo de George Marcus (2018) “Etnografía Multisituada. Reacciones y potencialidades de un Ethos del método antropológico durante las primeras décadas del 2000”, publicado en el número anterior de Etnografías Contemporáneas, me desafía a retomar el tema, revisitarlo en la medida de mis posibilidades, y reflexionar sobre la extensión del campo etnográfico a la cultura digital.

En mi trabajo realizado entre 2003 y 2008 (Grillo, 2013) detallé el estudio realizado para comprender las modalidades de hacer política de activistas Mapuche en la Argentina y en Chile. Un primer paso de la investigación fue identificar Internet como un lugar de enunciación de las políticas de identidad de los y las activistas; así se abrió un vasto paisaje de archivos digitales circulando por las redes electrónicas. Eran puestos en circulación para recalar en radios comunitarias, revistas, boletines electrónicos emitidos desde modestos locutorios, blogs y sitios web de diseño avanzado y alojamiento en servidores de agencias globales de noticias. En un segundo paso, encontré la manera de seguir a algunos activistas y organizaciones por la aldea global y de acceder a ciertos lugares de encuentro creados por ellos, mientras entramaban sentidos compartidos, trabajos de representación, pretensiones de hegemonía al interior del campo Mapuche y tensaban el carácter étnico de los estados argentino y chileno. El carácter multisituado de la investigación se fue constituyendo en un modo de comunicación con el campo establecido en una multitud de lugares hilvanados firmemente en la medida en que avanzó el trabajo; y desde esta experiencia, dejé de lado algunos de los prejuicios de la literatura académica en aquella época: 1) no considerar la exploración del material digital depositado por los y las activistas y sus alianzas en la web como trabajo de campo; 2) mirar internet como un mundo aparte (Grillo, 2007), como una cultura emergente, separada y distinta; y en consecuencia enfatizar y dar por sentado un fuerte sentido de separación on line/off line, o entre virtual y real; 3) considerar el activismo Mapuche únicamente como un fenómeno local invisibilizando sus prácticas por escenarios transnacionales.

En esta revisita, provocada por el artículo de Marcus (2018) publicado en esta revista, me propongo: reflexionar brevemente sobre las propuestas de la etnografía multisituada a partir de algunos de los trabajos de Marcus, sus críticos y las reflexiones que el mismo autor fue hilvanando sobre las reacciones a sus propuestas; actualizar la deriva y opciones de la antropología para el abordaje al mundo digital; reflexionar con respecto a las prácticas mediáticas de activistas Mapuche relacionadas con mi investigación.

Irradiaciones de la etnografía multisituada

La etnografía multisituada parte de las propuestas de Marcus (2001), quien básicamente plantea que el estudio de los fenómenos sociales no puede ser realizado centrándose en un solo sitio. El sistema mundo, la globalización, percibida anteriormente como contexto externo, se convierte ahora en parte integral e incrustada de infinidad de estudios etnográficos. En la visión del autor, no se trata de un agregado de lugares, sino que conlleva una adecuada reflexión etnográfica, una construcción teórica que justifica articular diversos sitios en función de las prácticas de los sujetos. Con este punto de partida, Marcus propuso un enfoque que sugiere seguir personas, conexiones y asociaciones diversas a través de distintos espacios. Esta provocación ocasionó obviamente una serie de controversias, de las cuales el autor se hizo cargo, mencionaré solo algunas.

Refiriéndose al imaginario multisitio en los estudios de ciencia y tecnología, Hine (2007) reclamó tener en cuenta que esta modalidad de investigación sitúa a la etnografía como una intervención, que podría ser considerada adecuada para formas específicas de abordaje cuando resulte necesario dar cuenta de campos complejos, donde los métodos etnográficos necesiten ser adaptados. En esta dirección, formula su advertencia acerca de la complejidad como problema, y la necesidad de abordarla desde la etnografía, pero se identifica fuertemente con las “audiencias que respetan la fuerza de la tradición metodológica” (2007:17).

En 2008 Marcus evaluó la deriva de sus propias propuestas, destacó que la difusión del trabajo de campo multisituado y de naturaleza móvil estaba siendo experimentado e implicado con movimientos sociales, ONG y otros grupos diversos. El autor subrayó cómo en estos contextos la escena del trabajo de campo muta desde el tropo tradicional de aprendizaje del etnógrafo, a la idea de colaboración; puesto que ahora es percibido el encuentro con los sujetos reflexivos que animan el campo y esa reflexividad se despliega o se solapa en “el mismo universo intelectual que informa al investigador”(2008:7).

Falzon (2009) realizó un intento de balance y revisión de las facetas teóricas y prácticas de la etnografía multisituada con la aspiración de esbozar un programa de segunda generación que superase la formulación original de Marcus. Falzon fue especialmente crítico con la visión marcusiana: “El diseño de la investigación procede de una serie de yuxtaposiciones, en el que lo global se contrae y forma parte integrante de […] situaciones locales, en lugar de algo monolítico o externo a ellas” (2009:2). La idea de yuxtaposición resulta a mi criterio una crítica injusta en la medida en que no tiene en cuenta la posibilidad de que el etnógrafo encuentre, muestre y reflexione sobre algo más; articulaciones políticas por ejemplo, que liguen diversos espacios. El temor a un campo disperso o a que se trate de articulaciones sofisticadas ha sido expresado claramente por Falzon (2009) y por Hine (2004, 2007).

Otra visión crítica sobre este particular la despliega Hage (2005). Apoyado en su propia etnografía de migrantes libaneses en distintos sitios, prefiere la idea de un sitio geográficamente discontinuo antes que la multisituación cuando se trata de poblaciones en diáspora. Remarca, además, la necesidad de profundizar en la idea de que estas poblaciones comparten una cultura unificadora, de revisar con cuidado la noción andersoniana de comunidad imaginada y de examinar la postura que equipara el estudio de las migraciones al estudio de movilidad, puesto que los migrantes que él ha estudiado “no pasan mucho tiempo moviéndose” (Hage, 2005:473-474).

