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Prácticas culturales y cuerpo en el fragor de la construcción masculina

Análisis de las negociaciones y adaptaciones que realizan jóvenes varones de La Matanza

Ezequiel M. Pannelli1

papeles de trabajo, 19(35), enero-julio 2025, pp. 53-70

https://ark.unsam.edu.ar/ark:/16763/0bfaf735b343

Resumen

Este trabajo analiza las prácticas culturales que llevan a cabo jóvenes varones de La Matanza. Sus relatos permiten vislumbrar mecanismos de poder presentes en sus relaciones de género y ubican a la dimensión corporal como reguladora de sus actividades. En este sentido, las dinámicas entre masculinidades tienen un rol protagónico. Así, las atribuciones que se le otorgan al cuerpo y a su rendimiento influyen en los quehaceres de los jóvenes durante su tiempo de ocio. Por ello, los varones deben negociar sus identidades y adaptar sus prácticas. Los diálogos que mantienen con estas —y con los actores implicados— son clave tanto en el devenir de sus actividades como en su constitución de género. Las decisiones y acciones que realizan en virtud de estas dinámicas tienen un alto impacto en la manera en que construyen y expresan sus masculinidades. Por este motivo, se hace foco en los modos en que dichas prácticas inciden en este proceso.

Palabras clave: Masculinidades; Prácticas; Cuerpo; Negociaciones; Cultura

Abstract

This work analyzes the cultural practices of young men in La Matanza. Their narratives reveal mechanisms of power in their gender relations and highlight the body as a key regulator of their activities. In this sense, the dynamics between masculinities play a central role. The attributes assigned to the body and its performance influence how these young men engage in leisure activities. As a result, they must negotiate their identities and adapt their practices. The dialogues they establish with these identities and their social actors are crucial both in shaping their activities and in constructing their gender identity. The decisions and actions they take in response to these dynamics have a significant impact on how they build and express their masculinities. For this reason, this study focuses on how these practices affect this process.

Keywords: Masculinities; Practices; Body; Negotiations; Culture

Introducción

El presente artículo tiene como objetivo analizar las prácticas culturales a las que refieren un grupo de varones adolescentes del partido bonaerense de La Matanza durante 2021. En primera instancia, se busca dar cuenta de los mecanismos de poder que operan en las dinámicas de género que atraviesan y regulan sus actividades. Para ello, se hace foco en la dimensión corporal. En segundo término, se describen las negociaciones identitarias y las adaptaciones en sus prácticas que realizan los sujetos en virtud de los diálogos que mantienen con les distintes2 actores en ese proceso, en especial con otros varones, y que impactan en su construcción subjetiva.

Matías es uno de los estudiantes que entrevisté en el marco de mi tesis de maestría titulada “Modos de ser varón en dos escuelas secundarias. Experiencias de construcción de masculinidades en el partido de La Matanza, Buenos Aires (2021)”. Durante nuestro primer encuentro, este joven de 16 años, que asiste a una escuela técnica, me contó que hizo gimnasia artística durante dos períodos de su vida. El primero estuvo caracterizado por su alejamiento de este deporte cuando tenía 10 años, debido a la “presión que se metía” para obtener resultados satisfactorios en las destrezas gimnásticas. En este contexto, el joven ubicó a su profesor como un actor clave por la exigencia e intransigencia ante la reiteración de sus fracasos. El miedo y la impotencia que sentía Matías no llegaban a oídos de su entrenador, debido a la imposibilidad que sentía de niño para hablar con varones más grandes en el ámbito de su práctica. A su vez, el joven veía cómo este dedicaba más atención al trabajo con los gimnastas de mayor edad y nivel competitivo.

Esta experiencia muestra cómo la práctica deportiva de este entrevistado estuvo regulada no solo por su capacidad de rendimiento físico, sino también por el nivel de maduración corporal producto de la edad. La autoexigencia y la incapacidad expresiva fueron rasgos que marcaron la construcción masculina de Matías en su diálogo con otros varones. La materialidad, el rendimiento corporal y la masculinización mediante ciertas actividades son dimensiones clave que detecté en las dinámicas que los jóvenes entrevistados narraron con relación a sus prácticas culturales en momentos de ocio.

Luego de una sección que explicita los lineamientos teórico-metodológicos de esta producción, desarrollaré tres apartados en los que se abordan distintas experiencias de prácticas culturales reguladas por preceptos sociales en torno al cuerpo masculino. A su vez, en cada uno se analizan las negociaciones y adaptaciones que estos varones realizan en torno a sus actividades y cómo esto impacta en su construcción subjetiva. En el primer apartado se abordan las experiencias de dos jóvenes con relación a su materialidad corporal y a las prácticas que realizan o no en función de ella. En el segundo, se desarrollan aquellas actividades reguladas por el rendimiento físico-deportivo a partir de la experiencia de otros dos jóvenes. Por último, en la tercera sección se analizan dos casos de varones que ponen su cuerpo en virtud de una masculinización a través de determinadas prácticas.

Enfoque teórico-metodológico

La entrevista con Matías forma parte de uno de los tres encuentros que mantuve con el joven durante el segundo semestre de 2021. En ese mismo período, realicé la misma cantidad de entrevistas semiestructuradas con otros seis jóvenes de entre 15 y 16 años de dos escuelas secundarias del partido bonaerense de La Matanza. Mediante un muestreo oportunista (Piovani, 2007), conocí a Luciano, Iván y Lionel, estudiantes de una institución de modalidad bachiller, y a Miguel, Darío y Julio, que asisten junto con Matías a una escuela técnica.3 A excepción de la única entrevista que tuve con Miguel —el joven decidió no continuar— que se realizó de forma virtual y fuera del horario escolar, todos los encuentros se produjeron de manera presencial durante la jornada en la que los varones asistían a la escuela. Previo consentimiento firmado por ellos y sus familias, grabé nuestra conversación mediante un dispositivo de audio. Una vez transcritas las entrevistas, realicé un análisis de contenido a partir de códigos formulados en base al marco teórico seleccionado y a emergentes del campo (Braun y Clarke, 2006).

