Tensiones, dilemas y conflictos en el proceso de profesionalización del management en la Argentina

Diego Szlechter1
Romina Berman
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papeles de trabajo, 17(32), julio-diciembre 2023, pp. 124-147

recibido: 20/07/2023 - aceptado: 21/10/2023

Resumen

En este artículo se aborda la problemática de la profesionalización de la Administración en nuestro país entre fines del siglo XIX y comienzos del XXI desde la perspectiva interaccionista de la sociología de las profesiones. A través de la descripción del derrotero histórico de los intentos de constituir al management como una profesión, se muestran los procesos políticos y económicos que condicionaron los esfuerzos por legitimarla. La estrategia metodológica incluyó la revisión de la literatura existente sobre la profesionalización del management en América Latina. Asimismo, relevamos documentos producidos por la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y analizamos marcos normativos de distintas etapas. Por otra parte, entrevistamos a profesionales y académicos del campo. Los resultados de este trabajo resaltan la importancia de explorar las circunstancias que marcaron el sinuoso trayecto de la profesionalización de la Administración en la Argentina. Adoptar esta perspectiva evita colocar los casos periféricos como “incompletos” respecto de tipos ideales, para dar cuenta de sus condiciones y enriquecer así la historia de las profesiones desde una dimensión empírica. Apostamos a que el presente trabajo constituya un punto de partida para profundizar las reflexiones sobre la formación e intervención profesional de administradores/as a la luz de las disputas en torno su rol social.

Palabras clave: management; administración de empresas; profesionalización; Argentina; sociología de las profesiones.

Abstract

In this article, we address the problem of the professionalization of the Administration in our country between the end of the 19th century and the beginning of the 21st century from the interactionist perspective of sociology of professions. Through the description of the historical course of the attempts to establish management as a profession, it seeks to show the political and economic processes that conditioned the efforts to legitimize it. The methodological strategy included a review of the existing literature on the professionalization of management in Latin America. Likewise, we surveyed documents produced by the Faculty of Economic Sciences of the University of Buenos Aires and analyzed regulatory frameworks from different stages. On the other hand, we interviewed professionals and academics in the field. The results of this work highlight the importance of exploring the circumstances that marked the winding path of the professionalization of the Administration in Argentina. Adopting this perspective avoids placing peripheral cases as "incomplete" with respect to ideal types, to account for their conditions and thus enrich the history of professions from an empirical dimension. We bet that the present work constitutes a starting point to deepen the reflections on the training and professional intervention of administrators in light of the disputes surrounding their social role.

Keywords: management; business administration; professionalization; Argentina; sociology of professions.

Introducción

La sociología de las profesiones ha tenido históricamente tres principales abordajes. Por un lado, las corrientes que abrevan en el funcionalismo (Hall, 1968; Wilensky, 1964), que se concentran en los rasgos que deben detentar las profesiones para ser reconocidas como tales. Este enfoque implicó que se discriminaran profesiones respecto de cuasiprofesiones que no cumplían con la totalidad de los atributos requeridos. Por otro lado, el enfoque neoweberiano (Parkin, 1979; Sarfatti Larson, 1977), que se enfoca en las relaciones de poder que establecen los contornos del ejercicio profesional “legítimo”. Por último, la perspectiva interaccionista (Abbott, 1988; Hughes, 1963), que, en lugar de concebir la profesión como elemento estático, procura identificar la práctica profesional en términos contextuales, incorporando al análisis los elementos del entorno que inciden en el proceso. Esta mirada no se centró solo en las profesiones denominadas clásicas, como la medicina y la abogacía, sino que se caracterizó por ofrecer una amplitud de criterios para emprender estudios de caso, lo que llevó a estudiar profesiones tan ajenas a los cánones clásicos como las carreras del mundo del hampa.3

En este trabajo nos inspiramos en las corrientes interaccionistas para estudiar la profesión managerial, comúnmente conocida en estas latitudes como Administración. Uno de los principales exponentes que analizó la profesión desde esta perspectiva fue Hodgson (2017),4 quien se propuso discurrir sobre la profesionalización más que sobre el profesionalismo, dado que la primera incluye los intentos de determinada ocupación por devenir una profesión, mientras que lo segundo, siguiendo postulados funcionalistas, da por sentada la existencia de una determinada profesión.5

A pesar de que el interaccionismo evita análisis prescriptivos en torno al deber ser de una profesión, es necesario reconocer que la Administración ha tenido dificultades para lograr validación social debido a dos principales razones:

1. El descrédito “originario”: las críticas recibidas desde la creación de las primeras escuelas de negocios en los EE. UU. –e incluso con anterioridad a dicha institucionalización– reflejaban la dificultad de presentar la formación gerencial ante la sociedad como una nueva profesión. Khurana (2007) señala que esta se contradecía con la educación orientada a una “vida significativa” (p. 45). Los planes de estudio iniciales reproducían las necesidades de las grandes firmas, mientras que, para otras carreras como la medicina o la abogacía, la ética y la deontología profesional fueron centrales.

2. La formación generalista: la Administración es una profesión sin especificidad. El trabajo de mando puede ser ejercido en cualquier organización, incluso por alguien que provenga de otro campo. En este sentido, Castro (2017, p. 4) observa que, cuando un/a profesional de una ocupación clásica pasa a ocupar una posición gerencial, deja de ser un/a profesional de la profesión de origen para ser un manager.

Optamos aquí por un análisis situado de la profesión del management. Siguiendo a Hodgson (2017), atenderemos a las particularidades locales de los modelos de profesionalización. Analizaremos los intentos de profesionalización de la gestión en Argentina entre fines del siglo XIX y comienzos del XXI, qué actores intervinieron y cuáles fueron las tentativas por establecer “las mejores prácticas”. Para abordar estos interrogantes, nos guiaremos por algunos supuestos. Por un lado, el trabajo de administrador/a estuvo siempre vinculado con el desarrollo del capitalismo y fue clave en la difusión cultural de los paradigmas hegemónicos de los centros del poder. Por otro lado, esta profesión surgió a partir de las necesidades de la gran empresa. Por último, ya creados los primeros centros formativos, la lógica del capital fue delineando las incumbencias del ejercicio profesional, basadas principalmente en la departamentalización de las grandes compañías. Sin embargo, esto no supuso una apropiación lineal, por eso es preciso comprender los modos particulares de incorporación de lo que se suele denominar Ciencias de la gestión.

El artículo es resultado de la revisión de la literatura existente sobre nuestro objeto de estudio, que no ha sido explorada de manera sistemática. En términos metodológicos, analizamos las producciones sobre la profesionalización del management en América Latina; tomamos los escasos estudios centrados en la Argentina, otros casos latinoamericanos y producciones con enfoque regional. Asimismo, llevamos a cabo trabajo de archivo para acceder a documentación que no se encontraba digitalizada. Así, relevamos documentos producidos por la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y analizamos marcos normativos de distintas etapas. Para completar la mirada “nativa”, entrevistamos a profesionales de la Administración y de las Ciencias de la Gestión en un sentido amplio, con la intención de que estos testimonios colaboraran en la estructuración de la información obtenida. Todos ellos se desempeñan como docentes en estas disciplinas y han participado en instancias de institucionalización de saberes o de reglamentación del ejercicio profesional.

