Medio Oriente en el pasado y futuro de la ciencia social

Timothy Mitchell1

Aclaración

Traducción a cargo de Fernán Gaillardou. Publicado originariamente como “The Middle East in the Past and Future of Social Science”, en Szanton, David (ed.): The Politics of Knowledge: Area Studies and the Disciplines. Berkeley, University of California Press, 2003, pp. 74-118. El formato del original fue modificado para adaptarse a las normas de la revista.

Resumen

Suele atribuirse el nacimiento de los estudios de área a un proyecto político-militar estadounidense en el marco de la Guerra Fría. Sin embargo, su surgimiento data del período de entreguerras y fue promovido no solo por razones políticas sino también por la aspiración occidental de crear una ciencia universal. Así, las ciencias sociales construyeron los objetos que les dieron forma a partir determinado modo de diferenciación de lo local y de lo global. Los estudios de área, por su parte, contribuyeron a delimitar los territorios locales cuyos rasgos expresarían formas más o menos imperfectas de lo universal. Este capítulo reconstruye este proceso poniendo el foco en los estudios de área de Medio Oriente.

Palabras clave: Medio Oriente, ciencias sociales, estudios de área.

Abstract

The raise of Middle Eastern studies is often attributed to an American political and military proyect within the context of the Cold War. However, its emergence dates back to the interwar period and it was fostered not only for political reasons but for the Western ambition to create a universal science. Thus, social sciences built the objets that shaped them from a certain way of differentiating the local and the global. Area studies, for their part, contributed to define the local territories whose characteristics would express more or less imperfect ways of the universal. This chapter reconstructs this process focusing on Middle East area studies.

Keywords: Middle East, social sciences, area studies.

Recibido: 15/6/2016

Aceptado: 22/8/2016

 

La fundación del Middle East Institute2 en Washington D.C. en mayo de 1946 parece una ocasión conveniente para marcar la llegada del área de estudios de Medio Oriente a los Estados Unidos. En enero de 1947, el Instituto lanzó la Middle East Review3, la primera publicación trimestral estadounidense dedicada al Medio Oriente contemporáneo. El número inaugural declaró que la región estaba ahora “muy cerca” de los Estados Unidos, tanto en cuanto a tiempo-distancia como con respecto al nuevo involucramiento de los Estados Unidos allí en “cuestiones de política de poder”. Aun así, Medio Oriente permaneció para todos excepto para unos pocos estadounidenses “esencialmente terra incognita” (Middle East Institute, 1947: 1-2). El propósito principal de la publicación no era analizar las actitudes y las políticas de las potencias occidentales que habían moldeado a los países de la región en el pasado. Su objetivo era exponer y evaluar las fuerzas que estaban configurando la región en ese momento, a saber “fuerzas y factores originados en y entre estos países por sí mismos –su conciencia nacional, premura por la autodeterminación económica, condiciones culturales, presiones populares, acuerdos regionales” (Middle East Institute, 1947: 2). En la medida en que estos países compartían una herencia islámica y una experiencia común de expansionismo europeo, la comprensión adecuada de un país podía lograrse “solo a través de un conocimiento adecuado de todos”. La revista presentaría en consecuencia las condiciones particulares y problemas en Medio Oriente como “facetas del conjunto” (Middle East Institute, 1947: 4).

Cincuenta años después, en 1996, el Instituto evaluó el éxito de esta ambición con un artículo en la revista titulado “The Study of Middle East Politics 1946-1996: A Stocktaking”4 (Bill, 1996). La evaluación no era positiva. Su autor, James Bill, un académico maduro en el campo, concluyó que “hemos aprendido perturbadoramente poco luego de 50 años de denodado esfuerzo” (Bill, 1996: 1). Dio una lista de importantes acontecimientos de la región que los académicos no habían logrado interpretar o prever, y dedicó el resto del artículo a enlistar posibles razones de estas fallas.

Reconocimientos de fracaso como este han sido una característica constante de los estudios de área de Medio Oriente. Casi un cuarto de siglo antes, en agosto de 1973, el Research and Training Committee5 de la Middle East Studies Association of North America6 (MESA) convocó a una conferencia en Palo Alto, financiada por la Fundación Ford, para evaluar el estado del campo. En su introducción al subsiguiente volumen de las presentaciones de la conferencia, Leonard Binder sostuvo: “El hecho es que los estudios sobre Medio Oriente están acosados por proyecciones subjetivas, desplazamientos de afecto, distorsión ideológica, mistificación romántica y un sesgo religioso, así como por una gran cantidad de académicos incompetentes” (Binder, 1973: 16). Doce años antes, en otro ensayo sobre el estado de los estudios de Medio Oriente, Manfred Halpern se quejaba de que a pesar de la gran expansión del campo durante la década precedente, “nos hemos estado dedicando a una especie de colección de estampillas”, completando pedazos de información, país por país, pero “obviando identificar estructuras y relaciones esenciales o intentar síntesis preliminares”. Dada la situación actual en la región, decía, “podría ser que inclusive estemos perdiendo terreno” (Halpern, 1962: 117-118).

Estas recurrentes declaraciones de fracaso han compartido siempre otra característica: su optimismo de que el campo habría tomado un nuevo giro y de que las fallas diagnosticadas pertenecerían al pasado. “El nuevo Orientalista” que surge de la combinación de estudios de área y las ciencias sociales, predecía Halpern en 1962, produciría un “sentido de la totalidad” que se encontraba perdido en la división del trabajo entre las disciplinas. A pesar de las distorsiones y de la incompetencia de su juventud, decía Binder con esperanza en 1974, “los estudios de Medio Oriente han madurado” (Binder, 1976: 19). El libro que estaba introduciendo sobre el estado del campo, sugería, “marca los ritos de pasaje” (Idem: 19). Aunque el historial de logros del campo era mediocre, escribía Bill en 1995, “el futuro se ve más prometedor, en parte por el creciente reconocimiento de los problemas del pasado” (Idem: 501).

Dado este patrón, parece no tener sentido escribir otra evaluación más sobre el estado del campo. No sería difícil reproducir el patrón, igualmente pesimista sobre los logros pasados, igualmente optimista sobre la aparición de un nuevo amanecer. En cambio, quiero plantear dos preguntas relacionadas. Primero, ¿qué estructuras y posibilidades de conocimiento dan forma al campo de los estudios de área de Medio Oriente, de manera que hacen parecer al Medio Oriente cognoscible y a la vez no? ¿Qué estrategias intelectuales hacen posible ver al Medio Oriente “como un todo” y sin embargo volver el cuadro resultante tan decepcionante? Más específicamente, ¿cómo la cambiante relación entre la experticia local de los estudios de área y las preguntas generales hechas por las disciplinas en ciencias sociales ha regido las formas del conocimiento? Segundo, a modo de introducción de estas primeras preguntas, ¿cómo deberíamos entender la relación entre las “preguntas de la política de poder” que hacen parecer al Medio Oriente tan cercano y la producción de este conocimiento académico? Los organizadores de los estudios de área de posguerra en los Estados Unidos invocaron casi siempre la expansión del poder estadounidense en la Segunda Guerra Mundial y en las crisis de la Guerra Fría que le siguieron. Los llamados al desarme o la remodelación de los estudios de área en los años 1990 también se referían al final de la Guerra Fría como señal del fin de la utilidad de dichos estudios (Heginbotham, 1994).7 Sin embargo, aún si los estudios de área nunca produjeron demasiado conocimiento útil, ¿de qué modo exactamente sirvieron a la expansión del poder estadounidense? El hecho de que tanto los defensores como los críticos de los estudios de área siempre nos digan que sirvieron a tales fines no es de por sí evidencia de una relación directa entre la construcción de conocimiento y el ejercicio de poder.

La genealogía de los estudios de área debe ser entendida en relación con la estructura más amplia del conocimiento académico y con las luchas no de la Guerra Fría sino de la ciencia –y la ciencia social en particular– como proyecto político del siglo XX. Este proyecto ha estado estrechamente conectado con la estructuración del poder global de los Estados Unidos, pero no se trata de aquella relación simple que se suele asumir en las discusiones sobre los estudios de área. Las ciencias sociales tomaron su forma moderna en el mismo período que los estudios de área y ellas mismas fueron creadas como un tipo de estudio de área. Los desarrollos de estos dos tipos de estudio estuvieron interrelacionados, así como sus dificultades posteriores. La denominada crisis de los estudios de área durante el último cuarto de siglo fue también una crisis del proyecto de crear una ciencia general de la sociedad. La pregunta por el futuro de los estudios de área es entonces una pregunta sobre el futuro del proyecto de la ciencia social más que una simple cuestión de cómo aprender mejor acerca del extranjero.

Estudios de área de pre-guerra

La Segunda Guerra Mundial y las crisis posteriores de la Guerra Fría no dieron nacimiento a los estudios de área. Uno podría aducir, por el contrario, como lo hizo Robert Hall en 1947 y Vicente Rafael volvió recientemente a proponer, que estos podrían haber pospuesto su desarrollo (Hall, 1947; Rafael, 1994).8 La historia convencional es que los estudios de área se desarrollaron gracias a la aprobación de la National Defense Education Act9 (NDEA) en 1958, en respuesta a la crisis del Sputnik y a la escalada de la Guerra Fría. Sin embargo, como mostró Barbara Clowse, la NDEA estaba relacionada más con las batallas políticas domésticas que con las agendas de la Guerra Fría. La importancia del Sputnik y su concomitante histeria “no reside en que produjo un interés inicial en estas cuestiones sino que dejó inerme a quienes se oponían a la ayuda federal” (Clowse, 1981: 49).10 Dicha oposición reflejaba dos inquietudes domésticas: la posibilidad de que la ayuda federal irrestricta a los estados pudiera ser utilizada para escuelas sectarias y violara la separación entre iglesia y estado de la primera enmienda; y el temor de que luego del fallo en el caso Brown contra el Board of Education11 de 1954, la ayuda federal fuera utilizada para hacer cumplir la integración racial de las escuelas (Clowse, 1981: 42-43). Estas batallas domésticas retrasaron el fondeo de los programas de estudios de área en los Estados Unidos, frenando desarrollos ya en curso. El foco en la NDEA ensombrece también el rol de las fundaciones, especialmente Ford y Rockefeller, que data de los años 1930 y fue de mayor importancia.12

Las inquietudes de los estudios de área surgieron primero, al menos en el caso de Medio Oriente, en el período de entreguerras, y estuvieron relacionadas con acontecimientos que fueron simultáneamente políticos e intelectuales. Como sostiene Edward Said, el período de entreguerras fue caracterizado por una preocupación civilizatoria, especialmente en Europa, que se volvió una respuesta al estudio de las civilizaciones orientales. Tomando ideas prestadas del conocimiento humanístico total promovido por estudios clásicos y las historias de las civilizaciones, los académicos empezaron a ver en la idea de otra civilización una forma de explorar desafíos contemporáneos a la autoconvicción de Occidente, “al espíritu, conocimiento e imperio occidentales” (Said, 1978: 248). En los Estados Unidos, donde los estudios orientales habían empezado a desarrollarse a partir de los estudios bíblicos y de la filología semiótica, el egiptólogo James Henry Breasted introdujo un nuevo enfoque sobre la civilización oriental.13 En 1919 Breasted fundó el Oriental Institute of the University of Chicago,14 con fondos de John Rockefeller (h) y el General Education Board15 financiado por Rockefeller. La perspectiva de Breasted para el desarrollo de los estudios orientales en Estados Unidos era transformarlos de una disciplina filológica en una histórica “en la que el arte, la arqueología, la ciencia política, la lengua, la literatura y la sociología, en suma, todas las categorías de la civilización sean representadas y correlacionadas” (McCaughey, 1984: 101).

El estudio de la “civilización” antigua le dio al campo de los estudios orientales una base más amplia que su previa formación en los estudios bíblicos. Aun así, la fuerza de los programas de la nueva civilización oriental, típicamente asociados a los museos universitarios, las misiones arqueológicas al extranjero y el apoyo de benefactores privados, enfocados todos en el antiguo Cercano Oriente, pudieron haber impedido el crecimiento de otra forma de estudios del Cercano Oriente: el estudio de la civilización islámica. Probablemente, no sea accidental que el primer programa en integrar la historia y los idiomas del Cercano Oriente islámico en los Estados Unidos fuera fundado no en una de las universidades con un marcado compromiso con el Cercano Oriente como Chicago, Columbia, Pennsylvania o Yale, sino en Princeton, donde los estudios bíblicos tradicionales eran todavía fuertes y la semítica16 comparada y la arqueología eran desatendidos. Princeton tenía también estrechas conexiones personales con la Syrian Protestant College17 en Beirut, fundada por misioneros estadounidenses pero a esta altura ya secularizada y conocida como la American University of Beirut18 (AUB) (Winder, 1987: 43-44). En 1927, Princeton fundó un Department of Oriental Languages and Literatures19 y trajo al historiador Libanés Philip Hitti (1886-1979) de la AUB como profesor asistente de Semítica. “Libre de la tradición”, como escribió más tarde, Hitti convirtió al nuevo departamento en el primer programa especializado en estudios Árabes e Islámicos del país. También organizó un Committee on Near Eastern Studies20 interdepartamental, que sostuvo tres cursos de verano, en 1935, 1938 y 1941, auspiciado por el Arabic-Islamic Committee21 del American Council of Learned Societies22 (ACLS). Estos ofrecían cursos de los idiomas, historia y cultura del Cercano Oriente Islámico, dirigidos a “historiadores, medievalistas, bizantinistas, historiadores de artes plásticas, arqueología y ciencia, estudiantes de filosofía y religión y otros que se hayan convencido de la necesidad de adquirir cierta destreza en las fases árabe-islámicas de sus respectivas disciplinas” (Hitti, 1941: 292-4). Luego de la interrupción durante la guerra en 1947, el comité fue institucionalizado como el Programa Interdepartamental de Estudios del Cercano Oriente, el primer programa de estudios de área en Estados Unidos dedicado a la región (Kritzeck y Winder, 1960; Winder, 1987).

