La vida social de los mercados contemporáneos
Brígida Renoldi1
María Soledad Sánchez2
papeles de trabajo, 18(33), enero-julio 2024, pp. 6-18
Los mercados constituyen la modalidad de coordinación económica más extendida e influyente en nuestras sociedades. Buena parte de los intercambios y prácticas socio-económicas que se producen en las sociedades capitalistas contemporáneas se articula en sistemas mercantiles, de modo que la forma de acceso a los bienes y servicios depende no sólo de mercados legales y regulados, sino –y acaso cada vez más– de mercados informales e incluso ilegales. En las últimas décadas, los mercados ingresaron a diferentes órdenes de la vida que solían organizarse por otros principios societales: la educación, la salud, la seguridad, la cultura. Así, los mercados ganaron importancia en las maneras en las que las personas y las familias acceden y/o garantizan su bienestar. La indiscutible centralidad de los mercados en el mundo actual además de económica es política y cultural, ya que las evaluaciones y valoraciones producidas por los mercados son formas centrales en las que percibimos y apreciamos el conjunto de personas, objetos y relaciones en las que vivimos (Aspers y Beckert, 2011; Fourcade y Healy, 2007, 2013).
Los intercambios económicos han sido parte de los intereses de la sociología y la antropología desde sus orígenes. El proceso de expansión de los mercados y la irrupción del dinero, como equivalente general para el intercambio, en los albores de la modernidad ocuparon un lugar central en la imaginación sociológica del siglo XIX e inicios del XX –como lo evidencian las obras de Karl Marx, Émile Durkheim, Max Weber y Georg Simmel–. Para los clásicos, los intercambios mercantiles debían ser abordados como hechos sociales y, como tales, no podían ser explicados sin hacer referencia a las instituciones, normas y representaciones sociales que los constituyen (Steiner, 1999). Al mismo tiempo, los clásicos observaban que la consolidación de la economía de mercado y la generalización del dinero como medio de intercambio constituían claras evidencias del proceso creciente de racionalización de la vida social que se desplegaba con la modernidad, por el cual la racionalidad instrumental gobernaba ámbitos cada vez más diversos del mundo social.
Por su parte, en las primeras décadas del siglo XX, la antropología se concentró en los intercambios de modo general, dando lugar al desarrollo del concepto de reciprocidad (Mauss, 1979) y a concebir una secuencia de formas en que las relaciones sociales se traman con objetos materiales e inmateriales. En su paradigmático libro sobre los argonautas del Pacífico occidental, Bronislaw Malinowski (1986 [1922]), se detiene en las implicaciones del kula, un ritual de intercambio de collares y brazaletes en Melanesia en el que se conectan esferas de índole diversa (mercantil, simbólica, estética, cultural) y que le permite cuestionar la separación y calificación de determinadas prácticas propias de la tradición occidental. El hecho de separar lo económico de lo ritual, por ejemplo, responde a la observación que Eric Wolf (1993) realizó en la famosa introducción al libro Europa y la gente sin historia a propósito del papel de las ciencias sociales en la separación de aspectos de la vida para su análisis. Según el autor, esta fue la manera en que las disciplinas científicas crearon y objetivaron expresiones sociales como la economía y el ritual, con el propósito de circunscribir campos de conocimiento. Interesado por el derecho contractual y el sistema de prestaciones económicas en las sociedades llamadas primitivas, también Marcel Mauss reconoce gran variedad y mezcla en aquello que denominó “hecho social total”, en el que se “expresan a la vez y de golpe todo tipo de instituciones: las religiosas, jurídicas, morales [...] y económicas, las cuales adoptan formas especiales de producción y consumo, o mejor de prestación y de distribución, y a las cuales hay que añadir los fenómenos estéticos a que estos hechos dan lugar” (1979 [1925], p. 157). Las etnografías sobre pueblos no occidentales han contribuido claramente a mostrar que los comportamientos interesados, lejos de oponerse, se anudan con los sistemas de dones y contradones, propiciando una mirada crítica sobre categorías y conceptos con los que se pretendió circunscribir y objetivar determinadas expresiones de la vida humana en la ciencia moderna.
