Las revistas montoneras

Cómo la organización construyó su identidad a través de sus publicaciones

Slipak, Daniela

Buenos Aires, Siglo XXI, 2015, 269 pp., ISBN 978-987-629-593-2

por Sebastián R. Giménez11. Doctor en Cien (…)

La radicalización política que tuvo lugar en nuestro país en los años setenta ha sido objeto de una profusa indagación histórica. Desde la recuperación de la democracia en adelante, hemos asistido a una continua exploración sobre las razones que llevaron a amplios sectores de la sociedad a movilizarse detrás del objetivo de la “revolución”, sobre los múltiples sentidos que se pusieron en juego en las experiencias militantes, y sobre las responsabilidades que los diferentes actores tuvieron en la generalización de la violencia. Estos debates cobraron creciente actualidad en la última década, en la medida en que, como es sabido, la recuperación de la experiencia militante setentista ha sido uno de los pilares de la identidad del kirchnerismo. El hecho de que el partido gobernante en Argentina por más de una década haya recurrido a la reivindicación de “los setenta” para legitimar su proyecto político hizo que la opinión pública nuevamente se involucrara en la discusión sobre el accionar de las organizaciones políticas -armadas y no armadas- que surgieron en el marco de la “Revolución Argentina”.

La nueva actualidad del tema seguramente fue uno de los motivos por los cuales recientemente las ciencias sociales volvieron a dirigir su mirada con insistencia al período previo a la última dictadura militar. Ahora bien, si en este sentido es posible reconocer la influencia de un “clima de época” en los estudios académicos, al mismo tiempo es necesario apuntar que otros procesos coadyuvaron a que, en no pocos casos, los términos en que se volvió la mirada al pasado no replicasen mecánicamente los vigentes en la discusión política. Dichos procesos tienen que ver, en primer lugar, con la consolidación de un campo académico capaz de articular una serie de problemáticas -y perspectivas- propias. En segundo lugar, contribuyó también a la construcción de una nueva mirada sobre la experiencia setentista la llegada a dicho campo de jóvenes investigadores que, por no haber sido contemporáneos de los hechos que narran, no se ven en la necesidad de rendir cuentas sobre su propia actuación, lo cual les permite dirigir al período interrogantes novedosos, y, en algunos casos, considerablemente más incisivos.

Estos elementos están visiblemente presentes en Las revistas montoneras. Cómo la organización construyó su identidad a través de sus publicaciones, cuya autora es Daniela Slipak. El libro –resultado de una tesis doctoral realizada en la Universidad de Buenos Aires y l’École des Hautes Études en Sciences Sociales de París– se inscribe, específicamente, en el campo de la sociología política. Al ser entendida ésta como la disciplina que se ocupa de examinar los lazos de solidaridad que se forman en torno a cuestiones de índole pública,22. Es notoria aqu (…) posibilita una interrogación sobre los fundamentos mismos de las comunidades políticas, abriendo así el espacio para un diálogo fructífero con disciplinas cercanas, tales como la teoría y la filosofía políticas. De aquí que el corpus teórico de que se vale la autora pueda remitir tanto a Jean-Jacques Rousseau, Carl Schmitt y Hannah Arendt, como a Claude Lefort, Pierre Rosanvallon y Ernesto Laclau –por citar solo a algunos de los autores retomados en el libro–. No está de más decir aquí que la sólida articulación de una teoría para el abordaje del objeto hace que el libro pueda ser leído con interés tanto por quienes quieran profundizar en cuestiones relativas a nuestra historia reciente como por aquellos que se interesan en problemáticas cercanas a las de la sociología política y la teoría política. Estos últimos encontrarán allí, en efecto, un modo productivo e imaginativo de utilizar conceptos para mejor iluminar los procesos sociales.

Como su título lo indica, el trabajo apunta a dilucidar los mecanismos específicos a través de los cuales Montoneros construyó su identidad. Introduce así una novedad en el análisis de una experiencia que, por la importancia que otorgó a la acción armada, frecuentemente se estudió más en relación a la práctica de la violencia que a los modos a través de los cuales le dio sentido a ella. Por lo demás, la adscripción “peronista” de la organización parecía suficiente para dar cuenta de su identidad.