No obstante, estos acontecimientos de la preguerra en los Estados Unidos no deberían ser separados de los cambios intelectuales más influyentes que estaban teniendo lugar en ciudades como la propia Beirut, donde Hitti dio clases desde 1908, El Cairo, Tánger y Estambul y eventos relacionados en Europa. En Beirut, se estaba dando una gran expansión de la investigación en la AUB sobre la región contemporánea en este período.23 En Tánger, la Mission Scientifique au Maroc24 fue fundada por los franceses en 1904 y comenzó a publicar la Revue du Monde Musulman25 en 1906. En El Cairo, la Socíeté d’Economie Politique26 fue creada en 1909, y comenzó a publicar investigaciones sobre el Egipto contemporáneo en su revista L’Egypte Contemporaine27; y al mismo tiempo el gobierno instaló una oficina de estadística y comenzó a publicar un anuario estadístico. En Turquía ocurrieron eventos relacionados, donde la nueva república fundada en 1923 comenzó la publicación de un anuario estadístico.28

En Londres, el Royal Institute of International Affairs29 encargó en 1930 un estudio exhaustivo acerca del impacto occidental sobre el mundo árabe y Turquía desde 1800. Los autores elaboraron un plan para “un estudio orgánico de la vida de las sociedades musulmanas y la fuerza, ideales y tendencias que operan en su interior” (Gibb y Bowen, 1950 y 1957; Gibb, 1932). Dicho plan de investigación y publicación fue un anteproyecto para el desarrollo de lo que vendría luego a llamarse estudios de área. El proyecto general del “rastreo de la evolución social y la relevancia de este proceso en las condiciones actuales” –o lo que más tarde sería denominado “modernización”– fue dividido horizontalmente en tres períodos temporales, reflejando la asunción de que la historia de la región sería escrita en términos de su relación con Occidente: (i) un estudio de las instituciones sociales de la sociedad islámica durante el siglo dieciocho, “previo a la introducción de las influencias occidentales”; (ii) un examen del impacto occidental desde 1800; y (iii) una investigación sobre las actuales “condiciones y fuerzas en juego” (Gibb y Bowen, 1950: 3).30

El programa de investigación proponía luego doce “divisiones verticales” para quebrar el campo en componentes manejables, mientras remarcaba en el lenguaje de la antropología social británica que “las interrelaciones entre las diversas funciones sociales” hacían imposibles los límites rígidos. Los componentes verticales eran: la familia, la aldea (nómades inclusive), la industria, el comercio, la ciudad, las minorías no musulmanas (Gibb y Bowen, 1950: 4-14). Los autores, H.A.R. Gibb y Harold Bowen, esperaban producir eventualmente un “estudio sintético de los problemas [de la evolución social] como un todo, bajo principios generales como la racionalización y la liberación de la individualidad [pero señalaban que esto] ocuparía a un equipo permanente de investigadores por muchos años” (Gibb y Bowen, 1950: 13-14). Para 1939 habían logrado completar y enviar para su impresión la primera parte del primer volumen sobre el siglo XVIII. Sin embargo, el estallido de la guerra, aquella supuesta partera de los estudios de área, pospuso su publicación hasta 1950. La segunda parte del primer volumen fue retrasada aún más, hasta 1957, y el resto del proyecto fue abandonado (Gibb y Bowen, 1957).

En 1950, el Royal Institute of International Affairs lanzó un proyecto sucesor con la publicación de The Middle East: A Political and Economic Survey.31 Más importante aún, el programa de Gibb y Bowen le dio forma al desarrollo de los estudios de Medio Oriente en los Estados Unidos, incluido el trabajo auspiciado por el Social Science Research Council32 (SSRC) durante dos décadas. En junio de 1942, Gibb viajó a la Universidad de Chicago para hablar en una conferencia sobre “The Near East: Problems and Prospects”,33 concurrida por una mezcla de estudiosos del antiguo y el moderno Cercano Oriente, funcionarios estatales de política exterior y del departamento de Estado, y representantes de intereses corporativos (Norman Wait Harris Memorial Foundation, 1942). Diez años después, en octubre de 1952, una serie de artículos fueron presentados en una conferencia en la Universidad de Princeton, “The Near East: Social Dynamics and the Cultural Setting”,34 auspiciada por el flamante Committee on the Near and Middle East35 del SSRC. Los títulos de los artículos remitían al índice de contenidos del estudio de Gibb y Bowen: “los nómades”, “los aldeanos”, “el trabajador industrial”, “el comerciante de bazar”, “la clase emprendedora”, “planificadores económicos”, “el oficial militar”, “el clérigo”, “intelectuales en el desarrollo moderno del mundo islámico” y “minorías en el proceso político”.36 El SSRC auspició posteriormente conferencias y grupos de trabajo en temas que empezaron a completar el marco de Gibb y Bowen, incluyendo una reunión sobre minorías en el Medio Oriente y otras (en Berkeley en 1966) sobre las ciudades de Medio Oriente (Berger, 1967; Sibley, 1974).37

Las propuestas de preguerra sobre un estudio “orgánico” y “sintético” de la evolución social del Medio Oriente contemporáneo podían basarse en una nueva generación de estudiosos sobre la región. Además del trabajo conducido en institutos de investigación en El Cairo, Beirut y otras ciudades de la región arriba mencionadas, un grupo de sociólogos y etnógrafos europeos estaba empezando a publicar estudios histórico-etnográficos del mundo árabe del siglo XX. Este incluía a Edmond Doutté (1867-1926), Magie et Religion dans l’Afrique du Nord38 (1908); Arnold Van Gennep (1873-1957), En Algerie39 (1914); Robert Montagne (1893-1954), La vie sociale et la vie politique du Berberes40 (1931); Edward Westermark (1862-1939), Ritual and Belief in Morocco41 (1926); Winifred Blackman, The Fellahin of Upper Egypt42 (1927); Hilma Granqvist (1890-1972), Marriage Conditions in a Palestinian Village43 (dos volúmenes, 1931 y 1935); los escritos tempranos de Jacques Berque (1910-1995), y el trabajo sobre Sudán por el antropólogo Evans-Pritchard (1902-1973),44 quien dio clases en la Universidad de Egipto en los años veinte. Además, para el final de la guerra un número de importantes estudios económicos y político-históricos empezaron a aparecer en Gran Bretaña, mayormente de académicos de origen árabe; entre otros, Albert Hourani, George Antonius y Charles Issawi (Hourani, 1946; Antonius, 1946; Issawi, 1947; Khadduri, 1951; Tannous, 1944; Bonné, 1948; Keen, 1946).

A este nuevo corpus de literatura, orientalistas, como Gibb y Bowen, trajeron de los estudios orientales la idea de que el mundo islámico formaba una unidad cultural, fundada sobre un núcleo cultural común que solo el orientalista estaba capacitado para descifrar. Como sostuvo más tarde Gibb justificando el rol del orientalista en los programas de estudios de área, su función

es proveer dicho núcleo a partir de su conocimiento y entendimiento de los invisibles... explicar el por qué, más que el qué y el cómo, y esto precisamente porque es o debería ser capaz de ver los datos no simplemente como hechos aislados, explicables en y por sí mismos, sino en el amplio contexto y larga perspectiva de los hábitos culturales y de la tradición (Gibb, 1964, citado en Johnson y Tucker, 1975: 7).

Es importante notar que dicho esquema de conocimiento “orgánico” del Medio Oriente como un todo interrelacionado no parecía, en los años treinta, plantear un problema sobre la relación entre los estudios de área y las disciplinas de las ciencias sociales. El elaborado plan de divisiones horizontales y verticales de la temática de estudio estaba basada en un “principio natural” de demarcación según grupos ocupacionales (la aldea, la industria, el comercio, el ejército, la religión, etc., llegando hasta el gobierno y la administración, concebida simplemente como otra ocupación). No había un análisis específico sobre “el Estado”, ni una esfera separada llamada “la economía”. Por consiguiente, no existía un problema teórico o práctico sobre cómo relacionar este análisis con los distintos dominios disciplinarios de la economía, la ciencia política y la sociología. En Oxford, donde Gibb daba clases, dichas disciplinas no estaban aún organizadas en facultades separadas.

Los otros estudios de área

Cuando la Segunda Guerra Mundial desplazó el centro de gravedad de la investigación académica hacia los Estados Unidos, dos factores retrasaron el desarrollo de los estudios de área del Medio Oriente. Primero, hubo una ruptura con los centros de investigación en el mundo árabe y los etnógrafos coloniales y otros académicos que circulaban entre Europa y Medio Oriente. Estados Unidos no tenía una base académica comparable. Aunque los fondos durante la guerra habían sostenido programas intensivos en idiomas de Medio Oriente en varias universidades estadounidenses, y académicos individuales habían sido introducidos al Medio Oriente a través del servicio militar durante la guerra, particularmente en trabajo de inteligencia militar o del Departamento de Estado, pasaron dos décadas hasta que el financiamiento de la Fundación Ford produjera un cuerpo considerable de especialistas universitarios. En 1949, ningún académico con dedicación exclusiva en ninguna universidad podía reivindicarse experto en la economía, la sociología o la política del Medio Oriente moderno, según un informe del ACLS, y de un solo antropólogo estadounidense se sabía que estaba dirigiendo investigaciones sobre el área (American Council of Learned Societies, citado en Winder, 1987).45 Los historiadores eran casi igual de escasos.46

Mientras tanto, orientalistas séniores debían ser traídos de Europa para dirigir los programas sobre el Medio Oriente, lo que llevó tiempo. Gibb se mudó desde Oxford para encabezar el Center for Middle Eastern Studies47 en Harvard a mediados de los cincuenta, Gustav von Grunebau, un refugiado temprano de Vienna, viajó desde Chicago para encabezar el centro en UCLA; en 1956 Yale contrató a Franz Rosenthal, un orientalista alemán que había llegado a los Estados Unidos en 1940; y en 1952 Berkeley nombró a George Lenczowski, un exiliado Polaco formado en Francia que había llegado al país en 1945.48

La segunda causa de retraso fue que, en contraste con la situación en la Europa de preguerra, en Estados Unidos las universidades estaban ya claramente divididas en departamentos de ciencias sociales separados. La práctica europea de volver autoridades en el período moderno a aquellos formados en estudios orientales no podía producir conocimiento académico que calificara en Estados Unidos como ciencia social.49 Los cientistas sociales, por otro lado, no tenían formación en idiomas e historia de Medio Oriente. El más influyente trabajo de ciencias sociales sobre la región, The Passing of Traditional Society50 de Daniel Lerner, publicado una década después del informe de la ACLS en 1958, fue producido por un académico sin antecedentes en el estudio de Medio Oriente y sin conocimiento de sus idiomas (Lerner, 1958).

Sin embargo, mientras que la división de la academia estadounidense en disciplinas profesionales discretas dificultaba el estudio de la región, este resultó paradójicamente un importante estímulo al desarrollo del fenómeno específicamente estadounidense de los estudios de área. Los orígenes de esta división del trabajo podrían remontarse hasta tan lejos como el cambio de siglo. Pero, en los años de la Segunda Guerra Mundial, en ambos lados habían adquirido una nueva importancia. En décadas anteriores, lo que distinguía a las disciplinas eran los diferentes tipos de interrogantes sociales que intentaban responder. Los economistas estaban preocupados por los precios, los mercados y los ciclos económicos; los politólogos por las leyes públicas, las legislaturas y el comportamiento de los partidos y los votantes; y los sociólogos por los problemas sociales que surgían de la industrialización y el crecimiento de las ciudades. En un proceso que comenzó en los años treinta y concluyó en los cincuenta, las ciencias sociales se transformaron en una especie de estudio de área. Cada una inventó un objeto que marcó el territorio exclusivo de la disciplina y definió sus fronteras con las otras.

El ejemplo más claro de esto lo brindó la economía, que desde los tardíos años treinta inventó el término “la economía” como el objeto de su conocimiento, un concepto que fue de uso general recién en los cincuenta (Mitchell, 1998 y 2002). La ciencia política intentó hacer algo similar retrabajando la vieja idea del estado, pero en los tardíos años cuarenta y cincuenta abandonó el estado en favor de la idea más inclusiva y científica del “sistema político” (Mitchell, 1991 y 1999). En sociología, hubo un desplazamiento equivalente desde el estudio de problemas y procesos sociales discretos hacia el análisis de la sociedad como un todo o, en la más elaborada formulación parsoniana, del sistema social. El cambio en antropología tomó impulso en el mismo período, con Franz Boas, Ruth Benedict, Clyde Kluckhohn, A. L. Kroeber y otros reorientando la disciplina en los Estados Unidos alrededor de una nueva definición del término “cultura”, significando la totalidad del modo de vida de un país o pueblo particular.51 En efecto, la palabra “área” se usaba en ese momento para referirse a estos territorios teóricos recientemente delimitados.52

Estos cambios pueden ser relacionados con la profesionalización de las ciencias sociales en el segundo tercio del siglo XX, incluidos los reclamos por autoridad científica que pudieran ser fundados sobre el control territorial exclusivo de los nuevos objetos teóricos.53 Pero también registraron y contribuyeron con un cambio político e intelectual más amplio: lo que yo llamaría la nacionalización del conocimiento social. Las historias sobre el nacionalismo se concentran en sus orígenes en los siglos XVIII y XIX en Europa, y más recientemente en sus orígenes coloniales.54 No obstante, es fácil olvidar que el término “nacionalismo” se volvió de uso corriente recién en el siglo XIX, y que solo en el período de entreguerras el conocimiento oficial y académico empezó a representar la palabra como una serie de estados nación. Con el creciente vigor de los movimientos anti-imperialistas en el mundo colonial, el colapso de los imperios europeos y el desarrollo por parte de Estados Unidos de formas más efectivas de imperialismo –en América Central y el Caribe, en el Pacífico y en el Golfo Pérsico– fundadas sobre regímenes locales nominalmente soberanos, el mundo empezó a ser visto ya no como una red de imperios, sino como un sistema de estados-nación presuntamente equivalentes. Cada unidad geográfica era imaginada, a su vez, como poseedora de una economía, retratada en términos del nuevo tropo estadístico llamado ingreso nacional; un sistema político o estado autocontenido; un cuerpo homogéneo llamado sociedad; e incluso una cultura nacional distintiva. A cada unidad le fue dada también una historia nacional.

