Gestión de la (in)seguridad y medios
Creencias, experiencias y comportamientos frente al delito
The Impact of Crime News on Crime Prevention Practices in Daily Life
Por Brenda Focás1
Los estudios del campo de la sociología del delito han tendido a tomar a los medios de comunicación como una variable más de análisis haciendo hincapié en las representaciones estereotipadas de los criminales, en especial del joven varón y pobre. Este artículo, basado en una investigación empírica con sectores medios de la ciudad de Buenos Aires, muestra que las interpretaciones de las noticias policiales varían y promueven distintos sentidos sobre la inseguridad, y las prácticas preventivas del delito. Para este análisis propongo, en primer lugar, posicionar a la inseguridad como un problema público y de preocupación cotidiana en la sociedad argentina. En segundo lugar analizar la gestión de la seguridad de los entrevistados en relación con las emisiones mediáticas y otras fuentes de información sobre el delito. Por último, reflexionar sobre los cambios en el régimen de visibilidad del tema tanto en la agenda mediática como publica.
Palabras claves: Gestión de la seguridad, noticias policiales, prácticas preventivas.
Field studies on sociology of crime have tended to consider the mass media as just another research variable with emphasis on stereotypical representations of criminals, especially that of young poor males from Buenos Aires suburbs. Based on empirical research on Buenos Aires city middle class sectors, this article shows that interpretations of crime news vary among people, and promote different meanings on insecurity and crime prevention practices. For this analysis I propose, firstly, to position insecurity as a public issue and a major everyday concern in Argentinian society. Secondly, to analyse crime safety management in relation to broadcasts in the media and other sources of information, in order to account for their impact on the speeches of respondents, and the interweaving with their experiences and behaviours. Finally, I intend to reflect on the changes in the regime of visibility of the issue both in the media and public agendas.
KeyWords: Crime Safety Management, Crime News, Crime Prevention Practices.
Recibido: 26/9/2016
Aceptado: 23/10/2016
El posicionamiento de la inseguridad como problema social se ha extendido en los últimos años, principalmente en América Latina y el Caribe, donde los datos objetivos y subjetivos del delito muestran disparidades, paradojas e incongruencias al intentar hacer análisis lineales. Este panorama, donde no hay una relación causal o directa amerita indagaciones que reparen en una configuración socio cultural del delito, ejercicios explicativos que trascienden la idea de que la preocupación por el delito creció sólo porque las tasas de ilícitos registraron aumentos significativos.
De hecho, en la actualidad se plantean una serie de interrogantes en la relación entre delito y desigualdad. Diversos estudios muestran que durante los años noventa el aumento de la desigualdad y del delito fueron a la par. Sin embargo, en Argentina la disminución de la desigualdad en el nuevo milenio no estuvo acompañada por un descenso similar del delito (Kessler, 2014). En algunos casos hubo reversión de la inequidad e incremento del delito de manera paralela, lo que plantea nuevos interrogantes en materia securitaria.
En los estudios de opinión pública, la inseguridad y el delito urbano estuvieron en la cúspide de las inquietudes ciudadanas durante toda la década de gobiernos kirchneristas, mientras que con el nuevo mandato de Mauricio Macri la inquietud descendió, en los primeros meses de gobierno, algunas posiciones frente a la preocupación por la situación económica2. Aún así, la inseguridad se configura en Argentina como un problema público de relevancia, lo que implica suponer la existencia de un modo de definir una situación como problemática en relación a la categoría inseguridad y la consiguiente demanda de soluciones a diversas instancias estatales (Galar, 2015).
En este artículo presento algunas aproximaciones acerca de las percepciones de la inseguridad que se configuran en relación con las emisiones mediáticas delictivas3. Específicamente, en estas líneas me centro en profundizar en el lugar de las noticias policiales en la gestión de la seguridad cotidiana. Para ello propongo, en primer lugar, posicionar el lugar de la inseguridad como problema público y preocupación cotidiana en la sociedad argentina. En segundo lugar analizar la gestión de la seguridad en relación con las emisiones mediáticas para dar cuenta de las modalidades que ocupan estos discursos del delito en los entrevistados y su imbricación con las experiencias, comportamientos y otras fuentes de información. Por último reflexionar sobre los cambios en el régimen de visibilidad del tema tanto en la agenda mediática como pública.
El posicionamiento de la inseguridad como problema público estable en al menos la última década, incide en las variadas formas de gestionar la seguridad cotidiana. En este artículo me centro en dilucidar los modos en que se generan ciertos consensos y creencias en torno a lo que Kessler denomina gestión de la seguridad. Se trata de acciones defensivas y elusivas, incorporación de dispositivos, adscripción a servicios con el objetivo común de lograr una sensación de control sobre las amenazas que se perciben, intentando encontrar un equilibrio entre las precauciones y el mantenimiento de prácticas cotidianas (Kessler, 2009:189). En especial, me interesa dar cuenta del lugar de los medios en las tácticas y estrategias preventivas que implementan los sujetos para paliar su sentimiento de inseguridad. Dicho de otro modo, gestionar la seguridad cotidiana implica el uso de estrategias preventivas para evitar ser víctima del delito. Prácticas elusivas, como evadir algunas zonas consideradas peligrosas, restringir salidas en ciertos horarios, optar por un camino en lugar de otro. También la implementación de estrategias defensivas, vinculadas con la instalación de dispositivos como alarmas, cámaras, rejas o contratación de servicios de vigilancia. Tanto las acciones (individuales y colectivas) como los dispositivos operan sobre el sentimiento de inseguridad y delinean nuevas formas de moverse por el entramado urbano.
