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Los fundamentos sociales del capitalismo

Año 11, No. 20

Los fundamentos micro de la economía

Futuro, expectativas ficcionales y las dinámicas del capitalismo en la teoría de Jens Beckert

por Felipe González López11. Investigador p (…)

Introducción

El futuro es uno de los aspectos más importantes de las dinámicas capitalistas. Y aun así, tanto el “futuro” como el capitalismo han estado ausentes en parte importante de las reflexiones de la sociología económica. Beckert se hace cargo de esta brecha y produce uno de los aportes más recientes y novedosos desarrollados en la sociología económica, que será el objeto de este artículo: comprender el rol que tiene “el futuro” en la vida económica y a partir de allí explicar los procesos que han permitido el sostenido crecimiento y permanente desestabilización del capitalismo. La novedad radica precisamente en comprender las fuerzas dinámicas del capitalismo (crédito, inversión, innovación y consumo) a partir de los procesos micro sociales a través de los cuales los actores coordinan sus acciones por medio de expectativas ficcionales (de aquí en adelante EF). Esto provee no solo una alternativa a la teoría de las expectativas racionales de la disciplina económica, sino que además logra el cometido de conectar los niveles micro y macro que han caracterizado a la sociología económica y a la economía política, respectivamente.

Para desarrollar la idea antes expuesta, es preciso poner atención tanto a la crítica a la teoría de las expectativas racionales como al resto de las ciencias sociales en la comprensión del “futuro”. Por esta razón la primera parte discute dichas teorías y la propuesta de Beckert -basada en el pragmatismo- para entender la acción económica en base a las EF. Luego, pasaremos revista a cómo dichas EF sirven de punto de apoyo para entender los elementos que dan más dinamismo al capitalismo como sistema económico y social: el crédito, la inversión, la innovación y el consumo.

Como notará el lector, el cometido de este artículo no puede alejarse mucho de una reseña del recientemente publicado libro de Jens Beckert, Imagined Futures: Fictional expectations and Capitalist Dynamics (Beckert, 2016). La razón es que esta obra viene a culminar el desarrollo de una serie de trabajos acumulativos a través de los cuales fue tomando forma la teorización del capitalismo desde el punto de vista de una teoría de la acción y del orden temporal. En este esfuerzo contribuyen la conceptualización del problema de la incertidumbre (Beckert, 1996) y de la acción económica (Beckert, 2003), así como el orden social de los mercados (Beckert, 2007), las expectativas ficcionales (Beckert 2013), el poder trascendental de los bienes (Beckert, 2011) y el capitalismo como estructura de expectativas contingentes (Beckert, 2012). En este sentido, Imagined Futures presenta una articulación de los argumentos mejor de lo que podría hacerlo cualquier comentador.22. Este artículo (…)

¿Qué hay de nuevo en la idea de las expectativas ficcionales?

El fundamento micro de las dinámicas capitalistas resulta una novedad para los teóricos del capitalismo en sociología económica y economía política. Por un lado, la sociología económica ha entendido la economía desde el punto de vista de la incrustación de la acción económica (Granovetter, 1985; Krippner y Alvarez, 2007; Zukin y DiMaggio, 1990), pero no la ha extrapolado al entendimiento de las dinámicas del capitalismo. Por otro lado, la economía política ha sido por antonomasia el espacio predilecto de los teóricos del capitalismo (Streeck, 2012). Sin embargo, su foco de observación ha sido preferentemente el cómo un conjunto instituciones que definen el núcleo del capitalismo se complementan u obstruyen para dar forma a sistemas nacionales de capitalismo (Streeck y Thelen, 2005). De esta manera, se había abocado a entender principalmente las variedades de sistemas capitalistas (Hall y Gingerich, 2009).

Finalmente, los economistas han descrito las dinámicas del capitalismo como la agregación de conductas racionales de los individuos y cómo estas conducen a equilibrios. Pero su modelo de acción económica está lejos de poder describir el funcionamiento de los mercados reales y de explicar cómo los actores se coordinan en contextos de incertidumbre (Beckert, 1996).