Como el conocimiento profesional, político y académico empezó a ver al mundo como una serie de estados nación, también empezó a imaginarlo como consistiendo de una serie de economías nacionales, sociedades, culturas e historias discretas. Los objetos que definían ahora el territorio intelectual de las ciencias sociales tenían fronteras que coincidían con aquellos del estado nación. En las mismas décadas en que las redes globales de materias primas, riquezas y poder empezaron a ser representadas bajo la forma simplificada de un sistema universal de estados nación soberanos, las disciplinas de las ciencias sociales fueron organizadas alrededor de objetos que asumieron en cada caso la estructura del Estado nación como su patrón social universal.

De este modo, el desarrollo de una forma de estudios de área en los Estados Unidos se cruzó con otra. El intento por construir “el Medio Oriente” y otras regiones como objetos territoriales separados definiendo un campo de estudio legítimo se cruzó con el intento de crear “la economía”, “el sistema político”, la “cultura” y la “sociedad” como fases sociales distintas, tomando cada una al estado nación como su lugar y extensión normales, y definiendo cada una el territorio de una disciplina autocontenida.

La construcción cruzada de dos tipos de estudios de área fue la fuente de mucha de la importancia atribuida a los programas de área en los cincuenta y los sesenta. En primer lugar, la división del análisis social en el estudio separado de la economía, el sistema político, la cultura y la sociedad, que parecía evidente para el estudio de los Estados Unidos y Europa, se veía prematura para el caso de las regiones subdesarrolladas no-occidentales.

Solo una sociedad que ha alcanzado ya una estabilidad dinámica –escribía Halpern– puede permitirse pensar en política, economía o cultura como esferas de existencia genuinamente autónomas y no simplemente divisiones convenientes para su estudio. En una sociedad tradicional...o [una] que está enteramente en proceso de cambio, la conexión entre, digamos, política y todos los demás aspectos de la vida es el corazón de la cuestión”. Si la antigua tradición de los estudios orientales no era ya práctica, “entonces la división del trabajo entre disciplinas requiere no obstante un sentido de la totalidad, de modo tal que no se pierda el propósito común del trabajo dividido” (Halpern, 1962: 121).

Esta noción del todo sería brindada por un “nuevo tipo de orientología”, afirmaba Halpern, en cuyo área los expertos formados en las idiomas, historia y cultura de la región superarían la estrechez de sus enfoques disciplinares (Halpern, 1962: 111). Los estudios de área compensarían las limitaciones de las nuevas y profesionalizadas ciencias sociales.

Los estudios de área tenían una segunda y aún mayor contribución que hacer al desarrollo de las ciencias sociales. Solo a través de los estudios de área podría la ciencia social volverse universal. Había dos maneras, se proponía, en las que se haría dicha contribución. Primero, los estudios de área limpiarían a la teoría social de su provincialismo. En una conferencia nacional sobre el estudio de áreas mundiales celebrada en noviembre de 1947, Pendleton Herring de la Corporación Carneggie sostenía:

Varios especialistas ahora interesados en el estudio de áreas han sido entrenados en campos de temáticas que son en gran medida el producto de nuestra propia cultura occidental. Esto vale particularmente para la economía, la sociología, la psicología y la ciencia política. Los esquemas conceptuales sobre los cuales se basan estas disciplinas son, en gran medida, el producto del pensamiento e instituciones occidentales (...) Los especialistas cuyo entrenamiento deriva de dicho contexto están ahora intentando aplicar sus métodos de análisis a culturas que son muy diferentes (…). [Si] hubiere un provincialismo entre estas disciplinas, será rápidamente revelado cuando los expertos apliquen sus fórmulas a culturas ajenas (Herring, citado en Wagley, 1948: 6-7).

Los estudios de área servirían como un campo de pruebas para la universalización de las ciencias sociales. Así como datos extraordinarios de otras regiones eran incorporados en las ciencias naturales, la investigación por área sería incorporada en las ciencias sociales y eventualmente en las humanidades, “para brindar datos comparativos y concretos que aporten a la generalización y también teoría” (Wagley, 1948: 9).

Segundo, con cada ciencia social dedicada a su propia área de la realidad social, los estudios de área ofrecieron los medios para superar el nuevo espíritu de aislamiento profesional. Para algunos académicos, los estudios de área brindarían a las ciencias sociales los medios para enriquecerse mutuamente, pero reteniendo su exclusividad territorial como disciplinas separadas (algo que se arriesgarían a perder si la misma colaboración ocurría en el estudio de la sociedad estadounidense). Otros esperaban combinar las perspectivas de las diferentes disciplinas en lo que Talcott Parsons llamó una “estructura total de conocimiento científico” (Talcott Parsons, citado en Wagley, 1948: 6). Para estos académicos, la región de estudios de área podría brindar un todo definible en el que tendría lugar la integración de las disciplinas. El estudio por área era análogo al estudio de la medicina, sugería Parsons, correspondiendo el organismo humano total a la totalidad de la sociedad humana. Así como la comprensión de los problemas prácticos del “hombre íntegro” requería de la colaboración entre varias ciencias –“anatomía, fisiología, bioquímica, bacteriología, e incluso psicología y algunas de las ciencias sociales”– de la misma forma, el estudio de un área proveería “un enfoque concreto para las disciplinas de las ciencias sociales y los campos relacionados de las humanidades y las ciencias naturales”.

Parsons describía este desarrollo integrado de las disciplinas tomando prestado el nuevo lenguaje del desarrollo de las regiones subdesarrolladas, incluyendo el mismo vocabulario de importancia estratégica. En dos disciplinas “comparativamente nuevas”, sociología institucional y antropología social, el requerido “nivel de conocimiento y competencia todavía no está difundido, aún en el seno de las propias profesiones, por no hablar de difusión hacia los representantes de las disciplinas vecinas con quienes tienen que cooperar en los estudios de área”. No obstante estos campos más nuevos brindaron un “puente fundamental” entre las disciplinas “altamente desarrolladas” de la economía y la ciencia política por un lado y el campo en desarrollo de la psicología, por el otro. La sociología y la antropología resultaban por lo tanto “de particular importancia estratégica para los estudios de área” y era necesario “corregir su desarrollo desigual”. Los límites geográficos de un área requerirían especialistas para reunir su conocimiento, forzando entre ellos el “trabajo en equipo” que haría superar dicha desigualdad. Induciendo la cooperación requerida para el desarrollo integrado de una estructura total de conocimiento, los estudios de área “podrían tener un efecto profundo en la investigación en ciencia social” (Talcott Parsons, citado en Wagley, 1948: 6).

El desarrollo de los estudios de área no fue simplemente una reacción a las necesidades de la Guerra Fría, sino esencial a la tentativa más amplia de crear una estructura soberana de conocimiento universal -parte ella misma del proyecto de una modernidad estadounidense globalizada a la cual la Guerra Fría también pertenecía. Es en este contexto más amplio que quisiera situar el actual problema de los estudios de área. La llamada crisis de los estudios de área desde los noventa es mejor entendida como una crisis en la habilidad de ambos tipos de objeto territorial –aquellos de los estudios de área y aquellos de las ciencias sociales– para delimitar y legitimar un campo académico.

Profesionalización y política

Para 1967, una nueva generación de investigadores séniores habían establecido los estudios de Medio Oriente como un campo de experticia organizado. En diciembre de dicho año, la Middle East Studies Association of North America (MESA), fundada doce meses antes por un grupo de 51 hombres y financiada con una beca de 5 años de $56.000 de la Fundación Ford, celebró su primera reunión anual en Chicago.55 La iniciativa de establecer MESA vino del Near and Middle Committee56 del Social Science Research Council (SSRC), también fondeado por la Fundación Ford. Morroe Berger, un sociólogo de Princeton y presidente del comité, fue el primer presidente de la asociación. La secretaría del MESA fue alojada en la Universidad de Nueva York (NYU), donde fondos de la NDEA habían apoyado recientemente la creación de un Center for Near Eastern Studies.57 El centro de la NYU se sumó a otros ocho fundados entre 1959 y 1961, en Harvard, Michigan, Princeton, John Hopkins, Universidad Estatal de Portland, Texas, Utah y UCLA, y tres más fundados en el curso de los 1960 en Berkeley, Georgetown y Pennsylvania.

Aunque muchos de estos centros eran aún dirigidos por académicos formados en estudios orientales, había asociado a ellos un número creciente de investigadores sociales séniores, especialmente politólogos.58 Para 1967 había especialistas titulares en política de Medio Oriente en, entre otras, Harvard, Princeton, Michigan, UCLA, Northwestern, Chicago, Columbia, NYU y Berkeley. (Treinta años antes, había profesores titulares en política de Medio Oriente solamente en las tres últimas de esa lista). Desde mediados de los sesenta, esta nueva generación de cientistas sociales titulares, hombres, comenzaron a tomar control sobre el liderazgo de los estudios estadounidenses de Medio Oriente.

Si 1967 marcó la institucionalización completa del campo del Medio Oriente, marcó también la emergencia de nuevos problemas. En un informe escrito en mayo de 1967 y publicado en el segundo número del MESA Bulletin59 en noviembre de 1967, en la noche de la reunión anual inaugural de la MESA, Morroe Berger declaró que el Medio Oriente “ha ido retrocediendo en importancia política inmediata para los Estados Unidos (en tanto “noticia” como en tanto “molestia” para la sociedad) en relación con África, América Latina y el Lejano Oriente” (Berger, 1967: 16). Como ha remarcado Edward Said, dado el momento en el cual fue publicado, poco después de la guerra árabe-israelí de junio de 1967, e incluso en el cual fue escrito, en medio de la crisis previa a la guerra, se trataba de una declaración extraordinaria (Said, 1978: 288-289). Parece reflejar algo más que miopía, algo más parecido a una negación de la situación histórica en la cual se encontraba el propio campo, indicando tal vez la amenaza que esta situación representaba a la autoridad experta en el nuevo área.

Mientras la junta de MESA discutía en privado, la guerra de junio de 1967 causaba la cancelación de varios viajes de investigación, el cierre de embajadas estadounidenses a lo largo de la región, por no mencionar un vuelco en el curso de la historia de esta última. Sin embargo, las reuniones de MESA celebradas seis meses después no discutieron el acontecimiento, y de hecho la junta tomó medidas para evitar su discusión. Un tal Sr. Shabatai propuso presentar un trabajo sobre la historia del conflicto árabe-israelí, pero la junta le pidió “que retirara su artículo dado lo delicado de este tema”, y porque, aunque fuera estudiante de posgrado, estaba afiliado a un servicio diplomático extranjero.60 El incidente era un síntoma de los problemas que el campo estaba empezando a afrontar.

La autoridad de los estudios de Medio Oriente estaba basada sobre su pretensión de estatus científico como campo de experticia independiente. Esta pretensión no requería silencio en temas políticos. Varios de estos expertos escribieron sobre temas contemporáneos, incluyendo aquellos que apoyaban al Estado de Israel, como lo hacían la mayoría de las principales figuras del campo. Lo que no podían permitir fácilmente era la polémica entre ellos mismos, o el debate de temas “sensibles” que pudieran producir tales controversias. La polémica revelaría tal vez la naturaleza precaria de su independencia. Socavaría la habilidad de los académicos de hablar con una voz única, desde una posición singular, como la autoridad de la ciencia y la experticia profesional requerían. Desafiaría lo que Irene Gendzier y Vincente Rafael han descripto de maneras distintas como el estilo de conocimiento liberal managerial, con el cual los estudios de área organizaban los problemas y las poblaciones del no-Occidente y los mantenían a una distancia prudente (Gendzier, 1985; Rafael, 1994: 92-98).

Como consecuencia, los estudios de Medio Oriente tendieron a evitar el análisis académico de Israel y del tema de los derechos palestinos. Una revisión del campo en 1962 notó la relativa ausencia de estudios sobre Israel, mientras un influyente artículo de la American Political Science Review61 del mismo período diseñaba un marco para el estudio de la región excluyendo deliberadamente al estado de Israel (y así a la cuestión palestina), como lo hizo The Arab World Today62 (1962) de Morroe Berger (Halpern, 1962: 112-113; Binder, 1957; Berger, 1962). En la reunión anual de MESA de noviembre de 1973 nuevamente no hubo discusión formal sobre la guerra árabe-israelí que había recién acabado (Binder, 1975: 10).63 En su discurso Presidencial de MESA el año siguiente, Leonard Binder de la Universidad de Chicago (un estadounidense que había combatido en el ejército israelí en la guerra con Palestina de 1948-1949 mientras estudiaba en Harvard y había empezado a aprender árabe cuando fue tomado prisionero de guerra en Jordania) defendió la ausencia de discusión sobre el conflicto palestino-israelí en las reuniones profesionales. El silencio no era porque los académicos no tenían nada para decir, explicaba, sino que era una cuestión de “lo que uno podría apropiadamente decir en este contexto” (Binder, 1975: 10).

