Más allá de la dicotomía entre el campo y la ciudad
La imaginación territorial de la sociología y la antropología argentinas en el siglo XXI
Eleonora Elguezabal1
Gilles Laferté2
Ramiro Segura3
El artículo explora la imaginación territorial de la sociología y la antropología argentinas en el siglo XXI. Más específicamente, el ejercicio analítico consistió en leer la producción etnográfica local con la pregunta sobre los modos de representar el territorio nacional más allá de la dicotomía entre el campo y la ciudad. El artículo se detiene en la investigación sobre lugares, tipologías, movilidades y escalas de análisis que dan cuenta de procesos de diferenciación socioespacial que escapan al contrapunto campo-ciudad y, por lo tanto, constituyen una plataforma a partir de la cual construir una agenda de investigación que supere la persistente dicotomía y permita reflexionar sobre los procesos territoriales.
Palabras clave: imaginación territorial, giro etnográfico, campo/ciudad, diferenciación socio-espacial
The article explores the territorial imagination of Argentinian sociology and anthropology in the 21st century. More specifically, the analytical exercise consisted in reading the local ethnographic production with the question of the ways of representing the national territory beyond the dichotomy between the countryside and the city. The article focuses on research on places, typologies, mobilities and scales of analysis that account for processes of socio-spatial differentiation that escape the countryside-city counterpoint and, therefore, constitute a platform from which to build an agenda of research that overcomes the persistent dichotomy to think about territorial processes.
Keywords: territorial imagination, ethnographic turn, countryside/city, socio-spatial differentiation
Las figuraciones dominantes de la imaginación geográfica de la Argentina a lo largo de los siglos XIX y XX no solo han tematizado la fractura entre Buenos Aires y el resto del país, nutriéndose de la oposición occidental entre campo y ciudad (Williams, 1997), sino que además han interpretado y discutido el sentido de la sociedad y la historia nacionales a través de “metáforas urbano-territoriales” (Gorelik, 1999, p. 136) que encontraron en Buenos Aires y el resto del país su dicotomía fundante. Incluso a pesar de las transformaciones en el sistema urbano nacional orientado en las últimas décadas hacia la consolidación de “morfologías urbanas expandidas” (Prévot-Schapira y Velut, 2016), que hacen eco de las dinámicas a mayor escala del capitalismo actual (Brenner 2013), este persistente dualismo constituye un sistema clasificatorio activo y productivo en la vida social y política contemporánea.
De manera simultánea, como también se puede observar en otros países (por ejemplo, en el caso francés: Laferté 2014), un corpus heterogéneo de investigaciones socioantropológicas desarrolladas en las últimas tres décadas en la Argentina nos orienta a pensar la dimensión territorial más allá de la dicotomía entre campo y ciudad. En términos generales, durante estas décadas se ha observado una creciente profesionalización de las ciencias sociales, producto de la creación de nuevas universidades en todo el territorio nacional y del incremento en el financiamiento destinado a la ciencia y tecnología. Particularmente en los estudios sociales urbanos, esto se refleja en la diversificación regional de centros de investigación, revistas y campos de estudio. Asimismo, debido a la articulación entre orientaciones epistemológicas y condiciones materiales y financieras de investigación, se evidencia un cierto “giro etnográfico” en las investigaciones, que implica un análisis situado y en profundidad de casos y facilita el diálogo entre las dos tradiciones disciplinarias (antropología y sociología) que se exploran en esta contribución. En las investigaciones socioantropológicas de este período, el territorio constituyó un tópico recurrente, ya sea como objeto de investigaciones sobre las transformaciones socioespaciales interpretadas y debatidas en clave de segregación y fragmentación (Prevot-Schapira, 2001; Janoschka, 2002) en el contexto de la globalización neoliberal primero y en la reconfiguración “posneoliberal” después, o como dimensión para comprender otros fenómenos políticos, sociales y culturales desplegados en el marco de estos procesos, como las formas emergentes de la protesta social (Auyero, 2001; Svampa y Pereyra, 2003; Merklen, 2005; Grimson, Ferraudi Curto y Segura, 2009), la dinámica de diferenciación social (Svampa, 2001) y los nuevos estilos y prácticas culturales (Semán, 2006).