Presentamos una estructura cronológica para resaltar cómo los factores contextuales han moldeado las iniciativas en pos de profesionalizar el rol de administrador/a. Proponemos una periodización que toma como puntos de inflexión acontecimientos tanto nacionales como internacionales, y en esa delimitación damos cuenta de la vinculación entre ambos niveles. El trabajo consta de seis apartados. El primero abarca el periodo comprendido entre la inserción de Argentina en el mercado mundial y el quiebre del modelo agroexportador tras la crisis de 1929. Allí problematizamos la fuerte presencia de corporaciones extranjeras y sus vinculaciones con las elites locales para dar cuenta de las dificultades iniciales para la profesionalización. En la segunda sección, que va desde los años 30 hasta 1958, analizamos en qué medida la industrialización por sustitución de importaciones y las modificaciones en el aparato estatal incidieron sobre nuestro objeto de estudio. Observamos una creciente valoración de perfiles más técnicos, seguida por la creación de asociaciones empresariales orientadas a los estudios sobre gestión. Destacamos además las tensiones entre el nacionalismo económico inicial del peronismo y la intención de EE. UU. de difundir los principios del management en América Latina. Luego exploramos un periodo muy rico en tentativas por avanzar en la profesionalización, inaugurado por la creación de la carrera de Administración en la UBA. Si bien no desconocemos la conformación contemporánea de otras carreras asociadas a esta disciplina, entendemos que el caso de la UBA es emblemático por inaugurar en el universo académico la institucionalización de los saberes administrativos, al tiempo que funcionó como norte para las casas de estudio que se sumaron a dicho proceso. Enlazamos estas experiencias con la fuerte apertura al capital norteamericano, marcando un diálogo entre los cambios en la matriz económica y en la formación de cuadros. Ubicamos la finalización de esta etapa en los años 70, coyuntura de convulsión social y política con tendencias divergentes, que también encontró en la academia y la gestión cajas de resonancia. Consideramos que estos años pueden ser leídos como un momento de agudización de las discusiones sobre la formación y el rol social del/la administrador/a. En el cuarto apartado, de los setenta a 2001, observamos que dicha disputa concluye con la consolidación –no exenta de vaivenes– del management en clave neoliberal. El quinto apartado, de 2002 hasta la actualidad, si bien no constituye un rompimiento respecto del período anterior, demuestra la persistencia de las tensiones en el proceso de profesionalización de la Administración en un nuevo contexto signado por un período de crecimiento económico y un cierto retroceso del modelo del periodo anterior, seguido de un reflujo neoliberal con la asunción de Mauricio Macri y una etapa posterior marcada por la incertidumbre de la pandemia y las consecuencias del fuerte endeudamiento externo contraído durante el macrismo. Como cierre, esbozamos algunas reflexiones que pretenden retomar tensiones constitutivas que atraviesan de manera transversal el periodo trabajado, así como reparar en los desafíos que el siglo XXI presenta para el rol del/la administrador/a.

La prehistoria de la Administración en la Argentina (1890-1930)

Luego de las guerras de independencia y tras las disputas por el modo de organización del incipiente país, para fines del siglo XIX la Argentina se había constituido como un Estado federal unificado. Las posturas a favor de un proteccionismo que consolidara las actividades manufactureras locales se vieron derrotadas frente a una elite gobernante que celebró la incorporación al mercado mundial de la mano del librecambio. De esta manera, el país se sumó a la división internacional del trabajo a través de un modelo agroexportador, centrado en la venta de cereales, oleaginosas y carnes. Paralelamente, se abrió a los empréstitos e inversiones extranjeras –fundamentalmente de capital británico– para obras de infraestructura y la instalación de los primeros frigoríficos (Rapoport, 2000). Generalmente, estas firmas aplicaban un modelo de gestión con directorios entrelazados, pues se privilegiaban los vínculos personales y familiares con la comunidad británica local (Lanciotti y Lluch, 2018).

Los gobiernos conservadores combinaron el liberalismo con una intervención estatal basada en la conducción científica (Zimmermann, 1995). Esta propuesta, enmarcada en la “paz y administración”, llevaría a la modernización económica y exigía la formación de cuadros con conocimientos científicos acordes con un Estado moderno, al igual que potencias como Inglaterra, Alemania, Francia o los EE. UU. Para ello, se crearon colegios secundarios preuniversitarios dependientes de la UBA (Colegio Nacional de Buenos Aires en 1863, Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini en 1890). Si bien en 1911 el Poder Ejecutivo elevó los estudios económicos a jerarquía universitaria (Rodríguez Etchart y Rodríguez Etchart, 1915, p. III), hubo que esperar varios años hasta la creación de la carrera de Administración. En el propio Ejecutivo existían ciertas reservas sobre la creación de una institución en la cual el Estado destinara presupuesto para la reproducción de la aristocracia en el mercado laboral. La resistencia pudo ser franqueada gracias a la meta de profesionalizar la burocracia estatal. Temas tales como “presupuestos, cálculo de la riqueza, procesamiento de datos censales y administración pública” (Rodríguez Etchart y Rodríguez Etchart, 1915, p. V) pasaron a formar parte de la currícula del Instituto Universitario en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA creado en 1913.6 El verdadero propósito consistía en brindar soluciones al mercado y al Estado en torno a los problemas económicos desde la ciencia comercial positivista. Sin embargo, como afirman Plotkin y Neiburg (2003), pasarían algunas décadas para que los cuadros técnicos egresados de la Facultad lograran desplazar a abogados e ingenieros del manejo de estos asuntos. Además, la sucesión familiar para los puestos jerárquicos en las empresas volvía innecesario contar con estudios formales, lo que demoró la demanda de esos futuros profesionales por parte del mundo de los negocios.

El perfil profesional que se pretendía formar en el Instituto de Altos Estudios Comerciales de la UBA prefiguraba los dilemas que sufriría el rol de administrador/a desde su génesis. Por un lado, la necesidad de incluir asignaturas teóricas como economía política, finanzas, estadística, historia y geografía económica y por otro, una batería de materias prácticas “de aplicación inmediata” como el seminario denominado Banco modelo, para facilitar “la comprensión y el desenvolvimiento de la ciencia”. Así, se lograría una combinación entre una formación “principista” y “profesional y práctica” (Rodríguez Etchart y Rodríguez Etchart, 1915, pp. 107, 108, 111 y 114).

La Primera Guerra Mundial implicó la interrupción de la importación de bienes manufacturados e intermedios, lo que impulsó una tímida actividad industrial mayormente centrada en bienes de consumo no durables (Belini y Badoza, 2014). Las grandes empresas con capacidad ociosa ya instalada que disponían de herramientas gerenciales pudieron sacar más provecho de la coyuntura que los pequeños y medianos establecimientos. Sin embargo, el conflicto bélico incidió en la gestión de recursos. Según Lanciotti y Lluch (2018), en la década de 1920 creció la presencia de cuadros locales en las juntas directivas. Las autoras enfatizan la consolidación de comunidades empresariales extranjeras como la alemana, francesa y británica, con claro predominio de esta última. Su gravitación no puede analizarse al margen de una nutrida red de sociabilidad que estas comunidades fueron forjando a través de instituciones educativas, religiosas, recreativas, además de las estrictamente corporativas. Estos ámbitos permitieron asegurar la continuidad de cuadros gerenciales en términos generacionales, a la vez que facilitaron las vinculaciones con las élites locales.