Sin embargo, entre fines de los años cuarenta y sesenta del siglo XX, los mercados e intercambios mercantiles modernos –como otros objetos económicos en sentido amplio– permanecieron distantes de las preocupaciones centrales de la sociología y la antropología.3 Por un lado, la denominada pax parsoniana estableció un orden de distribución y distinción disciplinario relativamente estabilizado entre aquellos objetos estrictamente sociológicos y aquellos estrictamente económicos: el valor, los mercados e incluso el dinero quedarían, hasta la emergencia de la “nueva sociología económica” en los años setenta, fuera de los temas centrales de la sociología (Stark, 2009; Heredia y Roig, 2008). Por otro lado, si bien el intercambio se consolidaba como tópico central de la antropología, el desarrollo analítico, principalmente a partir de etnografías, se focalizó en los intercambios propios de las sociedades sin estado, hasta que la disciplina dio un giro hacia el estudio de las sociedades contemporáneas y los mercados modernos se incorporaron al campo de estudios antropológicos de la mano de trabajos tan diferentes como los de Paul Bohannan (Bohannan y Dalton, 1965), Maurice Godelier (1976) o Arjun Appadurai (1986).
Así, el término “mercado” se convirtió en un ejemplo paradigmático de la división disciplinaria entre la economía y el resto de las ciencias sociales. A lo largo del siglo XX, a medida que la perspectiva neoclásica se volvió dominante en la teoría económica y su visión monopolizó la mirada sobre la vida mercantil, la noción de mercado quedó reducida a un mecanismo abstracto y universal de coordinación de la oferta y la demanda, capaz de reflejar preferencias individuales de agentes racionales (vaciados de todo contenido social, moral y emocional): el homo economicus. A pesar de que el mercado se constituye como la institución primaria de todo el edificio teórico de la teoría económica clásica y neoclásica, el debate teórico sobre su naturaleza al interior de la economía, en tanto disciplina, aún puede considerarse pobre (Callon, 2008; Beckert, 2009).
Sin embargo, a partir de las décadas del setenta y ochenta, los mercados se convirtieron nuevamente en un objeto de indagación primario (y legítimo) para la sociología y la antropología. Como parte de un proceso más amplio de revitalización del interés por los objetos “económicos” en esas disciplinas (Hart, 1986; Parry y Bloch, 1989; Swedberg, 1993; Guyer, 1995; Smelser y Swedberg, 2005; Maurer, 2006; Zelizer, 2008; Dufy y Weber, 2009; Carrier, 2012), se crearon nuevas perspectivas que movilizaron teorías y herramientas metodológicas de las ciencias sociales para el estudio de los mercados (Lorenc Valcarce, 2012). Los cientistas sociales se propusieron abrir la “caja negra” de los mercados de la teoría neoclásica (Vatin, 2013), entendiendo que esta disciplina asume la existencia de los mercados en lugar de interrogarse sobre qué los hace posibles, y cómo y por qué funcionan. ¿Qué es un mercado? ¿Es aquel espacio abstracto e impersonal donde se encuentran mecánicamente la oferta y la demanda, convergiendo en la producción de un valor-precio? ¿Es un espacio autorregulado, ordenado por la única lógica que le sería inmanente y universalmente válida: la racionalidad instrumental? ¿Son las relaciones mercantiles puros vínculos interesados, ajenos o incluso opuestos a otras valoraciones y afectos? ¿Cómo se crean y regulan los mercados? ¿Qué relaciones de poder, competencia y conflicto se establecen entre los actores? ¿Cómo se producen y reproducen cotidianamente las transacciones mercantiles? ¿A través de qué procesos (materiales, morales, políticos) algo se convierte en una mercancía para ser comprada y vendida? ¿Cuáles son los marcos simbólicos y morales que organizan las transacciones mercantiles? ¿Qué ocurre cuando ciertos bienes como mercancías se encuentran moralmente cuestionados por (parte de) la sociedad? ¿Cómo, y a través de qué prácticas y dispositivos, se le atribuye un valor monetario a un bien, servicio o persona en un contexto mercantil? ¿Puede analíticamente disociarse el mercado de otras esferas sin las cuales no podría concebirse conceptualmente?
