La escritura en ciencias sociales, ese objeto esquivo

Un recorrido por sus abordajes y dilemas

Lucía Álvarez1
Bárbara Mastronardi
2
Luciana Strauss
3

Resumen

¿Cuándo y por qué comenzaron nuestras disciplinas a abordar el problema de la escritura en ciencias sociales? ¿Cómo se convirtió la escritura en sí misma en un objeto de investigación, en un enigma? ¿Desde qué enfoques y perspectivas ha sido analizada? ¿De qué forma se fue relacionando esa pregunta con otros interrogantes vinculados al oficio de investigar? ¿Cómo se pensó desde distintos puntos de vista sobre la doble condición de la escritura, esto es, ser una actividad específica y particular, pero también una que atraviesa integralmente la producción intelectual de las ciencias sociales, al punto de casi constituir su condición de posibilidad? En este artículo buscamos presentar algunos postulados y discusiones que circulan en torno a la escritura en ciencias sociales. Para ello, trazamos “una hoja de ruta”, una guía de lecturas que organiza los problemas de la práctica de escritura en cuatro dimensiones: la cognitiva, la epistemológica, la creativa y la comunicativa.

Palabras claves: escritura, ciencias sociales, antropología, sociología, historia

Abstract

When and why did the problem of writing in the social sciences begin to be problematized by our disciplines? How did it itself become an object of study, an enigma? What approaches and perspectives have been used to analyze it? How did this question relate to other questions related to the profession of research? How has the double condition of writing, i.e. of being an object of investigation, an enigma, been thought of from different approaches? of writing, i.e. of being a specific and particular activity, but also one that integrally crosses the intellectual production of the social sciences, to the point of being the social sciences, to the point of almost being its condition of possibility? In this article we would like to present some postulates and discussions that circulate around writing in the social sciences. around writing in the social sciences. In order to do this, we will draw up a "road map", a guide to reading in the social sciences. a "road map", a guide to reading in the social sciences, which organizes the problems of writing practice along four dimensions: the cognitive, the epistemological, the creative and the communicative four dimensions: the cognitive, the epistemological, the creative and the communicative.

Keywords: writing; social sciences; anthropology; sociology; history.

Introducción4

¿Cuándo y por qué el tema de la escritura en ciencias sociales comenzó a ser problematizado por nuestras disciplinas? ¿Cómo fue convirtiéndose, ella misma, en un objeto de indagación, en un enigma? ¿Desde qué abordajes y perspectivas fue analizada? ¿De qué manera esta pregunta se ha relacionado con otras vinculadas al oficio de investigar? ¿Cómo pensaron esos distintos enfoques la doble condición de la escritura, esto es, ser una actividad específica y particular, pero también una que atraviesa integralmente la producción intelectual de las ciencias sociales, al punto de casi ser su condición de posibilidad?

En este artículo buscamos presentar (y así ordenar) algunos postulados, discusiones y “comentarios” que circulan en torno al problema de la escritura en las ciencias sociales. Al emplear la figura del comentario, queremos ofrecer una primera definición, reconociendo que, aunque existen textos específicamente dedicados a abordar el problema o la pregunta sobre la escritura, el tema no se agota ahí. Tenemos los libros ya clásicos de Becker (2010, 2015), Lespenies (1994), Jablonka (2016), Nisbet (1976) o Geertz (1989), así como otras compilaciones, artículos, epílogos o entrevistas dedicados a pensar la cuestión: Bauman (2003), Quirós (2014, 2018), Cardoso de Oliveira (1996), Sirimarco (2019), Zurita (2015), Restrepo (2016), Del Olmo (2009), Waldman Mitnick y Trejo Amenzua (2018), Klein (2010, 2018), Álvarez y Strauss (en prensa), por nombrar solo algunas. Pero lo cierto es que el tema desborda esos límites, ya que la preocupación por la escritura merodea también en muchas de nuestras producciones a través de reflexiones aisladas, menciones, aclaraciones o notas al pie.5

Esa dispersión de “enfoques” y “comentarios” revela que la escritura parece ser un objeto privilegiado para pensar nuestras disciplinas, porque supone una reflexión a la vez epistemológica, metodológica y comunicativa. Se trata de una indagación que involucra preguntas sobre los modos en los que producimos textos (y, por lo tanto, pensamos problemas) y los modos en los que dialogamos con otras formas de analizar y escribir lo social, es decir, con otros saberes que también buscan explicar el mundo en el que vivimos. Pero también es una reflexión que se interroga por los públicos de las ciencias sociales y la legitimidad de nuestras producciones fuera del ámbito académico.