En una dirección similar, Gallagher y Freeman (2011) han estudiado experiencias en el campo de la educación mediante un enfoque que combina lo virtual y lo presencial, con un despliegue multisituado. Ellos lograron una articulación de esos elementos de abordaje que les permitió comprender prácticas contextualizadas, condiciones locales y procesos globales que desparroquializaron su investigación. Pero, a la vez, señalan que la mediación tecnológica requiere, una vez más, el examen constante de las opciones metodológicas por un lado, y una suerte de balance entre los componentes virtual y presencial de su experiencia de investigación por otro.

Por último, quiero detenerme en el artículo publicado por Marcus en 2018, cuya traducción en Etnografías Contemporáneas mencionado me ha provocado esta revisita de mi propio trabajo. Allí el autor se aboca a destacar diversos problemas de implementación que ha tenido su propuesta, pero también destaca los tipos de imaginación que requiere abordar “la necesidad de reformar, reinventar o rediseñar la estética profundamente enraizada y la cultura metodológica para los nuevos horizontes de investigación” (2018:177). El juego de oposición con el ethos malinowskiano es constante en su texto, pero no es mi tema en este momento. Si interesa destacar las preocupaciones que Marcus reconoce y sobre las cuales reflexiona en ese y otros textos (Marcus, 2012). El síndrome de la dilución de la práctica establecida, que prescribe un ethos “enfocado, prolongado y de convivencia intensiva en comunidades diferentes” (Marcus, 2018:180). El rechazo a que “la etnografía se oriente a sistemas, instituciones, organizaciones formales, estructuras de racionalidad occidental, progreso, modernidad y el pensamiento de expertos más que a las condiciones de la experiencia común, observada en la vida cotidiana en sus propios términos” (Marcus, 2018:180). La sospecha que “La demostración de una diferencia significativa […] desaparecerá en la investigación multisituada” (Marcus, 2018:181). Este temor se intensifica cuando el traslado por la cultura digital aleja al investigador de “abordar sujetos tal como se los encuentra en unidades naturales diferenciadas (culturas, comunidades)” (Marcus, 2018:182). Por último, “La experticia sobre un área cultural sigue siendo básica para la formación del etnógrafo, y hasta cierto punto, marca la dirección sobre la manera en que la etnografía multisituada puede ser desarrollada […]” (2018:182).

Derivas y opciones del abordaje de la antropología al mundo digital

Desde Cyberia

El abordaje de la Antropología al mundo digital nació con una controversia. En 1994 el antropólogo Arturo Escobar publicó en el Current Anthropology un artículo titulado “Welcome to Cyberia. Notes on the Anthropology of Cyberculture” en el que despliega las principales tensiones y problemas teóricos de la antropología en relación con las nuevas tecnologías. La delimitación de Cyberia realizada por Escobar se expande mediante una amplísima colección de proposiciones, afirmaciones e interrogantes, que el autor ramifica, proponiendo la exploración de varias líneas de organización de conceptos afines; todo un esfuerzo para otorgar a Cyberia un territorio definido, relativamente estable y autónomo. Marilyn Strathern (1994) discutió en el mismo número de la revista los principales puntos de apoyo de argumento de Escobar.2

Conocedor de los cánones de la disciplina antropológica, Escobar (1994) matizó el texto con preguntas, protocolos descriptivos y puntos de partida familiares a los juegos del lenguaje del campo. Colocó a la disciplina frente a un contingente numeroso y abrumador de novedades tecnológicas que se dan por establecidas como entes creadores de ámbitos de realidad específicos. Algunas de las nociones que atiborran el texto son: la tecnología como agente, las comunidades virtuales, las posibilidades del hipertexto, la teoría del caos, los fractales, la teoría del actor-red, los rizomas, algunos discursos sobre biotecnología y biodiversidad, y la ciencia de la complejidad. Coloca la noción de ciencia de la complejidad en el umbral de una gran revolución científica. Frente a esa extrema generalización, Strathern comentó que como antropóloga su preferencia era colocar su mirada en herramientas que la lleven a comprender la percepción humana de la complejidad, la producción y circulación de la idea, y observó con cierta ironía, que no hay vida social que no sea compleja. Aceptó el desafío de abordar las tecnologías, pero despejando el efecto anticipatorio de imaginar que una cultura está a punto de ser creada por la ciencia y la tecnología.

Es decir que el problema en el texto de Escobar no es la postulación de y la interrogación sobre los límites de Cyberia. El problema surge cuando se percibe que el autor satura el territorio abierto por la pregunta con un conjunto heterogéneo de nociones que provienen de narrativas preexistentes acerca de la tecnología; nociones que no son problematizadas desde el enfoque antropológico que dice sostener, sino instaladas como datos que el etnógrafo debería aparentemente dar por ciertos, asumirlos. La más frecuente de estas nociones es aquella que concibe lo virtual como un espacio constituido aparte de la vida real.

En resumidas cuentas, Marilyn Strathern formuló a este artículo una crítica centrada en su excesiva generalización y en la falta de profundidad en la propuesta; Escobar respondió y admitió que es “sobredimensionada y ambiciosa” (1994:35). Defendió su texto, pero luego prefirió mantenerse en un terreno de imprecisión combinando proposiciones genéricas ampliamente compartidas por la antropología, con otras procedentes de las más diversas narrativas expertas acerca de las tecnologías, sin llegar a articular un lenguaje preciso ni una propuesta específica.

Ninguno de los participantes en esta controversia hizo etnografía en este campo específico; por eso, el siguiente hito en esta historia es el libro The Internet: an ethnographic approach de Daniel Miller y Don Slater (2000). Sin dudas la primera etnografía –precedida por más de una década de trabajo de campo en Trinidad- que despliega detalladamente las prácticas de uso del artefacto. Desde esa potencia invalidan, en mi opinión, todo discurso generalista acerca de internet y logran localizar, anclar la comprensión del fenómeno significativo a un espacio particular que los autores conocían muy bien: Trinidad. Muestran cómo las tecnologías se captan y asimilan en un lugar específico, cómo intervienen y en qué aspectos de la vida de sus informantes. Esta podría haber sido una investigación multisituada porque, de hecho, Miller y Slater trabajan en distintos sitios con una población en diáspora, pero no es el rótulo que asumen.