El impacto de la crisis de 1929 obligó a repensar los límites del esquema agroexportador. A su vez, la Segunda Guerra Mundial y la afirmación del liderazgo estadounidense en la geopolítica mundial acrecentaron su injerencia en la gestión empresarial y en los perfiles exigidos para tal fin. Veremos a continuación de qué modo esos condicionantes externos se conjugaron con los factores locales.

La incorporación de la Administración científica taylorista en la industria
y los comienzos de la profesionalización de la gestión (1930-1958)

El giro en la economía fue más reactivo que planificado. En Argentina, los efectos de la crisis coincidieron con el primer golpe de Estado, que posibilitó el retorno de grupos liberales al control estatal. Bajo estas circunstancias comenzó la industrialización por sustitución de importaciones, que fue acompañada por medidas novedosas de intervención como el control de cambios, la creación de juntas reguladoras y del Banco Central (Korol, 2002). Las inversiones en infraestructura a través del Ministerio de Obras Públicas otorgaron a los ingenieros un rol clave en la gestión estatal (Ballent y Gorelik, 2002). La racionalidad técnica venía a desplazar los vicios de la política tradicional y se esperaba que la eficiencia construyera legitimidad. Un espíritu similar penetró al sector privado, con una influencia creciente de la administración científica en la organización del trabajo. Sin embargo, los ingenieros aún no contaban con la plena confianza de los empresarios, quienes con frecuencia anteponían los saberes prácticos de capataces y trabajadores (Castro, 2021, p. 246). Tal situación puede haber incidido sobre los directivos de empresas extranjeras para que, a partir de los años 40, se volcaran a la creación de organizaciones por fuera del sistema educativo con el objetivo de mejorar la calidad en la gestión. Este fue, por ejemplo, el caso del Círculo Argentino de Estudios sobre Organización Industrial (CADESOI) (Cartier et al., 1996). También emergieron versiones nacionales, como la Asociación Dirigentes de Empresa (ADE), impulsada por la Unión Industrial Argentina (UIA) en 1942. Iban a transcurrir varios años para que el interés en la profesionalización de la Administración proviniera del Estado; muestra de esta indiferencia es la presentación de más de diez proyectos para la reglamentación del ejercicio de los profesionales de Ciencias Económicas, que recién se concretó en 1945 (Lambrecht, 2022). Rechazo que además puede explicarse por el peso del ideario liberal en el imaginario de las profesiones, que supone un ejercicio libre y sin regulación por parte del Estado.

Las acciones para profundizar el proceso industrializador se volvieron más firmes a partir del golpe de Estado de 1943 liderado por el Grupo de Oficiales Unidos (GOU), luego consolidadas por los gobiernos peronistas entre 1946 y 1955. Los militares no tenían un programa de gobierno homogéneo, pero los unía la crítica a la corrupción y el clientelismo, que prometían reemplazar con racionalidad técnica y científica con pretensiones apolíticas (Berrotarán, 2003). A su vez, la crisis de 1929 y la Segunda Guerra Mundial habían reforzado la inclinación por la autosuficiencia, y en las Fuerzas Armadas primaba la preocupación por lograr un desarrollo económico anclado en la industria pesada, sobre todo orientada a la defensa nacional (Campione, 2007). La llegada de Perón a la presidencia con mayoría parlamentaria allanó el camino para afianzar el rumbo industrial, especialmente a través del Primer Plan Quinquenal (Gerchunoff y Llach, 1998).

En la segunda posguerra, EE. UU. tenía la necesidad geopolítica de una pronta recuperación de Europa y Japón para contener la influencia soviética. Al mismo tiempo, su meta central era instalar economías de mercado permeables a la expansión de los grandes conglomerados norteamericanos (Cameron y Neal, 2014). De esta manera, desde 1945 hasta principios de los 70, EE. UU. devino un agente activo en la difusión del management como técnica de gestión de la firma privada (Fernández Rodríguez y Gantman, 2011, p. 169). Desde ya, las condiciones estructurales y políticas entre estas regiones y la Argentina eran bien diferentes. Evitar una importación mecánica de las perspectivas historiográficas de países centrales –que tienden a homogeneizar estos procesos a la luz del Plan Marshall– nos permitirá efectuar un estudio situado que incorpore el contexto global, sin desdibujar el mapa institucional y la dinámica política local (Wanderley et al., 2021). En este sentido, las iniciativas para la formación managerial pueden vincularse en cierta forma con el rechazo cultural al peronismo por parte de clases medias y altas (Torre y Pastoriza, 2002). Este repudio podemos observarlo ya tras el Decreto-ley 5.103 de 1945 (luego ratificado por la Ley 12.921 en 1946), que fijó las reglas para el ejercicio profesional de los contadores públicos, actuarios y doctores en Ciencias Económicas. Según Lambrecht (2022), se trató de una demanda sostenida por el alumnado egresado para jerarquizar su labor, sin aval del empresariado local. De hecho, durante estos años proliferaron los institutos de formación por fuera del circuito oficial, en oposición a lo que se consideraba una intromisión por parte del gobierno peronista en la educación superior (Fiorucci, 2011). Los actores relacionados con el ámbito empresarial no fueron la excepción. Según Figueiredo (2005), estas acciones fueron también una respuesta al creciente peso que el peronismo otorgó a los sindicatos, lo que hacía necesario sofisticar las herramientas de gestión para contrarrestar ese empoderamiento. Se creó entonces en 1947 el Instituto Argentino de Dirigentes de Personal (IADP); y en 1952 surgió la Asociación Católica de Dirigentes de Empresa (ACDE), cuyos fundadores provenían de la Acción Católica Argentina y deseaban cristianizar al empresariado para alcanzar la armonía en el trabajo (Martín, 2016).

La economía peronista empezó a mostrar límites alrededor de 1949, lo cual derivó en una “vuelta al campo”, estímulo del ahorro y reducción del consumo (Gerchunoff y Llach, 1998). Paralelamente, la creciente conflictividad terminó en un nuevo golpe de Estado en 1955. La tercera posición que el peronismo había sostenido en su política exterior concluyó con la Revolución Libertadora que, al igual que otras dictaduras de la región, permitió una mayor gravitación del Estado norteamericano en el país (Marichal, 2010). A pesar de las pretensiones por “desperonizar” la política y la economía, las disyuntivas sobre el modelo social y económico permanecieron en las décadas siguientes.