Debido a que el objetivo principal de la investigación es analizar los modos en que los estudiantes dialogan con los dispositivos de género escolares y cómo ello repercute en su construcción identitaria, recurrí a la técnica de análisis mencionada con enfoque biográfico. La elección de este recurso se debe a que dicho proceso implica tener en cuenta un recorrido personal histórico que recupere distintas trayectorias que inciden en ello y que dote de valor sociológico sus experiencias (Bassi Follari, 2014; Bertaux, 1999).

Cada entrevista se realizó en torno a un guión de preguntas diseñado con fines específicos para cada encuentro. Mientras que el segundo y el tercero se centran en sus experiencias educativas (acontecimientos con compañeres, docentes, sanciones recibidas, entre otras) y extraescolares (experiencias sexo-afectivas, vínculos homosociables, posicionamiento político-partidario, entre otros), respectivamente, el primero busca generar confianza y un reconocimiento general de los jóvenes. De este modo, una de las dimensiones abordadas en esta primera entrevista se centra en sus pasatiempos en momentos de ocio. Si bien al indagar este tópico no tenía altas expectativas de obtener datos sensibles a los objetivos de investigación, los resultados fueron alentadores y permitieron recabar experiencias clave en su construcción identitaria, que luego podrían ponerse en diálogo con aquellas propias de la cotidianidad escolar.

En mi tesis dediqué uno de los capítulos a abordar las actividades artísticas y físico-deportivas que realizan los jóvenes en su tiempo de ocio bajo el prisma de “soporte expresivo”. A través de esta noción —acuñada a partir de la categoría de “soporte” que propone Danilo Martuccelli (2006)— se puede apreciar cómo distintas prácticas culturales se transforman en sostenes sociales mediante los cuales los varones pueden no solo sentir una sensación de suspensión social, sino también expresar sus identidades sexuadas. En este artículo busco profundizar en el rol que tiene el cuerpo como emergente regulador en este proceso y en cómo los jóvenes negocian sus masculinidades y adaptan sus prácticas a partir de los sentidos y asociaciones en torno a este.

Entiendo a los varones con identidades sexuadas flexibles, construidas bajo parámetros culturales sociohistóricos signados por operatorias de poder y producción (Butler, 2006; Connell, 1995; de Lauretis, 1996). Ello implica que pongan en acto sus masculinidades dentro de dinámicas de disputa de poder hegemónicas con pares (Connell, 1995). A su vez, concibo sus cuerpos como productos del proceso de construcción de los géneros, pero con la capacidad de acción para subvertir la norma; es decir, con el potencial de cambio que se da en la lógica de imitación paródica (Butler, 2007). Esto plantea un proyecto corporal sostenido y repetido en el tiempo mediante el cual se busca la supervivencia cultural. Esta potencia implica la existencia de una estrategia que organiza los modos de obtener el reconocimiento social y que propone, en este caso, la agencia de los varones a la hora de negociar sus prácticas culturales en marcos de disputas hegemónicas.

Dar cuenta de este proceso de negociación implica realizar una lectura flexible de las actividades que realizan los jóvenes en cuestión. Por ello, tomo como referencia los análisis de Marina Moguillansky (2020) acerca de las condiciones sociales vinculadas con prácticas culturales a partir de trayectorias biográficas. La autora desarrolla la discusión entre el paradigma bourdiano y la sociología pragmática francesa, y se apoya en esta última para dar cuenta de las relaciones sociales que se producen en las prácticas. Así, concluye que la realización de ciertas actividades deportivas o artísticas parece habilitar a los sujetos a tener un mayor autoconocimiento y a transformar su carácter.

En esta línea, entiendo a los varones como actores plurales en redes de interdependencia —familia, amigues, escuela— que los influencian en sus elecciones (Lahire, 2007) y a esas actividades realizadas como mediaciones que transforman a estos sujetos (Hennion, 2017). Para analizar los diálogos que los jóvenes mantienen con los mecanismos de poder y las regulaciones corporales que inciden en sus prácticas, recurro a los aportes de Michel Foucault (2008) en torno a las tecnologías del yo, puesto que “son intervenciones que el sujeto realiza para controlar y/o transformar sus pensamientos, saberes, emociones y corporalidad” (Moguillansky, 2020, p. 235). También utilizo la noción de táctica de Michel de Certeau (2000), ya que permite dar cuenta de aquellas acciones que realizan les actores en función de una ausencia de lugar propio y una hábil utilización del tiempo.

Teniendo como referencia que, en las sociedades modernas occidentales, el cuerpo y sus concepciones juegan un rol fundamental en las construcciones identitarias masculinas —siendo la asociación con el ejercicio físico uno de los puntos más estrechos— y que ello impacta en la cultura en general (Albelda, 2018), analizo los testimonios de los jóvenes en base a tres mojones de sentido emergentes. El primero versa sobre la dimensión corporal y las consecuencias de su falta de alineación con los estándares normalizados. El segundo da cuenta de las exigencias deportivas y sus rendimientos. Por su parte, el tercero plantea el utilitarismo del cuerpo en función de las exigencias de identificación masculina. Estas categorías analíticas se tensionan en virtud de las prácticas culturales y las negociaciones que referencian los sujetos. Para ello, se toman como eje las nociones teóricas planteadas, que permiten vislumbrar los diálogos que mantienen los jóvenes con los preceptos sociales y les actores.