En líneas generales, algo se considera riesgoso cuando implica la posibilidad de irrumpir en lo personal o social y de transformar la vida cotidiana de forma negativa. Si existen riesgos, debe haber prevención y en ese sentido, Castel señala la paradoja que asume la inseguridad en las sociedades contemporáneas. Cuantos más riesgos existen, más aumenta el sentimiento de inseguridad con respecto al futuro, y más incontrolable aparece el porvenir y más temor suscita. Sin embargo, es necesario contextualizar, ya que los riesgos y sus temores asociados no son los mismos hoy que hace cincuenta años. “El riesgo y la inseguridad son, como se dice, construcciones sociales que por consiguiente se definen y se viven en configuraciones históricas, sociales y políticas particulares que hay que considerar por ellas mismas” (Castel, 2013: 34).
Desde esta perspectiva resulta de interés el concepto de riesgo de Douglas (1987) que considera el contexto cultural y social en el cual éste es interpretado y negociado y rechaza la idea de que los sujetos realizan cálculos racionales en relación a sus consecuencias. Entonces, ¿cómo se configuran las percepciones de lo inseguro y lo riesgoso? ¿Dónde reside el otro peligroso? Para reflexionar sobre estos interrogantes, resulta fructífero el concepto de dangerizacion que se define como la tendencia a percibir y analizar las categorías de las sociedades actuales a través de la amenaza tanto en la preocupación por la calidad de los alimentos como en la seguridad (Lianos y Douglas, 2000). Pero también, esta noción se aplica a la vida cotidiana en tanto tendencia de ciertos grupos sociales a escanear y a evaluar los espacios públicos y privados en términos de potenciales sujetos amenazantes.
Para los entrevistados de sectores medios que participaron de la investigación, el riesgo constituye uno de los pilares fundamentales en torno a los que organizan sus rutinas, en tanto experiencias de incertidumbre. Lejos de un cálculo racional, el riesgo a ser víctimas del delito aparece como aleatorio y moralmente inaceptable, por lo que genera diversos sentimientos, como indignación, tristeza o ira, así como cambios en los comportamientos preventivos. De lo que se trata, en definitiva, es de gestionar el riesgo: a partir de acciones, prácticas o la incorporación de dispositivos, el objetivo será disminuir las posibilidades de ser blanco del delito, y de ese modo, reforzar un sentimiento de seguridad mayor que permita moverse con relativa tranquilidad. Un punto de inflexión en los relatos de los entrevistados es acerca de la transformación de la experiencia urbana, como un espacio que hay que transitar con cuidados constantes, no distraerse, tomar precauciones, incorporar en la rutina diaria ciertas medidas de prevención. Todo sirve para minimizar las posibilidades de ser víctima del delito. Este discurso, recurrente en quienes participaron de esta investigación, se condice con el paradigma situacional en materia de seguridad. La táctica situacional y ambiental, hace referencia a la necesidad de reducir las oportunidades del delito en las víctimas (actividades rutinarias) y de los estímulos a los victimarios (elección racional) que pueden proveer los espacios o sitios proclives a la realización del crimen (diseño urbano)4.
En la lógica del aseguramiento se consolida un nuevo paradigma según el cual vivimos en una sociedad donde existe una masa indeterminada de riesgos que puede ser manejada y predecible en algún grado, el delito es un riesgo más en las grandes metrópolis, imposible de erradicar, pero posible de prevenir. En este sentido, O´Malley define como prudencialismo a la lógica que impone al individuo la responsabilidad de administrar los riesgos que experimenta: los ciudadanos tienen que ser prudentes; ellos mismos deben protegerse contra las vicisitudes de la enfermedad, el desempleo, incluso el delito. Este enfoque que responsabiliza a la víctima se condice con la desinversión del Estado en materia de seguridad, y la privatización de la misma a través del mercado. La comunidad también asume responsabilidades en las tareas de control y en este proceso, “la seguridad se transforma en responsabilidad de individuos privados a quienes a través de la persecución del propio interés y liberados de la debilitante confianza del estado para proveerla, participarán en la creación de un nuevo orden” (O’ Malley, 2006: 85). En Argentina, en un contexto con tasas de hechos delictuosos relativamente estables pero con porcentajes altos de miedo al delito, la gestión de la inseguridad se convierte en un tema importante tanto en campañas electorales como entre las prioridades de investigación en ciencias sociales.
Entre los actores propietarios del problema de la inseguridad se destacan los medios de comunicación. Entendemos a la propiedad, siguiendo a Gusfield (2014), como aquella capacidad de ciertos actores de establecerse como “enunciadores privilegiados” en relación a un tema o problema. En esta dirección, estudios recientes sugieren que la comprensión de la inseguridad debería incluir particularidades acerca del rol de los medios de comunicación como “responsables” o “posibilitadores” del fenómeno (Kessler, 2009; Sozzo, 2011; Vilker, 2011). En consonancia, distintas investigaciones muestran que en los últimos diez años hubo un aumento (en cantidad y espacio) de la representación mediática del delito, tanto en los medios gráficos como audiovisuales (Martini, 2009; Vilker, 2007; Calzado, 2015). El crecimiento cuantitativo fue acompañado por una transición cualitativa: la noticia policial tradicional se ha convertido en “noticia de inseguridad” y adquiere nuevas características: generalización (“todos estamos en riesgo siempre y en cualquier lado”), fragmentación (un relato episódico de cada hecho, sin el contexto ni las causas generales), una creciente centralidad en las víctimas, la apelación a “olas o modas delictivas” y una figura que se repite como objeto de temor, el delincuente joven varón y pobre. Este cambio en el sistema de representación del delito retroalimenta la intensa sensibilidad social frente al tema.