Un mojón hacia la profesionalización de la Administración:
la creación de la Licenciatura en la UBA (de 1958 a los años setenta)

Frondizi (UCR Intransigente) había ascendido dentro de su partido de la mano de la reivindicación del nacionalismo económico; en este aspecto no difería demasiado de las premisas peronistas. Influenciado por las teorías de la modernización y el desarrollismo, consideraba que la evolución tecnológica y de la industria de base eran prerrequisitos para el progreso. La nacionalización de recursos –particularmente el petróleo– estaba en la base de su propuesta (Altamirano, 2002). Sin embargo, una vez en el poder, la apertura al capital extranjero impuso un giro: el desarrollismo ya no era una cuestión de medios, sino de fines; impronta que también se plasmó en la actualización de los trayectos formativos de la Administración. De esta manera, se inauguró la segunda etapa de industrialización por sustitución de importaciones, atravesada por la inversión extranjera directa. La Ley de promoción industrial de 1959 ofreció beneficios fiscales a las multinacionales, bajo la condición de un paulatino reemplazo de la provisión de bienes intermedios por parte de firmas nacionales. Esto obligaba a las firmas extranjeras a involucrarse en las regulaciones del mercado local (Szlechter, 2014). Por otro lado, el creciente costo de la expatriación de managers implicó una oportunidad de abaratar costos contratando personal local. Esta situación generó la emergencia de grupos de presión para crear un “semillero” para la provisión de cuadros capaces de conducir este proceso de modernización. A su vez, la contratación de empleados/as locales generaba un contrapeso a la deslegitimación que tenían las compañías extranjeras en nuestro país, especialmente las norteamericanas.

En consonancia con estos requerimientos fue creada en 1958 la Licenciatura en Administración de Empresas en la UBA, en un contexto de fuerte vinculación entre el capital y la Facultad de Ciencias Económicas de esa universidad. Muchos de los profesores que integraron el cuerpo docente trabajaban como “consultores o gerentes en organizaciones públicas o privadas”, entre ellos figuras tales como “Vicente Perel, Pedro Pavesi, Federico Frischknecht”, lo que da cuenta del carácter dual que configurará la educación superior local en negocios7 (Suárez et al., 1999), así como de las dificultades de origen en los intentos de profesionalización con la preeminencia de la perspectiva profesionalista en desmedro de la propedéutica. Gerardo, profesor titular consulto e investigador en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y actualmente miembro del Doctorado en Ciencias de la Administración de la Universidad de La Plata, reconoce que el modelo de enseñanza era una réplica del de EE. UU.: “la Price [PriceWaterhouseCoopers], que era la que tenía más presencia en ese momento (…), conocían lo que pasaba en Estados Unidos en cuanto a la enseñanza de la Administración (…) Propusieron la creación de la carrera de Administración” (Entrevista virtual, 28/03/2023). Así, la carrera careció de una mirada propia de las necesidades del sector productivo nacional. De hecho, el primer plan de estudios se inspiró en “experiencias existentes en países tales como Alemania, Brasil, Bélgica, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, México y Uruguay” (FCE, 1965, p. 27). En rigor, el denominado Plan E del año 19598 estuvo orientado a formar graduados/as para atender las “necesidades internas de los entes públicos y privados reservando a los Contadores Públicos el ejercicio profesional independiente que ya había sido definido” (Gelli y Dell’Elce, 2010, pp. 16-17). Esta diferenciación entre la formación orientada al ejercicio profesional en relación de dependencia, propio de los/las administradores/as, y aquella orientada al trabajo independiente, restringidos a los/as contadores, devino un componente central en el carácter “inacabado” de la profesionalización de la Administración en Argentina, tensión que retomaremos más adelante.

Esta impronta se enmarcó en una estrategia regional: Carlotto (2021) explica que, a partir de los años 50, América Latina fue un terreno experimental para la aplicación de la visión gerencial en los saberes relacionados con el Estado, para luego consolidarse en los ámbitos universitarios y alcanzar así una mayor eficiencia en la gestión privada. De este modo, tras la creación de la Licenciatura en Administración surgió la necesidad de formar docentes en los cánones de la business education norteamericana para lograr dos objetivos. Por un lado, incorporar lo que se consideraba como educación de calidad del modelo de la universidad de EE. UU., orientada a la investigación, y por otro, proveer de cuadros de conducción a las firmas –en su mayoría norteamericanas– que se radicaban gracias a la ya mencionada Ley de promoción industrial. Es así que se suscribieron convenios con la Fundación Rockefeller y la agencia gubernamental norteamericana de ayuda al desarrollo USAID para becar a profesores/as que realizaran maestrías en universidades como Columbia (en los años 1963 y 1964) o Stanford (FCE, 1965, p. 51). En el caso de Stanford, la universidad creó en 1961 el International Center for the Advancement of Management Education, un programa de educación en negocios orientado a formar profesores/as de escuelas de Administración de distintos países; en 1962 participó el primer contingente de docentes de Administración de la UBA (FCE, 1965, p. 157). Este centro fue creado gracias a una donación de la Fundación Ford. Como observan Amdam y Dávila (2021) para otros casos latinoamericanos, fueron frecuentes las acciones conjuntas entre universidades locales y estadounidenses. Y muchas veces detrás de las unidades académicas se encontraba el capital extranjero, como fue el caso de Ford. Desde fines de los años 50, su fundación fue pionera en generar instancias de cooperación, tanto con universidades como con centros de investigación privados (Calandra, 2019). Esta modalidad fue seguida por otras grandes firmas, que encontraron provechoso ligar la formación de los/las administradores/as con sus objetivos. De esta manera, se fueron consolidando los acuerdos para pasantías, disertaciones de ejecutivos en espacios académicos y colaboración de cuadros técnicos en investigación fundamental y aplicada. Algunas de las empresas involucradas fueron Molinos Río de la Plata, Olivetti, Bonafide, Atanor, Philips, entre otras (FCE, 1965). Estas vinculaciones se institucionalizaron en 1961 con la fundación del Consejo Empresario, compuesto por representantes de empresas (FCE, 1965).

La carrera también aprovechó la transferencia del know how en sistemas de gestión a través de acuerdos con el Bureau of the Census del Departamento de Comercio en Washington, el Departamento de Estadísticas y el National Bureau of Economic Research del Estado norteamericano. Según Gerardo, “esa fue un poco la masa crítica de la carrera de Administración en la Facultad de Ciencias Económicas que después se replicó en otros lugares” (Entrevista virtual, 28/03/2023), lo que dio lugar a la “primera ola de americanización de los estudios de la Administración” en nuestro país (Fernández Rodríguez y Gantman, 2011, p. 165). Este apego a los modelos foráneos delineaba un determinado perfil profesional. Un profesor en la carrera de Administración de la UBA en la época de uno de los pioneros del campo, el Profesor Francisco Suárez, expresa que la formación se basaba en

la idea de desarrollo o procesos de modernización cultural que no tienen una base material (…). Se compra el paquete llave en mano de problemas estudiados en otro lugar (…) Y tardíamente se empieza a generar conocimiento sobre los problemas reales, en este caso de la Economía o de la Administración. (profesor en la carrera de Administración de la UBA, entrevista virtual, 22/03/2023)

Este proceso se encuadró en una actualización más amplia del sistema universitario, cuyo lanzamiento estuvo afectado por los esfuerzos por “desperonizar” la sociedad argentina (Neiburg, 1999). La asociación entre peronismo y autoritarismo tiñó discursivamente las innovaciones académicas en términos de autonomía y libertad, aunque hayamos destacado la intrusión de otros actores. Sin embargo, cabe destacar que la incidencia externa no se tradujo en una incorporación automática, sino que estuvo mediada por instancias de negociación y resistencia, al igual que en otros países de la región (Amdam y Dávila, 2021). En este sentido, el movimiento estudiantil tuvo una posición activa y logró aplacar estas acciones concebidas como actos imperialistas (Califa, 2011).