Cuerpos pequeños, grandes desafíos

De niño, a Julio le gustaba fabricar sus propios juguetes. Hacía figuras de plastilina, armaduras y dinosaurios de cartón, y luego jugaba con ellos. Sin embargo, este joven de 16 años siente que ya no puede hacerlo más. “Ya parece extraño, ¿no?, que un chico esté… de grande esté en la calle jugando a que es un dinosaurio mientras que te vean todos los extraños diciéndote ‘qué pelotudo’”, plantea. Este testimonio deja a la luz una regulación acerca de un hobbie que no estaría legitimado para un varón en función de su crecimiento y maduración corporal. No obstante, en el caso de este joven, ese desarrollo es relativo y referencia otras regulaciones al respecto.

Julio no practica ningún deporte. “No sé, no me gustan; por no hacer deporte estoy flaco, peso solamente treinta y ocho kilos”, argumenta. Tampoco realiza mucho ejercicio físico, aunque le gustaría tener una mejor condición corporal porque apenas puede levantar una mesa. Acepta la idea de que le gustaría ir al gimnasio para “poder sacar un poco [de masa muscular] y no estar todo el rato pidiendo ayuda”. No obstante, no quiere pedirle a nadie que lo lleve ni tampoco ir él solo. Solo realiza algún tipo de entrenamiento cuando encuentra una casi inaccesible soledad en la habitación que comparte con su hermana y sobrina.

Desde que comenzamos el abordaje de este tópico, percibo un cambio en la gestualidad corporal de Julio y en su forma de responder. Parece algo incómodo al hablar de los motivos por los que no realiza actividad física, a pesar de que siente la motivación de hacerlo para tener un mejor rendimiento motriz. Finalmente, el joven admite que siente “vergüenza” y que no quiere que nadie lo vea hacer nada con el cuerpo. Este sentimiento, siguiendo a Agustina Mutchinick y Carina Kaplan (2016), genera un conflicto entre el individuo y aquella porción de su ser que representa la opinión social. De este modo, el sujeto se reconoce como inferior al resto.

Al describir a alguien masculino, Julio plantea un fenotipo acentuado en aquellos rasgos de mayor proporción de crecimiento y volumen en comparación con el femenino: masa muscular, fortaleza, altura, vello, entre otros. No obstante, sostiene que a él le “está llegando tarde el nivel de maduración”. En este sentido, también afirma que, de haber nacido con caracteres sexuales femeninos y ser considerado mujer, su tamaño y peso corporal no serían un inconveniente. Siguiendo a Pierre Bourdieu (2000), la experiencia práctica del cuerpo de Julio está regulada por el entrecruzamiento del propio esquema corporal y aquellos que la sociedad dicta como legítimos. La grieta resultante de estos parámetros da como resultado la vergüenza consecuente de un dispositivo de poder que ubica a este joven en una posición de inferioridad.

La fuerza o fortaleza física es un activo indispensable para las dinámicas de poder que se tejen en torno a la masculinidad (Chiodi et al., 2019; Olavarría, 2006; Vázquez del Águila, 2013). Las experiencias de Julio en torno al bullying sufrido durante su escolaridad primaria así lo atestiguan. Debido a su pequeñez y debilidad corporal, era el “juguete” de un compañero que lo acosaba y dominaba físicamente. Siguiendo a Foucault (2002), esta posición de inferioridad parece haberse inscripto en la piel y el alma de este joven y evoca muchas de las experiencias que me relata, entre ellas su negativa a realizar ejercicio físico. “Por ahí cuando yo crezca, sea más grande, tenga mi casa, todas las cosas, haga yo y listo”, plantea. Este accionar representa una “táctica”, en términos de De Certeau (2000), ya que existe una hábil utilización del tiempo en detrimento del espacio propio, moviéndose por territorio ajeno, lo que requiere jugar constantemente con los acontecimientos para generar ocasiones. La práctica de ejercicio en soledad y la espera a tener su casa propia son ejemplos de ello.

Sin embargo, en el mientras tanto, Julio encuentra otro pasatiempo en el que no corre riesgo de perjuicio alguno por su condición corporal: stremear mientras juega videojuegos. “Yo mi cara no la muestro”, dice. Así, desde el anonimato físico, consigue seguidores en su canal de Twitch4 gracias a sus interpretaciones de un gaucho que realiza vía audio mientras juega Minecraft5. “Es humilde, le da cosas a los pobres. Le gusta tener sus propias cosas, no compartir todo porque a veces, si no, se termina perjudicando”, plantea al describir a ese personaje con el cual, admite, comparte valores altruistas. De este modo, el hobbie de stremear se convierte en una tecnología del yo, en términos de Foucault (2008), ya que hace a Julio consciente de su mismidad y cuidado de sí al no exponerse corporalmente. A su vez, asegura que le permite desplegar una creatividad que tenía latente desde que ya no fabrica juguetes.

El caso de Lionel es un tanto similar. Este joven venezolano de 15 años también sufrió bullying de niño por su cuerpo pequeño. A pesar de que trataba de ayudar a los otros niños y les hacía pensar que no les haría nada aunque lo molestaran, el problema persistía, aun cuando lo cambiaron de curso. Debido a que esta situación le generaba mucha impotencia, decidió cambiar de postura. Así, a partir de tercer grado comenzó a tener una actitud más contestataria. “A mí no me podían molestar porque ya me ponía molesto y me quería caer a golpes con esa persona”, recuerda. Sin embargo, esa nueva posición de potencia le resultaba algo incómoda.

