Menores que matan
Análisis de imágenes mediáticas en la construcción de un caso de inseguridad en Zona Norte
Por Bárbara Nadia Mastronardi1
En este artículo analizaré las imágenes que tres periódicos argentinos de circulación nacional han publicado para narrar un acontecimiento que se constituyó como un caso de inseguridad: el caso del ingeniero Barrenechea. Su elección se debe a que configuró un modo particular de escenificación mediática de la violencia a partir de la construcción de dos territorios puestos en tensión: las villas de emergencia –territorios asociados a la delincuencia y lugar de procedencia de los delincuentes– y el conurbano ciudadano como territorio que padece la inseguridad.
A partir de la especificidad de lo visual en dicho proceso, me propongo deconstruir los mecanismos a partir de los cuales son visualizados los sujetos que aparecen representados con el fin de describir lo que se muestra y lo que se oculta en las imágenes que a ellos aluden. Las preguntas que guiarán el análisis son: ¿Cómo se muestran a las víctimas de inseguridad y cómo se muestran a los que son indicados como sus responsables? ¿Qué vínculos se establecen entre ellos y determinados territorios y prácticas? ¿Qué factores estructuran la producción y circulación de estas imágenes?
Palabras clave: Inseguridad; Visualización; Visibilización; Representación mediática.
In this article I will analyze the images that three Argentinean newspapers of national circulation have published to narrate an event that was constituted as a case of insecurity: the case of the engineer Barrenechea. Its choice is due to the fact that it formed a particular mode of mediatic staging of violence through the construction of two territories in tension: the emergency villages - territories associated with crime and the place of origin of criminals - and the citizen conurban. As a territory that suffers from insecurity.
Based on the specificity of the visual in this process, I intend to deconstruct the mechanisms from which the subjects that are represented are visualized in order to describe what is shown and what is hidden in the images that they refer to . The questions that will guide the analysis are: How are the victims of insecurity shown and how are they shown to those who are identified as responsible? What links are established between them and certain territories and practices? What factors structure the production and circulation of these images?
Key words: Insecurity; Visualization; Visibilization; Media representation.
Recibido: 30/3/2015
Aceptado: 24/11/2015
En este artículo me propongo realizar un análisis socio-semiótico-cultural de las representaciones de sujetos y territorios que circularon en la construcción mediática de un caso de inseguridad en el conurbano Norte durante el año 2008. Entiendo por representaciones mediáticas a las producciones simbólicas destinadas a dar a conocer y poner en circulación un recorte de la realidad (Rodríguez, 2013) y a proveer de marcos cognitivos y encuadres – a través de sus imágenes, narrativas y textos- a la construcción de representaciones sociales intersubjetivas (Hall, 1981).
Tomando como punto de referencia teórica a los Estudios Culturales (Hall, 2010), asumo una perspectiva que surge de la articulación de tres tradiciones de pensamiento: la antropología, la comunicación y la semiótica. Se trata de una lógica interdisciplinaria que no solo permite dar cuenta de los diferentes modos en que los sujetos - y los territorios a los que éstos aparecen asociados- son representados, sino que, además, nos coloca en la pregunta por el lugar desde donde se mira aquello que es centrado simbólicamente y las consecuencias sociopolíticas que dicha mirada produce (Reguillo, 2010).
El material de análisis está conformado por un total de quince (15) imágenes que los diarios Clarín, La Nación y Página 12 publicaron durante los meses de octubre y noviembre del año 2008 para narrar un acontecimiento particular que se constituyó como un “caso de inseguridad” en el conurbano Norte: el del ingeniero Barrenechea, un hombre que es asesinado en el interior de su casa de San Isidro, y cuyo hijo es baleado en un brazo durante el mismo episodio. Estas fotografías forman parte del corpus de notas gráficas que construí para una investigación más amplia cuyo objetivo es dar cuenta de las configuraciones discursivas a través de las cuales la prensa argentina de circulación nacional elabora la figura del joven varón y en situación de exclusión en relación con el delito y cómo ello se articula con la construcción de la inseguridad como problema en el periodo que comprende los años 2004 -2009.2
Me interesaron estas imágenes porque emergieron de la configuración mediática del Conurbano como un escenario de violencia a partir de la puesta en tensión de dos territorios: las “villas de emergencia” –zonas asociadas a la delincuencia a partir de su caracterización como el lugar de procedencia de los delincuentes, según algunos de los periódicos que analizamos– y el “conurbano ciudadano” –territorio en el que se emplaza la inseguridad–. Dos conurbanos, entonces: a) uno que se representa como lugar de origen de la violencia y que suele asociarse a la zona Sur de la provincia de Buenos Aires; b) otro que se muestra como aquel que padece y está en vilo por esa violencia que lo invade, y que se vincula a la zona Norte (San Isidro, San Martín, Beccar, entre otros). La vinculación de estas territorialidades como la doble cara de un mismo escenario de violencia se cristaliza en la configuración de la inseguridad como problema.
Entiendo la noticia como la narrativización de un acontecimiento. Su análisis, entonces, requiere de un tipo de mirada que permita desagregar los elementos que se articulan en la construcción escénica de determinados territorios y sujetos para así estar en condiciones de dar cuenta con una mayor claridad del artificio que anima dicho proceso.