Dentro de este marco general –y sin pretensiones de exhaustividad– en este artículo llevamos adelante un ejercicio que consiste en analizar la producción etnográfica local con la pregunta sobre los modos –explícitos o implícitos– de representar el territorio y los procesos de diferenciación socioespacial más allá del contrapunto entre el campo y la ciudad. Para ello, identificamos cuatro tópicos para agrupar las investigaciones: dos de ellos remiten a tipos de lugares (espacios periurbanos y pequeñas localidades) que resultan difícilmente clasificables dentro de la dicotomía campo/ciudad; los otros dos tópicos (circulaciones y movilidades, tipologías residenciales) corresponden a perspectivas de análisis que abren pistas para superar esa dicotomía.
La noción de “ciudad” y su contrapunto dicotómico con “el campo” comienza a ser revisada a la luz de la consolidación de la imagen del “conurbano” –y, más recientemente, del “periurbano”– en la imaginación territorial. Los debates en torno a la conurbanización cuentan con una larga historia en el pensamiento urbanístico nacional que se remonta a las décadas de 1920 y 1930 (Caride, 1999), cuando ya se evidenciaban los primeros signos de urbanización más allá de los límites formales de la ciudad de Buenos Aires establecidos en 1887. Esta dinámica expansiva adquiere un papel preponderante a partir de los años cuarenta, ya que el conurbano alberga el crecimiento demográfico de la región capital, mientras que la población de la ciudad de Buenos Aires se mantiene en torno a los tres millones de habitantes que tiene hasta el presente. Sin embargo, esta expansión, producto de la articulación entre migraciones internas, políticas de industrialización por sustitución de importaciones y de la construcción de un incipiente estado de bienestar, no fue interrogada por las ciencias sociales mientras sucedía. La invisibilidad del “conurbano” durante las décadas de 1950 a 1970 contrasta con la alta visibilidad de “las villas”, que desde los trabajos pioneros de Germani (1967), no han dejado de ocupar un lugar relevante en la agenda de investigación en las ciencias sociales. Este contraste resulta aún más revelador si tenemos en cuenta que el conurbano concentraba en aquellas décadas el 60% de la población de la metrópoli, mientras que la población de las villas representaba entre el 2 y el 10% durante el período de 1955 a 1976. Mientras las incipientes ciencias sociales se centraban en las “villas miseria” como la anomalía que desestabilizaba la ficción modernizadora, dando lugar a ricos debates sobre marginalidad, desarrollo y dependencia, perdían de vista el proceso de metropolización que sucedía más allá de la General Paz.
La dictadura cívico-militar de 1976-1983 no solo marcó el fin del ciclo expansivo de la metrópoli –se bloqueó la posibilidad de nuevos loteos en la periferia, surgió el primer impulso a los barrios cerrados y los asentamientos populares–, sino que también construyó al conurbano como un “área problema” y un “objeto de intervención” con medidas como la relocalización industrial, la construcción de autopistas y el establecimiento del CEAMSE (Ozlak, 1991). Con el retorno democrático y dado el deterioro progresivo de las condiciones de vida, el conurbano devino en locus de la crisis social a finales de la década de 1980, y la creación posterior del Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense en 1992 lo delimitó como una unidad socioespacial específica. Durante los años noventa y la primera década del siglo XXI, al persistente interés por las villas y los asentamientos se sumaron investigaciones sobre countries y barrios cerrados, generalmente interpretados como la expresión territorial de la fractura social de la Argentina neoliberal. En los últimos años, se han discutido y matizado las explicaciones duales, dando lugar a investigaciones sobre los sectores medios que habitan en el conurbano (Segura y Cingolani, 2021; Merenson y Guizardi, 2021).
De esta manera, progresivamente, el conurbano bonaerense pasó a ocupar un lugar distintivo en la imaginación territorial argentina (Segura, 2015), adquiriendo una fisonomía y unas significaciones que lo colocarán en una posición intermedia entre el interior del país y la ciudad central. El esquema centro-periferia propio del ciclo expansivo, que relegaba al suburbio a un rol reproductivo, fue dando lugar a una configuración policéntrica, en la que la antigua periferia aparece como núcleo que impacta en el centro tradicional y en la que tienen un lugar no desdeñable las universidades del conurbano como polos culturales y promotoras de investigaciones sobre las localidades en las que se insertan (Gorelik, 2015).