Lionel practicó kick boxing varios años hasta que vino a la Argentina a comienzos de 2021. A pesar de que no pudo retomar esta práctica luego de su mudanza, mientras la realizó esa experiencia lo marcó mucho. En este sentido, dice:

Yo me tomo el kick boxing muy en serio, sigo las reglas, sigo lo que me dice mi maestro. También lo tomo como una disciplina, ya que me ayudó muchísimo a controlar este… yo era muy… como decir, como explicarle… muy arrecho, no arrecho no lo va a entender, eh… muy… explosivo.

Esa explosividad era detonada por las burlas que le hacían por su cuerpo pequeño. No obstante, gracias a esta “disciplina” —así le gusta denominarla— pudo no solo aprender reglas de conducta, sino también tener un estado físico que añora en su actual sedentarismo. Tal es la marca que produjo este deporte en su vida que realiza una analogía entre esta y ser artista. Es evidente que, para este joven, el kick boxing es un medio expresivo.

Al igual que sucede con el stream de Julio, el kick boxing representa una tecnología del yo (Foucault, 2008) para Lionel, ya que le permite controlar su conducta y educar su cuerpo. Esto lo lleva a tener una nueva corporeidad. Este concepto refiere al cuerpo vivido, donde convergen todas las dimensiones de lo humano y, por lo tanto, donde se expresan (Benjumea Pérez, 2010). Tal como sostiene Antoine Hennion (2017), en referencia a la música, se puede observar cómo la práctica deportiva y los valores que la constituyen tienen un poder performativo en la identidad de Lionel. Hace obra al transformar a este usuario en un artista. Aquí se vislumbra una diferencia sustancial entre los dos jóvenes citados: mientras Julio oculta su cuerpo gracias a la distancia de lo virtual, Lionel lo pone en movimiento, logra resignificarlo y expresarse a través de él.

Rendimiento deportivo y la vigilancia de los “más grandes”

Tal como señalé en la introducción, Matías tuvo dos periodos de práctica gimnástica: de los 8 a los 10 años y de los 12 a los 14 años. Lo que lo convocó en un principio a este deporte fue que lo consideraba diferente a otros que se juegan con pelota. A su vez, le gustó que hubiera diversidad de pruebas dentro de la misma disciplina. Esta se caracteriza por un código de puntuación muy estructurado y analítico, donde los gimnastas deben realizar destrezas predeterminadas en todas las categorías (Patow, 2019). Además, la gimnasia artística acentúa la diferenciación de los géneros y, en el caso de los varones, promueve valores esperables como la competitividad, la rudeza y el rendimiento físico, mientras que para las mujeres se prioriza la elegancia y delicadeza de las pruebas (Bongiorno y Portos, 2021).

Este marco normativo y los sentidos asociados a este deporte constituían un desafío sumamente difícil con el que un pequeño Matías debía lidiar. Tal es así que la única vez que compitió en un torneo no le gustó. “Sentí mucha presión y lo que ganaba no me importaba. Era una medalla y no me importaba demasiado”, recuerda. Aquí, a diferencia de lo que plantea Lionel y que fue abordado en el apartado anterior, Matías no parece haber sido atravesado y transformado del mismo modo por el objeto que representa la práctica en sí. En su caso, existe una negociación más activa. Este joven manifiesta una incomodidad respecto a la exigencia que este deporte implica y que no estaba dispuesto a afrontar en el marco de una competición, pero parece que sí quería seguir entrenando.

Si bien el diálogo con los parámetros del objeto parece haber tenido una respuesta clara por parte de Matías, reflejada en su negativa a volver a participar en un torneo, no sucede lo mismo al dialogar con los sujetos que allí encontraba, en especial con su profesor:

Quizá en ese momento no me gustaba que fuera demasiado… estricto quizás, porque me parece que tenía más relación con los que eran más grandes. (…) Al hacer una mortal con medio giro, que intentaba hacer y no me salía, y decía “pero dale, ¿cómo no te sale? Si es una mortal con medio giro”.

“¿Cómo querés que te diga que no me sale?”, recuerda el joven que le preguntaba en silencio a su entrenador. Esa pregunta nunca la llegó a formular porque de niño le costaba hablar con varones más grandes en el ámbito de la gimnasia. Quizás esa dificultad se veía acentuada por los constantes “¿Cómo no te vas a animar?” o “¿Cómo te da miedo?” de su profesor, que deslegitimaban el sentir expresado por Matías ante los riesgos de las destrezas. Por ello, el joven plantea que incluso en los entrenamientos se “metía presión”. Esto deja a la luz una operatoria de poder donde una masculinidad adulta con posesión del saber y la legitimidad que ello le confiere inhabilita la expresión de otra identidad en plena formación. De este modo, la única vía expresiva que encuentra este joven es abandonar esa práctica deportiva que consideraba diferente al resto.

Por otro lado, en el fragmento del testimonio del entrevistado podemos apreciar todos esos preceptos de la gimnasia descritos en el primer párrafo y que se ven reflejados en las relaciones con otros varones. Un alto rendimiento físico esperado y expresado en esa mortal con medio giro, y la competitividad con los compañeros más grandes, son los motivos por los que Matías se debía presionar, aun sin participar en torneos. Estos valores con los que el joven no pudo lidiar y que lo llevaron a abandonar momentáneamente la actividad son lo que Bourdieu (2011) denomina “capital cultural”, que puede existir bajo tres formas, siendo una de ellas el “estado incorporado”. Aquí, el cuerpo juega un rol fundamental, ya que está ligado a ese recurso social mediante un proceso de inculcación y asimilación. Ello implica un tener que deviene en ser, gracias a la inversión de tiempo del individuo. Como no logra capitalizar esos conocimientos en los plazos exigidos por su profesor, Matías recurre a la compresión del tiempo —esa presión que se mete— y, también, de sus emociones.

A diferencia de lo que sucede con Lionel, el caso de este entrevistado plantea una dimensión adicional en el diálogo entre usuario y práctica: las relaciones con otres. Tal como sostiene Henion, no hay que entender “la objetividad en el sentido de un absoluto estético de la autonomía de un puro objeto, sino en el sentido de una redefinición del objeto como nudo de relaciones, tejido de asociaciones, de lazos que se experimentan y resisten” (2017, p. 5). Es decir, la práctica es dinámica, se transforma junto a les actores y a las relaciones sociales que allí se producen. En este caso, existe una dinámica de poder donde el juicio de un varón más grande y su falta de empatía y alojo hacia el sentir del usuario condicionan la práctica, la alejan de este y no permiten que su capital pueda ser incorporado.

El marco general donde Matías debe desempeñar la tarea y plasmar su rendimiento físico es un ambiente tenso por la mirada de su profesor y la comparación latente con otros jóvenes más grandes. En este sentido, el caso de Darío presenta rasgos similares.

Este entrevistado cuenta que solía ir a jugar al fútbol con su padre y los amigos de este, o con sus primos, que tienen algunos años más que él. Así, alquilaban una cancha y jugaban. Antes, había ido a clases de fútbol y kick-boxing, pero no le gustó. En este sentido, plantea:

En lo de kick-boxing me quería cagar a palos. Lo paro a mi papá y le digo: “yo quiero pelear, no quiero pegarle a la bolsa”. Me re aburría entonces me fui a la mierda porque yo quería hacer lo que quería… Yo iba a eso para pelear, no para pegarle a la bolsa. (...) Yo quiero jugar a la pelota, gritarles a mis compañeros… que juegan para el orto… o gritar, divertirme como un chiquito. Entrenamiento, qué sé yo, tener que pasar la pelota o correr, y me aburro corriendo porque estás corriendo de acá para allá. Yo quiero, qué sé yo, pegarle a la pelota o ahora que atajo, quiero atajar.

Gracias a estos testimonios podemos apreciar el diálogo y la negociación que Darío tiene con estas prácticas. De este modo, encuentra un formato que le agrada para realizar una de ellas: el fútbol. Una vez encontrado el marco propicio para la actividad, este joven encontró su posición en la cancha: ser arquero. Probó también con ser defensor y delantero, pero como le costaba correr por tener sobrepeso, empezó a atajar. Este nuevo rol no solo le evitaba el cansancio de ir y venir para todos lados, sino que también le trajo muchos elogios.

“Los otros me decían que atajaba re bien y empecé a atajar entonces… ¿cómo te explico? Esa cosa me ponía feliz, que te elogien, entonces la seguí y atajé bien y seguía”. A su vez, advierte que el hecho de que sus compañeros de juego fueran mayores que él hacía que admirasen más su habilidad. Plantea que si hubiesen sido de la misma edad, nadie le habría dicho: “fuaa, atajás re piola”.

Darío ya no va a jugar al fútbol. Dice que es porque cerraron muchas canchas —entiendo que en contexto de la pandemia— y porque su papá se cansó y ya no va junto a sus amigos. Si bien sus primos siguen yendo a jugar, lo hacen contra otros jóvenes que el entrevistado no conoce y prefiere evitar exponerse al juicio de desconocidos:

Cuando hay gente que no conozco me pongo nervioso, atajo para el orto, ¿entendés?… entonces prefiero estar en confianza, con conocidos y así… divertirme. En cambio, si juego contra otros, te van a decir “no, atajá así, atajá así” y no, ya me aburro, me molesta. (...) Me pongo nervioso porque capaz siento que me miran, capaz la pelota está allá y siento que me miran a mí. O si me meten un gol, me van a echar la culpa a mí, entonces me pone nervioso en ese sentido, como presión.

Al igual que en el caso de Matías, la práctica deportiva y el rendimiento están mediados por el juicio de otros varones. No obstante, en el caso de Darío, no solo explica el alejamiento de las canchas ante la perspectiva de fracaso y desaprobación, sino que también influye en el éxito, el bienestar y constancia de su realización. A su vez, siguiendo los testimonios de este joven, la aprobación y el elogio que le brindaba una sensación de felicidad por su buen rendimiento podía provenir exclusivamente de un grupo de varones más grandes.

Como vemos, en el caso de ambos jóvenes la mirada de un otro en torno al rendimiento deportivo regula la práctica para estos usuarios. Los marcos de inteligibilidad basados en la performance desarrollada plantean condiciones que pueden ser favorables para que estos sujetos disfruten y realicen la actividad —como sucede con Darío— o bien desfavorables para ello, cuando las asociaciones son negativas —tal como pasa con Matías— o amenazan con serlo. Aquí, el reconocimiento está imbricado en una dinámica de poder entre identidades masculinas con cierta hegemonía por su mayoría de edad y experiencia deportiva, en diálogo con otras subordinadas por no poseer tales atributos.

A su vez, en virtud de la construcción de la identidad sexuada de estos jóvenes, se acentúa el carácter de estatus de la masculinidad por la aprobación o no de un grupo de pares (Segato, 2018). Esto valoriza el desempeño corporal en la inteligibilidad intra-masculina. La disposición del cuerpo en función de la masculinización de la identidad sexual es una dinámica presente en experiencias de otros entrevistados, tal como veremos a continuación.

La masculinización a través de la práctica

La trayectoria biográfica de Iván puede caracterizarse con la siguiente frase: a los golpes. Ya sea de forma simbólica o material, este joven de 16 años recibió muchas cachetadas en su corta vida. Repitió curso dos veces en la escuela, con 14 años casi fue padre —su novia terminó abortando—, le mataron a su mejor amigo en una fiesta, sufrió constantes maltratos familiares, entre otros episodios. También recibió una buena dosis de violencia física por parte de su padre, de la policía, de compañeros de escuela y de integrantes de bandas barriales rivales. No obstante, Iván destaca por su capacidad de resiliencia y por su disposición al cambio ante los golpes que recibe. Por ejemplo, cuando un gendarme lo pateó para que abriera las piernas durante un cacheo por la sospecha de que estaba robando una moto junto a su hermano y sus amigos, abandonó la senda delictiva que había comenzado a transitar.

A lo largo de nuestra charla, queda claro que, en la construcción masculina de Iván, su cuerpo juega un rol fundamental. Lo dispone al servicio de gozar de una heterosexualidad activa, priorizando la conquista sexual y la asunción de riesgos —como no usar profilaxis—, además de en disputas con otros varones. Iván refiere que su paso de la escuela privada a la pública, donde asistían “pibes villeros”, fue un cambio decisivo en este sentido, cuando tenía alrededor de 10 años. Así relata su experiencia escolar: “Nunca vas a querer ser el típico que le hacen bullying, al último del salón. Yo en la primaria me sentí así y dije ‘en la secundaria, bue, ya está, no quiero ser así, no quiero pasar toda mi vida así’”. El cambio que encontró fue sencillo: “a las piñas”. Admite que sus pares masculinos influyeron en que resolviera las cosas de ese modo, ya que debía hacerse respetar para que lo considerasen parte del grupo de los “poronga”6 y no el “típico tímido del salón”.

Estas dinámicas entre las identidades masculinas plantean una clara disputa hegemónica. La lógica que aquí subyace parece ser replicada por Iván en uno de sus pasatiempos favoritos: ir a fiestas. “No me gusta ir solo, a veces voy con un solo amigo, a veces con dos, a veces con tres, depende quién se sume y fue, vamos”, dice. De este modo, él y sus amigos suelen buscar un lugar cómodo en la casa donde se hace la fiesta y se quedan charlando, tomando alcohol o fumando marihuana. Siempre suele asistir a eventos en casas de barrios de La Matanza que acostumbra transitar. Elige no ir lejos ni tampoco a zonas donde él o sus acompañantes tengan potenciales rivales. No obstante, esta última condición no siempre se cumple, debido a cuestiones fortuitas o delimitaciones poco claras, como no saber quién va a ir o si el evento está en una zona neutral o lindante. Esto lleva a que puedan ocurrir enfrentamientos entre bandas —en uno de ellos murió su amigo— e Iván deba poner el cuerpo en una lucha física. Así, entre las negociaciones que este joven hace con su pasatiempo favorito está agarrarse a piñas con otros varones. A las causas de ello se suman también las disputas por conquistar sexo-afectivamente a una mujer o simples cruces de miradas.

Ya sea para ir a la escuela o para disfrutar de un momento de ocio, Iván tuvo que asumir disposiciones corporales en favor de la lucha física y desarrollar conocimientos asociados a ello. Su identidad masculina está fuertemente atravesada por este tipo de dinámicas. En este sentido, cobra relevancia la teoría del actor plural de Lahire, ya que:

“La personalidad cultural del niño o del adolescente, sus preferencias y sus prácticas, sus acciones y reacciones, son incomprensibles fuera de las relaciones sociales que se tejen entre él y los demás miembros de la constelación social en la que está inmerso” (Lahire, 2007, p. 24).

Así, se puede entender que una socialización signada por golpes de puño, tanto en la familia como en la escuela, lleve a este joven a replicar esas dinámicas en sus actividades de ocio cuando se presentan conflictos. No obstante, tal como señala esta teoría, existen socializaciones sucesivas o simultáneas que son heterogéneas y hasta contradictorias.

Iván escribe “poesía”. En realidad, el joven nunca refirió su pasatiempo con ese término, pero yo sí lo hice durante nuestra conversación y, como él no me corrigió, mantuve tal denominación. Esta decisión se debe a que, de manera instintiva, entendí que allí se expresaba de forma estética la masculinidad de Iván. Me contó que comenzó a escribir alrededor de los 10 años, el mismo momento de su paso de la escuela privada a la pública. Recordó que escribía historias de un oso que dibujaba la miel porque no había en el bosque y que se enfrentaba a “bichos” de la noche. Respecto de esta actividad, afirmó que comenzó como una búsqueda para encontrar respuestas ante las preguntas que sus progenitores no podían responder. Por ello decidió registrar sus pensamientos y lo que imaginaba.

Al momento de nuestras entrevistas, Iván ya no narraba historias de osos. Aquí su producción favorita que compartió a través de un perfil anónimo de Instagram:

Buscamos la perfección máxima a lo que estamos haciendo porque queremos que quede lo más bello posible. Aun sabiendo que lo perfecto no existe. Aun sabiendo que las cosas bellas que tiene la vida nos duran poco. Aun sabiendo que esos momentos perfectos son lo más efímero. Aun sabiendo que el problema de que algo no llegue a ser perfecto es nuestra mente misma, que no tiene límite a la hora de imaginar, pero sí tiene límite a la hora de reaccionar.

Estas palabras cobran relevancia en el contexto de su génesis. Esta se produjo en medio de una crisis personal por la separación de su última novia, un “acontecimiento significativo”,7 en términos de Michèle Leclerc-Olive (2009), que marcó su trayectoria biográfica.

Julieta Sbdar Kaplan (2022) analiza los poemas de dos autoras privadas de su libertad en contexto carcelario. En ese marco, plantea que la escritura poética les permite a estas mujeres despojarse de las asignaciones delictivas y trascender el imaginario que las encierra. De este modo, resisten en un marco de temporalidades carcelarias patriarcales y resignifican sus cuerpos femeninos mediante la reescritura atemporal. En el caso de Iván, podemos imaginar un encierro en los modos en que construye y pone en acto su masculinidad, signado por la exposición corporal como medio prioritario para resolver conflictos y obtener reconocimiento. No obstante, las expresiones literarias a las que apela rompen esta dinámica y exploran la posibilidad de trascender el imaginario que lo limita. Los golpes recibidos encuentran sostén en la escritura, que funciona a modo de amortiguador para que su cuerpo no deba exponerse a dar la respuesta de su identidad masculina.

Para Iván, la masculinización de su identidad está fuertemente asociada al desarrollo de conocimientos y disposiciones corporales para sobrellevar su existencia. Salir de fiesta, su principal hobbie, no está exento de ello. Sin embargo, a través de otro pasatiempo, resiste y resignifica sus avatares e inquietudes. La práctica literaria ofrece otro medio de expresar su masculinidad. Algo similar ocurre con Miguel. Este joven de 16 años se autodefine homosexual y es poco adepto al ejercicio físico y a los deportes, que le parecen “medio estúpidos, como el fútbol. El fútbol, no, yo no lo voy a jugar nunca”, asegura. Y agrega: “No es por lo que me pasó, sino por el simple hecho de que no me gusta”. La referencia que hace el joven data de la niñez en su Paraguay natal, donde le decían que era “marica” o una “mujer” por no practicar ese deporte. “Jugaba de vez en cuando al fútbol, qué sé yo, para quedar como… masculino, entre comillas”, recuerda. Miguel prefería jugar al médico y a la recepcionista con sus primas.

Para este joven, haber nacido con un cuerpo asociado al género masculino condicionó las prácticas que podía realizar de niño en su tiempo libre. No obstante, según su relato, su materialidad corpórea no era suficiente para ser considerado varón. Debía masculinizarse a través del fútbol. Para ser reconocido como tal, tenía que poner su cuerpo a correr tras una pelota y dar o recibir patadas en el intento. Tal como señala Eduardo Archetti, “el fútbol sirve para repensar y recordar los límites y peligros de toda transgresión” (1998, p. 310). En este caso, una homosexualidad incipiente y reprimida que, según el entrevistado, en ese momento prefería estar jugando rodeado de mujeres, ya que no le gustaba cómo pensaban o se expresaban otros varones.

Miguel ya no es un niño y tiene su orientación sexual asumida. “Ahora lo demuestro libremente, sin ocultarle nada a nadie”, dice. Ya no debe realizar ningún tipo de práctica física o deportiva para quedar masculino. En la actualidad, sus pasatiempos requieren mayor delicadeza motriz, como la costura. Para ello tiene que preparar la tela, plancharla, “no cortarla mal, cortarla bien derecha, planchar de nuevo lo que sería la costura, después coserlo y que sea perfecto, obviamente”. También dibuja y practica la jardinería. Miguel sostiene que estos hobbies son “anormales”, ya que “no a cualquier adolescente le gustan estas cosas”. Todo esto le implica mucha paciencia, pues se considera muy perfeccionista y son actividades que no puede realizar cuando está estresado.

Siguiendo a Foucault (2008), tanto la práctica futbolística como los hobbies que realiza este joven operan sobre su cuerpo y alma. Son tecnologías del yo, ya que lo hacen consciente de su mismidad y del cuidado de sí. Tal como sostiene Henion (2017), los objetos resisten y transforman a sus usuarios. Así, el fútbol lo lleva a polarizar con otros varones, a comenzar un largo camino de asunción de su diferencia sexual. Por su parte, sus pasatiempos actuales plasman esa diversidad con relación a otros adolescentes. El diálogo que mantiene con estas prácticas devela las negociaciones que debe hacer con ellas. En el caso de Iván, también pueden aplicarse las nociones citadas. La comunicación literaria implica una forma novedosa de expresar su masculinidad, una tecnología que lo transforma y conecta con otra dimensión de su ser y su cuidado. El anonimato del perfil de Instagram donde comparte sus producciones invita a pensar que su identidad se refugia en las palabras. Así, su cuerpo descansa, pasa a segundo plano. De este modo, la prosa serviría como resguardo identitario alejado de la exposición física, y su yo puede deambular en las posibilidades que le brinda el lenguaje escrito para resignificar los golpes que le da la vida.