Esta renovación académica convivió con el debate “laica-libre” en torno a la creación de universidades privadas, que terminó por favorecer esta iniciativa. Las nuevas universidades crearon sus carreras vinculadas a la Administración pero sin lazos con instituciones extranjeras. Esta extensión de la profesionalización de la gestión, más allá de la institucionalización de saberes, puede leerse a la luz del creciente protagonismo de los ejecutivos como responsables de conducir a la sociedad hacia la modernización. Por eso afirma Amdam (2020) que los espacios educativos son relevantes en cuanto ámbitos de socialización. Estos pilares culturales inciden en la delimitación del perfil profesional, otorgando homogeneidad indentitaria “hacia adentro” pero también “hacia afuera”, pues permiten demarcar los problemas específicos que cada profesión va a resolver. En este sentido, también son relevantes los espacios de agremiación. Por eso, una vez consolidada la Licenciatura en Administración en la UBA, surgió la necesidad de los Consejos Profesionales de Ciencias Económicas de las distintas jurisdicciones de congregar a los/las egresados de esa carrera. La meta era lograr una cierta “autoridad jurisdiccional” o “frontera cognitiva” (Khurana, 2007), que lograra monopolizar un saber al tiempo que fijara las pautas del buen ejercicio profesional; que estableciera los parámetros de la función de policía para sancionar las conductas reñidas con la ética profesional. No obstante, apareció un obstáculo difícil de sortear, según expresa Gerardo:

A partir de la carrera fue que también hubo que reconocerla, desde el punto de vista de la agremiación, como una profesión más (...). Desde el punto de vista de la matrícula, evolucionó muy poco, porque como el administrador no firmaba un balance ni ningún tipo de dictamen… Entonces, ¿para qué necesitaban inscribirse en un consejo profesional? (profesor titular consulto e investigador en la FCE-UBA, miembro del Doctorado en Ciencias de la Administración de la UNLP, entrevista virtual, 28/03/2023)

Además de este desincentivo, aparecía otra barrera dado que por lo general el/la administrador/a ejercía su función como asalariado/a dentro de una organización. Por lo tanto, sus atribuciones estaban determinadas por su empleador/a, lo que le restaba autonomía para la toma de decisiones. Como explica Manuel, miembro del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el control sobre el ejercicio de este/a profesional queda bajo la parte empleadora, lo que hace innecesario contar con una certificación de idoneidad externa (entrevista virtual, 10/04/2023). Por consiguiente, un eventual mal desempeño es sancionado por la firma para la cual trabaja más que por un tribunal ético del consejo profesional, que a su vez puede estar compuesto por colegas que se desempeñan en la competencia.

Las tensiones internas llevaron al derrocamiento de Frondizi, que fue sustituido por un breve gobierno provisional hasta que en 1963 Illia (UCR del Pueblo) ganó las elecciones presidenciales con escasos votos (Romero, 2008). La debilidad de origen y un clima social agitado derivaron en un nuevo gobierno de facto. Así, la Revolución Argentina arribó con la promesa de aportar las soluciones que la política no había logrado brindar. Se intentó despolitizar el tratamiento de las cuestiones sociales para someterlas a criterios neutrales de racionalidad técnica. Se planteó un nuevo Estado burocrático-autoritario con perfil tecnocrático para modernizar la economía y alcanzar una estructura industrial integrada. Esto se viabilizó gracias a la intensificación de la transnacionalización de la economía. Las consecuencias fueron la concentración económica y el abandono de las economías regionales –en su mayoría ligadas a productos agropecuarios y su procesamiento (Romero, 2008). En este contexto, se produjo una nueva reforma en el plan de estudios de la carrera de Administración de la UBA, el Plan F, que procuraba “ceñirse a las normativas de los manuales internacionales de las empresas multinacionales” (FCE, 1973, p. 9). La intervención a las universidades produjo una “despolitización (…) [que] se ve reflejada en la desconexión de la currícula respecto de la realidad social” (p. 9). De acuerdo con las críticas vertidas en un libro de elaboración colectiva aparecido en 1973, cuya intención era desarticular estas modificaciones, el problema de raíz era la eliminación del contexto de las asignaturas de la carrera, con la supresión de materias como “Geografía Económica Universal y Argentina, Sociología Industrial, Instituciones de Derecho Público” (FCE, 1973, p. 10). El nuevo plan se plegaba así a las innovaciones que se asentaban en las business schools de los países centrales: si hasta fines de los 70 el paradigma imperante había sido el taylorista, ahora se reflejaba la creciente influencia del modelo positivista de la ciencia con la incorporación de la teoría de la organización del economista Herbert Simon, tributaria de la teoría de sistemas cuyo origen estaba en la biología (Fernández Rodríguez y Gantman, 2011, p. 165). Se procuraba así fijar un modelo de enseñanza del fenómeno de la gestión bajo el paradigma de las ciencias exactas. La inclusión de materias ligadas a las matemáticas produjo, por un lado, una barrera simbólica para el ingreso de estudiantes a la carrera y, por otro, un fuerte desgranamiento en los primeros años debido a lo oneroso de los cursos preparatorios y al hecho de que a aquellos/as estudiantes que trabajaban no tenían tiempo para realizarlos. Esto trajo una fuerte elitización de la carrera, cuyos alumnos/as pasaron a provenir de los secundarios más prestigiosos de la ciudad (FCE, 1973, pp. 12-13). Asimismo, se incorporaron al nuevo plan contenidos que intentaban desplegar formas de implicación subjetiva dentro de la firma, como Relaciones Humanas, y fuera de esta, como el caso de Marketing. Según el libro de elaboración colectiva mencionado, estas materias “se presentan entonces ‘inocentemente’ como algo existente, que hay que estudiar, sin entrar a discutir su racionalidad en función de los intereses del conjunto del pueblo, y no de la tasa de utilidad de la empresa” (FCE, 1973, p. 15). El objetivo era “formar nativos que tuvieran la dependencia internalizada, asumida como su proyecto vital personal” (FCE, 1973, p. 16). Por último, el Plan F incluyó una novedad de corta vida, en donde la Licenciatura en Administración constituía un paso previo a la carrera de Contador Público (Gelli y Dell’Elce, 2010, pp. 16-17), lo que demostró una vez más la necesidad que tenía el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de matricular a quienes se hubieren graduado de la Licenciatura en Administración. Dado que los/las contadores debían matricularse para ejercer su profesión, la doble titulación se erigía en una oportunidad para acrecentar la agremiación de los/las administradores/as.

La modernización excluyente de estos años suscitó la resistencia de la clase obrera organizada, de sectores estudiantiles, docentes universitarios e intelectuales, entre otros. El Cordobazo en 1969 fue un punto álgido del descontento y la tensión social; en la Argentina resonaban los ecos de los agitados años 60, signados por el rechazo a los modelos imperantes y el anhelo de una sociedad más igualitaria. Estas disputas iban a agudizarse en los años venideros.

La difusión del management neoliberal norteamericano (de los setenta al 2001)

Los problemas para la profesionalización “completa” de la administración se vieron reflejados en las reformas de los planes de estudios. Entre 1971 y 1976 se sucedieron una serie de modificaciones en la currícula –incluido el ya mencionado Plan F–, que respondieron también a las convulsiones políticas de este lustro (Gelli y Dell’Elce, 2010, pp. 16-17).