En su gran diversidad teórica y metodológica, los sociólogos y antropólogos estudiosos de los mercados coinciden en algunas premisas que ponen en cuestión los supuestos básicos de la teoría económica dominante. En primer lugar, que los mercados están socialmente construidos (Fourcade, 2007) y, por lo tanto, su configuración y sus lógicas no pueden pensarse como autónomas de otras esferas de la vida social: la política, la moral, la cultural, la afectiva. Más que como un principio puramente abstracto y universal de organización de la vida colectiva, la perspectiva socio-antropológica considera a los mercados como complejas arenas de interacción social (Beckert y Aspers, 2011; Preda, 2007), con determinaciones múltiples (Zelizer, 1988): los sistemas de relaciones sociales que los configuran, los poderes y normas que los regulan (tanto formales como informales), los contextos políticos y culturales que favorecen la mercantilización de ciertos bienes (o bien, que la resisten), y los marcos simbólicos y valorativos que movilizan los actores sociales en los intercambios (que van mucho más allá del puro interés o beneficio).
En segundo lugar, antropólogos y sociólogos parten de la existencia de los mercados en plural. Sin olvidar las grandes relaciones y retóricas de poder del capitalismo (globalizado), la mirada socio-antropológica señala que los mercados “realmente existentes” son heterogéneos, tienen lugar entre agentes y relaciones sociales situadas e históricamente variables, se enraizan en sociabilidades particulares y se estructuran según tecnologías y racionalidades específicas. Esta premisa teórica tiene un claro correlato metodológico: una empresa de investigación que prioriza los abordajes empíricos situados (incorporando incluso estrategias etnográficas para su análisis) y retrata una enorme diversidad de intercambios y relaciones mercantiles. Los mercados financieros (Zelizer, 1979; Abolafia, 1998; Callon, 1998; Knorr Cetina y Preda, 2005; Godechot, 2001; Knorr-Cetina y Bruegger, 2002; MacKenzie, 2006; Preda, 2007; Schinckus, 2008; Ho, 2009; Hart y Ortiz, 2014; Rona-Tas y Guseva, 2014; Zaloom, 2006), los mercados de bienes (como la vestimenta, la vivienda o la energía) (Callon, 1998; Bourdieu, 2010; Aspers, 2011), mercados de trabajo (Granovetter, 1973; Fligstein, 2001), los mercados ilegales (como los de drogas prohibidas, armas, o medicamentos de venta controlada) (Beckert y Wehinger, 2013; Beckert y Dewey, 2017; Azaïs, Kessler y Telles, 2012) y “mercados cuestionados” como el de los órganos humanos (Steiner y Trespeuch, 2023; Satz, 2010; Steiner, 2010; Healy, 2006; Scheper-Hughes, 2000). También en América Latina los estudios empíricos sobre mercados tomaron impulso en las últimas dos décadas. Aunque se abordaron mercados tan diversos como el de valores en Brasil (Müller, 2006), el de la seguridad privada en Argentina y Brasil (Lorenc Valcarce, 2014; Durão et al., 2023), el de hidrocarburos en Argentina (Castellani y Serrani, 2010), los mercados de crédito en Chile y Argentina (Ossandón, 2012; Luzzi y Wilkis, 2008), por mencionar solo algunos, en la región se ha destacado el interés por los mercados informales y populares (Alba Vega, Lins Ribeiro y Mathews, 2015; Gago, 2014; Rabossi, 2008; Pires, 2020; Chavez Molina, 2010), así como por los mercados ilegales (Misse, 2007; Renoldi, Álvarez y Maldonado Aranda, 2018; Feltrán, 2019; Sandoval Hernández, 2012; Asaïs, Kessler y Telles, 2012; Dewey, 2015; Sánchez, 2018; Puglia, 2018).4
Desde perspectivas socioantropológicas, los trabajos que conforman este dossier analizan la vida social de mercados contemporáneos concretos. Los textos aquí reunidos, recuperan distintas tradiciones de la sociología y antropología económicas y, a través de una variedad de objetos empíricos, evidencian que los mercados no son espacios puramente abstractos de circulación de servicios, bienes y dinero; tampoco los terrenos de la despersonalización más completa que sugiere la teoría económica mainstream. En los textos que compartimos aquí se muestra de qué modo los procesos sociales, culturales, políticos, morales, que hacen posible la existencia de los mercados, conectan diferentes dimensiones de la vida material e inmaterial de las sociedades, lo que les da su especificidad y forja sus diferencias.
