Vol. 5 Núm. 9: Etnografías de lo digital: reflexiones y experiencias de campo multisituadas y (des) situadas

Los escombros del progreso. Ciudades perdidas, estaciones abandonadas y deforestación sojera en el norte argentino

Gastón Gordillo

Buenos Aires, Siglo XXI Editores

2018, 352 pp.


Por Yanina Faccio1

En 2003, Gastón Gordillo llegó al sudeste de Salta interesado en hacer una investigación etnográfica sobre las ruinas de antiguos edificios de la época del colonialismo español. Lo que encontró in situ excedió, no obstante, sus expectativas iniciales. Esas ruinas –que, a veces, eran formas definidas y, a veces, meros montículos ondulando el terreno– emergían en una región donde las topadoras avanzaban sobre el monte y sobre las relaciones de sociabilidad locales para plantar soja. Esas ruinas, además, lejos estaban de causar sentimientos de reverencia, fascinación o ansias de preservación entre sus interlocutores, en su mayoría habitantes de zonas rurales que se auto-adscribían –no sin vacilaciones– como “indios”, “criollos” o “gauchos”. Caminando con ellos, el autor aprendió que el deseo de conservación de las ruinas –que suele desembocar en acciones patrimonializadoras y, no pocas veces, en “industria” turística– era, en verdad, un gusto situado, parte de un habitus intelectual y de clase.

A partir de este insight etnográfico, Gordillo funda la precisión conceptual que recorre el libro, a saber, aquella entre las “ruinas” y los “escombros”. Según el autor, las ruinas se configuran como parte de una “estructura de sentimiento” propia de la modernidad, marcada por la necesidad de verse a sí mismas como un corte seco con el pasado y de “superar la decadencia mediante la trascendencia” (p.23). En este registro, espacios y objetos específicos suelen devenir ítems museificados y fetichizados, es decir, colocados al resguardo del futuro, presentados como testigos de un pasado ignoto y entendidos como víctimas de fuerzas destructivas ya apagadas.

Los escombros, por el contrario, no necesariamente aparecen bajo la forma de “ruinas completas” que permiten imaginar antiguas totalidades, sino que suelen constituir “restos” sin “forma ni valor” (p.19) que, como tales, se encuentran a disposición de distintos agentes humanos y no humanos. Los escombros, a diferencia de los monumentos, no fijan un pasado oficialmente sancionado, sino que pueden ser utilizados de modos diversos y formar parte de las configuraciones del presente. En los escombros, los pobladores del Chaco salteño aún pueden recordar, percibir y sentir los rastros de la violencia y el terror que los generaron; no hay un corte con las fuerzas destructivas del pasado sino que ellas se encuentran encendidas, aún, en el presente.

Gordillo nos propone, entonces, “una caminata a través de campos de escombros” (p.325) guiada por sus interlocutores del sudeste salteño, pero que también nos lleva al este de Jujuy y al noroeste de Santiago del Estero. Se trata de una etnografía de escala no convencional –en tanto no se sitúa en “aldeas” singulares– pero que busca alcanzar otro tipo de profundidad, ligada a la multiplicidad. En relación con esto, Los escombros del progreso se inspira “en los intentos de Benjamin y Adorno por abrir caminos para negar la destructividad del presente” (p.45) y, como tal, la noción de “constelación” –que implica darle espacio, precisamente, a lo múltiple para liberar los lados invisibilizados de los objetos– es un eje fundamental. En este sentido, el autor retoma la propuesta de la geógrafa Doreen Massey –según la cual los lugares habitados pueden pensarse como nodos que se asocian formando constelaciones–, y sugiere incorporar a dichas constelaciones los “nodos de escombros” con los que se relacionan sus interlocutores salteños en tanto, para ellos, lejos están de constituir “materia muerta, inerte y cerrada en sí misma” (p.36).

El itinerario del libro abarca, entonces, cuatro partes, cada una dedicada a una constelación de escombros específica. En la primera, “Fantasmas de indios”, Gordillo nos acerca a la zona donde hace trabajo de campo a partir del concepto de “frontera”, tanto en un sentido étnico como espacial. Siguiendo el precepto adorniano de que “conocer el objeto con su constelación es conocer el proceso que se ha acumulado en el objeto”, el autor hace un recorrido histórico por los intentos de “domesticación” del Chaco –que implicaron la instauración de un límite espacial marcado por fuertes, iglesias, torres y ciudades, así como por el ejercicio de la violencia– y las insurrecciones indígenas que imposibilitaron su conquista por siglos. Los actuales escombros de dicha línea fronteriza son, en ocasiones, objeto de campañas de patrimonialización –tendientes a invisibilizar la presencia originaria en la zona– y, más frecuentemente, espacios en los que los lugareños se sienten acosados por la presencia de “indios” fantasmas, reconocidos por ellos como víctimas de la violencia estatal.