En 1973 el peronismo retornó a la presidencia luego de una larga proscripción. Apenas dos días antes de la asunción de Cámpora, se fijaron a través del Decreto-ley 20.4889 las reglamentaciones para el desempeño de la profesión de Ciencias Económicas –incluida la Administración–. La norma estableció las pautas del ejercicio profesional, las funciones del/la administrador/a en la empresa, sus incumbencias en materia judicial en caso de quiebra o liquidación de sociedades o en cuestiones ligadas al peritaje, y los mecanismos de regulación del “accionar de los consejos profesionales en ciencias económicas en cuanto a su poder de policía, de otorgamiento de matrículas (…) y certificar las firmas de los/las matriculados”. Su reglamentación quedó a cargo de los consejos profesionales provinciales (Canales, 2013, pp. 10-12), lo que más adelante generaría problemas en las sucesivas normativas sancionadas para precisar incumbencias superpuestas con las de otras carreras de las Ciencias Económicas. Fueron creándose carreras ligadas a las diferentes funciones de la Administración, lo que implicó un solapamiento con la labor profesional del/la administrador/a cuyas pautas no estaban reguladas ni podían matricularse en los consejos profesionales, lo que derivó en que la obligatoriedad de la matrícula quedara “diluida” (Canales, 2013, p. 11). A veces esto se debía a la usurpación de incumbencias por parte de otras profesiones. Según Canales (2013, p. 2), las incumbencias de la administración son compartidas por profesiones como la de economista o contador público, lo que vuelve “inocua la separación entre profesiones”. Además, destaca que la ley otorgaba autoridad regulatoria a los consejos profesionales jurisdiccionales, pero estos no tenían recursos ni fuerza suficiente para ejercer el rol de policía. Con lo cual la Federación Argentina de Consejos Profesionales de Ciencias Económicas (F.A.C.P.C.E.) encontró dificultades para consensuar entre las diferentes jurisdicciones las incumbencias de las profesiones nucleadas en su federación (Canales, 2013, p. 2). En consecuencia, los consejos se centraron en la promulgación de resoluciones técnicas para precisar lo más posible la práctica profesional (como la resolución técnica de 2018 que veremos más adelante), pero carecieron de capacidad para una rigurosa aplicación (Canales, 2013, p. 11).

A partir del tercer gobierno peronista comenzó un periodo de ebullición en la Facultad de Ciencias Económicas, con implicancias no solo en los planes de estudio, sino también en el cuestionamiento del papel social de sus egresados/as. Esto se vio materializado en el reemplazo de cursos ligados a los intereses empresariales (especialmente de las firmas multinacionales) por asignaturas tales como Historia nacional y popular.10 Ese mismo año apareció el libro de elaboración colectiva ya referido, que manifestaba la necesidad de modificar profundamente el plan de la Licenciatura en Administración, así como el perfil profesional. El título del libro exponía una problemática que estaba presente desde la creación de la carrera: “Para qué y para quién estudiamos’’. La publicación analizaba la función histórica de la carrera, basada en la “colonización pedagógica”, y la urgencia de generar cambios concomitantes con el nuevo gobierno. Los principales interrogantes se resumen en la primera página:

¿Qué sentido tiene para los que estudian en la Facultad en un campo específico: la administración? ¿Qué contenido debe tener la carrera para poder ser útil al país y dar posibilidad de realización a quienes están en ella? ¿Qué función histórica cumplió la carrera en el país, y qué función puede cumplir? ¿Cómo se vincula con el proceso histórico reciente del país? (FCE, 1973, p. 1)

Las principales críticas apuntaban, por un lado, a la transnacionalización de la economía argentina con la consecuente necesidad de contratación de managers locales por cuestiones de costos e imagen; y por otro, a los planes de cooperación técnica con el gobierno de EE. UU. destinados a controlar la formación –principalmente en las facultades de ciencias económicas–, funcionales a los intereses de las firmas de dicho país. Según el escrito, el carácter “nacional” de estos cuadros estaba en duda, dado que el perfil de las y los candidatos estaba en función de los intereses de esas empresas (FCE, 1973, pp. 3-4). Por ese motivo, urgía formar directivos compenetrados con la emancipación nacional.

Llama la atención que en este opúsculo no se detalle la autoría, pero según Andrés “fue algo que escribió el nuevo decanato de la etapa democrática en el año 73, o lo encargó por algunos docentes que venían de la Administración y estaban subidos más a ese tren de la cátedra sobre las concepciones nacionales” (profesor en la carrera de Administración de la UBA, entrevista virtual, 22/03/2023). Andrés sintetiza los argumentos de la publicación: “Es una carrera importada, y con la importación de la carrera nos importan los problemas. (…) Y la carrera replica la estructura de una gran empresa (…); es pasar por los departamentos de una gran empresa. (…) Entonces, ¿cuáles son los problemas de administración que hay en Argentina verdaderamente?”. Y agrega que, al caer la dictadura de Lanusse, se incorporaron nuevos contenidos: el seminario sobre Administración del personal fue sustituido por Historia del movimiento obrero y relaciones laborales; se incluyó una materia sobre Empresas públicas; en lugar de Sociología industrial, vinculada al trabajo en la planta industrial, se agregó Sociología de las organizaciones. Por otra parte, se desplazaron de sus cargos docentes a los llamados columbian boys (FCE, 1973, p. 25).

Esta tendencia se desmoronó rápidamente en un contexto que estaba cambiando: en 1975 el plan de estudios volvió a su perfil anterior, si bien con algunas modificaciones11 (Fernández Rodríguez y Gantman, 2011, p. 165). Los debates internos del peronismo se agravaron con la muerte de Perón en 1974. El impacto de la crisis internacional de 1973 empeoró la situación y emergieron intentos de poner fin a un modelo redistributivo a través de métodos represivos. A su vez, los grupos armados reforzaron su accionar y la respuesta estatal fue la violencia para erradicar al enemigo interno: la subversión. El corolario fue otra interrupción de la vida democrática en 1976, que inauguró la implementación de políticas neoliberales a través del terrorismo de Estado. Comenzó así en Argentina un ciclo de cambios estructurales basados en el endeudamiento externo, la valorización financiera, la apertura a las importaciones y la desindustrialización (Rapoport, 2000).

Los años 80 marcaron el retorno al juego democrático. El presidente Alfonsín (UCR) asumió en una posición de debilidad y con una abultada deuda externa (Brenta, 2021). No obstante, la “primavera alfonsinista” estimuló intervenciones novedosas en los planos cultural, educativo e intelectual, amparadas en la recuperación de las libertades civiles. En tal escenario, la carrera de Administración dio lugar “a perspectivas heterodoxas de la administración por parte de autores tales como Kliksberg, Suárez, Martínez Nogueira y Oszlak”, tributarios de la teoría de la dependencia (Fernández Rodríguez y Gantman, 2011, p. 169, la traducción es nuestra). Estos profesores ofrecieron una visión diferente de la del management ortodoxo norteamericano.

