Ocho ensayos (y una ficción) sobre el futuro del radicalismo
Autor: Malamud, Andrés (Ed.)
Capital intelectual, 2019, Buenos Aires, 163 pp.
Ignacio Andrés Rossi 1
El libro que aquí reseño es una iniciativa de estudiosos y militantes del radicalismo que proponen en un conjunto de ensayos reflexionar en torno al partido. Como lo sostiene Andrés Malamud en el prólogo, un partido que atravesó tres gobiernos nacionales, nueve capitales de provincia y quinientas intendencias en el país a lo largo de más de cien años, debe ser considerado. Dividido en ocho capítulos, los autores se encargan de abordar diferentes aspectos del radicalismo ofreciendo una mirada y un panorama general acerca del mismo de cara al futuro.
En el primer capítulo, el politólogo Gerardo Scherlis analiza la evolución del radicalismo en relación al Estado. El autor sostiene que en las democracias contemporáneas los partidos y el sistema electoral siguen teniendo un rol indiscutiblemente importante a pesar de los recurrentes pronósticos de declive. Las identidades partidarias se han transformado a lo largo del siglo XX y los partidos han perdido relevancia como vehículos de representación, pero su vínculo con los grupos sociales se ensanchó mediante la extensión de las prácticas electorales. Así, los partidos en la actualidad no ganarían elecciones postulando un modelo de sociedad, sino convenciendo a las masas de ser la mejor opción para gestionar los problemas públicos. Como parte de este proceso, los partidos fueron dejando su carácter de asociación para adquirir el de agencias semiestatales, lo que les otorgó capacidad de resistencia dinamizando sus relaciones con el Estado. Naturalmente, ese desarrollo afectó a las bases partidarias, que pasaron a formar nichos en torno de los líderes-funcionarios. De esta forma, y como Scherlis argumenta en relación al radicalismo, los partidos pierden su “marca”, es decir, su matriz identitaria y pasan a depender de su performance de gobierno.
En el segundo capítulo, Javier Zelaznik examina la evolución de la base social del radicalismo, detectando algunos momentos clave de transformación desde su nacimiento. En primer lugar, la representación de las clases medias ascendentes en la experiencia democrática de principios de siglo. Luego, durante los 30 con el inicio de la inestabilidad política, la irrupción del peronismo y la ruptura partidaria de 1957 que produjo el liderazgo de Frondizi. Desde 1973 se analiza la candidatura electoralmente más baja del histórico líder Ricardo Balbín y la reapertura democrática de 1983. Finalmente, en 1993 una nueva inflexión ocurrió con la celebración del pacto de Olivos y los efectos no buscados que éste produjo, especialmente, el debilitamiento de la base electoral con su consecuente pérdida de imagen. Desde aquel entonces, la UCR se inclinó hacia la formación de una alianza electoral por primera vez en su historia, que terminó con el cataclismo del 2001 y los posteriores jirones de liderazgos rezagados. 2007 fue el año en que por primera vez el partido se presentara sin candidato, viendo naufragar su base electoral ante la hegemonía kirchnerista, hasta que en el 2015 resurgiese en el mapa político nacional con la alianza Cambiemos tras décadas de resiliencia.
Carla Carrizo, politóloga y diputada porteña, analiza en el tercer capítulo al partido desde adentro, es decir, como organización política. A pesar de la indiscutible hegemonía de La Convención Nacional como organismo legislativo supremo, Carrizo asegura que la organización del partido en torno a la misma se delimita a perdurar, pero no a competir. Como el peso de todos los distritos vale igual al margen de la cantidad de los votos que cada uno aporte, los distritos grandes -como Capital, Córdoba y Buenos Aires- llevan la delantera. Naturalmente, cuando estos pierden competitividad activan un mecanismo conservador en el que los más débiles pueden decidir estrategias que afectan al resto. Así, la autora afirma que esto contribuye a que prevalezca la supervivencia y pierda la innovación, eliminando la posibilidad de crear una elección nacional con un liderazgo fuerte. El déficit competitivo es suplido con coaliciones frente a un sistema que atenta contra la potencialidad electoral a nivel nacional y provincial, conclusiones a las que Carrizo llega tras analizar las elecciones disputadas desde 2009. En la actualidad, asegura, Cambiemos no significó ni mayor nacionalización, ni más bancas, ni más provincias representadas, por lo que se pone en duda que la coalición sea cualitativamente beneficiosa para el radicalismo.
En el capítulo cuatro, la senadora nacional y primera presidenta del comité provincial de la Rioja, Inés Brizuela y Doria, reflexiona sobre el papel y la influencia del radicalismo al interior del país. La autora parte de una premisa, en Jujuy, La Rioja y Santa Fe, provincias históricamente peronistas, la UCR aporta senadores en mayoría, además de gobernar Mendoza y Corrientes. Así, la pregunta que atraviesa este ensayo es ¿Cómo se hace para mantener vivo un partido cien años? Tras una estrepitosa caída del radicalismo desde el 2001 se produjo una crisis que arrastró al partido a más de una década de resiliencia. Sin embargo, tras el quiebre de la lógica del partido opositor, la UCR se aventuró en el interior a estrategias que ponían en riesgo las bancas aseguradas. En 2017 se logró la primera derrota de Menem y La Rioja logró apuntarse dos bancas en el Senado de la Nación. Además de describir los gajes de la lucha partidaria en el interior, la autora onda en otra gran batalla que atraviesa a múltiples espacios sociales: la lucha contra el machismo. La Mesa Chicas, un grupo de legisladoras nacionales radicales, forma parte del clivaje de iniciativas que busca democratizar la posición de las mujeres en el partido y dirigir la mirada hacia las nuevas generaciones en un interior convulsionado.