Dentro de este enfoque, en el que se destaca el carácter dinámico de la antigua periferia obrera, comenzaron a despertar una creciente atención los periurbanos del área metropolitana, espacios transicionales entre el campo y la ciudad, donde coexisten (no siempre de manera armoniosa) sistemas productivos primarios, usos residenciales urbanos y ecosistemas naturales (Barsky, 2005). La tendencia hacia usos recreativos y residenciales de estos espacios “rurbanos” o “neorurales” ha impulsado incrementos en la renta de la tierra, pérdida de rentabilidad de los sistemas agropecuarios locales y desplazamiento de la agricultura intensiva hacia coronas más alejadas en el sur y el oeste del AMBA (Musante, 2023), transformando el anterior “cinturón verde” compacto en un “archipiélago de espacios hortícolas” (Feito, Boza y Peredo, 2019).
Las problemáticas emergentes en áreas de interfaz entre el campo y la ciudad, como el extractivismo y el futuro de los bienes comunes, las políticas públicas ambientales y territoriales, y los debates sobre los vínculos urbano-rurales (Schmidt, Wertheimer, Astelarra y Ejarque, 2019), delimitan una agenda que invita a repensar la imaginación territorial del país.
Otra vía para superar la dicotomía campo/ciudad radica en el análisis de las denominadas “tipologías residenciales”, que designan la articulación entre las tipologías arquitectónicas, urbanísticas e inmobiliarias, por un lado, y los grupos sociales que las habitan, por el otro. Generalmente, este tema se aborda desde el punto de vista de la sociología y la antropología, a través de la noción de “modo” o “estilo de vida”. Su estudio implica, por ende, un diálogo con los estudios geográficos, arquitectónicos o urbanísticos que se han ocupado de estos temas. El análisis de tipologías conlleva un intento de generalización de la articulación entre espacio y sociedad, en la que la localización aparece como un factor de construcción de los tipos, aunque relativo. Si bien existe literatura que busca comparar diversas tipologías residenciales (Di Virgilio y Serrati, 2020), las más estudiadas en sociología y antropología han sido aquellas asociadas con la formulación de “problemas” en el debate público, por lo general hacia los extremos de la estratificación social, es decir, las “villas” y los “asentamientos” como tipologías de las clases populares, exploradas más allá de Buenos Aires en los últimos años (Cravino, 2018), y las “urbanizaciones privadas” (countries, barrios cerrados, ciudades privadas, torres-country) como tipologías de las clases privilegiadas, sobre las que nos centraremos brevemente a continuación.
Desde los años 1990, las urbanizaciones cerradas se volvieron objeto de crítica en los ámbitos de la arquitectura, el urbanismo y la geografía, a partir de análisis centrados en las formas, los actores y los capitales implicados, así como en la localización, primero periurbana y luego también urbana. La localización aparece en esta literatura como un elemento central que da forma a la categorización de los procesos en curso: se habla de “periurbanización de las élites” en el caso de los countries y barrios privados (Torres, 1993), de “fragmentación” no solo de la periferia sino también de la “ciudad consolidada” (Tella, 2007) a través de las “torres-country” (Welch Guerra y Valentini, 2005), y de la globalización del área metropolitana de Buenos Aires y su consecuente dualización (Ciccolella, 1999). Cuando la antropología y la sociología, en particular desde una perspectiva etnográfica, se volcaron a estos lugares a principios de los años 2000, ya no fue tanto la localización y sus efectos sobre el territorio lo que llamó la atención, sino que las tipologías fueran abordadas como una dimensión territorial –una materialización espacial– de los procesos que se busca estudiar. Estos procesos incluyen la “privatización” de la sociedad posmoderna y neoliberal (Svampa, 2001) y sus efectos en términos de socialización de las infancias (Del Cueto, 2007), transformación de la estructura social, de los estilos de vida y del espacio simbólico (Arizaga, 2005), así como formas renovadas de dominación social entre clases sociales (Elguezabal, 2018). Desde esta perspectiva, la localización pasa a un segundo plano y son la tipología residencial, su significación social como forma de vida y de relación social, y su apropiación por ciertos grupos sociales en detrimento de otros, los temas relevantes.