Tras un corto ensayo de estrategias económicas heterodoxas, el gobierno radical retomó recetas de corte liberal, que ganaban protagonismo a nivel global. Los resultados dieron lugar a lo que luego se denominó la “década perdida”: disminución del gasto público, desregulación, caída de la actividad económica, aumento del desempleo, pobreza y desigualdad, a la vez que se afianzó la dependencia del financiamiento externo (Rapoport, 2000). La pérdida de legitimidad, que se aceleró con un proceso hiperinflacionario, condujo a una crisis social y la anticipación de las elecciones que colocaron a Menem en el Poder Ejecutivo Nacional. En su gestión, la Argentina se encolumnó con los intereses estadounidenses y los principios del Consenso de Washington, contrariando un discurso preelectoral que había enfatizado la necesidad de una “revolución productiva”. En afinidad con la Nueva Gestión Pública, se efectuó una reestructuración del Estado que redujo el aparato administrativo, se descentralizaron funciones y recursos y se privatizaron servicios públicos. Nuevamente, se fomentó el discurso tecnocrático, que legitimó el ingreso de cuadros empresariales a la arena política. En el plano económico, se ahondó en la reprimarización, la desindustrialización, la apertura comercial y la valorización financiera. Se acrecentó la extranjerización de la economía y la fuga de capitales, al ritmo de la elevación de la deuda externa (Svampa, 2005). Lo antedicho fue sustentado por una propuesta cultural aferrada al individualismo, la meritocracia, el desprecio por lo público y lo nacional, la veneración de lo privado y lo extranjero y el consumo como símbolo de bienestar y sentido de pertenencia. No es casual que en estos años la influencia norteamericana volviera a gravitar en la formación administrativa (Fernández Rodríguez y Gantman, 2011, p. 169). En esta nueva ola aparecieron los MBA, al tiempo que se dio una explosión de literatura managerial de divulgación en detrimento de la producción académica de conocimiento (Fernández Rodríguez y Gantman, 2011, p. 167).

En los primeros años del menemismo el acceso a productos importados vía endeudamiento opacó los efectos económicos negativos del modelo, que pudo sostenerse gracias al crédito externo. La crisis de 2001 marcó el cierre de este ciclo y su salida sostenida se inició a partir de 2003.

La persistencia de las tensiones en la profesionalización de la Administración
durante los últimos veinte años

Los últimos veinte años dan cuenta de la persistencia de las tensiones en los intentos de profesionalización de la Administración. En 2003 se inauguró una nueva etapa en la Argentina, signada por una fuerte recuperación económica con la consecuente disminución del desempleo. En este marco, los consejos profesionales regionales cobraron nuevos bríos y emergió en su seno la intención de matricular a los/as administradores/as. A modo de ejemplo, en 2010, en la provincia de Mendoza, la Asociación de Licenciados en Administración de Mendoza (ALAM) presentó en la Legislatura local un proyecto que luego fue sancionado como Ley de Ejercicio Profesional del Licenciado en Administración y su Código de Ética (Canales, 2013). Se trató de crear un consejo profesional conformado por licenciados/as en Administración: “todas aquellas disciplinas que tienen una visión integral de las empresas y las (…) que hoy dependen (en forma parcial, ya que, salvo la Lic. en Administración las restantes no están reguladas) del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Mendoza” (Canales, 2013, pp. 25-26). La medida generó un fuerte conflicto con los/as contadores agremiados en el consejo provincial existente (donde eran mayoría) porque este sufriría una merma en sus afiliados que se pasarían a la nueva institución. Al sentimiento de inferioridad que sufrían históricamente los/as administradores/as en los consejos profesionales –monopolizados por contadores/as– se sumaba la necesidad de crear un ámbito acorde con el discurso y las prácticas del management neoliberal para desterrar toda alusión a las formas fordistas de gestión. Algunas de las reivindicaciones vertidas por los/as administradores/as mendocinos/as se reflejan en el texto de Canales (2013, pp. 27-28): “falta de dignificación y divulgación de la Ciencia de la Administración”, “las personas de la organización no son ‘gestionadas’ sino ‘lideradas’”, “el rol y función del Licenciado en Administración debe ser el de un agente de cambio social”. En este sentido, Manuel, miembro del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, adhiere a la idea de que el imaginario sobre el/la administrador/a está asociado a habilidades blandas como la innovación o la proactividad, mientras que el del/la contador/a se vincula con los formularios, el papeleo y las tareas rutinarias. No obstante, señala que estas representaciones sociales no se traducen en ventajas concretas en el mercado laboral para los/as primeros, dado que la firma de los/as contadores sigue siendo un requerimiento para las empresas (entrevista virtual, 10/04/2023).

Más allá del caso mendocino, los Consejos Profesionales de Ciencias Económicas de todas las jurisdicciones sintieron la necesidad de aumentar la matriculación de los/as administradores/as. Así, el Consejo Elaborador de Normas de Administración (CENADMIN) de la Federación Argentina de Consejos Profesionales de Ciencias Económicas promulgó la Resolución Técnica N° 49, que estableció los requisitos para la elaboración de un Plan de Negocios.12 En su artículo 2 se estableció que el plan debía ser rubricado por un/a licenciado en Administración matriculado en el Consejo de su jurisdicción. Para la rúbrica, “el Licenciado en Administración debe tener independencia con relación al ente al que se refiere la información objeto del encargo”. El profesor Gerardo, quien participó en el Consejo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, resume aquellos debates:

La preocupación es porque no [se] inscribían los administradores. La conclusión práctica es porque no tenían nada que firmar (…). Entonces se planteó esto en la Federación y se organizó una comisión de Administración. Y entonces dicen “hagamos algo que pueda certificar el licenciado en Administración” y el plan de negocios es algo que piden los bancos a las empresas (…). Hubo mucha polémica (…) porque ¿cómo les va a sacar una firma a los contadores? Pero después se aprobó justamente porque la finalidad original era esta. (profesor titular consulto e investigador en la FCE-UBA, miembro del Doctorado en Ciencias de la Administración de la UNLP, entrevista virtual, 28/03/2023)

Una cuestión no saldada en relación con el ejercicio profesional de la Administración y que pretendía estar contemplada en el artículo 2 radica en la autonomía para la elaboración del plan de negocios. Sin embargo, la inserción del/la administrador/a es principalmente –y casi exclusivamente– en relación de dependencia, a diferencia del/la contador/a, que puede establecer un estudio contable con numerosos clientes. Esta relación intrínseca al rol de administrador/a desincentiva la matriculación debido a que para trabajar de administrador/a en tanto asalariado/a, no es necesario rubricar firma alguna ante el Consejo Profesional. A su vez, como expresa Manuel, esta situación permite plantear el interrogante acerca de la posibilidad –o no– de crear normas estandarizadas para el ejercicio de la disciplina y el peso que podrían tener en su profesionalización, contemplando que el perfil actual pondera la creatividad y la disposición al cambio permanente por sobre las actividades repetitivas (entrevista virtual, 10/04/2023).

A lo largo de los últimos años, el rol profesional del/la administrador/a continuó siendo puesto en cuestión. La profesionalización –al estilo clásico– siguió sin “completarse”. Las últimas tensiones descritas no contribuyeron a aumentar la cantidad de matriculados/as en los Consejos Profesionales jurisdiccionales, lo que no es otra cosa que una nueva muestra de las dificultades de lograr un acuerdo en torno a los alcances del ejercicio profesional del management y de la incidencia –poco reconocida en la literatura sobre sociología de las profesiones– de los procesos políticos en el desarrollo de las profesiones en el seno del capitalismo.

