El valor del pasado. Un análisis etnográfico de la negociación del valor entre personas y cosas en la Feria de Anticuarios de Acassuso
Miranda Hochman1
papeles de trabajo, 18(33), enero-julio 2024, pp. 69-88
Recibido: 23/02/2024 - Aceptado: 29/04/2024
Este artículo analiza las interacciones entre personas y cosas en la Feria de Anticuarios de Acassuso, ubicada en la localidad de San Isidro, Buenos Aires. Indaga específicamente en la construcción del valor de los diversos artículos que se exponen en los puestos desde una perspectiva etnográfica, con especial atención a la dimensión material del encuentro entre las cosas y las personas. El objetivo es comprender los procesos de producción de valor y de venta de los objetos comercializados en la Feria, observando las relaciones entre feriantes, objetos y compradorxs. El artículo propone que el valor no es meramente una representación que las personas hacen sobre los objetos, sino que las propiedades materiales de las piezas, sus características más tangibles, intervienen en el establecimiento de su valor.
Palabras clave: Objetos; Materialidad; Valor; Precio; Ferias
This article analyzes the interactions between people and things at the Antiques Fair of Acassuso, located in San Isidro, Buenos Aires. It focuses on the construction of value of the items exhibited from an ethnographic perspective, paying special attention to the material dimension of the encounter between things and people. The aim is to understand the processes of value production and sale of the objects traded at the fair, observing the relationships between sellers, objects, and buyers. The article proposes that value is not merely a representation that people make about objects, but rather that the material properties of the pieces, their most tangible characteristics, play a key role in establishing their value.
Keywords: Objects; Materiality; Value; Price; Fairs
Ingresar en la Feria de Anticuarios de Acassuso es sumergirse en un mundo de objetos, donde lo que impera es la superposición, la convivencia, el encuentro entre múltiples y diversas cosas: botellas, videocaseteras, libros, muñecas, cuadros, vestidos, teléfonos, lámparas, espejos, vinilos, entre otros miles de objetos. Estos pueblan las tablas, mesas, vitrinas y estantes que componen los puestos. Y entre los puestos, lógicamente, se encuentran los feriantes:2 también múltiples y diversos, hombres y mujeres de todas las edades, que organizan sus piezas y esperan atentamente a potenciales compradorxs. Cada fin de semana, la Feria constituye un espacio de encuentro con texturas, olores, sonidos, imágenes y sensaciones de otros tiempos.
Este artículo pone el foco en la interacción entre las personas y las cosas de la Feria. Indaga en la construcción del valor de los diversos artículos que se exponen en los puestos desde una perspectiva etnográfica, prestando especial atención a la dimensión material del encuentro entre las cosas y las personas. Pretendo explicar cómo se conforma el valor, qué elementos intervienen, qué gestos e interacciones involucra, y cómo se constituye a partir del vínculo entre feriantes y objetos piezas. Busco también dar cuenta de la heterogeneidad de relaciones y criterios vinculados al valor al interior de la Feria, y afirmo que muchas veces estas valoraciones se superponen, contrastan o contradicen.
Comprendo aquí que “valor” no es sinónimo de “precio”. El valor es entendido como una noción más amplia que incluye, por ejemplo, dimensiones simbólicas o afectivas, materiales, saberes colectivos y jerarquías. El valor, en todo caso, puede derivar en precio a partir de la interacción entre feriantes, objetos y compradorxs, pero no lo determina de forma unívoca. En términos de Boltanski y Esquerre, en los momentos de intercambio, los objetos
se someten a una prueba que establece su valor, bien en forma de precio o mediante una valoración comparativa con otros objetos. El término «precio» hace aquí referencia al resultado de la prueba que tiene lugar cuando el objeto cambia de manos; se convierte en un hecho establecido una vez completada la transacción. El «valor», por otro lado, sirve de justificación para los precios y puede ofrecerse antes de la compra, como en el caso de un anuncio publicitario, o en respuesta al cuestionamiento de un precio. El valor […] hace referencia a las propiedades que se dice son inherentes al objeto en cuestión (Boltanski y Esquerre, 2000, p. 43).
El artículo propone que el valor no es meramente una representación que las personas hacen sobre los objetos, sino que las propiedades materiales de las piezas, sus características más tangibles, intervienen en el establecimiento de su valor. Busco comprender de qué modo la materialidad, o como propone Ingold (2007), los materiales, intervienen y actúan sobre el valor de las piezas, y ello sobre las personas. Lo que sigue es entonces un intento por dejar de considerar el valor de los objetos como una mera representación simbólica que las personas les confieren, para comprenderlo en cambio como un proceso en el cual tanto humanos como no-humanos inter-actúan y se hacen mutuamente.
Con este fin, busco captar la especificidad que este proceso adquiere en la Feria de Acassuso, como un “dominio material específico” (Miller, 2001, p. 7). ¿Qué agentes participan en el proceso? ¿De qué modo el cristal, la porcelana, la madera, el hierro, el bronce, dialogan con las personas y actúan sobre el precio que les es asignado? ¿Qué nos pueden decir las superficies, las texturas, sobre la biografía de las piezas? ¿Qué aspectos importan3 a la hora de valorar un objeto?
Finalmente, analizo el modo en que el vínculo con los objetos se ve transformado a partir de la expansión del uso de plataformas de compra y venta en línea. ¿Cómo modifican las prácticas de compra y venta el uso de Mercado Libre o eBay? ¿En qué medida cambian también los modos de concebir y construir el valor de los objetos cuando el encuentro ya no se produce en un mercado físico, sino en la nube?
Metodología: el trabajo de campo
Este artículo se desprende de mi tesina de grado titulada “Las personas y las cosas: Una etnografía sobre la Feria de Anticuarios de Acassuso” de la Licenciatura en Antropología Social y Cultural de la Universidad Nacional de San Martín. Para dicha investigación, entre diciembre de 2020 y diciembre de 2021 visité la Feria durante los fines de semana. El trabajo de campo comenzó una vez que la Feria volvió a funcionar tras las restricciones a causa de la pandemia. Los primeros meses de la investigación estuvieron marcados por los cuidados recomendados para evitar la propagación del COVID-19, especialmente si se tiene en cuenta que muchos de los feriantes eran considerados “población de riesgo” por su edad. La distancia física era imperativa. Muchos puestos colocaban carteles que pedían a lxs visitantes “no tocar” los objetos, aunque a veces esto se debía no al COVID-19 sino a la fragilidad de los mismos.