Es decir, identificaré aquellos mecanismos que evidencian una modalidad específica de narrativización de la información (Ford, 1999): quién enuncia y desde dónde, cuáles y cómo son los sujetos que aparecen representados como protagonistas / antagonistas, cómo se construye el drama que motoriza la historia, entre otros. Siempre teniendo en cuenta que el material que analizo en este artículo se inserta en un género periodístico específico: el policial, donde según Martini, los casos se construyen con personajes tipificados como víctimas y victimarios (Martini, 2007).
Me interesa abordar la especificidad de lo visual en la construcción mediática del caso del ingeniero Barrenechea. Ello parte del lugar privilegiado que ocupan las fotografías en relación a las noticias ya que “con sus propios recursos construyen y proponen una representación visual cuya importancia se pone de relieve si consideramos que comúnmente se ve la fotografía antes de leer el texto, o que incluso una revisión rápida del diario se acota a los titulares con sus bajadas y a las imágenes con sus epígrafes” (Caggiano, 2012:25).
En ese sentido, y retomando la diferencia planteada por Caggiano (2012) entre visualización y visibilización3, los ejes problematizadores que guiarán este análisis se dirigen a responder los siguientes interrogantes: ¿Cómo se muestran a las víctimas de inseguridad y cómo se muestran a los que son indicados como los responsables de la misma? ¿Qué vínculos se establecen entre ellos y determinados territorios y prácticas? ¿Cuáles son los contextos que estructuran la producción y circulación de estas imágenes?
Asumo el presupuesto teórico y epistemológico que la visualización de sujetos y territorios no está animada por la intención de un sujeto o autor de las imágenes, sino que tanto unas fotografías como otras forman parte de modalidades del ver/representar insertas en un entramado de relaciones sociales constituidas históricamente (Poole, 2000). Este análisis, entonces, no se orientará hacia la voluntad que anima la toma de la imagen, sino más bien a la productividad o la eficacia específica que su circulación pone en juego en la naturalización de determinadas posiciones, relaciones y jerarquías sociales (Caggiano, 2012).
El miércoles 22 de octubre de 2008 se señala a cuatro jóvenes como los responsables del asesinato en ocasión de robo del ingeniero Barrenechea dentro de su casa del barrio de San Isidro. Ese día, Clarín publica la noticia con el siguiente título: “Matan a un ingeniero delante de su esposa y sus cuatro hijos”. La Nación, en cambio, titula: “Alerta en San Isidro por un asesinato”, mientras que Página 12 publica la noticia con el siguiente título: “San Isidro en vilo tras un asesinato y tres asaltos”.
Barrenechea fue asesinado el martes 21 cerca de las 7 de la mañana. Según las fuentes policiales relevadas por los periódicos, quienes asesinaron al ingeniero ingresaron al domicilio exigiendo dinero y allí se generó un forcejeo que produjo los disparos que mataron al hombre e hirieron a uno de sus hijos. El cronista de La Naciónnos cuenta que “eran las 6.53, el ingeniero Ricardo Barrenechea, de 46 años, su esposa y sus cuatro hijos dormían en sus habitaciones. En la planta baja del chalet de Perú 725, en Acassuso, San Isidro, la empleada doméstica preparaba el desayuno cuando por lo menos dos jóvenes delincuentes armados irrumpieron en la vivienda. Pocos segundos después, el dueño de casa era asesinado a sangre fría de cuatro tiros delante de su familia, a pesar de que había entregado dinero y joyas” (La Nación, 22/10/2008).
En ese marco, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, declaró la necesidad de bajar la edad de imputabilidad. A partir de este caso, los principales diarios nacionales vuelven a ubicar a los jóvenes varones, menores y en situación de exclusión como los responsables de la inseguridad en la provincia de Buenos Aires. Por ejemplo, durante esa semana Clarín y La Nación titulan en sus tapas: “Crecieron 27% los delitos de menores” (La Nación, 24/10/2008), “Crecen 80% los delitos cometidos por menores” (Clarín, 28/10/2008)4.
La escena empieza con una víctima que ha sido sorprendida en la puerta de su casa. En el cuerpo de la nota del 22 de octubre, Clarín agrega: “Lo fusilaron en la puerta de su casa, delante de su mujer y sus hijos”; mientras que la bajada de la noticia publicada por Página 12 afirma: “Un ingeniero baleado en su casa y dos asaltos más decidieron a Posse a declarar la emergencia” (Página 12, 22/10/2008).
Son numerosos los casos en los que aparece la puerta de estos chalets como el lugar donde “sorprenden” a sus víctimas. Incluso La Nación tituló en una nota publicada el 1 de noviembre de 2009: “Inquietud por los asesinatos en la puerta de las casas”, ampliando en la bajada: “Las víctimas no se resisten; en la mayoría hay menores involucrados”. Si bien no es algo que desarrollaremos en el presente trabajo, sí nos interesa la articulación de esos significantes como modalidad del enunciado en la medida que relata la proximidad del delito, haciendo especial hincapié en el acecho y en la sensación de inseguridad.
Retomando nuestro caso, y siguiendo la lectura de Clarín y La Nación, entonces podríamos decir que la escena empieza con un muerto. Pero no con cualquier muerto, sino con un padre de familia muerto, y una locación en particular: la puerta de su casa. Baudrillard (1969) afirma que la casa no solo es el espacio de seguridad por excelencia de la clase media sino que, además, es un espacio patriarcal organizado alrededor de la autoridad del padre de familia. Clarín y La Nación no solo subrayan ello, sino que, además, agregan que a éste lo matan frente a otros personajes que aparecen en la escena: sus hijos. Entonces hay un padre muerto y alrededor están los hijos que presenciaron ese hecho sangriento5. La víctima que ha sido fatal se construye a partir de su nombre y apellido, profesión u oficio y estructura familiar. Es en la figura del padre de familia sobre la que recae el drama que motoriza el relato.
