Diario de una temporada en el quinto piso
Episodios de política económica en los años de Alfonsín
AUTOR: Juan Carlos Torre
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Edhasa, 2021, 544 pp.
ISBN: 978-987-628-618-3
Mariana Bonazzi1
En su libro Diario de una temporada en el quinto piso, el sociólogo Juan Carlos Torre aborda su paso por el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989). El trabajo analiza las vicisitudes de la gestión económica desde el seno del equipo que la concebía y ejecutaba. Convocado a integrarse en la Secretaría de Planificación Económica primero, y en el Ministerio de Economía después, el autor formó parte del primer gobierno constitucional desde sus inicios. Además, el texto es un manual para reflexionar sobre el oficio de las ciencias sociales. Consciente de la cercanía de su papel en la toma de decisiones al interior del Estado, Torre combina notas personales, entrevistas a miembros del equipo, grabaciones y cartas para registrar lo acontecido en el Quinto Piso.
El diario consta de tres partes que avanzan cronológicamente y siguen el recorrido del autor dentro del gobierno. Antes del prólogo, aparece la única imagen del libro: una foto del sindicalista Saúl Ubaldini, con su mítica campera, y Juan V. Sourrouille, de traje, estrechándose la mano en una habitación. En segundo plano, desenfocado, se ve a Juan Carlos Torre observando la situación desde la puerta. Este será el tono del libro. Pese a su participación directa en el gobierno, el autor combina la curiosidad del visitante con la lucidez de una narración especialmente preocupada por la comprensión de los fenómenos políticos.
La primera parte aborda el período conocido como “El regreso a la Argentina”, que comprende la etapa que va desde la Guerra de Malvinas en 1982 hasta el triunfo de Alfonsín en octubre de 1983. Estos son los meses previos a la incorporación del autor en la función pública. Allí, elabora una reflexión que parece ser constitutiva de las ciencias sociales y su rol en la discusión pública. Entre el horror histórico del conflicto bélico y la simpatía hacia la movilización colectiva convocada por la causa patriótica, Torre expresa cierta incomodidad por su postura afín al clima popular, al confesarle a su hermana: “prefiero esa inconsistencia a la soberbia crítica de las almas bellas” (p.27).
Sin embargo, el estado de ánimo del pueblo como criterio para posicionarse y definirse en la vida pública se presenta como un dilema fundante, además, en el ejercicio del gobierno. Este dilema será un murmullo sutil que recorre la actuación del equipo económico y su vínculo con el presidente a lo largo de todo el texto. En definitiva, se trata de la tensión entre un grupo que buscará expresar una racionalidad técnica que se percibe como resolutiva para la situación nacional y los criterios políticos, que en el diario aparecerán especialmente representados por la figura de Alfonsín como interlocutor de esa lógica.
Es a partir de la segunda parte, “La incorporación al gobierno de Alfonsín”, que esta cuestión comienza a desplegarse. A través de su amigo Adolfo Canitrot, el autor se incorpora al equipo encabezado por Sourrouille al frente de la secretaría. Como sociólogo político, su inclusión en el equipo de asesores buscaba contribuir al desarrollo de las ideas y discursos presidenciales en un entorno compuesto mayoritariamente por economistas. Finalizado el régimen dictatorial, el mandato de Raúl Alfonsín enfrentaba el doble desafío de la transición democrática y la gestión de los problemas económicos. En su rol de speech writer, la misión de Torre parecía ser, por tanto, comunicar ese equilibrio.
Pero ¿cómo se gestiona una crisis? La complejidad de la situación heredada –que el autor describe en inventarios- se hace evidente en el escenario que narra Torre. Este da cuenta de un clima atravesado por la urgencia y la búsqueda de templanza, por momentos, inquietante. El endeudamiento y la necesidad de financiamiento externo conducen a negociaciones tempranas con el Fondo Monetario Internacional. En adelante, los viajes a Estados Unidos, la espera del regreso de la comitiva, las visitas de emisarios extranjeros, irán tejiendo una trama y una temporalidad propia que permite al lector aproximarse al detrás de escena de una relación central en la democracia argentina. En el trato con los acreedores extranjeros, la intersección entre el trabajo técnico y político se revela como un arte, enmarcado en protocolos y prácticas, sujeto a ajustes y evaluaciones constantes. Así, “reducir el déficit fiscal” deja de ser un objetivo en un plan de ajuste económico para dotarse de una vitalidad configurada por actuaciones, gestos, negociaciones y conflictos.
Desde su posición cercana a la cartera económica, el autor nos presenta el rompecabezas de actores que hacen a la gobernabilidad. El Presidente deberá negociar con sindicalistas, empresarios y la oposición peronista, así como atender a la cuestión militar, para vehiculizar un proyecto político que, poco después de asumir, debe abandonar su aspiración hegemónica. Por un lado, la pronta derrota política implicada en el rechazo a la denominada Ley Mucci –que proponía la democratización de los sindicatos- fortalecería a un actor históricamente afín al movimiento peronista, pero que, además, se vería especialmente interpelado tanto por las reformas coyunturales como por las estructurales –por ejemplo, el congelamiento de los salarios y la modernización de la estructura productiva- exigidas por los organismos financieros internacionales. Por otro lado, el autor identifica las limitaciones que la democracia como idea movilizadora de los apoyos populares comienza a mostrar una vez concluida la dictadura. Sin este eje y en un contexto de estancamiento económico, la preocupación también será cómo comunicar la crisis: no solo para contener una posible pérdida de adhesiones populares, sino para articular un nuevo compromiso colectivo en torno a la solidaridad. La obsesión normativa que confiesa el autor es compartida por Alfonsín, quien buscará construir alrededor de la República y las instituciones una nueva causa popular frente a la ausencia de apoyos sociales organizados hacia su gobierno.
