Christine Lamarre2
Víctimas es una palabra familiar, utilizada cotidianamente para referirse a quienes se vieron afectados por una desgracia causada por el destino o por malas intenciones. No hay un solo día en que no aparezcan víctimas en las noticias. Sin embargo, esta acepción amplia del término es reciente: los diccionarios del siglo XIX le atribuyen otros usos y priorizan el significado original, aquel que refiere al sacrificio destinado a la divinidad. Este tipo de desplazamiento es habitual en el vocabulario que vive y evoluciona sin cesar, pero en este caso el mismo es muy profundo y amerita que nos detengamos en él.
Ciertamente, los lexicógrafos son los primeros testigos de la historia de los usos de una palabra, pero durante mucho tiempo ellos permanecieron como espectadores tardíos de esas evoluciones; y, sobre todo, su tarea se ve constreñida por el género del diccionario que les exige establecer definiciones demasiado concisas. Por lo tanto, sin descuidarlos, en este ensayo propondré seguir otro indicador en paralelo a sus definiciones: los títulos de los libros. Para trazar esta introducción a la evolución de la palabra “víctima” utilicé el catálogo informatizado de la Biblioteca Nacional de Francia, “Opale +” relevando sistemáticamente todas las menciones a “víctima” o “víctimas” en los títulos de las colecciones impresas, desde los más antiguos hasta aquellos que fueron publicados hasta 1969.3
Los resultados ofrecidos son frágiles porque el corpus reunido tiene varios defectos. El corpus no es homogéneo ya que la legislación relativa al depósito legal no ha funcionado desde siempre; además porque las reglas de publicación de los textos legislativos, por ejemplo, también han variado. Agreguemos que la cantidad de libros sobre un tema puede verse incrementada por contingencias que no están relacionadas con el objeto de la investigación. Por ejemplo, si un título tiene éxito será reeditado varias veces y el número de obras se incrementará sin que haya aportes originales, o bien si se produce un desastre particularmente conmovedor esto dará lugar a una abundancia de escritos diversos, tal como ocurrió con el caso del incendio del Bazar de la Charité. Además, los títulos sólo conducen a un enfoque muy sumario del contenido; el trabajo sobre la aparición de aquellas palabras en los libros sería mucho más revelador, pero se trata de una tarea que requeriría recursos considerables y que no puede ser implementada a esta escala. En cuanto a las bases establecidas a partir del corpus de citas del diccionario, tampoco son convenientes ya que se centran más en la diversidad que en la frecuencia de empleo de los términos.
Pero el interés por los títulos no debe ser subestimado, ya que están ahí para llamar la atención, para promover el interés de los lectores en el libro. En ese sentido, las palabras del título reflejan las sensibilidades de los autores y de los lectores que esperan, al menos tal como ellos se los representan. Finalmente, especialmente en épocas antiguas, a menudo los títulos eran lo suficientemente largos como para describir exactamente el objeto del libro y explicar plenamente el significado del término “víctima”, lo que le otorga valor a la prueba que aquí realizamos. La colección de títulos que contienen la palabra “víctima” o “víctimas” es impresionante: relevamos 2.005 apariciones de esos términos. No están distribuidos uniformemente en el plano cronológico: el término tiene épocas de semi-abandono y otras en las que está de moda. Nos detendremos en ambas con el objeto de examinar y de comprender las significaciones sucesivas que la palabra ha recibido.