Precisamente estos dos supuestos son los que el trabajo quiere desarticular: en primer lugar, afirmar que la organización era peronista, sostiene la autora, no dice en verdad mucho sobre su identidad. Lo importante es conocer de qué modo fue interpretada esa tradición por una organización que, inmersa en la trama contestataria de tinte antiimperialista y tercermundista de fines de los sesenta, promovía nuevas formas de intervención en el espacio público y reconocía influencias novedosas a la hora de articular un discurso propio. Todo ello, empero -he aquí la complejidad-, en el marco de una continua reivindicación de Perón y del peronismo ¿Cómo fue eso posible? La respuesta más sencilla, se sabe, consiste en afirmar que la identidad peronista de Montoneros no era sino una máscara de la que la organización se valió para amplificar su discurso en la sociedad. En gran medida, y exagerando un poco, se podría decir que el libro está escrito precisamente para desandar esta interpretación. Slipak, en efecto, descree de la idea de que las identidades son disfraces que, susceptibles de utilizarse a discreción y con meros fines estratégicos, esconden una verdad. El lenguaje no es la maleza a despejar para acceder al campo llano de la realidad; él constituye, por el contrario, la carnadura que conforma a los sujetos en tanto tales. Por este motivo, el modo en que éstos construyen un discurso para dar sentido a sus acciones debe ser estudiado con rigor. He allí entonces delineado el primer objetivo del libro: “analizar las representaciones, concepciones, relatos y discursos que surcaron el espacio montonero y otorgaron un sentido colectivo a sus acciones” (p. 10).

En segundo lugar, la autora postula, continuando aquí con la misma impronta teórica recién señalada, que no hay violencia sin un entramado de sentidos que la sostenga. Esta afirmación adquiere toda su relevancia a la hora de evaluar cuándo es que el militarismo hace su aparición y adquiere protagonismo: ¿esto recién sucede en el momento en que se agudiza la conflictividad política y que la organización pasa a la clandestinidad, o bien es posible reconocer rasgos identitarios constitutivos que prefiguraban desde el inicio un encaminamiento en esa dirección? Plagado de consecuencias políticas, es éste sin dudas el interrogante central del libro, que la autora juzga conveniente responder a través de una reconstrucción minuciosa del devenir de la organización.

Dicha reconstrucción es realizada a través del análisis de las revistas que Montoneros publicó entre mayo de 1973 y marzo de 1976. Las publicaciones periódicas “oficiales” de la organización constituyen, en efecto, la principal unidad de análisis de la investigación. Slipak incluye además otras fuentes: en el primer capítulo trabaja con Cristianismo y revolución, revista en la que participaron muchos de quienes luego formarían la conducción de Montoneros, y que le sirve para analizar los antecedentes inmediatos de su surgimiento. En el cuarto capítulo se detiene en dos revistas ligadas a escisiones de Montoneros, para ver el tipo de cuestionamiento interno que se realizaba a la organización. Y en el último capítulo trabaja con documentos de circulación interna que contienen disposiciones sobre el modo de ejercer la justicia por parte de la organización, los cuales le permiten complementar algunas reflexiones sobre la normatividad al interior del colectivo. Por fuera de estas fuentes, Slipak toma en cuenta discursos de los principales referentes montoneros y de Perón solo para ampliar y contextualizar algunos de los temas tratados en las publicaciones. Las entrevistas que la autora realizó, por su parte, son utilizadas para brindar información sobre cuestiones relativas a la edición de las revistas o para dilucidar algunos acontecimientos muy específicos de la historia de la organización, pero no son consideradas en sí mismas como objeto a indagar. Sin introducirse en el campo de los estudios sobre la memoria y la historia oral, la reconstrucción de sentidos se realiza entonces, exclusivamente, a partir de documentos de la época.

En lo que hace a la estructura del trabajo, si bien el ordenamiento de los capítulos sigue un criterio cronológico -éstos efectivamente se suceden en función de la aparición en el tiempo de las revistas-, es fundamentalmente un criterio analítico el que explica la organización del libro: cada una de las publicaciones es analizada no para reconstruir el derrotero histórico de Montoneros -cuestión para lo que la autora remite a la bibliografía secundaria, limitándose en el texto a brindar la información indispensable para asentar su relato- sino para desentrañar analítica y conceptualmente el modo en que la organización construyó su identidad.