Tan variado es el escenario, que nos proponemos apenas trazar “una hoja de ruta”, una guía de lecturas para ordenar ideas expresadas en torno a esta cuestión. Lo hacemos a partir de algunos ejes, reconociendo que todo esquema es arbitrario y que, mediante él, separamos ideas que, en realidad, necesitan pensarse juntas. Estos ejes se centran en cuatro dimensiones:6 1) una dimensión cognitiva que presenta la escritura como una forma de pensamiento y supone que el trabajo de los textos es una apuesta por mejorar la construcción de conocimiento; 2) una dimensión epistemológica que busca pensar las formas de escritura en relación con el estatuto científico de nuestras disciplinas; 3) una dimensión creativa que supone que, al igual que en las artes, las ciencias sociales se nutren de creación y descubrimiento, elementos que no dependen únicamente de la aplicación de métodos; y, finalmente, 4) una dimensión comunicativa preocupada por la estandarización de la escritura académica y su dificultad para llegar a otros públicos y dialogar con otras formas de hablar de la sociedad.

La dimensión cognitiva: sin escritura no hay ciencia

Suele pensarse a la escritura de manera instrumental, como una herramienta cuya función es materializar un pensamiento o darle forma a un contenido que ya conocemos o sabemos de antemano. Esta creencia, que la relega a un lugar accesorio dentro de nuestras disciplinas, se sostiene y fortalece con la división de nuestros procesos de investigación en varias etapas, donde la escritura parece constituir el último eslabón, aquel en el que se “vuelcan” los datos, el análisis y las interpretaciones elaboradas en los momentos anteriores. Sin embargo, la experiencia demuestra que la escritura es una labor cotidiana en nuestras investigaciones. No solo atraviesa la mayoría de las tareas que desarrollamos, sino que además es una práctica que por sí misma genera conocimiento. Y esto sucede porque en la escritura (y por la escritura) se despliega el cuerpo de nuestra investigación (Jablonka, 2016).

Becker (2010), Klein (2018) y De Oliveira (1996) se refieren a esto cuando sostienen que pensar y escribir forman parte casi de un mismo acto cognitivo: “una experiencia en la que el sujeto, en la medida que escribe –y porque escribe–, reflexiona, piensa, indaga, cuestiona, descubre” (Klein, 2018, p. 15). Dicho de otra manera, es al escribir que asociamos, nos preguntamos y observamos aquello que, hasta entonces, no habíamos siquiera imaginado.

Ahora bien, este proceso de búsqueda y descubrimiento siempre está expuesto a la incertidumbre. Como explicaba Michel Foucault, escribimos porque todavía no sabemos qué pensar acerca de eso que nos gustaría tanto pensar: porque la escritura nos transforma y transforma lo que pensamos.7 En un sentido similar, Becker plantea que “cuando alguien se sienta a escribir, ya ha tomado muchas decisiones, pero es probable que no sepa cuáles fueron” (2010, p. 35). Es decir, la incertidumbre, lejos de ser un problema, es la puerta de entrada a la creación. Escribir, entonces, nos permite interpretar y conocer el mundo social. Pero también, podríamos decir, siguiendo a Quirós (2014), que nos habilita nuevos modos de interrogarlo, en tanto se trata de una instancia en la que volvemos a aprehender nuestros trabajos de campo, facilitando el surgimiento de nuevos hallazgos empíricos8.

Pero hay algo más en la relación entre escritura y conocimiento. Porque la escritura también aloja otra posibilidad: la de que las y los lectores puedan conocer vívidamente el mundo social que buscamos retratar; que experimenten, por sí mismos, “el sabor y el dolor de la acción, el ruido y el furor de la sociedad” (Wacquant, 2004, p. 18). Por supuesto, esta cualidad se expresa mayormente en aquellas metodologías de trabajo que, como explica el sociólogo Richard Sennett, no buscan tanto producir verdades como conseguir un entendimiento (Del Olmo, 2009, pp. 47-48).