La novedad de la teoría de las EF, entonces, es que produce una teorización sistemática y general sobre el capitalismo en clave sociológica, que ha estado ausente en la reflexión de gran parte de la literatura. Pues las teorías de alcance medio que se han impuesto en el campo de la sociología económica han significado un gran aprendizaje en términos micro y meso-sociales, pero han sacrificado reflexiones más generales sobre el capitalismo como sistema social. Pues si bien podríamos decir que la sociología económica tiene sus actuales raíces en la reflexión de los clásicos sobre el desarrollo de la organización social capitalista de Marx, Weber o Durkheim (Swedberg, 1991), podemos decir que la NSE estudió objetos, instituciones y espacios propios del capitalismo, pero este último y su dinamismo no fueron objeto de la reflexión. Más bien, la NSE y su particular lectura del concepto Polanyiano de incrustación se enfocaron a comprender los fundamentos sociales de la acción económica (Krippner y Alvarez, 2007). Estos dirigieron la atención sobre las estructuras sociales que organizan y hacen posible el cálculo y la persecución del beneficio por parte de agentes económicos: las reglas formales e informales, la morfología de las relaciones sociales, y los marcos interpretativos (Zukin y DiMaggio, 1990).

En cierta medida, la sociología económica se aproximó al estudio del capitalismo a través del estudio de los mercados, moviéndose del registro de la acción económica como tal, a la forma en que estas estructuras dieron forma al intercambio capitalista (Beckert, 2007; Callon, 1998; Fligstein, 2001; White, 2005). Este panorama no se modificó con el cambio de siglo e incluso el foco en el nivel micro de la vida económica se exacerbó con el giro hacia la teoría del actor red. Desde el clásico “The Law of Markets” de Michel Callon (1998), la sociología económica se enfocó en dar cuenta de la agencia de los objetos en la vida económica, incluyendo en sus análisis los dispositivos de captación (Cochoy, 2008), cálculo (Muniesa, Millo, y Callon, 2007), las prácticas de marketing (Araujo, Finch, y Kjellberg, 2010) y las teorías económicas (MacKenzie y Millo, 2008), entre muchos otros (para una revisión ver Cochoy, Deville, y McFall (2017)).

En suma, la sociología económica ha tenido un desarrollo impresionante, produciendo nuevas teorías de alcance medio e incontables monografías de los más variados objetos y lugares de investigación. Sin embargo, estos esfuerzos no han dado con una teoría más general de las dinámicas del capitalismo que eran objeto de la economía política. Esto es precisamente lo que Beckert intenta hacer, para lo cual debe realizar dos rupturas.

El futuro importa: las dos rupturas con las ciencias sociales

Beckert propone entender las dinámicas del capitalismo poniendo atención a las decisiones y acciones que llevan a cabo los actores en la economía. Esto implica rupturas con las ciencias sociales en general, y otra con la disciplina económica en particular.

La primera ruptura se produce porque tanto cientistas políticos como sociólogos han estudiado el capitalismo y la vida económica bajo el supuesto de que los resultados en el presente son producto de ocurrencias que tuvieron lugar en el pasado. Este es el caso del institucionalismo histórico, que se ha dedicado a especificar mecanismos institucionales por medio de los cuales las decisiones en el pasado trazan los posibles cursos de acción en el presente y explican la perdurabilidad de instituciones (Streeck y Thelen, 2005). En pocas palabras, según Beckert gran parte de la reflexión sobre el capitalismo y sus dinámicas puede entenderse bajo la idea de que “el pasado importa”. Esto significa que el futuro ha sido sistémicamente excluido de la explicación de los fenómenos económicos.