La profesionalización de los estudios de Medio Oriente, confirmada por la fundación de MESA en 1967, representó un intento por definir este “contexto” en el cual los académicos pudieran hablar en tanto tales, y por establecer lo que era apropiado decir. Inmediatamente antes de la fundación de MESA, los principales académicos del campo habían sido avergonzados por un incidente que planteó interrogantes sobre su independencia académica. En 1964, la revista Middle Eastern Affairs,64 lanzada en 1950, dejó de ser publicada abruptamente luego de que fuera descubierto y difundido que la misma era subsidiada por fuentes políticas (Winder, 1987: 59-60)65. El comité asesor editorial de la revista incluía investigadores séniores en Medio Oriente de Berkeley, Harvard, Yale, Columbia, y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Poco después, una organización llamada American Association for Middle Eastern Studies66 (AAMES), fundada en 1958 con un igualmente distinguido comité de asesores académicos, detuvo sus actividades con la misma brusquedad, incluyendo la publicación de la revista Middle Eastern Studies67 (1958-1964), luego de ser acusada de tener vínculos no declarados con organizaciones sionistas (Zartman, 1970: 5)68. AAMES publicaba libros de texto y organizaba cursos de verano para presentarles el Medio Oriente a profesores universitarios. Los cursos eran dictados en la región y divididos en dos partes, una en un país árabe, en Marruecos o Egipto, y la otra siempre en Israel.

El cierre abrupto de estas revistas y asociaciones planteó la pregunta por el financiamiento secreto de los estudios de Medio Oriente, incluyendo no solo el posible rol de organizaciones sionistas sino también el papel que podría haber tenido la United States Central Intelligence Agency69a E (CIA).70 Solo recientemente ha sido entendido cuán ampliamente la CIA influenció la producción de cultura académica e intelectual alrededor del mundo en la segunda mitad del siglo XX. La historia del Congress for Cultural Freedom,71 instalado por la CIA en París, es ahora bien conocida, incluyendo su financiamiento de la revista británica Encounter.72 Los esfuerzos de la CIA se extendieron mucho más allá de esto, para incluir el financiamiento de arte, música, congresos académicos y culturales, libros, traducciones, y una amplia variedad de publicaciones dispuestas a criticar al marxismo o a la Unión Soviética y a apoyar, o al menos permanecer en silencio sobre la violencia estadounidense en Vietnam y otras partes del mundo (Saunders, 1999). Entre las publicaciones que la agencia financió en el exterior se encontraba un equivalente árabe de la revista Encounter, al-Hiwar,73 fundada en Beirut en los tempranos sesenta bajo la edición de un distinguido escritor palestino, Tawfiq Sayyigh (Saunders, 1999: 334). Al-Hiwar dejó de publicarse en 1967 tras ser revelado el financiamiento por parte de la CIA del Congress for Cultural Freedom.

No se ha hecho aún ninguna investigación adecuada sobre el alcance del involucramiento de la CIA en los estudios de Medio Oriente en los Estados Unidos. Un episodio tardío involucrando a Nadav Safran es el más conocido. Safran era Profesor de Gobierno en Harvard, donde dio clases por más de 30 años. Como Binder, su equivalente en Chicago, había servido en el ejército israelí en la guerra de Palestina de 1948-49. En 1982 recibió una beca de $107.430 de la CIA para llevar a cabo investigaciones en Arabia Saudita. La remuneración estipulaba que debía mantener en secreto la fuente de sus fondos y aclarar la publicación de su investigación por la agencia. Aunque esta restricción violaba la política de Harvard, el decano al que reportaba no planteó objeción alguna. Dos años más tarde recibió una beca de $45.700 para organizar una conferencia en Harvard sobre fundamentalismo islámico. Las noticias sobre las fuentes secretas de los fondos se filtraron y el 1 de enero de 1986 Safran fue forzado a renunciar como director del Center for Middle Eastern Studies de Harvard (pero no como Profesor de Gobierno), no por aceptar fondos de la CIA sino por rehusarse a pagar parte de la beca en concepto de overhead74 por gastos generales a la universidad (Winder, 1987: 61-62).

Varios de estos académicos que surgieron como la primera generación de cientistas sociales del campo alrededor de mediados de los 1960 tenían conexiones previas con la inteligencia estadounidense. William Zartman de NYU había servido en inteligencia naval en Marruecos y desarrollado lazos estrechos con las fuerzas armadas marroquíes. J. C. Hurewitz en Columbia, Manfred Halpern en Princeton, su colega Morroe Berger, el antropólogo de Harvard Carleton Coon, y varios otros habían realizado investigación de inteligencia durante la guerra o poco después, algunos con la Office of Strategic Services75 (antecesora de la CIA), otros en el State Department's Bureau of Research and Intelligence76. Ninguno de ellos mantuvo necesariamente sus vínculos con la inteligencia estadounidense después de volverse académicos. Berger, no obstante, el hombre que había presidido el Near and Middle East Committee77 del SSRC y devenido presidente fundador de MESA, había cumplido un rol en la creación de la National Defense Education Act en 1958. Como estudiante en Nueva York en los tardíos treinta, Berger había sido un miembro del movimiento trotskista de Nueva York, muchos de los cuales se volvieron activos anticomunistas después de la guerra y en varios casos giraron bien a la derecha (Wald, 1987: 311-321). Algunos de ellos, incluyendo el periodista Irving Kristol, el filósofo neoyorkino Sidney Hook y el editor de Encounter, Melvin Lasky, fueron luego financiados y apoyados por la CIA. Berger también tenía vínculos con la CIA. Era un miembro del Congress for Cultural Freedom y fue el académico que reclutó al editor para el equivalente árabe de la revista Encounter, al-Hiwar. El generoso dinero de la CIA que ofreció al futuro editor llevaba consigo una condición: que la revista publicara artículos sobre la posición de las comunidades musulmanas en la Unión Soviética.78

La fundación de MESA inmediatamente después del cierre de la AAMES, y la superposición en la conducción de ambos cuerpos, llevó a algunos académicos a temer que MESA fuera simplemente una continuación de la anterior organización pro-Washington y pro-Israelita. No está claro que haya habido alguna conexión, pero la sospecha persuadió a un grupo de académicos estadounidenses de origen árabe de formar una organización profesional contraria. La guerra de 1967 los había conmocionado al hacerles notar que los académicos que opinaban sobre el Medio Oriente en Estados Unidos, inclusive la minoría que parecían empáticos con el mundo árabe, no eran de la región y no hablaban por la región. Los académicos árabe-estadounidenses empezaron a desafiar el estilo de independencia académica con el cual los académicos del establishment mantenían tanto su estatus de expertos como el silencio sobre temas controversiales, especialmente la cuestión palestina. Entre 1967 y 1968, formaron la Association of Arab-American University Graduates79 (AAUG), que organizó una serie de conferencias anuales y publicaciones bajo el liderazgo de Ibrahim Abu-Lughod (Abu-Lughod, 2000).80 Por varios años estas fueron programadas para superponerse con las reuniones de MESA. La AAUG empezó a desafiar no solo el liderazgo de los estudios de Medio Oriente y su presunta independencia profesional, sino su construcción de la región de estudio. Una década más tarde, Abu-Lughod junto con Edward Said instalaron un centro de investigación bajo los auspicios de AAUG, el Instituto de Estudios Árabes, que publicaba la Arab Studies Quarterly81 y respaldaba investigaciones que definían al mundo árabe, más que al Medio Oriente, como la región de estudio. Su objetivo era desafiar la premisa de los Estudios de Medio Oriente de que “el Medio Oriente” era una única región cultural. Aducían que esa era una concepción colonial que, incluyendo Turquía e Irán dentro de los países árabes, minimizaba la más fuerte cultura compartida del mundo de habla árabe. También creían que expandir la región para incluir a los dos países no árabes había hecho que la posición anómala de Israel, como estado fundado por europeos en medio del mundo árabe, resultara menos obvia.

La crisis del orientalismo

Estos acontecimientos sugieren la necesidad de encontrar una forma alternativa de discutir los problemas afrontados por los estudios de área desde los tardíos sesenta y tempranos setenta. La aproximación típica al análisis de los estudios de área procede como una discusión sobre cuestiones de teoría. Las preguntas sobre la construcción del objeto de conocimiento, o sobre la relación entre los académicos de Estados Unidos con la política de la región, si es que siquiera son tratadas, tienden a ser subsidiarias de la historia del desarrollo teórico del campo. Según esta historia, la teoría de la modernización domina el campo de los estudios de área hasta los tardíos sesenta o tempranos setenta. Luego es desafiada en los campos de la historia y la ciencia política por la teoría de la dependencia, que surge en los Estudios Latinoamericanos y es importada después en África, Medio Oriente, y otras regiones de estudios de área. Estos campos intentan, con diferentes grados de éxito, ponerse al día con los avances teóricos del campo latinoamericano, mientras que el mismo avanza ya hacia críticas del paradigma dependentista.

La historia de los estudios de Medio Oriente sugiere la posibilidad de contar una historia diferente y más compleja, una cuya narrativa no esté organizada en términos de auge y declive de teorías. Hay varias características del campo de los estudios de Medio Oriente que pueden complicar la historia. Primero, la crítica de Medio Oriente de la teoría de la modernización fue escrita por primera vez a mediados de los cincuenta, más de una década antes de la aparición de la teoría de la dependencia en América Latina, y de hecho antes de la expresión plena de la propia teoría de la modernización en trabajos como The Stages of Economic Growth,82 de Walter Rostow (1960). En 1957, un egipcio de 26 años defendió una tesis doctoral en economía en París titulada “On the Origins of Underdevelopment: Capitalist Accumulation on a World Scale”.83 Tomando prestadas las ideas de núcleo y periferia de Raúl Prebisch, Samir Amin les dio un nuevo significado sosteniendo que el subdesarrollo de la periferia no es un constante “ajuste estructural” (la frase de Amin de 1957) al cual están sujetas las sociedades de la periferia. La acumulación del capital está organizada a “escala mundial”, afirmaba –dos décadas antes del desarrollo de la teoría del capitalismo como “sistema-mundo” de Wallerstein– y es esta la escala en la que deberían ser estudiados los problemas de las sociedades locales.

Amin había sido estudiante en París desde 1947, parte de un grupo de árabes, africanos, vietnamitas y otros estudiantes del tercer mundo que publicaban la revista Étudiants anticolonialists84 (1949-1953). También contribuyó con la revista radical Moyen Orient,85 publicaba en los mismos años bajo la edición del francés, marxista e investigador sobre Medio Oriente, Maxime Rodinson. Luego de completar su tesis en 1957 Amin guardó el manuscrito en un cajón y volvió a Egipto, para involucrarse en la campaña política post guerra de Suez para una transformación social más radical. En 1960, fue obligado a abandonar Egipto, cuando el régimen de Nasser intensificaba su represión sobre la izquierda. Pasó su exilo en África occidental y en París, y en 1964 publicó una crítica del populismo nasserista, L’Egypte nasserienne,86 bajo el pseudónimo de Hasan Riad (Amin, 1964). Recién en 1970, dada la popularidad de la teoría de la dependencia latinoamericana, fue persuadido de publicar su tesis de 1957. La traducción al inglés, Accumulation on a World Scale,87 apareció en Nueva York en 1974 (Amin, 1970).88

Esta historia comienza a sugerir la complejidad de algunos de los factores que moldearon la “teoría” que desemboca o no desemboca en los estudios de área estadounidenses. El encuentro entre el mundo árabe y Occidente creó su propia crítica del paradigma de la modernización, pero bajo condiciones de migración y exilio distintas de aquellas que dieron forma a la “dependencia” latinoamericana. La cuestión a la que Edward Said se ha referido como “teoría ambulante” –los desplazamientos espaciales que pueden tornar la teoría en conciencia crítica– es parte importante de la estructuración de los estudios de área. Los intelectuales árabes exiliados no podían circular fácilmente de una capital a otra de la región, tal como sí los hacían los exiliados latinoamericanos dentro de la suya. En París se formaron coaliciones anticoloniales más amplias, alcanzadas en los cincuenta por los conflictos en Indochina y Argelia. En la urgencia de tales conflictos, una tesis podía pasarse décadas en un cajón.

Muchos otros rasgos del campo de los estudios de Medio Oriente dieron forma a su desarrollo en este período, aunque son omitidos por los relatos tradicionales escritos en términos del auge y declive de teorías. Un segundo factor fue el gran éxito del que gozó el campo en la academia estadounidense en los cincuenta y sesenta, comparado con un campo relativamente débil como los estudios latinoamericanos. El hecho de que ocho o más de los doce principales departamentos de ciencia política tenían un especialista en Medio Oriente con dedicación exclusiva en los tardíos sesenta podría bien haber inhibido el desarrollo de paradigmas rivales. Quizás la menor jerarquía del campo de estudios latinoamericanos dejó mayor espacio a visiones alternativas. Asimismo, para un campo consolidado como los estudios de Medio Oriente, las fallas de la modernización para los tardíos sesenta podían convertirse en otro argumento para el fortalecimiento de los estudios de área. La modernización, se afirmaba ahora, era claramente un proceso tan complejo que su éxito o fracaso no podía ser el resultado de una única serie de eventos causales, como algunos investigadores como Rostow habían asumido. Debe ser en cambio el resultado de alguna de las combinaciones posibles de un gran número de factores. Ninguna ciencia social podría entonces, por sí sola, brindar una explicación. El problema del desarrollo podría ser resuelto solamente en los campos interdisciplinarios de los estudios de área (Binder, 1976: 13).

