Las profesionalizaciones políticas en cuestión1
Michel Offerlé2
papeles de trabajo, 19(35), enero-julio 2025, pp. 158-223
https://ark.unsam.edu.ar/ark:/16763/2871758b27f4
“Te das cuenta de que ya no sos ministro
cuando te sentás en la parte de atrás de un auto y no arranca”3
“La política no es una profesión regulada”4
El aviso necrológico de Claude Dilain5 y el homenaje de Louis Mexandeau6 al predecesor de Jérôme Cahuzac,7 Marcel Garrouste8 pueden resumir, implícitamente, el estado actual de las relaciones con los políticos. El primero se presenta como:
la figura del representante electo de los suburbios, el rostro de Clichy-sous-Bois [...] El exalcalde socialista se hizo conocido durante los disturbios urbanos que estallaron con la muerte de Zyed Benna y Bouna Traoré, dos adolescentes que fallecieron electrocutados en un transformador tras una persecución con la policía. Se había convertido en un defensor incansable y combativo de su distrito, y de todos los suburbios populares abandonados. “Hay entre 5 y 6 millones de personas que viven en condiciones indignas de la República y de su lema”, solía repetir con su voz suave pero determinada. (Sylvie Zappi, Le Monde, 7/3/2015)
El segundo se describe como “un verdadero socialista”, “un militante ejemplar y sobrio, como la mayoría de los militantes de nuestro partido”, “tan modesto como convencido”, “un parlamentario discreto y asiduo. Lo contrario de esos diputados histriónicos y escandalosos que parecen atraídos por el más mínimo foco de la televisión en la Sala de las Cuatro Columnas.”9 Los éxitos del Partido Socialista “suscitaron grandes codicias, multiplicaron el número de oportunistas que buscan sucesiones y prebendas. ¿A dónde fueron a parar la fuerza de la convicción, la modestia, la abnegación militante, esas cualidades fundamentales de nuestro partido? Aquellas cualidades que poseía Marcel Garrouste”. Tras establecer una comparación con Cincinnatus, Louis Mexandeau, que firma como “exministro, militante”, culmina el elogio señalando: “Marcel Garrouste, producto puro de la meritocracia republicana, había conseguido, con un simple certificado de estudios primarios, llegar a director de hospital. Más tarde, cuando había cumplido todos sus mandatos, con más de 70 años, se preparó y obtuvo una agrégation en derecho”.10 Este retrato, que se contrapone al de Jérome Cahuzac, el “extravagante” diputado por la 3ª circunscripción de Lot-et-Garonne y efímero Ministro de Finanzas, podría considerarse como un enunciado autobiográfico en el que el biógrafo es también el biografiado (Offerlé, 1984); pero aquí lo tomaremos únicamente como síntoma, y como estilización, por parte de un actor que se ha alejado del juego, del estado de deterioro en el que se encuentra la profesión política vista desde fuera.
Los rasgos que se habían identificado en los capítulos de La profesión política (Offerlé, 1999) hace unos veinte años se han acentuado y, tanto en Francia como en el extranjero, todos los que contribuyen a producir la profesión política, sus reglas, sus prácticas y sus representaciones, no han dejado de contribuir a esta degradación.
En 2017, cuando se publicó una nueva edición del libro, preferí escribir un epílogo en lugar de reelaborar su texto introductorio, que ciertamente estaba “fechado”, pero cuyos elementos de los años 90 o anteriores merecían ser conservados porque persistían y, en algunos casos, se habían reforzado. Y porque daban profundidad histórica a la reflexión sobre la profesionalización política.
Este posfacio, en forma de síntesis y de programa de investigación, hará un repaso de los principales trabajos sociológicos11 que reflexionaron, desde la primera publicación del libro (en 1999) hasta la actualidad, sobre la cuestión del oficio político como actividad profesional especializada en el siglo XXI, sobre las críticas a la sociología de la profesión política y sobre las pistas adyacentes que nos permitirían ir más lejos en la sociología del trabajo político. La sociología de los entornos –tanto privados como profesionales– es indispensable para dar cuenta de las condiciones concretas, materiales y emocionales de funcionamiento de múltiples empresas políticas, y de las formas en que sus dirigentes acumulan y preservan capital –económico, cultural, social, simbólico– y, por tanto, capital político. También es conveniente interrogar la diversificación de oficios ligados a la política, que tienen efectos sobre las nuevas modalidades de profesionalización y de profesionalismo político.
Estas preguntas sobre la profesión política no deben ocultar el renovado interés por la sociografía del personal político. Una sociografía amplia, pero sobre todo impulsada políticamente en torno a la paridad y la diversidad (y más recientemente en torno a la edad), ha dado lugar a importantes movilizaciones que no ocultan, sin embargo, la multiplicidad de denuncias que pesan a diario sobre los profesionales y las instituciones que perpetúan su omnipotencia, los partidos políticos como lugar de transacciones entre los miembros más profesionales de la profesión. Razón de más para concluir volviendo al concepto de capital político, que nos permite comprender, por comparación, las estructuras perennes de la política “à la francesa” y del campo político francés.
A lo largo de este texto, intentaremos no caer en la trampa de la generalización y la denuncia, la idea de que “todos son iguales”, “todos son corruptos”, o de que existe una “balcanización” generalizada de la política. El primer reflejo sociológicamente saludable frente al espíritu de esta época es considerar que no existe un político que resuma a todos los políticos. Lo que estos actores diversamente profesionalizados12 invierten en los distintos lugares del campo o los campos políticos son habitus (es decir, una historia personal, una trayectoria y capitales) que, aunque limitados por las reglas del juego político, no son menos disímiles en su forma de encarnar los roles de la política.
Solo mencionaremos aquí otra forma de profesionalización, más profunda pero más silenciosa, que afecta a todos los oficios municipales (y, más ampliamente, a la gestión territorial), dado que la transformación de las estructuras locales (vía descentralización o crecimiento de las intermunicipalidades)13 transformó los roles de los dirigentes municipales, y las competencias (llamadas de gestión o management, de “excelencia profesional”) y las disponibilidades biográficas asociadas a ellos experimentaron un cambio significativo. Las formas de “amateurismo político” local son muy diversas, y algunos dirigentes llegan a dedicarse plenamente a sus mandatos “viviendo” de sus indemnizaciones acumuladas.14 En consecuencia, cambió el perfil de quienes ocupan estos cargos (con un fuerte descenso de los alcaldes agricultores o artesanos y un aumento de los alcaldes con título universitario). Como escribe Sébastien Vignon, los “pequeños” representantes electos, igual que los grandes, también buscan evitar el estigma de ser profesionales; su habilidad “consiste en evitar presentarse como ‘profesionales’ de la política para no empañar su legitimidad frente a sus bases, al tiempo que utilizan los mecanismos del sistema de decisiones intemunicipales para afirmar su poder municipal” (Vignon, 2010a).
Los representantes de los municipios pequeños ya no pueden considerarse como un grupo homogéneo de “amateurs” de la política, tal como los estudios sobre profesionales de la política sugirieron a veces implícitamente. (Vignon, 2010b)
Por eso hablaremos aquí de profesionalizaciones en plural, para dejar en claro que quienes viven para la política no lo hacen todos de la misma manera, y para subrayar las transformaciones de la profesionalización, que no solo designa una carrera larga y continua (vivir para y de) sino también una actividad profesional exclusiva desde el fin de los (eventuales) estudios de estos “profesionales de la profesión” (vivir-toda-su-vida-solo-para-y-de-la-política).
Espacios de estudio de la profesión política
Estos trabajos pueden impulsarse en distintos sentidos, que son complementarios. La sociología de las profesiones, la sociología de las elites o la sociología del trabajo se interesaron por este espacio de investigación y, al hacerlo, permitieron abrir pistas heurísticas para comprender los fundamentos bien materiales y las modalidades profundamente prácticas de la política. No podemos concebir esos fundamentos sin tener en cuenta las transformaciones contemporáneas de la profesionalización de “los profesionales de la profesión” y sus entornos –públicos y privados–, así como de todos los oficios anexos, hoy inevitables, que hacen posible su actividad.
Los profesionales de la política, ¿son profesionales en el sentido
de la sociología de las profesiones?
Como habíamos señalado (Offerlé, 1999), el término profesión difícilmente pueda utilizarse en su sentido sociológico para objetivar a la “profesión política”. En un artículo publicado en 1964, Harold L. Wilensky señalaba que estaba de moda atribuir profesionalidad a un amplio abanico de ocupaciones. La especialización, la proliferación de estándares de trabajo y el desarrollo de actividades de servicios conducían a ello. Después de revisar los criterios que los sociólogos estadounidenses de los años 50 y 60 exigían de una actividad para denominarla profesión, Wilensky (1964) afirmó que pocas de las actividades entonces emergentes podían cumplir esos criterios de reconocimiento.
En ningún momento de ese artículo aparece el término profesión/profesional de la política.15 Si bien algunos de los criterios habituales esgrimidos por los sociólogos de las profesiones podrían habilitar este uso (especialización y fijación de fronteras frente a los profanos, autonomía en el establecimiento de las normas éticas para el ejercicio de la actividad, reivindicación de servicio a un interés general), el término es utilizado sin que sea asumido por quienes se dedican a la política (Lehingue, 2019).
La cuestión de la profesionalidad ambigua y a veces intermitente de las “ocupaciones” políticas, desde el punto de vista sociológico, dio lugar a investigaciones sobre el trabajo político –su definición, su aprendizaje, su materialidad, sus conocimientos compartidos y “culpables” (Hughes, 1987 [1971]), sus prácticas, su “jurisdicción” (Abbott, 1988), su delimitación y sus roles (Lagroye, 1994, 1997)–16 que pueden desarrollar sus responsables. Este trabajo también incluye mucho tiempo dedicado a actividades que no son “directamente políticas”.
La función de político no suele ser presentada como un trabajo, sino como una vocación, una función social, un llamado interior para servir a los ciudadanos.17 Esta cuestión también llevó a los investigadores a examinar la reivindicación del “monopolio” de la manipulación de los bienes políticos a la que podrían aspirar los políticos profesionales. Didier Demazière y Patrick Le Lidec se basan en los clásicos de Everett Hughes (1987 [1971]) “Work and The Self” y “Licence and Mandate” para abordar el trabajo político como una actividad laboral más (Demazière y Le Lidec, 2014).18 Su objetivo es superar las autodefiniciones de los propios actores políticos y desarrollar un programa de investigación. Para estos autores, “los profesionales de la política no forman un conjunto cerrado, protegido y controlado: menos que una profesión, se asemejan a un grupo profesional, es decir, a una comunidad evolutiva y abierta, vulnerable e inestable, heterogénea y compleja” (Demazière y Gadea, 2009, p. 19). Al examinar esta actividad desde la perspectiva de la sociología de las profesiones, concluyen que el trabajo realizado por los “trabajadores políticos” se presenta como “fluido o plástico”:
no está cristalizado en una jurisdicción con fronteras precisas, no está organizado en una especialización de roles codificados y estabilizados; no está respaldado por un conjunto de saberes explícitos que fundan una profesionalidad indiscutible; no está legítimamente monopolizado por una categoría de actores que establecen las normas de su actividad. Pero el trabajo político es una actividad colectiva, que se configura de manera diferenciada en el seno de colectivos híbridos que tienen, ellos mismos, propiedades variables. (Demazière y Le Lidec, 2014, p. 25)
La entrada a través de las élites
La sociología de las élites también experimentó un resurgimiento (Higley y Burton, 2006; Higley, 2010 ; Genieys, 2011). Aparecieron manuales de síntesis, se reeditó el trabajo seminal de Wright Mills, La élite del poder, con un prefacio de François Denord (2012), e investigadores del entorno de Denord retrabajaron el concepto de campo de poder tomando como base el Who’s Who y señalaron, en Francia, al club “Le Siècle” como lugar de encuentro, fortalecimiento y reconocimiento de las distintas élites. No todos los políticos profesionales forman parte de la élite nacional, lejos de ello; muchos ejercen su profesión política como personalidades locales y tienen vínculos débiles o inexistentes con el campo central del poder. Otros viven más para la política que de la política.
Como han demostrado François Denord y sus colegas en este trabajo (Denord, Lagneau-Ymonet y Thine, 2011),19 el valor de un análisis en términos de campo de poder (Bourdieu, 1989) y de “élite del poder” (Wright Mills, 2012 [1956]) es que permite insistir en primer lugar en la estructura del sistema de posiciones que confiere a los individuos sus propiedades. Este doble foco invita a trabajar sobre las formas de reconocimiento, de competencia y de complicidad que unen a los actores dominantes en los distintos subespacios. También permite preservar la idea de que los órdenes institucionales tienen jerarquías y funcionan como subespacios sociales autónomos pero coordinados. Sin caer en la fantasía de la conspiración y de la identificación física de un lugar de poder, “Le Siècle”, una reunión mensual destinada a “eliminar los compartimentos entre los equipos de dirección de la sociedad de nuestro país”20 es a la vez selectiva, general, discreta y se inscribe en el largo plazo. Sus cerca de 800 miembros tienen a la vez características comunes y especialidades diversas. La élite política forma parte, pero solo con sus figuras más destacadas (el 40% de los ministros fueron miembros entre 1997 y 2007, tanto en gobiernos de derecha como de izquierda). Los políticos constituyen el 17% de los miembros de Le Siècle y son el 8% en el Who’s Who (que incluye de modo sistemático a todos los parlamentarios) (Denord, 2012).21
Esta insistencia en la autonomía relativa de la élite política, que sin embargo está estructuralmente vinculada con otras élites, tendió a marginar los viejos debates de los años 60 y 70 en torno a los trabajos de Louis Althusser (1965) y Nicos Poulantzas (1968),22 o, a partir de la primera definición bourdieusiana del campo político. En efecto, en los años 70, para Pierre Bourdieu, el campo político refería al “sistema de relaciones entre fracciones de las clases dominantes y no solo entre agentes que hacen de la ‘política’ una profesión (parlamentarios, periodistas políticos, etc.)” (Bourdieu, 1971, p. 70).
También debe recordarse que no se puede equiparar a todos los directores de empresa, los PCS 2 del INSEE, con los jefes del CAC 40;23 y, del mismo modo, no podemos asimilar a la cúpula de la profesión política con todos los profesionales de la política.
Modalidades del oficio político
Las tareas que deben desempeñar estos profesionales pueden resumirse, a grandes rasgos, como aquellas enumeradas para los profesionales de los asuntos públicos,24 pero son infinitas e indefinibles por definición. Los lugares, los tiempos y los escenarios, los roles, la distancia respecto de esos roles, las situaciones, la relación con el tiempo, así como la búsqueda de distinción y las formas de socialización e interiorización de la profesión remiten a una infinidad de formas de ser y hacer, incluso más que en cualquier otra profesión. De ahí que el comentario periodístico se centre en el “estilo”, en los “rasgos psicológicos” que califican o descalifican al estadista o al político. Los sociólogos también intentaron estilizar a los representantes locales, en particular a los alcaldes, a partir de “figuras” que sintetizan los modos de habitar ese rol (el constructor, el empresario, el gestor, el alcalde participativo). Todo este trabajo político de los representantes o los candidatos puede comprenderse retrospectivamente a través de los archivos de los políticos (cf. Association des Archivistes Français, 2007) y de la observación y las investigaciones que ciertas instituciones posibilitan (cf. Ollion, 2021; Boelaert, Michon y Ollion, 2017).
Max Weber, en la segunda parte de Politik als Beruf, estilizó las cualidades decisivas, complementarias y eventualmente contradictorias que, a su juicio, debía tener un verdadero político: “pasión, sentido de la responsabilidad, mesura”. Se trata de cosas que no pueden enseñarse o aprenderse directamente. Algunos políticos se inician de modo sistemático en la gestión de los asuntos locales o en técnicas de comunicación (media training), e incluso en ciertas profesiones como la abogacía, participando en diversos concursos de elocuencia. El resto se aprende a través de una socialización difusa –la aptitud y el gusto por el liderazgo, la asunción temprana de responsabilidades en y para un grupo–, así como en las universidades y mediante el aprendizaje práctico de los roles políticos en acción. Las escuelas especializadas de los partidos que solían formar a sus futuros dirigentes (en especial en el Partido Comunista) se han derrumbado (Éthuin, 2003). La fórmula weberiana se refiere sobre todo a esos grandes políticos que a Weber le parecían indispensables para la gestión de los Estados y de los pueblos, aunque la política en sus rutinas ordinarias tiene tanto de “baja política”, de “politiquería”, de “política oficiosa” y de gestión banal o innovadora de una colectividad, como de “alta política”. El saber-hacer político implica una capacidad, a menudo considerada desde el exterior como sospechosa, para transitar entre varios roles, a veces contradictorios entre sí, y saber utilizar a los amigos y a los enemigos; saber apostar a la cooperación o a la traición, al olvido como al deseo de venganza, a la capacidad de gestionar las tensiones como a la necesidad de alimentarlas.
Pero todas estas cualidades solo pueden pensarse en situación: en configuraciones espaciales e históricas concretas, y no bajo el manto de cualidades intrínsecas y atemporales. Como muestra Mariana Gené, solo podemos hablar de las cualidades de los políticos en interacción:
Las preguntas abstractas sobre la “calidad” de los políticos sólo ponen de relieve una parte de un proceso mucho más amplio. Los parámetros absolutos y generalizantes para medir esta supuesta calificación suelen pasar por alto lo que subrayamos en esta tesis: que lo que “deben ser” los políticos se define –y se transforma– en contextos históricos específicos, en relaciones de poder y dinámicas políticas espacialmente situadas. (Gené, 2014, p. 283)
También podemos alejarnos de las afirmaciones generalizantes mediante estudios precisos, como los realizados sobre las agendas de los políticos, y trabajar sobre los aspectos concretos, rutinarios e incluso prosaicos de las actividades políticas (Aldrin, 2007; Le Lidec, 2008; Demazière y Le Lidec, 2014 ; Eymeri-Douzans et al., 2015). En esos casos, la política aparece como un perpetuo arbitraje del tiempo y como una empresa eminentemente colectiva (no solo partidaria) pero muy ligada al mantenimiento de entornos imprescindibles para perdurar.
Un artículo de Frédéric Sawicki (2003) permite incluso abrir otras perspectivas. El autor presenta un argumento contra la hiperespecialización de las investigaciones en ciencia política. Demasiadas veces los trabajos sobre el oficio de representante electo a nivel local (o, se podría decir, sobre el oficio de representante a secas) tienden a ignorar la labor de los políticos en el ámbito de las políticas públicas para interesarse en su trabajo político orientado a la reelección.