¿Cómo aparecen representadas visualmente estas víctimas? Antes de comenzar con el análisis quisiera distinguir entre dos tipos de fotografías que aparecen publicadas. Por un lado están las fotografías que fueron tomadas en la intimidad del grupo familiar y que el medio hace públicas, y por el otro nos encontramos con imágenes que son tomadas por el propio medio (o por otros, por ejemplo, Télam). No distinguiremos esto en el análisis porque me interesa indagar la productividad de la puesta en circulación de tales imágenes.
Barthes (1986) nos advierte que el estatuto de la imagen, en tanto lenguaje autónomo que se diferencia del lenguaje verbal, tiene la particularidad de operar como índice y como icono de lo real. Su carácter indicial radica en que re-presentifica lo ocurrido a partir de la función del testimonio: aquello que aparece en la fotografía ha sucedido porque alguien ha estado allí para retratarlo. Su dimensión icónica implica su funcionamiento como análogo perfecto de la realidad, en tanto la fotografía se nos presenta como una copia fiel de lo real (Barthes, op. cit.). Todo ello hace operar a la fotografía como una evidencia, donde los hechos parecen hablar por sí mismos. Inmediatez y objetividad será lo que le otorga a la fotografía un rango de verdad, un carácter puramente denotativo, en términos de Barthes, que la convierte en evidencia de los hechos, los sujetos y los territorios. Sin embargo, su hipótesis de trabajo es que el mensaje fotográfico está ya connotado, y esta connotación puede interpretarse a partir de una lectura de los objetos, signos que podemos encontrar dentro de una misma fotografía (Barthes, 1986).
Presentaremos a continuación las fotos del Ingeniero que fueron publicadas en la prensa durante la primera semana de cobertura del hecho, con sus epígrafes:
Lo que la visualización de estas fotografías evidencia es que se publicaron en la prensa dos tipos de imágenes. Por un lado, aquellas en las que Barrenchea está con su esposa y, por el otro, algunas en las que aparece fotografiado solo. Realizaré una descripción de sus elementos antes de adentrarme en la relación que mantienen con sus epígrafes.
En el primer grupo de imágenes se ve a un hombre y una mujer que aparecen retratados sonriendo y mirando a cámara. En ambas fotografías el hombre abraza a la mujer. Lo que parece ser un plano puramente denotativo, analizado desde la intersección del género y la etnia ya tiene su reverso connotativo: Barrenechea es un hombre blanco que ejerce felizmente su rol de marido heterosexual. En ambas fotografías se encuentran al aire libre; mientras que en la primera posan en una especie de bosque, en la segunda los vemos ubicados en las gradas de una gran cancha de tenis. Ambas imágenes parecen representar un momento de distensión, de recreación. Lo mismo ocurre si analizamos los elementos de la fotografía número 3, donde vemos a un hombre sonriendo en el agua con un paisaje de fondo mientras tira agua hacia arriba en un gesto que parece estar dirigido a quien toma la fotografía.
Entre los elementos que componen la imagen encontramos: un grupo de montañas cubiertas por árboles verdes ubicadas al fondo del cuadro, un lago/laguna con juncos, un hombre que se encuentra sonriendo dentro del agua, con sus pantalones arremangados y con sus brazos abiertos en un gesto que parece estar vinculado a la acción de arrojar el agua con las manos hacia el aire, y gotas de agua cayendo sobre el lago. La lectura conjunta de estos signos connota un momento de placer ligado a alguna situación de ocio como pueden ser unas vacaciones.
En estas imágenes encontramos algunos signos en común con los que describe Vale de Almeida (2000) cuando analiza la representación de identidades de la sección “Sociedad” de los periódicos brasileños. Se trata de cuerpos blancos, con buena vestimenta, desempeñando felices sus roles heteronormativos de género y la mayoría de las veces se encuentran en situaciones festivas, ligadas a celebraciones o entretenimientos –en este caso, una navidad, vacaciones en Estados Unidos, Bariloche–. Solo que el contexto de nuestras imágenes acompañan a las noticias sobre delitos que aparecen publicadas en la sección Policiales de algunos de los periódicos analizados o en la sección de Información General de otros.6
Siguiendo el planteo de Vale de Almeida, aquí también nos encontramos con imágenes donde los rostros de los sujetos representados se ven nítidamente, son fotografías posadas, donde –como ya dijimos– ambos sonríen y miran a cámara. La composición misma de la imagen –el rostro a cámara, la pose y la sonrisa– produce un efecto de individualización que da cuenta de la representación atravesada por la dimensión de clase: en las noticias policiales de nuestros periódicos –a diferencia de la caracterización de la sección policial que realiza Vale de Almeida donde predominan los cuerpos como lugar de marcación de un tipo social vinculado a la criminalidad– sí aparecen unos rostros, pero no cualquier rostro, son los rostros de las víctimas de la inseguridad, que comparten una serie de similitudes con las fotografías que este autor encuentra publicadas en la sección “Sociedad” de los diarios brasileños: momentos festivos, rostros felices, mundo de privilegios.