Para la etnografía, afirman, la virtualidad no puede ser un punto de partida de la investigación etnográfica, sino un ítem más de problematización para explorar y explicar a la luz del universo de prácticas desplegadas por los sujetos. En otras palabras, los autores pugnan por comprender cómo los sujetos captan, asimilan, se apropian del artefacto internet en un lugar específico, sin obviar su complejidad, y sin colocar la complejidad que obsesionaba a Escobar en el primer plano de su análisis. Objetan la oposición entre realidad y virtualidad. Describen una multiplicidad de prácticas siempre personalizadas, de comunicación, comercio electrónico, y posicionamiento en la corriente diaspórica, la reconfiguración de las relaciones de parentesco, amistad y sociabilidad en general, que alteran muchos de los lugares comunes que circulaban en la literatura de aquella época.

En síntesis la carta natal de la antropología en relación con las tecnologías de la información e internet se despliega con estas opciones: la excesiva generalización, la fascinación por las narrativas tecnologizantes en boga, al estilo Escobar, la precaución fundada en la teoría y el ethos etnográfico de Strathern y, finalmente, la concreción de un proyecto etnográfico de Miller y Slater. Podemos imaginar estas opciones como lentes o filtros que -exagerando analogías con la fotografía digital- permiten enfocar, desenfocar, ampliar, reducir, limpiar, retocar para definir la mirada sobre el campo. Pero aquí termina la analogía; etnografía es reflexividad (Guber, 2014) por consiguiente cualquier mapeo del campo en construcción de la etnografía digital está al menos amojonado por ese territorio fundacional.

La ubicación de los investigadores en las coordenadas tecnologizante/precautoria-teórica-ética/y etnográfica en stricto sensu ha dado lugar a que se eligieran diversos nombres para dar identidad a las tareas en curso, y ubicarse con arreglo a las lecturas de la cartografía académica donde se inscriben. En una manifestación más de la vitalidad de la lengua antropológica, el campo delimitado por Escobar, Strathern, Miller y Slater se fue poblando de neologismos, esfuerzos tan indispensables como contingentes para abarcar la construcción de un campo.

Christine Hine (2000:80) sistematizó una serie de principios de la etnografía virtual que resultaron orientadores para mi investigación y la de muchos otros, en sus primeros pasos: la idea de que el agente de cambio no es la tecnología de internet –como insistía buena parte de la bibliografía por aquella época– sino los usos y la construcción de sentido que se realiza alrededor de ella; la propuesta de concebir la web como un universo que adquiere sentido solo a través de los usos: como forma de comunicación, como objeto dentro de la vida de las personas y como lugar para el establecimiento de comunidades virtuales; sugerir la etnografía como la metodología apropiada para iniciar estudios sobre las prácticas cotidianas de internet. Su etnografía de las prácticas mediáticas desplegadas alrededor del caso “Louise Woodward” (Hine, 2004:85) destaca que la narrativa de comunidades virtuales es apenas una más entre otras posibles, de tal manera que una vez que interpretamos el ciberespacio como un lugar de enunciación, debemos empezar a estudiar qué se hace desde allí, por qué y en qué términos.

Aquí hay un matiz interesante para señalar: tal como lo hace explícito en las reflexiones finales del libro (Hine, 2004:189), la autora es consciente de que como producto de una decisión metodológica ha establecido una dependencia con las interacciones on-line a expensas del compromiso etnográfico con el universo off-line, y ello la conduce a resultados parciales. Tomó una decisión que la lleva a detenerse, por ejemplo, en dilucidar si ciertos intercambios frecuentes mediante el uso de herramientas de la web constituyen o no comunidades virtuales y si estas se corresponden o no con procesos sociales verificables off-line. Ambas preocupaciones comparten el supuesto de que hay sucesos que ocurren en internet como si fuera un mundo aparte que puede ser comprendido en sus propios términos (2004:31).

Ciertamente, Hine concordó en aquel momento con ese sentido de separación; por eso enfatizó aquellas narrativas acerca de las comunidades virtuales que comparten ese punto de vista (2004:189). Además, en su propuesta, la agenda de la etnografía virtual se detiene en la cuestión de la identidad on-line. Esto es: solo en entornos sociales on-line y dominios multiusuario tendría lugar una especie de juego de máscaras que exaltan la fantasía, ofrecen la oportunidad de experimentar interacciones sociales de formas totalmente innovadoras y diferentes, que preocupan al etnógrafo virtual por el problema de la autenticidad.

Más adelante la autora se desprendió de su experiencia original de etnografíar solo prácticas on line y compiló en un libro colectivo (Hine, 2005: 1–5) diversos esfuerzos de adaptación de los métodos tradicionales de investigación antropológica a los nuevos medios. Destacó siempre la excitación y la ansiedad que le provocaban los esfuerzos para combinar interacciones off/on line. Además, continuó explorando formas de etnografía que ensamblan diferentes métodos siempre desde la particularidad inmersiva, documentando actividades y emociones del investigador y los sujetos del campo. Concluye su libro de 2015 subrayando “la etnografía como un ágil enfoque que evoluciona frente a situaciones en desarrollo y se adapta a las circunstancias en que se encuentra” (Hine, 2015:183), esto es diferentes escalas de indagación y producción de prácticas de creación de significado.