La noción de liderazgo político reposa con demasiada frecuencia en la búsqueda de cualidades intrínsecas y heroicas que los dirigentes tienen o deberían tener, y que tendrían de modo continuo (Collovald, 1999). Los políticos lo saben, porque se dedican constantemente a la puesta en escena de sus atributos sociales. Las cualidades que atribuimos a un líder son, por lo tanto, menos una especie de disposición genética intrínseca o incluso social, que el resultado de la actualización y del refuerzo de disposiciones reconocidas en una comunidad determinada (en el seno de equipos, de entornos políticos que en general son más colegiados de lo que parece). Max Weber no escapa a esta reificación cuando detalla las cualidades necesarias para los políticos en la segunda parte de Politik als Beruf, incluso si construye un tipo de líder democrático en relación con el análisis de la profesionalización que es consecuencia del sufragio universal.
El liderazgo, subraya Sawicki, está territorializado, y si bien las investigaciones sociográficas a nivel nacional permiten identificar las grandes variables que determinan la elegibilidad (Abélès, 1989), no pueden comprender cómo se actualizan esas propiedades en la práctica.
Gestionar la acción pública y, por tanto, las cadenas de interdependencia entre representantes, colaboradores y burócratas, es uno de los aspectos esenciales del oficio político, aunque reciba mucha menos cobertura mediática que el trabajo de representación e intermediación (discursos, visitas, puesta en escena de roles), que interesa ante todo a los medios de comunicación.
El oficio de político, además, no ofrece un único tipo de carrera, sino que implica tipos diferenciados de inversión y etiquetado o estigmatización. Al margen de las carreras nacionales “exitosas”, también hay que tener en cuenta la infinidad de situaciones en las que se encuentran quienes están en la carrera y no quieren o no pueden pasar al siguiente nivel. Algunos representantes locales quieren “seguir siendo pequeños” (o a veces están obligados a serlo por el espacio disponible), del mismo modo que algunos empresarios quieren limitar su volumen de negocios.
La cuestión de la fila de espera
Hemos visto que el acceso a la profesión política puede ser largo, ya sea que se atraviesen distintas pruebas en la militancia, o se establezca cierta notoriedad en el territorio, y se llegue a ser reconocido como “elegible”. Así, hay que esperar turno en la cola, como desarrolló Étienne Ollion (2021) en su obra.
Sin embargo, el activismo precoz en las juventudes de los partidos políticos o en las agrupaciones estudiantiles abre el camino a un número creciente de empleos como colaboradores; empleos en los que estos auxiliares políticos próximos a un mentor compiten por trofeos (cargos partidarios, mandatos electivos) que les permiten estabilizar más rápidamente su deseo de hacer carrera.
Fuera del caso especial de las revoluciones, que provocan rápidas transformaciones en el personal político, los casos ahora frecuentes de convulsión en el espacio partidario pueden generar el rápido ascenso de outsiders que se benefician del éxito de su líder. Los casos de Silvio Berlusconi en la década de 1990 y de Donald Trump y Emmanuel Macron en la de 2010 son ejemplos reveladores. Pero este éxito puede ser efímero: como muestra el ejemplo francés, los “novatos” de Macron que supuestamente iban a revolucionar la forma de hacer política se convirtieron en profesionales como los demás o volvieron a la “sociedad civil”.
En un libro publicado en Francia en 2021 (Offerlé, 2021), abordé la relación entre los empresarios y la política, que es muy específica en comparación con los empresarios estadounidenses, que pueden intervenir mucho más directamente en la vida política al financiar casi sin límite think tanks, partidos y candidatos y, una vez que han hecho fortuna, al implicarse en la política electoral o en el marco del “spoils system” estadounidense, que da derecho al Presidente a renovar su “administración” y otorgarle un número considerable de puestos prestigiosos (secretarías, embajadas, direcciones de grandes agencias). Los conflictos de intereses entre sus cargos económicos y sus funciones políticas son muy frecuentes y se toleran mucho más en Estados Unidos que en Francia.
Esto significa una fragilidad de recursos, a menos que imaginemos la entrada en política como algo muy temporal, bajo la forma de una “misión”. En rigor, se trata de “hacer” políticas públicas (policies) pero evitando los dispositivos de la vida política electiva, por no hablar de los enfrentamientos partidarios. A pesar del aire nuevo que aportó Emmanuel Macron en el mundo empresario, quienes se incorporaron a sus equipos o se postularon como candidatos a diputados fueron solo empresarios de un tipo específico. Se seleccionaron en 2017 mediante una comisión nacional luego de que el recién creado partido macronista examinara sus candidaturas (había más de 20.000 candidatos en total) de forma gerencial. Este reclutamiento masivo por medios inéditos permitió a muchos de ellos, empresarios o no, saltar un lugar en la fila. Para una mujer, para un joven militante que acababa de ingresar y debía tener paciencia, para un comerciante ocupado en su actividad empresarial, apelar a la “sociedad civil” se presentó como una forma de renovar una clase política denostada y como una manera de conciliar convicción, ambición e incluso arribismo.
Esta apertura de posibilidades y oportunidades abre así la ocasión a actores que tenían pocas posibilidades en el proceso de reclutamiento tradicional para candidatearse inmediatamente.Este hombre, mucho más implicado en política que los demás postulantes, propietario de una empresa con 45 empleados y a quien se prometía, pero para mucho más tarde, una carrera política, subraya claramente la importancia de la fila de espera. En aquel momento tenía treinta y tantos años:
Lo único que me dijeron en ese momento es, ‘no te preocupes Frédéric, ya llegará tu turno, dentro de veinte años serás senador por París’. Y yo me dije, pero en realidad qué me importa, me gano la vida de otra manera, hago activismo para cambiar las cosas, un poco puro en aquella época. Y así, en mi cabeza, decidí desengancharme un poco. (Entrevista, 2018)
Participó en la campaña de Macron y fue seleccionado para ser candidato en 2017, resultó electo y luego sería reelecto en 2022 y en 2024.
Pero, como demuestran los testimonios que siguen, la mayoría de los grandes patrones rehúyen estas formas de inversión, ya sea como parlamentarios o como ministros:
Si fuera diputado o ministro, sería cien veces menos eficaz que con el movimiento Leclerc (Michel Edouard Leclerc, gran empresario de la distribución, Le Monde, 28/4/2005)
P : ¿Un cargo ministerial?
R : Sí, nunca lo dije, pero me ofrecieron muchas veces y siempre dije que no. Francamente, creo que presto un mayor servicio a mi país estando aquí en mi puesto. Me siento hecho para esto. Pero en absoluto para la política. Es un mundo del que tengo un poco... que observo con interés. Trabajo mucho, todo el tiempo. En el sector de la energía, del medio ambiente, obviamente son actividades que están en el centro de las políticas públicas”. (Gérard Mestrallet, ENGIE - gran empresa de gas, entrevista propia, 2016)
Porque creo que la política es demasiado nacionalista y yo había descubierto aquí el aspecto internacional. Me parecía que acá éramos mucho más internacionales que en otro lado” (Paul Hermelin, Capgemini – corporación multinacional francesa de consultoría tecnológica, entrevista propia, 2016).
La mayoría de los grandes empresarios a los que se les ofreció entrar en política lo rechazaron. Hay que sopesar el interés de un cargo de este tipo con la inversión, el placer y el disfrute derivados de la profesión de empresario. La diferencia entre las recompensas materiales de ambos cargos puede ser explicitada por los jefes de tamaño medio-alto (“salgo perdiendo”, “mi sueldo se dividió por cinco”). Los altos directivos rara vez lo dicen explícitamente, y la descripción del costo-beneficio pocas veces se hace en términos tan claros, como lo hace por ejemplo este exministro que pasó al sector privado, que insiste a la vez sobre el sueldo, las limitaciones de la vida cotidiana y la fila de espera:
Tengo muchos amigos en la empresa y a menudo hablo con ellos y les digo: el sábado a la mañana, entre jugar al tenis y repartir folletos en el mercado, ¿qué elegís? El sábado a la tarde entre la rosca de pascua con tus hijos y la rosca de pascua en la residencia de ancianos... ¿qué elegís? Entre 8.000 francos como diputado –no se llega enseguida, hacen falta varios años– y las posibles stock options... (ex diputado y ministro, luego pasó al sector empresarial, entrevista, 2017)
Junto a los raros personajes calificados como “hombres de Estado” –a veces denominados “animales políticos”– que han sabido transformar su perspicacia para las apuestas en habilidad visionaria, abundan los “buenos gestores”, la “gente con territorio”, “de proximidad”, los “políticos finos”, los “técnicos” e incluso “tecnócratas de la política”, los “alcaldes emprendedores”, pero también los “notables”, los “conspiradores”, los “jugadores”, los “padrinos”, etc. La especialización en un tema concreto (a veces estigmatizada como servilismo a un grupo de interés: el diputado del vino, el diputado de las farmacéuticas o el diputado de la línea C del RER), la autolimitación de las ambiciones más allá de los mandatos locales, la construcción de una etapa posterior de la carrera, no agotan la diversidad de estrategias pensables o posibles. Esas estrategias deben considerarse en relación con las configuraciones jurídicas que definen los marcos de la profesión política y con las expectativas de éxito que históricamente se han delimitado en función del carácter federal o no de la organización institucional y del valor relativo de los cargos, que pueden formar jerarquías separadas o un cursus honorum continuo (como en Francia25 o en Estados Unidos).
Es muy interesante analizar el valor de los puestos disponibles en la Unión Europea.26 Como lo muestra Didier Georgakakis:
En pocas palabras, hasta la Comisión Barroso I inclusive, los comisionados son cada vez más exministros de los Estados miembro (y a menudo ex grandes ministros del más alto rango para todo un grupo de países miembros), pero su condición de expertos o especialistas en Europa está relativamente relegada. A la inversa, y de forma casi simétrica a esta dimensión, los altos funcionarios deben cada vez más su puesto a una inversión a largo plazo en las instituciones europeas. (Georgakakis, 2012, pp. 44-45)
Los fundamentos materiales de la profesión política
Cabe destacar aquí el crecimiento de un mercado de puestos de gestión política, como lo demuestra el desarrollo de diplomas en universidades e institutos de estudios políticos o schools of government, que preparan a sus estudiantes para puestos en el entorno (administrativo y político) de los dirigentes electos, o para la prestación de servicios políticos a los partidos, el Estado o las autoridades locales (Biland, 2012) y que pueden dar lugar a procesos de profesionalización electiva. Es necesaria una visión más realista de la actividad política, con sus delegaciones, sus procesos de decisión y sus evanescentes distinciones entre la esfera política y la esfera administrativa, para contrarrestar la visión del político electo como un decisor solitario y aislado, dueño de la legitimidad democrática en virtud de su elección. Como nos recuerda Jean-Michel Eymeri-Douzans (2003): “comprender el trabajo político tal y como se produce y se lleva a cabo supone tener en cuenta todas estas interdependencias”.
El estimulante libro Le règne des entourages (Eymeri-Douzans, Bioy y Mouton, 2015), que reúne aportes de varios investigadores, se centra en los entornos del Ejecutivo. Ofrece un panorama amplio en términos temporales (desde el Consejo del Rey en adelante) y espaciales (la Unión Europea y cinco democracias diferentes), con Francia como caso de estudio principal y no tan excepcional. Los entornos del Poder Ejecutivo francés no dejaron de expandirse y, desde hace quince años, los gabinetes oficiales y oficiosos, excluido el Elíseo, emplean entre 700 y 800 personas. Los gobernantes “multiplican sus propias capacidades de reflexión y acción creando entornos cada vez más numerosos en los que delegan un número creciente de tareas”. Contra el mito del “rey solo”, Eymeri-Douzans (2015) apunta que “el ministro ya no es una persona física”, lo que significa que su acción está enmarcada, preparada, delimitada, actuada, hablada e interpretada (“el ministro quiere”, “el primer ministro considera”) por una variedad de entornos que se encuentran en trayectorias muy diferentes, que van de las estrategias de profesionalización política a los esbozos de puerta giratoria económica o la búsqueda de crecimiento en la carrera administrativa (cf. Alam, Martinache y Nollet, 2015). Cada uno a su manera, en función de su trayectoria anterior y posterior, forma un equipo no necesariamente unido sino más bien dividido y jerarquizado, con luchas de poder que a veces escapan al ministro, que no los eligió ni nombró a todos (lo que el autor llama una “extraña colectivización sin confianza”).
En la Francia actual, las cosas han llegado a tal punto que no es exagerado decir que un ministro es menos una persona física que la encarnación -cuando se presenta, habla y actúa en persona- y/o la figuración –cuando “el ministro” sirve de sujeto en frases, a menudo performativas, escritas, pronunciadas y publicadas en su nombre por otros– de un colectivo de trabajo: su entorno de gabinete. (Eymeri-Douzans, 2015)
Este “reino de los entornos” a la francesa tiende a extenderse a otros países y prolifera también en toda la pirámide político-administrativa de Francia.
En su tesis etnográfica sobre dos municipios de la región parisina, Adeline Denis (2024) trabaja sobre la compleja coproducción de decisiones dentro del entorno del alcalde, que incluye a otros dirigentes electos, a directores y directoras de los grandes departamentos de la ciudad, al personal de gabinete que también puede tener cargos electivos en municipios vecinos. Este tipo de enfoque es poco frecuente y permite documentar y objetivar en detalle el trabajo político, a la vez promovido por el organizador del entorno (el alcalde) y resultado de una actividad colegiada. Las separaciones canónicas entre lo administrativo y lo político, o la dicotomía entre el saber-hacer militante, más o menos autóctono (que se reservaría para el periodo de campaña), y el saber-hacer de los gestores de políticas públicas, no son en absoluto rígidas, y el enfoque etnográfico permite conocer de cerca la división cotidiana pero frágil del trabajo (en especial en las reuniones de “agenda”) en el seno de estas “redes de confianza institucionalizada”. Como dijo un director de gabinete: “Mirá... contrariamente a lo que se puede pensar de la vida política, no se trata tanto de debatir ideas, sino de ensuciarse las manos y de meter las narices en la mugre”: así, el trabajo sucio está en juego y es objeto de luchas a menudo sexistas en el seno de estos equipos, en vías de convertirse en profesionales permanentes pero inciertos, ya que el mercado de reciclajes o reconversiones varía mucho en función del tipo de entorno y de la capacidad del dirigente para invertir en la búsqueda de “salidas” para el núcleo de su grupo de colaboradores, según la formulación de Frederick Bailey (1969, 1988).
Así, la cuestión de los entornos “profesionales” se ha vuelto un tema de interés para la sociología política, mientras que el análisis de los entornos privados apenas empieza a interesar a los investigadores. En efecto, los empresarios políticos, como los demás empresarios, no son líderes solitarios, desvinculados de todo tipo de compromisos (profesionales como afectivos).
La cuestión de los cónyuges o las parejas se ha planteado e por el interés que la llamada prensa rosa muestra por las aventuras y el estado civil de los dirigentes políticos, ya se trate de los divorcios y matrimonios de Nicolas Sarkozy o de las separaciones y citas nocturnas de François Hollande. También se ha planteado por el estatus protocolar y/o político de las esposas de los Presidentes de la República y de otros altos cargos políticos. En estos casos, las mujeres son estilizadas como mujeres trofeo o, a la inversa, como figuras inspiradoras en la sombra.
Como demuestran con mayor profundidad los recientes trabajos de Christelle Gris (2016), no puede existir empresa política, y por tanto una profesionalización política, sin que la esposa o compañera (más raramente el esposo o compañero, como demuestra Jeane J. Kirchpatrick [1974], dado que la profesión política sigue estando fuertemente marcada por la masculinidad)27 acepte vivir para la política. El trabajo de Gris complejiza la cuestión, apoyándose en los recientes avances de la sociología del género y de la interseccionalidad (en el sentido de una investigación transversal de las formas de dominación –eventualmente acumulativas– a las que una persona puede estar sometida en función de su clase, género o raza, incluso discapacidad u orientación sexual), al subrayar que el lugar de las mujeres en la empresa política, en el “hogar político”, no es inequívoco y que hay que hablar de las mujeres que hacen posible una carrera política. Ellas actúan de muy diferentes maneras en función de sus propias trayectorias profesionales y de los capitales de los que pueden disponer por su origen social, sus itinerarios escolares y universitarios, y por los compromisos de todo tipo que adoptaron a lo largo de su vida.
La interseccionalidad permite así dar cuenta de lo que podría llamarse intercarrierismo, es decir, las diferentes disposiciones, competencias y apetencias que el cónyuge de un dirigente puede estar dispuesto a invertir en las “carreras”, que conciernen tanto al político como al agente social ordinario, en los compromisos familiares, culturales, profesionales y políticos del hogar, marido, mujer e hijos eventuales (de una o varias uniones). En términos prosaicos, pero la sociología tiene que ser materialista: ¿quién se ocupa de los niños? ¿de lavar los platos o hacer las compras? ¿Quién gestiona el “personal doméstico”? ¿Quién sacrifica o ralentiza su carrera profesional?
Christelle Gris muestra que las esposas de los diputados son a menudo colaboradoras remuneradas (en sentido amplio) en los entornos políticos (Gris, 2016, p. 329). Según sus cálculos, casi un tercio de los parlamentarios tienen una pareja que se interesa de esta manera en la política. Como mínimo, la esposa tiene que jugar el juego de su marido, ser la que no obstaculiza su carrera, la que evita los conflictos de interés y no necesita aparecer como su portavoz, al tiempo que mantiene una buena imagen pública y abona a la reputación del hogar político, cultivando la discreción y el buen trato con todos los que se encuentra por la calle, evitando los chismes y haciendo actos de presencia.
También es responsable de garantizar la estabilidad y la continuidad emocional del hogar, de protegerlo y de permitir que el político se desentienda de las obligaciones de la vida doméstica, encontrando a la vez en ese marco formas de puesta entre paréntesis y de renovación. Tiene que gestionar su miedo a la “joven amante” y su posible pérdida de tolerancia ante una actividad que invade la vida privada, y lo hace cada vez más a medida que crece el éxito y aumenta la profesionalización. Por lo demás, la situación matrimonial de los líderes electos, y por tanto los cambios en su entorno afectivo y profesional, pueden vincularse con determinadas etapas de su carrera política. Como dijo sin rodeos un entrevistado de Gris:
Así que voy a tener que dejarla... Pero es muy inoportuno, a tres semanas de la primera vuelta... Ya es bastante complicado estar en campaña, no necesitaba esto además de todo el resto... Pensé en esperar, pero no creo que vaya a ser posible... (en Gris, 2016, p. 18)
Estas cónyuges deben “hacer rendir su situación” de maneras que varían mucho en función de sus recursos y sus trayectorias. Según su estatus social y sus apetencias, se ven llevadas a invertir sus recursos (lo que Christelle Gris denomina metafóricamente como dote), al vivir ellas también para la política: ciertamente, saben aconsejar en materia estética y de hexis corporal, saben recibir y saben dar (Phélippeau, 2002) según los cánones más clásicos de la política notabiliaria, pero también saben actuar en asociaciones, poner sus competencias académicas y profesionales al servicio del hogar político al trabajar en determinados temas, releer discursos, ser una especie de jefas de gabinete informales que también deben saber guardar la distancia emocional y social adecuada con la empresa política, que es ciertamente doméstica, pero ante todo conyugal. Más allá de estos interrogantes, se pueden revisar las bases materiales, familiares, micro-partidarias (cuando un profesional acumula recursos para su propia reelección) y partidarias (cuando los recursos colectivos se ponen -en parte- en común) de la profesión política (François y Phélippeau, 2015).
Los “profesionales de la profesión”
Cuando hablamos de profesión política (Loonis, 2006; Mazeaud, 2014), es para destacar el carácter perenne28 de su actividad y la necesidad, para los candidatos al oficio de político, de comenzar precozmente su entrada y su carrera para poder aspirar a los peldaños más altos de esta jerarquía. Sobre una muestra de 33 políticos franceses que pueden caracterizarse como la cúspide de los profesionales de la política –presidentes de partidos, ministros o exministros– su primer mandato se adquirió antes o justo después de cumplir treinta años (Offerlé, 2012, 2004).
Como expresó con picardía Jean-Luc Godard cuando Isabelle Huppert le entregó un premio de honor en 1987 por el conjunto de su obra, no solo los “los profesionales de la profesión” los que hacen funcionar una profesión:
Gracias Isabelle por supuesto, gracias a los profesionales de la profesión, como ya he dicho, y gracias a los... ya que mencioné las luces y las sombras, a los invisibles, gracias a las chicas del departamento de montaje de negativos de LPC, gracias a la operadora de Gaumont, porque sin ella no conocería a Nicolas, gracias a los empleados del banco OBC, gracias a ellos.29
El segundo signo de esta profesionalización es su carácter continuo: no hay límites de edad. El Senado francés es el receptáculo de los políticos en el final de su carrera que no pueden dejarla. Los alcaldes, por su parte, alcanzan carreras muy largas con el consentimiento renovado del electorado. Por lo demás, la necesidad de entrar tempranamente en política hizo que aumentara el número de políticos profesionales que no tienen ninguna profesión antes de resultar electos. El ministerio de Ayrault30 fue sin duda uno de los más “profesionalizados” en este sentido. Manuel Valls y François Fillon31 son parangones de esta profesionalización al cuadrado, sobre la que volveremos.32
El desarrollo de vías de acceso a la profesión a través de las “juventudes” (Bachelot y Bargel, 2009; Bargel, 2014; Jérome, 2014), que a veces pueden acompañarse de empleos como asistentes parlamentarios (Aldrin, 2007) o de cargos electivos a nivel local, así como el aumento de los puestos de funcionarios o de miembros del entorno de dirigentes locales, constituyen una cantera, ciertamente precaria, pero que permite acumular capital político (a menudo adquirido por la dependencia de un dirigente más experimentado que puede cooptar y apadrinar) y abre la esperanza de una profesionalización en cargos electivos.
Estos empleos de los asistentes parlamentarios son ambivalentes y diversos, como lo muestran Julien Fretel y Julien Meimon (2015), porque los desempeñan personas con perfiles disímiles (en términos de diplomas, edad, sexo, tipos de capitales que se poseen) según el tipo de diputado y su localización (París o el interior).
Son a la vez escuelas de la política “desde abajo”, que permiten a los asistentes dedicarse a lo que les apasiona y avizorar una carrera profesionalizada, al tiempo que se acumulan competencias y capitales, con un posible mentor político, más o menos poderoso, susceptible de transformar este trabajo auxiliar en una profesionalización en cargos electivos o político-administrativos.
Se trata, pues, de una senda a la vez parecida y muy diferente de la que supone el acceso al centro. Si los puestos de colaborador de dirigentes electos pueden conducir a posiciones parlamentarias o incluso ministeriales, estas trayectorias nunca son químicamente puras (ver las trayectorias de Manuel Valls o François Fillon). En cuanto a las vías de acceso a los puestos ministeriales a través del gabinete,33 es más compleja de lo que parece, ya que, como muestran Valentin Behr y Sébastien Michon (2015), si bien el 33% de los ministros entre 1986 y 2002 pasaron por un gabinete del Ejecutivo, no todos lo hicieron de la misma forma, y lo que se ha denominado “acceso al centro” como nuevo tipo de vía hacia los altos cargos políticos (junto a las denominadas vías nobiliarias y militantes) dista de ser unívoco. En efecto, si bien el paso por un gabinete es un acelerador de la carrera para los puestos ministeriales, todos los casos son distintos, dado que varias combinaciones son posibles (militancia y gabinete, mandato electivo y gabinete) junto a un tipo “puro” de acceso sin mandato a un puesto ministerial, como es el caso de Jean-Louis Bianco34 o de los “miembros de la sociedad civil”.
También hay “reclutadores” que seleccionan, a un nivel superior, a “jóvenes promesas”, que las reúnen y confrontan con otras élites, por ejemplo en el Aspen Institute,35 donde se reúnen y forman “los líderes políticos del mañana” (excluido el Frente Nacional),36 o incluso en el Institut des Hautes Études de l’Entreprise.
La tercera marca de esta profesionalización es el mantenimiento de este capital político mediante la búsqueda permanente de posiciones que lo refuercen. La acumulación de mandatos en el espacio se suprimió parcialmente en 2017,37 pero algunos pensaban resistirse: “Acumular un mandato parlamentario y una función local es una forma de vida. Si estoy tan loco como para trabajar más de 80 horas a la semana, es cosa mía”, declaró Philippe Bas, senador de Les Républicains, a L’Opinion el 20 de diciembre de 2016. Pero la cuestión de la acumulación a lo largo del tiempo también está presente, aunque sea menos tematizada.
La cuarta expresión e indicador de la profesionalización reside en el desarrollo de profesiones auxiliares vinculadas a la profesión política, que tienden a excluir del compromiso y de la competencia política a los “simples militantes” que Louis Mexandeau celebraba a través de Marcel Garrouste. El mercado de todas las campañas electorales se abrió, a pesar de las barreras de protección establecidas en Francia,38 a consultores en comunicación39 que proporcionan apoyo logístico amparados por la reputación de la empresa que presta sus servicios (Walker, 2014). En los partidos políticos, como en otras organizaciones,40 las tentativas desigualmente exitosas de “managerialización” (Petitfils, 2007; Griffiths, 2008; Faucher-King, 2008; Lefebvre, 2011, 2013) tendieron a racionalizar los métodos de incorporación de personal y a desarrollar una “cultura de objetivos” extraída de los manuales de gestión y de las prácticas empresariales (Dulong, 1997, 2010). Estas tentativas de racionalización de la competencia política van acompañadas, por fuera de los partidos, de proyectos de start-ups políticas para cambiar la República y su “modelo de negocios”. Pero el ejemplo de “Nous Citoyens”41 es poco concluyente sobre los resultados de la movilización empresaria.42 Por lo demás, algunos intentos de aplicar la cultura de la evaluación y los instrumentos de la nueva gestión pública a la labor gubernamental también han fracasado en Francia.43
El espejo roto del campo político
Los estudios sociográficos sobre el personal político proliferaron desde la publicación original de La profession politique (Offerlé, 1999). Una mirada retrospectiva a esta producción permite considerar las virtudes, las limitaciones y las dificultades de tales “recuentos”. Esta abundancia de investigaciones permite documentar los atributos sociales de los profesionales de la política y subrayar que esos atributos se movilizan política y mediáticamente de diferentes maneras en los debates actuales sobre la legitimidad de los políticos contemporáneos. La falta de confianza y el escarnio que se cierne sobre ellos son retratados de diversas maneras por los emprendedores reformistas de la profesión. Esto no debe hacernos perder de vista el alivio que puede suponer la existencia de este personal profesionalizado que también realiza el “trabajo sucio” de la delegación democrática.
Gran parte de la atención sobre la profesión política se había centrado en la objetivación-denunciación de la escasa representatividad “fotográfica” del personal político en cualquier país que fuera. La división constantemente repetida entre el “pueblo bueno” y las “élites políticas malas”, cifrada en esta fractura representativa, es uno de los factores que explican el aumento del abstencionismo (“Ignorar un juego que los ignora”, según la expresión de Patrick Lehingue) y de los votos calificados como “antisistema” (cf. Braconnier y Dormagen, 2007; Lehingue, 2011). Todos los estudios sociográficos recientes44 muestran que los políticos profesionales constituyen una “representación” muy poco fidedigna de la sociedad. Según los países, la discrepancia es más o menos importante, y concierne de distintas maneras a los diferentes indicadores que se utilizan para objetivar una población que se compara con otra, en este caso la de los profesionales frente a la de los profanos (sexo, edad, origen social, profesión de origen, nivel de diplomas, orígenes “étnicos”). La sociografía del personal político volvió a cobrar protagonismo. En Francia, las investigaciones prosográficas detalladas se centran principalmente en los diputados y eurodiputados, mientras que lo hacen poco en los senadores o ministros (Otalora, 1988; Gaxie, 1983, 1986; Dowding y Dumont, 2009; Behr y Michon, 2013, 2014).45
Sociografía, instrucciones de uso
La sociografía del personal político puede ser estimulante, sobre todo cuando es comparativa en el tiempo y en los espacios políticos (ver Sawicki, 1999; Déloye, 1999). Un simple enfoque descriptivo, como suele ocurrir, variable por variable, puede resultar repetitivo y poco creativo. Además, toda sociografía –en sus cimientos– debe tratarse con cuidado. Los trabajos sociográficos se basan en declaraciones. La base de datos del Ministerio del Interior, que da acceso a la lista de candidatos de las elecciones francesas, y la base de datos Sycomore de la Asamblea Nacional ahorran una cantidad de tiempo considerable; pero las categorías que utilizan son problemáticas y, por definición, estas bases recaban solo ocupaciones “declaradas” (sobre estos problemas, que están lejos de ser solamente fácticos, de codificación y de secuenciación, ver Ollion, 2015-16).46 Cuando se miran con lupa estas declaraciones, el investigador se lleva unas cuantas sorpresas en lo que respecta a la duración real y la consistencia efectiva de las profesiones declaradas, en particular cuando se compara “a mano” lo declarado por los candidatos con otras fuentes (directorios, prensa, entrevistas u otros datos oficiales como los proporcionados al sitio web de la HATVP (Alta Autoridad para la Transparencia de la Vida Pública), “institución encargada de promover la probidad de los funcionarios públicos, en especial respecto del lobby, la transparencia financiera, la ejemplaridad y los conflictos de interés”. Además, la cuestión de la codificación se vuelve espinosa cuando el profesional solo ejerció durante pocos años una profesión antes de entrar en política, o cuando la profesión declarada es débilmente predictiva de las trayectorias seguidas y del capital invertido en política. Tomando el ejemplo de los directivos de empresa, Max Weber subrayó la poca disponibilidad de los “empresarios modernos” para dedicarse a la política (Weber, 2004 [1895-1919], pp. 280 y ss.). En cuanto a esta categoría, la profesión reivindicada públicamente puede ser la misma, aunque cuando se los entrevista algunos insisten en que son más “empresarios en política” que “políticos que antes fueron empresarios”, y otros hacen hincapié en su temprana militancia en los grupos juveniles de su partido y solo mencionan marginalmente un rápido paso por el mundo empresario, que sin embargo les sirve de atributo identitario, del mismo modo que otros, hace algunas décadas, insistían, en el seno del Partido Comunista, en resaltar sus credenciales de clase obrera. Vale la pena reflexionar y poner en práctica las palabras de Woodrow Wilson, futuro Presidente de los Estados Unidos: “La profesión que elegí fue la política. La profesión en la que me introduje fue el derecho. Entré en una porque me llevaría a la otra” (Carta a su prometida Ellen Axson, 30/10/1883).
Sin embargo, la sociografía sigue siendo muchas veces poco reflexiva. En Gran Bretaña, el histórico artículo de Anthony King (1981) abordó esta cuestión al analizar el descenso, sobre todo entre los conservadores y los liberales, del reclutamiento de amateurs y/o de actores de profesiones “predispuestas” a allanar el camino hacia una carrera política en función de las “cualidades intrínsecas” que supuestamente tendrían tales actividades,47 las llamadas “facilitating occupations”:
Lo son la radiodifusión, el periodismo, la autoría, las relaciones públicas, la enseñanza escolar y la docencia universitaria. Todas ellas ofrecen una amplia gama de contactos, patrones flexibles de trabajo, largas vacaciones, oportunidades de licencias y la posibilidad de practicar habilidades políticamente relevantes como escribir y hablar en público.
La idea de una transformación del oficio de político y de una creciente profesionalización está muy desarrollada en la bibliografía anglosajona actual.48 Según Paul Cairney, la expresión politics-facilitating occupations es demasiado laxa y se refiere a ocupaciones muy diversas en el tiempo y en el espacio. En su opinión, el término engloba ocupaciones de “intermediación” (“brokerage”) (que estarían vinculadas a determinadas actividades profesionales -profesores, abogados- y podrían invertirse en política), que deben distinguirse de las actividades “instrumentales” –de orientación política, retomando una expresión weberiana– que preparan directamente para la entrada en política (periodismo, relaciones públicas, profesionales de grupos de interés o colaboradores políticos). El autor subraya con razón las dificultades metodológicas que entraña la codificación de las profesiones de origen en lo que respecta a la formación inicial y las trayectorias profesionales. La cuestión que se plantea es la de la transferibilidad de los capitales de un ámbito a otro. Siguiendo la expresión de Anne-Catherine Wagner (2010), a propósito de la movilidad internacional, algunos capitales “viajan” mejor que otros.
Quedaría por explicar por qué subsisten tantos parlamentarios británicos que no entran en estas dos categorías (las ocupaciones “tradicionales” que facilitan la política y las trayectorias de orientación política, los political workers y similares) y que se encuadran en la categoría de business background, entre los conservadores y los demócratas-liberales. También habría que documentar qué significa para el ejercicio de la profesión esta transformación de la entrada en política, es decir, qué es lo que implica para la manera de hacer política.
El artículo de King de 1981 diagnosticaba el auge del político de carrera (career politician), término que prefería al de político profesional (professional politician) para dar cuenta de la transformación en la gestión de la política británica. ¿La sociografía de los profesionales que cuestionábamos en 1999 en la introducción de La profesión política (Offerlé, 1999b) bajo la idea de “Does social background matter?” tiene un alcance limitado? Best y Cotta (2000), en su conclusión que compara el reclutamiento político en varios países europeos, señalan, con respecto al político profesional, un tipo particular entre los tipos ideales que estilizaron, que son las reglas del juego político las que determinan sus acciones y expectativas:
En tal configuración, el social background pierde su valor como elemento de capital social susceptible de ser invertido en la competencia por los cargos, porque ni los seleccionadores ni los electores esperan que tenga un impacto significativo en la práctica parlamentaria de los candidatos tras su elección. (Best y Cotta, 2000, p. 525)
La pertenencia partidaria sería más importante y el social background solo sería una variable relevante para el ejercicio del oficio político en determinadas configuraciones de la competencia (cuando los recursos sociales del notable se superponen a sus recursos políticos). En la actualidad, las variables sociales solo determinan la probabilidad de entrada en la carrera (especialmente de forma negativa para los que tienen menos capital), pero son poco predictivas para entender las formas concretas en que los profesionales asumen sus roles políticos.
Sin embargo, lo que son en el puesto depende también de lo que fueron en su trayectoria anterior, de sus disposiciones precozmente construidas para desear representar al resto, de las experiencias sociales interiorizadas en el curso de su socialización familiar y profesional, de su saber-hacer práctico cotidiano y de su capacidad para representarse a los demás con la esperanza de poder representarlos (o incluso de la forma en que se proyectan en un futuro diferente o en una carrera política de por vida). En toda buena sociología de las instituciones, la ocupación de una posición, de un rol, es una invención permanente que oscila entre el cumplimiento de las tareas y obligaciones inscriptas y prescriptas en la historia del cargo, y la forma en que los agentes, portadores de habitus muy disímiles, componen, soslayan y transforman -sujetos a ciertos constreñimientos- las formas legítimas de ejercer esas funciones (Lagroye y Offerlé, 2011).
Si bien el estudio del social background de los políticos profesionales no explica automáticamente las formas en que se construye, preserva y acumula el capital político, ni las muy diferentes maneras en que pueden asumirse los roles políticos, constituye una herramienta esencial para captar en detalle, más allá de las estrategias de imagen y su inmediatez, las variaciones en la ejecución del trabajo político.
Esta sociografía (Norris, 1997; Best y Cotta, 2000) también es poco inventiva cuando, en el mismo volumen editado por Best y Cotta, por ejemplo, utiliza series continuas a lo largo de varios siglos y varios países. Como muestra Laurent Willemez (1999), las categorizaciones deberían interrogarse de forma contextualizada,49 y no habría que naturalizar términos similares que significan cosas muy diferentes en distintos momentos históricos (un abogado en 1885 y en 2017). Habría que mirar más de cerca quiénes son estos lawyers que, en el 110º Congreso de EEUU, eran 59 sobre 100 senadores y 174 sobre 435 diputados (40%) antes de compararlos con los avocats franceses (Dogan, 1999) o los abogados españoles o argentinos, o los avvocatos italianos (Briquet, 2006). El artículo de Bogue et al. (1976) señala que las Cámaras de EEUU estuvieron compuestas por entre 50% y 65% de lawyers durante un siglo y medio, y de entre 11% y 25% de businessmen (sin contar a los agricultores).
Poco inventiva, además, porque la difícil tarea de registrar las trayectorias profesionales (a partir de lo que declaran los propios interesados) puede ahora combinarse con un trabajo sobre datos muy amplios que podría cuestionar algunas de nuestras certezas.50 Sin embargo, pocos estudios reflexionan sobre este espejo de la profesión que es la “muerte política”, que, salvo contadas excepciones, no reposa en un límite de edad ni en una limitación de la cantidad de mandatos.51
Esto plantea tres cuestiones especialmente importantes. La primera se refiere al hecho de que las condiciones de salida, como todo estudio en términos relacionales, arrojan luz sobre las condiciones de funcionamiento del espacio considerado. La segunda permite visualizar la longevidad de las carreras y, por lo tanto, los tipos de profesionalización que se dan en las configuraciones nacionales. Los Presidentes de la República Francesa desde 1959 murieron en ejercicio de sus funciones (Pompidou), o poco después de abandonarlas (De Gaulle, Mitterrand), o renunciaron a su carrera política (Chirac a los 75 años) o bien reanudaron una nueva carrera política desde abajo (en mandatos locales y legislativos, como Valéry Giscard d’Estaing, derrotado en 1981 a los 55 años). Pero de estos cinco presidentes, dos habían sido derrotados antes de ser electos (Mitterrand en 1965 y 1974 y Chirac en 1981 y 1988). Este nunca es el caso entre los candidatos a presidente de Estados Unidos (excepto Stevenson y Nixon) o de los candidatos al cargo de primer ministro británico, para quienes una derrota significa su retiro de la vida política, al menos en el puesto más importante. La decisión de François Hollande de no presentarse a la reelección constituye un precedente en Francia.