Con el tiempo, estos cuidados se flexibilizaron, a veces un poco más rápido que lo que las recomendaciones oficiales dictaban. El intercambio en la Feria requería múltiples contactos: la cercanía de los puestos, la convivencia de un público caudaloso, pero sobre todo, la necesidad de tocar los objetos, de pasar piezas de mano en mano, aproximarlas al rostro para sentir su olor; estas eran acciones cruciales en la tarea de mostrar, comprar y vender.
Durante el trabajo de campo me dediqué fundamentalmente a la observación con y sin participación (Guber, 2001); intenté “descubrir los marcos tan diversos de sentido con que las personas significan sus mundos distintos y comunes” (Guber, 200, p. 24). Sentada junto a los feriantes, pasé largas horas no solo en conversaciones distendidas, sino también familiarizándome con sus objetos. En mi diario de campo describí sistemáticamente texturas, propiedades de los materiales y sustancias, formas, colores, sonidos. También registré las interacciones con los objetos sostenidas por lxs visitantes. De este modo, pude no solo acercarme a las experiencias de los feriantes, sino también a las reacciones que suscitaba el encuentro con los objetos en el público en general, y las prácticas de compra y venta que tenían lugar en la Feria. Mi atención estuvo puesta en gestos, formas de manipular los objetos, sonidos y melodías, relatos y narraciones sobre el pasado; también en la interacción de las piezas con otros elementos de la Feria, con el sol, el frío, y el constante paso del tren que las hacía vibrar.
Sobre ferias, cosas y personas
Es extensa la literatura en las ciencias sociales sobre ferias situadas en diversas regiones de Argentina, tal como demuestra el minucioso trabajo de síntesis realizado por Busso (2011). Sus escritos ponen el foco en las condiciones de informalidad que caracterizan el trabajo en ferias, haciendo especial énfasis en los vínculos entre feriantes, las dinámicas sociales que allí se despliegan, los usos del espacio público y las negociaciones con gobiernos municipales o provinciales (Schiaffino y Di Nucci, 2015; Flores et al., 2017; Pérez, 2017, 2018; Pilatti, 2020).
Por fuera de estos abordajes, mayormente asociados al mundo del trabajo y el consumo, existen otras investigaciones que se concentraron en dimensiones menos exploradas. Tal es el caso de Ana Fabaron (2005), quien realizó su tesis de maestría en la Feria de Mataderos, donde indagó etnográficamente en las representaciones de la Nación que allí tienen lugar. Este interés por aspectos de las ferias menos abordados también es desarrollado en la tesis de maestría de Claudia Cardoso Goularte (2017), realizada en la feria montevideana de Tristán Narvaja, dedicada principalmente a la compra y venta de objetos usados. La etnografía de Cardoso Goularte está construida desde la experiencia de mirar, visitar y recorrer la feria , en la búsqueda de encontrar aquello que para otros pueda pasar desapercibido, como hacen sus visitantes y puesteros. La autora se pregunta acerca de los vínculos de los feriantes con la feria, las trayectorias que los conducen a este espacio, las relaciones entre puesteros, la conexión entre la Feria y la historia del Uruguay. Su investigación presta especial atención a los sentimientos que experimentan tanto puesteros como visitantes regulares ante el encuentro con los objetos.
La propuesta analítica de este artículo retoma la perspectiva de autoras como Cardoso Goularte y Fabaron, en tanto busca dar cuenta de aspectos menos explorados del comercio en ferias. Mientras el grueso de la bibliografía sobre ferias se ha concentrado en las dinámicas sociales entre feriantes, las características del trabajo informal y las disputas políticas con los gobiernos locales, este trabajo reflexiona sobre la interacción material entre personas y objetos y la construcción del valor de las piezas que surge de dicha interacción.
Dado que el foco está puesto en los vínculos entre personas y cosas, la literatura inscripta en el campo de la antropología de las materialidades resulta fundamental. En esta línea, antropólogos como Daniel Miller (2001, 2002, 2005), Tim Ingold (2007) y Bruno Latour (1993, 2008) proponen superar el dualismo “sujetos – objetos”. Es decir, buscan dejar de considerar al aspecto material de la existencia como una simple tabula rasa (Ingold, 2007, p. 3), como materia inerte o pasiva sobre la que se imprimen las ideas y significados de “la sociedad”, la cual resulta a su vez reificada o fetichizada. En cambio, sugieren pensar a los objetos y a la materia que componen el mundo como agentes que intervienen activamente en los vínculos, prácticas e ideas de las personas, y que están en constante contacto tanto con humanos como con no-humanos. El objetivo, a partir de lo postulado por Miller, es promover la igualdad entre personas y cosas para reconocer su dependencia mutua; “mostrar cómo las cosas que hace la gente, hacen a la gente” (Miller, 2009, p. 24).
En lo que respecta específicamente a los objetos de colección y las antigüedades, los ensayos de Benjamín (por ejemplo, “Desempacando mi biblioteca”, de 1931), y su analogía entre el acto de coleccionar y el gesto de filosofar, me permitieron reflexionar de un modo más complejo sobre la producción del valor en la relación entre cosas y personas. Lo mismo Baudrillard (1969), quien analizó la especificidad de los objetos antiguos en contraste con objetos de carácter “técnico” o “moderno” para señalar que las piezas antiguas responden al deseo de “testimonio, recuerdo, nostalgia, evasión”. Este artículo se sustenta sobre las reflexiones de estos autores dado que ayudan a pensar los modos en que personas y objetos interactúan y producen efectos concretos, tangibles, sobre el mundo social.
Un cajón de nogal, una pieza de cristal. El contacto con la materia
En septiembre de 2020 me encontré con Gustavo en su local de antigüedades en Acassuso, en lo que fue una de mis primeras incursiones al campo, antes de que la Feria abriera después del aislamiento. En ese encuentro, Gustavo me invitó a conocer los objetos que colmaban su local. Caminamos entonces entre muebles de más de 200 años, jarrones transoceánicos, tapices que posiblemente adornaron importantes salones de antaño.