La segunda ruptura se produce porque si bien la disciplina económica se ha constituido sobre la pregunta por los fundamentos de las decisiones económicas, contiene un modelo de actor racional que no permite entender cómo los agentes deciden en situaciones de incertidumbre. Por eso, para comprender cómo se hilvana una teoría de las decisiones de los agentes económicos con una teoría sobre las dinámicas del capitalismo, es necesario aprehender un campo semántico asociado a la teoría de la acción económica que abarca conceptos tales como decisiones, “incertidumbre”, expectativas racionales y expectativas ficcionales. En la siguiente sección emprendemos este paso.

Las expectativas racionales en economía y las expectativas ficcionales

Bajo el paradigma dominante en la disciplina económica, el futuro entra en la forma de “expectativas racionales”. La teoría de las “expectativas racionales” (TER) es a menudo considerada una escuela de pensamiento en economía. Sin embargo, más que una escuela es posible considerarla una técnica de modelamiento utilizada ampliamente por la disciplina económica. En economía, la noción de expectativas racionales fueron usadas para describir situaciones económicas en la que los resultados dependen de lo que las personas esperan que ocurra.33. El uso de las (…)

Fundamentalmente, la TER se caracteriza por tomar como supuesto el hecho de que los mercados presionan a los actores a tomar decisiones racionales, y de que estos tienen información disponible. De este modo, la teoría indica que las predicciones que los actores hacen respecto de variables económicas relevantes en el futuro son correctas en el agregado, sobre el entendido que los errores individuales son aleatorios (Beckert 2013, p 221).

Para Beckert, la TER hacen bien en considerar el futuro y las expectativas como punto de partida de su análisis, pero descansa sobre una teoría de la acción limitada. En este punto Beckert introduce una crítica novedosa, que se aleja de los reclamos usuales que se le han hecho. Pues si bien la TER ha sido criticada por asumir que existe información perfecta, o porque que los actores no tienen las habilidades cognitivas para procesar dicha información, el punto de Beckert es distinto. En particular, la mayor debilidad de la TER radica en que asume que el futuro se puede predecir, o bien, que la incertidumbre se puede convertir en riesgo (Beckert, 1996).

La distinción entre riesgo e incertidumbre –realizada por Frank Knight- es la piedra angular de la teoría de Beckert. Según Knight (2002), el riesgo corresponde a la situación en que los actores pueden asignar probabilidades a los resultados de sus acciones, mientras que la incertidumbre corresponde a aquellas en que esto sencillamente no es posible. El punto de interés para Beckert es que la economía está caracterizada preponderantemente por situaciones de incertidumbre en los cuales los modelos calculadores no son efectivos. Esta era una idea que el mismo Beckert (1996) había desarrollado anteriormente, argumentando que en situaciones de incertidumbre los actores económicos toman decisiones basándose en estructuras sociales tales como hábitos y rutinas, emulación, instituciones, convenciones y valores compartidos.

En este punto, Beckert amplía esta teoría, no incluyendo nuevos dispositivos sociales que permitan reducir la incertidumbre, sino más bien atendiendo a un modo particular de interacción a partir de la cual los actores toman decisiones en la economía, las EF.

Expectativas ficcionales

Una diferencia fundamental con la TER, es que las EF tienen una base social, en el sentido en que tanto Durkheim como el pragmatismo entienden los hechos sociales: externos y constituidos en el proceso de acción.44. Incluso en las (…) Sin embargo, en términos generales no existe una sociología económica de las expectativas que oponer a estas versiones, y la teoría social ha tendido a privilegiar el pasado como explanans fundamental. Como dice Beckert, el futuro a los ojos de la sociología es una prolongación del pasado (Beckert 2016, p 49), aunque es del todo posible distinguir algunas conceptualizaciones del futuro y el rol que este juega en la acción.