Así, en el primer capítulo se problematiza principalmente la cuestión de la violencia. Las páginas de Cristianismo y revolución le sirven a Slipak para rastrear los sentidos ligados a ella en la etapa “temprana” (la expresión es nuestra) de la radicalización política. La autora identifica entonces que ya en los sesenta, al calor de la retórica desplegada por los movimientos anticoloniales y tercermundistas, la violencia era explicada en términos reactivos, instrumentales y sustantivos (es decir, no solo era considerada como un medio para alcanzar un fin, sino también como un fin en sí mismo, en tanto le permitiría al hombre realizarse plenamente a través de ella). De modo igualmente significativo, la autora encuentra que en esa publicación es posible registrar una marcada simplificación en la lectura de la coyuntura política: si en los primeros números de la revista se representa un campo de protesta plural, que reconoce distintos métodos para alcanzar la revolución, progresivamente son los grupos armados los que ocupan el centro de la escena, subordinándose a ellos todo el resto de las “luchas” que formaban parte de la trama contestaria. De allí Slipak puede concluir que, cuando Montoneros surge, ya estaba investido de una retórica que reivindicaba a la violencia como modo legítimo de intervenir en la política, y ya asimilaba ésta a la lógica de la guerra. Difícil entonces hacer lugar a la idea de una “desviación militarista” cuando el punto de partida estaba construido de tal modo.

Los dos siguientes capítulos se detienen en dos dimensiones clave de los estudios sobre la identidad, como lo son la tradición y la alteridad. La primera de estas dimensiones, la de la tradición, se estudia a través del análisis de El Descamisado. Allí Slipak discute el argumento de Silvia Sigal y Eliseo Verón según el cual Montoneros habría carecido de una narrativa propia sobre sus orígenes. La teoría política de que se vale la autora, deudora en este punto fundamentalmente de las reflexiones de Arendt, la conduce a revisar con detenimiento el tipo de relato que la organización construyó sobre su pasado, en la convicción de que el discurso sobre el momento fundacional suele ser una instancia clave de constitución identitaria para los colectivos políticos. Y lo que encuentra allí Slipak es uno de los grandes hallazgos del trabajo: Montoneros, en efecto, según muestra convincentemente, solapó el secuestro de Aramburu como acto fundacional, y remitió sus orígenes al mítico 17 de octubre de 1945. Ahora bien, esta ruptura resultó a su vez desplazada por otra, situada en el golpe de estado de 1955 y presentada como una frustración, puesto que habría provocado la separación del vínculo inmediato entre Perón y el pueblo forjado una década antes. Sin embargo, esta nueva ruptura no se simbolizó como pura pérdida: “al obligar al pueblo a iniciar una larga cadena de luchas por la recuperación del estatus precedente y por el retorno de Perón, habría despertado en él una naturaleza ‘combativa’ que lo habría convertido en un sujeto resistente” (p. 87). Existe, pues, un doble origen (mítico, se entiende) en Montoneros: uno que subraya la importancia de Perón, y otro que enfatiza la del pueblo combativo. Entre esos dos polos se desplazará constitutivamente la organización. Y ello explica en gran medida cómo, aunque la relación con Perón atravesara momentos de alta conflictividad, no se abandonara la adscripción peronista: la identidad montonera contaba en efecto con una narrativa que, subrayando su pertenencia cabal al peronismo, al mismo tiempo podía otorgar a Perón un lugar secundario.

El tercer capítulo, preocupado por dar cuenta de “los otros” frente a los cuales Montoneros erigió una identidad propia, se centra en el análisis de los semanarios El peronista lucha por la liberación y La Causa Peronista. Allí la autora encuentra que, a los rivales tradicionales del peronismo (el imperialismo y la oligarquía), Montoneros agrega a la burocracia sindical y a los políticos profesionales como adversarios. Todos estos actores habrían perseguido un mismo objetivo: impedir el reencuentro entre Perón y el pueblo. Se unifica entonces a los otros en la categoría de “mediadores” y se construye una identidad peronista como opuesta a cualquier mecanismo que implique una construcción de la voluntad popular a través de instituciones y procedimientos. A diferencia del propio Perón (quien siempre otorgó un alto valor a la organización del “pueblo”, el cual, si permanecía sin encuadrar, corría el riesgo de convertirse en “masa inorgánica”), Montoneros entendía a la democracia como un “cuerpo unido” inmediato y ya dado, que no necesitaba ser construida de modo dinámico y permanente. De aquí su rechazo tanto a la organización corporativa como a los mecanismos formales de las democracias liberales, los cuales, denunciaban, operaban una confiscación de la voluntad popular.