En este panorama, resulta interesante la pregunta por la incidencia de las emisiones mediáticas delictivas en la gestión cotidiana de la seguridad. La literatura muestra que la incidencia de estas emisiones varía y que los sujetos muestran un claro agenciamiento en torno a los usos y sentimientos que generan estos discursos. Estudios realizados en otros países encuentran que las emisiones con contenidos delictivos, como series de ficción o realities shows de policías, ejercen la función de enseñar a las audiencias cómo prevenirse, alertar sobre zonas inseguras, y educar sobre distintos temas como la pena de muerte, o la portación de armas para defensa personal (Holbert et.al., 2004; Grabe and Drew, 2007; Banks, 2005). Otros estudios muestran que las series ficcionalizadas (crime drama) son utilizadas por las mujeres para aprehender estrategias defensivas frente a un ataque criminal. Estas emisiones les facilitaban estrategias sobre cómo defenderse en ciertas situaciones, es decir, los medios brindaban información y oportunidades para pensar situaciones de defensa personal a través de representaciones realistas, como pueden aparecer en series de ficción, realities shows, o en las reconstrucciones que realizan los noticieros (Reiner et.al., 2001; Custers y Van den Bulk, 2011).
En el próximo apartado analizo, a partir de un trabajo empírico local, las relaciones que se establecen entre las prácticas preventivas del delito y los medios de comunicación. Para ello, realicé un amplio trabajo de campo con sectores medios de tres franjas etarias (jóvenes, adultos y adultos mayores), en el que utilicé noticias policiales a modo de disparadores audiovisuales5. Se trata de relatos en donde hay patrones comunes que permiten el agrupamiento de aquellos que se asemejan entre sí y se diferencian de los demás en torno a la incidencia de las noticias en la gestión cotidiana de la inseguridad.
Beatriz vive sola en un departamento en el barrio de Villa Urquiza y el delito en un tema muy presente en su vida cotidiana: evita salidas nocturnas, reemplazó la puerta de entrada por una blindada y escucha los consejos de sus hijos y de los periodistas para saber cómo estar prevenida. La mujer se autodefine como “víctima potencial de la inseguridad”, debido a su edad y a su condición de “sola”. “Me gusta estar informada de todos los temas, en el diario releo muchas de las noticias policiales que ya escuché en la radio. Por la tardecita soy asidua televidente de Canal 13 y TN”, dice. Aunque manifiesta, en general no sentir temor cuando transita por su barrio, mantiene ciertas tácticas para sortear situaciones que considera de riesgo:
Yo me doy cuenta… por el aspecto, por la ropa que usan. Son pibes jóvenes, que se nota que no son del barrio, que van con campera, mirando todo, relojeando. Estoy con todas las luces como para no caer. Y a veces en el noticiero te hablan de un caso y te avivan un poco sobre cómo conducirte vos. Entonces cuando veo un grupo de pibitos, pongo actitud cuando paso, hago una cara rara, no me achico, como diciendo “a mí no me vas a tocar”, porque sino soy candidata a que me roben.
Este testimonio revela la relación entre inseguridad y gestión de vínculos, presente en distintos espacios, y que muestra ciertas tácticas que desarrollan los sujetos para enfrentarse con situaciones que consideran riesgosas. A la vez, la construcción de “perfiles” de individuos asociados con “factores de riesgo”6 (Castel, 2013:38) lleva a que la potencial amenaza se convierta en un criterio legitimo para evitar al otro, para impedir que se acerque y para mantenerlo lo más alejado posible. Encontrarse en el entramado urbano con una persona o grupos identificados como “peligrosos”, obliga a desplegar ciertas tácticas para salir ileso. Si se demuestra temor, el otro se exhibirá amenazante, si se impone respeto, su intencionalidad disminuirá. Se describe así un conocimiento sobre el delito que trasciende lo meramente racional, para poner en escena sentimientos, reacciones, y posicionamientos corporales. En esta suerte de negociación interpersonal los sentimientos son una de las formas de regular las distancias con los otros y desactivar un eventual peligro (Kessler, 2009:213). En este caso, para la entrevistada, prevalece la creencia de que si finalmente no le robaron fue por su actitud imponente, y no porque quizás no era la intención de los jóvenes atacarla. Por otro lado, dentro de las estrategias elusivas, algunas se vinculan con movimientos destinados a eludir el delito. Para Beatriz, es importante mantener ciertas precauciones generales como prepararse de manera diferente cuando sale del barrio:
Cuando salgo a un lugar medio dudoso fuera del barrio o que no conozco del todo bien trato de no llevar cartera, o que no esté muy a la vista. También guardo en la plata encima en algún bolsillo interno. Además me pongo zapatillas, no salgo ni con tacos, ni con zapatos. Por las dudas, porque pienso que no sé cómo voy a reaccionar si pasa algo, y si tengo que correr voy a estar más preparada.
Con matices vinculados a la edad, la preocupación por el avance del delito forma parte de la vida cotidiana de los sujetos, y en ese sentido es primordial la gestión de la propia seguridad. En otros, los cambios reposan en las acciones del propio cuerpo, en prácticas que se incorporan a partir de la irrupción de la narrativa mediática que marca un punto de inflexión en la vida cotidiana. Es el caso de Irene, tiene una hija de 10 años y es ama de casa. Relata que mientras vivía en departamento no tenía temor, pero ahora que se mudaron a una casa en Villa Urquiza mantiene ciertas precauciones. Uno de los momentos más temidos por la familia es cuando tienen que entrar el auto. Cada noche, cuando su marido llega de trabajar se repite el ritual: dar vueltas alrededor de la cuadra hasta certificar que no haya ningún “sospechoso” cerca, salir a abrir el portón, y luego esperar ese minuto eterno hasta que el auto termina de acomodarse en el garaje y el portón queda finalmente cerrado. Hace poco tiempo, luego de enterarse que robaron en una casa de la cuadra, agregaron una nueva táctica: tener en la mano el teléfono con el 911 ya marcado, listo para disparar el llamado de auxilio policial en caso necesario.