Conclusiones

A lo largo de este artículo desarrollé aquellas experiencias en torno a prácticas culturales que tienen la mayoría de los varones adolescentes que analicé en mi tesis de maestría. Para ello, me nutrí del enfoque teórico y los análisis que realiza Moguillansky (2020) respecto de este tipo de prácticas a partir de trayectorias biográficas. Del mismo modo, observo cómo dialogan los jóvenes con sus prácticas y cómo estas los transforman. Sin embargo, a diferencia de la perspectiva que adopta la autora, no hago foco en cuestiones relacionadas con las condiciones sociales ni en los soportes que los sujetos encuentran a la hora de vincularse con sus actividades. Así, no recurro a nociones acerca del gusto y la distinción, y me alejo de la discusión entre el paradigma bourdiano y la sociología pragmática francesa (Moguillansky, 2020). No obstante, recupero algunos aportes de esta segunda corriente para observar las negociaciones y adaptaciones que efectúan los jóvenes en sus prácticas, las cuales están reguladas por operatorias de poder que giran en torno a un eje común de análisis que atraviesa este artículo: el cuerpo. Dada la imbricación del cuerpo con la identidad de género y las disputas hegemónicas que operan en las dinámicas masculinas, es posible apreciar cómo los sentidos asociados y preceptos sociales en torno a la dimensión corporal regulan las prácticas culturales. En este sentido, teniendo como referencia que la cultura de las sociedades occidentales está íntimamente vinculada con las construcciones corporales masculinas (Albelda, 2018), identifico tres mojones de sentido en los testimonios de los jóvenes. En primera instancia, las experiencias vinculadas al bullying por una materialidad corpórea más pequeña y débil que la media, lo que puede alentar o desalentar ciertas actividades. De este modo, gracias al kick-boxing, Lionel resignifica su cuerpo y su conducta. En cambio, el alejamiento de Julio de toda práctica deportiva o física lo lleva a explorar su ser en el mundo virtual. En segundo término, se encuentran aquellas experiencias aglutinadas en lo relativo al rendimiento corporal, particularmente en el deporte. Así, vemos cómo las aprobaciones y desaprobaciones que obtienen Darío y Matías, respectivamente, por parte de varones de mayor edad influyen en la continuidad de sus actividades. Por último, se observa un mojón asociado a la masculinización, centrado en el llamado a realizar este proceso que deben responder Iván y Miguel corporalmente a través de ciertas prácticas. No obstante, ambos encuentran otros pasatiempos donde sus masculinidades se expresan de otra manera y sus cuerpos juegan roles de menor exposición.

Estas tres categorías, que podríamos denominar, respectivamente, como “tamaño”, “rendimiento” y “masculinización”, según las lógicas que regulan los sentidos asociados a los cuerpos masculinos y, a su vez, las prácticas, guardan una estrecha relación con la noción de “aguante” que propone José Garriga Zucal (2010) para caracterizar los discursos presentes en torno a los enfrentamientos físicos entre hinchadas de fútbol. Este concepto plantea la resistencia corporal necesaria para atravesar los eventos violentos, más allá de las adversidades que estos deparan. Ello no solo permite una sobrevivencia física, sino también el reconocimiento y el “respeto” por parte del grupo de pares.

De este modo, podemos observar cómo, en la noción de Garriga Zucal, opera una suerte de “plusvalía simbólica” requerida en la práctica cultural que representa ser hincha de un club de fútbol. En este sentido, las disposiciones corporales desplegadas deben estar al servicio no solo de las necesarias para alentar al equipo —cantar, saltar—, sino también del reconocimiento de otros varones del grupo a partir de la resistencia en luchas físicas. Esta suerte de cuota extra en pos de la inteligibilidad que se desprende de la citada práctica cultural masculina, puede apreciarse en las experiencias de los jóvenes que entrevisté. Está presente en las miradas de los varones más grandes, que regulan las actividades que realizan Darío y Matías, y en la vergüenza que siente Julio al realizar ejercicios físicos ante otres.

Si bien en el caso de Lionel se vislumbra ese valor agregado en función del reconocimiento obtenido en sus peleas ante el bullying sufrido, es destacable que el joven puede apropiarse esa cuota extra al reeducar su corporeidad a través de su práctica. Algo similar ocurre con Iván y Miguel, quienes, ante las exigencias de masculinizarse, logran encontrar otras actividades en las que pueden ahorrarse ese valor simbólico agregado a expensas de sus cuerpos.

Como vemos, en todos los casos los varones deben negociar qué hacer y cómo en su tiempo de ocio con los sentidos y valoraciones que les presentan sus pares durante este proceso. Estos parámetros de inteligibilidad exigen una plusvalía a costa de sus performances corporales, con el fin de obtener el reconocimiento de otros varones. En función de ello, los jóvenes adaptan sus prácticas y las transforman, siendo ellos mismos transformados en el proceso y moldeadas sus masculinidades. Así, si bien la cuestión del gusto está latente en cada caso, el foco en las operatorias de poder masculinas permite trazar el recorrido que cada uno realiza en torno a las actividades que elige y en las negociaciones que debe efectuar.

En virtud de los análisis realizados, este artículo aporta conocimientos en relación con las dinámicas que operan en las prácticas culturales de jóvenes varones y cómo el cuerpo juega un rol central en los parámetros de inteligibilidad establecidos por sus pares, lo que lleva a una transformación mutua entre sujeto y práctica. En este sentido, se plantea un camino a seguir con vistas a profundizar en las relaciones sociales que se producen en este tipo de actividades puesto que permiten vislumbrar los modos de dominación que los varones perpetuamos y que regulan nuestros cuerpos y actividades, incluso en los tiempos de ocio. A su vez, este aporte se enmarca en un todo que, teniendo en cuenta el espíritu del que nace la investigación de base, forma parte de las experiencias que atraviesan los varones adolescentes en la construcción de sus masculinidades.

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1. Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (EIDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), ezequielpannelli@gmail.com, orcid.org/0000-0002-9598-6612

2. Utilizo el lenguaje inclusivo para referirme a un plural genérico y distingo los géneros masculino y femenino en los casos necesarios y pertinentes.

3. Todos los nombres son pseudónimos para preservar la identidad de los jóvenes.

4. Plataforma digital utilizada principalmente para la retransmisión de videojuegos en directo.

5. Videojuego de construcción del tipo mundo abierto, es decir, que el personaje puede moverse y realizar actividades libremente por el escenario de juego.

6. En alusión al pene y su tamaño como sinónimo de potencia y poder.

7. Este concepto refiere a aquellos sucesos que se inscriben en un calendario privado y que consisten en un “giro de existencia” para el individuo. Ello se logra gracias a la estabilización del significado de ese acontecimiento y a la capacidad de “dar vuelta la página”. Si no se logra, se genera lo que la autora denomina acontecimiento “catástrofe”.