La perspectiva socioantropológica de estas tipologías podría, no obstante, profundizar en la problematización de su localización más allá de los diagnósticos urbanísticos sobre “periurbanización”, “fragmentación de la ciudad consolidada” y “dualización global”, y así contribuir a analizar las dinámicas de diferenciación socio-espacial más allá de la distinción entre ciudad y campo. Una pista podría ser la comparación sistemática entre los territorios y configuraciones socioterritoriales donde se desarrollan o no urbanizaciones cerradas, o entre las distintas formas que toman las urbanizaciones cerradas según los territorios en donde se observan. Por ejemplo, ¿por qué no existen barrios cerrados en ciudades patagónicas como Puerto Madryn, pero sí en otras zonas aún no urbanizadas pero turísticas, como las áreas vírgenes de la Costa Atlántica? Si una hipótesis gira en torno al grado de urbanidad, otra podría remitir a la diferenciación social de los espacios de circulación, cuya objetivación abre el análisis a la diversidad de configuraciones sociales localizadas en distintos puntos del territorio, más allá de la distinción o graduación entre ciudad y campo. Asimismo, los estudios que se están llevando a cabo sobre estas tipologías “cerradas” en distintos puntos del territorio nacional invitan a seguir su difusión, sus circulaciones, los actores que las promueven y las estructuras territoriales de los mercados en los que se insertan. ¿Son los mismos desarrolladores quienes promueven barrios privados en las periferias de la RMBA, en la costa atlántica bonaerense, en las distintas capitales provinciales, en localidades más pequeñas en donde se observa la tipología? ¿Existe un campo del desarrollo inmobiliario a nivel del territorio nacional? ¿Cómo está estructurado territorialmente? La misma pregunta puede hacerse con respecto a la arquitectura, a la industria de la construcción, a la inversión financiera, y a las políticas públicas que encuadran su desarrollo: ¿de qué manera el territorio modifica sus prácticas, sus presencias, sus circuitos?
Mientras que la antropología y la sociología de mediados del siglo XX se centraron especialmente en la experiencia en la ciudad de los migrantes internos (Germani, 1967; Ratier, 1971) y, a partir de los años noventa, en los migrantes de países limítrofes (Grimson, 1999), en los últimos años la atención se ha desplazado hacia las movilidades de actores, objetos e ideas con direcciones, frecuencias y velocidades diferenciales que conectan e impactan en lugares particulares. De esta manera, antes que pensar en términos de secuencias lineales entre los lugares de origen y los lugares de destino de la migración, las investigaciones han reconstruido “campos sociales” (Levitt y Glick-Schiller, 2004) transnacionales o translocales. Estos campos se entienden como conjuntos de redes de relaciones sociales entrelazadas por las cuales circulan de manera desigual personas, bienes y mensajes, y se conectan lugares distantes en los cuales participan, de manera simultánea, situada y diferencial, las personas que forman parte de dicho campo. Se trata de territorialidades emergentes donde se despliegan diversas formas de ser y de pertenecer a través de fronteras nacionales, interconectando lugares heterogéneos y desestabilizando distinciones entre campos y ciudades.
En este sentido, Caggiano (2014) mostró que la categoría “recorrido territorial”, presente entre los migrantes bolivianos/as en Buenos Aires, da cuenta de un modo de habitar la ciudad en busca de “romper el gueto” en el que los mecanismos de segregación tienden a localizarlos (Caggiano y Segura, 2014). También, en una escala más amplia, da cuenta del proceso de (re)producción de un circuito entre Buenos Aires y La Paz que conecta espacios rurales, urbanos y transnacionales y amplía el horizonte de acción de estas personas. Al apelar a la idea de “recorrido territorial”, se sustituye (y rechaza) la distinción entre “e-migración” e “in-migración”, alejándose del lenguaje de las fronteras, y se describe un modo de operar sobre el espacio y de circular en él, que toma forma en la persistencia e insistencia del estar ahí y allí. Del mismo modo, la investigación reciente sobre las indigeneidades urbanas (Vivaldi, 2019) ha destacado una constante circulación y articulación entre “lo rural” y “lo urbano”. Estas relaciones basadas en el parentesco y la organización etnopolítica no son recientes ni novedosas y se expresan en la asistencia a personas del interior del país que viajan a Buenos Aires por trámites, la organización de colectas de alimentos, calzado y vestimenta para realizar donaciones a comunidades rurales, la producción, circulación y comercialización de artesanías entre el campo y la ciudad, entre otras actividades que se realizan a escala local y se piensan en función de un horizonte regional (Engelman, 2019).