En determinado momento nos detuvimos frente a un escritorio holandés del siglo XVIII. Gustavo abrió uno de los cajones, que se encontraba repleto de herramientas y boletas de luz. “Y bueno, yo los uso…”, aclaró entre risas de ambos. Gustavo insertó su mano en el fondo del escritorio y extrajo un cajón oculto. Lo dio vuelta para exhibir el revés, y me pidió que lo sostuviera. “¿Ves cómo está hecho esto? Pasale la mano, ¿sentís?”. Mientras cumplía el gesto, Gustavo orientaba mi percepción: “¿Sentís la irregularidad? Acá se ve la herramienta. ¿La sentís o no?”. Aunque mi respuesta de cortesía fue un tibio “sí… más o menos”, lo cierto es que no me fue posible captar aquello que sus palabras indicaban. La frustración fue, sin embargo, un dato: en el tacto y en la conexión del tacto con la mirada, se cifraba su saber. Gustavo podía “tocar” para “ver” una herramienta en acción tres siglos atrás. Me explicó que el cajón era de madera de nogal, que la irregularidad de la superficie indicaba que había sido hecho a mano, con una herramienta específica cuyo nombre no pude retener. Gustavo recreó el trabajo del ebanista: hizo la mímica del gesto con que este le habría dado forma al cajón. De algún modo se comportaba como un historiador indicial, que ponía en relación vestigios, huellas, indicios (Serna y Pons, 2000).
Algunos meses más tarde, ya en la Feria, me encontraba en el puesto de Esteban, un joven feriante. Conversábamos sobre los objetos que componían su mercadería cuando mencionó que tenía algunas copas de cristal y otras de vidrio. Al preguntarle por la diferencia entre ambos materiales, tomó una pieza pequeña y la expuso a la luz del sol. Inmediatamente aparecieron colores proyectados sobre el suelo y la lona verde del puesto. De este modo, Esteban quería mostrarme que el cristal, a diferencia del vidrio, refracta la luz, produciendo “el arcoíris”. Le pregunté si el sonido que se producía al golpear suavemente un objeto de cristal también servía para identificar el material. Ante mi pregunta tomó un cenicero de cristal y lo golpeó suavemente. El cenicero no emitió sonido. “Es un chamuyo”, sentenció.
Gustavo y Esteban me permitieron comprender los límites de la palabra a la hora de apreciar los objetos que circulan en la Feria. Sus descripciones verbales eran necesarias, pero al mismo tiempo insuficientes. Tocar, mirar, escuchar y “sentir” eran acciones fundamentales moldeadas por el oficio, de las cuales se derivaban valoraciones, “verdades” en el sentido amplio del término. ¿Qué nos pueden decir estas dos escenas sobre la forma en que las materias (humanas y no-humanas) interactúan? ¿Qué reflexiones sobre el valor de estas mercancías podemos aventurar?
Tim Ingold propone “tomar a los materiales en serio” (2013, p. 37). El autor expresa su crítica a los estudios de materialidad porque, en pocas palabras, reproducen la idea de que habría efectivamente una materialidad y, por lo tanto, una inmaterialidad (llámese mente, significados, representaciones o ideología). En cambio, Ingold concibe que estamos sumergidos en un “océano de materiales”, donde no existe un principio o un fin de la materia, sino superficies que entran en contacto, una continuidad corpórea del mundo, de elementos tanto orgánicos como inorgánicos. Propone entonces prestar atención a los materiales, a las cosas de las que están hechas las cosas (“the stuff that things are made of”, Ingold, 2007, p.1) y, principalmente, a sus propiedades.
Esteban mostrando la refracción de la luz sobre un cristal. Fotografía de la autora, agosto de 2021.
En esta línea, Ingold critica los estudios de autores como Daniel Miller, por poner el foco en el consumo más que en la producción. Según Ingold, tales investigaciones toman como punto de partida “un mundo de objetos que desde ya se han […] cristalizado fuera de los flujos de los materiales y sus transformaciones” (Ingold, 2013, p. 30), es decir, son presentados como entidades acabadas, agotadas. Sin embargo, luego de observar el consumo en la Feria, concretamente la compra y venta de piezas viejas, antiguas y demás objetos, podríamos decir que estas acciones no implican necesariamente que esas piezas se entiendan como “cerradas” en sí mismas. Más bien, ese flujo de la vida en que las piezas están insertas, según pude observar, frecuentemente era resaltado a la hora de realizar una venta: se narraba de dónde provenían los objetos, se buscaba dar cuenta de cómo se produjeron o de los cambios que habían atravesado, recurriendo a los sentidos sensoriales para ello; también se lanzaban elucubraciones sobre el destino de las piezas en el futuro. Esto, en definitiva, evidencia que las piezas continúan en el proceso de producción, aun cuando ya pueden ser consideradas bienes de consumo.
Las dos escenas etnográficas descriptas al principio de esta sección (Gustavo y el cajón de nogal; Esteban y la pieza de cristal) son claros ejemplos de la concepción de los objetos inmersos en el flujo de la vida de la que habla Ingold. Gustavo me enseñó cómo el gesto del ebanista holandés, realizado hace más de 200 años, había quedado inscripto sobre la superficie del cajón. El nogal, gracias a sus propiedades, exhibía aún la huella de la herramienta utilizada para darle forma. Al pasar la mano por la madera Gustavo y yo entrábamos en contacto con aquel gesto, perpetuado en el tiempo y reactualizado en la textura del cajón. Él buscaba volver a experimentar ese contacto y me invitaba a vivenciarlo. Piel – madera – herramienta – mano son algunos de los elementos que forman parte de ese cajón, entendido como un proceso abierto y en constante transformación. Aquello que Gustavo guardaba en el escritorio también era parte de ese flujo de la vida (contenedor de boletas de servicios y herramientas) hasta tanto fuera vendido. Es posible afirmar, entonces, que los objetos exhibidos y en venta no se encuentran cerrados sobre sí mismos, sino que están sumergidos “en el océano de materia”, conviven con otros elementos materiales, interactúan y se transforman los unos a los otros.
El caso de Esteban y la pieza de cristal, por su parte, ejemplifica la interacción y convivencia de múltiples actores en ese proceso de mutua construcción de objetos y personas. Aquí, las manos del anticuario movían la pieza de cristal, el sol impactaba sobre su superficie, la luz se reflectaba sobre la lona verde, nosotros captábamos los prismas de colores con la vista. Todo esto sucedía simultáneamente y Esteban podía afirmar, a partir de esta interacción, que la pieza estaba hecha de cristal. (Re)conocer ese material, tener la capacidad de dar cuenta de la red de agentes (Latour, 2008) que conforman la pieza (incluidos Esteban y yo) permitió a este vendedor atribuir un determinado valor al objeto. En ese valor intervinieron todos los elementos mencionados; sin ellos parecía imposible identificar las diferencias entre uno y otro material y, en consecuencia, establecer jerarquías.