Miguel de Luca aborda en el quinto capítulo la historia de la Franja Morada y las federaciones estudiantiles para analizar la simbiosis entre la UCR y los claustros. Como contracara de la imagen de la UCR como “un partido de viejos”, esta agrupación que gana en la mayoría de las facultades, desde 1974 predomina en la Federación Universitaria Argentina (FUA). El autor propone una homología con el papel de los sindicatos en el peronismo y señala dos diferencias sustantivas. El carácter sufragista y democrático de las elecciones anuales que se realizan en el seno del mundo universitario como principal garantía de la alternancia partidaria y el actual contraste entre la menguada influencia peronista sobre los sindicatos y el incremento de la Franja Morada en la UCR, con su correlato en la producción de líderes partidarios que transitan de los claustros a la militancia territorial. Así, De Luca asegura que la agrupación universitaria de la UCR, aunque marginada por éste desde sus comienzos, la Franja Morada supo nuclear a grupos marginales en el tronco partidario para convertirse hoy en una esperanza de representación para minorías. Nacida en el marco de la Guerra Fría, la agrupación que bregó por los valores “reformistas” perduró en el tiempo, desarrollando una intensa actividad institucional dedicada la formación de militantes y posteriores funcionarios públicos.
Josefina Mendoza, primera presidenta de la FUA luego de 98 años en 2016 y diputada nacional, reflexiona sobre el pasaje de la política universitaria a la territorial a través de su experiencia. La autora reflexiona sobre las preocupaciones del movimiento estudiantil en el presente, tales como el vínculo entre la universidad y la sociedad, las becas universitarias, el acercamiento a los sectores más vulnerados, la difusión de los valores universitarios, etc. Además, Mendoza narra el conflicto docente de 2016-2017 cuando, desde su cargo, se embarcó en una postura política sobre dicha pugna que le valió la mediatización de su figura. Sin embargo, ésta supo capitalizar aquellas fuerzas a las que respondió con orgullo esgrimiendo la defensa de sus representados: los estudiantes. Como parte del recorrido que se realiza en el ensayo, la autora relata su ingreso en el parlamento bonaerense como diputada, el trabajo territorial que emprendió y, finalmente, el criterio de elección del conurbano bonaerense como espacio apto para realizar trabajo territorial. Mendoza plantea dos desafíos para la UCR en el presente: abrir espacio a la renovación de las ideas nuevas y proporcionar candidatos genuinos.
En el séptimo capítulo, Brenda Austin, expresidenta de la federación universitaria de Córdoba, aporta su mirada actual en torno a la revolución de las mujeres en las filas del partido. Convencida de que el feminismo debe partir de la búsqueda de igualdad entre géneros, la autora entiende que los derechos de las mujeres deben ser leídos a la luz de los derechos humanos. A través de un recorrido por las posturas claves de algunas mujeres radicales como Julieta Lanteri y Elvira Rawson de Dellepiane, Austin recupera históricas reivindicaciones desde el voto femenino hasta la ley de cupo femenino en la actualidad. Así, el hecho que desde el 2003 las mujeres ocuparan más bancas en el partido, debe ser contemplado a través de las acciones de María Teresa Merciadiri de Morini, una radical cordobesa que demandó a su partido ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos por el incumplimiento de la ley de cupo. Austin entiende que “el siglo de las mujeres”, debe avanzar con el cauce de esa juventud que no tiene más signo partidario que contenido ideológico y a la que el radicalismo necesita representar en los tiempos que vienen. Finalmente, asegura que el radicalismo debe redefinirse en todos sus órganos y fortalecer el liderazgo de las mujeres.
Jesús Rodríguez, quien presidió la juventud radical en tiempos de dictadura y acompañó a Raúl Alfonsín, reflexiona sobre la UCR y los valores democráticos en una escala internacional. En tiempos de la transición, la democracia y la globalización fueron dos procesos continuos que se relacionaron con la defensa del Estado de derecho y la redemocratización en y desde la UCR. Así, el autor describe las históricas posturas democráticas del partido en el plano de las relaciones internacionales a lo largo del siglo XX que, posteriormente en conjunción con los Derechos Humanos desde 1983, contribuyeron a internacionalizar al partido con la iniciativa de la Internacional Democrática Latinoamericana. Esta organización, que tenía el objetivo de apuntalar la democratización hacia dentro y fuera de las naciones, fue la punta de lanza de las aspiraciones democráticas del partido a nivel internacional. Rodríguez realiza un recorrido sobre el Juicio a Las Juntas, las bases del Mercosur, la resolución popular del Canal de Beagle y el histórico debate de la deuda externa durante la gestión Bernardo Grinspun como partes de un hilo conductor analítico de la internacionalización del partido.
Los autores que escriben este conjunto de ensayos, reflexionan sobre el radicalismo a través de sus experiencias, con recorridos políticos y académicos que en alguna medida los identifica, pero todos entienden que los valores democráticos radicales deben perdurar acoplándose a los valores de las nuevas generaciones. En definitiva, este es un libro imprescindible para pensar más de cien años de radicalismo en la política argentina, especialmente en tiempos que se anuncia la dilapidación de los partidos en las democracias modernas, aunque también lo es para repensar la importancia de nuestro sistema democrático en el devenir nacional.
1 Universidad Nacional de Luján-Universidad Nacional de General Sarmiento. Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires