Autor: Labra, Diego
Buenos Aires, Editorial Tren en Movimiento,
2024, 336 páginas
Fernando Adrián Pedernera1
papeles de trabajo, 19(35), enero-julio 2025, pp. 225-229
https://ark.unsam.edu.ar/ark:/16763/92811d8cad6b
Manganimé. La saga argentina, de Diego Labra, explora el desarrollo y el impacto de las industrias culturales japonesas en Argentina, especialmente el caso de la historieta y series animadas japonesas, manga y animé, respectivamente o lo que es lo mismo, manganimé. El libro es una adaptación de la tesis doctoral de Diego Labra a una publicación para el público general, sin descuidar su aspecto académico. Fue presentado por primera vez en diciembre de 2024, en la comiquería Sector 2814 en Buenos Aires.
Este libro se inscribe en el novedoso campo de los estudios académicos sobre el manganimé, que por lo general se orientan hacia dos líneas principales: por un lado, hacia un análisis de contenido, que suele ser tratado en clave psicológica y, por otro, a un análisis de medios, ligado a los estudios de recepción. Manganimé. La saga argentina se encuentra adyacente al segundo tipo de investigaciones, al que Diego Labra aporta un enfoque sociohistórico, mediante el cual construye una historia cultural reciente del campo de la historieta argentina a partir de fuentes primarias, secundarias e incluso autobiográficas que, hasta la fecha, no había sido realizado con este alcance.
Manganimé. La saga argentina se compone de una introducción, cuatro capítulos divididos en dos arcos principales, que llevan por título “¿Qué hizo la historieta argentina con el manga?” y “¿Qué hizo el manga con la historieta argentina?”. En estos dos ejes, Diego Labra indaga minuciosamente en los interrogantes que plantea: en el primero, cómo fue la introducción de estos bienes culturales en la región y, en el segundo, cuál fue la influencia del manga en el territorio, que pervive hasta el presente y se ha arraigado profundamente en nuestro entorno cultural. Por último, ofrece una conclusión y los debidos agradecimientos.
Los protagonistas de esta saga son, principalmente, los agentes mediadores que articularon la difusión y comercialización regional de manganimé –editores, traductores, redactores, distribuidores, vendedores, etc–. Algunos de ellos se consolidaron como voces consagradas y consagratorias de ese campo periférico del mundo editorial que es el campo de la historieta. Se suma a esos mediadores todo un entramado de agentes secundarios pero fundamentales: los lectores y los autores de historietas que, como ellos, también rechazaron, ignoraron, aceptaron y/o brotaron de ese encuentro. Un caso particular son quienes comenzaron como lectores y devinieron autores y dibujantes bajo el signo del manganimé. Diego Labra no elude las tensiones culturales que resultan de esta transición. Por ejemplo, ante la discusión sobre las nuevas posibilidades que aparecen en el horizonte: ¿es el manga una denominación de origen? ¿Es posible un “manga sin Japón”, o un “manga argentino”? ¿Cuáles son las fricciones de género al interior del campo?
El autor acepta esas inquietudes y las desarrolla en profundidad. Sustenta su trabajo en las publicaciones mismas de los agentes en revistas especializadas y medios de interés general; entrevistas, editoriales, comunicados, cartas de lectores, volantes y otros materiales de archivo. Si bien son en gran medida rastreables en internet, no por eso resultan de fácil acceso, dado que la mayor parte del conocimiento sobre el manganimé fue y es producida por amateurs en canales y trabajos informales en línea. Estos ilustrados autodidactas erigieron durante décadas una jungla de texto que dificulta más de lo que facilita el trabajo de selección y recolección de fuentes. Cuando el material es analógico no resulta menos desafiante, ya que abarca desde fanzines fotocopiados hasta revistas con mayor presupuesto pero con tiradas muy cortas y de poca duración. En este sentido, el recorte que realizó Labra para conformar su corpus servirá a investigadores que deseen sumarse a la discusión como vía de entrada a este objeto de estudio, tanto como a quienes llevan años o décadas de trabajo en él.