Por otro lado, el análisis de las movilidades cotidianas involucradas en estos y otros circuitos territoriales, como el segundo cordón del conurbano norte de Buenos Aires (Soldano, 2017) o el corredor sur de la región metropolitana (Chaves y Segura, 2021), así como las movilidades turísticas (Allis, 2018) y religiosas (Barelli, 2018; Gordillo, 2018), entre muchas otras, ha contribuido a la desnaturalización de categorías y límites espaciales. Estos análisis delinean circuitos, nodos y senderos que sugieren novedosas dinámicas de producir, habitar e proyectar el territorio, que nos indican transformaciones socioespaciales y configuraciones de modos de vida que la agenda futura de las ciencias sociales debe explorar con mayor detenimiento.
Finalmente, el análisis de la movilidad residencial, como resultado de la cambiante ecuación entre oportunidades habitacionales, expectativas residenciales y factores estructurales (Di Virgilio, 2018), ha permitido analizar tanto las dinámicas de transformación urbana como la forma en que la experiencia de clase es producida en los modos de habitar (Cosacov, 2017; Ventura, 2020). Además de la movilidad residencial intraurbana, un campo creciente de investigaciones sobre movilidad residencial interurbana ha llamado la atención sobre nuevas formas de habitar de las clases medias urbanas que, en busca de tranquilidad y naturaleza, se desplazaron hacia localidades pequeñas y medianas. Esto ha arrojado luz sobre diferentes modos de producir y habitar el territorio (Quirós, 2014) y disputas en torno a la apropiación del suelo y la cuestión ambiental (Ferraudi Curto, 2021), así como sobre la producción de territorialidades turísticas y la turisficación de pequeñas localidades (Pérez Winter, 2019). Estas perspectivas alimentan una serie de estudios que, desde la etnografía, han descentrado la mirada de las grandes metrópolis hacia localidades más pequeñas, un movimiento de investigación relevante a escala mundial, potenciado por la crisis del COVID.
Las escalas espaciales de lo social: etnografías urbanas no metropolitanas
La sociología y la antropología argentinas no escapan al urbanocentrismo que ha marcado las agendas de las ciencias sociales en su conjunto: la mayoría de los trabajos tratan sobre las grandes ciudades y, en particular, sobre el área metropolitana de Buenos Aires, ya sea como objeto o como contexto de análisis. Sin embargo, en las últimas décadas surgieron una serie de estudios que han problematizado esta focalización metropolitana y han dado lugar a una “antropología urbana no metropolitana” que hace de la descentralización de la mirada una herramienta heurística. Su producción ha girado principalmente en torno a dos polos.
Por un lado, se encuentran los estudios que abordan las “ciudades (inter)medias” como objeto de análisis en sí mismo, discutiendo y buscando complementar desde la antropología (con aportes de la comunicación) los análisis sobre estas ciudades. Se investigan tanto sus especificidades como las formas en que procesos de mayor escala (como la globalización, el neoliberalismo, las reformas del Estado, etc.) se refractan en ellas (Gravano 2005; Gravano, Silva y Boggi 2016). Estas investigaciones buscan elucidar la experiencia de la “medianidad” de ciudades como Tandil, Olavarría y Azul, estudiando sus imaginarios urbanos e integrando, como parte misma de la construcción del objeto, la posición subordinada de esas ciudades (inter)medias con respecto a la “hegemonía interescalar” y al “metropolitanismo”. En una dirección similar, se exploraron los desplazamientos entre los polos urbano y rural de “ciudades intermedias” estructuradas espacial y temporalmente en torno a la industria turística (de Abrantes, 2022), proponiendo “lo citadino” como modo de superar la dicotomía en ciudades no metropolitanas (Greene y de Abrantes, 2021).
Por otro lado, contamos con etnografías que tratan sobre las “ciudades medianas y pequeñas” a partir del análisis de sus “transformaciones” y, en particular, de su crecimiento. En estos casos, el interés no consiste en la experiencia de la “medianidad” o en el lugar que ocupan en la “hegemonía interescalar”, sino por tratarse de laboratorios que están experimentando cambios de escala que permiten analizar dinámicas de diferenciación social hacia una mayor heterogeneidad y complejidad social, tanto en términos de clase (como lo privilegia Noel, 2020) como de edad, género e identidad étnica (como lo desarrollan los trabajos compilados por Noel y Gavazzo, 2022). Son laboratorios, entonces, porque se toma a estas ciudades como situaciones o configuraciones abordables para el estudio de procesos y dinámicas que dan forma a la vida social más allá de ellas mismas, con implicaciones de índole más general. El interés está aquí puesto más en la escala que en la identidad específica de estas ciudades.