Existe la tradición que las expectativas están asociadas a normas de comportamiento –sanciones y premios- que los actores anticipan constantemente. Esta idea es originaria en Durkheim y fue ampliamente utilizada por Parsons, pero posteriormente tuvo un importante desarrollo atado a la fenomenología de Schütz a través de autores como Garfinkel y Luhmann. El punto de Beckert, sin embargo, es que si bien la teoría sociológica ha tenido una noción de expectativas atada a las normas sociales que estructuran el mundo y la percepción del futuro, estas dejan totalmente fuera la creatividad implícita en el proceso de imaginar el futuro. En otras palabras, esto quiere decir que una limitación seria de dichas perspectivas es que no permiten entender cómo los actores imaginan el futuro de manera tal que este difiera de las normas existentes. Esto es problemático porque el capitalismo requiere la innovación para reproducirse, por lo que legitima la violación constante de las normas en rigor.

Una excepción importante se encuentra en el pragmatismo norteamericano, que sirve de fundamento a la teoría de las EF. Tal como había hecho Schütz, los pragmatistas como Dewey y Mead habían prestado atención al rol de la proyección del futuro en la acción. Empero, estos no habían concebido dichos futuros imaginados como conformados a normas existentes, sino como fuentes de creatividad constitutivas del presente –y externas a él. Tal como aparee en el pragmatismo de Dewey, el proceso de acción no está determinado por la pre-existencia de fines, sino que estos se co-constituyen junto con los “medios” a través de procesos de auto-reflexividad (Beckert, 2002).

Siguiendo esta línea, la propuesta de Beckert es extender el carácter innovador y contingente de la imaginación en el proceso de acción como lo había presentado el pragmatismo, extendiéndolo a la noción de ficciones. Por lo general, esto no resulta de todo obvio, puesto que las ficciones han sido convencionalmente concebidas como opuestas a la realidad, pero para Beckert este es un componente fundamental de la economía. Esto porque los procesos evaluativos que los actores hacen del futuro en contextos de incertidumbre revisten el carácter de ficciones en al menos dos respectos. Primero, porque el futuro es ontológicamente incierto; y segundo, porque en la economía los objetos son concebidos como poseyendo cualidades trascendentales.

Lo que interesa a Beckert, entonces, es el hecho de que tanto las ficciones literarias (de aquí en adelante FL) como económicas tienen la base común de romper el vínculo con la realidad. En ambos casos, las ficciones articulan la relación con la realidad “como si” fueran reales, por lo que sus consecuencias son prácticas. Las diferencias de las ficciones del mundo social con el literario, sin embargo, es que tienen objetivos distintos, por lo que el próximo paso a identificar es qué es lo que las hace creíbles.

Para dirimir la diferencia entre las ficciones del mundo real y las literarias, Beckert descansa en la filosofía analítica de Searle, Walton e Iser. Para estos, la credibilidad de las ficciones no radica en atributos de los textos, sino en las actitud del autor y en las convenciones lingüísticas (Beckert, 2016). En particular, se trata de un contrato entre el autor y el lector en el cual se “pretende” que el texto es real en algún espacio (actuando por tanto “como si” fuera cierto), por lo que el lector no pedirá prueba empírica. Para sellar este contrato de “como si”, las ficciones se entremezclan con la realidad o elementos de esta, por lo que las ficciones pueden situarse entre lo real e irreal. Este es también el caso de las EF, por cuanto incluyen generalmente varios aspectos de la realidad que son considerados como “hechos”. Sin embargo, no creer en la expectativa ficcional implicaría que esta no tendría importancia en el proceso de toma de decisiones.

Otro paralelo entre los dos tipos de ficciones (literarias y expectativas) es que ambas toman la forma de narrativas, las cuales establecen relatos sobre cómo es que los sucesos se encadenarán para lograr el futuro –imaginado- de las cosas, tal como ocurre en un informe de proyección de crecimiento económico.

De todos modos, las FL y las EF difieren en dos aspectos importantes. Primero, si los actores informan su actuar en el mundo real a partir de EF, esto implica que estas se distinguen por el tipo de quiebre que implica con la realidad. Así, mientras la suspensión de la incredulidad en las FL ocurre mediante una convención, la credibilidad en las EF se basa en la convicción de que el futuro imaginado es plausible de ser realidad (sin perjuicio de que esto sea resultado de deliberación o ignorancia). Por ello, esto hace que las EF sean sumamente “frágiles”, puesto que estas pueden ponerse en duda e incluso cambiar a la luz de evaluaciones (Beckert 2016).