En el primer eje, Diego Labra describe las diferentes etapas del manganimé en Argentina: su comienzo en la década de los ochenta, como un consumo de nicho para unos pocos conocedores; su masificación durante la década de los noventa, inaugurada con la llegada del manga de Akira a la Argentina en 1990 y las primeras aventuras editoriales previas a Ivrea. En el caso del animé, la masificación sucede con series televisivas (como Los Caballeros del Zodíaco, Sailor Moon y Dragon Ball, solo por mencionar algunos) que cubrieron la necesidad entonces vigente de llenar una grilla de programación permanente con un presupuesto relativamente bajo. En el caso del manga, su aparición coincide con un periodo de crisis de la historieta argentina nacional que dejó una vacante comercial que ocuparía Ivrea, la primera editorial de historietas dedicada exclusivamente a manga, hacia el final de la década. La hipótesis que Diego Labra aborda en este arco es que el fenómeno del manganimé no se trata de una “invasión” coordinada desde Japón, sino una empresa espontánea impulsada en el territorio por agentes locales, que deseaban difundir este tipo de productos a la vez que obtener un lucro de su comercialización y abrirse un lugar en el campo de la historieta.
En el segundo eje se exploran las diversas respuestas que dieron los agentes a este fenómeno, y se propone la segunda hipótesis central del libro: que ya sea que los agentes decantaran por la indiferencia, el rechazo o la aceptación, la emergencia del manga en el campo argentino de la historieta obligó a una reconfiguración ante la cual todos debieron tomar posición.
Para los lectores, significó el pasaje de un lector furtivo a un lector coleccionista. No son estos necesariamente lectores furtivos al modo de De Certeau, sino que son, literalmente, lectores que pasaron de merodear por kioscos de revistas en busca de algo remotamente relacionado con sus gustos a convertirse en sommeliers de objetos curados que obtienen en comiquerías especializadas y que guardan en sus bibliotecas, más para ser exhibidos que leídos. Son principalmente quienes eran niños o adolescentes en las décadas de 1980 y 1990 y se convirtieron en adultos a principios de 2000 y 2010, y obtuvieron en esa transición un mayor poder adquisitivo. Por otro lado, el lector furtivo, merodeador de kioscos de revistas, derivó también hacia el pirata informático. Por último, y quizás más importante, se incorporó al consumo de historietas un público femenino, tradicionalmente excluido del ambiente comiquero de origen estadounidense. Estas lectoras se vieron atraídas en gran parte por series como Cardcaptor Sakura o Sailor Moon hacia el género shojo, dirigido a mujeres jóvenes, aunque por lo general son también consumidoras de todo lo demás. Estos tipos de lectores no son mutuamente excluyentes, sino que se solapan y coexisten.
Para los mediadores y productores, hubo tres respuestas básicas. (i) Rechazo: una posición infructuosa adoptada por los agentes que prefirieron hundirse con el barco de la historieta “clásica” y adoptaron una posición hostil hacia la historieta japonesa. (ii) Indiferencia: quienes decidieron seguir produciendo historieta tal como venían haciéndola, sin prestar atención al manga. (iii) Aceptación: propia de los agentes que alentaron, optaron o se resignaron a que el manga se apoderara de los catálogos de las editoriales. Se encuentran aquí librerías generales y de historietas o cadenas de librerías que se vieron forzadas a dedicar una parte sustancial de su espacio físico a la venta de manga.
Entre los autores de historietas, la conclusión que extrae Diego Labra es que, incluso si no se dedicaron a hacer manga por fuera de Japón, los nuevos dibujantes recibieron una influencia significativa del estilo. Aún más, en su investigación encontró que de aquellas lectoras de manganimé que mencionamos previamente surgió durante las primeras décadas del siglo XXI una generación de artistas mujeres que no habían sido movilizadas por la historieta estadounidense o los medios gráficos tradicionales en los cuales las figuras principales, tanto en la ficción como en la realidad, eran hombres; ahora ellas podían ocupar ese lugar protagónico, y lo hicieron.