Mientras el punto de partida del enfoque antropológico insistió en conceptualizar internet como una cultura específica y relativamente autónoma, la producción floreció en una extensa literatura que abarcó el estudio de las denominadas comunidades virtuales, las salas de chat y los entornos virtuales de juego, seducción y simulación, acompañada por una intensa actividad de adaptación del repertorio de prácticas usuales en las ciencias sociales; tales como entrevistas, grupos de discusión y cuestionarios on line (Baym y Markham, 2009). El análisis de hiperenlaces llevó a la idea de exploraciones de una esfera web (Beaulieu, 2004) con cierto parecido de familia con la etnografía conectiva de Hine (2005), puesto que la modalidad de seguir conexiones on line habilitaba para identificar en diversos campos diálogos y comunidades discursivas mediadas por la tecnología entre actores diversos. Como veremos más adelante, el mapeo de links resultó importante en mi trabajo, pero como una prospección preliminar del campo que orientó la mirada del investigador y habilitó nuevas exploraciones.

El extenso registro documental de internet se desplegó ante los antropólogos y antropólogas en su inagotable significación interactiva por la facilidad con que los usuarios expandían sus posibilidades de acceder y editar. Relativamente liberados de la órbita del Estado y sus redes oficiales (Appadurai, 2005), los archivos electrónicos se revelaron como sitios de producción de memorias e identidades. Más adelante volveré sobre la idea de internet como lugar de enunciación que resultó importante para mi trabajo.

Por otra parte, las imágenes saltaron de la pantalla y las etnografías de y en internet comenzaron a familiarizarse con la antropología visual (Ardèvol, 1998; Ardèvol y Muntañola, 2004; Mega et al, 2005; Pink, 2006) y para mi investigación en especial, resultó importante la excelente producción de la Revista de Antropología Visual.3

En rigor la antropología pugna por armarse de la teoría y de las herramientas metodológicas propias para abarcar la irrupción de un conjunto de prácticas de los sujetos, construidas alrededor de aparatos digitales heterogéneos en campos poblados por actores inscriptos en redes de poder y por ende, portadores de discursos expertos y vernáculos, instalaciones, instituciones. En suma dispositivos, en la versión de Agamben (2011) de la idea de Foucault. Todos estos dispositivos conllevan un proceso de subjetivación, prácticas, saberes.

Mapeando Cyberia

Asociar la idea de cultura y las prácticas relacionadas con las nuevas tecnologías, particularmente con internet, es una estrategia válida. Las palabras clave cultura digital y cultura internet han circulado y circulan en diversos esfuerzos de cartografiar una arena discursiva que disputan discursos antropológicos y narrativas expertas y vernáculas acerca de las tecnologías.

Ardèvol (2005) ofreció un esquema con una articulación reflexiva entre los discursos antropológicos y esas narrativas. Así fue construyendo espacios bien delimitados de reflexión e interpretación en el marco de la teoría antropológica, sin que esta quede disuelta en esos lugares saturados de tecnocentrismo que Escobar creó y desde donde pretendió desafiar la disciplina. Y por supuesto, Strathern no podría repetir las críticas que descargó sobre Escobar: el mapa proporcionado por Ardèvol no implica la adhesión anticipada a ningún discurso tecnocéntrico, el lugar para la agencia de los actores es cuidadosamente preservado y conectado con diversas orientaciones en la conceptualización de la cultura.

Con ese punto de partida, Ardèvol produjo en el contexto del IN3 de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC)4 numerosas etnografías, entre otras: acerca de la reconfiguración de los espacios domésticos y públicos en la era de internet (Ardèvol y Pinyol, 2009); sobre el autorretrato como práctica extendida en la web (Ardèvol y Gómez Cruz, 2012); alrededor de las prácticas del software libre (Ardèvol 2013). En esa generación de trabajos, utilizó la idea de etnografías de internet” para referirse “a toda una serie de enfoques etnográficos diversos con denominaciones que van desde ‘etnografía virtual’, ‘etnografía digital’, ‘ciberetnografía’, ´etnografía online’, etc. Pese a las diferencias entre ellos, comparten un mismo objeto de estudio: internet (o alguno de sus fenómenos), y una orientación etnográfica” (Ardèvol y Estallella 2010:14). Adicionalmente y pivoteando siempre sobre la heterogeneidad de un campo donde investigadores e individuos se encuentran enredados con artefactos tecnológicos considerados “objetos para ser indagados y objetos para indagar” (Ardèvol, Estallella y Dominguez 2008:11), entró en uso la idea de mediación, cercana a la idea latouriana de traducción. Mediación se entiende en este contexto como un aspecto constitutivo de los campos de relaciones cuando resulta imprescindible dar cuenta de las transformaciones que se producen en dispositivos configurados por vínculos entre objetos e individuos. El caso de la fotografía digital es paradigmático ya que su comprensión requiere tener a mano las enseñanzas de la antropología visual y potenciar la reflexión sobre los artefactos digitales (Ardèvol y Gómez Cruz, 2012).

En síntesis el estudio de la cultura digital se focalizó en las transformaciones de las prácticas culturales a través de las mediaciones tecnológicas y quedó abierto a un espectro amplio de prácticas creativas y participación en los nuevos medios, que ya Couldry (2004) había sistematizado como prácticas mediáticas.

Luego de este recorrido, que no pretende ser exhaustivo, es probable que la pregunta acerca de cómo definir la cultura digital continúe sin poder ser respondida en términos distintivos y que recurrentemente nos veamos obligados a someterla a borradura, tal como propone Stuart Hall para el concepto de identidad. A la espera de un paradigma que la anide, el primer principio que proponen Miller y Horst para la antropología digital es que “el término digital se define como todo lo que puede ser en última instancia reducido a código binario” (Miller y Horst 2015:92). ¿Pero esto alcanza? Lo más interesante de la propuesta es su apertura; coloca la antropología digital en un campo de tensión entre la particularidad y la diferencia, entre lo universal y lo particular que nos resulta buena para pensar en términos de Hall (1996). A nuestro entender, no necesita ser cerrada prematuramente y no hay más remedio por ahora que seguir trabajando en esa tensión. Mientras tanto intentamos reflexionar etnográficamente y operamos con un conjunto de prácticas de los sujetos. Estas prácticas se presentan construidas alrededor de aparatos digitales múltiples, heterogéneos y cambiantes, inscriptos en campos poblados por actores que son parte de redes de poder y en por ende, portadores de discursos expertos y vernáculos, instalaciones, instituciones; en suma: dispositivos.