A Irene le gusta mirar los canales de noticias 24 horas, especialmente C5N y leer los domingos el diario Clarín que recibe por suscripción. También se entretiene con los programas magazines de la noche, que aclara que no son solo de “chimentos” de la farándula, sino que hay “debates políticos”. Suele mirar poco los temas policiales, pero confiesa que hace poco un caso la impactó: el de Gastón de Miramar, un niño de 10 años que fue asesinado cuando entraron a robar a su casa, y se especula que el motivo fue que reconoció a los delincuentes. Este caso, la llevó a cambiar algunas de sus prácticas cotidianas:
El caso de Gastoncito fue terrible para mí, me traumó, de solo imaginarme al nene tan chiquito… aparentemente el ladrón era conocido de la familia y no esperaba encontrarlo en la casa. Antes de ese caso no lo había pensado como una posibilidad, y dejaba sola a mi hija de diez años cuando me iba a hacer un mandado acá cerca. Pero ahora no la dejo más, pienso todo el tiempo en lo que le pasó a ese chico y me la llevo a todos lados.
Es interesante observar aquí cómo los medios provocan un “riesgo insospechado”, ya que suman más miedos al mostrar casos que la persona no consideraba en el universo de lo posible hasta “verlo o escucharlo en las noticias”.
También para Ricardo consumir tantas noticias de inseguridad tuvo como resultado la consolidación de un sentimiento generalizado de sospecha preventiva. Los domingos suele leer el diario La Nación, y mira el canal de noticias TN y el noticiero Telenoche. En radio suele escuchar a Nelson Castro, a Fernando Bravo y María O´ Donnell en Radio Continental. A sus 83 años, se lamenta porque considera que “perdimos calidad de vida”, y piensa que en cualquier momento puede ser víctima de un robo. Vive con su mujer, y hace poco decidieron blindar la puerta de entrada para dormir “un poco más tranquilos”. En ese respecto, comenta algunas situaciones de riesgo que vive cotidianamente:
Cuando llaman al portero y dicen que son de Metrogas, vos decís ¿Son de Metrogas? Y yo tengo que abrirles para que miren el medidor, porque no hay portero, entonces bajo, lo miro y si le veo pinta que es de Metrogas o de la luz le abro, sino no. Lo mismo cuando llaman o vienen de un censo o de una encuesta, vos ya desconfías. Yo no sé quiénes son, igual que cuando me llaman para venderme algo (...) Entonces lo que pasa con todo lo que escuchas en los medios, es que empezás a desconfiar de muchas cosas que antes no desconfiabas. La gente antiguamente tocaba el timbre, abrías la puerta y hasta le decías que pase. Ahora a nadie se le ocurre hacer eso, perdimos calidad de vida.
Estos riesgos insospechados que suman los medios, tienen su asidero en lo que Lianos y Douglas (2000) denominan “presunción generalizada de peligrosidad”, es decir, una tendencia a percibir y analizar las categorías de las sociedades actuales a través de la amenaza (Kessler, 2009). Se trata de una tendencia que prevalece en el mundo contemporáneo que consiste en escanear y evaluar los espacios públicos y privados en términos de potenciales sujetos amenazantes. En el relato de Ricardo, se evidencia esta suerte de “sospecha generalizada” a la que se enfrenta cada vez que vienen los empleados de Metrogas y tiene que abrirles para que trabajen con las mediciones del gas. En la simple expresión de “si le veo pinta que es de Metrogas o de la luz le abro”, se juegan estereotipos sociales arraigados en torno a ciertos estigmas por los cuales decidirá abrir o no la puerta de entrada.
A lo largo de la conversación el entrevistado deja entrever la vinculación que establece entre el avance del delito y cierta degradación moral, que se condice con una situación de abandono generalizada, el deterioro en el barrio, las calles pintadas con graffities y la basura tirada en las esquinas. “Se perdió calidad de vida en todo sentido, vos ves las calles sucias, la gente que no le importa nada, casas abandonadas, en fin, todo hace a que el día a día sea más inseguro”, dice. El delito, el desorden y el orden social están relacionados con valoraciones y significaciones hacia el crimen y que por tanto, no operan mediante una respuesta racional frente a los riesgos percibidos, tal como postula Douglas. Más bien, el delito funciona como un símbolo que expresa otros problemas, conflictos, inseguridades y ansiedades relacionadas a su vida cotidiana, a sus vínculos interpersonales, su estatus social, su lugar en el mundo y el sentido que le dan a problemas que están fuera de su control (Lupton, 2006). Gestionar la seguridad implica desde acciones individuales hasta colectivas, que tienen como prioridad implementar medidas preventivas para evitar ser víctimas del delito.
Los entrevistados tienen variadas formas de interpretación de las noticias, y a la vez estas narrativas inciden (cuando lo hacen) de maneras disimiles en comportamientos o acciones. Por caso, Noemí vive con su marido en un PH en el barrio de Saavedra, sus hijas ya mayores se fueron hace pocos años de la casa. Para ella, la seguridad es un tema recurrente de preocupación, y a pesar de tener 52 años, dice que hace mucho tiempo que dejó de salir de noche por temor a los robos. En algunas ocasiones especiales, aclara, sale a cenar con su marido, que mide 1,90 de altura, y esa característica le otorga cierta sensación de seguridad. El barrio cambió mucho en el último tiempo, y ahora “hay que caminar con cuatro ojos”, porque de repente hay gente extraña, “caras desconocidas”. Agradece la presencia de la policía metropolitana en la esquina de su casa, aunque se queja porque el efectivo se queda solo “hasta las diez de la noche”. Se informa con el canal de noticias TN y también a veces mira el programa de la televisión pública 6,7,87, para escuchar un poco “las dos campanas”. Sobre sus prácticas preventivas, relata algunas particularidades en torno a la incorporación de medidas elusivas a raíz de la información mediática delictiva:
Mirá, vos te vas a reír, pero nosotros lo vimos en Cámara de seguridad8, viste… en un programa que estaba en América, resulta que para robar un auto los ladrones se habían subido a un árbol, y cuando llegaba la persona te caían del árbol, como monos, caían del árbol y ahí te agarraban, y te sacaban el auto obviamente. Entonces una de las cosas que hacemos ahora con mi marido es, antes de subir al auto, no solamente mirar a todos los costados y atrás, sino también mirar para arriba a ver si en el árbol hay alguien escondido.