De ahí la tercera cuestión que se plantea a raíz de estas “expulsiones”, que se refiere a la tercera carrera de los políticos. El después de la política es en efecto muy diferente si se puede retomar la profesión inicial (bajo ciertas condiciones, que varían según los países y el tipo de ocupación) o si la combinación de funciones con el mandato político es automática, o si el hecho mismo de la carga de trabajo que representa el mandato lo hace incompatible. Durante mucho tiempo, el “parlamento miliciano” a la suiza fue un caso muy particular (Mazzoleni, 2006; Mach, 2015; Mach et al., 2016).52 Hoy en día, casi todos los miembros del Consejo de los Estados y los Consejeros Nacionales son profesionales, y solo una octava parte de los miembros del Consejo Nacional no lo son; pero ambas cámaras suizas incluían, y siguen incluyendo, a muchos directores de empresa. Este sistema es sintomático de una forma de funcionamiento similar a la de un club, en la que los cargos políticos son poco exigentes y se ejercen sobre la base de un reclutamiento plutocrático.
También es revelador de hasta qué punto el ámbito político suizo (aun si está en vías de profesionalizarse en todos los partidos) tiene poca autonomía respecto del mundo económico.
La profesionalización integral del personal político también puede haber sido un fenómeno reciente en otros países, como en Alemania, donde, según Achin (2005b, p. 304), citando a G. Loewenberg, un tercio de los diputados elegidos en 1961 seguían ejerciendo su profesión. Además, 19% de los miembros del Parlamento Federal eran funcionarios sindicales, 10% eran funcionarios de carrera en servicio y solo el 20% eran políticos a tiempo completo.
La cuestión de la reclasificación del personal político parlamentario no se plantea, pues, para quienes combinan una profesión con un mandato político. Puede resolverse gracias a la existencia de pasarelas que permiten a estos parlamentarios encontrar un nuevo empleo, con sueldos en general más ventajosos que las dietas que percibían, en empresas o en cargos de relaciones públicas. La revolving door (puerta giratoria), símbolo de cierto tipo de lobby en Washington (Blanes i Vidal, Draca y Fons-Rosen, 2012), le permite así al exparlamentario trabajar para empresas que probablemente se habían relacionado con él desde el otro lado del mostrador cuando estaba en funciones. Y la opening door, la cooptación de parlamentarios (abogados en particular) en los consejos de administración de empresas privadas, también se observa en Suiza. El caso de Peter Hess, abogado de negocios y consejero nacional del Partido Demócrata-Cristiano, saltó a los titulares en Suiza en 2001 cuando se vio obligado a dimitir de los 48 consejos de administración que integraba. Sin embargo, el proyecto de ley para limitar el número de puestos directivos en el sector privado no fue aprobado. De todos modos, el artículo 11 de la Ley del Parlamento (2002), que señala la “Obligación de declarar los intereses”, hizo más estrictas tales declaraciones.53 El “pantouflage político” (la circulación entre el sector público y el sector privado de alta jerarquía) existe en su expresión mínima en Francia, ya que son pocos los políticos que abandonan completamente este oficio.54 Algunos casos de “jóvenes” que dimiten (Blair, Clinton, Schroeder o Sarkozy) o de exmiembros de la Comisión Europea causan revuelo debido a las sumas que pueden obtener por sus conferencias y consultorías políticas.
La edad también es un factor discriminatorio. Salvo cuando ocurren cambios importantes (como en 1945, 1958, 1981 o 1993), la Asamblea Nacional experimenta alternancias que apenas influyen en la composición etaria de sus miembros.
El Senado francés, a pesar de la modificación en la edad de elegibilidad, sigue siendo viejo: 64 años en promedio antes de la renovación de 2014, 61 años y 9 meses después, con casi un centenar de septuagenarios. Los alcaldes (entre quienes encontramos a muchos jubilados en pequeños municipios) tienen una media de edad de 52 años y 10 meses, con solo un 4,1% de menos de 40 años y un 40% de más de 60. Louis Chauvel (2007), muy atento a este tipo de desigualdades, señala que la mayoría de los diputados tienen entre 55 y 65 años (la edad media de los candidatos en 2012 fue de 49,5 años, y la de los diputados, en franco crecimiento, fue de 57,5 años en 2007, y de 59 años y 10 meses en 2012).55 Francia ostenta el récord mundial de edad, al establecer la proporción entre mayores de 60 años y menores de 40: 9, frente a 0.44 en Suecia, 0.78 en Alemania y 3 en el Reino Unido.
La reciente publicación del informe encargado por el ministro de Juventud y Deportes, Patrick Kanner, propone limitar las candidaturas para cargos políticos a la edad de 70 años. El debate que se abrió es una buena ilustración de las oposiciones que entraña la cuestión de la edad. En la actualidad, la “generación” de la posguerra, los que tenían entre 15 y 20 años en 1968, ejerce las principales responsabilidades políticas. Muchos diputados tienen uno o dos mandatos, pero existe una base importante de diputados reelectos: en 2006 la media de duración de los parlamentarios era de 11,7 años y el 48% de los diputados ejercían su tercer mandato o más (Costa y Kerrouche, 2007). Además, dadas las nuevas formas tempranas de profesionalización, pasaron mucho más tiempo en política que sus predecesores (Boelaert, Michon y Ollion, 2017). Los partidos más excéntricos y contestatarios son los más jóvenes (en otra época el PCF, más tarde los ecologistas o el Nuevo Partido Anticapitalista -NPA- y, más recientemente, el Frente Nacional).
Los dos temas más visibilizados en los últimos años fueron la paridad y la diversidad (Achin y Lévèque, 2006; Avanza, 2010; Mesgarzadeh, 2017).56 Gracias a una política deliberada de incentivos y/o represión, la representación política de las mujeres tendió a cambiar en los distintos cargos electivos y dentro de los diferentes partidos. Sin embargo, como nos recordaba recientemente Marisol Touraine,57 “no conozco una sola mujer política (¡ni una sola!) que no pueda hablar durante horas de todos los comentarios, miradas e incluso insultos que sufrió por el mero hecho de ser mujer” (en Huffington Post, 29/4/2015).
Esta declaración fue seguida por una petición contra el machismo ordinario de los políticos hacia las periodistas, y por la creación en 2016 de un sitio web contra el “sexismo ordinario” de las colaboradoras de representantes electos, a raíz del “affaire Baupin”.58
En Francia, las mujeres representan actualmente el 40% de concejales municipales en las ciudades de más de mil habitantes, pero solo hay un 16% de alcaldesas (y son el 14,6% en las ciudades de más de 100.000 habitantes). La progresión ha sido especialmente espectacular en los puestos de concejales departamentales: antes de la renovación de 2015, solo había un 18% de concejales generales que eran mujeres, frente al 50% actual como consecuencia de la aplicación de la paridad, pero solo el 8% de los Concejos están presididos por mujeres. Hay un 48% de concejales regionales mujeres, pero solamente tres de ellas presiden uno de los 17 Concejos. En las elecciones legislativas de 2012, 40% fueron candidatas mujeres, pero solo el 27% resultaron diputadas. Por su parte, el Senado renovado en 2014 incluye un 26,7% de senadoras. El Gobierno de Ayrault (2012-2014) tuvo una representación casi paritaria por primera vez en Francia (48,6% mujeres, incluida la primera ministra; en 2000 hubo un 27,2% de mujeres en el Gobierno de Jospin y en 2008, un 35,1% en el de Fillon). Sin embargo, la dinámica de transformación no debe ocultar algunas tendencias persistentes:59 reparto desigual, puestos “reservados” a las mujeres, etc. La política sigue siendo una profesión sexuada, masculina. Las primarias presidenciales de la derecha y de la izquierda en 2016-2017 pueden “dar fe” de ello.
“La segregación horizontal de las profesiones se ve reforzada (también aquí) por una segregación vertical” (Achin, 2005a, p. 478; cf. también Behr y Michon, 2014). Los roles y los puestos reservados a las mujeres, incluso cuando se practica la paridad, siguen siendo en la mayoría de los países funciones de segundo orden, salvo algunas grandes excepciones del estilo de Thatcher o Merkel. A pesar de todo, la feminización es un medio utilizado para intentar devolver cierta legitimidad a profesionales jaqueados por las críticas a los defectos de la representación.
En cuanto a la cuestión de “la mujer” en política (qué aporta a la política el acceso de más mujeres a los puestos de responsabilidad), las interpretaciones oscilan, igual que para otros tipos de feminización como las patronales,60 entre el diagnóstico de conformismo (para estar presentes, las mujeres que pudieron acceder al oficio se pliegan a la masculinización del rol) y el pronóstico de una transformación a mediano plazo de las posiciones que ahora ocupan agentes sociales dotadas “natural” y socialmente de cualidades intrínsecas (sentido de lo concreto, rechazo de la confrontación, disposición al compromiso) que debería cambiar fundamentalmente la definición misma de la profesión política. O, en palabras de la nueva alcaldesa de Madrid, hasta ahora ajena a la profesión política: la política es demasiado violenta, “quiero introducir los valores de la cultura femenina: la emoción, la empatía, la concertación y la escucha”.61
En efecto, el capital político está genereizado, pero los trabajos que documentan la paridad desde un punto de vista interseccional también pueden mostrar qué tipo de personal político femenino –desde un punto de vista cultural y social– viene a “reemplazar” a los políticos masculinos menos dotados de capital.
Del mismo modo, desde el punto de vista de la diversidad,62 a pesar de ciertos anuncios de nombramientos en la cúpula, el acceso de un personal político “de origen inmigrante” sigue siendo marginal en Francia. En 2012, se calcula que los dos principales partidos (PS y UMP) presentaron entre un 2% y un 3% de candidatos de origen inmigrante en la Francia metropolitana. Algunos clubes “racializados”, como el siglo XXI° siècle (un guiño a su “mayor”, el XX° siècle), sirvieron de trampolín para las carreras de alta jerarquía en los negocios o en la política de estas nuevas élites (Rachida Dati, Fleur Pellerin, Rama Yade y Bariza Khiari son algunas de las personas que proceden de estos clubes) (cf. Mesgarzadeh, 2017). La Asamblea Nacional de 2012 cuenta con alrededor del 5% de estos representantes electos (incluidos los de los departamentos y territorios franceses de ultramar). Sin embargo, aquí también, la tendencia a la transformación no debe ocultar ciertas tendencias subyacentes: reparto desigual, tipo de puestos “reservados” a mujeres, etc.
Estos dos tipos de movilización eclipsaron una tercera cuestión que había estado en el centro de la movilización popular en los siglos XIX y XX: la de la entrada en política de agentes sociales procedentes de las clases populares (obreros o trabajadores).
En 2006, el 30% de los franceses tenía un diploma superior al bachillerato, pero entre los diputados este número llegaba al 82%. Los exalumnos de las grandes escuelas y los que tienen un doctorado están sobrerrepresentados en la Asamblea Nacional y también en el gobierno. Desde el punto de vista profesional, también lo están los profesores, las profesiones liberales, los altos funcionarios (en particular los egresados de la ENA, Ecole Nationale d’Administration, que constituyen el 5% de la Asamblea, pero representan entre el 16% y el 30% de los miembros jerárquicos de los gobiernos recientes) y, en menor medida, los directores de empresa y altos ejecutivos.
Como en todas las profesiones de representación, algunos actores tienden a ser excluidos, pero también a auto-excluirse. La política tal como se practica actualmente, en y por los partidos y los medios de comunicación, repugna a la muy alta burguesía y a los aristócratas (Agrikoliansky, Heurtaux y Le Grignou, 2011; Agrikoliansky, 2013; Agrikoliansky et al., 2016). En el otro extremo del espectro social, los partidos que pretenden representar a las clases trabajadoras (partidos comunistas y de extrema izquierda, o partidos denominados populistas) no son dirigidos, en su gran mayoría, por individuos procedentes de sus filas.
La campaña electoral de 2012 de Philippe Poutou, obrero metalúrgico y candidato del Nuevo Partido Anticapitalista, fue ejemplar en este sentido. Su lema: “La política es cosa de todos, debemos ocuparnos de nuestros asuntos y representarnos a nosotros mismos”, apenas recibió comentarios favorables de los periodistas. La cuestión del vínculo representativo está siempre tensionada entre la representación-delegación (fiduciaria y/o de encarnación) y la representación, como habilitación social, “idéntica”, denominada “fotográfica”, que a partir del artículo de Griffiths y Wollheim (1960) se califica como representación descriptiva –expresión retomada y popularizada por Pitkin– en la teoría política anglosajona. El debate normativo en torno a la concepción correcta de la representación dio lugar a una abundante literatura en Estados Unidos, mucho más que en Francia, donde este problema fue ampliamente adelantado por los trabajos de Bourdieu, Boltanski y Gaxie,63 en los que la sociografía no es meramente ilustrativa como en otros casos.
La diferencia entre los representantes de la derecha y de la izquierda en Francia, como muestra Patrick Lehingue (2019), se han vuelto menos nítidas que las retratadas por Daniel Gaxie hace 35 años, lo que pone en entredicho la hipótesis de una posible homología estructural entre representantes y representados; pero siguen existiendo diferencias entre los representantes electos de los dos partidos principales –Les Républicains y el PS– en cuanto a su origen social (más populares en la izquierda), su lugar en la jerarquía de diplomas y los puestos ejercidos por los representantes antes de su profesionalización.
Sobre la base de una representación fotográfica, son los candidatos (no los representantes electos) del Frente Nacional los que muestran la menor distorsión entre los candidatos y el electorado, si excluimos a los pequeños partidos de extrema izquierda.
Si las cuestiones de paridad y diversidad son objeto de controversia y de políticas públicas y partidarias, la cuestión de la “mixtura social” en los cargos políticos no está más que marginalmente en el debate público, al menos en términos directamente socio-profesionales. Esto se debe también al hecho de que los partidos políticos no son (o ya no son, en algunos casos) escuelas de formación y promoción política. El derecho de entrada en los debates internos se basa en competencias políticas que varían de un partido a otro y tienen que ver con el estatus y la trayectoria social. Gran parte de la actividad de movilización se delegó en profesionales de la activación electoral y una parte significativa de la actividad de reflexión programática fue captada por think tanks, aunque todavía están poco desarrollados en Francia en comparación con otros países (Tabbagh, 2009; Michel, 2011; Patard, 2014; Pommiers, 2015; Medvetz, 2012). Las primarias socialistas (Lefebvre, 2011, 2015, 2016), igual que las de la derecha, que se promocionaron ampliamente como una forma de apertura de la profesión política, atrajeron a un electorado más amplio que el del partido para elegir a su candidato en las elecciones presidenciales, pero “censitario” en relación con el electorado real (con una sobrerrepresentación de quienes tienen títulos universitarios). La mayoría de las asociaciones y movimientos sociales están liderados por dirigentes de las clases medias y altas intelectuales. Solo los sindicatos de asalariados tienen una representación (aunque distorsionada) más cercana a la de los asalariados franceses, pero sus dirigentes (también profesionalizados) tienen poca influencia en la profesión política. Excepto en el área de educación.
En la mayoría de los países, la cuestión de la “confianza” se plantea de forma directa al oficio político y a sus titulares. La confianza que se puede tener en ellos, dado que las asociaciones espontáneas que se hacen sobre los políticos remiten a la corrupción y a la incapacidad de mantener sus compromisos. El financiamiento ilegal de los partidos políticos y de las campañas electorales constituye una saga recurrente, que las sucesivas leyes nunca pueden frenar del todo (Lehingue, 2008; Lascoumes 2011; Phélippeau, 2013; François y Phélippeau, 2015). Es cierto que los políticos que fueron procesados y condenados64 son minoría (para el caso de Francia, registramos un centenar de imputaciones o sospechas: ¿esto debería considerarse una prueba suplementaria de su impunidad, dado que los críticos de la “clase política” piensan que debería haber miles de potenciales imputados?) por casos como los siguientes: favoritismo, captura ilegal de intereses, financiamiento oculto de un partido político, retrocomisiones en “mercados soberanos”, ocultamiento de bienes e incluso enriquecimiento personal o aprovechamiento de servicios sexuales. Pero estos casos son lo suficientemente emblemáticos como para afectar a la profesión en su conjunto y generar un halo en torno a ella: la fractura pueblo-élite, que se ha vuelto una cantinela típica del comentario político, reposa en esta desconfianza sobre la honestidad de los representantes. La práctica de que altos funcionarios o políticos pasen del sector público al privado no está exenta de problemas de conflictos de interés (Hirsch, 2010).
La asimilación de cargo electivo = altos sueldos = posibilidad de vivir y enriquecerse a costa del contribuyente = acumulación de mandatos = interés propio corporativo = amiguismo interpartidario = ignorancia del sufrimiento de los representados, ha florecido. La idea de que los políticos, sin importar sus tendencias o cargos, se benefician personalmente en su día a día de los privilegios de su posición quedó perfectamente ilustrada con el caso del primer ministro Manuel Valls, que viajó con sus hijos en un avión oficial desde Poitiers a Berlín para asistir a la final de la Liga de Campeones en junio de 2015.
Aunque los políticos franceses no son, ni de lejos, los más corruptos del mundo, debieron introducirse leyes cada vez más estrictas para garantizar la transparencia en la vida pública y luchar contra la corrupción. El denominado “caso Cahuzac” (2012-2013), llamado así por el ministro socialista de Presupuesto, reveló que tenía una cuenta bancaria no declarada en Suiza, aun cuando lo había negado ante la Asamblea Nacional. El ministro se vio entonces obligado a renunciar, y luego fue condenado a cinco años de inhabilitación, una multa de 300.000 euros y dos años de prisión (atenuada por el uso de una pulsera electrónica).
Desde la aprobación de estas leyes en 2010 y la creación de un órgano especializado de magistrados, el Parquet National Financier, un número significativo de políticos fueron condenados a penas de inelegibilidad.
El caso más famoso se produjo a principios de abril de 2025, con Marine Le Pen, líder del partido de extrema derecha Rassemblement National y tres veces candidata presidencial, que llegó a la segunda vuelta en 2017 y 2024 y lideraba ampliamente las encuestas para las elecciones de 2027. Fue condenada a cuatro años de prisión, dos de ellos de cumplimiento efectivo, una multa de 100.000 euros y cinco años de inhabilitación, de aplicación inmediata (es decir, sin esperar al resultado de la apelación), por “malversación de fondos públicos”. Esto se debe a que ella y su partido utilizaron los fondos destinados a pagar a los asistentes parlamentarios en el Parlamento Europeo para que trabajaran para el partido y no para el Parlamento. Esta inelegibilidad inmediata debería, por tanto, privar a Marine Le Pen del derecho a presentarse en las próximas elecciones presidenciales. Desde entonces, los dirigentes de RN se embarcaron en una campaña de invectivas contra “el gobierno de los jueces”, “la justicia política” y “el derecho contra el pueblo”, que obstaculizarían la soberanía del pueblo y lo privarían de la libertad de elegir a sus representantes. En ese marco, la líder de RN recibió fuertes apoyos de Donald Trump, Elon Musk, Vladimir Putin, Viktor Orbán y Jair Bolsonaro. Por su parte, los que apoyan la sentencia lo hacen en nombre del respeto a la ley y al Estado de Derecho, y consideran que las faltas de probidad de los políticos socavan la confianza que los ciudadanos pueden tener en sus representantes.