A todas luces, Manganimé. La saga argentina es la culminación de un trabajo de años de investigación e intercambio con colegas, y sienta las bases sobre las cuales se podrán construir futuras investigaciones sobre manga y animé, en tanto condensa el saber colectivo que se consolidó en las últimas décadas –que tiene su piedra inaugural en Mundos tecnológicos, de Vanina Papalini (2006) editado por La Crujía, y que pasó de un puñado de ponencias dispersas a tesis de licenciaturas, maestrías y, finalmente, doctorados–. Pero, más allá de sus méritos académicos, Manganimé. La saga argentina es una lectura grata que puede interesar también al público general y otaku que desee conocer sobre la historia reciente de la historieta y el manga en Argentina.
Esta conciliación entre el saber académico y el saber otaku es posible porque Diego Labra escribe con la doble erudición que le brinda haber investigado de manera formal sobre su objeto de estudio y haber estado involucrado como lector que conoce de primera mano el campo que analiza. Esto no significa que sea una tarea más fácil ni tampoco una garantía de éxito de la investigación. Por el contrario, quienes hacen ciencias sociales saben bien lo problemática que resulta esta cercanía, en tanto puede obturar aquello que no queremos ver sobre nuestro objeto de estudio. Ignoro cómo habrá sido esa puja en el caso de Diego Labra, pero en su libro evita dos problemas frecuentes que suelen acuciar tanto a las historizaciones amateurs como a las académicas: (i) el relato romantizado del pasado, en el cual se hacen piruetas narrativas que distorsionan los acontecimientos a gusto del historizador y (ii) el sociologicismo cínico en el cual se hace a un lado a los sujetos y quedan solamente autómatas neuróticos cuya única motivación en la vida pareciera ser el crecimiento económico. Cada quien sabrá dónde le aprieta el zapato.
En Manganimé. La saga argentina, Diego Labra se mueve entre estas Escila y Caribdis sin ser devorado por ninguna de las dos. El botón de muestra está en su análisis de la figura de Leandro Oberto, dueño fundador y editor de Ivrea, la principal editorial de manga en español de Argentina. Labra muestra a Oberto como el mejor empresario entre los amateurs (es decir, amantes) del manganimé pero también, de entre los empresarios, como su mejor amateur. En los pasajes en que analiza su trayectoria, describe cómo la habilidad de Oberto para maniobrar entre estas dos facetas, de empresario y amateur, le permitió alcanzar el éxito profesional y económico y sostenerlo –pero también construir, prácticamente por su cuenta y la de su equipo, un lectorado fiel de la editorial en Argentina y Latinoamérica, que se constituyó en una verdadera comunidad. Esta interpretación de la trayectoria de Oberto articula los elementos de la sociología de la cultura de Bourdieu (habitus, campo) con la subjetividad de los agentes como factor determinante (sus deseos y pasiones). Nos recuerda, y Labra lo plasma muy bien cuando recupera la voz de los participantes, que estos agentes se juegan la vida en sus proyectos porque en y mediante sus proyectos suelen construir sus propias vidas. Teniendo esto en cuenta, podemos entender mejor a las personas detrás de los agentes: a aquellos editores que no aceptaron el manga y decidieron hundirse con el barco, a los lectores que desarrollaron sus habilidades lectoras con viñetas leídas en sentido contrario, a aquellos jóvenes dibujantes, varones y mujeres, que decidieron explorar su creatividad desbordante con este nuevo medio y apostar allí por sus futuros…
Como conclusión, me permito arriesgar que Manganimé. La saga argentina será uno de esos libros presentes en la bibliografía de incontables monografías y tesis académicas: está destinado a convertirse en una referencia ineludible para quienes investiguen, de aquí en adelante, no solo sobre el manganimé y las industrias culturales en Argentina y Latinoamérica, sino también sobre los fanatismos, las culturas populares y los medios masivos, entre otros temas. Pero también –y esto es quizás lo más sorprendente, al menos para un libro de ciencias sociales– será un añadido preciado y singular en la biblioteca de muchos amateurs del manganimé que lo incluirán gustosos entre sus tomos de Evangelion, Death Note o Ranma ½ dado que, por gracia de alguna extraña alquimia, Diego Labra ha capturado en este libro una parte fundamental de la historia de sus vidas.
1. Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales - Universidad Nacional de San Martín/ Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.