Otra diferencia radica en que las ficciones literarias son de antemano declaradas ficciones, mientras que las EF sirven de guía a la acción cuando su carácter indeterminado y contingente no es visible o es obviado. Es decir, las EF operan en la realidad porque eliminan la idea de aleatoriedad de las decisiones, eliminando la incertidumbre solo en el sentido de que esta no conduce a la total la inmovilidad.

La pregunta a continuación es cómo se explica el rol de las EF en la acción, especialmente en el caso de la acción económica. Para Beckert existen dos fuentes motivacionales. Primero, por la esperanza de realizar el imaginario llevando a cabo acciones en el presente. Este es el ejemplo del clásico empresario Schumpeteriano, que se ve motivado por la expectativa de establecer una dinastía y toma riesgos en vistas de materializar dicho imaginario.

La segunda fuente de atracción de las EF es emocional y proviene de la satisfacción presente que reportan las actividades que conducen a la realización del imaginario. En ambos casos las motivaciones van más allá del cálculo utilitario de los resultados del cumplimiento de normas u otras presiones ambientales (Beckert 2016).

De todo lo anterior se desprende una consecuencia fundamental para comprender el rol de las EF en la economía. Si las EF son contingentes, los actores bien pueden perseguir fines deliberados al modificar las expectativas en la economía (de otros actores). Esto porque en situaciones de incertidumbre no hay un “modelo correcto” a seguir. La medida en que los actores logren imponer o controlar las EF depende de su posición de poder en la “disputa del mercado”. Esto es fundamental para entender el dinamismo del capitalismo, a pesar de haber sido sistemáticamente obviado.

Otra consecuencia es que las intervenciones discursivas son fundamentales para entender cómo se producen EF sobre los precios, oportunidades de inversión y un sin fin de otras operaciones. Como argumenta Beckert (2016), estas intervenciones discursivas están, por ejemplo, a la base de las variaciones de las tasas de interés de la deuda soberana cada vez que el presidente del Banco Central Europeo emite discursos sobre los planes de rescate a países del sur de Europa. Pero también de burbujas especulativas que se erigen sobre ficciones de oportunidades de ganancia u otro tipo de crisis generadas por otro tipo de ficciones. Como cabe esperar, el peso de las EF depende de quién las enuncia.

Implicancias para el estudio del capitalismo

La teoría de las expectativas ficticias tiene –en palabras de Beckert– al menos cuatro implicancias para el estudio del capitalismo. En primer lugar, si los actores económicos actúan conforme sus expectativas ficcionales, estas tienen poder explicativo al momento de dar cuenta del orden social del capitalismo y sus dinámicas. Segundo, las EF tienen consecuencias reales y paradójicamente terminan por modificar el futuro (por ejemplo, a través del mecanismo de “profecía auto-cumplida”). Tercero, el carácter contingente de las expectativas -y que no estén confinadas a la realidad empírica, hacen de ellas una fuente fundamental de innovación en la economía. Y finalmente, dicha contingencia da paso a lo que Beckert denomina la “política de las expectativas”, refiriéndose al hecho de que el manejo de las expectativas misma se convierten en objetos de disputas políticas y una expresión de poder.

Visto desde el punto de vista de las EF y la interacción social, el capitalismo y su crecimiento dependen de que los actores tomen decisiones sobre un futuro no predecible.