Como muestra Vilker (2009), durante los años noventa se produce una mutación en el tratamiento del delito y del delincuente en la prensa gráfica argentina. Así, a la representación (verbal y visual) del criminal monstruoso como anomalía y desviación, y a la hipervisibilización del crimen como “lo siniestro” que opera hasta mediados de esa década, le siguió la emergencia y consolidación de la matriz securitaria como modalidad de procesamiento del delito y la delincuencia (Vilker, 2009). En ese nuevo contexto, es la víctima la que cobra protagonismo y se instala como una figura densamente cargada de significado y visibilidad (Reguillo, 2007) y, a su vez, como un lugar legítimo en la enunciación de un reclamo que afecta a la totalidad de la ciudadanía7 (Calzado 2015). Estas víctimas son, entonces, las que aparecen visualizadas en la sección policial de nuestros periódicos. Esta inclusión fotográfica –que, sostengo, constituye un elemento emergente de este nuevo paradigma del tratamiento del delito– produce una cercanía con los lectores a partir de la construcción de un “nosotros” que responde a la articulación hegemónica de la construcción identitaria: Barrenechea, el ingeniero, es un hombre, blanco, heterosexual, marido y padre, profesional que vacaciona con su familia y festeja la navidad.
Analizaré ahora las imágenes en relación a sus epígrafes. Siguiendo lo propuesto por Barthes, en la prensa gráfica el texto explicativo suele presentarse como un elemento que duplica la imagen, es decir, que participa de su denotación. De este modo, en el caso, por ejemplo, de los epígrafes, donde se maximiza la proximidad entre palabra e imagen, el mensaje verbal parece ser una continuidad de la denotación visual, cumpliendo la función de participar de una supuesta objetividad. Sin embargo, Barthes dirá que “la mayoría de las veces el texto no hace sino amplificar un conjunto de connotaciones que ya están incluidas en la fotografía”, y continuará: “así la connotación del lenguaje se torna inocente gracias a la denotación de la fotografía” (Barthes, 1986:7).
Veamos entonces los epígrafes. En varias fotografías se repite la siguiente frase: “Tiempos felices”. A través de la inclusión de ese texto, acompañado de esas imágenes que ya hemos descrito, Clarín y La Nación trazan una línea de tiempo. Las fotografías con sus anclajes discursivos cumplen la función de testimoniar lo que la propia prensa construye como un pasado feliz, como aquellos momentos de mayor alegría de la familia antes de que la víctima fuera asesinada por los delincuentes. Ese pasado feliz, como ya dijimos, se vincula a momentos de vacaciones, actividades de tiempo libre o reuniones familiares.
En la mayoría de los casos, los epígrafes resaltan la idea de “Otros tiempos”. Reforzando esta idea de los tiempos felices, previos a la irrupción del drama escénico que el medio releva y construye, no solo nos encontramos con aquellos escenarios vinculados a la práctica turística, sino también la inclusión de un escenario perteneciente al ámbito de mayor privacidad: el festejo de una navidad. Así, la prensa incluye la imagen 1 con el siguiente epígrafe: “Recuerdos. El ingeniero Ricardo Barrenechea muestra los regalos que acaba de recibir en una imagen de Navidad de 2006 (…) lejos de tanta felicidad, la casa de los Barrenechea ayer se llenó de parientes y amigos de duelo” (Clarín, epígrafe 22/10/08). Entonces vemos al Ingeniero abriendo regalos y sonriendo a cámara, imagen que refuerza la construcción de un escenario feliz, antes de que irrumpiera el drama, antes de que la familia quedase arrasada a causa del accionar de delincuentes menores de edad que no se conforman con matar sino que “en su huida siguieron delinquiendo al menos en otras cuatro viviendas más” (Clarín, 22 de octubre de 2008).
El relato se estructura en torno a una ruptura: hay un hecho que irrumpe, desmembra, arrasa y termina con una escena que puede leerse como inicial y que se presenta de manera naturalizada. Me refiero a una escena que se reduce al núcleo “familiar”, al ámbito de lo íntimo-privado, y que es la tragedia la que la hace salir a luz, la que la vuelve visible/mostrable.
El 23 de octubre de 2008, Clarín en una misma página de la sección policial publica tres titulares y dos fotografías que mostraremos a continuación:
Titular: “Marcha con vecinos indignados”
Titular “La Cava: Volvieron los gendarmes”.
El tercer titular sin fotografía es el siguiente: “Scioli quiere bajar la edad para imputar a los menores”.
En la primera fotografía se puede observar a un grupo de gente reunida frente a un edificio que parece pertenecer al municipio. Entonces, la imagen representa a un espacio urbano colmado de gente que se ha reunido o está marchando con algún fin. El epígrafe se encarga de estabilizar esa foto y anclarla discursivamente de acuerdo a lo que el medio relevó de las voces de las personas allí fotografiadas: se trata de “vecinos” preocupados (“indignados”, como describe el título de la nota) que le piden a la justicia que no libere más a los delincuentes. Si a ello le sumamos la volanta de la nota el sentido queda totalmente acentuado en una única dirección: “Inseguridad en Zona Norte”. Entonces se señala y marca a un barrio (San Isidro), a vecinos indignados, a un reclamo contra “los delincuentes”, y a un problema: la inseguridad.