Prácticas mediáticas de los activistas Mapuche

Ya no están donde solían estar ¿Cómo seguirlos?

La definición de mis sujetos de estudio había sido brillantemente propuesta por Claudia Briones:

Sujetos con amplio dominio del idioma oficial y buen conocimiento de las agencias estatales, así como con capital simbólico y cultural para conseguir apoyo por sí mismos, manteniendo escasa dependencia de agentes externos eclesiales, técnicos o de otro tipo; personas individual y colectivamente bastante autosuficientes, en términos de conectarse, incidir, producir insumos; por ende sujetos cuyos patrones de consumo y educación no permiten –en parte significativa de los casos– considerarlos "subalternos" en el mismo sentido que sus representados (Briones, 1998, p. 30).

La antropóloga captó y expresó con inquietud el problema que supone definir el campo en base a una localidad; sus informantes no estaban donde los suponía disponibles: “no había forma de que yo pudiera ´seguir´ a mis interlocutores hasta rincones tan distantes de la aldea global” (Briones, 1998:42). En el mundo Mapuche, habían ocurrido cambios empíricos que la construcción del campo de estudio como un sitio único no era capaz de abarcar. Los y las activistas habían aprendido a realizar algunas prácticas redituables en escenarios transnacionales. Marcus recomienda diseñar investigaciones multisituadas, organizadas “alrededor de cadenas, senderos, hilos, conjunciones o yuxtaposiciones en las que el etnógrafo establece alguna forma de presencia literal y física, con una lógica explícita y postulada de asociación o conexión entre los sitios que de hecho definen el argumento de la etnografía” (Marcus 1995:8).

¿Cómo seguirlos? Al googlear nombres de las y los activistas y organizaciones del gullumapu (Chile), y del puelmapu (Argentina), puse en práctica la técnica de seguir a las personas. Recopilé la lista de lugares del complejo transnacional de producción cultural (Mato, 2000) donde quedó registrada su presencia y actividad. Esta agenda de contactos y vínculos instalaba a los miembros activos de organizaciones Mapuche como partícipes de las esferas públicas transnacionales y vinculadas en red a través de dispositivos propios o de otros movimientos que les brindaban sus asentamientos web. Ya en aquella época (previa a la web 2.0, Facebook, Instagram, Whatsapp) para ejercer prácticas mediáticas (Couldry, 2004), no hacía falta tener un web sitie propio, sino simplemente generar una actividad que incluyera a la web como estrategia comunicativa, se transite por ella, se reconstituya a sí misma en ese ambiente.

El resultado de seguir a las personas a través de las redes digitales fue un croquis o mapa de un espacio social que puede complementarse en cada evento o episodio con la webgrafía de sitios que producen y reproducen información de fuente Mapuche. Esta exploración de la esfera web al estilo Beaulieu (2004) muestra cómo diversos actores registran, datan, referencian e indexan puntos en el tiempo y en el espacio por donde los y las activistas transitan dejando huellas significativas que, al menos, acotan la misión imposible” de seguirlos por la aldea global. Este ciberespacio tiene algo de inmediatamente transnacional; coloca a los y las activistas Mapuche en un “territorio de la comunidad imaginada-virtual” (Lins Ribeiro, 2004: 85) y además, en aquellas geografías imaginadas que escapan a la lógica estatal-nacional y a sus geografías oficiales (Appadurai, 2005:131). Es un espacio que los Mapuche identificaron y aprendieron a transitar. Estos puntos de apoyo resultaron suficientes para considerar internet un lugar de enunciación de las políticas de identidad.

Marcus también recomienda seguir la metáfora: “cuando la cosa trazada está dentro del reino del discurso y modos de pensamiento, entonces la circulación de signos, símbolos y metáforas guían el diseño de la etnografía” (1995:9). Por ejemplo: enterado en campo presencial de que algunos activistas traducen el vocablo biodiversidad al mapudungun como ixofillmogen, ubiqué una serie de sitios web que recogían y reproducían información de fuente Mapuche e identifiqué sintonías y posibles alianzas entre activistas indígenas y movimientos ecologistas. El esfuerzo por articular discursos y agendas con movimientos ecologistas se escenificó en todos los encuentros presenciales emprendidos por organizaciones Mapuche en los que participé. Virtuales de entrada, las redes entre organizaciones Mapuche y ecologistas cobran forma en la cultura digital y luego “son activadas, usadas para negociar o gestionar, para navegar o conversar” (Martín-Barbero, 2004:259-260). Nutridas como comunidades de discurso entre actores de la sociedad civil transnacional, se intersectan en esferas públicas y se reconocen mutuamente como alianzas potenciales.

El itinerario que recorren las organizaciones Mapuche no parece desembocar necesariamente en la hibridación uniformadora que temían algunas antropólogas y antropólogos. En todo caso, cuando ciertos fragmentos del guión fijo ecologista son incorporados en el discurso Mapuche, las organizaciones no parecen seguirlos al pie de la letra, o al menos no pasan letra actuando exclusivamente el papel de “nativo ecológico” (Ulloa, 2005, p. 90) que los ecologistas les han asignado. Por el contrario, los trabajos discursivos siempre renovados de las organizaciones no desarticulan las demandas leídas con el manual del nativo ecológico de otras cadenas de demandas que se extienden por los terrenos de los derechos humanos, los reclamos de autonomía o los proyectos de desarrollo.

Otro ejemplo: el seguimiento fuera y dentro de la cultura digital de la figura icónica del Cacique Lloncón (Imagen 1) permitió registrar la circulación de una imagen producida en una cultura visual ajena a los Mapuche, trasladada al formato digital, luego al papel, para difundir un Foro Mapuche y utilizar ese mismo afiche como estandarte cuando la policía chilena expropió otros carteles. Introducida en la cultura digital como objeto, impresa en formato afiche en papel, continuó circulando hacia diferentes esferas públicas (Grillo, 2005, 2007).