En la Feria registré la convivencia de muchísimos otros materiales que cotidianamente debían ser identificados para definir valores o para justificar precios frente a posibles compradorxs. Observé cómo un feriante recorría la superficie de una araña4 con un imán para confirmar que estaba hecha de bronce; la dueña de un puesto de vajilla colocaba una tacita contra una lámpara para corroborar que fuera de cerámica o, en su defecto, de loza; otro vendedor hablaba con sus clientes sobre la “textura del sonido” de los discos de vinilo en el aire mientras sonaba Another Brick in the Wall de Pink Floyd desde un viejo tocadiscos.5 Estas son algunas de las manifestaciones de la convivencia entre agentes humanos y no humanos, entre materiales diversos que se muestran en mutua construcción. Entre las y los feriantes encontré lo que Ingold llama un “conocimiento nacido de la percepción sensorial y el compromiso práctico” que los muestra habilidosos, especializados, participantes de un “mundo de materiales” (Ingold, 2007, p. 35).
Este modo de especificar y jerarquizar las cualidades de los objetos era usual entre los así llamados “anticuarios” que conocí en la Feria. Sin embargo, no era el único. Conocí también lo que, con relación a los materiales, algunos comerciantes llamaban “vender al peso”. Ante la imposibilidad de vender algunas piezas mis interlocutores decían, en algunas ocasiones, “venderlas por su peso”. Esta fue la suerte, por ejemplo, de una estatuilla de bronce que Héctor tenía desde hacía meses exhibida en el puesto, para la que consideraba casi imposible encontrar alguien que la compre. En estos casos, se “reducía” la pieza al material del que estaba compuesta: lo que se vendía era el material en sí, no ya la forma, la función, las características estéticas, su historia o todos los otros elementos posibles que componen al objeto. Anulado todo ello, el precio se veía disminuido significativamente. En una ocasión Ricardo y Lucio se encontraban conversando sobre una araña que había vendido el primero:
“La regalé”, dijo Ricardo, refiriéndose a la araña que había logrado vender. Lucio le respondió que no le parecía mal el precio al que la había vendido. Ricardo respondió comentando los caireles que adornaban la araña: “tampoco son de plástico”, insinuando así que tampoco eran de tan mala calidad. Dijo que había tenido que venderla ‘al peso’. Pregunté qué significaba eso y me dijeron que, si tenés una pieza, por ejemplo, una araña, y pasás mucho tiempo sin venderla, conviene venderla al peso “para sacársela de encima”.
Pregunté si había un precio preestablecido para cada material y me dijeron que no, pero que por lo general el bronce se cobra $600 el kilo. Aunque, afirmaron, siempre conviene venderla como pieza, pero eso implicaría “ponerle mucho trabajo, dejarla bien linda, es todo un trabajo…”. (Nota de campo, 09 de mayo de 2021)
Esta conversación me permitió advertir la existencia de valores para las sustancias (bronce, hierro, oro, plata, etc.) dispuestos por el mercado, que ofician de base para establecer los precios y que en algunas circunstancias se agotan en ellos. Esto sucedía cuando los comerciantes percibían que no había compradorxs dispuestxs a adquirir las piezas como tales, a valorarlas por todos los elementos que las componen, incluyendo el material pero también lo que ese material narra sobre el objeto: su historia, su origen, su paso por el tiempo. Esta falta de interés por parte de lxs compradorxs derivaba en que el precio fijado fuera mucho menor que lo que podría haber sido si hubiera habido interés. Vemos en este caso que los comerciantes decidían renunciar a ese valor para encontrar compradorxs y obtener, al menos, una ganancia posible.
A partir de lo analizado, puede afirmarse que los materiales y la forma en que las personas interactúan e intervienen sobre sus propiedades hacen a la construcción del valor de los objetos. No es lo mismo el modo en que los feriantes experimentan el vidrio que el cristal, el hierro que el bronce, la loza que la porcelana, y en ese vínculo se establecen jerarquías entre los materiales, que se expresan en sus precios. Estas jerarquías, sin embargo, no son meras “representaciones sociales” sobre la calidad de los objetos. Como explicaba Esteban, el valor también es “una cuestión de impacto” o, en otras palabras, refiere efectivamente a la experiencia, a la percepción sensorial de esos materiales. El modo en que podemos percibir visualmente, pero también a través del tacto, del olfato, el oído, el efecto de los materiales sobre nuestra propia materialidad y sobre la materialidad del resto del mundo: todo ello interviene en la configuración de su valor.
En esta línea, Ingold (2007, p. 36) señala que los materiales “no existen”, sino que “acontecen”:
las propiedades de los materiales [la traslucidez de la porcelana, el tono verdoso del vidrio, la fragilidad del papel], considerados como componentes de un ambiente, no pueden ser identificadas como fijas, o atributos esenciales de las cosas, sino más bien como procesuales y relacionales. No son ni objetivamente determinadas ni subjetivamente imaginadas, sino experimentadas en la práctica. En ese sentido, toda propiedad es una historia condensada. Describir las propiedades de los materiales es contar la historia de lo que les sucede a medida que fluyen, se mezclan y mutan.
Sin embargo, como veíamos, no todas las personas percibían y se vinculaban con los materiales del mismo modo; mientras que anticuarios o coleccionistas demostraban un saber en relación con el valor de las piezas, ese “conocimiento” y “compromiso práctico” que nombra Ingold (2007, p. 35), muchas veces lxs compradorxs requerían demostraciones, explicaciones, ante las cuales tenían reacciones diversas. Si mostraban desinterés, los feriantes podían intentar convencerlos del valor de la pieza al invitarles a interactuar con los mismos, o a través del relato de su historia, con lo cual podría acordarse un precio elevado. Recurrían, en este caso, a lo que Boltanski y Esquerre denominan la “prueba” del valor de los objetos, como un momento en el que los materiales interactúan y sus propiedades e historias “acontecen” (Ingold, 2007). O bien, podían renunciar a este valor y conformarse con un precio más bajo para aumentar las probabilidades de vender la pieza. La interacción entre anticuarios o comerciantes y compradorxs se presentaba entonces como el escenario de una negociación, donde lo que estaba en juego para los primeros era la posibilidad de obtener dinero por el valor de la pieza en su totalidad, desde su conocimiento y compromiso práctico. Esta negociación,6 las pruebas que allí tienen lugar y el contacto entre materiales, todas conforman el valor de la pieza.
Sellos de autor y muñecos Jack. En busca de la excepcionalidad
Este apartado se enfoca en las posibilidades de advertir el trabajo humano en las piezas. La presencia de “historias condensadas” en los objetos y la posibilidad de percibirlas conforman uno de los criterios que importan a anticuarios y coleccionistas a la hora de valorar una pieza como “especial”. Cuando diversos anticuarios y coleccionistas mostraban sus objetos, cuando explicaban por qué tenían un valor particular para ellos, frecuentemente aludían a un criterio de excepcionalidad.7 A continuación, trataré de describirlo según era empleado como fuente del valor de sus piezas.
La excepcionalidad de una pieza deriva de diversas razones y factores. En general, incluye a los objetos que fueron producidos artesanalmente, pero también a aquellos artículos de producción en masa que presentan características que los hacen únicos. Retomando lo desarrollado en el apartado anterior, argumento que muchas veces anticuarios y coleccionistas valoran más las huellas del pasado, las marcas de gestos únicos que le confieren al objeto su excepcionalidad, que el objeto en sí. O, más bien, se valora el objeto en tanto expresión de eso que sucedió, como “manifestación de una causa previa” (Strathern, citada en Miller, 2005, p. 18). Retomo esta definición para aproximarme a lo que les importaba a los feriantes en relación con sus objetos.
En primer lugar, existe el valor otorgado al trabajo humano inscrito en una pieza cuya superficie perpetúa los gestos de quien la elaboró, así como la intervención de otros elementos que le dieron forma, tal como veíamos en el caso del cajón de nogal del escritorio holandés. En una ocasión mientras conversaba con Esteban, comentó que “las cosas hechas a mano tienen más valor que las hechas en serie”. A continuación, me mostró un plato alemán pintado con oro, cuyos dibujos decorativos eran desiguales, irregulares, lo que demostraba que estaba trabajado “a mano”. La firma de su autor en el revés del plato y el sello que indicaba que había sido hecho en Alemania, ambas marcas señaladas a su tiempo por Esteban, oficiaban de evidencia, brindando verosimilitud a sus palabras.
En este sentido, retomando el análisis de Strathern, podría decirse que algunos objetos son excepcionales en tanto ponen de manifiesto el trabajo humano que le dio forma. Ese diálogo entre materiales, entre persona y materia, sucedido en otro tiempo, tiene como consecuencia la pieza que hoy se encuentra en la Feria. A veces esta autoría se explicita mediante una firma o un sello, como el que me enseñaba Esteban.
En una conversación entre Fred Myers, Barbara Kirshenblatt-Gimblett y Annette Weiner, los autores señalan que “la conexión entre la cosa y la persona es lo que establece el valor”, y también que existe un cierto interés de las personas por “encontrar, en el mundo de los objetos, algo que se diferencie por quién lo poseyó antes y que, por lo tanto, diferencia a quien lo posee ahora” (Blanco Esmoris et al., 2020, p.107). De esta forma, afirman, se produce esa “distintividad”. Encuentro que este comentario puede echar luz sobre el modo en que se produce o se establece el valor de determinadas piezas, especialmente cuando éstas pueden ser asociadas con quienes las elaboraron o las poseyeron en el pasado, a través de marcas (sellos, firmas) o características (texturas, estilos) que anticuarios y coleccionistas se ocupan activamente de identificar.
En una ocasión, mientras conversaba con José en su puesto, comentó que los coleccionistas buscaban “cosas raras”. Puso por ejemplo monedas o billetes fallados, porque son “únicos”: “como coleccionista querés tener la pieza única. Lo que menos hay, vale más”. Ese día también narró la historia de los muñecos Jack, y de cómo antes eran pintados a mano. Explicó que “Felfort contrataba a la gente del barrio, les daba muñequitos y los potes de pintura y les pagaba por pintarlos a mano. Entonces, tal vez a uno se le acababa la pintura y, como quería que le pagaran la pieza, pintaba con otro color, por lo que había variantes de color”. “Los Jack existen desde los sesenta”, siguió, “pero ahora son chinos, son perfectos, no tienen fallas ni variaciones”. Durante un rato me mostró muñecos Jack con variaciones de color ofrecidos por miles de pesos en la plataforma Mercado Libre, así como también billetes con errores de impresión, monedas falladas y otros objetos excepcionales. “El coleccionista busca la rareza, no completa la colección, sino que va buscando fallas”, sentenció José finalmente. Las fallas (o el acto creativo, según se lo enfoque), en estos casos son la huella del trabajo humano artesanal investido en la pieza; valorar esta modalidad de la presencia humana en la elaboración de un objeto puede ser también percibir las imperfecciones en el mismo, aquello que la producción y circulación de mercancías en la fase actual del capitalismo global tiende a controlar y anular. Esta misma idea puede encontrarse en la obra de David Graeber, quien afirma que “el valor emerge de la acción; es un proceso por el cual la potencia invisible de una persona –su capacidad de actuar– deviene una forma concreta, perceptible” (2001, p.45. Traducción propia). Lo que otorga valor al objeto, en este caso, es la “acción humana previa” que de alguna forma queda perpetuada en él (Sutton, 2004, p. 375. Traducción propia).
En la mencionada conversación entre Kirshenblatt-Gimblett, Weiner y Myers, este último señala que “cualquier ítem o conjunto de diferencias” puede, potencialmente, devenir un objeto que permita a la gente distinguirse cuando lo adquiere. Los objetos coleccionables no son solamente aquellos “estéticos”, sino “todo aquello que sea capaz de diferenciarse por su escasez y su singularidad” (Blanco Esmoris et al., 2020, p. 96). Entiendo, entonces, que el criterio de “excepcionalidad” también hace referencia a la escasez de cierto tipo de objetos, al hecho de que existe una cantidad finita de ellos. Al respecto, Carlos, un coleccionista reconocido en la Feria y en el ambiente del coleccionismo, explicaba:
Cuando [un objeto] se hace masivo pierde valor, lo mismo sucede con los juguetes. No lo hacían en serie, se hacía uno, después otro… El objetivo no era coleccionar, por eso tiene valor coleccionable. Hoy en día con una peli salen 500 cosas de merchandising. Ya no tiene el mismo valor, lo que tiene valor son las cosas que van desapareciendo, que son difíciles de conseguir. Por ejemplo, aunque sea una Barbie, en el año 58 se hicieron muy pocas, por eso tiene valor coleccionable. Hoy todo es chineada, tienen el mismo origen. (Nota de campo, 20 de junio de 2021).
Carlos propone una idea que considero importante tener en cuenta: antes “el objetivo no era coleccionar”, y eso según él define que la pieza o la serie de piezas tengan “valor coleccionable”. Es decir, que habría habido un cambio –Carlos emplea primero el tiempo pasado y, luego, el tiempo presente para referirse a los dos tipos de objetos– definido por un pasaje de un tiempo de cosas escasas con valor coleccionable, a un tiempo de masividad, de objetos fáciles de conseguir (“chineadas”) y, por lo tanto, fácilmente acumulables (fácil de completar la serie). En este sentido, puede comprenderse que la tarea de coleccionistas y anticuarios muchas veces esté vinculada a buscar y encontrar rarezas, piezas únicas, “difíciles de conseguir”.8
La excepcionalidad, ya sea que está dada por una falla, porque fue realizada por determinada persona, porque es imperfecta, porque es escasa o por cualquier otro motivo, permite distinguir objetos especiales de lo que resulta considerado “chatarra” o “basura”. Como señalaba Myers en la entrevista a Weiner, “cualquier ítem […] tiene el potencial de convertirse en un objeto cuya adquisición le permita a la gente distinguirse” (2020, p. 96). La posesión de estas piezas tiene un efecto sobre el estatus de las personas; les confiere a ellas mismas cierta excepcionalidad, les otorga la posibilidad de distinguirse de aquellos que no las poseen o que no saben reconocer que las poseen. La excepcionalidad de las piezas, en cierta forma, impregna a sus dueños. En el sentido contrario, la “chantada9” podría definirse como aquello que es ofrecido y potencialmente vendido a un precio más elevado que su valor. Sacar beneficio de piezas sin valor, mentir sobre el precio de su material o, incluso, hacer pasar una pieza como original cuando se trata de una réplica se concebía, en la Feria, como propio de “chantas”.
Ahora bien, si para los feriantes el valor de las piezas proviene de su excepcionalidad, de las huellas de la acción humana inscriptas en los materiales, ¿qué importa a lxs compradorxs a la hora de apreciar un objeto? Durante el trabajo de campo percibí que no siempre lxs visitantes de la Feria preguntaban o se interesaban por lo mismo que sus vendedores. Al aproximarse a un puesto, al consultar por determinados artículos, la primera pregunta por lo general concernía al precio de los mismos. Ante esto, los feriantes enunciaban el monto y ensayaban una rápida explicación que pudiera dar cuenta del valor enunciado, e intentaban cautivar a lxs potenciales compradorxs con un relato que justificara el precio. Algo semejante proponen Boltanski y Esquerre cuando afirman, como señalamos al principio del artículo, que el valor permite justificar precios y puede ofrecerse ante el cuestionamiento de los mismos. Por ejemplo, en el puesto de Esteban lxs visitantes frecuentemente señalaban un juego de vajilla y preguntaban por su costo, a lo que él siempre respondía en una misma oración de corrido: “7000 pesos, son piezas originales de cristal checo”.
Por supuesto, también encontré otros tipos de compradorxs: algunxs coleccionistas visitaban la Feria en busca de piezas excepcionales y preguntaban por objetos que podían describir minuciosamente, como es el caso de un señor que encontré preguntando por “un yo-yó de la marca Fanta del sesenta y cuatro, todo celeste, con un ribete blanco y un payasito” (Nota de campo, 20 de junio de 2021). Otros preguntaban por la utilidad de las piezas: “¿esto para qué sirve?”, “¿funciona todavía?”. Pero, sobre todo, predominaban quienes que se interesaban por los objetos que consideraban estéticamente bellos: un gesto muy frecuente consistía en señalar, a veces incluso tocar o tomar la pieza, exclamar “¡qué lindo!” para luego consultar “¿cuánto sale?”.
Finalmente, algunxs visitantes sí se mostraban más interesadxs por la trayectoria de los objetos aunque, por lo general, su interés derivaba más de una asociación con elementos de su propio pasado que el atribuible a la pieza en cuestión: “Mirá, ¡las mismas copas que tenía mi abuela!” “¡Con esos muñequitos jugábamos de chiquitos!”, escuché decir en algunas ocasiones. José narró una escena que va en este sentido: en su puesto tenía “un camioncito Duravit, hermoso, naranja, bien para coleccionista”. Un día, contó, se acercó un señor y preguntó por el camión. José enseguida se dio cuenta de que no era coleccionista e intentó explicarle que se trataba de un objeto con gran valor de colección. El señor, a su vez, le contestó que le interesaba el camión porque era exactamente igual al que él había manejado toda su vida, puesto que era camionero. José describió cómo el señor se había emocionado mucho y, finalmente, adquirió el camioncito (Nota de campo, 04 de julio de 2021). Existe entonces cierta divergencia entre los criterios de valoración de los objetos por parte de feriantes y compradorxs. En el caso del camión, mientras que para José el mismo tenía valor coleccionable por el modo en que había sido confeccionado, por su belleza, por su excepcionalidad, para el señor tenía un valor ante todo afectivo, vinculado a su propia historia como trabajador.
De la travesía al click. Desplazamientos del valor
¿Cómo interpretar y contextualizar la expresión “difícil de conseguir” que utilizaba Carlos para definir a los objetos coleccionables? Muchos feriantes señalaron algunas de las tareas implicadas en encontrar las piezas excepcionales; tareas que, de algún modo, definen al oficio. Esas tareas implican, entre otras cuestiones, “viajar”, “conocer el mundo”, “tener plata”, “saber tratar con la gente”. De acuerdo con Carlos, antes “se movían mucho”, debían desplazarse largas distancias para encontrar objetos en otras regiones del país, en áreas rurales y pueblos distantes: “nos hacíamos viajes hasta el sur por buscar una pieza”. Estos viajes implicaban una “búsqueda”: “te ibas hasta pueblos aislados, recorrías relojerías antiguas, encontrabas repuestos. Había que conseguir plata para pagar el viaje, había costos logísticos muy grandes”. Estos tiempos, según afirmaban mis interlocutores, parecen haber pasado.