Nuevamente en este ejemplo los medios suman nuevos riesgos, o riesgos insospechados, como para Noemí el hecho de que un delincuente esté escondido arriba de un árbol. Este testimonio además deja traslucir el rol de los medios de comunicación en la gestión cotidiana de la seguridad, en tanto discursos que se interrelacionan con otras fuentes de información y configuran ciertos sentidos sobre la inseguridad en la entrevistada.
Uno de los pilares de su sentimiento de inseguridad se basa en los cambios en la fisonomía del barrio, con nuevas construcciones y movimiento de “personas extrañas”. Relata que la casa contigua a la suya fue demolida y allí hicieron varios dúplex que alquilan, entonces, ellos “tuvieron que levantar la medianera”, para sentirse más seguros. La reconversión edilicia configuró una zona comercial, y por lo tanto aparecen “caras desconocidas” en el barrio:
En la esquina de casa había un almacén antiguo de esos de hace 100 años, viste, El Cantábrico se llamaba. Cuando falleció doña María pusieron un Rapipago entonces te imaginás que ahí está lleno de gente nueva, caras no conocidas. Así como se llena de gente, cada dos por tres tienen problemas… creo que ya fueron asaltados tres veces, la última vez fue la semana pasada. También justo al lado hay una casa, que bueno el hombre se fue a México por trabajo y quedó la nena, que ya no es tan nena, tiene 26 años, pero bueno se fue a trabajar y cuando llegó encontró la casa revuelta, le sacaron todo.
Esta presunción generalizada de sospecha a priori atraviesa los distintos grupos etarios. Los más jóvenes también muestran una desconfianza generalizada al transitar por la calle y reproducen ciertos estigmas sobre las clases peligrosas.
Augusto vive en una casa de Saavedra junto a sus padres y tres hermanos. Con 29 años trabaja en una casa de comidas rápidas y dice que le gustaría estudiar pero “no le da el tiempo”. Le gusta mirar noticias policiales en C5N y en Crónica TV porque “son más divertidas" que en los demás canales. Hace poco notó que sus padres intensificaron algunas medidas preventivas como rejas en algunas ventanas, un cartel de monitoreo ficticio y en la cuadra quieren contratar una garita de seguridad. “Los vecinos se quejan porque la cuadra está poco iluminada, hay más robos y también porque hay zonas que se inundan, pero los políticos nunca hacen nada”, dice. Para su familia, cuenta, el principal problema son “las villas” porque “esos chicos no tienen educación los crían así y no hay mucho por hacer”. De este modo relata cómo gestiona su seguridad en el día a día:
Yo sé por dónde andar, camino sin mirarlos y eso hace que los pibitos de la villa no se fijen en mí. Vienen de la General Paz para allá, ya uno se da cuenta que no son del barrio. Los ves venir, en grupitos, bardeando, con una birra, la gorrita, el jogging, y bueno depende la hora evalúas, cambias de camino, cruzas de vereda, hay que estar atento.
Las estrategias muchas veces pasan por el propio cuerpo: no mostrarse temeroso, cruzar de vereda, seguir caminando. Se trata de cartografías para decidir trayectorias, orientaciones sobre las formas de moverse en el barrio y en la ciudad. La sospecha se instala sobre el estereotipo social del victimario, el joven varón y pobre. Así los barrios precarizados, las villas de emergencia cercanas, aparecen asociadas como territorios de lo inseguro, y señaladas como los lugares de “donde vienen los delincuentes”. La ciudad es segmentada y se señalan zonas peligrosas, se construyen cartografías del medio y se despliegan “manuales de supervivencia urbana” a base de las mismas (Segura, 2009). Recapitulando en las prácticas elusivas, como evadir algunas zonas consideradas riesgosas, restringir salidas en ciertos horarios, optar por un camino en lugar de otro, inciden los medios de comunicación. Por un lado por imitación, al incorporar determinadas medidas preventivas a raíz del desenlace de un caso o porque lo muestra una cámara de seguridad. Los medios contribuyen a estigmatizar personas o grupos identificados como “peligrosos”, en especial el joven varón y pobre. Pero a la vez, contribuyen a cierta sensibilización frente a los riesgos al promover una presunción generalizada de peligrosidad, lo que matiza un poco la idea del joven varón y pobre como único delincuente. Las noticias condensan sentidos en torno a la desidentificación relativa de las figuras que generan temor (Kessler, 2009), es decir que los delitos pueden ser cometidos por cualquier persona y por eso es menester sostener cierta sospecha generalizada al moverse por el entramado urbano. Por último, las noticias de inseguridad suman “riesgos insospechados”, situaciones delictivas que las personas no consideraban hasta verlo o escucharlo en los medios, y que luego incorporan dentro del abanico de posibilidades.
En los últimos veinte años, el crecimiento de dispositivos preventivos del delito ha sido sideral: alarmas satelitales, alambrados, rejas, sistemas de monitoreo, botones antipático y seguridad privada son algunos ejemplos de un mercado que crece. Según la encuesta de victimización de la ciudad de Buenos Aires de 2007, el 61 % de los hogares tenía al menos un dispositivo de seguridad: el 12 % declaraba tener alarmas, el 5,3 % vigilancia, el 6,3 % cámara de seguridad; el 40 % rejas, el 31,5 % cerraduras especiales, y el 20,6 % perros guardianes. Se observa un proceso complejo de mercantilización de los servicios de protección y vigilancia privada que se articula de múltiples formas con las agencias policiales públicas. En los últimos años, estos servicios han tendido a generalizarse en todos los ámbitos de la actividad social, principalmente en los sectores medios y altos9.