Imagen 1 Cacique Lloncon

Imagen 2 Afiche Foro Mapuche

Siga la trama, el relato o la alegoría y siga el conflicto son las invitaciones de Marcus que aproveché con bastante insistencia al seguir la trama de los conflictos de Loma de la Lata, Liwenmapu y Puente Blanco (Grillo, 2005), porque es absolutamente cierto que, como recomienda el autor, “siguiendo las partes en conflicto, se define otro modo para generar un terreno de investigación multisituada” (Marcus, 1995: 11). En estos y otros casos, las organizaciones Mapuche actúan como articuladoras y sin dejar de lado interrogantes acerca de mecanismos de representación siempre en disputa, el punto de apoyo fue que representaron las demandas de una serie de comunidades que tradujeron como proyectos de desarrollo. Y alrededor de estas traducciones, diseñaron alianzas circunstanciales con organismos nacionales y transnacionales. Siempre estos puntos de apoyo estuvieron en el capital de relaciones acumulado a partir de sus agendas nutridas y tejidas en circuitos globales. La diversidad y densidad de esas relaciones me llevó a afirmar su carácter constitutivo y no meramente de contexto. Como actoras políticas y sociales, las organizaciones de activistas Mapuche se constituyen en esos itinerarios que van desde las comunidades locales hasta los foros y reuniones cumbre internacionales, las Naciones Unidas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, diversas agencias de cooperación internacional y algunas redes de ONG ecologistas y de derechos humanos.

La vida social de los objetos digitales

En otras palabras, los Mapuche están involucrados en la construcción de internet a través de las prácticas mediáticas (Couldry, 2004) que realizan y del contenido que crean en y para ella. Lo producido por los y las activistas para internet resultó relevante como formación discursiva en toda su variedad textual e imagénica, pero no solo como la producción marcada por un espacio autónomo que se contrasta con otros –no únicamente por haber sido producido en o para internet–, sino como enunciados que se constituyen y mantienen a través de un interdiscurso que está representado, pero no se agota en la cultura internet. Esto significaba una controversia importante con buena parte de la literatura que circulaba en aquella época, que imponía mirar internet como un mundo aparte (Grillo, 2008), como una cultura emergente, separada y distinta. Si asumía ese punto de vista, limitaba la observación de la trayectoria de estos objetos digitales creados por los y las activistas a la esfera web y efectuaba un recorte de la biografía específica (Appadurai, 1991:34) que esas obras adquieren al pasar de mano en mano, o de un sitio web otro y de este a un papel o a una emisora comunitaria de radio. Appadurai diría que retener estos objetos en la web es una desviación del objeto de su ruta acostumbrada (1991:45).

En esta época, en que antropólogos, antropólogas y sus informantes hacen uso intensivo de la web, utilizar como cuerpo documental de un texto la información depositada allí por los y las activistas sin referirse a sus prácticas mediáticas es invisibilizarlas, editarlas acaso, porque no corresponden a un modelo de activista auténtico. Tal vez sea una forma de tergiversar la escena y eliminar de ella todas las influencias globales, incluida la relación de los sujetos que animan el campo de estudio con el investigador en particular y el mundo académico en general; pero en todo caso, el acceso a una autenticidad que existiera fuera de toda influencia externa es una ilusión, advierten Bazin y Selim (2002:48). O quizás sea el recurso para mantenerse en el registro de esos “discursos más amplios y románticos que presuponen una mayor autenticidad o realidad a lo predigital” (Miller y Horst, 2015:91).

En la perspectiva propuesta por Marcus, simplemente debía incorporar diversas instancias de seguimiento. Toda investigación de campo conlleva un movimiento, una suerte de viaje en el cual el investigador intenta superar su exterioridad, y en mi caso, llegar paulatinamente a “producir un conocimiento desde adentro” (Althabe, 1999a:8). Se trataba de seguir a mis interlocutores e interlocutoras partiendo del sitio donde empecé: la colección de webs reveladoras, sus enlaces y la construcción del diálogo intertextual, y continuar buscando conexiones significativas (Leander y Mkim, 2010). Pero esta modalidad tenía un límite: compilar textos en la web y trabajar en una suerte de exégesis (Fabian, 2002: 777) me provocó escribir una narrativa de raíz melucciana muy en clave de la metáfora web, sugerida por Álvarez et al (1998) y replicada hasta el cansancio por los estudios de movimientos sociales y étnicos latinoamericanos. Este estilo narrativo lleva a construir un actor social transitando por determinadas contiendas, completo, terminado, con una identidad que crea una estrategia; semejante orientación resultó insuficiente para dar cuenta de mi contacto con el campo, y fue necesario determinar hasta dónde no podía llegar mediante el uso de la metáfora web.

Volviendo a Marcus, paso a paso diseñé una experiencia de observación participante que estuvo centrada en tres eventos planificados, llevados a cabo y evaluados por activistas culturales Mapuche, cuyas organizaciones y redes tenían presencia continuada y relevante en la web. Comencé la inmersión en esa esfera de actividad en el Encuentro de Comunicadores Mapuche del Puelmapu. Luego, tal como recomiendan Leander y Mkim (2010) en su enfoque sobre etnografía conectiva, este acontecimiento ofreció la oportunidad de continuar el compromiso de seguir conexiones significativas y extender el contacto con las mismas redes de activistas que me llevaron al Foro de Pueblos Originarios y Organizaciones Sociales, y después al Encuentro de Comunicadores Mapuche del Wall Mapu. El devenir del trabajo de campo llevó a más, a mi presencia en esos eventos, que relaté como viajes, se adicionaron paulatinamente encuentros más fugaces y menos controlados por los militantes en los más diversos e inesperados contextos, tales como aeropuertos, giras de presentación de periódicos producidos por los militantes e incluso a eventos académicos. Comencé a encontrar a la misma gente y las mismas prácticas en terrenos tanto físicos como virtuales, y a desarrollar la habilidad de observarlos. Observar, como aconseja Strauss5 ideas, imágenes, prácticas y seguir, como también recomienda Marcus, una red de personas y organizaciones que colocan en escena esas prácticas, modulan esos discursos, hacen circular esas imágenes a lo Mapuche.