Carlos señalaba un cambio importante en el modo de trabajar y conseguir las piezas, marcado actualmente por el alcance de páginas de compra y venta online como Mercado Libre o eBay. “Hoy lo mirás y compras por internet y te lo mandan a tu casa”. “Ya no conseguís tanto”, seguía, “todos los lugares venden por internet, ellos hacen el envío y fin. Antes ya costaba viajar y hoy más todavía, no vale la pena el costo de ese viaje”. Es decir, antes, la tarea de ir a buscar el objeto, encontrarlo en pueblos o parajes aislados, comprarlo y llevárselo (para comercializarlo o bien para coleccionarlo), implicaba el desplazamiento de las personas, había que invertir recursos que, en definitiva, agregaban a las piezas un valor monetario expresado en el precio, pero también un valor moral y afectivo, derivado del esfuerzo que había conllevado conseguirlas y de las experiencias en el transcurso de la travesía. El valor de un objeto reflejaba todo aquello que requería desprenderlo de su lugar de origen, de su contexto, para colocarlo en una tienda o un puesto a miles de kilómetros de distancia.
Actualmente, en virtud de las plataformas de compra y venta en línea, pareciera que ese “trabajo de desprendimiento” queda puesto en cuestión. Las piezas no se encuentran ya inmersas en contextos específicos, unidas a personas concretas u otros objetos que anticuarios y coleccionistas pueden conocer de antemano. Por el contrario, podría pensarse que no habitan “en ningún lado”, que pueden encontrarse “en la nube” y que desde ella viajan “solas”, hasta la puerta de la casa de la persona compradora.
Estas páginas habilitan una cierta amplificación en el acceso a los objetos, en tanto cualquiera que posea un dispositivo con internet y el dinero necesario puede adquirirlos. Por esta razón, podría pensarse que existen más compradorxs abocadxs a la búsqueda online de estos objetos y es por ello que, como señalaba Carlos, “hoy no conseguís tanto”. Esto no es necesariamente percibido como algo perjudicial para el oficio: muchos feriantes contaron que ellos también compran y venden por Mercado Libre, especialmente coleccionistas en busca de piezas específicas que tal vez se ofrecen en lugares lejanos y a las cuales de otro modo no podrían acceder, o deberían, como antes, desplazarse para buscarlas. Muchas veces ellos mismos las utilizaban para comparar precios o para mostrarme, con un dejo de fascinación, objetos que no tenían en sus puestos. Algunos anticuarios se quejaban de las dificultades para vender determinados artículos, pese a que los ofrecían “a un precio mucho menor que en las plataformas”, pero estas dificultades se adjudicaban más a la falta de compradorxs en general que a la alta oferta por medios digitales. Los comentarios sobre las plataformas de compra y venta más bien iban acompañados de cierto sentimiento de nostalgia o resignación ante la percepción del cambio en la forma de interactuar con compradorxs y de comercializar los objetos.
Juego de vajilla presentado en una publicación de Mercado Libre. Captura de pantalla de la página https://shorturl.at/hiAGY consultada el 20/09/2022.
A la izquierda, juego de copas exhibido en un puesto donde se superpone con otros objetos. A la derecha, el encuentro inusitado entre objetos diversos en un mismo puesto. Fotografías de la autora, julio de 2021.
Con relación a los cambios que traen aparejadas las plataformas, resulta significativo el modo en que se transforma la relación entre las personas y los objetos en términos materiales: al comprar una pieza por internet, es imposible involucrar el tacto u otros sentidos para conocerla. La apreciación deviene únicamente visual, a través de las fotografías que acompañan la publicación del objeto. Así fue como, por ejemplo, Gustavo adquirió un mueble del 1800 por internet, pero al recibirlo en su local inmediatamente se dio cuenta de que no era tan valioso como creía: “Lo vi al toque, me lo describieron mal. Tiene cosas de su estado original, pero también tiene partes posteriores, como esta pata” (Nota de campo, 09 de septiembre de 2020). De haber podido encontrarse con el mueble antes de comprarlo, seguramente no lo hubiese adquirido o hubiese ofrecido una suma de dinero menor.
En este punto, podemos retomar el análisis que realiza Cardoso Goularte sobre la Feria de Tristán Narvaja (2017). Allí, afirma la autora, se produce una superposición de “mundos paralelos”: en los puestos conviven objetos que, de otro modo, y a simple vista, nada tienen que ver: cucharas junto a revistas, muñecas, caseteras y vajilla europea, postales junto a sombreros, son algunas de las convivencias “imposibles”. Esa superposición de mundos que convergen en el espacio de la Feria determina, en cierta medida, la experiencia de la visita y la compra. En la Feria, lxs compradorxs primero tienen que “encontrar” los objetos de valor, llamar la atención sobre piezas particulares sumidas en un rompecabezas (in)coherente de cosas (Cardoso Goularte, 2017, p.39). Recorrer la Feria implica un encuentro inusitado con objetos que se superponen, articulan significados e “instauran una comunicación” entre sí, “pareciendo estar a la espera de sus admiradores” (Cardoso Goularte, 2017, p. 39). Lxs compradorxs adoptan una actitud cuasi arqueológica, al buscar y encontrar las piezas valiosas (Cardoso Goularte 2017, p. 41). En Mercado Libre, en cambio, las piezas se presentan casi como en un catálogo, a partir de imágenes que permiten verlas prácticamente “aisladas” del mundo. Cabe preguntarse por el efecto de esta disposición completamente distinta de los objetos en la experiencia de compra de los mismos y en la percepción de su valor.
Con estas observaciones no pretendo sumar a la nostalgia por tiempos pasados, sino simplemente consignar el modo en que se transforman tanto las relaciones entre personas y objetos como los regímenes de valor a partir de la expansión y el alcance de las plataformas virtuales. De hecho, el propio Carlos señalaba que “los cambios hay que aceptarlos”.
A lo largo del artículo analicé algunos de los elementos que forman parte de la construcción del valor de los objetos en la Feria. Para esto, introduje la distinción entre valor y precio, afirmando que el valor es una noción más amplia que incluye, por ejemplo, dimensiones simbólicas o afectivas, materiales, saberes colectivos y jerarquías. Ese valor se construye en la interacción entre personas y objetos y puede devenir o justificar precios numéricos para las cosas. Sin embargo, no siempre el valor de los objetos, tal y como era percibido y experimentado por los feriantes, coincidía con las percepciones de lxs compradorxs.