Conclusiones

El recorrido realizado nos permite identificar el modo en que los dilemas propios del campo de la Administración se plasmaron en la Argentina, tanto en su formación como en su ejercicio profesional. Encontramos en su “pecado original” un factor que cobra peso -aunque no exclusivamente- a la hora de reflexionar sobre las derivas en el proceso de profesionalización. Nos referimos al carácter propedéutico que predominó históricamente en los trayectos formativos, dando lugar a la superposición de competencias con otras profesiones. Estas condiciones restan competitividad a los/as administradores/as en el mercado laboral debido a la falta de especificidad y distinción. Al mismo tiempo, conducen a reflexionar sobre cuáles son las claves para comprender el camino de construcción de managers. ¿Debemos reparar en la profesión o en la posición de clase? (Battistini y Szlechter, 2017). Pareciera que el hecho de “hacer carrera” en la Administración se encuentra más atado al capital social y simbólico, a las relaciones personales y la herencia, que a las herramientas adquiridas en la academia (Khurana, 2007, p. 178); lo que lleva a cuestionar el rol de la universidad como vía para la movilidad social ascendente.

El análisis de los acontecimientos locales muestra en qué medida los factores externos condicionaron el camino de la profesionalización de la gestión, contemplando la posición periférica de la Argentina en términos geopolíticos y económicos. No obstante, hemos destacado que al calor de las coyunturas nacionales específicas es posible identificar rasgos que se vuelven necesarios para una reconstrucción crítica y situada de las problemáticas examinadas. Rescatamos este abordaje para abonar a las producciones que cuestionan la idea de una americanización homogénea y global de los estudios de la Administración. En este sentido, describimos el modo en que los diversos contextos fueron marcando el desarrollo de la Administración a partir de múltiples condicionantes: la relación de fuerzas entre actores internos y externos, la matriz productiva, la relación entre estructura social y ocupaciones, la institucionalidad política, las corrientes de pensamiento hegemónicas, las culturas políticas, entre otras.

De esta manera, elaboramos una periodización para caracterizar diferentes etapas y destacar puntos de inflexión. Señalamos una sostenida preeminencia del mercado en el establecimiento de criterios, acompañada por una tardía acción estatal orientada a regular e institucionalizar las actividades de gestión. Cuando esta surgió de manera firme a fines de los años 50, estuvo apegada a las necesidades del capital extranjero. Esta tendencia fue desafiada en los 70, pero su desarrollo quedó trunco. Luego, predominó la legitimación del discurso managerial al calor del “nuevo espíritu del capitalismo”. Si bien en el período 2003-2015 se observan intentos por contrarrestar algunos aspectos del orden neoliberal, advertimos alteraciones salariales y simbólicas que generaron una pérdida de estatus para los/as managers, pero no alcanzaron a cristalizar en cambios estructurales en su formación y función social. Bajo la gestión de Juntos por el Cambio tuvo lugar una recomposición del prestigio de los CEO. El escenario pospandemia plantea nuevos interrogantes.

Afirmamos entonces la importancia de explorar las circunstancias que marcaron el sinuoso trayecto de la profesionalización de la Administración en Argentina. Adoptar esta perspectiva evita colocar los casos periféricos como “incompletos” o “inconclusos” respecto de tipos ideales, para dar cuenta de sus condiciones y enriquecer así la historia de las profesiones desde una dimensión empírica. Apostamos a que el presente trabajo constituya un punto de partida para profundizar las reflexiones sobre la formación e intervención profesional de los/as administradores/as a la luz de las disputas en torno su rol social: ¿deben colocarse al servicio del capital u orientar sus acciones para satisfacer necesidades sociales? Entre los límites y potencialidades presentes podrán emerger propuestas de cara al futuro.

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1 Universidad Nacional General Sarmiento, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, dszlechter@campus.ungs.edu.ar, https://orcid.org/0000-0002-9299-591

2 Instituto de Industria, Universidad Nacional General Sarmiento, rberman@campus.ungs.edu.ar, https://orcid.org/0009-0002-4032-6972

3 Para un tratamiento más detallado de las perspectivas teóricas de la sociología de las profesiones, ver Freidson (2001) y Panaia (2006).

4 Es posible identificar literatura que se ha propuesto abordar al management desde diferentes perspectivas que, si bien han contribuido a ampliar la mirada crítica sobre el fenómeno, se centraron en algunos aspectos de este. Por caso, es posible mencionar a Mandiola (2010; 2013) y Mandiola y Ascorra (2010), quienes se focalizan en la crítica de la educación en negocios en Chile. Por otro lado, Luci (2012; 2017) ha analizado la formación de posgrado en negocios y su vínculo con las estrategias corporativas de reclutamiento de personal de mando. Todas estas obras, si bien ayudan a profundizar en torno a la formación y la carrera managerial, no abordan la cuestión de los intentos de profesionalización de la Administración en la región, ni las tensiones que generaron los esfuerzos por regular su ejercicio profesional. El enfoque que hemos elegido -el de la sociología de las profesiones- difiere de estas producciones, dado que procura estudiar las tensiones que emergen a partir de los intentos por parte del campo de la Administración por lograr legitimidad y reconocimiento social en tanto profesión.

5 Paralelamente al desarrollo de las profesiones clásicas, Hodgson (2017: 221) observa la emergencia de nuevas profesiones "modernas" (organizacionales o comercializables), dentro de las cuales se encuentran las organizacionales (Hanlon, 1998; Reed y Anthony, 1992).

6 Cabe aclarar que la Facultad de Comercio de la UBA fue inaugurada en 1910, mientras que la Licenciatura en Ciencias Comerciales data de 1911 y la Licenciatura en Ciencias Económicas de 1912 (Rodríguez Etchart y Rodríguez Etchart, 1915). Estas carreras fueron las precursoras de la Licenciatura en Administración.

7 Este carácter dual remite a la ambigüedad que históricamente caracterizó a la formación en Administración. Por un lado, en tanto proveedor de cuadros a grandes empresas y por otro, el intento de establecer una instancia de formación para la comprensión de las problemáticas de gestión en las empresas.

8 En 1959 Frondizi creó la Comisión Nacional de Administración del Fondo de Apoyo al Desarrollo Económico (CAFADE), encargada de administrar fondos provenientes del gobierno norteamericano. Estos surgían de los excedentes agrícolas de EEUU y tenían destinos de naturaleza geopolítica, es decir, para promover sus intereses en el exterior. Uno de ellos estaba centrado en las universidades, especialmente en el otorgamiento de becas bajo el pretexto de reducir ‘’el déficit de técnicos y administradores para solucionar los problemas económicos y de producción’’ (FCE, 1973: 6 y 7).

10 Según Gerardo, con la asunción de Cámpora ‘’en el 73 (…) había cátedra de Auditoría, que es una materia técnica (…), donde se leía el Libro Rojo de Mao. Es más, yo había terminado mi carrera de grado, quise hacer el doctorado y el rector en ese momento lo suprimió porque decía que era una cuestión elitista’’.

11 Un dato curioso aportado por Andrés: la cuestión de lo público no desapareció del plan de estudios, pero en lugar de Empresas públicas se creó un seminario sobre Administración pública, lo que permitía incorporar técnicas de gestión del ámbito privado a la función pública.