En la segunda, en cambio, se ve a tres gendarmes armados, parados en un lugar público que puede leerse como una plaza. Delante de ellos, en una esquina de la fotografía, vemos la imagen cortada de dos chicos andando en una bicicleta. Aquí se representa a otro espacio urbano y los personajes que aparecen en la fotografía no son los mismos que en la anterior. El paisaje parece desolado, en el sentido de que no vemos cantidad de personas, ni aglutinadas ni transitando. Sin embargo, a esa desolación se la complementa con la individualización de los sujetos que allí están retratados: tres gendarmes en el fondo del plano, dos chicos / jóvenes en primer plano. La ausencia del epígrafe de esta imagen da cuenta de que se la presenta como una imagen que habla sola, que no es necesario anclar discursivamente, porque es el título el que ya marcó ese espacio: es La Cava, el lugar que gendarmería vigila. El cuerpo de la nota dice: “Efectivos de Gendarmería volvieron ayer a sus puestos en la villa La Cava de San Isidro por orden del ministro de Justicia, Aníbal Fernández. Gendarmería había abandonado la vigilancia en la zona para reforzar la seguridad en los trenes, pero esta medida había sido cuestionada por los vecinos y el intendente Gustavo Posse (Clarín, 2008).
En la primera imagen el espacio se marca de manera general, al igual que los sujetos: es una marcha en zona Norte con vecinos indignados y reunidos, y eso ya nos da la pauta de que se trata de un nosotros, de un nosotros que no son los “otros”, en este caso signados como “los delincuentes” a partir del epígrafe. En la segunda, no solo se marca el espacio a través del título, sino que además se marcan dos tipos de sujetos que aparecen en contigüidad en dicho espacio: los gendarmes y los jóvenes.
Barthes plantea que el mensaje connotativo no solo puede interpretarse a partir de una lectura de los objetos-signos que podemos encontrar dentro de una misma fotografía, sino que el significante de connotación también puede encontrarse en el encadenamiento de una serie de fotografías (y no en el nivel de los fragmentos de la secuencia). Si bien cuando realiza dicha afirmación se refiere a una secuencia fotográfica de un mismo suceso (por ejemplo, varias tomas de una misma escena), nos resulta interesante como mecanismo de interpretación para analizar la secuencia de imágenes que en este caso Clarín publica en su misma edición y página.
La puesta en relación de ambas fotografías y su articulación con la construcción de la inseguridad como problema nos muestran la visualización de dos territorios que aparecen en una relación de contigüidad (San Isidro y La Cava), y tres tipos de sujetos localizados en cada uno de ellos: vecinos por un lado, gendarmes y jóvenes, por el otro –pero no cualquier joven, el joven que aparece situado en un territorio específico, en la villa, y en relación a otro actor perteneciente a una fuerza de seguridad–, y lo que el tercer titular estabiliza es la cuestión de la minoridad en la construcción de la problemática, es decir, se trata de jóvenes menores de edad.
Incluiremos ahora una tercera fotografía que publica Clarín el 26 de octubre de 2008, con la siguiente volanta: “Inseguridad en San Isidro”. El título de la nota dice: “La Cava otra vez en la mira”.
Aquí vemos cuatro niños de espaldas, de entre unos 8 y 12 años, algunos de ellos portando palos u otros objetos, yendo en grupo, “en banda”, hacia una entrada donde se encuentra otro niño de frente con una bicicleta que los está mirando. En la puesta en cuadro se incluye un conteiner de basura y los residuos desparramados en el piso. El epígrafe que acompaña esta imagen es el siguiente: “La puerta: desde aquí se ingresa a la villa”. Nos encontramos en ese pie de foto un elemento indicial que nos permite dar cuenta del lugar a partir del cual el sujeto de la enunciación está organizando el espacio (Segura, 2006). Se trata de un aquí que está “fuera” de la villa, de un aquí que el medio construye como espacio del nosotros. El sentido connotado es muy similar al que venimos describiendo, solo que ahora la fotografía aporta un nuevo sujeto: los niños, y nuevamente no cualquier niño, sino el niño que ingresa a la villa por la puerta que nos muestra el medio: niños de espaldas, con palos, que están entre la basura, y que andan de a grupos. Imágenes de niños en las que son sus cuerpos, su vestimenta, su disposición en el espacio, los elementos que portan, su “localización” en un escenario (en este caso aportada por el epígrafe, la villa), los que connotan, los que los definen, los que los marcan como sujetos vinculados al peligro, o al menos a los territorios peligrosos. La diferencia de clase y la diferencia de edad son las que se articulan en esta imagen no solo legitimando condiciones de desigualdad, sino además criminalizando a estos otros diferentes y desiguales.
Dice la bajada de esta noticia: “El retiro de la Gendarmería y el caso Barrenechea reactualizaron la situación de esta villa. Hay guerras salvajes entre clanes a metros de mansiones protegidas por paredones y alambradas. La Policía admite el problema de los robos”. Peryera (2009) ha analizado los modos en que la prensa “seria” apela a la inclusión de infografías y mapas para narrar una geografía del delito, describiendo las modalidades a través de las cuales el delito se asocia a determinados espacios urbanos que se consideran peligrosos. En este caso, se marcó a la villa La Cava como el lugar de procedencia de los delincuentes. Dice Pereyra: “para el caso particular de la zona Norte del Gran Buenos Aires, estos diarios subrayan el riesgo que representa el hecho de que los countries y barrios cerrados tengan en sus cercanías barrios pobres, dando a entender que la zona entera ha devenido peligrosa porque en ella hay pobres, y sobre todo porque hay pobres viviendo cerca de los ricos” (Pereyra, 2004:3).