“Este extraordinario malentendido que aleja a los gobernados de los gobernantes, que los hace creer que pertenecen a especies humanas diferentes” al que se refería Valéry Giscard d’Estaing (1988, p. 10) se ha convertido en “un abismo (creciente, irremediable), una ruptura (profunda, peligrosa, dramática), un pasivo, una fractura, un precipicio, una brecha cada vez mayor, una oposición, un desfasaje, una escisión”. Estos son los términos más utilizados en los debates mediáticos sobre la relación actual entre pueblo y élites.65
Esta apreciación resulta especialmente relevante si consideramos que la capacidad real de “resolver los problemas de la gente” mediante el margen de maniobra y la voluntad política es mucho más limitada de lo que podría pensarse. Además, los tiempos de campaña y las promesas rara vez coinciden con el tiempo de la gestión y el control del aparato del Estado (acción pública, arbitraje interministerial, batallas interinstitucionales en el seno de las burocracias y en las RIM –reuniones interministeriales, de las que hay más de 1.500 al año–, cf. Eymeri Douzans [2015], Bigaut [2015] y Dreyfus [2015], la quiet politics en el sentido de Pepper Culpepper [2010]), una especie de caja negra, mucho menos cuestionada y estudiada por los periodistas, o incluso por los investigadores, que la política a cielo abierto, la política partidaria.
El trabajo sucio de la delegación democrática:
¿quién defiende la profesión política?
Salvo los raros retratos positivos, como los de Marcel Garrouste o André Dilain citados en la introducción; o las reivindicaciones explícitas, como el homenaje que hicieron sus pares y militantes ante la muerte de Pierre Gosnat, alcalde de Ivry, político comunista profesional y descendiente de una estirpe de “revolucionarios profesionales” (antes que él estuvieron Venise y Georges); o incluso los testimonios sobre sobre las pocas personalidades que gozan de buena opinión entre los ciudadanos ahora movilizados contra los políticos; es difícil encontrar expresiones a su favor en internet. Se puede escribir “dedicación” y “políticos” en un motor de búsqueda y los resultados serán unánimes. Las novelas, películas y series de televisión que ahora proliferan, como la trilogía de Marc Dugain o Le Baron noir de Éric Benzekri y Jean-Baptiste Delafon, lo prueban. En cambio, encontramos racimos de nombres ligados a temas de corrupción (por enriquecimiento personal o a financiamiento de las propias empresas políticas).
Elegimos aquí dos testimonios que invitan a la reflexión sobre los dos extremos de la profesión: el de los alcaldes de pequeñas ciudades rurales, de los cuales algunos están casi profesionalizados aunque no jueguen en la misma liga ni en el mismo partido que los grandes profesionales, y el del Presidente de la República. Estos dos ejemplos polares también permiten reflexionar, más allá de una posición comprometida u hostil, sobre el conjunto de los profesionales. Si bien los líderes partidarios tienen responsabilidades particulares en estos temas, todos nosotros –ciudadanos, comunicadores, periodistas, comentaristas, ensayistas e incluso sociólogos– tenemos cosas que reprocharnos en mayor o menor medida. A fuerza de buscar al cliente detrás del militante, de descubrir detrás del empresario político al cazador de cargos y prebendas, de sospechar que detrás de cada toma de posición hay una acción inevitablemente interesada, también hemos contribuido a reducir los juegos partidarios a relaciones de puro poder. Sin caer en el irenismo y en la ingenuidad, a veces conviene recordar que la delegación democrática concedida a los representantes comporta también una importante cantidad de “trabajo sucio” (Hughes, 1987 [1971]), que pocos ciudadanos aceptarían asumir por sí mismos. En un artículo de La Voix du Nord (26/12/2013), los alcaldes son presentados así:
“Ser alcalde de una pequeña comuna significa dedicación total, no se duerme todas las noches”. Están las elecciones. Los cortes de cinta. Los brindis de honor. Y luego está todo lo demás. ¿Qué significa realmente ser alcalde? En vísperas de un año electoral, les preguntamos a los representantes de Caudrésis-Catésis. Hoy nos hablan de su... trabajo.
“Ser alcalde no es un trabajo, es un sacerdocio. En un municipio pequeño hay que hacer de todo, y eso lleva muchísimo tiempo”. El dirigente que habla tiene conocimiento de causa. Como sabe por experiencia, su “trabajo” le exige desplegar todo un arsenal de habilidades. Pero, eh, para las cuestiones técnicas está el personal municipal, ¿no? Este alcalde de múltiples sombreros se apresura a desmentir esta idea. […] “Tenemos que gestionar todo, desde disputas entre vecinos hasta… Esta misma mañana tuve que sacar un rastrillo para ocuparme de las flores”. “Todo es cuestión de relaciones. Un alcalde tiene que estar en muchos lugares […] Intento ir al máximo posible hasta donde me lo permiten mis obligaciones y mi vida profesional. Cuando tenés que terminar un trabajo para un cliente, no parás a las 4 de la tarde para ir a una reunión en otro pueblo”.
¿Otro sombrero? Este es engorroso: el financiero.
“Lo más complicado es sobre todo contar con plata. Siempre hay que batallar. No sé si es un problema que tenemos en Francia, pero la pasividad de los servicios... a veces, cosas que podrían hacerse en tres semanas tardan seis meses...”
[...] El alcalde es también el dirigente de proximidad. Y, por tanto, el primer intermediario de las políticas de... otros. Este año, “tuve que explicarle a la gente por qué ahora se les cobran ciertos impuestos...”, indica este dirigente de larga trayectoria. También señala “una explosión continua de trabas administrativas y reglamentarias impuestas por el Estado, no siempre comprensibles para nuestra población. Esto agranda aún más la brecha...”. “Ya no tenemos todas las competencias, y cuando no podemos hacer algo, tenemos que adaptarnos. Vamos a terminar sin tener poder alguno”, desliza este colega [...] En resumen, “tenemos que responder cada vez más a las expectativas de la población con cada vez menos recursos... Tenemos que realizar proyectos con menos subvenciones... Al mismo tiempo que ponemos en marcha cosas como la reforma del horario escolar, que nos va a costar un ojo de la cara”.
“No podemos funcionar a la ligera -resume un experimentado concejal- Hoy, mi mandato es casi un trabajo a tiempo completo... Soy responsable de más de mil personas. Supone un rigor permanente, no todas las noches dormís tranquilo”. Sí, concluye uno de sus pares, “no siempre se puede hacer todo lo que se quiere, pero es un poco como en la vida”. Sí, “es un trabajo ahora, ¡pero es apasionante!”66
Philippe Caubère, actor, se refiere así al tema de Un président ne devrait pas dire ça, libro escrito por Gérard Davet y Fabrice Lhomme sobre la presidencia de François Hollande (Libération, 21 de noviembre de 2016):
Pero entonces, leyendo este libro, ya no entendía nada. ¿Dónde estaba el crimen, la indignidad, la vergüenza de la que hablaban todo el día los presentadores y columnistas? Por el contrario, lo que leí fue el poco envidiable y espantoso día a día de un hombre que intentaba conciliar lo irreconciliable: las leyes de la economía y las de la sociedad. Las horribles limitaciones del mercado y las igualmente horribles limitaciones del nivel de vida de las personas. Cómo fracasa a menudo, pero también, a veces, cómo tiene éxito. Y, de hecho, bastantes veces lo tiene.
He visto cómo este hombre trabaja las 24 horas del día para asegurar “el rango de Francia” frente a los peores conflictos del mundo, cómo se involucra, o muchas veces no lo hace, pero de manera ponderada y sobre todo eficaz. Lo cual, en esta época de odio a la guerra, es todo un logro.
Se puede añadir también este testimonio de un blog bastante caótico, Le kiosque aux canards:
Mientras tanto, y hasta que no se informe mejor, sigo convencido de que es el Frente Nacional el que tiene la tasa más alta de dirigentes condenados por la justicia y que no se puede decir, con una tasa del 99,65% de representantes nunca condenados o inculpados, que la clase política francesa esté dominada por una “sarta de corruptos”.
Esta visión del oficio político está respaldada por los numerosos comentaristas que escrutan a los profesionales y que hacen de ellos, sin duda, la profesión más observada y de la que más se espera que rinda cuentas a diario, si no de inmediato. Las transformaciones que afectaron a la prensa también transformaron su forma de trabajar con esos socios-rivales que son los políticos. La relación entre el campo mediático y el político cambió como consecuencia de una profesionalización paralela y de un entrecruzamiento cada vez mayor. Para existir en el espacio político nacional, los políticos deben a la vez destacarse ante sus pares en el marco del cursus honorum que les imponen las pruebas partidarias y electorales (volverse indispensables, militar, controlar, invertir, ser investidos; en fin, acumular ese tipo particular de capital social en política denominado capital político), pero también deben exponerse mediáticamente y confirmar frente a los periodistas los atributos que acumularon. Lo que le interesa ahora a los periodistas, como muestran los trabajos de Nicolas Kaciaf (2013), ya no son las presentaciones tradicionales que los medios registraban y reproducían (con el periodismo político parlamentario como pináculo de la legitimidad política), sino la capacidad de salir bien en la prensa y sobre todo en la televisión, fuente de información preferida por los profanos de mayor edad (Riutort y Leroux, 2013), o incluso en internet, sobre todo para los profanos más jóvenes, con sus distintas modalidades y usos (tweets, Facebook, LinkedIn, hashtags, YouTube, blogs, “ecosistemas informativos” entre amigos). Es necesario examinar los efectos de internet y de los nuevos horizontes de la horizontalidad democrática, para evitar caer en la trampa de la fascinación ingenua por las novedades, como muestra el trabajo de Anaïs Théviot (2014, 2015).67 La apertura de la esfera pública a nuevos espacios de enunciación saca del aislamiento a regímenes privados de enunciación, y puede permitir a los empresarios (políticos y/o económicos) detectar “señales débiles” y promoverlas en política. La prensa puede convertirse en amplificador y comentarista de las opiniones y rumores que circulan por internet.68 Por lo pronto, los debates sobre las virtudes y los peligros de la utilización de internet y del “Big Data” en política prometen seguir en aumento.69
En términos más generales, la información periodística pasó de centrarse en los programas políticos a interesarse por las “pequeñas frases o declaraciones”, las “internas”, el “fuego amigo”, el “relato” (Salmon, 2008), el desciframiento de anticipaciones y tácticas, la búsqueda biográfica personalizada de los políticos y su entorno (sus colaboradores, sus “redes”, sus confidentes e incluso sus clientes y sus parejas), así como por la promoción de la “modernidad política” en los métodos de captación de votos y de apoyos. La profesionalización de los entornos implica una especie de “carrera armamentística simbólica”, según la expresión de Erik Neveu, en la que cada socio-rival anticipa las tácticas del otro. El crecimiento incesante de la información “de último momento” contribuyó al desarrollo de la información política y, al mismo tiempo, redujo su profundidad y espontaneidad, dado que los políticos trabajan ahora con “elementos de lenguaje” más o menos homogéneos, controlados y esterilizados. Si “los medios” no pueden crear de la nada la buena fortuna de un político (Darras, 1995, 2008; Delpierre, 2015), y si bien ratifican las trayectorias establecidas en el seno de los partidos, pueden sin embargo acelerar una carrera y aportar el “capital mediático” que ahora es esencial para el éxito de una carrera nacional.70 Por lo demás, los outsiders pueden existir gracias a las crecientes oportunidades de acceder a medios de comunicación políticos, o de aparecer en otro tipo de medios, que tratan de forma diferente la actualidad de las y los políticos (revistas femeninas, prensa de espectáculos, etc.).
Al analizar obras recientes de políticos que hablan de sí mismos, Érik Neveu (2003)71 señala que se levantaron ciertas inhibiciones anteriores sobre la expresión de las emociones: ahora se expande el desarrollo de lo biográfico, la mezcla de la esfera pública y la esfera privada, la cobertura en revistas de farándula, las apariciones en programas “apolíticos” conducidos por presentadores y no por periodistas, durante los cuales el político tiene que demostrar sus cualidades personales que serían las de los agentes sociales ordinarios (el humor, el arte de la réplica, la revelación de su intimidad, de su autenticidad y sus afectos, incluso de dotes como el canto), jugando el juego de la proximidad (Le Bart y Lefebvre, 2005). Esta idea de “informalización” (“esfuerzo consciente por reaprender emociones primarias, impulsos reprimidos”, sin no obstante abandonarse a ellos, según Cas Wouters [2007]) permite comprender, de acuerdo a Neveu, esta relajación controlada que autoriza a expresar la acción política “en categorías menos abstractas y capitales (Interés General, Programa, Doctrina)”.
La “farandulización”, el “amarillismo”, el “info-entretenimiento”, son categorizaciones periodísticas (Darras, 2008; Dakhlia, 2008) que remiten a formas de amplificación de las estrategias de comunicación de los spin doctors políticos que acompañaron y aceleraron las mutaciones en la profesión periodística (en su reclutamiento, en su forma de trabajar y en su manera de escribir). Una forma de hacer la política más accesible al mayor número posible de personas, anteponiendo el juego a los temas que están en juego.
La cuestión de la crisis de representación política devino un problema público que no se limita al círculo de los ensayistas y publicistas, sino que va mucho más allá. Según el barómetro de la confianza política elaborado por Cevipof, fuente frágil pero interesante para leer períodos largos, esta confianza no dejó de caer desde su creación en 2007. “Desconfianza” y “asco” son las palabras propuestas por la encuesta que más adhesión suscitan. En una encuesta realizada por Louis Harris en 1979, en la época del affaire Boulin y el de los diamantes de Bokassa,72 el 43% de los encuestados consideraba que “los políticos en general están mucho más preocupados por sus intereses personales que por el bien común”, frente al 45% que opinaba que “los políticos en general hacen lo que pueden para gestionar el país por el bien común. Los que no lo hacen son la excepción”, y el 12% no tenía opinión. En la actualidad, según el barómetro “Confianza” de Cevipof, ante la pregunta “Cuando piensa en política, ¿puede decirme qué es lo primero que siente?”, las respuestas “desconfianza” y “asco” cosechan respectivamente 39% y 34% (Ceviprof, 2016).
Por lo tanto, los emprendedores morales gozan de buena reputación y pueden también proponer soluciones a un problema que contribuyeron a identificar y a poner en debate, e incluso en la agenda de las políticas públicas (cómo moralizar, reformar o hasta abolir la “profesión”) (Neveu, 2015).
Las organizaciones etiquetadas como populistas suelen encabezar campañas de estigmatización de los políticos en el poder, a quienes se denuncia en conjunto como corruptos, podridos, parásitos, no representativos, ignorantes del sufrimiento de la gente, incluso vendidos a fuerzas ocultas y potencias extranjeras, unidos y solidarios entre sí (el sistema, el establishment, la UMPS,73 la “casta”). Como dijo Beppe Grillo en Italia: “La lucha de clases ha sido sustituida por la lucha de castas, o mejor dicho, la lucha entre los que producen la riqueza, los servicios sociales y las clases parasitarias, las ‘castas’”. O también, este comunicado de Steve Briois, dirigente del FN: “Es la prueba de que Marine Le Pen da en el clavo, y de que la casta a la que quiere arrebatar el control para devolvérselo al pueblo teme por sus prebendas” (21/11/2011).
Más allá de estas consignas de denuncia de las élites políticas y económicas cosmopolitas, sería en vano buscar en su programa de celebración de la rectitud de lo “popular” la menor propuesta relativa a la transformación de la profesión política, cuando no su sustitución por un relevo “sano” procedente de las filas de estos partidos y de la práctica de una democracia plebiscitaria de apelación al pueblo por un líder, por la vía de los referéndums. El proyecto actual del Frente Nacional analiza así el funcionamiento de la democracia francesa:
Más allá de su desprecio por el voto de referéndum, los franceses se han acostumbrado a que sus representantes traicionen los compromisos que contrajeron con ellos en las elecciones. Esta falta de lealtad refuerza el sentimiento de que el voto popular ya no influye en las decisiones que se toman. Esta desconexión entre el pueblo y sus representantes electos, esta ruptura del contrato de confianza entre los electores y sus representantes, alimenta comportamientos contrarios a la moralidad pública, hoy gravemente desacreditada en Francia. Estos representantes que se sienten independientes del mandato que el pueblo les confió, se consideran libres de comportarse sin preocupación por el bien común, sin cumplir las exigencias que impone el servicio a la República. (Sitio web del FN, consultado el 3 de mayo de 2015, pestaña “Democracia”)
Además de la representación proporcional, la prohibición de mandatos múltiples y los referéndums, el proyecto prevé:
En cuanto a la correcta gestión del dinero público, como en la mayoría de los países democráticos, todos los cargos ejecutivos deberían estar obligados a que sus gastos y viáticos fueran auditados por sus respectivos concejos deliberantes, mientras que el Ejecutivo nacional debería ser auditado por el Parlamento. (Sitio web del FN, consultado el 3 de mayo de 2015, pestaña “Democracia”)
Más allá de estas fórmulas, una amplia gama de soluciones fueron propuestas desde que la crisis de representación se convirtió, más que en un problema público, en una evidencia del debate público. Es posible intervenir sobre muchos factores que determinan los modos de acceso y ejercicio de los mandatos electivos y de los cargos partidarios para mejorar o transformar, con mayor o menor profundidad, la democracia llamada representativa.
Como mínimo, habría que establecer un auténtico estatuto de los cargos electivos que recogiera las medidas dispersas que se fueron desarrollando a medida que se construía la profesión política. Entre estas medidas, las más sencillas y las más controvertidas consistirían en la limitación clara y drástica del número de mandatos que pueden ejercerse simultáneamente, el establecimiento de un límite de edad para el ejercicio de la profesión política y la limitación del número de mandatos que un representante puede ejercer a lo largo del tiempo.74 Llevado a su conclusión lógica, esto significaría que el ejercicio de un cargo electivo solo sería temporal e intermitente, y que la ley que se imponen unos o improvisan otros se convertiría en la norma. Los teóricos de una política “diferente” o de otro tipo están muy alejados de estas cuestiones.75 Los cálculos y experimentos de los matemáticos podrían permitir avanzar en la punzante paradoja de Condorcet. El voto por puntaje o por aprobación fue objeto de experimentos (no solo en el seno de la Mathematical Association of America, que utiliza un sistema de puntaje para la elección de sus cargos), sino en diversos países, y en Francia en Louvigny, Estrasburgo y Saint Étienne de forma ficticia durante las elecciones presidenciales de 2012. En esos cuartos oscuros, François Hollande hubiera ganado las elecciones con el uso de cualquier método contable, pero la clasificación de sus competidores hubiese sido diferente en función del tipo de puntuación.76 También se realizaron experimentaciones sobre las formas de movilización electoral, en particular por Céline Braconnier (2012).77
Sobre el reclutamiento del personal político, la cuestión de la paridad no está resuelta en Francia, pero existen ciertos instrumentos jurídicos para alcanzarla. En cambio, resulta más problemático para la cuestión de la diversidad, ya que esta “minoría visible” no está objetivada estadísticamente y eso hace más difícil establecer cuotas. En cuanto a la renovación del origen social del personal político, una campaña discreta pero permanente milita el cierre del oficio político a los funcionarios, obligándolos a dimitir de sus cargos cuando se presentan a elecciones (lo que es una obligación en el Reino Unido, por ejemplo). Detrás de esta desconfianza hacia los funcionarios se perfila una reivindicación de mayor apertura a “la gente del sector privado” o, mejor dicho, a los que saben de negocios: para sus defensores, la mayor penetración de los círculos empresarios en política sería una prueba de que se tiene en cuenta de forma realista a los creadores de riqueza que representan los empresarios. Una especie de eco de la apelación a los “hombres especiales” de los que hablaba Eugène Schneider a mediados del siglo XIX para favorecer el acceso de los técnicos económicos y directores de empresa a posiciones de responsabilidad, como ocurrió en parte en el Cuerpo Legislativo del Segundo Imperio, régimen en que los hombres de negocios y los empresarios fueron los más numerosos de la historia electoral francesa (Offerlé, 1995, 2007). En 2014, durante las elecciones municipales, la Confederación de Pequeñas y Medianas Empresas de Francia (CGPME) reactivó un artículo de sus estatutos que incitaba a sus empresarios a ocupar los lugares donde se votaban los impuestos. Ese año, los Arvernes, una agrupación de grandes patrones, publicó una editorial en Le Monde78 que animaba a los empresarios a asumir responsabilidades políticas. A esta iniciativa le siguió un “Manifiesto. Por el compromiso cívico de las empresas y sus empleados para facilitar el acceso de los asalariados del sector privado a los mandatos públicos y conectar empresa y política” apoyado por un grupo de grandes patrones. Se trata de multiplicar las pasarelas entre el mundo de la política y el de la empresa, de aumentar la formación y el enriquecimiento mutuo, y de animar a los empleados de las empresas con más de 250 trabajadores a que se tomen un “permiso político”.79 El Institut de l’Entreprise se expresó hace poco sobre este tema publicando un informe que llama a “Abrir el mercado político” y “Reformar al reformador”, tema de su asamblea general de 2017.80
Fuera de estos interrogantes, hay poco más. La profesión política debe pertenecer a individuos que adquirieron responsabilidades en el seno de la llamada sociedad civil o de los partidos políticos. La promoción de miembros de la sociedad civil81 fue presentada por algunos gobiernos como un modo de responder a las críticas sobre la profesionalización de la política. Ciertos ministros, e incluso primeros ministros, nunca fueron candidatos, o fueron derrotados, o fueron candidatos después de haber ocupado esas funciones. La otra sociedad civil, la de principios de los 90 en Europa del Este, desapareció o se profesionalizó, y la de los “indignados” sigue ocupando posiciones de protesta más que de poder. Pero es la “unción del sufragio universal”, o al menos la “valentía de enfrentarse al sufragio universal”, la condición necesaria aunque no suficiente para entrar en la carrera. La apertura de la profesión política a la “sociedad civil” tropieza con dos aporías: la dificultad que encuentra un “aficionado”, un “ocasional”, para respetar los códigos y los roles que los periodistas también se esfuerzan constantemente por recordarle. Además, la denominada sociedad civil es igual de elitista desde el punto de vista de sus condiciones de “reclutamiento”: la mayoría de sus portavoces también están sobre-diplomados.
Ir más allá implica ir en contra de las regularidades que permiten comprender las formas de selección política. El convertir a los electores en elegibles temporales es jurídicamente posible, pero sociológicamente improbable. Esto a menos que rompamos con la lógica de la democracia representativa y utilicemos el arsenal tecnológico que los partidarios de la democracia participativa (Blondiaux, 2008; Boutaleb y Roussel, 2009; Blatrix, 2009; Lefebvre y Roger, 2009)82 han construido progresivamente, recurriendo a diversas formas de constitución de foros de expertos profanos, que pueden llegar hasta el sorteo completo (Sintomer, 2011), como en el caso del jurado, o incluso a nuevas formas de referéndum.83 Las campañas electorales de 2017 abrieron el campo a una multitud de iniciativas reformistas como Nouvelle Donne (creada en noviembre de 2013), Bleu Blanc Zèbre en torno a Alexandre Jardin, La Primaire.org (que eligió a Charlotte Marchandise –adjunta del alcalde de Rennes– como candidata para 2017), La Vraie primaire y La Primaire des Français, por ejemplo, que combinan movilización ciudadana, camuflaje semiprofesional, autopromoción y publicidad empresarial.
El campo del ensayismo sobre estos temas es muy vasto, como lo demuestran en particular los trabajos de Alain Badiou y Pierre Rosanvallon (Badiou y Rosanvallon, 2014; Rosanvallon, 2006, 2008, 2011 ). En Le bon gouvernement (2015), Rosanvallon completa esta revisión de la democracia con una distinción bastante clásica –al margen de las nuevas etiquetas– entre “democracia de autorización” y “democracia de ejecución”. La idea de controlar la acción pública no puede, sin embargo, ignorar la caja negra de las luchas de poder poco mediatizadas, silenciadas, incluso en el seno de eso que llamamos Estado. La política en público atrae más atención que las políticas públicas.
Las distintas variantes de transición hacia una Sexta República (ver en particular los planes del Partido de Izquierda, que en caso de éxito elegiría una Asamblea Constituyente) se orientan más hacia una reforma institucional (referéndum de iniciativa popular, supresión de la elección del Presidente de la República por sufragio universal, representación proporcional, desarrollo de la democracia participativa, referéndum revocatorio, etc.) que hacia una reflexión sobre la profesión política. El grupo de trabajo sobre el futuro de las instituciones, copresidido por el historiador Michel Winock, del que no participó ningún sociólogo, quedó en un marco muy limitado e institucional, ciertamente indispensable, pero que implica un tratamiento “desde arriba” de una cuestión de representación aún más profunda.
Un segundo tipo de movilización se refiere a la transformación de los partidos políticos. Podemos pasar rápidamente sobre los cambios de nombre de los partidos, que no carecen de importancia pero tienen más que ver con la perpetuación de una marca que con la reforma de la profesión. La crítica de los partidos como tales es una constante en Francia, y se realiza desde distintos ángulos: luchas entre facciones, cultura del odio intrapartidario, acuerdos turbios y elecciones dudosas, marginación de los militantes, cierre del reclutamiento de dirigentes en grupos sociales poco representativos del conjunto de la población, falta de reflexión programática a largo plazo, ausencia de preparación para ejercer el poder...
Pocos partidos o políticos reflexionaron en los últimos tiempos sobre lo que significa ser un “partido” en el siglo XX, salvo, de forma rápida, Daniel Cohn Bendit (2013).84 En España, Podemos (Nez, 2015) se basa en la convergencia de asambleas populares y está liderado por militantes muy jóvenes en comparación con los partidos españoles tradicionales. Se trata de una experiencia de renovación militante innegable, pero todavía es demasiado nueva y no tuvo suficiente experiencia de poder como para ofrecer un ejemplo duradero de superación de la forma partido.85
En Francia, ninguna fuerza política renovó realmente el género partido. La práctica de los ecologistas, a pesar de sus reglas de juego, en principio más controladas sociológicamente, se asemeja bastante a los habituales juegos de poder partidarios, y las propuestas del Partido de Izquierda en torno a la Sexta República se mantienen dentro de un horizonte muy profesionalizado. Esta crítica de las organizaciones políticas clásicas fue refrendada en la práctica por Jean-Luc Mélenchon, que se propone “superar los partidos”. La “Francia insumisa”, lanzada el 10 de febrero de 2016, etiqueta bajo la cual “propuso” su candidatura, pretende ser un movimiento para “actuar colectivamente, sin afiliación a un partido político”. Está anclada, sin procedimientos de funcionamiento establecidos de manera clara, en formaciones políticas a la izquierda de la izquierda y en “grupos de apoyo”. El programa “El porvenir en común” defendido por el candidato “fuera de partido”, auto-cooptado, es el resultado de proposiciones que emanan de simpatizantes del movimiento y de organizaciones que forman parte de él, de audiencias de expertos y de síntesis realizadas por un colectivo de informantes (principalmente juristas, economistas y politólogos, junto con egresados de la ENA y de agrónomos), todos respaldados por el voto potencial de 130.000 “insumisos” afiliados, antes de su ratificación por una convención en diciembre de 2016, su publicación y su presentación por el candidato.
En última instancia, según Jean-Luc Mélenchon, este movimiento debe pertenecer a quienes lo apoyan, que podrían decidir si lo continúan o no. Actualmente, se trata de una tentativa inspirada en Podemos. Sin duda todavía está más personalizada, porque su principal líder es el único –luego de haber eludido al PCF– en tener un fuerte capital político propio, que aporta al movimiento. Se trata a la vez de una reflexión en acto sobre la forma partido, con una mezcla de monopolización de la palabra desde arriba y de búsqueda de una dinámica de elaboración política colectiva y militante revitalizada; y, de forma más prosaica, de una empresa de captación y de reorganización del espacio político de izquierda.
El “colectivo ciudadano” creado por y para Emmanuel Macron es una empresa política a la vez ajena y cercana a los partidos tradicionales.86 El vocabulario partidario está desterrado y los órganos internos tienen los nombres de una fundación. Esta “red de asociaciones” pretende funcionar en gran medida a través de medios digitales, e introdujo un léxico deliberadamente nuevo: “embajadores”, “referentes”, “caminantes”. El sitio web del movimiento tiene poca información. La pestaña “organización” presenta la fotografía de diez “delegados”, seis hombres y cinco mujeres, descritos de la siguiente manera: “Estas personas provienen de espacios muy diversos (dirigentes empresariales, representantes electos, trabajadores comunitarios), pero todos tienen la característica distintiva de ser ciudadanos comprometidos”. No hay nada en esta pestaña que nos permita aludir a los estatutos o comprender las formas de cooptación, delegación y división del trabajo que se aplican aquí, como en cualquier organización política. Nos encontramos ante una estructura agregativa que todavía no se estabilizó, a medio camino entre el fervor militante y la espontaneidad de los primeros tiempos, entre la opacidad organizativa, la horizontalidad de una suerte de buena voluntad digital y la verticalidad, dado que el lugar de la afiliación y la cooptación, en particular en la relación entre el centro de París y sus “comités territoriales”, está bien establecido. Un movimiento que quiere hacer política de otra manera (“hacer política ya no puede ni debe ser un trabajo, sino un compromiso a lo largo del tiempo”) y tener éxito en una apuesta sin precedentes: ganar elecciones con una organización en vías de construcción mediante una estrategia electoral digital, con una comunicación mediática muy convencional (visitas selectivas, plan de medios, incluso con medios de la farándula, reuniones). Desde el punto de vista de su funcionamiento interno, esta empresa está sin duda mucho más cerca de una formación política tradicional que de la española Podemos, a pesar de la “marcha” como punto de referencia: los fundadores de Podemos proclamaron “Estábamos cansados de estar cansados. Así que nos pusimos en marcha”.87
Los militantes solo se sobrevaloran cuando un político conquista un partido y los necesita para preparar su llegada al poder. Algunas señales recientes para devolver peso a los “amateurs” en la gestión de los asuntos partidarios no están exentas de problemas. El gran tema es la primarización de la vida política, que se presenta como un cuestionamiento al peso de los aparatos en la selección de candidatos, pero que otros denuncian como el fin de la relevancia de los militantes en los partidos (Lefebvre, 2011).
¿Los nuevos hábitos del capital político?
Como bien recuerda Érik Neveu, no hay que abusar de la “capitalidad” (Neveu, 2013, 2003). En un artículo demoledor, el autor vuelve sobre los fundamentos de la teoría de los campos, y fustiga la falsa inventiva de los autores deseosos de adjuntar un trofeo científico a su nombre al crear conceptos débiles pero que pueden, por su brillo, concitar cierta atención. A su juicio, para fines científicos solo es necesario utilizar los tres capitales canónicos (económico, cultural y social) más el capital simbólico. Todos los capitales específicos a un campo no son más que la “combinación entre un número limitado de variables base de ‘capital’”. Por tanto, la noción de capital político no está condenada, sobre todo porque fue utilizada, aunque no realmente definida, por el propio Pierre Bourdieu. Según Neveu, es “esencial” para comprender el funcionamiento de las actividades políticas, “justifica ser singularizado por el hecho de que este capital –incluso si tiene la singularidad de permitir injerencias en otros campos a fuerza de nombramientos o cambios en las normas jurídicas– ya no es eficaz fuera de su propio campo”. El capital político sería entonces, Según Neveu, una combinación de capital económico (financiamiento de campañas, remuneración de las competencias), capital social (redes, vínculos personalizados, clientela) y capital cultural (el arte de la comunicación, la capacidad de transformar las expectativas sociales y las motivaciones emocionales en programas o eslóganes). También entra en juego el “capital simbólico individual” (ser el hombre del 18 de junio o el salvador del franco, como el General de Gaulle) o colectivo (reivindicarse como miembro del partido de los 75.000 fusilados, según la fórmula del Partido Comunista Francés después de la segunda guerra mundial). De forma más precisa, y un tanto enumerativa, el capital político –es decir, el capital, ajustado y adaptado, que permite ser eficaz en un campo político situado y contextualizado en el tiempo y en el espacio– incluye un conjunto de atributos que se derivan de una historia de vida y se combinan de forma diferente según las trayectorias sociales de los individuos, como lo recordábamos más arriba.
El término “capital político” permite analizar todos los recursos que un actor ha reunido, que porta individual y colectivamente (lo que le es delegado por el partido) y que son susceptibles de ser (desigualmente) interpretados, evaluados y debatidos por sus receptores efectivos (compañeros de lucha, medios de comunicación, agentes movilizados, “electores de a pie”, etc.). Podemos incluir un apellido conocido, un cuerpo dotado de propiedades físicas y sociales, que puede ser fuente de reconocimiento o de descalificación, un capital de autoctonía política (nacimiento y compromisos arraigados en un territorio), la precocidad de la entrada en política (trabajada tempranamente por los comunicadores), el padrinazgo de un líder, la duración de la adhesión militante al partido o a sus organizaciones juveniles (Bargel, 2014), a organizaciones sindicales, profesionales o estudiantiles, a asociaciones u ONG; también podemos considerar los éxitos o fracasos recurrentes, la naturaleza y el volumen de los mandatos y cargos acumulados a lo largo de una carrera política, el grado de dominio de una clientela o base de apoyo personal por fuera del control del partido –adhesiones partidarias o vínculos por internet, la duración de la profesionalización, el tipo de trayectoria profesional seguida desde la entrada en política, la posición ocupada en las redes sociales pertinentes –políticas, mediáticas, económicas, culturales, sociales–, es decir, el capital social. Y, por supuesto, la capacidad para generar e implementar políticas públicas (cf. las figuras del alcalde emprendedor y del promotor territorial). Así, se trata de atributos relevantes que permiten a un agente producir efectos relevantes, y poner a trabajar su capital (acumulación, reproducción, delegación, incluso búsqueda de transferibilidad) en un espacio de referencia que, siguiendo a Pierre Bourdieu, se ha denominado “campo político”, en su sentido sin duda demasiado restringido del año 2000:
En primer lugar, expresa la discordancia entre la reacción anticipada del público en general y la explicación de los profesionales. Y en segundo lugar, el hecho de que ciertos acontecimientos únicamente adquieren sentido dentro del mundo de los profesionales que yo llamo el campo político. (Bourdieu, 2000)
Nuestra investigación sobre la profesión política señala numerosos cambios en la composición de este capital político, cuyas consecuencias quizá no hayamos captado del todo. Desde este punto de vista, el ejemplo francés está parcialmente desfasado de las prácticas de muchos países que, en algunos casos, tienen una experiencia reciente de la democracia como competición democrática.
En primer lugar, la reciente feminización de la profesión política es ya un logro irreversible, incluso si este cambio va acompañado de discriminaciones horizontales y verticales que son tanto más visibles en cuanto ahora son potencialmente estigmatizantes. La transformación del oficio político a través de la feminización de la política sigue siendo un interrogante, y el campo de posibilidades sigue estando muy abierto, incluso en los países que la desarrollaron desde hace más tiempo y con más fervor que Francia.
La segunda transformación remite, sobre todo en Francia, a un segundo grado de profesionalización, ya que una parte importante del personal político procede ahora de los canales precoces de reclutamiento político, profesionales que, como deplora incisivamente Michèle Delaunay,88 nunca conocieron otra experiencia profesional que el aprendizaje temprano de la política.
Patrick Lehingue estima que el 20% de los diputados actuales (en los casos en que se logra rastrear con precisión la ausencia de carrera profesional previa) son profesionales puros (“que nunca ejercieron otra actividad remunerada que la de auxiliar del trabajo político”, sin incluir a los egresados de la ENA que entraron en el gabinete a una edad temprana sin haber prestado servicio en la alta función pública), frente a cerca del 10% en 2007. Esto se debe principalmente al crecimiento de los empleados políticos, en particular de colaboradores de los representantes, y a las vías de reclutamiento en el entre-soi político de los dirigentes electos por primera vez, para quienes el “cierre del campo político sobre sí mismo es perfecto” (Lehingue, 2019).89 El Gobierno Ayrault de 2012 incluía un 20% de profesionales políticos puros, de “pure players” si aceptamos esta metáfora.
La encuesta realizada por Julien Boelaert, Sébastien Michon y Etienne Ollion (2017) sobre casi 1.800 diputados es más precisa y además es longitudinal, se apoya en diferentes datos y toma una definición más amplia (colaboradores de representantes electos –en el Parlamento o en el nivel local–, miembros del gabinete, personal permanente de los partidos), que incluye a quienes también pueden haber ejercido otra actividad, por lo que no son necesariamente actores que hayan vivido únicamente de la política. Según sus cálculos, en 1978 el 15% de los diputados habían tenido un trabajo asalariado en un entorno político, en 1997 el 24% y en 2016 el 33%.
Pero a pesar de los discursos generales y generosos sobre las virtudes de la sociedad civil en política, e incluso del resurgimiento de la figura de Cincinnatus (“Voy a tomar el ejemplo de Cincinnatus, que prefirió dejar el poder y volver a sus campos y arados”, dijo Arnaud Montebourg, diputado de 1997 a 2002 y ministro socialista de 2012 a 2014), las muertes políticas voluntarias son raras y la profesionalización precoz es más frecuente, lo que garantiza una acumulación nativa de capital político. Las redes sociales (en el sentido de Lefebvre y Sawicki para el Partido Socialista) tendieron a reducirse, cerrando el campo político sobre sí mismo a pesar de la retórica recurrente que insta a la participación ciudadana. Cierto, el ejercicio de un pequeño mandato local, la presencia en los despachos y en los mercados, las visitas al “terreno”, la escucha de las personas que hablan de la “vida real del pueblo”, o el fracaso electoral pueden, aunque a través de muchos filtros, permitir comprender las representaciones y expectativas de los ciudadanos comunes, junto con el arsenal de la construcción estadística –y por medio de encuestas– de la realidad. Muchos “pequeños” diputados viven en sus circunscripciones y trabajan en el territorio con la ayuda de parte de su personal parlamentario (cf. Fretel y Meimon, 2015).