El cuarto capítulo estudia los avatares de la identidad montonera a través de dos de sus principales disidencias: la “Columna José Sabino Navarro” de 1972 y la “Juventud Peronista Lealtad” de fines de 1973. Encontramos aquí, además de interpretaciones teóricas nuevamente relevantes, un significativo aporte al conocimiento histórico. Con mucha frecuencia, en efecto, se suele pasar por alto el hecho de que los primeros cuestionamientos a la conducción de Montoneros surgieron muy tempranamente. Esos cuestionamientos derivaron en algunos casos en la formación de grupos paralelos a los de la conducción oficial de la organización. Slipak recupera aquí dos de estas experiencias, a las cuales analiza a través de sus publicaciones: Puro Pueblo corresponde al primer grupo mencionado, y Movimiento para la reconstrucción y liberación nacional al segundo de ellos. La autora se pregunta la importancia que estos agrupamientos otorgaron a la práctica armada y al trabajo de base, la valoración que hicieron de Perón y del resto de los actores del movimiento, la forma en que leyeron los orígenes y la tradición de su identidad, y, fundamentalmente, la índole de los cuestionamientos que dirigieron a Montoneros. Slipak encuentra que, aunque en aspectos muy significativos estas disidencias se apartaron de los puntos de vista dominantes en su organización de procedencia, tampoco ellas estuvieron por fuera de un marco simbólico que, en última instancia, siempre remitía a la violencia.

El quinto y último capítulo indaga en el tipo de comunidad que la organización, a través de la construcción de una narrativa y de la codificación de una serie de normas de conducta, buscó instituir para dar forma a un modelo de militante (o, más precisamente, de “combatiente”) determinado. La autora estudia para ello la revista Evita Montonera, a la cual complementa con dos documentos por demás relevantes, como lo son las “Disposiciones sobre la Justicia Penal Revolucionaria” de 1972 y el “Código de Justicia Penal Revolucionario” de 1975. En ellos encuentra que los valores que Montoneros consideraba positivos eran la obediencia cabal a las órdenes impartidas por la conducción, la entrega personal absoluta a la causa y el coraje para enfrentar situaciones límite (tales como la tortura o la misma muerte). Pero no solo prescribieron modelos de conducta atinentes a la vida política: la vida privada de los miembros de la organización, e incluso su fuero íntimo, también buscó ser puesto bajo regulación y control. Y para quienes incurrieran en violaciones a la norma vigente, se pusieron en práctica instituciones encargadas de impartir la justicia. El análisis de todo ello le permite a la autora reflexionar acerca de la profunda penetración que en la identidad montonera alcanzaron la gramática religiosa (y más específicamente cristiana) y la gramática bélica: impresas en el mismo ethos de la organización, la fuerte presencia de ellas impide hablar de una “desviación militarista”, puesto que el militarismo formaba parte constitutiva de la construcción discursiva de Montoneros como organización política.

En definitiva, el libro de Daniela Slipak constituye un aporte invalorable a los estudios sobre la historia reciente de nuestro país. El análisis minucioso que hace de Montoneros nos permite conocer con más detalle no solo las diferencias que hubo al interior de los agrupamientos “revolucionarios” que surgieron en el período previo a la última dictadura militar, sino también las heterogeneidades existentes al interior de la propia izquierda peronista, e incluso al interior mismo de la organización que toma por objeto. Por otra parte, el libro muestra toda la productividad que puede tener una rigurosa utilización de la teoría política para el estudio de procesos sociales y políticos. Y, más importante todavía, el análisis histórico y teórico que realiza le permite a la autora discutir con una de las interpretaciones más frecuentes sobre el devenir de la agrupación, interpretación que, en un intento por salvar el proyecto político sustentado por Montoneros de su deriva posterior, postula la existencia de un “desvío” operado en algún momento de su trayectoria. Slipak muestra las debilidades de este argumento, con lo cual deja planteado un interrogante ineludible: ¿qué reivindicar de ese pasado que muchos identifican con aspiraciones libertarias y emancipatorias? La finalidad de formular esta pregunta no parece empero apuntar tanto a operar un rechazo de dicha experiencia, sino a obligar a repensarla crítica y radicalmente para extraer de ella nuevos aprendizajes y sentidos.

1.

Doctor en Ciencias Sociales (UBA) y magíster en Ciencia Política (IDAES-UNSAM). Becario posdoctoral de CONICET-UNSAM con sede en el IDAES. sebasgim82@gmail.com.

2.

Es notoria aquí la deuda con los trabajos de Gerardo Aboy Carlés, quien, por lo demás, ofició de director de la tesis que precedió al libro.