En esos casos, para lograr que el lector o la lectora pueda experimentar (percibir, mirar, sentir) hechos sociales en su aspecto vivo, la escritura parece ser una herramienta imprescindible. Es en la composición del texto donde puede desplegarse toda la riqueza y el potencial de nuestros oficios, haciendo palpable lo real de haber estado allí. Por eso, como advierte Sirimarco, el pasaje de la investigación como campo a la investigación como texto es el problema y, a la vez, la solución (2019, p. 39).

En esa misma línea, el historiador Iván Jablonka (2016) sostiene que el paso de lo fáctico al conocimiento está determinado por las ficciones del método. El investigador, según advierte Jablonka, no recoge los hechos “en bruto” de la realidad, sino que los busca, selecciona, combina, jerarquiza y establece cadenas explicativas que le permiten componerlos. Por eso, nos propone pensar la historia como una experimentación literaria. Esto es, alejarnos de un modo de producción de nuestros textos donde se arrojan los resultados como pescados a un puesto de mercado (Jablonka, 2016, p. 258) y profundizar en las posibilidades que habilita producir una escritura que aporte pruebas en y por un relato, que active un razonamiento desplegado por el propio texto.

Esta apuesta por la escritura (vale la pena aclararlo) tiene poco y nada que ver con adornar los relatos, sino con transmitir al lector una atmósfera del universo social retratado: “sus cuestiones”, lo que allí importa y cómo (Quirós, 2014). Y para ello, uno de los mayores retos es animarse a mostrar y no solo a decir o explicar9 (el famoso show not tell de los estadounidenses). Transmitir al lector esa atmósfera solo puede hacerse a través de los sentidos, desplegando narraciones, descripciones, imágenes y diálogos. Se trata, como advierte la escritora norteamericana Flannery O’Connor, de construir mundos con peso y espacialidad.

La dimensión epistemológica: la escritura y el estatus científico de las ciencias sociales

Asumir la centralidad de la escritura en la producción de conocimientos tiene una consecuencia directa sobre la clásica tensión entre escritura y método: implica entender que trabajar sobre los textos no afecta la rigurosidad científica, sino que, por el contrario, redunda en un beneficio epistemológico (Jablonka, 2016). Veamos más detenidamente cómo se vincula el problema de la escritura con el estatus científico de nuestras disciplinas.

Uno de los primeros sociólogos en identificar una grave crisis en la capacidad de escribir de las ciencias sociales, o más bien, de la sociología, fue Wright Mills en su texto clásico La imaginación sociológica. En él, el autor advertía que la falta de claridad, esa prosa “ampulosa y palabrera”, no parecía estar relacionada con la complejidad de los temas o la profundidad del pensamiento, sino más bien con una búsqueda de prestigio: “con ciertas confusiones del autor académico acerca de su propio estatus” (Wright Mills, 1994, p. 228). Para superar esa prosa académica, recomendaba Wright Mills, primero era necesario superar la pose académica (o, como diría años más tarde Howard Becker, superar la mitología de pensar que escribir de manera difícil otorga sustancia) y ofrecía un consejo preciso: toda forma de escribir que no sea imaginable como habla humana es una mala forma de escribir.

Treinta años más tarde, Clifford Geertz volvía a plantear una preocupación por la escena de la escritura, pero focalizándose en la idea de que los textos etnográficos debían ser planos y carecer de toda pretensión; que no debían “invitar al atento examen crítico ni literario, ni merecerlo” (Geertz, 1989, p. 12). Este desmerecimiento se vinculaba, según Geertz, a un mito fundacional de la disciplina: que los antropólogos deben convencer por “la sustantividad factual” y no por su capacidad de persuasión. En sentido contrario, presentaba otro camino: desarrollar una crítica de la escritura etnográfica capaz de nutrirse del compromiso con la escritura misma, antes que de preconcepciones sobre lo que debe parecer para que se la califique de ciencia. Entender la escritura como un elemento fundamental en la transmisión de ese milagro invisible: el de haber podido penetrar (o haber sido penetrados) por otra forma de vida.

Es decir, con tres décadas y ciertos matices de diferencia, Wright Mills y Geertz compartían un diagnóstico. Parte de los problemas de la escritura en ciencias sociales se resumía en la preocupación de la antropología y la sociología sobre su estatuto científico. Ya sea a través de escrituras demasiado pomposas (Wright Mills) o demasiado planas (Geertz), científicos de ambas disciplinas coincidían en una búsqueda: evitar ser confundidos con “meros literatos” (Wright Mills, 1959) o que sus investigaciones se interpretaran como “mero juego de palabras” (Geertz, 1989).