VÍCTIMA |
VÍCTIMAS |
|
Siglo XVI |
0 |
0 |
Siglo XVII |
7 |
3 |
Siglo XVIII |
10 |
23 |
Siglo XIX |
147 |
498 |
Siglo XX (hasta 1970) |
366 |
951 |
TOTAL |
530 |
1475 |
La ausencia total de la palabra en los títulos de los libros conservados en la Biblioteca Nacional que datan del siglo XVI no sorprende. El término “víctima” es de uso muy reciente. El manual de Godefroy (1902)4 no contiene ninguna entrada referida al mismo; para encontrar algún rastro hay que buscar en el anexo, aunque hay que destacar que el ejemplo que ofrece está tomado de una edición de Virgilio fechada en 1529. El diccionario de Edmond Huguet dedicado al siglo en cuestión contiene entradas para todo un vocabulario del sacrificio, desde “victimaire”, “victimeur”, “victimeux” o, incluso, “victimier” (en todos los casos se trata del verdugo), hasta “victimer” para la acción de sacrificar y a “victimal” o “victime” para designar al sacrificado. Entre esos términos, “víctime” es el más endeble dado que el autor del Diccionario no está seguro de que sea un sustantivo y duda en tratarlo simplemente como un participio pasado del verbo “victimer”.
Puede pensarse que en aquel entonces los usos de la palabra todavía estaban dominados por su significado primitivo que reenviaba al sacrificio animal o humano. El siglo XVI fue la época del redescubrimiento de la Antigüedad. Los decorados que aún se conservan muestran que las representaciones del sacrificio eran muy apreciadas en esa época. El bucráneo fue uno de los elementos más frecuentemente utilizados en la decoración arquitectónica. La galería de Francisco I en Fontainebleau contiene toda una serie de variaciones en estuco sobre el tema del sacrificio imaginadas por Le Rosso; y ya es bien conocida la importancia de ese estilo que creó escuela, gracias a la difusión de la iconografía. También recordemos que el tema de la guerra de Troya, uno de los más valorados en aquel entonces, permitió propagar la imagen de la víctima pagana por excelencia: Ifigenia.
El descubrimiento de América le dio toda su potencia a la palabra “víctima” ya que allí los europeos fueron testigos de los sacrificios humanos. Los diccionarios dan cuenta de las emociones en juego. Furetière hace una alusión directa en la entrada “victime” totalmente consagrada a la cuestión de los sacrificios: “Los mexicanos sacrificaron un número horroroso de ‘víctimas’ humanas dedicadas a sus falsas deidades” (Furetière, 1690). Esta relevancia otorgada al significado arqueológico de la palabra ya se encuentra en la Enciclopedia de Diderot. Allí esa entrada está redactada por el Caballero de Jaucourt que la subdivide en tres: sacrificios humanos, sacrificios de animales y simulacros. La primera sección es la más larga y vehemente; en ella se revisan los sacrificios realizados por los pueblos antiguos como los romanos, galos, griegos, hebreos, cartagineses, así como la forma en que abandonaron esa práctica. Se indica que, en esa misma época, se hacían sacrificios humanos en América, Asia e inclusive en parte de Europa a causa de la Inquisición. Este polémico artículo comienza con una fuerte condena a las iglesias y lleva como subtítulo “Historia de las supersticiones religiosas”. Le sigue la cuestión relativa a los animales sacrificados como ofrenda a los dioses antiguos. Finaliza con una tercera, la “víctima artificial”: “era una víctima ficticia, hecha de pasta cocida imitando la figura de un animal y ofrecida a los Dioses cuando no había ninguna víctima natural o cuando no se les podía ofrecer ninguna otra” (Diderot y le Rond d’Alembert, 1760). A esta altura el texto ha ganado mucho en amplitud y precisión, es erudito, y reenvía a la víctima a un mundo pasado o lejano ¿Puede pensarse que ese término era deudor, desde hacía mucho tiempo, de esos significados lejanos que lo volvían poco adecuado para referirse a las personas cercanas que atravesaban acontecimientos dramáticos? El término víctima parece poco usado en las obras que abordan los conflictos religiosos de la época; allí la imagen de la víctima está ligada a la pasividad y se opone a la del mártir, un testigo voluntario que acepta el sufrimiento y la muerte de manera positiva, como muestran los trabajos de Denis Crouzet (1990) y David El Kenz (1998). Allí está Marie Stuart quien puede ser considerada, a la vez, como una víctima y como una mártir.