En las comparaciones, a veces más y a veces menos heurísticas, se alude a los años 30 del siglo XX, los años 80 del siglo XVIII o, para los más optimistas y los más eruditos en historia social, a los años 40 del siglo XIX, cuando lo que más tarde se llamó el movimiento obrero se encarnó en una multitud de iniciativas erráticas, de las que se haría eco un movimiento subterráneo de iniciativas ciudadanas a veces puestas como ejemplo en la actualidad: cómo trabajar, compartir, intercambiar, educar y aprender, producir, consumir o vivir de otra manera, pero también cómo movilizarse de otra manera, desde los Indignados a los Zadistes90 o a Nuit Debout.91 Hay múltiples iniciativas, alternativas, experimentos e incluso ciencias “ciudadanas”, algunas muy mediatizadas y otras muy localizadas, que a veces intentan unirse y formar un “movimiento”.92
La tercera característica novedosa es la transformación del lugar y de la densidad de los partidos en la competencia política. Las primarias fueron exportadas y, como señalamos siguiendo a Rémi Lefebvre, todavía no produjeron todos sus efectos sobre la consistencia de los partidos políticos.93
Una cuarta característica, que no es más que la continuación de una tendencia secular, es que la edad de los profesionales de la política franceses es muy diferente a la del electorado total. Los parlamentos de Suecia e Italia, en cambio, son mucho más diversos.
Las mutaciones de este tipo suelen producirse durante las derrotas electorales que permiten a los outsiders, generalmente más jóvenes, acceder a puestos de responsabilidad. El movimiento que llevó a Emmanuel Macron al poder en 2017 permitió a muchos “novatos en política” (candidatos y representantes electos, generalmente más jóvenes, que no habían ocupado cargos electivos anteriormente) acceder a responsabilidades parlamentarias (como aludimos en el recuadro sobre las filas de espera).
Por otra parte, lo que sigue diferenciando a Francia de Estados Unidos (o de Japón, o Corea) es el intento de regular el financiamiento empresario de la política, y la escasa penetración de profesionales de la política provenientes de las fracciones más altas de los círculos económicos. Eso no quiere decir que en Francia no haya problemas entre “dinero y política”, pero la legislación que regula el financiamiento de la vida política y el poco interés de los capitanes de la industria por entrar en la contienda electoral restringen estas representaciones directas. La familia Dassault94 y es la única gran patronal que sigue ocupando una banca en el Parlamento, mientras que ningún otro gran empresario se interesa por este tipo de actividad. Algunos grandes agentes económicos fueron temporalmente ministros, pero no suelen enfrentarse a las urnas.
Según La Tribune del 18 de agosto de 2016, basándose en las cifras de HATVP (Alta Autoridad para la Transparencia en la Vida Pública), en el Gobierno Valls (2014-2016) había 14 millonarios sobre 39 miembros, entre ellos Jean-Michel Baylet (8,7 millones de euros), Le Guen (4,1 millones) y André Vallini (2,8 millones). Algunos sitios web y periódicos extranjeros se dedican a escudriñar la presencia de millonarios en parlamentos o gobiernos. El 23 de octubre de 2010, por ejemplo, el Daily Mail informó que 23 de los 29 miembros del gabinete británico de David Cameron eran millonarios, mientras que la bloguera Saundra Glenn publicó que el 78% de los miembros del Parlamento británico eran millonarios, frente al 0,7% de la población general. En Estados Unidos, según el Center for Responsive Policies (http://www.opensecrets.org/), la Cámara de Representantes contaba con 250 millonarios sobre un total de 537 miembros en 2011. Pero sin duda es en China, en un tipo de competencia completamente diferente, donde la brecha es más impresionante, dado que se trata de multimillonarios. Según el Financial Times del 7 de marzo de 2013, en la Asamblea Nacional Popular hay 31 multimillonarios y en la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino hay 52. Se trata de una consecuencia de la apertura y la cooptación de empresarios en el seno del Partido Comunista, que es ahora, como resultado de la teoría de la “Triple Representatividad”, un partido de todo el pueblo, los asalariados, los intelectuales y hasta los empresarios.
Los Berlusconi (Italia), Macri (Argentina)95, Ravalomanana (Madagascar), Thaksin Shinawatra (Tailandia), Piñera (Chile), Ricardo Martinelli y Juan Carlos Varela (Panamá), Pélaudeau (Quebec), Sipalä en Finlandia, por no hablar de los que empezaron su carrera en las finanzas, como Gruewski en Macedonia, John Key en Nueva Zelanda o Antonis Samaras en Grecia, forman parte de lo que Max Weber describió como reclutamiento plutocrático,96 típico de la profesión política estadounidense (cf. Olivier Ihl, 1999) o de la política brasileña (Coradini, 2001; Martins Rodrigues, 2002). El equipo de la primera presidencia de Trump en Estados Unidos, que incluyó a muchos multimillonarios en torno a Donald Trump (y antes que nada al propio Trump), es una expresión estilizada de ello. Según el Washington Post del 9 de diciembre de 2016, seis donantes de Trump que gastaron más de 12 millones de dólares en la campaña fueron nombrados para ocupar altos cargos junto a él. Según dijo entonces, como garantía de éxito, quería rodearse “de gente que hizo fortuna”.97
Las campañas electorales de Trump (2020 y 2024) amplificaron el desenfreno del gasto electoral. Sería necesaria una sociografía minuciosa del equipo de Trump y del lugar que ocupan los supermillonarios tipo Elon Musk en su entorno. El gabinete de Trump está formado tanto por profesionales de la política tradicional que superaron los obstáculos necesarios para alcanzar los más altos rangos de la política federal (primero asamblea de un estado, luego diputado federal, senador o gobernador) como por novatos de la política elegidos por su lealtad a Trump, a menudo entre grandes donantes con fortunas considerables (Bessent, Burgum, Lutnick, Wright, Mac Mahon). El objetivo no es solo sacudir los cimientos de la democracia, sino también “dirigir el Estado como una empresa”.
Para concluir de forma normativa
¿Es inevitable que los políticos “apesten”?
Aunque la denuncia normativa es contraria a los cánones de la sociología política, Érik Neveu se planteó recientemente esta pregunta: “¿Se puede hacer del ‘cretinismo’ político un objeto de la ciencia?” (Neveu, 2019). Luego de haber hablado de la “mediocridad” de los políticos en su intervención en un simposio de homenaje a Daniel Gaxie en 2015, prefiere, en un guiño a Marx, el término de “cretinismo parlamentario”. La pregunta sobre cuán malos son los políticos se plantea con frecuencia en internet. Basta con tipear “políticos” y “mediocres” para comprobarlo. En este sentido, el blog del periodista francés Jean-Marc Sylvestre se preguntaba “¿Por qué nuestros políticos son tan malos?”.98
Sin embargo, su argumentación es más sutil que la de los comentaristas que suelen emitir opiniones en lugar de ofrecer análisis. La pregunta inicial toma un camino alternativo: “¿Las competencias y los conocimientos técnicos que dan acceso a posiciones de poder, ofrecen garantías sobre la capacidad de ejercerlo?”. La asimetría en la inversión, el interés y el tiempo dedicados a las actividades de conquista y reconquista del poder y a la eliminación de los competidores directos en el propio medio partidario son buenos indicadores, según el autor, que señala un estrechamiento social, ideológico y cultural del personal político. El tiempo político, bajo el dominio y las coerciones del presentismo, refuerza la idea de un oficio político orientado a la permanencia a través de la profesionalización y con márgenes de maniobra limitados. Agentes sociales bien dotados de capital se ven, sin embargo, “prisioneros de las rutinas y los problemas del campo político”. Como resumía en una entrevista un efímero director de estudios del partido Agrupación por la República (RPR, Rassemblement pour la République), que más tarde se convirtió en representante patronal y luego en alto directivo de empresa: “lo que los mantenía ocupados era pasar un tiempo insólito ajustando cuentas con el secretario de la 3ª circunscripción de Haute Garonne, que era el tipo al que había que eliminar antes de que llegara demasiado alto” (entrevista de Michel Offerlé, 2010). Érik Neveu se basa también en un artículo de Gaxie (1992), para preguntarse: “¿Cómo condicionan los dispositivos institucionales un espacio de iniciativas posibles (o no) y cuestiones pensables? ¿cómo moldean y seleccionan habitus y cualidades, al tiempo que descalifican otros?”.
Finalmente, Neveu concluye con un interrogante sobre la funcionalidad de esta “mediocridad”: “Podría ser el resultado del vaciamiento de la política”. Una política vaciada de su poder de acción atrae “mediocridades” y agentes sociales con competencias ajustadas a este estado de cosas.
La acusación, deliberadamente provocadora y normativa, peca sin duda de generalidad, al repetir la cantinela de una categoría unificada, un poco demasiado weberiana, LOS políticos, mientras que los estudios sociográficos e interseccionales ponen de relieve numerosas diferencias entre ellos según sus trayectorias y los lugares que ocupan en el campo político. También peca por su falta de historización, ya que la crítica a la debilidad del personal político en democracia, aunque haya adoptado diferentes formas en cada época, es constitutiva de la propia competencia democrática. Existen modalidades históricas contrapuestas de delegación del “trabajo sucio” de la representación y de repudio de los dirigentes electos; desde los políticos de café de Tocqueville hasta el régimen de partidos del general De Gaulle, pasando por la variedad de estigmatizaciones enumeradas en La profession politique (Offerlé, 1999) por Dominique Damamme (1999) y Paul Bacot (1999) (ver también Buton et al., 2016).
Luego de esta acusación, nos permitiremos, por una vez, una reflexión normativa. Como vimos, la profesión política es un oficio profesionalizado pero negado; es una profesión que, a diferencia de todas las demás, no tiene ninguna regulación heterónoma, salvo el hecho de que el poder es temporario, se “toma” y hay que entregarlo. Esta es la definición schumpeteriana o przeworskiana de la democracia, al margen de cualquier consideración ética: la posibilidad de perder las elecciones. La mejor reforma que podría producirse –pero nuestro libro (Offerlé, 1999) muestra los obstáculos que habría que superar– no sería desprofesionalizar totalmente la profesión política, sino limitar las formas de su ejercicio imponiendo un control ciudadano sobre el modo en que se ejerce, y creando un consejo elegido por sorteo cuyo único poder fuera el de establecer las reglas de juego de la profesión (acumulación de mandatos, remuneraciones, jubilación, régimen de gastos, etc.). Podemos soñar.99 Lionel Jospin, ex Primer Ministro de Francia, había hablado de instaurar una práctica del oficio político siguiendo el modelo del norte de Europa. La tapa de Le Monde del 4 de junio de 1997 decía: “El Sr. Jospin quiere un gobierno moralmente intachable. El Primer Ministro excluye a las personalidades implicadas en casos judiciales y rechaza la acumulación de mandatos”.
En Finlandia, un ministro puede morir en el tranvía mientras va al trabajo, y el Primer Ministro hace la cola para esperar que le den su saco en un guardarropas. En Suecia, los gastos de los ministros son públicos y pueden consultarse. “Compré dos Toblerones, pañales y cigarrillos” con la tarjeta bancaria oficial, confesó la viceministra de Estado Mona Sahlin en una rueda de prensa en 1995, y luego renunció a la presidencia del Partido Socialdemócrata.
Podemos soñar. Pero sabemos que, en muchos países, los verdaderos profesionales nunca mueren, y los grandes cambios, como el estilo populista estadounidense de los años 1890-1910, el estilo autoritario turco de los años ochenta o el estilo italiano de los noventa (Briquet, 1999, 2009), no hicieron más que desplazar el problema. El Lava Jato de Brasil también corrió el riesgo de chocar con las antiguas estructuras políticas del país.
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1. Traducción de Mariana Gené del epílogo a la nueva edición de La profession politique (Offerlé, 2017): “Postface à l’édition de poche. Les professionnalisations politiques en question(s)” (Paris, Belin, pp. 427-499). En marzo de 2025, Michel Offerlé trabajó sobre este texto agregando nombres e instituciones de la política francesa, y actualizó parcialmente las referencias bibliográficas para esta traducción. Asimismo, añadió varios pasajes referidos a obras importantes publicadas después de 2017.
2. Gracias a Brigitte Le Grignou y Étienne Ollion por sus correcciones y útiles sugerencias. Gracias a Patrick Lehingue y Erik Neveu por permitirme leer y citar sus estimulantes contribuciones antes de su publicación definitiva.
3. Broma atribuida a los profesionales de la política.
4. Emmanuel Macron, declaración el 27 de agosto de 2015 en Léognan.
5. Claude Dilain (1948-2015), hijo de obrero, médico y pediatra, alcalde socialista (1995-2011) y luego senador (2011-2015) de una ciudad de la periferia parisina, una de las más pobres de Francia. Durante toda su vida militó para que se tuvieran en cuenta los problemas de los suburbios urbanos.
6. Louis Mexandeau (1931-2023), profesor de historia, después diputado socialista (1973-2022) y muchas veces ministro.
7. Nacido en 1952, diputado socialista (1997-2002, 2007-2013) y ministro de François Hollande. Es conocido por el escándalo que lleva su nombre, que lo hizo renunciar al ministerio delegado de Presupuesto en la cartera de Economía y ser excluido del PS en 2013, además de ser condenado por fraude fiscal y blanqueo de capitales en 2018.
8. Marcel Garrouste (1921-2021), fue diputado de 1978 a 1986 y de 1988 a 1993.
9. Se trata de un salón contiguo al recinto de la Asamblea Francesa, donde los diputados se cruzan con la prensa cuando no están en sesión.
10. Libération, 25 de abril de 2013. No puede ser una agrégation, que es un concurso de oposición para ser funcionario, a la que no puede aspirar un hombre de setenta años. Se trata de una tesis: “La asistencia pública en Agenais durante los siglos XVII y XVIII”, Tesis en Historia del Derecho, Bordeaux IV, 1997.
11. Entre las obras recientes sobre la historia de la profesión, cabe citar: Joana (1999), Le Marec (2000), Dreyfus (2000), Dompnier (2002), Voilliot (2005), Déloye (2006), Offerlé (2007), Monier (2007), Association des Archivistes Français (2007), Karila-Cohen (2008, 2013), Déloye et Ihl (2008), Le Gall (2009, 2011), Marty (2012), Bellanger y Mischi (2013), Rousselier (2015), Cohen (2013), Eymeri-Douzans et al. (2015), Cohen, Lacroix y Riutort (2025 [2009]), Ollion, Boelaert y Michon (2017), y Ollion (2021).
12. Ver Gaxie y Lehingue (1984), Garraud (1989), Fontaine y Le Bart (1994), Faure (1994), Le Lidec (2001), Le Bart (2003), Lagroye, Lehingue y Sawicki (2005), Koebel (2006), Vignon (2009), Barone y Troupel (2010).
13. Francia tiene una enorme cantidad de municipalidades (casi 35.000) y la mayoría son muy pequeñas. Las “intermunicipalidades” reúnen municipios en torno a una ciudad más grande a fin de cooperar en objetivos comunes.
14. La acumulación de mandatos está prohibida en Francia para determinados cargos electos. Sin embargo, en los “pequeños cargos electos” se pueden ejercer varios mandatos a la vez, lo que permite que, gracias a sus dietas, no tengan que trabajar de otra cosa.
15. Tampoco en la mayoría de las referencias clásicas de la sociología de las profesiones, tales como Chapoulie (1973), Sarfatti Larson (1977), Abbott (1988). Los sociólogos de las profesiones solo se interesaron por el tema recientemente: Demazière y Gadéa (2009).
16. Cf. también Lagroye (2003), Lagroye y Offerlé (2011), Le Bart (1999), Agrikoliansky, Heurteaux y Le Grignou (2011), Fertikh, Bué y Hauchecorne (2015), Offerlé (2015).
17. En un coloquio sobre los archivos de los políticos, Pierre Joxe (nacido en 1934, alto funcionario, diputado entre 1973 y 1993, y varias veces ministro) y Robert Badinter (1928-2024, abogado, ministro entre 1981 y 1986, luego presidente del consejo constitucional entre 1986 y 1995, luego senador) rechazaron enérgicamente la etiqueta de político profesional.
18. Ver también: Le Lidec (2008, 2021), Demazière y Le Lidec (2008).
19. El artículo se basa en un muestreo aleatorio del Who’s Who (7.000 –o más bien 6.457– explotables de 21.000).
20. Pierre Moussa, alto funcionario y más tarde banquero, expresidente de Le Siècle, citado por François Denord (2012). Para un alegato contra Le Siècle, ver la película de Pierre Carles, Fin de concession.
21. Agradezco a François Denord por sus precisiones. Según esta investigación, el 41,8% de los miembros del Siècle trabajaron en un gabinete ministerial. Sobre Estados Unidos, ver el clásico de Domhoff, reeditado ocho veces desde su publicación en 1978, Who really rules: New Haven and Community Power Rexamined. Vertambién, Kahn (2011).
22. Ver también: Althusser, Balibar, Establet, Macherey y Rancière (1965).
23. La categoría 2 del Institut National de la Statistique et des Études Économiques (Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos) engloba a todos los directores de empresa, desde los más pequeños hasta los más grandes. El CAC 40 (Cotation Assistée en Continu) es el índice bursátil francés que agrupa a las 40 empresas francesas más cotizadas.
24. Courty (2005), Walker (2014). Para el oficio de político, ver el inventario à la Prévert en Fontaine y Le Bart (1994) y Le Lidec (2008).
25. Sobre los efectos de las leyes de descentralización en Francia, ver Le Lidec (2008). En general se prefiere ser alcalde de una ciudad grande a ser diputado. Para los alcaldes de ciudades pequeñas, consultar Vignon (2009, 2010a).
26. Consultar Beauvallet y Michon (2012) y Beauvallet (2007) sobre las inversiones diferenciales y los tipos de inversión en las carreras dentro del Parlamento Europeo.
27. Cf. Dulong (2003), Dulong y Matonti (2002), Achin (2005a), Arambourou (2014).
28. Sobre los enfoques etnográficos del personal político, ver Abélès (1989, 2000); Bachelot (2008), el número “Enquêter dans les partis politiques. Perspectives comparées” de la Revue Internationale de Politique Comparée, (2010); y Laurens (2015a).
29. César concedido el 7 de marzo de 1987. Ver también De Baecque (2010).
30. Jean-Marc Ayrault (1952), profesor, luego alcalde y diputado socialista. Fue Primer Ministro de 2012 a 2014.
31. Emmanuel Valls (1962), Primer Ministro socialista de 2014 a 2016, y François Fillon (1954), Primer Ministro de derecha de 2007 a 2012, son ejemplos típicos de profesionales de la política en ambos sentidos del término. Nunca ejercieron otra profesión que la de colaboradores de dirigentes electos antes de convertirse en profesionales de la política.