El mismo dilema, otra vez, seguía persiguiendo a los historiadores treinta años más tarde. En su libro La historia es una literatura contemporánea, Iván Jablonka aborda el problema de la escritura en ciencias sociales, pero, siendo un historiador, no se limita a establecer un diagnóstico, sino que busca trazar una genealogía. Jablonka propone pensar la escritura canónica de las ciencias sociales como un producto histórico, como un efecto de la “gran separación” del siglo XIX entre estas y las bellas artes. Esta separación se explica, a su vez, por la necesidad de constituirse como una “tercera cultura”, ubicada entre las letras y las ciencias exactas (Lespenies, 1994).

Recordemos que en el siglo XIX estas nacientes disciplinas estaban adquiriendo su estatuto científico, impulsadas por (o de la mano de) el avance del positivismo y la versión más cartesiana y racionalista de las ciencias. Jablonka advierte que para conseguir tal estatus se estableció esa “gran separación”: del lado de las ciencias sociales quedaba la búsqueda de verdad y el conocimiento; del lado de la literatura, la imaginación y la creación10.

En su afán por expresar la verdad y producir un saber socialmente útil (dos propiedades reconocidas exclusivamente a las ciencias) y para lograr una entrada propia al ámbito académico y conquistar la autonomía profesional en el seno de un sistema de disciplinas especializadas, las ciencias sociales debieron renunciar a toda pretensión escritural y asumir formas estilísticas rígidas y estandarizadas. Así como debieron aceptar que sus textos no necesitaban otorgar relevancia a problemas tales como las metáforas, la imaginación o la voz, por el riesgo de confundirse con la poesía o la novela (Geertz, 1989).11

Desde entonces, persisten con firmeza dos postulados que marcan nuestras formas de pensar ambas producciones: que las ciencias sociales no tienen una dimensión literaria y que los escritores no producen conocimientos (Jablonka, 2016). Estos postulados son objeto de cuestionamiento por varios autores como parte de una agenda de renovación de las ciencias sociales, como veremos en el siguiente apartado.

Pero antes de eso, vale la pena detenernos un momento en otra discusión que surgió en los años setenta en torno a la escritura y al estatus científico de las ciencias sociales, a partir de lo que se conoció como “el giro lingüístico”. En las distintas disciplinas, aunque con intensidades variables, este giro provocó una profunda revisión de los fundamentos epistemológicos. Sus postulados no solo cuestionaron la pretensión de objetividad y verdad, y los lugares neutrales de enunciación, sino que también denunciaron las relaciones de poder que permeaban las prácticas de investigación. En sus versiones más extremas, este giro supuso incluso renunciar a toda búsqueda de cientificidad y, por ejemplo, en el caso de la historia, equiparar la disciplina a “un artefacto literario”.

Estos postulados dejaron una serie de huellas en relación con las escrituras de las ciencias sociales. En el campo de la antropología, por ejemplo, se recurrió al montaje de textos “polifónicos” o “dialógicos”, buscando evitar las formas convencionales de representación etnográfica y sus relaciones de dominación (Restrepo, 2016). Pero seguramente la huella más significativa haya sido la reinserción del “yo”. Desde entonces, muchos de los textos que se producen en el campo de las ciencias sociales recurren al uso de la primera persona del singular como un modo de asumir (o incluso “resolver”) el proceso de construcción de conocimiento.

Aunque excede ampliamente los objetivos de este artículo, vale la pena advertir, sin embargo, un desajuste. Como observa Marina Franco (2021), si bien los cuestionamientos epistemológicos a las visiones positivistas de las ciencias permearon fuertemente al conjunto de las ciencias sociales, parece no haber correlato entre esa “conciencia epistemológica” y las prácticas concretas de escritura. En otras palabras, sigue predominando un modo de escribir, canónico o hegemónico, que se presenta como neutral, objetivo o totalizante y que mantiene una ilusión de “omnisciencia”.