El punto de partida para entender esto es la forma en que Beckert concibe el capitalismo mismo: como un sistema endémicamente dinámico en el cual la producción de bienes y servicios está motivado por beneficios esperados, que se materializan en el intercambio de mercado. La palabra clave acá es la de dinamismo endémico, que apunta al hecho de que el capitalismo solo puede crecer por medio de una constante desestabilización. En otras palabras, por el hecho de que puede estabilizarse y sobrevivir en la medida en que expande constantemente las fronteras de las ganancias por medio de la creación sistemática de desequilibrios (Beckert 2012). La pregunta de Beckert, entonces, es por los procesos propios del capitalismo que generan este dinamismo, y por el rol que en estos juegan las EF en estas áreas: el crédito, la inversión, la innovación y el consumo.

Dinero y crédito

No cabe duda que el dinero y el crédito son condición necesaria del capitalismo y sus operaciones, pues permiten realizar cálculos, cuantificar (como unidad de cuenta) y atesorar riquezas, entre muchas otras. Como sostenía Schumpeter, el capitalismo es un sistema de endeudamiento en el que la creación de dinero-crédito por parte de los bancos asegura el poder adquisitivo para los empresarios (Beckert, 2016: 103).

En lo que respecta al futuro, el dinero está íntimamente atado al crédito en la forma de inversión y consumo, así como en el atesoramiento para usos futuros. En este plano, el dinero opera como ficción por cuanto le atribuimos valor y estamos dispuestos a intercambiar bienes y servicios por él. Sea en un régimen de patrón oro o flotante, los actores utilizan el dinero como si este tuviera un valor en sí mismo.

Siguiendo la tradición sociológica y antropológica según la cual el dinero es una promesa de pago o una deuda respaldada institucionalmente, el carácter ficcional del dinero se hace evidente (siguiendo la tradición de Simmel, pero también en otros como Graeber (2011) o Ingham (2001); ver Dodd (2014)). Entendido como ficción, el funcionamiento del sistema capitalista depende en gran medida de que las partes involucradas en el intercambio crean en el valor del dinero, así como aquellos involucrados en operaciones de crédito de todo tipo actúen “como si” las deudas fueran a ser canceladas en el futuro. Aquí radica la unidad del dinero en sus distintas manifestaciones históricas, tanto cuando existía en la forma limitada de “letras de cambio” que circulaban entre comerciantes durante el Renacimiento, como cuando los Estados modernos le dieron curso legal con el propósito de recolectar impuestos.

Este proceso de confiar o creer en el dinero implica tanto poderes coercitivos del Estado como una construcción colectiva que está determinada por la confianza. En el caso del sistema moderno, el dinero-crédito implica la ficción de que las deudas serán pagadas y que los depósitos estarán disponibles en cualquier punto en el futuro. Esto se extiende también al valor de la moneda, dejando entrever el carácter altamente frágil de los sistemas de expectativas asociados al dinero-crédito.

La existencia de un sistema que crea dinero con la ayuda de los bancos y Estados dinamiza la economía cuando crea expectativas de re-pago y estabilidad. En particular, para Beckert deben sostenerse al menos tres ficciones: primero, que la voluntad colectiva considerará algo que no tiene valor intrínseco como algo con valor; segundo, que dicho sistema solo puede funcionar bajo la ficción de que el valor del dinero-crédito es estable, y por lo tanto una forma segura de atesorar riquezas. En el capitalismo, esto implica controlar la escasez de dinero y mantenerlo “como si” fuera una mercancía, tomando en cuenta que se puede imprimir a discreción. El manejo de estas expectativas recae tanto en bancos centrales como en gobiernos y bancos privados, los cuales movilizan narrativas, discursos y dispositivos retóricos para crear y mantener la ficción. Finalmente, en un sistema de reserva fraccionaria es necesario mantener la ilusión de que el dinero puede ser retirado en cualquier momento de los bancos.

Esto implica que la teoría de la oferta de dinero sostenida por economistas –según la cual el valor del dinero se controla por la oferta de dinero– no permite entender del todo cómo se produce la confianza en la ficción del dinero-crédito. Para Beckert, esto es parte esencial del capitalismo y se logra (o no) a través de un constante flujo de interpretaciones, medidas y procesos que son comunicativos.