Durante los dos siglos siguientes la palabra víctima sigue siendo poco frecuente en los títulos (al menos hasta antes de la Revolución Francesa), pero sufre evoluciones notables. En el siglo XVII la palabra aparece nueve veces en seis títulos diferentes pertenecientes a tres obras relacionadas con la religión que tratan sobre teología, piedad, crecimiento espiritual y obras de teatro. Estos títulos reflejan dos evoluciones conexas. En primer lugar, se puede reconocer la importancia de la Reforma católica y de la espiritualidad de la Escuela Francesa que dieron gran importancia a la Encarnación, a los episodios de la vida de Cristo, a la víctima-hostia, a la Eucaristía y a la entrega voluntaria que el cristiano hace de su vida, convirtiéndose también en víctima. Luego, notamos que el sacrificio aquí es moral y por lo tanto figurado, lo que permite que el término “víctima” adquiera significados más amplios y metafóricos. A pesar de ser poco empleados, estos usos coinciden perfectamente con las definiciones de los diccionarios de finales del siglo XVII que hemos consultado: el de Furetière (1690) y el de l’ Académie française (1694).
En esas dos obras la estructura de los artículos es similar. Los autores empiezan exponiendo la definición derivada del sacrificio antiguo y luego desarrollan los significados cristianos al escribir: “Se dice ‘Nuestro Señor Jesucristo, la víctima ofrecida para la salvación de los hombres’. Y en el sacrificio de la misa ‘la hostia es llamada víctima sin sangre’. Se llama víctima figurada a las personas que se consagran a Dios mediante votos solemnes. ‘Esta niña ha sido una víctima que tuvo la gracia de Dios’” (extraído del Dictionnaire de l’Académie, edición de 1694). Finalmente, los dos textos desarrollan una tercera explicación metafórica que es objeto de una segunda entrada en la que se inscribe la palabra víctima, esta vez en minúsculas. El pasaje está redactado de esta manera en el diccionario de Furetière (1690):
se refiere figuradamente en Moral a aquellos que sufren persecuciones o la muerte por la cólera o la tiranía de los Grandes. Los Santos Inocentes fueron víctimas que Herodes inmoló por su ambición. Los habitantes de una ciudad invadida son víctimas de la cólera del vencedor. Una niña que es obligada por la fuerza a ser religiosa es una víctima inocente que se sacrifica por la ambición de la familia.
Es evidente que esta tercera acepción será prevaleciente en los usos del término. La misma aporta una modificación considerable: la víctima, al estar dedicada a la divinidad y al ser sacrificada por el bien del grupo se convierte, en estos nuevos usos, en el juguete involuntario de pasiones odiosas y dañinas. Hay, a la vez, desacralización y singularización de la víctima que siempre está en posición de debilidad.
Los títulos del siglo XVIII que contienen la palabra víctima son apenas más numerosos, pero los usos, esta vez, son muy diferentes. Si bien todavía se conserva el sentido tradicional impregnado de sacralidad, también aparecen cuatro novelas consagradas a las víctimas del amor –que no siempre es virtuoso ni siempre es dramático en el Siglo de las Luces–, así como varios textos de medicina, uno de los cuales trata sobre los entierros prematuros, el gran susto del siglo; los otros, de 1795, son trabajos que polemizan sobre la operación de cesárea, tema muy estudiado a finales del siglo. Por último, 17 títulos para 14 obras diferentes producidas en la última década del siglo, muestran la irrupción de usos masivos y nuevos en el orden político. Así, los significados arqueológicos y teológicos primarios tienden a desvanecerse tras nuevos usos, gracias a los cuales la víctima adquiere trazos mucho más cercanos a los actuales. Los diccionarios registraron este desplazamiento. Las ediciones del siglo XVIII5 del Dictionnaire de l’Académie no incluyen más las frases citadas más arriba relativas a la hostia y a los votos, y la frase que explica los usos metafóricos es más larga y más abstracta:
Se dice figuradamente que ‘un hombre ha sido víctima de un arreglo’ para decir que se ha realizado un sacrificio, abandonado sus intereses, que se ha hecho un acuerdo a su costa; y que fue víctima del rencor de alguien, para decir que ese alguien le hizo algún daño importante o lo hizo actuar de cierta forma por resentimiento. También se dice que ‘un hombre ha sido víctima de su buena fe, de su generosidad’ para decir que su buena fe, su generosidad, han sido la causa de su desgracia, de su pérdida.