El rol que las infraestructuras y dispositivos socio-técnicos tienen en la creación y configuración de los mercados ha sido un núcleo central para el desarrollo de la socioantropología económica contemporánea. Desde los años noventa, numerosos trabajos englobados en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología analizaron los efectos performativos de los saberes (como la propia teoría económica), los especialistas y/o expertos (como economistas o ingenieros), así como los dispositivos sociotécnicos (desde algoritmos y fórmulas, hasta programas informáticos y teléfonos) sobre los mercados y las transacciones (Callon, 2008; Callon y Muniesa, 2005; Callon, Milo y Muniesa, 2007; McKenzie, Muniesa y Siu, 2007). En un esfuerzo por recuperar estos desarrollos conceptuales, el trabajo de Juan Arrarás, “De tecnología de almacenamiento temporal a infraestructura permanente. Intervención del silo-bolsa para granos secos en los mercados agrícolas de Argentina (1995-2018)”, analiza el surgimiento de un sistema de almacenamiento de granos secos (las silo-bolsas) y su incorporación masiva entre los productores y otros actores de la cadena de comercialización del mercado agrícola argentino luego de la crisis de 2001. Al analizar el proceso de creación de este novedoso artefacto, el autor pone en evidencia no solo la materialidad de los mercados sino el rol creativo del Estado emprendedor, refutando supuestos que conciben al Estado como antagonista del mercado –en tanto se trata de un trabajo realizado por expertos del INTA que combinaron creación, mejoras del dispositivo y del terreno–, y recomendaciones para su implementación en los campos argentinos. Al mismo tiempo, el artículo reconstruye el modo en que los sectores medios y pequeños de empresarios graneros innovan tecnológicamente al incorporar bolsas de polietileno para hacer frente al acopio ante la falta de infraestructura fija. Así, los silos-bolsa emergen como respuesta de coyuntura y perfilan un impacto notorio en las técnicas de almacenamiento y comercialización de los granos, permitiendo la emergencia de nuevas estrategias especulativas y la consolidación de los granos como “moneda” (medio de cambio y reserva de valor). De este modo, el guardado de granos por parte de cada productor en momentos previos a la entrega a los acopiadores, reconfiguró la temporalidad del circuito comercial afectando a los sectores involucrados.
En las últimas décadas, estudios sociológicos y antropológicos han señalado que los mercados son espacios de construcción de sentidos y valores morales y, por lo tanto, de jerarquías sociales (Zelizer, 1979, 1985; Carruthers y Babb, 2000; Knorr Cetina y Bruegger, 2002; Fourcade, 2007; Fourcade y Healy, 2007; 2013; Aspers, 2011). Lejos de constituir meras “externalidades”, como en la perspectiva económica convencional, la producción de significados y valores –monetarios y no monetarios– es parte constitutiva de la dinámica mercantil. De allí que la noción de “valuaciones monetarias” sea más adecuada que la categoría económica de “precios” para describir el tipo de producción que los mercados realizan: los valores monetarios, incluso aquellos objetivados en la forma precio, se articulan con escalas de clasificación y valoración social y, por lo tanto, producen y reproducen formas de definir y valorar a las personas, a los espacios y a las cosas (Karpik, 2010; Aspers y Beckert, 2011; Lamont, 2012; Vatin, 2013; Wilkis, 2018). El texto de Florencia Labiano recupera estas líneas de trabajo de la sociología económica, en diálogo con los aportes de la sociología urbana, para pensar el mercado de alquileres como un espacio central en la producción simbólica de la Ciudad de Buenos Aires. La autora analiza la producción social de los precios y plantea que las representaciones sociales existentes sobre los diferentes barrios operan como recurso para incentivar el mercado inmobiliario de alquileres. Al sistematizar anuncios de oferta y demanda, sumada esta tarea al resultado de entrevistas con propietarios, inquilinos y agentes inmobiliarios, muestra cómo se pone en juego la reputación de los barrios a la hora de valuar las viviendas en base a la producción de sentidos sobre la ciudad. La autora reconoce que la valuación de las propiedades en el mercado de alquiler se produce a través de las formas de definir, clasificar y valorar los espacios habitables y, sobre todo, a partir de procesos selectivos que inciden tanto en la manera de divulgar en el espacio público las viviendas disponibles, como de elegir el perfil de inquilinos deseables. Este artículo contribuye a elucidar un fenómeno preocupante en la actualidad que es la escasez de vivienda para alquiler a largo plazo, condición que se riñe con un mercado creciente de alquiler temporario, notablemente fortalecido por la comercialización vía web.