Un tercer factor surge de esto. Cuando la teoría de la dependencia fue tomada como un enfoque teórico rival, lo fue por una generación de jóvenes académicos cuya agenda no era simplemente el desarrollo teórico del campo sino el desmantelamiento de su organización profesional y la construcción de una nueva relación entre la academia y los países y pueblos que estudiaban. En 1971, un grupo de jóvenes investigadores y activistas sobre Medio Oriente fundaron el Middle East Research and Information Project89 (MERIP), un colectivo que empezó a publicar el periódico MERIP Reports,90 más tarde renombrado Middle East Report.91 En una reunión de MESA de 1977, miembros del grupo MERIP y otros progresistas formaron el Alternative Middle East Studies Seminar92 (AMESS) como un foro académico rival. MERIP y AMESS promovieron aproximaciones a la región relativas a la economía política y a la dependencia, el estudio de luchas populares y grupos subalternos, una crítica de la opresión política practicada por todos los regímenes de la región y del apoyo corporativo y gubernamental a la mayoría de estos regímenes en Estados Unidos, y la discusión abierta del conflicto israelí-palestino y la cuestión de los derechos nacionales palestinos. En Europa, en el mismo período, la revista Khamsin empezó a publicar el trabajo de académicos críticos sobre Medio Oriente establecidos mayormente en París, Israel y Turquía. Un grupo de académicos mejor instalados en Gran Bretaña lanzaron la efímera pero influyente Review of Middle East Studies93 (1975-1976, con intentos ocasionales de reactivarla) (Hajjar y Niva, 1997).

Robert Vitalis, un miembro tardío de dicha red informal de investigadores en economía política crítica, sostiene que la demorada incorporación de las perspectivas dependentistas en los estudios de Medio Oriente fue moldeada más por los compromisos académicos e intelectuales “metateóricos” del período que por una inquietud por el análisis histórico comparativo minucioso. La producción académica resultante, afirma, malinterpretó los textos nucleares de la dependencia y no estaba familiarizada con la historia latinoamericana sobre la cual se basaban. En la producción sobre Egipto, el país analizado con mayor frecuencia, la dependencia era más un arma en los debates tardíos de los setenta sobre la política exterior estadounidense y el abandono por parte del presidente Sadat del populismo estatista de Nasser y la apertura económica hacia los Estados Unidos. Utilizada en apoyo de un tercermundismo general que se alzó en respuesta al implacable primermundismo de los estudios consagrados sobre Medio Oriente, la introducción de la teoría de la dependencia “excluyó la posibilidad”, sostiene Vitalis, de una investigación más crítica y abierta sobre la organización social y los intereses del capitalismo egipcio (Vitalis, 1996: 26). Si uno acepta el argumento de Vitalis, entonces nuevamente no fueron las teorías rivales las que condujeron el desarrollo de los estudios de Medio Oriente. La teoría fue un lenguaje utilizado para autorizar estrategias y compromisos rivales en la competencia de la política intelectual del campo.94

La nueva academia de estudios de Medio Oriente incluyó otro elemento que reformaría el campo. Criticaba a la academia consolidada por su confianza en los Estudios Orientales y su incorporación de este trabajo en el estudio del período moderno. Esta crítica se fundó sobre el trabajo previo de intelectuales árabes publicado mayormente en París, particularmente el ensayo seminal de Anouar Abdel Malek “Orientalism in Crisis”95 (1963) y los ensayos de Abdullah Laroui (1974). Estos trabajos reflejaban la importancia de París en la intersección de diferentes itinerarios árabes de exilio y poscoloniales. La guerra de Algeria de 1954-1963 fue un contexto importante para la emergencia de críticas poscoloniales. Como sostiene Robert Young, la guerra fue también un catalizador en el desarrollo de otras críticas de la modernidad.96 En los Estados Unidos, existía un desarrollo relacionado comenzando luego de la crisis de la guerra de 1967, como mencioné, con la fundación de la AAUG. Ibrahim Abu-Lughod también fundó una editorial que empezó a publicar el trabajo de una nueva generación de investigadores árabes y árabe-estadounidenses y otros críticos de ideas afines, incluyendo el trabajo de Edward Said, cuyo primer escrito sobre los Estados Unidos y el mundo árabe apareció como respuesta a la guerra de 1967 (Abu-Lughod, 1970; 1971 y 1974; Said, 1970) y cuya crítica al orientalismo fue primero articulada en la conferencia de AAUG de 1974.97 En Londres, la breve vida de la Review of Middle East Studies, que surgió de las reuniones del grupo Hull, en el cual Talal Asad cumplió un rol esencial, estuvo dedicada en gran parte a ensayos criticando el trabajo de orientalistas modernos como Von Grunenbaum, Bernard Lewis, Kedourie, y Gibb y Bowen. El propio Asad (1973) había publicado una importante colección de ensayos críticos, Anthropology and the Colonial Encounter.98

Para ese momento, la conexión entre el orientalismo y los estudios de área había sido ya puesta en duda, incluso entre sus partidarios. En 1974, el mismo año del discurso de Said para la AAUG, un breve ensayo sobre Marruecos destinado a ser influyente, rechazó la teoría de la cultura a la que habían adherido conjuntamente orientalistas y cientistas sociales (Geertz, 1973).99 En su discurso presidencial de MESA de dicho año, Leonard Binder, sin mencionar a Clifford Geertz por su nombre, atacó a la nueva visión que “rechaza el funcionalismo preferido por la antropología y sostiene que una cultura es simplemente lo que ella dice que es” (Binder, 1974: 4).100 Mostrando una nueva actitud defensiva, elogió los logros de la academia orientalista pero habló de la necesidad de trascender sus limitaciones. Y presentó una nueva justificación de los estudios de área:

En mi propia opinión, los estudios de área descansan sobre una única idea clave y esta es que el objeto de estudio, aquello que queremos saber, es el principio organizador y determinante de la empresa intelectual y no el método o la disciplina. La metodología de investigación y los paradigmas disciplinarios no deben determinar lo que es elegido para su estudio, y no deben limitar la observación. Los estudios de área, desde esta perspectiva, sostienen que solo es posible el conocimiento auténtico de las cosas que existen, mientras que los métodos y las teorías son abstracciones que ordenan las observaciones y otras explicaciones según criterios no-empíricos (…) La pregunta (…) es si los acontecimientos de Medio Oriente constituyen una unidad válida de modo tal que la consecuencia de su estudio pueda ser razonablemente llamado conocimiento” (Binder, 1974: 4-5).

El Medio Oriente representa un campo para la organización de la academia simplemente porque es una de las “cosas que existen” y por eso un objeto de “conocimiento auténtico”. No hay ya un gran esquema teórico de ciencia total que cree una razón para los estudios de área. Existe simplemente una pretensión empírica.

Tres años más tarde apareció Orientalism101 de Said, y repudió dicha pretensión de que Medio Oriente fuera simplemente un hecho empírico. “¿Pero cómo conoce uno las 'cosas que existen'?”, preguntaba tras referirse al discurso de Binder, y ¿hasta qué punto son “constituidos por quien conoce”? (Said, 1978: 300, cursiva en el original). La publicación de Orientalism puso a la defensiva a los estudios consagrados sobre el Medio Oriente. También abrieron el camino a la teoría poscolonial, que ofreció la posibilidad de una forma de estudios de área que no trataran a la región como una “cosa que existe” sino que indagaban en la representación de las preguntas no-occidentales fundamentales sobre las formas de saber occidentales y el proyecto de una ciencia social general. Esta posibilidad fue desarrollada mayormente en el campo de los estudios surasiáticos.102 La teoría poscolonial participó de las disciplinas de historia y antropología (así como de la literatura), desde y hacia las cuales eran llevados sus practicantes, pero ignoraban en gran medida a las ciencias sociales más nomotéticas y el campo de la economía política que consideraban propio. En estos campos disciplinarios (ciencia política, economía, partes de la sociología) no existía una preocupación equivalente en cuanto a la construcción histórica y social del campo de conocimiento.

Para 1978 entonces, el campo de los estudios de área que había sido organizado profesionalmente solo una década –o casi– antes, era amenazado por varios flancos. La asunción de una unidad cultural de Medio Oriente subyacente y determinante, el carácter de la academia de Estudios Orientales de la cual dicha asunción era extraída, las bases intelectuales que habían permitido a los estudios de áreas pretender unificar las ciencias sociales, el estilo independiente y managerial de conocimiento que el campo reivindicaba, y sus silencios sobre la cuestión del conflicto israelita-palestino excepto donde podía hablar con incuestionable experticia: todos estos rasgos que habían dado forma a los estudios de Medio Oriente estaban siendo ahora puestos en duda. Al mismo tiempo, las ciencias sociales habían empezado a perder interés en los estudios de área. Estaban desarrollando formas nuevas, no-territoriales de apuntalar sus credenciales como empresas científicas. Habían perdido la ambición territorial de volverse ciencias totales, cubriendo cada parte del espacio social –una ambición que había dado a los estudios de área un rol integrador–. Ahora buscaban establecer su estatus científico por su rigor metodológico, una inquietud que las alejaría más que acercarlas a los programas de estudios de área.

La crisis de la ciencia social

La crisis de los estudios de área sobre el cierre del siglo XX fue generalmente entendida como el problema de cómo los campos de área estaban relacionados con disciplinas académicas. Típicamente, sin embargo, fue solamente una de las partes de esta relación la considerada como la fuente del conflicto. Se les dijo a los académicos de los estudios de área que sus problemas serían resueltos volviendo a unirse con sus colegas disciplinares y aceptando su autoridad. Informes del estado de los estudios de Medio Oriente, como de otras regiones, incluso aquellos escritos por las figuras más críticas del campo, quizás especialmente aquellos, terminaban con llamados a los investigadores de áreas a volver a sus hogares disciplinares. Las disciplinas eran espacios académicos más formales, y la mayoría de ellas, se decía, “pueden reivindicar ser más universales” (Khalid, 1995). No obstante, es de hecho esta reivindicación de representar lo universal lo que está en cuestión en la autoridad de las disciplinas. El futuro de los estudios de área yace en su habilidad para perturbar la pretensión disciplinaria a la universalidad y el lugar particular que esto asigna a las áreas.

Las bases sobre las cuales las disciplinas en ciencias sociales reclamaban su autoridad habían cambiado desde la situación de hacía cincuenta años cuando los estudios de área estadounidenses surgieron por primera vez.103 Desde los setenta, las disciplinas habían tenido que abandonar gradualmente los intentos por definirse a sí mismas mediante la afirmación de soberanía académica sobre un área particular de la realidad social. Los antropólogos habían perdido algún tiempo atrás su confianza en que las culturas eran algo que podía ser localizado como formas de vida distintas, coherentes y totales, convenientemente coincidentes con un Estado nación particular.104 Para los politólogos, especialmente aquellos fuera del campo de la política estadounidense, se estaba haciendo un esfuerzo en los setenta y ochenta por reintroducir la idea del Estado como un objeto central de la disciplina. El intento falló y ningún otro objeto proporcionó un foco territorial a la disciplina (Mitchell, 1991). Los economistas para los setenta habían abandonado su fe colectiva en Keynes, que les había brindado un lenguaje común para referirse a “la economía”. No hubo posteriormente un acuerdo sobre si el objeto adecuado del análisis económico era la economía como un todo o la racionalidad individual, y la propia economía se volvió crecientemente difícil de medir o delimitar (Mitchell, 1998; Heilbroner y Milberg, 1995). La sociología había aceptado hacía mucho tiempo su estatus de colección de subcampos, muchos de los cuales compartían sus territorios con partes de otras disciplinas.

La incapacidad de la cultura, el Estado, la economía o la sociedad de sobrevivir como territorios distintos de la investigación científica social –lo que uno podría llamar desterritorialización de las disciplinas– reflejaba otra desterritorialización relacionada, aquella de la historia global contemporánea. La confianza de la posguerra en que las culturas, economías y sistemas sociales y políticos podían cada uno ser el objeto de una ciencia social distinta representaba una confianza ciega en la forma total, autocontenida y geográficamente fijada del Estado nación como espacio asumido de toda investigación social. Era, después de todo, el Estado nación el que proveía el todo del cual la cultura, el Estado y la sociedad eran las partes que lo componían. Muchas, probablemente la mayoría, de las dificultades con las ideas de cultura, Estado, sociedad y economía que surgieron en las últimas décadas del siglo se relacionaban con procesos, identidades y fuerzas que desafiaban o sobrepasaban al Estado nación.

Había en esto una ironía. Se decía que las fuerzas e identidades transnacionales eran uno de los mayores factores poniendo en cuestión el futuro de los estudios de área. Una región como el Medio Oriente no podía ser asumida ya como definiendo un campo legítimo de estudio, se afirmaba, porque muchas de las fuerzas de la globalización contemporánea trascendían o cortaban en ángulos rectos a las regiones. No obstante, la misma desterritorialización había, de manera distinta, socavado la habilidad de las disciplinas en ciencias sociales de demarcar territorios específicos para su investigación. Aun así, el SSRC no solicitó el desarme de las disciplinas,105 y se hicieron muy pocos esfuerzos por conectar el futuro de los estudios de área a las preguntas muy reales sobre la presente crisis y la forma futura de las ciencias sociales.