Sin embargo, esta operación no es propia de los medios de comunicación, y aquí es cuando entra en juego la articulación entre el campo mediático y el campo político (Calzado, 2015). El día que ocurrió el asesinato de Barrenechea, el intendente de San Isidro, Gustavo Posse, denunció en los medios de comunicación que la gendarmería se había retirado de La Cava.8 El miércoles 22 de octubre, Daniel Scioli, gobernador de la provincia de Buenos Aires, declaró a Clarín: “una vez más, nos encontramos con menores vaciando el cargador de un pistola calibre 45” (Clarín, 2008) y anunció la necesidad de bajar la edad de imputabilidad. El jueves 23 de octubre, Aníbal Fernández, ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación, ordenó “la vuelta” de los gendarmes a ese territorio. La Cava, la gendarmería y los jóvenes no solo se asocian a través de su articulación con el significante de la inseguridad en el discurso mediático, sino que se constituyen en los elementos de una serie que también forma parte del discurso y la práctica política, policial y judicial. Preguntarse por la determinación de un orden por sobre el otro no sería conducente, lo importante es sostener como postura epistemológica que los medios masivos de comunicación no funcionan como entes aislados del resto del acontecer social, sino que sus enunciados forman series, encuentran regularidades, forman parte de estrategias, constituyen tramas argumentativas, en fin, se inscriben en una red de relaciones junto a estos otros órdenes conformando lo que Foucault (2002) denomina una formación discursiva.
El 27 de octubre La Nación titula: “Duro reclamo por la seguridad en San Isidro”. Y publica las siguientes fotografías:
El epígrafe de la primera fotografía es: “Cerca de 18.000 personas pidieron leyes más severas y punibilidad desde los 14 años”. Por su parte, los epígrafes de las fotografías de los rostros mirando a cámara bajo el título “Las voces del dolor” relatan los modos en que los familiares de estos sujetos han sido víctimas fatales de hechos delictivos.
No describiremos la primera imagen porque es muy similar a la que hemos analizado en el apartado anterior. Solo nos interesa ponerlas en relación con los rostros que aparecen visualizados más abajo junto al epígrafe “Las voces del dolor”. Entonces nuevamente vemos que cuando el escenario es San Isidro aparece, por un lado, la multitud que reclama “que no suelten a los delincuentes”, “que bajen la edad de imputabilidad” (es decir se trata del reclamo de un nosotros contra un “otro” que no aparece claramente definido, cuya existencia es difusa –contra el crimen, contra la violencia, contra los delincuentes–);9 por el otro, el sujeto individualizado, su rostro mirando a cámara, bajo la categoría de “víctima”.
En cuanto al contraste entre las imágenes de los sujetos que aparecen en un territorio y en otro resulta interesante analizar otra serie de fotografías que se refieren a un sujeto en particular: la policía. Antes de comenzar con el análisis de las imágenes es interesante destacar que luego de que los medios y el poder político indiquen a La Cava como territorio de procedencia de los sujetos que cometieron el ilícito, se realizaron varios allanamientos en la villa Puerta de Hierro en el partido de La Matanza, de donde finalmente –según las investigaciones policiales– provenían los acusados de matar al ingeniero. Pero más allá del relato de los hechos, aquí lo que nos interesa es poner en relación una serie de imágenes que nos permitirán hacer un contrapunto entre los modos de visualización de la fuerza policial en la construcción mediática de los escenarios en conflicto. Veamos el primer grupo de imágenes con sus epígrafes:
En ambas imágenes, muy similares entre sí, los elementos que observamos son: una casa de dos pisos, con un auto en su interior, separada de la vereda por unas rejas negras y una camioneta policial estacionada en la puerta de la misma. En ambas imágenes se incluye el móvil policial en el cuadro. Si introducimos en el análisis los epígrafes, aquello que aparece como primer plano en ambas imágenes resulta completamente invisibilizado: nos referimos a la presencia policial, ya que el texto pone en primer plano los significantes “casa” e “ingeniero” (o profesional). El pie de las fotografías entonces estabiliza una imagen connotada de antemano: allí el móvil policial está “de visita”, no es la noticia, estaciona en el cordón de un chalet de Acassuso, no es el vehículo policial donde se hace foco sino en aquello que motiva su presencia allí –el asesinato del ingeniero–, y podríamos agregar que no cualquier presencia, sino una presencia silenciosa, una presencia visual que no necesita de texto para ser comprendida y que se vincula a un sentido común sedimentado en relación a un modo del “estar” de las fuerzas de seguridad en ese territorio.
Para profundizar la problematización acerca de la función que cumple ese elemento –la presencia policial– en esa imagen, resulta necesario poner esa imagen en relación con otras fotografías con las que creemos que forma serie y que se presentan a continuación:
No nos detendremos en la descripción exhaustiva de todos los elementos que componen estas imágenes, sino que haremos un especial hincapié en las diferencias que se presentan en relación con el primer conjunto que mostramos en el párrafo anterior. La primera gran diferencia que encontramos entre ambos grupos de imágenes es que mientras en las primeras la policía parece estar a un costado del territorio –sea la casa de Barrenechea o Acassuso–, en el segundo grupo la presencia policial parece connotar estar dentro del territorio en cuestión, o directamente pertenecer a ese territorio, y este efecto se produce por varias cuestiones.