Esta explicación se repite exactamente en otros glosarios y vocabularios, lo que demuestra su eficacia. En esta formulación la víctima pierde parte de su trágica debilidad. Los enfrentamientos revolucionarios le devolverán estas características.
El término víctima se volverá común en las polémicas políticas, especialmente a partir de la República y el Terror (1792). Los escritores de la época se refieren a las víctimas (entre las que a menudo se reconocen ellos mismos) de la aristocracia, de la opresión, del despotismo, de la tiranía ordinaria o de la episcopal, del engaño, de la antisocialidad, e incluso de los poderes antiguos y modernos según una pluma de 1797. Según Ferdinand Brunot (1924), el término se ha utilizado incluso para definir un partido político en un momento en que las denominaciones eran muy cambiantes. El término recibió una utilización aún más intensa después del 9 de termidor, la caída de Robespierre (Gendron, 1979). Según los recuerdos de Duval, entre otros testigos, en aquella época los jóvenes lanzaron varias modas, como el “peinado de la víctima” que recordaba el pelo corto de los condenados a la guillotina, que podía completarse con una fina cinta roja que se llevaba alrededor del cuello. En París se inauguraban los “bailes de las víctimas” en los que sólo se admitía a los parientes de los guillotinados y se generalizó el saludo a la víctima, en el que el movimiento de la cabeza reproducía la caída del jefe de los condenados por el Terror. Estos movimientos de moda no fueron registrados por el diccionario de 1798 que en su suplemento dedicado a las nuevas palabras de la Revolución no incluyó el término víctima. La agitación revolucionaria permaneció en los espíritus durante mucho tiempo. La edición de 1842 del diccionario de la Academia Francesa contiene explicaciones del uso ocasional del término víctima que se pueden encontrar en el Littré. Por lo demás, todo el episodio dio lugar a una popular novela del siglo XIX, Le bal des victimes de Ponson du Terrail, que tuvo el suficiente éxito como para ser publicada en dos ediciones.
Una parte nada desdeñable de los títulos del siglo XIX que contienen la palabra “víctima” está en deuda con la historia revolucionaria, tratada por sus oponentes como un episodio sangriento reducido a masacres y ejecuciones. Hay 97 títulos que contienen la palabra entre 1800 y 1969. En general se aplica a los opositores a la Revolución, con la familia real a la cabeza (las víctimas augustas) y a una parte particularmente grande del clero; por lo demás, lo esencial está en la descripción del Terror, con algunos episodios precisos y en la evocación de la guerra de Vendée y el desembarco de Quiberon. La cronología de las ediciones es interesante: las primeras obras se publicaron muy pronto, en 1802; luego la producción tuvo un auge hacia 1815, pero se mantuvo modesta durante los reinados de Luis XVIII, Carlos X y Luis Felipe. La misma aumentó durante la segunda mitad del siglo; las polémicas por la Tercera República son bien conocidas por su violencia, especialmente durante el establecimiento definitivo de la misma (1870), luego durante el centenario de la Revolución y, finalmente, durante la época de la separación de la Iglesia y el Estado. Durante estos episodios aparecieron 34 títulos que refieren a las “víctimas” de la Revolución, cuestión que se agota recién después de la guerra de 1914-1918. Después de 1862, durante el Segundo Imperio, comienza la ola antirrevolucionaria cuyo temprano inicio es poco conocido; en ese entonces se publicaron una decena de títulos, lo que sitúa a estos años al mismo nivel que los años de las grandes polémicas mencionadas más arriba.