La dimensión creativa

Ni Jablonka, ni Becker, ni Lespenies, ni prácticamente ninguno de los autores preocupados por estos asuntos podría postular que “arte y ciencia” sean la misma cosa. Cada uno tiene sus señas de identidad, sus métodos, sus medios de expresión. Pero eso es tan cierto como que no hay razón para pensar que “ciencia y arte son excluyentes”, tal como señala Richard Sennett en una entrevista titulada “La sociología como una de las bellas artes”. De hecho, no solo comparten el uso de representaciones (la construcción de retratos y paisajes) y metáforas, sino que buscan explorar lo desconocido e interpretar el mundo social y humano (Nisbet, 1976).

En ese marco, varios autores, como el propio Nisbet, plantean la necesidad de pensar el acto creador (tanto en las ciencias como en las artes) como uno solo. Esto lleva, a su vez, a la necesidad de diferenciar con claridad dos lógicas: la del descubrimiento y la de la demostración. Mientras que la segunda está sujeta a reglas y prescripciones, la primera no. Y más claro aún, la lógica de la primera no puede invocarse obedeciendo a las reglas de la segunda.

Esto no debe llevar, sin embargo, a pensar la creatividad como un acto divino. La creatividad, como sostiene Becker, “sucede todo el tiempo en todas partes” (2018, p. 103). Y esto significa, volviendo al tema que nos atañe, que el acto de escribir se compone siempre de dos elementos que no pueden pensarse por separado: trabajo y creación (Heker, 2019). Esta combinación de oficio e imaginación sucede en todo el proceso de escritura, desde las primeras notas de ideas hasta la edición de los textos. Precisamente, Howard Becker (2010) sostiene que el ejercicio de editar o reescribir está guiado mucho más por un proceso creativo y artesanal12 que por el seguimiento de manuales de estilo con pautas estandarizadas.

Pero hay más en esta vinculación entre escritura y arte. De la idea de que ambas comparten un único acto creativo se deriva también que, si las ciencias sociales no son las únicas capaces de representar a la sociedad (Becker, 2015), es decir, si hay muchos otros medios para decir y contar lo social, entonces conocer, indagar y explorar esos otros lenguajes puede enriquecer nuestras maneras de comprender el mundo. En otras palabras, reconocer que nuestras escrituras forman parte de un entramado más amplio de modos de comunicar la sociedad y ponerlas en diálogo con esas otras categorías y posibilidades analíticas puede ser una apuesta por renovar y revitalizar nuestras ideas y teorías (Nisbet 1976) y fortalecer nuestras metodologías y nuestra cientificidad (Jablonka, 2016).

En ese contexto, autores como Waldman Mitnick y Trejo Amenzúa proponen, en sintonía con el antropólogo Néstor García Canclini, encontrar “afinidades electivas” entre la literatura y las ciencias sociales; atravesar esa frontera que, como toda frontera, es un espacio de separación pero también de unión: un espacio bilingüe. Esto supone varios movimientos. Por un lado, pensar a las producciones estéticas dentro de ese entramado que llamamos lo social: esto es, asumirlas como zonas donde la sociedad habla, como dice Beatriz Sarlo. En ese sentido, se trata de poder tomar estas producciones, sus personajes y paisajes como fuentes, como documentación de nuestros trabajos y análisis.

Pero también supone recuperar las claves de interpretación de lo social que estos otros lenguajes proponen, imitar de ellos su vocación narrativa (su voluntad de conmover), de modo tal de explorar nuevas formas de escritura que se alejen de un lenguaje críptico, congelado y abstracto. En suma, implica inspirarse en el modo en que éstas construyen metáforas que, como advierte Nisbet, no son simples figuras retóricas o recursos gramaticales, sino que funcionan como una de las vías de conocimiento más antiguas. Y en este punto, por qué no, también, asumir modos de enunciación que reconozcan “que el racconto de una investigación es siempre la narración de un suceso visto por alguien” (Sirimarco, 2018, p. 50). Todo lo cual nos permite desplazarnos a la última de las dimensiones: la comunicación o comunicabilidad de las ciencias sociales.