Partiendo del modo en que objetos y personas se relacionan y constituyen mutuamente, el artículo da cuenta de la red de agentes (Latour, 2008) que intervienen en el acto de valorar, vender y comprar una pieza. De este modo, observamos que el valor no depende simplemente de “representaciones” o ideas mentales de las personas, sino que en el acto de valorar un objeto intervienen diversos elementos tanto humanos como no-humanos. Es en la prueba y en la negociación entre feriantes y compradorxs (Boltanski y Esquerre, 2000) que los materiales interactúan y acontecen (Ingold, 2010), configurándose así el valor de los objetos.
También destaqué algunos de los criterios que importan (Miller, 2001) tanto a feriantes como a compradorxs a la hora de establecer o negociar un valor. El principio de excepcionalidad, particularmente, es central a la hora de comprender el valor de algunos objetos y el efecto de distinción de quienes los poseen.
Finalmente, analicé algunos de los cambios que están teniendo lugar en la experiencia de comprar y vender antigüedades y otros objetos a partir de la expansión del uso de plataformas digitales. Las limitaciones al contacto físico y, por lo tanto, sensorial con los objetos que caracteriza al comercio por plataformas, modifica sustancialmente el acto de la compra, así como las posibilidades reales de otorgar un valor a los artículos. El significativo aumento del comercio por plataformas plantea novedosos interrogantes que se vuelve necesario abordar, particularmente en aquellos mercados donde los materiales son protagonistas y la interacción entre personas y cosas hace a la configuración del valor, del modo en que lo he descrito en este artículo.
Referencias bibliográficas
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1. Humbdolt Universität zu Berlin, mirandahochman@gmail.com, ORCID: https://orcid.org/0000-0002-0307-1926
2. En la Feria trabajan tanto varones como mujeres y de muy diversas edades. Sin embargo, la mayor parte de mis interlocutores han sido varones mayores. Quizás por una inclinación o facilidad personal, quizás porque conocí a la mayoría de mis interlocutores a través de Héctor, un feriante de unos 70 años que me introdujo al campo. Este es un sesgo del trabajo de campo que vale mencionar. Es por este sesgo que, a lo largo del artículo, utilizo el genérico masculino para nombrar a mis interlocutores. Al referirme a lxs compradorxs y visitantes, en cambio, hago uso del lenguaje inclusivo.
3. Utilizo el término “importan” buscando traducir el concepto de “matter” propuesto por Miller (2001) para definir aquellos objetos que son relevantes en el campo y que pueden ser abordados mediante la etnografía. En su texto, escrito en inglés, Miller propone este término por sobre el de “importance” o “significance”, porque estos últimos tienden a “implicar un criterio derivado meramente de la investigación y el análisis” (2001, p.11). En cambio, “matter” admite una “asociación difusa, casi sentimental” que nos acerca más a la perspectiva nativa (además de habilitar un juego de palabras que alude a los dos significados de “matter”: como “importar” y como “materia”). Sin embargo, al no haber una definición literal de este término en el castellano, apelo a “importar”, esperando que no se pierda ese matiz etnográfico que sustenta el concepto de Miller.
4. Se denomina “araña” a un elemento de iluminación con un diseño específico, que posee una estructura ramificada donde se ubican múltiples velas o focos de luz, y que se suele colgar del techo en salones y hogares. Las arañas suelen estar cargadas de caireles, es decir, piezas de cristal que refractan la luz, aunque actualmente existen variados diseños y se utilizan diversos materiales. Las arañas eran un símbolo de estatus, elegancia y lujo, y continúan siendo utilizadas en la actualidad.
5. En la introducción del libro Why some things matter de Daniel Miller, el autor nombra el sonido como un “aspecto altamente material de la cultura” (2001, p. 15), refiriéndose al ensayo Radio texture: between self and others de Jo Tacchi, que forma parte del mencionado libro.
6. El clásico texto de Clifford Geertz, The Bazaar Economy: Information and Search in Peasant Marketing (1978) analiza los vínculos entre los participantes del mercado de bazar en Sefrou, Marruecos. Allí, “la búsqueda de información […] es la experiencia central de la vida en el bazar”, y la negociación constituye una “interacción en la que los desequilibrios de información son la fuerza motriz” (1978, pp. 30-31). Lo mismo sucede en la Feria de Acassuso, donde la negociación “en vivo” implica ejecutar las pruebas donde esta “información”, estos conocimientos sobre los materiales y sus propiedades, se ponen en juego. Agradezco a lxs evaluadorxs del artículo la recomendación de esta lectura.
7. Boltanski y Esquerre retoman la noción de “economía de las singularidades” desarrollada en el texto de Karpik Valuing the Unique (2010). El término permite distinguir entre el análisis económico “clásico”, enfocado en el intercambio de mercancías producidas en masa y un tipo distinto de enfoque que “observa las cosas buscando lo que tienen de singular”: “Como una persona, un objeto puede observarse teniendo en cuenta sus cualidades singulares y ser así investido de fuertes apegos emocionales, quizá incluso de una pasión obsesiva, como a menudo se dice que les ocurre a los coleccionistas” (Boltanski y Esquerre, 2000, p. 43).
8. A pesar de que Carlos señala que el objetivo “no era coleccionar” es interesante pensar el modo en que las empresas se han hecho eco de este interés y han creado el formato de la “edición limitada”. Es decir, objetos que aun siendo industriales y creados por empresas de consumo masivo también son, en alguna medida, excepcionales. Esto mismo señalan Boltanski y Esquerre para el caso de las “firmas de lujo”: “hacen todo lo posible por establecer una identidad de marca «excepcional» mediante la fabricación de productos en series estrictamente limitadas, con tiempos de espera de meses o incluso años para sus clientes millonarios” (Boltanski y Esquerre, 2000, p. 47).
9. El término “chanta” proviene del lunfardo, el lenguaje coloquial originado y hablado principalmente en Buenos Aires y los alrededores del Río de la Plata. Se utiliza para señalar que alguien es poco confiable o que busca sacar provecho de una situación por medio de trampas, engaños o estrategias poco transparentes. En el contexto de la feria, la categoría designa a quienes ofrecen “cualquier cosa”, quienes “dicen saber pero no saben” y, por lo tanto, no conocen el valor de los objetos; a quienes “chamuyan”, engañan o sacan provecho de objetos sin valor. La “chantada” podría definirse como aquello que es ofrecido y potencialmente vendido a un precio más elevado que su valor. Sacar beneficio de piezas sin valor, mentir sobre el precio de su material o, incluso, hacer pasar una pieza como original cuando se trata de una réplica se concebía, en la Feria, como propio de “chantas”.