En “Ciudades perdidas”, el autor pone el foco en dos urbes coloniales, a saber, la primera y la segunda Esteco. Mientras la primera de ellas fue fundada por un grupo de españoles rebeldes en alianza con el pueblo originario esteko (con una impronta anti-esclavista que le valió su destrucción por parte de las autoridades españolas), la segunda –ubicada en otras coordenadas– fue el centro colonial de explotación indígena más importante de la zona hasta que el sismo de 1692 –del que la ciudad de Salta salió ilesa– la derribó. Si los escombros de la primera Esteco –tal vez por sus orígenes insurrectos– quedaron olvidados, los de la segunda tienen, en la actualidad, un alto nivel de “luminosidad” a causa, en parte, de su contrapunto con la ciudad de Salta. Es que la destrucción de una y la salvación de la otra suelen ser entendidas como consecuencia de sus moralidades dispares: mientras Esteco habría sido castigada por Dios a causa de la codicia y la impiedad de sus habitantes, Salta habría sido salvada gracias a su cristiana devoción. En esta sección, Gordillo traza, además, vínculos con el presente y nos muestra, entre otras cosas, cómo quienes residen en las cercanías de la segunda Esteco son afectados por sus escombros, a los que consideran sísmicos y a los que apaciguan anualmente en una gran fiesta para la Virgen del Milagro –la misma que, según se cuenta, protegió a Salta del terremoto de 1692–.

En “Residuos de un mundo de ensueños”, el autor abandona las épocas coloniales para sumergirse en constelaciones de escombros más recientes, específicamente las de los proyectos modernizadores que, en los siglos XIX y XX, buscaron llevar el “progreso” al Chaco, considerado como un espacio salvaje e indómito. Gordillo nos transporta, primero, a la localidad de Rivadavia, fundada al fragor de los intentos de navegación del río Bermejo y, en la actualidad, atravesada por los escombros y los recuerdos de los barcos a vapor del pasado. Luego, se centra en el transporte ferroviario, que, con su llegada a principios del siglo XX, dejó en estado de mengua a los pueblos que se encontraban lejos de sus vías, solo para, unas décadas después, en los `90, quedar él mismo inmóvil, con sus rieles dirigiéndose “hacia ningún lugar” (p.209). Al hacer este recorrido temporal, el autor mueve a la reflexión acerca del ritmo acelerado de la “producción destructiva” del capitalismo, la cual abre y crea espacios –a fuerza de barcos, ferrocarriles o topadoras– solo para después destruirlos y reemplazarlos por nuevos regímenes de explotación.

Finalmente, en “Los rastros de la violencia”, se exploran la negación y la visibilización de las historias de conflicto y violencia que signaron a la región chaqueña. En este camino, el autor observa, por un lado, los escombros monumentalizados –o, incluso, en ocasiones inventados– y convertidos en “ruina” por parte del Estado provincial, llamando la atención sobre el modo en que estas acciones implican una acción positiva que borra, banaliza y silencia otros aspectos –los más violentos y disruptivos– de la historia local. Mientras tanto, la presencia/ausencia de los pueblos originarios y sus trayectorias de explotación, sublevación y violencia siguen haciéndose presentes en los escombros “más íntimos de todos” (p.272), es decir, en los huesos de personas que persisten sobre el terreno; aquí, Gordillo enlaza distintos nodos de restos humanos –en Salta, pero también en Jujuy y Formosa– cuya presencia –ya material y palpable, ya evocativa y fantasmática– afectan y movilizan, muchas veces políticamente, a sus interlocutores hasta el día de hoy.

Los escombros del progreso es un libro ambicioso, que recorre múltiples espacios y temporalidades en un análisis, no obstante, orgánico y profundo. En su itinerario, el autor logra poner en constelación aquellos espacios e ítems materiales que se exhiben en toda su “positividad” –monumentos, ruinas, espacios habitados– con sus contrapartes “negativas” –los escombros que nadie mira, los proyectos de progreso fracasados, las ausencias indígenas que se hacen presentes bajo la forma de luz mala–. En relación con esto, a lo largo del libro se llama la atención sobre los diversos modos en que los actores se vinculan con estos restos materiales, que van desde la indiferencia o la reutilización más prosaica hasta la posibilidad de tener una experiencia vívida del pasado bajo la forma de fantasmas.

En definitiva, en Los escombros del progreso, Gordillo nos invita a pensar en el espacio, el tiempo, las formaciones identitarias y el capitalismo en un recorrido que parte del Chaco salteño pero que habilita a la reflexión más allá de las instancias locales. Nos muestra que la destrucción y la negatividad forman parte del proceso de creación –o de “producción destructiva”– del espacio; nos revela que el espacio que habitamos está hecho de escombros cuyos orígenes –en muchos casos, violentos– son negados, invisibilizados u olvidados y que, solo en ocasiones, son considerados dignos de ser transformados en ruinas.


1. Doctoranda en Antropología Social (IDAES-UNSAM), Becaria del CONICET.