El hecho revolucionario permitió abrir el campo de la historia, pasada o futura, al término que nos interesa. De hecho, si bien los acontecimientos pasados habían inspirado poco por fuera de la Revolución Francesa, en este siglo encontramos 17 ejemplos del uso del término víctima que se aplican a hechos del pasado tales como el destino de los protestantes franceses después de la revocación del Edicto de Nantes y al recuerdo de las grandes figuras oscuras utilizadas en las novelas populares del período romántico: Atila, Richelieu, la Máscara de Hierro... A su vez, las convulsiones del siglo se viven cada vez más como tragedias que se cobran víctimas. La caída de Napoleón en 1815 fue saludada con cuatro textos a favor de los muertos y heridos en las campañas militares; la revolución de 1830 dio lugar a 16 obras, varias de ellas relacionadas con las pensiones y dos con el traslado de las cenizas de los muertos de julio de 1839-1840. El destino de las víctimas del ataque de Fieschi a Luis Felipe en 1835 inspiró al autor de un título. La revolución de 1848 no fue muy relevante en cuanto a las víctimas y sólo encontramos seis textos. En cambio, el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851 tuvo repercusiones más profundas y sobre todo más duraderas, ya que se publicaron ocho libros entre 1851 y 1889, en parte debido a la cuestión de la compensación para los deportados enviados a Cayena. La Comuna, por su parte, dio lugar a algunos pocos textos. Los últimos acontecimientos del siglo que destacan en las listas estudiadas son los ataques anarquistas denunciados en seis textos, dos de los cuales están dedicados al asesinato del presidente Carnot. Esta historia de las víctimas es eminentemente nacional, y se encuentran pocas referencias a países extranjeros: a lo sumo las masacres de Quíos en una obra de 1822 y las acusaciones contra el Zar o la Reina de España Isabel II.
Pero la palabra “víctima” experimentó en el siglo XIX, especialmente en las últimas tres décadas, un extraordinario aumento de la popularidad debido a sus nuevos usos. Se aplicó en primer lugar a la guerra. La guerra franco-prusiana de 1870 dio lugar a una avalancha de poemas, ensayos, relatos, elegías y elogios que fueron muy numerosos en 1871 y 1872. Los títulos que vinculan la guerra y las víctimas aparecieron regularmente hasta 1895, manteniendo vivo el recuerdo de la derrota. Esta proliferación prefigura la situación posterior a la guerra de 1914-1918. Encontramos más de un centenar de títulos en las listas del siglo siguiente; la masa se compone de una amplísima base de publicaciones periódicas, numerosos textos legislativos y guías que señalan los nuevos derechos que se ofrecen a quienes pertenecen a esta categoría devenida oficial: “excombatientes y víctimas de la guerra”.
A pesar de esto, el uso más común de la palabra está vinculado a otra cuestión: el siglo XIX es el tiempo de los desastres de toda naturaleza, cuestión que puede verse detrás de 163 títulos. Para simplificar, en un primer acercamiento distinguimos entre las calamidades causadas por cuestiones naturales y las causadas por la falla del hombre. Las primeras son más numerosas que las segundas. Los primeros desastres públicos descritos son los terremotos (cuatro ejemplos en Guadalupe, 1843; España, 1885; América del Sur, 1869) y las inundaciones (veinticuatro casos reportados entre 1840 y 1897, incluyendo las famosas inundaciones de 1895). Los libros sólo se refieren a las inundaciones francesas, excepto en 1879, cuando se refieren a las inundaciones de Murcia en España. Los desastres meteorológicos aparecieron más tarde, después de 1880 y de 1890, y se hicieron visibles a través de proyectos de ley para compensar a las poblaciones afectadas. Las tormentas eléctricas, el granizo, los huracanes y los ciclones se suceden de año en año y golpean especialmente en el Sur. El año 1895 está marcado por la abundancia de solicitudes de reparación e indemnizaciones con 21 textos.