En principio, porque el lugar desde donde está tomada la fotografía es de mayor cercanía con los cuerpos y objetos que aparecen dentro del encuadre. Es decir, el lugar desde donde se toma la imagen produce el efecto de que es el fotógrafo el que está “dentro” de ese territorio. Esto resulta interesante si lo ponemos en relación con el análisis que hemos realizado en nuestros avances de investigación acerca de la construcción de la villa como escenario de violencia (Mastronardi, 2013). Allí mostré la modalidad de construcción del lugar que ocupaba el sujeto de la enunciación, en tanto el medio o el cronista aparecían como el narrador o la voz principal del relato y estos estaban directamente vinculados a la figura del viaje (Vázquez, 2010). Así, el cronista ingresaba en el mundo del otro, y generalmente se trataba de mundos peligrosos a los que se accede cruzando una frontera.10
La segunda gran diferencia que encontramos entre ambos grupos de imágenes es que mientras que en las primeras no aparecen cuerpos sino objetos (vehículo policial, reja, vehículo privado y chalet); en las segundas son los cuerpos (y la cercanía de los mismos) los que aparecen representados: varios policías armados, con cascos, escudos, y chalecos antibalas por un lado, mujeres, niños, jóvenes y hombres de la zona, por el otro. Es decir, mientras que en las primeras son los objetos los que connotan la posible relación entre dos tipos de sujetos (vecino de Acassuso y policía), en las segundas es la representación de los cuerpos en el espacio (especialmente su cercanía) la que parece connotar un específico tipo de relación: “el desembarco” de la fuerza policial en ese territorio. El cuerpo, entonces, en estas fotografías.
Finalmente, si nos abocamos a los epígrafes que estabilizan las imágenes, vemos que todos subrayan el significante “allanamiento” y especifican el lugar: la villa. Los epígrafes refuerzan así lo que pareciera ya la imagen misma denotar: una modalidad específica de presencia policial (“de intervención”), en un territorio específico (las villas, Puerta de Hierro, en este caso) y en relación a prácticas también específicas (la búsqueda de sujetos que han cometido ilícitos). Entonces lo que el análisis de las imágenes de estos periódicos en relación a la construcción de un caso de inseguridad nos muestra son las modalidades de marcación de determinadas geografías como peligrosas, la construcción de la idea de controlar esos territorios y a los sujetos que habitan en él, y los mecanismos a través de los cuales operan la instalación de un sentido común visual que colabora en la producción y reproducción de la criminalización de estas poblaciones.
Finalmente, cuando los sujetos que se señalan como los responsables de estos casos inseguridad aparecen visualizados en la prensa generalmente lo hacen en situaciones que son detenidos por las fuerzas de seguridad, con lo cual aparecen siendo trasladados, esposados y con alguna prenda de vestir cubriendo sus rostros. En este caso nos hemos encontrado con la publicación de dos fotografías que nos resulta importante analizar.
El 26 de octubre de 2008, La Nación titula: “Revelan como mataron al ingeniero”, con la siguiente volanta: “Inseguridad: las declaraciones de los imputados del homicidio de Acasusso”. Y las imágenes que se publican son las siguientes:
En ambas fotografías vemos a dos sujetos masculinos, mirando a cámara, vestidos con ropa deportiva, y portando armas. Los epígrafes refuerzan los significantes vinculados a la dimensión etaria de estos “jóvenes” y a la portación de armas: “Sospechoso de 18 años. El imputado, en una foto tomada con su celular, con una ametralladora marca UZI”; “Sospechoso de 16 años. Otro de los acusados, en una foto sacada con un celular, empuña un revólver calibre 22”. Esta operación de estabilización de los significantes visuales se articula con el sentido construido en la mayoría de los cuerpos textuales: se presenta a estos personajes como salidos de una película de gánsteres, haciéndose especial hincapié en sus niveles de peligrosidad y dando cuenta de cuan “pesados” son estos sujetos. Un claro ejemplo de ello es la tapa del 15 de noviembre de 2009 de La Nación que titula: “Hábitos y códigos de la banda que asaltó y asesinó al ingeniero: consumen ‘paco’ y ‘aceto’ una especie de cocaína rebajada que compran por catorce pesos (…) les gusta exhibir sus armas. Se sacan 28 fotos con sus teléfonos celulares posando con ametralladoras UZI, pistolas calibre 45 y revólveres calibre 22 (…) quince días antes del homicidio de Barrenechea, el menor identificado como B. fue apresado cuando robaba en una casa con un cómplice. Un juez de San Martín lo liberó” (La Nación, 15/11/08. Nota de tapa).
Una regularidad que encontramos tanto en los epígrafes de las fotografías analizadas como en el titular mencionado en el párrafo anterior, es que el medio hace un especial hincapié en una misma práctica: el hecho de que estos jóvenes se autorretraten con sus celulares, “posen” con sus armas, “se exhiban” a partir de la toma de imágenes con estos dispositivos. Frente a la foto de frente y perfil como modalidad de presentación de un “tipo” (en este caso del joven delincuente”), en términos de Penhos, frente al retrato como “imagen de una individualidad y una tipología” –como medio de identificación de un sujeto y, al mismo tiempo, como índices para identificar al grupo– (Penhos 2005: 51), nos encontramos con imágenes tomadas por los propios sujetos reforzando aquellos elementos que desde el discurso hegemónico los construye como sujetos peligrosos. Sin embargo, no es ello lo que aquí me interesa resaltar, sino más bien, y a modo de cierre, la necesidad del medio de subrayar esa práctica: se sacan fotos con sus celulares, “exhiben” sus armas, “se muestran” con ametralladoras. Es por allí donde seguiré complejizando el análisis de las imágenes de estos jóvenes, abriéndose la pregunta: ¿qué operaciones de captura/estabilización operan cuando son esos otros desviados, esos diferentes que aparecen clasificados y representados en el paisaje mediático, los que producen sus propias imágenes?