La dimensión de comunicabilidad: nuestras escrituras y nuestros públicos

Como señalamos anteriormente, aunque las ciencias sociales no tengan el monopolio de la representación de lo social (Becker, 2015) e incluso exista una diversidad de formas de hacer sociología, antropología o historia, varios autores advierten la persistencia de una escritura canónica. Esa escritura está condicionada, entre otras cuestiones, por criterios de evaluación que jerarquizan la pertinencia del enfoque teórico, la adecuación metodológica y la suficiencia de los datos empíricos, pero que no observan las producciones escritas de las ciencias sociales en tanto textos: por el modo en el que están construidos, por sus estrategias narrativas o sus cualidades retóricas (Zurita, 2018).

A riesgo de simplificar, podemos decir, siguiendo a Waldman Mitnick y Trejo Amenzúa (2018), que para considerarse legítima, la escritura en ciencias sociales hoy debe cumplir con ciertas características: mantener un lenguaje conceptual neutral, sistemático y objetivo; responder a formas explicativas racionales; sustentarse en criterios que prioricen la eficiencia y la especialización; organizar los argumentos según ciertas estructuras (en general, una división en objetivos, hipótesis, metodología, etc.). Esto da como resultado, no solo un tipo de textos en los que quedan obturadas la fluidez expositiva y la voluntad de narrar, sino también que generan distancia con un público no especializado.

En ese sentido, varios autores advierten el riesgo de que las ciencias sociales se conviertan en castillos con las murallas cada vez más altas (Ingold, 2018). Otros directamente se inquietan frente a la posibilidad de que los lectores ajenos al campo académico se pregunten, ante “una cultura cautelosa y previsora” y “unas demostraciones convincentes pero ininteligibles”, ¿tanto palabrerío para esto? (Dubet, 2012).

Para evitar esa creciente separación entre el ethos sociológico y el mundo en el que estudiamos, ciertos investigadores apuestan a unas ciencias sociales públicas (Burawoy, 2005) y contemplan la necesidad de que los investigadores no solo lleven adelante producciones para la lectura de sus pares, sino también producciones orientadas a la esfera pública, regidas por la necesidad de seguir la velocidad de los acontecimientos, y por eso también marcadas por cierto sentido de la urgencia (Vommaro, En prensa).

En ese sentido, la escritura vuelve a aparecer como posibilidad (Jablonka, 2016): una vía para recuperar la confianza de las ciencias sociales en el ámbito público. Pero esto implica, a su vez, nuevos desafíos: por un lado, asumir un lenguaje llano y abierto al mundo y una escritura “desacartonada” capaz de intervenir en los debates de la sociedad contemporánea (Quirós, 2018); por otro, problematizar la idea de “propiedad intelectual” o mejor dicho, cuestionar un conjunto de reparos en torno a la apropiación “indebida” de nuestros trabajos (Restrepo, 2006).

Conclusión

En este artículo presentamos una hoja de ruta que pueda funcionar como guía de lectura para sistematizar y sintetizar algunos de los principales aportes que se realizaron desde las ciencias sociales al problema de su escritura. Lo hicimos con el objetivo de revelar una preocupación o una atención que efectivamente el tema tiene (a pesar de que por momentos resulta un asunto soslayado), pero también con la idea de cambiar el eje de la discusión: no concentrarnos tanto en la crítica a nuestras escrituras como en la potencia del lenguaje de las ciencias sociales.

En este recorrido, que organizamos a partir de cuatro dimensiones (la cognitiva, la epistemológica, la creativa y la comunicativa), subyacen problemas que hacen al oficio de escribir en general (por ejemplo, la combinación entre trabajo y creación), pero también otros que son propios de quienes se dedican el oficio de investigar desde las ciencias sociales. No resulta fácil delimitar qué es propio y qué no, al tiempo que tampoco podemos trazar fronteras tan rígidas con otras formas de conocer el mundo social, como las artes. A modo de ejemplo, el estado de descubrimiento, que puede sentirse como mágico y misterioso, le ocurre tanto a un escritor de ficción cuando encuentra la manera de enlazar escenas en una trama como a un escritor de las ciencias sociales cuando detecta un concepto o metáfora que logra sintetizar sus hallazgos.

Lo que este trayecto parece poner de manifiesto es una especificidad que podríamos resumir de la siguiente manera: el problema de la escritura en ciencias sociales no puede desligarse de nuestros desafíos epistemológicos, de nuestras discusiones teóricas y de nuestros dilemas metodológicos. Al contrario, la escritura parece ser una pieza clave para abordar todas estas dimensiones juntas (a pesar de que en este artículo, y por el ánimo de ordenar las discusiones, hayamos optado por separarlas). Porque en la escritura y por la escritura se expresan nuestras formas de narrar y describir el mundo social, pero también de descubrirlo, entenderlo y explicarlo a otros/as.