La respuesta de las ciencias sociales a esta experiencia de desterritorialización fue depender crecientemente de otros medios de definición de su especificidad. Se autoidentificaron por su método. Para los antropólogos y los economistas, los conceptos de cultura y de economía habían desde el principio venido a corresponder a métodos distintivos de investigación –observación participante en un caso, la representación matemática del equilibrio individual o colectivo en el otro–. En economía, además, la investigación de campo era dejada a otros: era realizada mayormente fuera de la academia, por agencias estadísticas del Estado. Luego de la desterritorialización, a pesar de disputas frecuentes sobre cómo debieran ser aplicados estos métodos, y a pesar de los experimentos con múltiples alternativas en los márgenes, ambos campos mantuvieron un consenso de que la observación participante y el análisis de equilibrio, respectivamente, cualesquiera que fueran sus dificultades, definían la esencia de la disciplina. La ciencia política y la sociología eran menos afortunadas, incapaces de acordar sobre un método y crecientemente divididas por el esfuerzo de ciertos grupos por identificar la disciplina en términos de un método en particular.

Los problemas concurrentes de los programas de estudios de área surgieron en gran medida de esta crisis en las ciencias sociales. Surgieron particularmente de los problemas afrontados por la ciencia política. Aunque el curso de cada disciplina de la ciencia social afectaba lo que pasaba en los estudios de área, la antropología y la economía presentaron menos problemas. Esto fue porque en antropología (como en historia y en literatura) cada uno era un experto de área, mientras que en economía ninguno lo era. Así que generalmente ninguna de las dos disciplinas presentaba a sus practicantes la opción entre ser un experto de área o un teórico. En economía eras siempre lo último (en diferentes grados de pureza) en antropología aspirabas a ser ambos. La sociología siguió estando tan enfocada en Estados Unidos y Europa Occidental que permaneció un poco sustraída de los debates sobre los estudios de área, al menos en lo que concierne a una región tan ignorada como el Medio Oriente. Eso se dejó a la ciencia política.

La ciencia política estaba en una posición excepcional. Una coalición dominante en el seno de la disciplina buscaba la seguridad intelectual y la autoridad profesional de un conocimiento universal de la política. Dentro de esta coalición un poderoso grupo, que empezó a controlar varios de los principales departamentos, creía que los métodos formales de la microeconomía proveían los mejores o incluso los únicos medios para dicho conocimiento universal. A diferencia de los economistas, sin embargo, estos cientistas políticos no podían contar con las agencias estadísticas estatales (junto con equipos de Naciones Unidas y las agencias financieras internacionales) para llevar a cabo su trabajo de campo por ellos. Esto era en parte porque tales agencias se enfocaban en la recolección de datos económicos más que políticos, y en parte porque la extensión de los métodos económicos al estudio de cuestiones políticas empezó muy rápidamente a involucrar aquellos complicados hechos locales que los economistas preferían hacer a un lado en las denominadas externalidades. El resultado fue que incluso a los más (autodenominados) teóricos de los cientistas políticos les resultaba difícil abandonar la necesidad del tipo de entendimiento político local tradicionalmente suministrado por la investigación de área. El proyecto de una ciencia social general tenía aún la necesidad de algún tipo de estudios de área.

Estos acontecimientos en ciencia política tenían una implicancia para los estudios de área. Los estudios de área extranjeros no serían abandonados, se decía, pero serían alentados por e incorporados en el conocimiento particular requerido para construir el conocimiento universal de la disciplina. “Debemos comprometernos más directamente con este trabajo [la teoría de la acción racional] –escribía David Laitin– tentando continuamente a los teóricos con datos incómodos”, y “us[ando] nuestro conocimiento de área para descubrir anomalías interesantes” (Laitin, 1993: 3). Este procedimiento rigió tanto los términos en los cuales y el punto hasta el cual los estudios de área serían adecuados.

Dos tipos de terminologías se volvieron particularmente comunes para establecer la particularidad de las relaciones exteriores en relación con la generalidad de la ciencia política, el nuevo lenguaje de los “resultados institucionales” y el más antiguo de la “cultura”. El término “resultado institucional” se refiere a la asunción de que cierto proceso universal de cambio gobierna la política y la historia de las regiones no-occidentales, así como también los procesos de desarrollo, democratización, globalización o la introducción de mercados libres. La lógica de estos procesos está localmente conjugada, sin embargo, por la existencia de coaliciones particulares de grupos de interés, distorsiones económicas, factores culturales u otras anomalías, que dan forma a lo que es llamado “forma institucional” del fenómeno universal.

El otro término generalmente usado para expresar diferencias locales fue la vieja idea de cultura. De hecho, “instituciones” fue en varios usos simplemente una forma actualizada de referirse a culturas. El concepto de una institución, entendida como conjunto de reglas o restricciones que ponen límites a la acción humana, tenía la ventaja de parecer más compatible con la suposición de que la acción no era en sí misma un proceso cultural sino el intento universal por maximizar la utilidad individual. Tanto la cultura como la institución, sin embargo, referían a aquellos aspectos del mundo social que no podían ser explicados simplemente como las acciones de los individuos maximizando su interés personal, y por esta razón eran generalmente equivalentes. “Las culturas –explicaba Robert Bates– se distinguen por sus instituciones características” (Bates, 1996: 1). En los tardíos noventa, ambos términos fueron reunidos bajo el nombre de “capital social”, que rápidamente se convirtió en el vocablo universal para todo tipo de herencia cultural, norma social y práctica institucional que no pudiera ser reducida a expresiones del interés individual.

La importancia de términos como cultura, institución y capital social, era que ubicando la esfera de lo local, lo particular y lo contingente, se referían a y garantizaban una esfera independiente de lo universal. Esto requería a veces por parte de los politólogos que se conformaran con un entendimiento más bien estrecho de términos tales como cultura. Bates, por ejemplo, se refiere a “la importancia política de la cultura y de los productores de cultura: artistas, sacerdotes e intelectuales” (Bates, 1997: 1). Bates era sin duda consciente de que hacía más de medio siglo los teóricos sociales habían ampliado el concepto de cultura para referirse no solo a la “alta cultura” de la religión, el arte y la literatura sino para abarcar la forma total de vida de una comunidad, o los significados compartidos a partir de los cuales se forma dicha vida. Incluso si el término fuera definido como excluyendo las formas locales, interpersonales de la cultura y restringido a la expresión organizada de ideas que definen la esfera pública de la vida política colectiva, o lo que ahora se llamaba a veces “cultura pública”, su alcance incluiría la televisión, el software informático e internet, entre otras cosas.106 Los “productores” de esta cultura pública son variados, e incluyen algunas de las más grandes corporaciones transnacionales -cuya prosperidad ha pasado crecientemente a depender del poder de definir, registrar y gestionar la producción de formas culturales. Pero la ciencia política tendió a retener una definición más antigua de cultura, compatible con términos como el “capital social”, que precede al nacimiento de sus formas corporizadas del siglo XX. La referencia a los productores de cultura como “artistas, sacerdotes y poetas” refleja dicho entendimiento. La antigua definición mantiene la cultura como el fenómeno residual y secundario, distinto de las formas universales de la acción económica o egoísta, que los métodos nomotéticos de esta forma de ciencia política requieren.

Estas consideraciones también regían el punto hasta el cual el estudio de las regiones no-occidentales podía ser incorporado dentro de la disciplina, y las circunstancias bajo las cuales esto pudiera ocurrir. Una revisión del trabajo en economía política sobre Medio Oriente preguntaba acerca de “la misteriosa alquimia a través de la cual las regiones del mundo escapan a los confines de los estudios de área y logran estatus legitimo en los debates generales sobre el desarrollo y subdesarrollo” (Chaudhry, 1994: 42). La alquimia es menos misteriosa una vez que uno reconoce la fuerza del término “general” en el interrogante. Las regiones del mundo serán incorporadas cuando y, hasta el punto en que, puedan ser parte de determinadas narrativas generales: una narrativa sobre industrialización, sobre democratización, etc. Esto es ilustrado en el ensayo de Bates. El problema de estudiar las regiones del mundo en ciencia política es el problema de encontrar una “visión compartida”, sugiere, un consenso en cuanto a qué constituye investigación significativa y ciencia normal en el campo. Sostiene que existen tres marcos potenciales de investigación en el campo: primero (para estudiar países de ingreso medio), la teoría democrática; segundo, la economía política del crecimiento; y tercero, la teoría social, que indaga en “los llamamientos contemporáneos a la religión, la etnicidad y la identidad” (Bates, 1997: 1-2). Bates sin duda acierta en que solo ajustándose a tal consenso el trabajo de los estudios de área es leído por académicos de otras regiones. Cada uno de estos marcos (inclusive el tercero, como discuto a continuación) brinda una forma de incorporar lo no-occidental en una historia universal, cuya narrativa es siempre aquella de la historia global, o sea la historia de Occidente.

La consecuencia de esta relación entre disciplina y región del mundo es entonces que el objeto de estudio permanece definido y captado solo en términos de su relación con Occidente, y solo en términos de su lugar en una narrativa definida en términos de la historia global de Occidente.

El Medio Oriente y la provincialización de la ciencia política

No sería posible dentro del espacio de este ensayo hacer una revisión adecuada del estado de los estudios sobre Medio Oriente a fines del siglo XX, o hacer justicia al espectro de debates y proyectos de investigación que estimulan al campo o estudiar el espacio de estos debates en discusiones intelectuales más amplias.107 Dado que la relación entre los estudios de área y las disciplinas es planteada como un problema particular dentro de la ciencia política, como he sugerido, me enfocaré allí, y consideraré en particular escritos sobre economía política. Incluso en esta cuestión más restringida no pretendo registrar el estado del campo. Consideraré dos o tres ejemplos, como ilustraciones de cómo es resuelto el problema de la disciplina y el área.

La teoría de la modernización sigue siendo el marco dominante. El mayor estudio sintético de la economía política de la región, de Alan Richards y John Waterbury, expresa bastante llanamente la suposición rectora de que Europa provee la historia en relación con la cual todas las otras historias serían medidas, y las otras historias serían entendidas como esfuerzos tardíos por replicar, más o menos exitosamente, las etapas de la historia de Europa:

La transformación estructural de Europa a lo largo de los siglos de una de base agraria a una de base industrial ha dado forma a nuestra comprensión general del proceso [del desarrollo] pero no ha brindado un modelo que fuera fielmente replicado en los países en desarrollo. Estos últimos podrían saltearse ciertas etapas importando tecnología o acortar otras. Los países en desarrollo lidiarían con tasas de crecimiento de población que Europa no confrontó nunca. Además, el proceso de formación de clase en el Medio Oriente y en otros lugares ha variado considerablemente con respecto al de Europa (Richards y Waterbury, 1996: 37).

Las críticas más comunes a este enfoque, desde la perspectiva del capitalismo como estructura de acumulación que fuera global desde el principio, han sido escritas lo suficiente y no precisan ser repetidas. Quisiera simplemente observar lo siguiente: los autores afirman que no están tomando a Occidente como un modelo que pueda ser fielmente replicado. Así exactamente. Son las fallas, las variaciones, las etapas salteadas y las historias acortadas –todas las formas de diferencias con Occidente, las “anomalías” a las cuales se refiere David Laitin– que definen la comprensión de la historia y la política de la región. Itinerarios históricos, fuerzas políticas y fenómenos culturales serían incluidos en la historia principalmente en términos de cómo hacen que el Medio Oriente se ajuste a o se desvíe de la narrativa de la modernidad occidental. Esto no es simplemente una cuestión de lo que es incluido u omitido. La historia es una historia universal de modernización, “un proceso que tiene una lógica en sí misma” (Richards y Waterbury, 1996: 37) como afirman Richards y Waterbury. Esta lógica adelanta la narrativa, representando la fuente del cambio histórico y el motor de las transformaciones sociales. Las variaciones, distorsiones, retrasos y aceleraciones locales reciben su significado y relevancia de esta singular lógica. Pueden desviar o reordenar el movimiento de la historia, pero no son en sí mismas el movimiento universal. Esto es la teoría de la modernización sin reparos. “Uno podría objetar que todo esto es simplemente 'teoría de la modernización de clóset'”, reconocen Richards y Waterbury, pero el tono defensivo es rápidamente abandonado. “Si esto es la teoría de la modernización, ¡Aprovechemos lo mejor de ella!” (Richards y Waterbury, 1996: 75).

La teoría de la modernización convencional de este tipo analiza la economía política del Medio Oriente en términos de dos conceptos universales simples: el Estado y la economía. En lugar de los funcionamientos complejos del poder político en diferentes niveles y en diferentes campos sociales, sustituye la idea estrecha del Estado y analiza la política como la formulación y ejecución de un espectro limitado de programas y reformas económicas. La narrativa evalúa el éxito de estos programas describiendo cambios en el tamaño y estructura de “la economía” como representada por medidas convencionales de producto bruto, balance sectorial, participación en el comercio mundial, etcétera.