Por su parte, desde una perspectiva etnográfica, Miranda Hochman también se interroga por la producción de las valuaciones monetarias en los mercados. En “El valor del pasado. Un análisis etnográfico de la negociación del valor entre personas y cosas en la Feria de Anticuarios de Acassuso”, a partir del análisis de los intercambios mercantiles en la zona norte del Área Metropolitana de Buenos Aires, la autora reflexiona sobre la forma en la que el valor de los objetos es producido en las interacciones y negociaciones entre feriantes y compradores. Siguiendo la invitación antropológica a poner el foco en aquello que se intercambia (Appadurai, 1991), Miranda Hochman analiza el rol que tienen las dimensiones simbólica y afectiva en la producción de valor de los objetos (que puede ser incluso mayor a su precio). Propone, además, un análisis sobre las transformaciones que se producen a partir de la incorporación de las plataformas digitales, una innovación de creciente importancia para los circuitos mercantiles en la actualidad. Al tratarse de tecnologías de mediación basadas en la venta por imágenes, la relación precio/valor varía imprevisiblemente, reconfigurando los formatos tradicionales de la feria de antigüedades.
Por último, en el artículo “Explorando lo social en los mercados. Apuntes sobre la comercialización alternativa de alimentos”, Lisandro Fernández reflexiona sobre los espacios alternativos para la comercialización de alimentos, impulsados por trabajadores de la agricultura familiar, particularmente del sector hortícola, a través de un análisis de la literatura. El autor sistematiza la producción académica nacional e internacional sobre el tópico con el propósito de comparar las diferentes realidades analizadas y los conceptos propuestos. Entre estos últimos, el de Comercialización Alternativa aglutina prácticas autónomas, recíprocas y no competitivas de coordinación económica. Frente a abordajes disociativos de la vida y la economía, estas concepciones reúnen ambas dimensiones con especial énfasis en la primera, es decir, impulsan la reproducción ampliada de la vida. Además, defienden lo que se conoce como Economía Social y la reconexión de los actores sociales con los alimentos, estimulando así la producción local en territorio para propiciar nuevas formas de relación entre sociedad y naturaleza. También introduce el concepto de Mercados Anidados, de la Nueva Economía Institucional. Las nociones de Redes Alimentarias Alternativas, Circuitos Alternativos y Circuitos Cortos de Comercialización son tratadas dentro del universo semántico de interés para el autor, todas centradas en principios como la solidaridad, la reducción de agentes mediadores, la sostenibilidad ambiental y la distribución equitativa del valor. Este trabajo también reconoce el papel de la comercialización vía web como un elemento de impacto –aún no suficientemente dimensionado– en este tipo de mercados.
Este dossier es, entonces, una invitación a explorar algunos de los tópicos centrales de la sociología y antropología de los mercados y, al mismo tiempo, a imaginar interrogantes y dimensiones relevantes para el desarrollo futuro de su agenda. En los últimos años, y reforzadas desde la pandemia por COVID-19, las plataformas digitales impulsaron la mercantilización en diferentes escalas. Ello generó un impacto notorio en las maneras que dominaban el intercambio de bienes, activos y servicios, a la vez que propició la reconfiguración de la arquitectura misma de los mercados. Las innovaciones digitales para los intercambios, reconocidas de modo exploratorio en la mayoría de los trabajos de este dossier, merecen toda la atención de las ciencias sociales, en indagaciones que contemplen su impronta y efectos para los diferentes circuitos mercantiles, su impacto sobre las prácticas y relaciones sociales de intercambio así como los importantes desafíos regulatorios que presentan para los Estados.
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Zelizer, Viviana (1988). Beyond the Polemics on the Market: Establishing a Theoretical and Empirical Agenda. Sociological Forum, 3(4), 614-634.
Zelizer, Viviana (2008). Pasados y futuros de la sociología económica. Apuntes de Investigación del CECyP, 14, 95-112.
1. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Instituto de Estudios Sociales y Humanos, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales - Universidad Nacional de Misiones, bbrire@gmail.com, ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2209-1308
2. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Centro de Estudios Sociales de la Economía, Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales - Universidad Nacional de San Martín, sanchez.masoledad@gmail.com, ORCID: http://orcid.org/0000-0002-7059-0611
3. La obra de Karl Polanyi y, en especial, “La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo” (2017 [1944]) es una importante excepción en esta narrativa, aunque las distinciones disciplinarias están lejos de los intereses del autor.
4. Para una revisión general de los estudios sociales de la economía en América Latina se recomiendan: Neiburg (2010); González y Madariaga (2018); Wilkis y Fridman (2018); Figueiro et al., (2023).