Para comprender el carácter comunicativo y social de la ficción del dinero-crédito, Beckert recurre a la idea de “tótem” desarrollada en la sociología de la religión de Durkheim. Según este, los objetos pueden llegar a ejercer poderes sobre una comunidad (un clan) sin tener en sí mismo poderes. Bajo esta lógica, el poder del dinero radica –al igual que el del tótem- en su “habilidad mágica” de empujar a los miembros de la sociedad a intercambiar y ceder bienes con valor.

Un actor clave en este sistema de EF son los bancos centrales y su “economía de palabras” utilizada para sostener la ficción del dinero-crédito. Estos enmarcan sus actividades en reglas y convenciones que dan credibilidad a las expectativas reproducidas mediante narrativas sobre las proyecciones económicas, por lo que los actos comunicativos de un banco central no solo intentan proyectar la actividad económica, sino que también la producen por medio de sus interpretaciones.

La idea de que la confianza se modela discursivamente también aplica para el crédito y la ficción de pago futuro. Esto se extiende a las EF que tienen tanto inversionistas como consumidores que toman dinero prestado con fines de inversión, logro de status o satisfacción en el presente (imaginarios sobre riqueza o estilos de vida). De hecho, Beckert apunta que la expansión de crédito ha sido uno de los aspectos fundamentales del capitalismo, un proceso ahora conocido como financiarización de la economía y sociedad (Erturk, Froud, Johal, Leaver, y Williams, 2008). Para que esto sea posible, sin embargo, se ha desarrollado toda una infraestructura institucional y cognitiva que permite clasificar y hacer calculable el riesgo de no pago de los deudores, proyectar comportamientos y castigar el desvío (burós de crédito, técnicas de manejo de riesgo, fórmulas, leyes, etc.). De todos modos, si bien esto ha permitido expandir la coordinación improbable del crédito, no impide que las EF no se desmoronen y causen crisis de confianza que derivan en crisis financieras. Este es el caso de la reciente crisis hipotecaria de 2007-8 que se erigió sobre el supuesto o ficción de que el precio de las casas se incrementaría sostenidamente en el tiempo.

Las EF se convierten en este sentido en fuentes de oportunidades e incluso fraudes, en la medida en que acreedores y prestamistas pueden manejar las expectativas de pago, solvencia y liquidez. Dicha política de las EF se ha tornado especialmente importante entre los grandes capitales extranjeros que amenazan con subir tasas de interés o mover el dinero en un intento de huelga de capital típicamente “Kaleckiana”.

En general, la ficción del dinero-crédito permite entender mejor la lógica de las crisis monetarias y financieras. Estas se corresponden –de acuerdo con Beckert- a contracciones o expansiones del horizonte temporal de los actores. Durante una crisis, por ejemplo, se producen burbujas basadas en ficciones de ganancias y especulaciones a ellas asociadas que cuando explotan producen crisis de confianza que contraen el horizonte temporal de inversionistas, prestatarios y deudores.

Inversión

La inversión es fundamental en cualquier sistema económico, tanto de subsistencia como capitalista. Sin embargo, en este último la inversión difiere en motivación y naturaleza, por cuanto se produce basándose en cálculos (pretendidamente) racionales –como sugería Weber– que tienen el fin de obtener ganancias. En economías capitalistas, la inversión puede realizarse a través de bienes y servicios, de activos financieros (intereses, rendimientos o variaciones en los precios) o de capital humano. El argumento de Beckert es que estas tres operaciones fundamentales del capitalismo confluyen en que se orientan hacia el futuro incierto del resultado de las inversiones.

La inversión en producción descansa en EF, a pesar de que tradicionalmente son concebidas como altamente racionales y sofisticadas. Si bien esto es cierto, no explica del todo qué sucede en situaciones de incertidumbre en las que las condiciones para materializar los cálculos no existen, o bien, no son conocidas. Este es el caso de una serie de dispositivos de cálculo –tal como los llamarían Callon y Muniesa (2005)– tales como el valor neto presente, la tasa interna de retorno o la tasa de descuento. Todas técnicas que informan inversiones y que requieren conocer anticipaciones de los flujos, el riesgo asumido y la tasa de descuento escogida.