No sólo los elementos de la naturaleza causan víctimas sino que muchos desastres son consecuencia de la actividad humana. El episodio que más textos ha generado es el incendio del Bazar de la Caridad en 1897. Las personalidades fallecidas, entre las que figura en primer plano la duquesa de Alençon y los religiosos dominicos que habían instalado un mostrador de ventas en la tienda, fueron celebradas en abundantes sermones que están presentes en muchos relatos sobre ese desastre. Aparte de este accidente excepcional, otras desgracias alimentan la figura de la víctima: cuatro accidentes (tres roturas de puentes y el primer desastre ferroviario en 1842, donde Dumont d’Urville perdió la vida) dieron lugar a seis obras. Los dos tipos de accidentes más comunes o más reportados son los incendios, incluyendo el del teatro de Niza en 1881 y el de la Ópera Cómica de París en 1887 (17 ocurrencias cada vez), y las explosiones en las minas de Hazebrouck (1862), Montceau (1895), Saint-Etienne (1892), entre muchos otros... Estos dramas generan víctimas indirectas: la situación de los hombres que se veían impedidos de trabajar da lugar a la categoría de víctimas de la desocupación forzada.
En todos estos títulos, la palabra víctima adquiere un nuevo uso masivo que ha llegado a competir con el significado primitivo. Este último no se ha abandonado, pero es menos utilizado. En el siglo XIX, víctima se utilizaba para titular libros de moral o de teología (20 ejemplos), de medicina (10 apariciones), obras de teatro o novelas (en este último caso, la palabra víctima se utiliza más a menudo en singular que en plural, contrariamente a lo que ocurre en los otros dominios). El triunfo del sentido derivado se puede ver en el vocabulario contemporáneo. Si bien en la mayoría de los diccionarios actuales consultados el antónimo de “víctima” sigue siendo “verdugo”, lo que es coherente con la idea de sacrificio que estaba en el seno de la definición original, en el diccionario de Microsoft Word 5 el antónimo es “sobreviviente”. En el Grand Larousse Universel de 1989 el primer significado dado al término “víctima” es “Persona que ha muerto en una guerra, catástrofe, accidente, asesinato, etc.”
El hecho de que las víctimas sean designadas para ser compensadas, como en el caso de las víctimas de la Guerra de 1870, muestra que los usos y la sensibilidad frente a la desgracia han cambiado. El estatus de víctima reconocida se vuelve una cuestión eminentemente social. La gravedad del daño ahora puede mitigarse mediante medidas reparadoras. Esta posibilidad aparece por primera vez en el campo de los riesgos laborales. Los bomberos fueron descritos como víctimas en 1850, seguidos por los mineros después de 1883, luego por los trabajadores del zinc en 1890 y después de 1892 por los marineros. Este descubrimiento progresivo preparó el terreno para la legislación sobre los accidentes de trabajo del 9 de abril de 1898, que fue precedida y seguida por numerosos intercambios registrados en 37 títulos de proyectos de ley. Entre 1890 y 1900 hubo varias propuestas de leyes: en 1890 la libreta obrera fue abolida y los delegados mineros lograron acceder a inspeccionar regularmente las minas; en 1893 la ley sobre la salud y la seguridad de los trabajadores mejoró las condiciones de trabajo, y la ley de 1898 invirtió la situación legal preexistente haciendo responsable al patrón de cualquier accidente, a menos que pudiera probar que el trabajador era el culpable. El trabajador en desgracia se convirtió, desde el punto de vista de la ley, en una auténtica víctima, lo cual se expresa en numerosos textos que hacen a esa discusión. Ese mismo año la ley del 19 de abril de 1898 reguló la suerte de los niños considerados como víctimas o responsables de cometer delitos; esta innovación suscitó menos controversia que la anterior y dio lugar a pocas publicaciones.
Aquella “victimización” se extendió al mundo judicial en esos mismos años. Luego de la “víctima de los procesos judiciales”, en singular, de 1832, aparecieron las “víctimas de los errores judiciales” de 1894, las de “detenciones erróneas” y de “detenciones abusivas” de 1897, por lo que comenzó a desarrollarse una corriente de opinión a favor de una revisión más ágil de los juicios (1897). Naturalmente, en el siglo XX, esta tendencia se afirmó y la ampliación de los usos de la palabra “víctima” en el vocabulario jurídico es manifiesta, al tiempo que son publicados numerosos libros técnicos sobre procedimientos jurídicos y derechos de las víctimas.