Los dispositivos de prevención varían según la clase social de donde provienen sus entrevistados. Para los más pobres, la estrategia posible es el encierro en las casas -sobre todo de los chicos mientras los padres trabajan-, la organización familiar para evitar salir a ciertas horas o recorrer determinados lugares y hasta la negociación con los vecinos peligrosos. Para los que tienen más recursos, hay dispositivos que permiten tercerizar de algún modo la gestión de la seguridad: alarmas, perros, seguridad privada en casas, restaurantes y colegios privados, cámaras o taxis controlados por radio llamadas (Bergman y Kessler, 2008). En el ámbito académico, los estudios criminológicos difieren acerca de si el uso de dispositivos de seguridad sirve para atenuar el sentimiento de inseguridad o si por el contrario su mera presencia aumentaría la sensación de estar en un lugar potencialmente peligroso. En relación con la gestión de la inseguridad, Kessler propone que los dispositivos contribuyen a lograr una mayor sensación de seguridad cuando pueden ser incorporados en la vida cotidiana, en las acciones más habituales y naturalizadas, como conectar la alarma antes de salir, o una luz fotoeléctrica que se enciende sola en la oscuridad. “Por el contrario, cuando los implementos tienen una extrema presencia incrementan el temor, o por lo menos, recuerdan en forma constante la existencia de peligros” (2009: 197).
Ahora bien, ¿cómo inciden las noticias en la implementación o no de ciertos dispositivos de seguridad?, es decir, ¿qué tecnologías y prácticas de prevención del delito incorporan los sujetos a su vida cotidiana en relación con la información mediática del delito?
A partir de esta pregunta, encuentro que los medios funcionan como un doble indicador. Por un lado, algunos de los entrevistados reconocen adoptar dispositivos o imitar prácticas preventivas de las noticias policiales. Muchas de ellas tienen que ver con la incorporación de tecnologías de la protección a raíz del desenlace de un caso, o porque se muestra en un informe periodístico e incluso por recomendación de los propios presentadores o movileros de los noticieros. También hacen referencia a las columnas de opinión de los diarios, o sus versiones online, y las cartas de lectores, en las que alguna víctima cuenta su experiencia. A la vez, tal como muestran los testimonios, es común que se referencie un caso mediático para explicar los cambios en las medidas de precaución que implementaron en su vida cotidiana.
Entre los primeros casos, se puede ubicar a Natalia de 40 años, que vive junto con su pareja en un departamento del barrio de Villa Urquiza. Es diseñadora gráfica y trabaja muchas horas fuera de su casa por lo que dice sentirse insegura cuando regresa tarde. Su relación con los medios es distante, mira los noticieros por la noche, generalmente Vision 7, y a veces chequea los portales “para enterarse de la economía, pero también de los policiales”. Hace poco la reiteración de noticias sobre violaciones en una zona cercana a su casa la conmocionó al punto que decidió implementar nuevas prácticas disuasorias:
Cuando me enteraba de esas noticias me daba mucho miedo estar en mi casa por lo que aparecía en los medios. Es más, en ese momento fue cuando pusimos rejas en las ventanas, porque uno de los violadores había entrado a un departamento por ahí. Mientras estaba en mi casa ni levantaba las ventanas. Mi marido me decía que era una exagerada, pero yo le decía “violaron a dos pibas acá a la vuelta, ¿por qué no me puede pasar a mí?”
Para la entrevistada parece haber una amplificación entre ver la noticia sobre un hecho que sucede en su barrio y las medidas de seguridad que luego adopta. Estas características denotan un miedo más clásico, que tiene lugar cuando hay cercanía geográfica, ya que las fronteras entre lo que efectivamente le sucedió a uno y lo que dicen los medios que le pasó a un vecino se desdibujan.
En el periodo en que se realizó la primera parte de las entrevistas una noticia tuvo gran resonancia debido a las particularidades que presentó el caso. Se trató del robo en la vivienda de un conocido periodista, apodado Baby Etchecopar, en el barrio de San Isidro, que en ese momento se encontraba junto con su familia. El conductor se defendió con un arma que guardaba en su mesa de luz, mató a un ladrón e hirió a otro. Su hijo, que también se defendió con un arma, fue baleado e internado de urgencia. Más allá de la gran repercusión que tuvo este caso, el tema disparó polémica. Para Federico, que en el capítulo anterior mostraba una mirada fatalista frente al tema de la inseguridad, el caso le sirvió para pensar en la posesión de armas para uso personal:
Lo de Baby lo comenté mucho porque es un tipo que me da rechazo. Habló siempre de más en la radio, decía si encuentro a un negro en mi casa lo mato. Con mi familia comentamos que era una locura estar armado, que siempre se termina mal, como quedó demostrado en este caso. Creo que él inventó todo, que disparó porque quiso, porque tenía el arma, y los medios le dieron mucho lugar para mostrar la inseguridad de los que viven en zona norte, pero el tipo mató a una persona (Federico, 46 años).
En otros casos, la mirada no es tan rigurosa, pero se cuestiona el uso de armas como defensa personal:
Es polémico lo de Baby porque uno piensa es bárbaro lo que pudo hacer, zafó, y pudo matar a un ladrón, unos hijos de puta que iban a armados. Pero después vivir sabiendo que mataste a alguien, tenés que tener una personalidad muy fuerte. Yo no podría, prefiero no tener armas en casa, me parece que es más peligroso tenerla (Carlos, 50 años).
La noticia de inseguridad que mantuvo a los medios en vilo durante al menos dos semanas, sirvió para debatir sobre el uso de un dispositivo particular y sobre la posibilidad de hacer justicia por mano propia. Algunos casos mediáticos desencadenan procesos de conformación o de activación de públicos con capacidades de crítica, de reivindicación, de denuncia y de movilización, como sostiene Schillagi (2011).
En esta investigación, más de la mitad de los entrevistados hizo referencia a esta noticia a la hora de evaluar los riesgos y beneficios de tener un arma en la propia casa. A la vez permitió reflexionar sobre las consecuencias de matar a un delincuente, como explica Juan, un contador vecino de Villa Urquiza:
Y te digo la verdad, yo lo estaba pensando el tema, ¿no? La posibilidad de tener un arma como defensa, al menos para amenazarlos si te entran. Pero después de enterarme de lo que le pasó a ese periodista me arrepentí, puse las cosas en la balanza y creo que tengo más posibilidades de perder la vida si yo estoy armado, como que ellos no la van a pensar mucho.