Estos estudios de antropología no metropolitana invitan a la comparación sistemática con otros tipos de territorios. ¿Varían las moralidades de clase, las sociabilidades juveniles, las prácticas y los circuitos culturales, los modos de habitar las tipologías residenciales y las movilidades residenciales y cotidianas según el tipo de territorio (grandes ciudades, ciudades medianas, pequeñas...)? ¿Y según las configuraciones o estructuras sociales locales (Laferté 2014)? Un análisis más estructural de las diferenciaciones en la composición social de los territorios a nivel nacional permitiría sistematizar la comparación y situar sociodemográficamente los terrenos de estudio; sin embargo, esto requiere contar con datos estadísticos costosos y lamentablemente difíciles no solo de obtener, sino también de producir.
Los procesos, las escalas, las movilidades y los lugares que emergen de este sucinto ejercicio de sistematización de la producción académica argentina no se dejan atrapar por la dicotomía entre el campo y la ciudad y, por lo tanto, nos invitan a ir más allá de ella. También nos desafían a salir de los estudios de caso aislados, a comparar entre procesos, movilidades, lugares y escalas, así como a comprender diferencias y desigualdades de clase, género, raza, edad y sus intersecciones en la experiencia situada de esos procesos, movilidades, lugares y escalas.
Una revisión bibliográfica siempre esboza un movimiento de investigación posicionado en la acumulación conflictiva de las ciencias sociales y, por tanto, en un proyecto. Esta focalización inicial en la literatura argentina constituye una etapa de un proyecto más amplio de relectura de literaturas de distintos países4, para identificar, por un lado, la articulación de las historicidades de las ciencias sociales y de los estudios urbanos, rurales y territoriales, y por otro lado, la articulación de escalas de análisis, internacional, nacional y local. Con respecto a la historicidad de las ciencias sociales, el giro etnográfico, el encuentro entre antropología y sociología y la exportación de conceptos de sociología urbana más allá de las grandes ciudades, nos parecen ser parte de movimientos internacionales que sin duda tienen sus propias variantes en cada uno de los ámbitos académicos nacionales. La investigación en Argentina tiene dentro de ese movimiento algunas peculiaridades: enfoques antropológicos sensibles a las cuestiones culturales; multiplicación de locaciones en las que se realizaron investigaciones etnográficas en los últimos años; desarrollo menor del aparato estadístico en comparación con los países europeos o norteamericanos; persistencia de una sociología rural con sus propios objetos (agricultura, actividades extractivas, cuestión indígena). Las particularidades de Argentina, con una capital nacional cuya aglomeración concentra un tercio de la población, una serie de ciudades capitales que concentran gran parte de las actividades secundarias y terciarias de las provincias, vastas regiones orientadas al mercado internacional agrícola, industrias extractivas para la exportación, y un vasto territorio con muchas áreas poco pobladas, plantean interrogantes sobre la conceptualización tradicional de la “ruralidad” en las ciencias sociales, donde la construcción de áreas recreativas no siempre compite con las actividades productivas tradicionales. La diversidad de situaciones que como pocos países ofrece Argentina, la convierte en un laboratorio heurístico para el estudio de las diferenciaciones socioterritoriales, que no pueden conformarse con la dicotomía clásica de lo rural y lo urbano.
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1 Institut de Recherche Interdisciplinaire en Sciences Sociales (IRISSO), París. Investigadora INRAE. Contacto: eleonora.elguezabal@inrae.fr ORCID: 0000-0001-7633-737X
2 Centre d’Economie et de Sociologie appliquées à l’Agriculture et aux Espaces Ruraux (CESAER), Dijon. Contacto: gilles.laferte@inrae.fr ORCID: 0000-0002-9347-6870.
3 Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales - Universidad Nacional de San Martín, CONICET. Contacto: segura.ramiro@gmail.com ORCID: 0000-0001-6482-3514
4 Nos referimos al proyecto “Différenciations socio-territoriales au-delà des grandes villes: inégalités, ségrégations et mobilités dans les espaces ruraux, périurbains, villes petites et moyennes”. Programa de Cooperación científico-tecnológica entre el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la República Argentina (MINCyT) y ECOS-Sud de Francia radicado en EIDAES/UNSAM y dirigido por Eleonora Elguezabal (Francia) y Ramiro Segura (Argentina).