Varios trabajos más críticos han explorado algunos de los problemas de dicho enfoque. Simon Bromley señala que la distinción entre el estado y la economía no puede ser asumida cuando se estudia una región como el Medio Oriente. Siguiendo a Karl Polanyi, recuerda que el establecimiento de esta distinción fue un rasgo central de la historia del capitalismo avanzado en Occidente. La distinción retiró el proceso de apropiación de plusvalor de la controvertida esfera de la política y lo confinó recientemente a la organización de la vida económica. Aun así, la crítica de Bromley tiene importantes limitaciones. Habiéndonos recordado que la separación de lo económico y lo político no es un fenómeno universal, Bromley asume que el Medio Oriente debe sin embargo ser entendido en los mismos términos. La lucha por consolidar la separación del estado y el mercado “ha sido una gran parte de aquello de lo que se ha tratado la historia de estas sociedades”, escribe. Sigue siendo, sin embargo, “un trabajo inacabado”. El paso positivo de provincializar categorías que la ciencia social toma como universales (y como marcando inclusive los límites entre las disciplinas del conocimiento científico social universal) es desandado al tomar la formación de dichas categorías sociales como el marco en el cual entender la historia del no-Occidente. Inevitablemente entonces, esta historia aparece como inacabada (Bromley, 1994: 186).

Interpretando las historias del Medio Oriente como incompletas o incluso simplemente casos variantes de procesos universales puede producir lecturas atípicas de los acontecimientos políticos. Kiren Chaudhry ha sido uno de los más serios defensores de la necesidad de reinsertar el estudio del Medio Oriente en el campo general de la economía política, donde podría volverse, supone, “una pieza importante del rompecabezas del desarrollo” (Chaudhry, 1994: 49). En un estudio bien recibido sobre la formación del estado en Arabia Saudita y en Yemen, también ella sigue a Polanyi para comprender la creación del estado nación como simultánea a la creación de una economía nacional, un proceso que coincide con “los más amplios patrones secuenciales de formación del estado en la temprana Europa moderna” (Chaudhry, 1997: 98), con importantes variaciones locales. No obstante, hacer corresponder la historia de la península arábiga con las secuencias de la Europa moderna requiere una lectura peculiar de dicha historia. Como en Europa, sostiene Chaudhry, el estado y la economía nacional fueron construidas sobre el desarrollo de la imposición fiscal. Para afirmar esto, sin embargo, como señala Robert Vitalis, una gran variedad de relaciones financieras específicas a la historia de Arabia –ingresos por peregrinaje, subvenciones británicas y estadounidenses, extorsiones de comerciantes, anticipos sobre regalías petroleras– deben ser descriptas como impuestos (Vitalis, 1999). Y ARAMCO, el consorcio petrolero estadounidense que creó grandes zonas del estado Saudí como extensiones de su negocio, no recibe más que una mención superficial. La conclusión del estudio de Chaudhry reconoce, de manera lo suficientemente realista, que a pesar de la aspiración a ubicar al Medio Oriente dentro de una narración general sobre la modernización y el desarrollo, ninguna afirmación general sobre “el rompecabezas del desarrollo” puede ser derivada de sus casos. Los resultados institucionales, admite, “pueden co-variar de formas altamente irregulares que no pueden ser capturadas en un simple formulario” (Chaudhry, 1997: 314). El capital extranjero que transformó sus dos casos de formación de estado luego del boom petrolero de 1970 produjo “tanto similitudes como diferencias en el resultado institucional”. Estos resultados dependen de un ambiente de relaciones históricamente constituidas (Chaudhry, 1997: 311 y 314).

Tales ejemplos podrían multiplicarse. Lo que muestran es que las evidencias disponibles indican que reinsertar los estudios de área sobre Medio Oriente dentro de los lenguajes generalizantes de la economía política no produce un incremento alguno del conocimiento universal de la política. Podrían ayudar a socavar algunas de las generalizaciones insoportables de otros, como muestra convincentemente Chaudhry para el caso de la nueva literatura institucional. Pero tales categorías generales suelen ser pertinentemente criticadas cuando hacen su primera aparición.108 Las generalizaciones simplemente sobreviven como “teorías” sin respaldo destinadas a ser eternamente refutadas, mucho después de su muerte, en la producción académica de los estudios de área.

Escribir sobre la política del Medio Oriente como parte de una ciencia general de la política funciona en gran medida como dispositivo retórico, proporcionando marcadores lingüísticos de la propia seriedad del propósito y las credenciales científicas. La redacción de las oraciones y los títulos de los libros resitúan constantemente la reconstrucción histórica como una simple instancia específica de un conjunto de fenómenos universales vagamente especificados. Un caso particular, se dice, “expone la importancia de las contingencias domésticas”, mientras otro muestra que “los capitalistas, desunidos, pueden deshacer los esfuerzos de los formadores de estado incipientes” (Chaudhry, 1997: 310), etcétera.

Y existe, como he estado sugiriendo, una pérdida significativa si uno deja que la autoridad de las disciplinas de la ciencia social nos persuada de que las únicas vías valiosas de meterse con la política y la historia de otras regiones del mundo es en la medida en que se las puede hacer aparecer como instancias particulares de historias universales contadas en y sobre Occidente. El lenguaje de la economía política y el mercado representan ahora, como una forma contemporánea de la teoría de la modernización, la verdad universal con la cual todas las experiencias locales deben estar relacionadas, y en cuyo lenguaje debe ser traducida toda expresión política local. Chaudhry, por ejemplo, propone como proyecto de investigación modelo para el desarrollo ulterior del campo de la economía política de Medio Oriente un estudio de los “paisajes de ideas de la privación económica” (Chaudhry, 1994: 45-48). Notando el gran número de movimientos sociales a lo largo de la región hoy involucrados en distintas formas de protesta moral y luchas por la identidad política y la comunidad, propone un estudio comparativo para investigar, dentro de estas diferencias, la variedad de formas en que “los intereses económicos y políticos locales son expresados en el lenguaje de la religión y de la identidad”. Agrega que “estas distintas reacciones prometen ofrecer una visión sobre las alteraciones fundamentales en la relación entre la organización económica y política, entre gobierno y ciudadanos” (Chaudhry, 1994: 45-46). En otras palabras, la diversidad de lenguajes en los que las comunidades articulan sus demandas e identidades políticas, sus visiones y aprehensiones, han de ser traducidos en el lenguaje universal de la economía política. Como señala Dipesh Chakrabarty en otro contexto, esto implica que uno no tiene nada que aprender de lo que estos grupos subalternos están realmente diciendo. Los lenguajes del Islam político, por ejemplo, pueden aparecer en la producción académica occidental solo mediante un proceso de traducción que les permita hablar en términos del discurso modernizante de Occidente. No hay forma de evitar este problema de la traducción. Pero aquellos preocupados por contribuir con el lenguaje universal de las ciencias sociales rara vez parecen reconocerlo como un problema (Chakrabarty, 1997).109

Las formas locales de organización y expresión política son entendidas como meros lenguajes, es decir, las formas culturales e “ideacionales” de expresar los intereses más reales que forman su mundo. El lenguaje al cual son traducidas estas expresiones, la economía política, es asumida por definición no como una forma ideal ni una práctica cultural, sino como una terminología transparente y universal sobre la realidad económica. Así, en la discusión sobre las crisis económicas en términos de cuál de estas respuestas culturales analizar, Chaudhry nota que, “a través de la liberalización económica, las circunscripciones nacionales por mucho tiempo protegidas de los precios internacionales experimentaron la verdadera carestía de sus hasta ahora protegidas sociedades” (Chaudhry, 1994: 47, cursiva propia). Los precios de un mercado nacional son falsos, se deduce, aquellos del mercado internacional son genuinos. Ambos mercados, ambos conjuntos de escasez, son sin embargo arreglos políticos, que reflejan la aplicación de ciertas construcciones y distribuciones de propiedad, poder, monopolio y gestión social. Ambos pueden existir solamente, si se quiere utilizar el término, como paisajes ideales, esto es, como arreglos formados en parte como resultado de acuerdos sobre propiedad, riqueza, precios, etc. La propia economía política juega un rol importante en la formulación y enmarcado de estos acuerdos. Como el mercado y, especialmente el mercado global, es entendido como forma universal, no puede por definición ser algo “cultural”, algo elaborado localmente. Lo cultural remite a lo particular y local, la jurisdicción de los estudios de área, no a lo genuino y universal, el territorio de aquellos otros programas de área, las ciencias sociales.

La propuesta de que los estudios de área de Medio Oriente fueran fortalecidos volviendo a colocarlos bajo la autoridad y visión de las ciencias sociales ha sido planteada periódicamente. Durante la consolidación de la ciencia social profesional estadounidense entre los treinta y los cincuenta, los programas de estudios de área fueron creados para brindar un complemento a la ciencia social, complemento que ayudaría a completarla. La ambición de crear formas de ciencia social cuyo conocimiento expresara verdades universales requería del estudio de regiones no-occidentales, tanto para revelar cualquier “provincialismo al interior de estas disciplinas”, como sostuvo Pendleton Herring en 1947, como para proveer el “cuerpo” físico cuyo estudio proporcionaría el organismo viviente que reuniría las disciplinas separadas y haría superar su nuevo aislamiento. La profesionalización de los estudios de área fue lograda para mediados de los sesenta, aunque desde ese mismo momento comenzó a revelarse la imposibilidad del proyecto. Esta imposibilidad, esta resistencia, no apareció tanto al nivel de lo que se denomina teoría, aunque uno puede rastrearla en ese nivel. Se hizo sentir de otras maneras, en carreras, guerras, organizaciones, problemas por el financiamiento, etc. Los académicos de la región de estudio, encontrando en sus propias vidas la experiencia de ser simultáneamente estudiosos y objetos de estudio, empezaron a plantear preguntas sobre la construcción de la región como un objeto de estudio. De manera mucho más efectiva que la mera teoría, esta circulación de ideas, fuerzas políticas, refugiados, ejércitos y exiliados empezó a trastocar la reivindicación que hacían los estudios de área de una experticia desinteresada y managerial. Más claramente, tal vez, que en cualquier otro campo, la crisis de los estudios de área produjo formas de aprehender las condiciones de posibilidad y los límites de la ciencia social occidental.

Los estudios de área no tienen un futuro convincente como simples sirvientes de las ciencias sociales estadounidenses. En los noventa, como vimos, los estudios de área fueron instados a “atormentar y seducir”110 a las ciencias sociales con datos incómodos. Atormentar y seducir –entusiasmar ofreciendo algo deseable, tal vez inalcanzable– era el antiguo rol de Oriente en la imaginación occidental. Cincuenta años atrás, las disciplinas esperaban que los estudios de área revelaran la existencia del provincialismo en las ciencias sociales, y les permitieran superarlo. Los estudios de área han tomado el tema del provincialismo, pero lo exploraron de una forma distinta. Chakrabarty ha instado a una escritura de la historia que “provincialice Europa”, una producción académica que re-escriba la historia de la modernidad como algo disputado y ambivalente, haciendo visible sus represiones, marginalizaciones, y su necesaria incompletud. He intentado sugerir aquí un futuro similar para los estudios de área: provincializar las ciencias sociales. Los estudios de área ofrecen un lugar desde el cual reescribir la historia de las ciencias sociales, y examinar cómo sus categorías se ven implicadas en cierta historia de Europa y, en el siglo XX, en un inacabado proyecto estadounidense de ciencia social universal.

Nota

Una versión anterior de algunas secciones de este ensayo aparecen también en Mitchell (2003). Omnia Elshakry prestó su colaboración con la investigación para este artículo. David Ludden, Robert Vitalis, y el difunto Ibrahim Abu-Lughod me aconsejaron. Alice Diaz, Michael DiNiscia y Kristine McNeil también brindaron ayuda. Solo el autor es responsable de las opiniones expresadas.

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1.

Teórico político e historiador, especializado en economía política de Oriente Medio, el papel político de la economía y otras formas de conocimiento experto, la política de los sistemas técnicos a gran escala y el lugar del colonialismo en la fabricación de la modernidad. Se unió a la Universidad de Columbia en 2008, después de la enseñar durante veinticinco años en la Universidad de Nueva York, donde se desempeñó como Director del Centro de Estudios del Cercano Oriente. Actualmente es profesor y presidente del Departamento de Estudios sobre Oriente Medio, Sur de Asia y África.

2.

N. del T.: Instituto de Medio Oriente.

3.

N. del T.: Revista de Medio Oriente.

4.

N. del T.: El Estudio de la política de Medio Oriente 1946-1996: un balance.

5.

N. del T.: Comité de Investigación y Entrenamiento.

6.

N. del T.: Asociación de Estudios de Medio Oriente de Norteamérica.

7.

Los estudios críticos de Medio Oriente han generalmente relacionado su génesis con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría (Johnson y Tucker, 1975; Gendzier, 1985; Hajjar y Niva, 1997).

8.

Rafael se basa en el influyente informe de Hall. Sobre el desarrollo de preguerra de los estudios del no-Occidente. Ver Cooper (1997).

9.

N. del T.: Ley de Educación de Defensa Nacional.

10.

Ver también Rafael (1994).

11.

N. del T.: Consejo de Educación.

12.

Antes de la aprobación de la NDEA, Ford fundó el Foreign Area Fellowships Program (N. del T.: Programa de Becas de Áreas Extranjeras) (1951) y una Division of International Training and Research (N. del T.: División de Entrenamiento e Investigación Internacional) (1952), con un encargo de establecer centros universitarios de estudios de área. Para cuando fue finalizado en 1966, la División había otorgado becas por $270 millones a 34 universidades. En comparación, el financiamiento acumulado de NDEA a los centros de estudios de área de 1959 a 1987 sumaba solo $167 millones (de los cuales 13.4 por ciento, aproximadamente $22 millones, fueron asignados a los estudios de Medio Oriente). Además de los centros de estudios de Medio Oriente, Ford también costeó la fundación de un Center for Arabic Studies in Cairo (N. del T.: Centro para los Estudios Árabes en El Cairo) (para entrenamiento lingüístico) y la Middle East Technical University (N. del T.: Universidad Técnica de Medio Oriente) en Ankara (para entrenar a una clase managerial local), entre otras instituciones (Winder, 1987: 54-55). Las cifras de la NDEA son calculadas a partir de la tabla 4. No incluyen montos asignados a becas para Idioma Extranjero y Estudios de Área.