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1 Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales - Universidad Nacional de San Martín, luciaalva@gmail.com. ORCID: 0009-0000-9514-0855.

2 Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales - Universidad Nacional de San Martín, bmastronardi@unsam.edu.ar. ORCID: 0000-0001-7245-7059.

3 Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales-Universidad Nacional de San Martín, lstrauss@unsam.edu.ar. ORCID: 0009-0000-6852-129X.

4 Las reflexiones que se plasman aquí son producto de un conjunto de lecturas, conversaciones y debates compartidos en seminarios y reuniones que realizamos en el marco del Programa de Estudios sobre Escritura en Ciencias Sociales, el Proyecto de Reconocimiento Institucional de la UNSAM “La escritura en ciencias sociales” (2021) y la materia “Escritura y argumentación” de la Escuela IDAES.

5 Vale la pena aclarar que la presencia de esta preocupación se expresa de diferente modo en las distintas disciplinas. Por ejemplo, en el caso de la antropología, la discusión sobre la escritura está mucho más presente al tratarse, la etnografía, de un enfoque, un método y un texto a la vez (Guber, 2016).

6 Fue la conferencia de Marina Franco (2021) en las Jornadas “Escribir lo social” de la Escuela IDAES de 2021, que inspiró la posibilidad de pensar el problema de la escritura a través de distintas dimensiones.

7 “Si tuviera que escribir un libro para comunicar lo que ya pienso antes de comenzar a escribir, nunca tendría el valor de emprenderlo. Sólo lo escribo porque todavía no sé exactamente qué pensar de eso que me gustaría tanto pensar” (Foucault, cit. en Klein, 2019).

8 Dice Quirós al respecto: “El camino de describir siempre ha sido un auténtico camino de creación y descubrimiento, el itinerario necesario para concebir lo que jamás –al menos de un modo consciente– había concebido, para formular preguntas que no había siquiera sospechado, para asociar cosas que no había relacionado y para ‘ver’ las cosas del modo exactamente opuesto al que hasta entonces (durante el trabajo de campo, en la elaboración del diario, en la elaboración de informes) las había visto y/o oído” (Quirós, 2014, pp. 60-61).

9 En una entrevista, Richard Sennett explicaba: “Si yo quiero, por ejemplo, expresar qué hay de extraño en la vida de un señor que trabaja como programador informático, no puedo limitarme a explicarlo, tengo que convertirlo en una experiencia concreta que poder narrar. Si me limito a decir ‘estas personas son diferentes de ustedes’, el lector no captará nada. Por eso le doy tanta importancia a la forma en la que escribo” (Del Olmo, 2009, pp. 47-48).

10 Pero, como advierte Nisbet (1997), hasta ese momento en la historia del pensamiento occidental había habido una casi nula conciencia del arte y la ciencia como zonas de inspiración y trabajo diferentes.

11 Ese desprendimiento de las ciencias sociales de las bellas letras implicó también una forma específica de organización social e institucional de la vida universitaria, una configuración particular del campo académico y sus respectivas luchas de poder (Bourdieu, 2014). Como advierte Pierre Bourdieu, en tanto poseedores de una forma institucionalizada de capital cultural que les aseguraba una carrera burocrática e ingresos regulares, los profesores universitarios se opusieron a los escritores y los artistas para consolidar su lugar dominante en el campo de la producción cultural. Y parte de esa oposición se construyó sobre la base de un conjunto de binarismos que modelaron también la forma de pensar la escritura: ciencia contra relato, razón contra imaginación, seriedad contra placer, fondo contra forma.

12 En esta búsqueda y reflexión constante que nos ofrece la escritura y reescritura en ciencias sociales, quizá el mayor desafío en términos creativos sea lograr una solidez argumental, que plasme en lenguaje la articulación entre teoría y empiria. Para ello resulta clave “adquirir conciencia sobre cómo influyen nuestras tradiciones y disputas: estructura/acción; objetividad/subjetividad, positivismo/constructivismo; sociedad/individuo” (Álvarez, Caravaca, Dikenstein y Strauss, 2021).