Como corolario de esa variada actividad, empecé a sentir que cualquier encuentro podía ser constituido en campo, a condición de que los vectores práctica mediática y política de identidad estuvieran presentes. Es decir que mi interlocutor fuera un o una activista y que el tema de conversación fuera el de esta investigación: política de identidad, prácticas mediáticas.

La exploración de páginas web, la exposición a listas de correo, la participación en eventos y por último, estos encuentros más breves, pero no menos significativos, conformaron el modo de comunicación con el campo. Se trató de un instrumento conceptual construido en el transcurso de la investigación para acceder a la inteligibilidad de los intercambios que se generan entre los sujetos, y también aquellos intercambios en los cuales como investigador estuve directamente implicado.

Las prácticas mediáticas de los y las activistas en internet, quedaron incorporadas al modo de comunicación que estructura el campo. En algunas ocasiones y en ciertos momentos clave del transcurso de la investigación, la comunicación mediada o la exploración de archivos digitales estuvo en el núcleo central de los intercambios con mis interlocutores. En otras, la comunicación mediada no estuvo en el epicentro, pero formó parte de la dialéctica “entre las lógicas de comunicación puestas en práctica por los actores y la posición ocupada por el investigador en las diferentes situaciones de intercambio” (Althabe 1999a:30).

Hine consideró los consejos de Marcus en el sentido de examinar la circulación de significados culturales, objetos e identidades en un tiempo difuso –Appadurai hubiera aconsejado lo mismo–, pero decidió que “tal heterogeneidad de conceptos hace pensar que la tarea no es nada fácil y que el etnógrafo que siga los consejos de Marcus tendrá que someterse a la cruel incertidumbre de nunca saber cuándo se está en el campo” (Hine 2004:76-77). Frente a la cruel incertidumbre, decidió trabajar solamente en la esfera web complementando con fuentes de otros medios. Mi contacto directo con los militantes Mapuche desaconsejó efectuar una reducción semejante. Se negaron a otorgar a su uso de internet la valoración que el investigador presumía, narraron migraciones desde internet o expresaron desagrado cuando Azkintuwe –Periódico Nacional Mapuche circulando en aquella época en formato papel y digital (Grillo, 2011, 2013)– fue presentado como una página web. Por eso no hubo otra opción que aceptar la cruel incertidumbre que temió Hine (2004), seguir aquello que los y las activistas hacen con internet y nuevamente, dejar que esas cosas-en-movimiento iluminaran el contexto social.

Multisituado y digital

Ahora volvemos sobre los cuatro desafíos –consignados rápidamente en las páginas precedentes-que según Marcus (2018) la investigación multisituada realiza al aún reinante complejo malinowskiano.

El síndrome de la dilución de la práctica establecida, que prescribe un ethos “enfocado, prolongado y de convivencia intensiva en comunidades diferentes” (Marcus, 2018:180). La experiencia aquí relatada no cumplió con el requisito de largo tiempo y convivencia intensiva, pero entiendo que no diluye ni se plantea como alternativa al modelo malinowskiano, a la vez que inserta enfáticamente en el horizonte de investigación la participación de los sujetos que animan el campo en la construcción de la cultura digital, y experimenta con formas de acceder a ella. Sin esencializar el contenido allí depositado y sin descartar la corrección de enfoques de larga duración y convivencia.

El temor a que “la etnografía se oriente a sistemas, instituciones, organizaciones formales, estructuras de racionalidad occidental, progreso, modernidad y el pensamiento de expertos más que a las condiciones de la experiencia común, observada en la vida cotidiana en sus propios términos” (Marcus, 2018:180). El enfoque multisituado que describo, compone la figura de los y las activistas y sus organizaciones con un fondo del mundo Mapuche extraordinariamente heterogéneo y diverso. El seguimiento de sus itinerarios no tiene por qué entretenerse en la complejidad de los dispositivos nacionales y transnacionales que atraviesan, y sí destacar lo Mapuche que llevan consigo a nivel de discurso en los más diferentes formatos. Porque no se trata de replicar el trabajo de Irene Bellier (2012), enfocado en la globalización de las cuestiones indígenas a través de foros planetarios, sino de tomar nota de la presencia Mapuche en sitios locales donde se fabrican estructuras globales, y estar atento a que esto modifica toda la topografía del campo de estudio.

El temor de que “La demostración de una diferencia significativa […] desaparecerá en la investigación multisituada” (Marcus, 2018:181). Este temor se intensifica cuando el traslado por la cultura digital aleja al investigador de “abordar sujetos tal como se los encuentra en unidades naturales diferenciadas (culturas, comunidades)” (Marcus, 2018:182). Sin embargo, habría que decir con mayor exactitud que se trata de cómo se imagina el investigador que encontrará a ellos y ellas en sus unidades naturales, sin más que hacer que informarnos acerca de su cultura.

La etnografía multisituada aparece como una vía de comprensión del campo cuando los sujetos de estudio ya no están allí donde fueron imaginados. No excluye que vuelvan allí, al sitio, pero intenta evitar que sus movimientos, cuando ocurren, no se invisibilicen. Acaso invisibilizarlos sea una forma de limpiar la escena y eliminar de ella todas las influencias globales, incluida la relación de los sujetos que animan el campo de estudio con el investigador en particular y el mundo académico en general. Se ilusionan imaginando el acceso a una autenticidad fuera de toda influencia externa (Bazin y Selim, 2005:48). También puede suceder que esa borradura sea el recurso para mantenerse en el registro de esos “discursos más amplios y románticos que presuponen una mayor autenticidad o realidad a lo predigital” (Miller y Horst, 2015:92).