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Licenciada en Ciencias de la Comunicación y doctoranda en Ciencias Sociales (UBA). Actualmente se encuentra realizando su tesis doctoral sobre "Representaciones de la prensa argentina de jóvenes y territorios vinculados a la subalternidad y su relación con la configuración mediática de la(s) violencia(s) durante el período 2004-2014". También ha investigado sobre percepciones de personal penitenciario y gestión de la conflictividad carcelaria, y ha trabajado en la implementación de herramientas de resolución alternativa de conflictos al interior de cárceles federales. Integra el Núcleo de estudios sobre Estudios Culturales y Economía Política de la Comunicación (IDAES-UNSAM). barmastronardi@yahoo.com.ar
En los avances de dicha investigación (Mastronardi, 2011; 2013) mostré cómo los diarios La Nación, Clarín y Página 12 elaboran la figura del joven varón y pobre en relación a la violencia delictiva a partir del análisis de noticias, crónicas e informes especiales publicados en dicho período. Para ello indagué las formas de nombrar a estos sujetos, las prácticas que el medio les adjudica y los paradigmas a partir de los cuales son presentados (por ejemplo, el de la carencia donde las modalidades predominantes en la asignación de atributos son no, sin y des). Además, me centré en la descripción de algunas territorialidades que el medio construye como escenarios en los que sitúa y localiza a estos sujetos y, a partir de los cuales, elabora una serie de trayectorias y recorridos que fijan el sentido asignándoles determinadas posiciones en la jerarquía social. Así, encontré cuatro escenarios en los que los medios gráficos analizados sitúan a estos jóvenes: la villa, la calle, el Conurbano y el instituto de menores. A partir de ahí pude distinguir que, de acuerdo al anclaje territorial en cada uno de ellos, la construcción de los sujetos en los que se centra mi investigación no solo se volvía visible y se cristalizaba sino que, además, se particularizaba.
Dice Caggiano: “Utilizo visibilización para referirme a una puesta en agenda que articula lenguajes heterogéneos y en la cual tiene gran relevancia la palabra oral y escrita, reservando visualización para referirme particularmente al uso de imágenes”, (Caggiano, 2012:25).
Si bien las cifras publicadas se calcularon en base a los datos oficiales otorgados por la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, la notable diferencia entre ambas radica en el período seleccionado por cada periódico. Mientras que el porcentaje publicado por Clarín compara la cantidad de menores de entre 16 y 18 años que cometieron delitos durante los primeros 9 meses de 2007, con la cantidad de menores que lo hicieron durante el mismo período de 2008, La Nación toma como referencia el tiempo comprendido entre los años 2000 y 2007.
Esto se repite en la construcción de otro caso de inseguridad durante el año 2009, nos referimos al caso del camionero Daniel Capristo. Dice La Nación al respecto: “El asesinato del camionero Daniel Capristo, de 44 años, casado y padre de tres hijos, ocurrido anteanoche en Valentín Alsina, partido de Lanús, fue el detonante para el reclamo popular de unos 3000 vecinos (…) Capristo fue asesinado de 9 balazos delante de uno de sus hijos, cuando intentó impedir que un ladrón, de 14 años, le robara su Renault Clio en la puerta de su casa, en Florida 565” (La Nación, 17 de abril de 2009).
Es el caso, por ejemplo, del diario La Nación que incluye las noticias policiales dentro de su sección Información General hasta el año 2012. Según Focás (2013), a partir del año 2002, La Nación aumenta la incorporación de notas sobre delitos en esta sección evidenciando una mayor preocupación sobre el tema de la inseguridad, y como correlato, en el año 2012 funda una nueva sección denominada Seguridad. Asimismo, durante el año 2003, Clarín relanza su diseño incorporando el cintillo de Inseguridad en las secciones Policiales y La Ciudad (Marino y Rodríguez, 2007).
Según Calzado (2015), el caso Axel Blumberg – un joven de 23 años secuestrado y asesinado a fines de marzo del año 2004- inauguró un modo de interpelar a la ciudadanía, en tanto su padre, Juan Carlos Blumberg, se convirtió en un referente social, en una víctima portante de los reclamos masivos de la clase media y capaz de representar la voz de todas las potenciales víctimas de la inseguridad.
“al lugar que ocupa la muerte, pero en particular la muerte del hijo, percibida como brutal y sin sentido, muerte que es resignificada como una ausencia de comunidad (Murillo, 2008)
Según Rodríguez (2014), una de las formas más efectivas que encuentra el poder político para disminuir la sensación de inseguridad radica en la puesta en escena de la fuerza, lo cual conlleva a una progresiva militarización de las ciudades. “Cuando la ciudadanía tiene pánico, constatar que hay policías en el barrio o ver en cada esquina a un efectivo con handy en mano, inspira cierta sensación de protección” (Rodríguez, 2014: 4).
Lo que no será difuso es el sujeto sobre el que recaerá toda la maquinaria jurídico-penal que dicho reclamo pone en funcionamiento.
Entre los ejemplos que cité en aquel trabajo encontramos los siguientes: “Ubicada entre Pompeya, Patricios y Barracas, esta villa es la más peligrosa de la Capital. En 2008 hubo 62 asesinatos en la zona, la cifra más alta de la Ciudad. Aquí, un viaje a sus historias de sangre” (Clarín, 19/07/2009); “Cruzando en bote, la estructura de hierro del puente transbordador Nicolás Avellaneda es intimidante. La Isla parece un triángulo que avanza sobre el agua contaminada, turbia, del Riachuelo. Una herida que supura y parece no cicatrizar nunca” (Clarín, 15/03/09).