Reseña

Mar del Plata, un sueño
de los argentinos

AUTORES: Elisa Pastoriza y Juan Carlos Torre

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Edhasa, 2019, 360 pp.

ISBN: 978-987-6285-55-1

Emiliano Salas Aron1

De acuerdo con la definición –siempre insatisfactoria– de la Real Academia Española, la expresión “sueño” alude a dos definiciones no antagónicas. La primera indica “sucesos o imágenes que se representan en la fantasía de alguien mientras duerme”. La segunda, más metafórica, hace referencia a “cosa que carece de realidad, fundamento y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin posibilidad de realizarse”. En Mar del Plata, un sueño de los argentinos, la expresión aloja en sí misma esta dualidad. ¿Dónde se ubica, acaso, el libro de Torre y Pastoriza? ¿Es el sueño de los argentinos la proyección aspiracional de una época, o se trata de una fantasía fugaz, de imposible realización?

La ciudad balnearia de Mar del Plata, en la costa sur de la Provincia de Buenos Aires, es el objeto de estudio del libro. La trayectoria de la ciudad, sus transformaciones morfológicas y sociológicas, el devenir de su intrigante sociología política e incluso la conformación de la trama urbanística brindan al lector una experiencia de lectura amena, sobre todo por los aires de familiaridad que tiene la ciudad con el lector argentino promedio. Mar del Plata, si no ha sido visitada por el gran público en Argentina, al menos remite a una experiencia vivencial que surge durante los veranos, asociada a la cultura popular, ya que la centralidad del mundo cultural, político y televisivo confluye en la ciudad balnearia.

Sin embargo, sería inexacto decir que este libro es simplemente una historia de Mar del Plata, cuando en realidad representa algo más. El devenir de la ciudad balnearia no es ni más ni menos que el prisma a través del cual se interpreta una parte fundamental de la historia social de la Argentina. La trayectoria de la “ciudad de las elites”, cuya vida fue demasiado corta, hasta convertirse en una metrópolis popular, remite a la idea del país aluvial. Después de las oleadas inmigratorias de ultramar, la experiencia social argentina fue transformada por la acumulación de las migraciones internas desde las provincias hacia las grandes metrópolis del litoral, pero sobre todo por el proceso de movilidad social ascendente. Esta última migración, desde la pobreza hacia los sectores medios, conocida popularmente como “ascenso social”, ha sido la marca de agua de la experiencia social argentina durante buena parte del siglo XX.

La velocidad con la que la ciudad echó raíces y comenzó su expansión, antes del aluvión, solo puede ser comparada en celeridad y sofisticación con la propia capital de la República. La yerma costa atlántica de la provincia de Buenos Aires, con playas estrechas y vientos fuertes, fue transformada en un destino de primera categoría que competía en atractivo con algunos centros europeos de gran trayectoria entre las clases acomodadas de la Argentina. La novedosa oferta del balneario bonaerense creó una nueva demanda de acceso, reservada en principio a estrechos grupos sociales. La antigua peregrinación veraniega hacia Uruguay, donde algunos argentinos disfrutaban de las playas de Carrasco o Piriápolis, comenzó a declinar. Mar del Plata, con su aglomeración de personalidades y servicios, se convirtió en el atractivo veraniego central del país.

Mar del Plata, un reducto que fue concebido como un espacio de dispersión de las elites, no tenía reservado para sí el destino de la exclusividad. De acuerdo con los autores, el sueño de un balneario al estilo de Biarritz o Baden, a pocas horas de Buenos Aires, murió casi al mismo tiempo que sus pioneros fundadores, Pedro Luro y Patricio Peralta Ramos. Hacia la década de 1910, el sueño argentino comenzaba su ineludible camino democrático. Los propios testigos de las elites observaban con más melancolía que aprensión cómo los exclusivos espacios céntricos de la ciudad empezaban a ser testigos de un arribo imparable de sectores medios acomodados.

La transformación de la ciudad, acelerada desde la temprana llegada del ferrocarril, se potenció a causa de una política municipal abiertamente favorable al turismo interior. Mar del Plata, al igual que otras ciudades como San Luis o Corrientes, fue políticamente esquiva para el radicalismo, pero las intendencias socialistas de la década de 1920 impulsaron una activa política de fomento a la llegada de nuevos visitantes. Estos comenzaron a llegar a Mar del Plata en grandes números durante la segunda década del siglo XX. De acuerdo con los datos presentados por Torre y Pastoriza, los 50.000 turistas que llegaban en promedio anualmente a Mar del Plata a mediados de la década de 1920 se transformaron en casi 150.000 a mediados de la década de 1930.