32. Cf. "Michel Offerlé: ‘Les professionnels de la politique sont coupés de l’expérience des citoyens ordinaires’", Le Monde, 5/12/2016, disponible en https://www.lemonde.fr/idees/article/2016/12/05/faut-il-n-avoir-jamais-exerce-de-metier-pour-devenir-president-de-la-republique_5043259_3232.html
33. [ndt]: No se refiere aquí al “gabinete nacional”, sino al “gabinete ministerial”, es decir, el gabinete de cada ministerio en Francia que está compuesto por expertos, tecnócratas y políticos de alta formación.
34. Nacido en 1943, comenzó su carrera como alto funcionario. Fue Secretario General de la Presidencia de la República con Mitterrand durante 9 años, luego ministro varias veces y, por último, diputado de 1997 a 2012.
35. Club selectivo y elitista fundado en Aspen (Estados Unidos) en 1950, actualmente presente en varios países.
36. Cf. “L’Institut Aspen, Star Ac' des politiques”, Le Monde, 26/9/2014.
37. Sobre la acumulación de mandatos, consultar: Le Lidec (2008), Bach (2012), François y Navarro (2013), Mény (2013). La cuestión de los mandatos múltiples fue abordada en la ley orgánica del 14 de febrero de 2014 que modifica varios artículos del Código electoral (en particular LO 137 y siguientes); ver el Informe de Christophe Borgel ante la Asamblea Nacional en el que se retoman los argumentos y se señalan las particularidades francesas: http://www.assemblee-nationale.fr/14/rapports/r1173.asp
38. La campaña presidencial estadounidense de 2012 costó más de 2.000 millones de dólares y la de las elecciones de medio término de 2014, 4.000 millones. Dos años más tarde, la campaña de 2016 costó más de 6.000 millones de dólares.
39. Al respecto ver: Legavre (1993), Riffault (2015). Ver también el desarrollo de empresas de estrategia electoral como Liegey Muller Pons (https://www.liegeymullerpons.fr/), o Proxem, que trabaja en política a través de la “web semántica” (https://www.proxem.com/).
40. Cf. el número especial de la revista Politix sobre las ONG (vol. 3, nº 79, 2007), Simonet (2010), Dauvin (2004), Dauvin y Siméant (2005). Sobre los sindicatos, consultar: Thomas (2013) y Lefebvre (2011). Sobre las organizaciones patronales, ver Offerlé (2015).
41. “Nous citoyens” (“Nosotros ciudadanos”) es un partido político que fracasó. Pretendía luchar contra la profesionalización de la política, principalmente convocando a empresarios.
42. Finalmente, la Junta General Extraordinaria de “Nous Citoyens” del 20 de diciembre de 2016 decidió no apoyar a ningún candidato en las elecciones presidenciales de 2017.
43. El Primer Ministro François Fillon había planteado la idea de que se evaluara el rendimiento de los ministros, (Le Monde, 18/1/2008). No nos referiremos aquí a las valoraciones periodísticas que desencadenaron una polémica seguida de un proceso judicial entre Pascal Perrineau y Olivier Fillieule, dos profesores franceses de ciencia política que polemizaron en torno a un artículo publicado en Le Point en julio de 2008.
44. Sobre la sociografía reciente del personal político francés, además de los trabajos más antiguos presentados anteriormente, en particular los de Daniel Gaxie, ver Genieys (2011), en especial los capítulos 4 y 7 que repasan los estudios de los años 1950 a 1980; Legavre (2001); Juhem (2006); Petitfils (2007); Sineau y Tiberj (2007); Costa y Kerrouche (2007); Rouban (2011); Keslassy (2012); Grossman y François (2013); Costa y Behm (2013); Koebel (2014); Gregory (2014); Hubé (20015 [2009]). Las tesis y libros recientes sobre los partidos políticos incluyen también numerosos pasajes sobre la sociografía de los líderes políticos: Fretel (2004), Haegel (2012), Johsua (2011), Bachelot (2008). Ver también el trabajo de Étienne Ollion (2021) y su equipo sobre la Asamblea Nacional francesa (Boelaert, Michon y Ollion, 2018). El indicador de género también es registrado por el Observatoire des inégalités.
45 Sobre el trabajo ministerial, ver Le règne des entourages (Eymeri-Douzans et al., 2015), en particular los capítulos escritos por Jean-Michel Eymeri-Douzans (capítulo 19 e introducción). Sobre el reclutamiento ministerial, ver el capítulo de Valentin Behr y Sébastien Michon (2015). Sobre los gabinetes, ver Laurens (2015b); Alam, Martinache y Nollet (2015); Mathiot y Sawicki (1999a, 1999b). Sobre el trabajo de gabinete, además de la información contenida en Le règne des entourages, consultar Nollet (2014). Para los testimonios de los implicados, ver las obras de Michel Rocard y Olivier Schrameck. El libro de Gérard Davet y Fabrice Lhomme (2016), Un président ne devrait pas dire ça, se convertirá en un clásico de los testimonios sobre la labor del Presidente, de la que también hablan Dreyfus (2015) y Eymeri-Douzans (2015).
46. Ponencias (Michel Offerlé y Etienne Ollion) y debates en los talleres Patrons et politique et Parlement de la ENS diciembre 2015, enero 2016. ver también Offerlé (2021). En este libro trabajé sobre la relación entre los patrones y la política, como votantes, como partes interesadas en la “vida pública” y como eventuales competidores. También abordé la cuestión más general de la relación entre campo político y campo económico, y por lo tanto el modo en que se construyen las relaciones de dominación de la política por parte de las grandes empresas.
47. Ver también la idea de vivero o cantera desarrollada por Mattéi Dogan (1999).
48. Además del citado artículo de A. King, cf. Rush (2001), Riddell (1993), Cairney (2007), Cowley (2012).
49. Sobre las series largas en ciencias sociales, ver en particular el dossier dedicado a esta cuestión en la revista Genèses (1992/9), “Historia y estadística”.
50. Ver Etienne Ollion (2021) sobre los diputados franceses, la obra de Bernard Pudal (en particular: Pudal, 1989, 2009; Pennetier y Pudal, 2002) y los trabajos de Paul Boulland, en particular (Boulland, 2013, 2016), en donde investiga los procesos diferenciales de obrerización de los futuros cuadros comunistas. Ver también: Ethuin (2003a, 2003b).
51. Sobre las consecuencias de la limitación de mandatos en las legislaturas estatales estadounidenses, cf. Meinke y Hasecke (2003, pp. 898-908).
52. Para un punto de vista militante de un político socialista suizo: http://www.maurypasquier.ch/societe/Leparlementdemilicemytheourealite.html
53. Gracias a André Mach por aclarar mis recuerdos sobre este tema.
54 Para datos más antiguos, ver Birnbaum (1977) y Renaud Dutreil, “Pourquoi je quitte la vie politique”, Le Monde, 4/8/2008. Consultar también: Dalibert (2021, 2022).
55. En 2012, 11 diputados tenían menos de 40 años y 311 más de 60.
56. Otra minoría que está mucho menos estudiada desde el punto de vista de su lugar en la política, de acuerdo con Haider-Markel (2010), Le Talec (2013).
57. Hija del sociólogo Alain Touraine, fue alta funcionaria, luego diputada y ministra socialista.
58. Se conoce con ese nombre al escándalo por el cual debió renunciar en 2016 el vicepresidente de la Asamblea Nacional francesa, Denis Baupin tras ser investigado por agresiones sexuales contra ocho mujeres de su partido, entre colaboradoras y dirigentes electas. Hufftington Post 29/4/2015, Libération 5/5/2015, Maniefiesto de 40 periodistas mujeres, “Bas les pattes” y el sitio https://chaircollaboratrice.com/
59. Achin y Paoletti (2002), Dulong y Lévèque (2002), Achin (2005a, 2005b), Achin y Lévèque (2006, 2014), Bereni (2007), Bereni y Revillard (2007), Achin, Bargel, Dulong et al, (2007), Paoletti (2008), Neveu y Guionnet (2009), Dulong, Guionnet y Neveu (2012).
60. Sobre las estructuras temporales masculinas, ver Guillaume y Pochic (2007). Sobre las mujeres directivas de empresa, ver Rabier (2013).
61. YoDona, semanario femenino de El País, en mayo de 2014, citado en Le Monde el 12 de junio de 2014.
62. Sobre la política de castas en la India, ver Jaffrelot (2011). Ver también Dutoya (2016).
63. Jane Mansbridge (1999), en su artículo “Should Blacks Represent Blacks and Women Women? A Contingent ‘Yes’”, cita a Philipps Griffiths y Richard Wollheim (1960) “How Can One Person Represent Another?”, y dice adoptar la expresión representación descriptiva en lugar de la de “espejo”, además de recordar que antes se habló también de “políticas de presencia” o de “auto-representación”. Ver en especial Pitkin (1972 [1967]), Saward (2006, 2009), Mansbridge (2011). Sobre el debate sociológico francés: Gaxie (1980), Bourdieu (1981), Boltanski (1982), Offerlé (1994, 1999, 2005).
64. Pocos fueron a la cárcel. Ver, en particular, los siguientes sitios: Lista de representantes electos preocupados o condenados por la justicia, a menudo más denunciantes que sistemáticamente informados: http://pierre.parrillo.over-blog.fr/article-liste-des-elus-ps-et-de-gauche-condamnes-98170356.html, http://www.lekiosqueauxcanards.com/front-national-le-parti-ayant-le-pourcentage-le-plus-important-d-elus-condamnes, http://www.legrandsoir.info/les-condamnations-et-mises-en-examen-du-front-national-et-de-ses-membres.html, http://www.politicards.fr/politicards-d.html, http://blogs.mediapart.fr/blog/ribouldingue/130413/tous-pourris. Transparency y Anticor aportan datos y prescripciones sobre estas cuestiones con mayor precisión. Transparencia Internacional, Informe 2013, http://www.transparency-france.org/e_upload/pdf/rapport2013_transparency_france_031213.pdf, y Anticor http://www.anticor.org/presentation/plaidoyer-anticor/ “ANTICOR es una asociación fundada en junio de 2002 por Éric Halphen y Séverine Tessier para luchar contra la corrupción y restaurar la ética en la política”. Ver también las ocho proposiciones para la transparencia de la vida pública, Nota de la FIPR, 2015, nº 153, de Frédéric-Samuel Servière, http://www.ifrap.org/fonction-publique-et-administration/8-propositions-pour-plus-de-transparence-de-la-vie-publique
65. Entre muchos otros, ver Ivan Rioufol, “L’essor du populisme défie la droite honteuse”, Le Figaro 2/7/2010 y Marcel Gauchet, “L’affaire Bettencourt réactive le contentieux entre le peuple et les élites”, Le Monde, 18/7/2010. Para un análisis sociológico: Buton, Lehingue, Mariot y Rozier (2016).
66. Sobre los nuevos alcaldes rurales, consultar Vignon (2016).
67. Cf. también Cardon y Granjon (2010). La petición en línea se ilustra en el sitio Change.org.
68. Sobre todos estos puntos, ver el trabajo de Dominique Cardon (2013).
69. Para un debate sobre Big Data, ver Ollion y Boelaert (2015), Cardon (2013). Puede visitarse un famoso sitio estadounidense que utilizaron varios candidatos en la campaña francesa de 2017: http://nationbuilder.com/ Nationbuilder. Software para líderes.
70. Algunos ejemplos de esto para el caso francés son los de Ségolène Royal, Florian Philippot, Rama Yade, Rachida Dati, Emmanuel Macron y Olivier Besancenot.
71. Cf. también Le Bart (2013) y Lemaire (2013).
72. Se trata de dos “affaires” de los años setenta. Robert Boulin era un destacado político de derecha que apareció ahogado en un estanque. La investigación concluyó rápidamente que se había suicidado, pero el caso sigue sin resolverse desde 1979 y es probable que fuera asesinado. El caso de los diamantes de Bokassa surgió tras la caída del dictador centroafricano, que le había regalado tabletas de diamantes al presidente Giscard d’Estaing. Este asunto interfirió en la campaña presidencial de 1981.
73. Unión por un Movimiento Popular, partido político fundado por Jaques Chirac.
74. René Dosière, exdiputado del PS elegido en 2012 como candidato independiente, se especializó en descifrar los gastos de las distintas instituciones políticas y en promover una mayor aceptabilidad social del personal político. Consultar Dosière (2012) y también su blog : http://renedosiere.over-blog.com/
75. Cf. Comité invisible (2007, 2014); Collectif Mauvaise Troupe (2014); Boyd y Mitchell (2015).
76. Ver Baujard et al. (2014). Sobre estas cuestiones de un modo más general, cf. Balinski (2004): el autor relata la experiencia del voto por asentimiento el 26 de abril de 2002, en Orsay y Gy-les-Nonains. Otros tipos de intervención sobre el voto son la activación del censo electoral, el reconocimiento del voto en blanco, el voto obligatorio, la ampliación del electorado a los 16 años, el voto de los extranjeros en las elecciones municipales y el voto por internet.
77. Cf. también Liégey, Muller y Pons (2013). Los autores crearon más tarde “una start-up de estrategia electoral”.
78. ”Il faut plus d’élus issus de l’entreprise”, Le Monde, 18/3/2014.
79. Les Echos, 23/9/2015: “Hay que ayudar a los empleados a implicarse en política” y “Manifiesto por el compromiso cívico de las Empresas y sus empleados, para facilitar el acceso de los empleados del sector privado a los mandatos electorales públicos y conectar empresa y política”, Le Cercle de l’Excellence RH, 2015.
80. Nota del Instituto, noviembre de 2016. Ver también : Costa y Behm (2013), y el Livre Blanche 2016 de Génération entreprise (dirigido por Olivier Dassault y Jean-Michel Fourgous) que reúne a diputados de derecha que actúan para rehabilitar a las empresas en el debate político.
81. Los testimonios de dos ministros de la “sociedad civil” sobre su experiencia son bastante sintomáticos desde este punto de vista: Mer y Coignard (2005), Ferry (2005).
82. Ver el sitio web de Open Government Partnership, https://www.etalab.gouv.fr/ogp, y todas las iniciativas que implican a asociaciones y empresas en lo que se conoce como start-ups ciudadanas o Civic Tech, Open Democracy, cuyos proyectos incluyen: “Entender la política, renovar las instituciones, participar en la democracia, supervisar la acción pública”, Voxe.org (“Caja de herramientas para el ciudadano conectado”), GOV (“El tiempo de la opinión”), cf. Florian Debes “2017, le rendez-vous des start-up citoyennes”, Les Échos, 23 de noviembre de 2016. Change.org es una plataforma internacional de peticiones en línea.
83. Ver también la experiencia islandesa, que fue decepcionante, con dos referendos, uno sobre el pago de la deuda (2010-2011) y el otro sobre las propuestas de un consejo constitucional de 25 ciudadanos en 2012. Gracias a Patrick Lehingue por llamarme la atención sobre este punto.
84. Ver también : Esprit, "A quoi servent les partis politiques", agosto 2013 nº 8/9; "Faut-il en finir avec les partis politiques?", Le Monde, 29/8/2014; "La France vit-elle une crise de régime?", Le Monde 19/9/2014; "La politique à bout de souffle", Le Monde, octubre de 2014, "Interrogations politiques", Le Débat 2015/2, Savoir/Agir 2015/2.
85. La organización bajo forma de consultas tendientes a una democracia por consenso se replanteó para no caer en el “asambleísmo”: “En cuanto a mí, mi vocación es volver a enseñar y continuar mis actividades en televisión. No somos políticos profesionales. Estamos de paso en la política”, declaró Pablo Iglesias a Le Nouvel Observateur. Ver también Bescansa et al. (2015). Esta organización no escapó a las luchas internas entre los que quieren perpetuar sus posiciones e institucionalizar el partido en el ámbito político y quienes insisten en que “es peligroso acostumbrarse a vivir en el Parlamento” (Le Monde, 30/12/2016).
86. Cf. https://www.en-marche.fr/wp-content/themes/jemarche/assets/pdf/charte.pdf y https://en-marche.fr/
87. Presentación del libro Podemos en la web de la editorial Indigène.
88. Michèle Delaunay, exministra: “El túnel o cómo hacer carrera política sin pisar la vida real”, blog, 13/9/2014.
89. Cf. también Michel Offerlé en Le Monde, 6 de diciembre de 2016.
90. Los “zadistas” son activistas que han establecido “zonas a defender” (ZAD) para protestar contra determinadas decisiones gubernamentales, sobre todo en materia medioambiental. Las ZAD son ocupaciones prolongadas (e ilegales) de terrenos en los que se va a construir una infraestructura controvertida (como por ejemplo un aeropuerto).
91. Nuit Debout (Noche Despierta) son una serie de ocupaciones diurnas y nocturnas de plazas públicas que duran más de un mes, durante las cuales se celebran debates sobre legislación controvertida y muchas otras cosas. Tienen lugar principalmente en París, pero también en varias ciudades de provincia.
92. Ver, por ejemplo, la conferencia de enero de 2017, “Les expérimentations démocratiques aujourd’hui” organizada por el grupo de interés científico Démocratie & Participation, o Savoir/Agir, 2017/ 38: “Des alternatives à géométrie variable”.
93. También existen primarias en Estados Unidos, en Italia, en México, en Argentina…
94. La familia Dassault es una familia de industriales del sector aeronáutico que fabrica aviones de combate, actualmente los Rafale. Desde 1951 ocuparon escaños en el Parlamento francés, pasando de padre a hijo. Sus métodos de campaña, muy clientelares, han sido cuestionados en los tribunales. En 2024, el descendiente de la familia fue derrotado por su oponente de extrema derecha del Rassemblement National.
95. Cf. Vommaro, Morresi y Bellotti, 2015.
96. La cuestión de los dictadores africanos o asiáticos como Ben Ali o Aliev plantea otro problema, ya que no se trata de agentes económicamente dominantes que invierten en política, sino de la depredación de la economía por agentes con capital político.
97. Sobre los casos de figuras populares conocidas que utilizan este tipo de capital para entrar en política: http://archives lepost.huffingtonpost.fr/article/2011/04/13/2464758_ces-sportifs-qui-se-sont-lances-en-politique-attention-terrain-glissant.html. El caso de los deportistas y cantantes es diferente, y podría ilustrarse con Ronald Reagan, el gobernador Schwarzenegger o el político Jesse Ventura, antiguo campeón de lucha libre, el boxeador filipino Emmanuel Dapidran Pacquiao, o el cómico guatemalteco Jimmy Morales, entre otros.
98. El blog no se encuentra actualmente en línea para consultar desde América Latina (https://www.jeanmarc-sylvestre.com/), pero la entrada citada puede leerse en: https://www.contrepoints.org/2013/06/30/129442-pourquoi-nos-hommes-politiques-sont-ils-si-nuls
99. Michel Offerlé, Le Monde, 29 de agosto de 2014.