Por último “La experticia sobre un área cultural sigue siendo básica para la formación del etnógrafo, y hasta cierto punto, marca la dirección sobre la manera en que la etnografía multisituada puede ser desarrollada” (Marcus, 2018:182). Efectivamente, en este caso, el contacto con el campo obligó por un lado a abandonar el enfoque melucciano sobre movimientos sociales, buscar la lente de la teoría del discurso (Laclau, 2005) para abarcar la diversidad y heterogeneidad del campo Mapuche. Asimismo, partí de un proyecto que esperaba recolectar texto en la web, pero me encontré con la profusión de imágenes que saltaban de la pantalla y esto me obligó a recurrir a la antropología visual y a aprender a escribir sobre imágenes.

Sin embargo, no considero útil contribuir a la dispersión terminológica adhiriendo a la idea marcusoniana de transmutar en paraetnógrafos, ni que el ensamble de sitios web, videos, archivos de sonido e imagen producto de las prácticas mediáticas de los y las activistas resulte plausible de denominarse parasitios. En todo caso, la idea es que los diversos formatos en que circulan archivos de fuente Mapuche son sitios de memoria, fuentes de información y de portabilidad de las políticas de identidad que habilitan su incorporación sin más nomenclatura que la tradicional.

Marcus formula la pregunta: ¿qué previene al trabajo de campo de volverse abrumador por la multiplicación de sitios? Definitivamente, pienso que es una decisión del investigador. En mi caso, los archivos electrónicos dispararon un itinerario que interesó al investigador porque los percibió portadores de una construcción colectiva, activa, intervencionista y adaptable (Appadurai, 2005:134). Luego, complementé esa inquietud con viajes y encuentros presenciales. Finalmente, tomé en un momento la decisión de dar por terminado el viaje, terminar la exploración de las representaciones en la web de la coyuntura, archivar la bandeja de entrada de su correo electrónico y cesar de estar dispuesto a algún encuentro fugaz con cualquiera de los sujetos partícipes.

Marcus se interroga “¿Qué reemplaza el tropo de estar allí, tan central a la autoridad etnográfica convencional de habitar el lugar?” (2018:190) Nada la reemplaza. Incorporar la producción digital de los y las activistas simplemente amplía “los términos en que entablamos relaciones y que nos permiten conocerlos recuperando sus perspectivas acerca de las cuestiones que les preocupan, les interesan, los motivan, los enorgullecen y los avergüenzan” (Guber, 2014:15). Identifiqué una primera instancia de enunciación en las prácticas mediáticas y de ellas participé como audiencia, como testigo de la articulación de un colectivo constitutivamente múltiple en una unidad imaginaria que dice algo acerca de sus políticas de identidad. Pero no lo dice todo; sin dejar de lado lo propio de ese espacio social que ellos transitan, no podía quedar encerrado en ese nivel. Pasé a una segunda instancia al encontrar la manera de seguirlos –estar allí– y acceder a algunos de los campos microsociales que los y las activistas crearon. Allí asistí y fui parte de intercambios interpersonales, acontecimientos colectivos y diversas producciones discursivas. Pero si no quería quedar encapsulado en ese nivel; debía articular las producciones singulares del nivel micro con la sociedad global, “en donde finalmente estas adquieren sentido” (Althabe 1999b:63). Con el material depositado en la web, los archivos electrónicos circulando cargados de construcciones colectivas, las marcas de la presencia de los militantes en santuarios globales, las coproducciones y alianzas con las redes ecologistas y de derechos humanos, conformé una constelación de puntos de apoyo para dar cuenta de la articulación entre lo global y lo local, con la especificidad que ésta ha asumido en la construcción de los y las activistas culturales. |

En definitiva, creo que este enfoque multisituado y digital asume la esperanza puesta por Miller y Horst (2015: 97) en que la antropología digital explore las ilusiones de un mundo predigital no mediado y no cultural. Resulta evidente que, como sugiere Jaramillo, “el campo dejó de ser una unidad estática para convertirse en un conjunto de relaciones plásticas, producto emergente de la relación etnográfica [y que] suena más correcto decir ´hacer campo´ que ´ir al campo´” (2013:13). En este caso, el modo de comunicación que ensamblé abarca varias instancias o niveles en una articulación reflexiva que necesita de una inmersión teórica sin prejuicios, incluir como trabajo de campo la exploración del material digital depositado por los activistas y sus alianzas; ampliar el lente para la observación del activismo Mapuche desprendiéndome de la idea del movimiento-personaje; a la vez que destacar sus prácticas por escenarios transnacionales; cuestionar que internet como artefacto cultural deba ser considerado como un mundo aparte; despegarme de la idea de Cyberia como un territorio definido, estable y autónomo.

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1. Universidad Nacional de Moreno, Universidad Nacional de San Martín

2. La versión original publicada en el Current Anthropology contiene los comentarios de Marylin Strathern y otros. La versión en español publicada en la Revista de Estudios Sociales en 2005 no contiene las críticas formuladas al artículo pero incluye la respuesta y descargo de Escobar, la respuesta a las críticas formuladas pero no las críticas propiamente dichas.

3. Revista de Antropología Visual. http://www.antropologiavisual.cl/.

5. Sara Strauss (1999) ha desarrollado una perspectiva para visualizar, describir y entender formas cambiantes de locación de sujetos cosmopolitas. El enfoque de Strauss nos habilita a instalar el campo de estudio en cualquier intersección entre el vector (1999: 168) de las prácticas políticas de construcción de identidad de los y las activistas, y el vector de sus prácticas mediáticas en los más diversos formatos (web, listas de correo, radio, impresos y video). Strauss (1999: 171) denomina matriz a esta intersección, una construcción teórica a partir de la cual se puede describir actores interactuando en diversas localizaciones, aunque ellos llamen hogar a otro lugar, ya sea que el encuentro se produzca en bases regulares o irregulares, o que tratemos con ellos en un lugar cuestiones que tienen implicaciones en otro.