El crecimiento de la ciudad impulsado por la construcción y el turismo, que acrecentaba las bases electorales del socialismo gobernante, terminó de arrasar con la estructura urbana de la villa veraniega proyectada por sus élites. La proliferación de los hoteles céntricos, la masificación comercial de las calles principales y la aglomeración humana en los paseos públicos y las playas obligó a realizar cambios drásticos en la ciudad. El derribo de la rambla Bristol fue el símbolo máximo de la transformación del sueño argentino, o al menos de su colectivización. La democratización del bienestar aceleró cambios que no fueron frenados por las viejas elites aquerenciadas con la ciudad balnearia, que ante el inevitable cambio de época, optaron por un progresivo desplazamiento del centro de la ciudad hacia el sur. La supervivencia de reductos exclusivos de la alta sociedad fue sintomática de la persistencia de estos grupos, pero la atomización de sus espacios públicos revela la magnitud del desplazamiento y encapsulamiento de los mismos. La vida social de la aristocracia argentina en la ciudad balnearia, en unas cortas décadas, pasó de las noches estrelladas de la rambla Bristol a los herméticos salones del Ocean Club.

Curiosamente, en el texto no se identifica una paradoja entre el derribo de la ciudad de las elites y la vigencia política del Partido Conservador, dominado por sectores de esas mismas elites, en la provincia de Buenos Aires y en el municipio atlántico desde 1930. La potencia de los cambios sociales de la ciudad no solo no fue combatida por la restauración de los conservadores, sino que en varias ocasiones fue alentada por ellos. La emergencia de espacios públicos de gran magnitud, la ampliación de las avenidas y la construcción de los primeros edificios en altura se complementaron con el cambio del paisaje simbólico de la ciudad, representado desde la década de 1930 por el Hotel y Casino provincial, construidos por la gobernación ultraconservadora de Manuel Fresco.

Sin ánimo de minimizar el impacto del fenómeno, el texto de Pastoriza y Torre argumenta que el peronismo irrumpió en la escena política del país cuando la democratización marplatense ya estaba en marcha desde hacía tiempo. En el texto se sugiere que la potenciación del bienestar obrero en la época peronista acercó a Mar del Plata al tercer grupo social, aún parcialmente desplazado durante la década de 1930: los trabajadores. El arribo de los sectores obreros, complementado en la década de 1960 con la construcción de hoteles sindicales, densificó los cambios operados sobre la ciudad. La democratización del esparcimiento, concebido como una de las formas que adopta el bienestar, se completó durante la década de 1950 y 1960, cuando Mar del Plata llegó a sus récords históricos de turismo interno en relación con la población del país.

¿Cuál es el resultado identificable de esta historia de transformaciones? Probablemente, una dinámica caótica. El sueño argentino ganó en democratización lo que perdió en orden y cohesión. La evidencia de esta anomia se expresó en la trama urbana de Mar del Plata. Sin nuevas transformaciones urbanísticas de relevancia, la villa veraniega de ensueño se convirtió en una gran metrópolis, con una población similar a la de las grandes capitales del interior del país. El interrogante elemental que emerge de esta afirmación, en el texto, se delinea sutilmente. ¿Es posible la coexistencia democrática en un sueño colectivo que involucra clases, épocas y representantes tan disímiles?

Por supuesto, el interrogante no tiene una respuesta definitiva, aunque sí suscita algunas especulaciones intrigantes que no se corresponden completamente con la sutileza del argumento de los autores. La coexistencia de las clases sociales en Mar del Plata, a la luz de la historia, se demostró caótica y, además, se reveló impotente para contener los contrastes de su propia dinámica totalizante. Desde la década de 1970, distintos grupos sociales han ido abandonando la comunión multiclasista de los veranos marplatenses. Los jóvenes, motivados por la necesidad de espacios de sociabilidad propios, optaron por pasar sus veranos en Villa Gesell. Las clases altas, también en busca de espacios que se adapten mejor a sus formas de sociabilidad, migraron a Punta del Este o, más recientemente, a balnearios como Pinamar o Cariló. La explosión del turismo en las playas del sur de Brasil, asimismo, ha sido un atractivo creciente para los argentinos de sectores medios y altos.

En el libro, se advierten las transformaciones sociales de la Argentina durante el siglo XX. La elección de Mar del Plata como escenario de las mismas es apropiada por las características de la ciudad como espacio de encuentro. La solidificación de estructuras económicas relativamente igualitaristas en un contexto de democratización política derivó en una sociedad altamente movilizada. La trayectoria social del país no se caracterizó por la defensa de la exclusividad de las jerarquías sociales frente a la impugnación de los sectores subalternos, y Mar del Plata no fue la excepción. La universalización del bienestar, expresada como sueño colectivo, tuvo su correlato territorial en la ciudad balnearia. A los lectores nos queda la pregunta inquisitiva del primer párrafo de este artículo, acerca de la definición del sueño: ¿se trata de la coexistencia democrática pacífica de un proyecto colectivo alcanzable o, por el contrario, es una fantasía de imposible cumplimiento debido a la dinámica caótica del mismo? La pregunta, que tiene muy evidentes connotaciones políticas, aún espera respuestas identificables.


1 Universidad de Buenos Aires, Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, Buenos Aires, Argentina. Universidad Torcuato Di Tella y Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Buenos Aires, Argentina.