Luego del decenio excepcional que cierra el siglo XIX, que fue fundante para los usos actuales del término, los significados del término “víctima” se ampliaron poco en nuestro siglo. A lo sumo vemos nuevos campos de aplicación para el mismo, por ejemplo la ficción y las novelas policiales y, con respecto a la realidad, los accidentes automovilísticos y la legislación sobre seguros. La suerte del término en los títulos de libros, que se propagó en las últimas décadas del siglo XIX, no decayó en el siglo siguiente pero tampoco tuvo un nuevo impulso. El último período de enriquecimiento de los significados de la palabra se remonta a los años 1890-1900. Por último, cabe señalar que la noción de víctima siempre ha sido una idea eminentemente social, lo que se refleja en el uso del plural en la gran mayoría de los títulos. Ser víctima es un destino colectivo, especialmente cuando se espera una reparación. En cambio, el término víctima, en singular, suele utilizarse en el género de ficción o en los relatos autobiográficos de personas que se sienten tratadas injustamente ¿Estos usos variados no reflejan, acaso, la dificultad que los victimólogos reconocen tener, todavía hoy, para individualizar a la víctima?
VÍCTIMAS |
VÍCTIMA |
|
1800-1809 |
7 |
5 |
1810-1819 |
18 |
10 |
1820-1829 |
27 |
14 |
1830-1839 |
29 |
12 |
1840-1849 |
25 |
13 |
1850-1859 |
23 |
6 |
1860-1869 |
35 |
8 |
1870-1879 |
86 |
27 |
1880-1889 |
72 |
35 |
1890-1899 |
176 |
17 |
1900-1909 |
63 |
41 |
1910-1919 |
64 |
28 |
1920-1929 |
138 |
44 |
1930-1939 |
84 |
54 |
1940-1949 |
77 |
18 |
1950-1959 |
68 |
18 |
1960-1969 |
45 |
19 |
Brunot, Ferdinand (1924). Histoire de la langue française des origines à 1900, Paris.
Crouzet, Denis (1990). Les guerriers de Dieu. La violence au temps des troubles de religion vers 1525-vers 1610, Seyssel, Champ Vallon.
Diderot Denis y le Rond d’Alembert Jean, (1760). Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des Sciences, des Arts et des Métiers par une société de gens de lettres, Neufchâtel, Fauche.
El Kenz, David (1998). «Les Bûchers du roi. La culture protestante des martyrs (1523- 1572)», Histoire, économie & société, 17, issue 3.
Furetière, Antoine (1690). Dictionnaire universel contenant généralement tous les mots français, Rotterdam, Arnout et Reinier.
Gendron, François (1979). La jeunesse dorée, épisodes de la Révolution française, Montréal, Presses universitaires du Quebec.
Godefroy, Frédéric (1902). Dictionnaire de l’ancienne langue française et de tous ses dialectes du IXe au XVe siècle, Paris, Bouillon.
1 El presente ensayo breve titulado originalmente “Victime, victimes, essai sur les usages d’un mot” fue publicado por primera vez en el libro colectivo Les victimes, des oubliées de l’histoire? compilado por Benoît Garnot y editado por Presses Universitaires de Rennes en el año 2000 (pps. 31-40). El mismo fue traducido del francés por Diego Zenobi y Carolina Schillagi.
2 Professeur honoraire d’histoire moderne, Université de Bourgogne.
3 La investigación podría completarse mediante la utilización de Cédérom Opale que recopila las obras impresas recibidas entre 1970 y 1995. Agradezco a la biblioteca municipal de Dijon y a Mme. Hachenberger en particular por su ayuda en el manejo de las herramientas informáticas.
4 La indicación de la palabra «víctima» aparece en el suplemento (t. 10, p.854).
5 El Diccionario de la Academia Francesa fue reeditado en 1738, 1762, 1798.