Así, lo que se escucha o se mira en las noticias funciona en forma disuasoria, se trata de consensos sobre ciertos temas que se configuran por distintas fuentes de información como redes sociales interpersonales, experiencias e información mediática.
Estudios realizados en otros países también encuentran que las emisiones con contenidos delictivos, como series de ficción o realities shows de policías, ejercen la función de enseñar a los públicos, modos de prevención, alertar sobre zonas inseguras, y educar sobre distintos temas como la pena de muerte o la portación de armas para defensa personal (Banks, 2005; Van den Bulk, 2004). En algunos casos incluso, las series de ficción inciden más que los noticieros en cuanto al uso de medidas preventivas frente a ciertas situaciones como casos de ataque sexual en la vía pública, o un robo a mano armada (Grabe and Drew, 2007). Otros le reservan un papel importante a la incidencia de los realities de policías tanto en la consolidación de una imagen estereotipada del criminal como en la configuración del sentimiento de inseguridad (Holbert et.al., 2004).
En síntesis, las percepciones acerca de los dispositivos de seguridad que se construyen, confrontan o refuerzan a partir de los casos mediáticos, que son recibidos por los entrevistados de diferentes modos. Tanto por acción o por omisión, los sujetos toman las narrativas mediáticas para evaluar la potencialidad de su propio riesgo, y a partir de ese cálculo, optan por incorporar o no los dispositivos de seguridad que consideran más propicios para minimizar las posibilidades de ser blanco del delito, y a la vez, atenuar su sentimiento de inseguridad. A la función informativa, de algún modo clásica de los noticieros, se le agrega un rol “pedagógico”: los sujetos perciben riesgos que no conocían o no imaginaban, adquieren elementos para debatir pros y contras de las medidas de seguridad, construyen o refuerzan creencias sobre el delito. Este trabajo de reflexividad periódica sobre la gestión de la inseguridad, se aleja de una dimensión ligada al pathos de los medios, es decir, a las reacciones emocionales que provocarían sus emisiones para acercarse a una correspondencia con un nivel que es, de algún modo, más racional10.
En una coyuntura signada, durante el periodo de la investigación, por el posicionamiento de la inseguridad como principal preocupación ciudadana, el punto de partida consistió en cuestionar miradas que se limitaban a señalar a los medios de comunicación como únicos responsables en la generación de temores sociales y en el aumento del sentimiento de inseguridad. En este sentido, esta investigación se alejó del mediacentrismo11 que postula que el sentimiento de inseguridad se reduce a una cuestión de efectos en las percepciones y comportamientos ciudadanos. Al contrario, intenté darle un enfoque amplio que implicó el cruce de distintas dimensiones de análisis y un extenso trabajo de campo, con el fin de dilucidar el lugar de las noticias de inseguridad en el entramado de experiencias, comportamientos, sentimientos y creencias sobre el delito. Desde esta perspectiva, indagué en el consumo de la información mediática sobre el delito, en tanto una de las dimensiones donde se puede analizar la construcción de la inseguridad como un problema de preocupación cotidiana. Mi inquietud está vinculada al modo en que los sujetos interpretan estas noticias y la relevancia que tienen en su gestión de la seguridad. A partir de allí la investigación recorrió las tensiones en torno al modo en que la información mediática de la inseguridad se imbrica en la vida cotidiana de los sujetos y con las distintas formas de percepción, de clasificación de la información, de interés cognitivo, y de credibilidad en los medios cuando representan al delito.
Los estudios del campo de la sociología del delito han tendido a tomar a los medios de comunicación como una variable más de análisis haciendo hincapié en las representaciones estereotipadas de los criminales, en especial del joven varón y pobre del conurbano bonaerense. A la vez infieren que las narrativas mediáticas del delito causan temor en los sujetos que las consumen. La investigación, en cambio, muestra que las interpretaciones de las noticias varían y promueven distintos sentidos sobre la inseguridad, y las prácticas preventivas del delito. Especialmente, los testimonios evidencian que las noticias de inseguridad colaboran en consolidar creencias sobre riesgos generales e insospechados. Es decir, estas narrativas inciden en consolidar un manto de sospecha generalizado en torno a los sujetos considerados posibles de delinquir. Así, es interesante advertir que, al mismo tiempo que la producción noticiosa promueve estereotipos de victimarios, los medios contribuyen a cierta sensibilización frente a los riesgos al promover una “presunción generalizada de peligrosidad” (Lianos y Douglas, 2000), lo que matiza un poco la idea del joven varón y pobre como único delincuente, tal como ha mostrado Kessler (2009). Las noticias condensan sentidos en torno a la des-identificación relativa de las figuras que generan temor, es decir, los delitos pueden ser cometidos por cualquier persona y por eso es menester mantener cierta sospecha generalizada al moverse por el entramado urbano.
A la vez, en esta investigación se advirtió que las noticias de inseguridad promueven "riesgos insospechados", es decir suman más miedos al mostrar riesgos que la persona no consideraba en el universo de lo posible hasta verlo o escucharlo en los noticieros. Estos riesgos insospechados tienen su asidero en distintos relatos de los entrevistados que muestran los modos en que los discursos mediáticos del delito inciden en la gestión de la seguridad. Las noticias funcionan como una experiencia indirecta, que, a partir de la mediatización de los casos, inciden en las medidas de precaución que toman los entrevistados con el fin de evitar ser víctimas del delito. Por lo tanto, suponer que los medios sin más promueven una "sensación de inseguridad" y ponen en circulación modelos de jóvenes criminales estereotipados no logra dar cuenta de la complejidad de las apropiaciones de sentido que realizan los sujetos en torno a un tema de gran preocupación cotidiana.