13.

La emergencia de los estudios del antiguo Cercano Oriente en los Estados Unidos, en el período entre los 1880 y los 1930, queda fuera del alcance de este ensayo. Bruce Kuklick rastrea cómo la “crítica superior” decimonónica alemana que cuestionaba la veracidad histórica de la Biblia, apuntó académicos bíblicos estadounidenses, empezando por la Universidad de Pennsylvania en los tardíos 1880, la montar las primeras expediciones arqueológicas científicas a la Mesopotamia y al Valle del Nilo. Estos retiraron el foco de investigación de la antigua Palestina, y llevaron a la creación de los estudios del antiguo Cercano Oriente fuera del marco de los estudios bíblicos (Kuklick, 1996).

14.

N. del T.: Instituto Oriental de la Universidad de Chicago.

15.

N. del T.: Consejo General de Educación.

16.

N. de T.: La semítica es el estudio de la lengua, literatura e historia de los pueblos semitas.

17.

N. del T.: Universidad Protestante de Siria.

18.

Universidad Americana de Beirut.

19.

N. del T.: Departamento de Lenguas y Literaturas Orientales.

20.

N. del T.: Comité sobre Estudios del Cercano Oriente.

21.

N. del T.: Comité Árabe-Islámico.

22.

N. del T.: Consejo Americano de Sociedades Cultas.

23.

Por ejemplo, ver las bibliografías de literatura acerca de los territorios bajo mandato desde 1919, publicadas en los 1930 bajo los auspicios de la Universidad Americana en Beirut (Series de Ciencia Social).

24.

N. del T.: Misión Científica al Marroc.

25.

N. del T.: Revista del Mundo Musulmán.

26.

N. del T.: Sociedad de Economía Política.

27.

N. del. T.: El Egipto Contemporáneo.

28.

Ver también (Eickelman 1998).

29.

N. del T.: Instituto Real de Asuntos Internacionales.

30.

Ver también (Gibb, 1932).

31.

N. del T.: El Medio Oriente: Un Estudio Político y Económico.

32.

N. del T.: Consejo de Investigación en Ciencias Sociales.

33.

N. del T.: El Cercano Oriente: Problemas y Perspectivas.

34.

N. del T.: El Cercano Oriente: Dinámica Social y Entorno Cultural.

35.

N. del T.: Comité sobre el Cercano y Medio Oriente.

36.

El programa incluyó otros temas: el agricultor israelita, el inmigrante en Israel, el refugiado árabe-palestino, y la crisis en el Cercano Oriente, reflejando cada uno los eventos de 1948-49. Esta disposición a incluir el estudio de Israel y la cuestión Palestina como una parte normal de una conferencia académica estaba pronta a desaparecer, como señalo a continuación. Los trabajos de la conferencia fueron publicados en Fisher (1995).

37.

Los artículos de otra conferencia de SSRC, en junio de 1967, fueron publicados en Cook (1970).

38.

N. del T.: Magia y religión en África del Norte.

39.

N. del T.: En Algerie.

40.

N. del T.: La vida social y la vida política de los Bereberes.

41.

N. del T.: Ritual y creencia en Marruecos.

42.

N. del T.: El campesinado del Alto Egipto.

43.

N. del T.: Condiciones matrimoniales en una aldea palestina.

44.

Ninguno de los cuales trató sobre una comunidad de habla árabe. También fue importante el trabajo de Hans Kohn sobre nacionalismo (1928 y 1931). Sobre la producción académica de este período, ver (Eickelman, 1998; Vatin, 1984; Asad, 1973; Burke, 1979; 1980 y 1984).

45.

Según Winder, el antropólogo era probablemente Carleton Coon. Entre los escritos de Coon se cuentan Tribes of the Rif (N. del T.: Tribus del Rif) (1931); Southern Arabia: A Problem for the Future (N. del T.: Arabia Saudita: un problema para el futuro) (1944), Caravan: The Story of the Middle East (N. del T.: Caravana: la historia del Medio Oriente) (1951), y The Impact of the West on Middle Eastern Social Institutions (N. del T.: El impacto de Occidente en las instituciones sociales de Medio Oriente) (1952).

46.

El único historiador consagrado en los Estados Unidos que trabajó sobre alguno de los idiomas de la región fue Philip Hitti en Princeton. Hamilton Gibb escribió en 1956 que “En Inglaterra y en Francia hay como máximo tres o cuatro académicos orientalistas que son historiadores profesionales... En los Estados Unidos serían difícil encontrar tantos.” (Gibb, 1956, citado en Halpern, 1962: 119).

47.

N. del T.: Centro de Estudios del Medio Oriente.

48.

Muchos otros académicos destacados en Estudios Orientales formados en Europa vinieron a los Estados Unidos, incluyendo estudiosos de arte islámico (Richard Ettinghausen, Oleg Grabar), derecho islámico (Joseph Schacht), y religión (Wilfred Cantwell Smith) y, a mediados de los 1970s, el historiador Bernard Lewis. En los tardíos 1980 y1990 una segunda generación de académicos sénior europeos se mudaron a los Estados Unidos, casi todos de Gran Bretaña, incluyendo Talal Asad, Michael Cook, Patricia Crone, Michael Gilsenan, Roger Owen, y Peter Sluglett.

49.

Para dar un ejemplo, Manfred Halpern describió a “Bernard Lewis, The Emergence of Modern Turkey” (N. del T.: La emergencia de la Turquía moderna) (1961) como “académico, brillante, escrito con estilo,” pero se quejó de que “carece de un marco conceptual o teórico sistemático” (Halpern, 1962: 111).

50.

N. del T.: La Desaparición de la Sociedad Tradicional.

51.

El nuevo concepto de cultura abrió el camino a la antropología estadounidense de posguerra para estudiar sociedades, complejas, alfabetizadas, incluyendo aquellas de Medio Oriente (Geertz, 1995: 43-4).

52.

Ver el memorándum de Harvard producido por Talcott Parsons, Clyde Kluckhohn, O. H. Taylor y otros en los cuarenta, Towards a Common Language for the Areas of the Social Sciences (N. del T.: Hacia un lenguaje común para las áreas de las ciencias sociales), citado en Geertz (1973).

53.

La profesionalización de las ciencias sociales durante el período de entreguerras y el surgimiento del “cientismo” es trabajado en Ross (1991).

54.

Para una discusión de la literatura sobre nacionalismo, ver mi artículo (Mitchell, 2000).

55.

NYU, Hagop Kevorkian Center for Near Eastern Studies, "MESA" file. Vicente Rafael examina los rasgos de género de la construcción de los estudios de área de la posguerra (Rafael, 1994: 94-95).

56.

N. del T.: Comité del Cercano y Medio Oriente.

57.

N. del T.: Centro de Estudios del Cercano Oriente.

58.

Los planes para atraer economistas y sociólogos a los estudios de Medio Oriente fueron mucho menos exitosos. De 81 profesores dando cursos no lingüísticos sobre el Medio Oriente en los centros de NDEA en 1964-65, solamente cuatro eran en economía y tres en sociología (Berger, 1967: 14).

59.

N. del T.: Boletín de la MESA.

60.

Minutas de la Tercera Reunión de la Junta de Directores, University of Chicago, 9 de diciembre de 1967 (NYU, Hagop Kevorkian Center for Near Eastern Studies, "MESA" file) En su cuarta reunión, el 18 de marzo de 1988, la junta corrigió estas minutas para quitar la referencia a la delicadeza del tema. Shabatai era un estudiante de posgrado israelita, inscripto en la Universidad de Chicago.

61.

N. del T.: Revista Americana de Ciencia Política.

62.

N. del T.: El mundo árabe hoy.

63.

Discutiendo la reunión del año anterior.

64.

N. del T.: Asuntos de Medio Oriente.

65.

Winder no menciona cuáles fuentes políticas subsidiaban a la revista, pero políticamente era tanto pro-Washington como pro-Israel.

66.

N. del T.: Asociación Americana para los Estudios de Medio Oriente.

67.

N. del T.: Estudios de Medio Oriente.

68.

Más tarde ese mismo año, en octubre de 1964, una revista del mismo nombre fue lanzada en Londres, bajo la edición del Prof. Elie Kedourie de la Escuela de Economía de Londres.

69.

N. del T.: Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos.

70.

Sobre la injerencia de la C.I.A. en los estudio de Medio Oriente ver (Mitchell, 2002: 148-152).

71.

N. del T.: Congreso para la Libertad Cultural.

72.

N. del T.: Encuentro.

73.

N. del T.: Diálogo.

74.

N. de T.: No existe traducción en español. Se trata del porcentaje de los fondos de investigación que suelen aportarse a los centros de estudio y/o laboratorios científicos donde se desarrollan las investigaciones en concepto de gastos de funcionamiento.

75.

N. del T.: Oficina de Servicios Estratégicos.

76.

N. del T.: Buró de Investigación e Inteligencia del Departamento de Estado.

77.

N. del T.: Comité del Cercano y Medio Oriente.

78.

Morroe Berger había intentado reclutar a Abu-Lughod para editar la revista. Berger no reveló la fuente de sus fondos, pero el gran monto de dinero en oferta y la condición con respecto a la Unión Soviética hicieron sospechar a Abu-Lughod. Cuando los datos sobre su involucramiento con la CIA fueron revelados en los tardíos sesenta, muchos de los intelectuales estadounidenses que recibían fondos de la CIA afirmaron que no se habían dado cuenta de quién les estaba pagando. Saunders (1999), usando fuentes desde el interior de la CIA, plantea poderosas dudas sobre esta afirmación.

79.

N. del T.: Asociación de Graduados Árabe-Americanos.

80.

Véase el folleto (AAUG, 1977) para una historia del grupo. Mi discusión del AAUG se inspira también en una comunicación personal de Ibrahim Abu-Lughod (2000).

81.

N. del T.: Revista Trimestral de Estudios Árabes.

82.

N. del T.: Las Etapas del Crecimiento Económico.

83.

N. del T.: Sobre los Orígenes del Subdesarrollo: Acumulación Capitalista a Escala Mundial.

84.

N. del T.: Estudiantes Anticolonialistas.

85.

N. del T.: Medio Oriente.

86.

N. del T.: El Egipto Nasseriano.

87.

N. del T.: Acumulación a Escala Mundial.

88.

Mi consideración se basa en aquella autobiográfica de Amin en Wolfers (1994).

89.

N. del T.: Proyecto de Información e Investigación sobre Medio Oriente.

90.

N. del T.: Informes de MERIP.

91.

N. del T.: Informe de Medio Oriente.

92.

N. del T.: Seminario de Estudios Alternativos del Medio Oriente.

93.

N. del T.: Revista de Estudios de Medio Oriente.

94.

Para una visión ligeramente distinta sobre el período, ver Hajjar y Niva (1997). Entre los varios importantes trabajos que surgieron del énfasis en economía política estuvieron: (Owen, 1981; Beinin y Lockman, 1989; Islamoglu-Inan, 1987; Gran, 1979; Gendzier, 1985; Keyder, 1987; Abrahamian, 1982; Halliday, 1974 y 1979).Este período también asistió a los primeros intentos serios de introducir al género en la escritura de la historia de Medio Oriente, tales como Tucker (1985).

95.

N. del T.: El Orientalismo en Crisis.

96.

El resumen de Young de las teorías históricas de posguerra anula la interpretación historiográfica convencional de la emergencia del posestructuralismo: “Si el denominado ‘posestructuralismo’ es el producto de un momento historico en particular, entonces dicho momento probablemente no es mayo de 1968 sino la guerra de independencia de Argelia -esta sin duda a la vez síntoma y producto. En este sentido, es importante el hecho de que Sartre, Althusser, Derrida y Lyotard, entre otros [Cixous, Bourdieu, Fanon], eran todos nacidos en Algeria o estaban personalmente involucrados en los acontecimientos de la guerra” (Young, 1991: 1).

97.

Publicado en Aruri (1975).

98.

N. del T.: La Antropología y el encuentro colonial.

99.

Ya en Islam Observed (N. del T.: El Islam Observado) (1968), Geertz había criticado la visión de los orientalistas de que hay una esencia cultural singular que moldea a las sociedades islámicas en todas partes.

100.

El trabajo de Geertz ayudó a conducir al surgimiento, una década después, de los estudios culturales, que desarrollaron su propia crítica de los estudios de área -y al mismos tiempo brindaron nuevos temas para la organización de programas interdisciplinarios y así también medios de escape del estrecho mundo de las ciencias sociales, como lo habían brindado los estudios de área una generación antes.

101.

N. del T.: Orientalismo.

102.

Ver el capítulo de Nicholas Dirks en este volumen.

103.

Un argumento relacionado podría hacerse sobre la disciplina de historia.

104.

Para discusiones recientes, ver Geertz (1995) y Appadurai (1996).

105.

Ver, sin embargo, Wallerstein et al. (1996).

106.

El estudio de estas formas ha sido desarrollado, entre otros lugares, en la revista Public Culture (N. del T.: Cultura Pública).

107.

Dos estudios críticos de Lila Abu-Lughod (1990 y 1998) proveen una revisión de la producción académica sobre Medio Oriente en antropología y estudios de género.

108.

Como hizo Paul Cammack con el nuevo institucionalismo, por ejemplo en Socialist Register (Cammack, 1990).

109.

Ver también Asad (1993).

110.

N. del T.: “Tantalize” en el original, que significa a la vez seducir, atraer y atormentar.