En marzo de 1985, Sourrouille asume la conducción del Ministerio de Economía tras la fallida gestión de la política económica de Bernardo Grinspun. Con este cambio empieza la tercera parte del libro, en la que Torre desembarca en el Quinto Piso. La llegada al ministerio implicará un proceso en el que, más allá de reorganizar el rumbo económico, se tratará, sobre todo, de construir poder y autoridad. El autor parece recordarnos que los cargos no garantizan automáticamente la dirección y conducción en la toma de decisiones. Encargados de la política económica, los miembros del equipo deberán liderar una reestructuración en el contexto de un organigrama complejo que revelaba su falta de control en áreas clave de la administración económica, como el Banco Central y la propia Secretaría de Planificación. Asimismo, la relación con la UCR también será un prisma desde el cual abordar una dinámica atenta a los tiempos electorales y políticos que parecen no incidir en las labores del equipo económico.
Así, en esta etapa se hace foco en el ejercicio del gobierno. A medida que avanza el diario, también lo hace la comprensión del autor de las herramientas centrales para gobernar, donde los silencios, las filtraciones y los “off the record” forman parte de las habilidades que hay que aprender a manejar y descifrar dentro de las reglas de juego. Torre describe este proceso con respeto hacia los actores que ya estaban inmersos en esta dinámica mucho antes de su llegada, y con preocupación por resolver una situación económica sofocante. El Plan Austral, primero, y el Plan Primavera, después, propondrán un tratamiento drástico de la inflación a través del congelamiento de precios y salarios, buscando reducir el déficit y el gasto público. Estas decisiones, alineadas con los condicionamientos del FMI, abarcarán la discusión en torno a la reforma del Estado que, según esta visión, deberá ir desprendiéndose de su carácter productor y paternalista, mediante la modificación de las protecciones al sector industrial y la privatización de activos estatales. Los apéndices del texto permiten al lector volver sobre discursos y documentos diseñados y recibidos en momentos particulares. Como una proyección del ambiente del Quinto Piso hacia otros ámbitos, se registran allí los tonos y las propuestas hacia y de los diferentes interlocutores, que abarcan desde empresarios en el Coloquio de IDEA y correligionarios de la UCR, hasta los funcionarios del Banco Mundial.
Aunque sumamente actual y situado, el libro de Torre también ofrece pinceladas para comprender las condiciones de la política económica de un país latinoamericano en el marco de un contexto internacional en proceso de reconfiguración y fortalecimiento de la hegemonía estadounidense. Entidades que pueden parecer lejanas y abstractas, atadas a consignas, son animadas y humanizadas, así como los funcionarios que lidian con ellas, quienes aparecen tomando decisiones, creando estrategias, evaluando posibilidades, sumando apoyos: acertando y equivocándose.
El diario y el primer gobierno constitucional van concluyendo a la par. Sin embargo, este final compartido encierra otra de las tensiones vertebrales del libro: aquella entre lo personal y lo colectivo. Al comienzo del texto, cuando aún no formaba parte del gobierno, Torre se pregunta en qué momento los intelectuales se enfrentan a los dilemas de lo que piensan. Prontamente, esta inquietud deja de ser retórica y modifica su propia trayectoria: en tanto intelectual y académico, en qué momento y cómo posicionarse y definirse.
En este sentido, lo epistolar reserva y da lugar a la intimidad y al humor, a la elaboración de diferentes recursos para atravesar las incertidumbres. Es allí donde el autor conjuga sus preocupaciones en torno a la vida social y política argentina, con sus preferencias, opiniones y sentimientos en torno a su profesión. Vacilaciones íntimas, hitos que hacen a la estabilidad personal –como la decisión de comprar un departamento o la vuelta de sus colegas y amigos del exilio–, aparecen estrechamente hilvanados con la preocupación por el futuro del país. Las cartas expresan, además, una pausa analítica sobre la que el autor se apoya para hacer un balance del sentido de su elección. La trayectoria personal del autor se entrelaza con el destino colectivo, pero no necesariamente desde un lugar épico o heroico, sino en un sentido práctico.
Diario de una temporada en el quinto piso resuena por su actualidad, por la sensación que asalta al lector de haber encontrado una clave para pensar la complejidad del presente. Lo dicho hasta aquí sobre la centralidad de la política económica, la familiaridad de los problemas y los caminos imaginados para resolverlos convierten al libro en un bálsamo frente a la urgencia.
Desde un registro personal, muestra piezas fundamentales para comprender de qué se trata gobernar y cómo hacerlo. Sin conceptualizarlos explícitamente, vuelve el interrogante hacia temas clásicos de la política, como la prudencia o la fortuna. Estas contribuciones se apoyan en la trayectoria intelectual y la formación en ciencias sociales del autor. No se trata de formular reflexiones eruditas, sino de aportar una mirada atenta y reflexiva al ejercicio de la función pública. Esto, que parece posible por su oficio, hace a las ciencias sociales especialmente pertinentes para la discusión de lo común. A 40 años de la transición, estas consideraciones son cruciales para profundizar nuestra democracia.
1 Universidad Nacional de General Sarmiento, Instituto de Desarrollo Humano, Buenos Aires, Argentina. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Buenos Aires, Argentina.