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Doctora en Ciencias Sociales, Magister en Comunicación y Cultura y Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. Becaria postdoctoral (CONICET-UNSAM). bfocas@gmail.com.
Por ejemplo, la encuesta de la consultora Grupo Opinión Pública muestra que en junio de 2015, 81,7 menciones referían a inseguridad y apenas 30 a inflación. En enero de 2016, las problemáticas están casi equiparadas: 64 menciones refieren a inseguridad y 57,9 a inflación. A resultados similares llegan en la consultora Analogías: la preocupación por la inflación (20,3 %) se ubica casi a la par de la inseguridad (22,6 %). También en Rouvier y Asociados aseguran que el factor socioeconómico, y dentro de él, la inflación, es el que más está subiendo en el corto plazo, incluso más que el factor inseguridad.
Este articulo está basado en la investigación de mi tesis doctoral: "La trama de la inseguridad: percepciones del delito, medios de comunicación y vida cotidiana", Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, 2016, inédita.
Esta táctica surgió a principios de los años ochenta en los Países Bajos y en diversos contextos del mundo anglosajón: Estados Unidos, Australia y Gran Bretaña y fue especialmente impulsada por las agencias estatales encargadas del diseño de las políticas de control del crimen. La emergencia de la táctica situacional y ambiental coincidió, en buena parte, con la instalación de gobiernos comprometidos con racionalidades políticas neoliberales, que enfatizaban el mercado libre, el Estado mínimo, la libre elección y responsabilidad individuales (Crawford, 1998; Sozzo, 2000) y que promovieron visiones del delito que compartían estas presuposiciones básicas -lo que Garland ha denominado las “criminologías de la vida cotidiana” (Garland, 2005).
Para esta investigación realice 75 entrevistas en profundidad entre 2012, y 2014 en las que utilice noticias de inseguridad como disparadores audiovisuales. La selección de participantes (jóvenes, adultos y adultos mayores) se realizó a partir del último informe de victimización del GCBA (2007) que me llevó a trabajar en dos barrios de sectores medios con altos índices de temor al delito, Saavedra y Villa Urquiza. Por otro lado, releve durante esos meses las coberturas de hechos delictuosos en los principales noticieros y cadenas de noticias que cuentan con mayores niveles de rating: Telenoche, Telefe Noticias, TN y C5N. Este mapeo previo me permitió conocer las representaciones vigentes en la agenda mediática policial.
Para Castel identificar individuos de origen extranjero o que no tienen trabajo (...) servirá para definir una población llamada de riesgo que se piensa podría cometer actos reprensibles. De este modo se caracteriza a poblaciones que presentan algunos rasgos comunes que pueden hacer más o menos probable un pasaje al acto peligroso antes incluso de que ese pasaje al acto se cumpla (Castel, 2013:38).
6, 7, 8 era un programa magazine que se emitió por la televisión pública desde el año 2009 hasta principios del 2016, cuando asumió la presidencia Mauricio Macri. Los opositores al gobierno kirchnerista lo acusaban de ser un programa oficialista y poco neutral.
Cámara de seguridad era un programa que se emitió durante 2014 por América Noticias, los martes a las 22 hs. En el programa mostraban mediante el uso de la edición imágenes de distintas cámaras de seguridad de Buenos Aires.
Las empresas de seguridad privada son hoy cerca de un millar, incluyendo un centenar de empresas grandes que incluye firmas trasnacionales que se han instalado en el país durante la última década y a algunas decenas de empresas con una larga trayectoria en el sector. Estas empresas emplean más de 150.000 trabajadores, la mayoría de ellos encargados de funciones de vigilancia. Estos trabajadores realizan múltiples tareas que van desde la vigilancia física en distinto tipo de “objetivos” o la escolta de mercaderías, hasta el monitoreo de sistemas de alarmas o cámaras de video desde una computadora de escritorio. Si inicialmente se trataba de una prestación dirigida a grandes empresas industriales y bancos, en los últimos años comenzó luego a ser utilizada en centros comerciales, countries, barrios privados y clubes, para terminar de instalarse más recientemente en hospitales, escuelas, universidades y hasta pequeños comercios y edificios de departamentos. Para más detalles ver: Lorenc Valcarce (2014).
Koovori (1999) aporta categorías que consideramos útiles para cualquier análisis que implique la tarea hermeneútica de la recepción. Tras un ambicioso estudio de recepción de noticias en cuatro países (Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos) encuentra que las distintas audiencias muestran tendencias similares en cuanto a la mirada crítica hacia los medios. Los principales desacuerdos apuntaban al contenido de las noticias, a las estrategias textuales, y al rol de los periodistas. En relación con el consumo, Kooveri propone analizar distintas dimensiones que se configuran en el proceso de recepción de noticias. Por un lado, lo que llama el efecto emocional que se produciría cuando la historia, en lugar de informar, emociona a la audiencia. Por el contrario, cuando la violencia no es percibida como algo terrible sino como entretenimiento, el autor prefiere hablar de un efecto voyeurista. Por otro lado, el efecto de afirmación tiene lugar cuando el espectador reconoce que la noticia le permite prolongar una imagen negativa de los otros y positiva de sí mismo. Por último, el autor menciona el efecto político que se produce cuando la audiencia siente que la noticia favorece a un grupo determinado.
Se llama mediacentrismo a los estudios que se han centrado en buscar efectos de los medios en las personas, en especial la Mass communication research y las teorías de la dependencia. El concepto surge de la obra de Jesús Martín-Barbero De los medios a las mediaciones(1987), donde recupera el concepto de mediaciones de Martín Serrano, para pensar ya no desde el “mediacentrismo”, sino desde “los lugares de los que provienen las constricciones que delimitan y configuran la materialidad social y la expresividad cultural de la televisión” ( p.233). De lo que se trata es de revalorizar la cultura en el proceso de comunicación, donde “el receptor no es un mero decodificador de lo que en el mensaje puso el emisor, sino un productor también” (p. 228).