Los cálculos racionales asociados a estas técnicas reducen la incertidumbre y producen un sentido de predictibilidad que se desacopla de las condiciones que los produjeron. Es decir, del hecho de que los métodos racionales descansan en un sin fin de supuestos que son ontológicamente inciertos. Esto no implica que predicen el futuro, pero proveen una base para crear EF sobre estados futuros a partir de los cuales los actores pretenden que es posible tomar decisiones “como si” fueran racionales.

En cualquier caso, Beckert va más allá de la sociología económica de los dispositivos calculadores (Muniesa et al., 2007) y argumenta que las decisiones de inversión implican siempre un ejercicio de imaginación que justifica cursos de acciones en el presente. Estas pueden plantear inversiones como soluciones a temas prácticos, tales como los problemas medioambientales y energéticos que captura el imaginario de la industria de paneles solares. Estas narrativas –nuevamente actos comunicativos– son fundamentales porque las decisiones de inversión no se originan solo en los cálculos, sino en la credibilidad que estos cobran dentro de una historia.

Adicionalmente, estas EF asociadas a planes de inversión están moldeadas por la posición de poder que ocupan las empresas dentro de una población de empresas e inversores. Así por ejemplo, durante la evaluación de financiamiento los inversionistas tienen el poder de cuestionar tanto el relato como los cálculos asociados a una inversión. Precisamente porque las inversiones tienen efectos distributivos, los actores tienen intereses en promover algunas EF sobre otras. En estos casos los modelos para estimar procedimientos y finanzas corporativas son útiles no porque predicen el futuro, sino porque son herramientas legitimadas dentro de comunidades de expertos.

Esta dinámica es similar en los mercados financieros (compra de acciones, deuda, bonos, etc.), aunque estos difieren en que los activos no tienen valor presente sino que se trata de promesas de réditos futuros. Dichas promesas, basadas en la imaginación y persuasión, determinan incluso el valor de una empresa en el presente (la bolsa), a pesar de que sus resultados son inciertos. Más aun, lo particular de los mercados financieros es que han convertido la propia incertidumbre sobre las ganancias futuras en fuentes de ganancias.

En el caso de las inversiones financieras, las EF se desprenden del problema de la asignación de valor de los activos financieros, ya que este refleja las expectativas respecto de sus retornos futuros. Esto explica por qué los valores de los activos financieros de una compañía pueden diferir tanto de sus márgenes de ganancia, hecho que permanece oscuro cuando se asume que los activos financieros fluctúan en torno a un valor fundamental (la hipótesis de los mercados eficientes). Como muestran casos como la burbuja dotcom en Estados Unidos, los inversionistas se basan en EF sumamente promisorias sobre los rendimientos de empresas -tecnológicas en este caso- que recién se habían creado. Al igual que en la crisis hipotecaria de 2008, lo que había cambiado con el tiempo no había sido el valor de los activos mismos, sino las expectativas respecto al valor futuro de estas.

En tanto resultado de expectativas contingentes, la confianza en el valor de los activos financieros proviene también de procesos prácticos basados en narrativas. En este plano los “profetas” financieros abundan y Beckert se sirve de la literatura especializada y periodística para mostrarlo (Beckert 2016).

Finalmente, la inversión en capital humano por parte de las empresas, gobiernos e individuos también es informada por EF. Este tipo de inversión produce imaginarios sobre los réditos de la educación y entrenamiento de los individuos, que incluso justifica elevados costos de la educación en algunos países. Los resultados de las inversiones en capital humano son inciertos (por des-valoración en el mercado laboral, crisis económica, cambio de objetivos o carrera, habilidades obsoletas, etc.), pero son fundamentales tanto a nivel nacional como individual. En el primer caso, se trata de las fuertes inversiones llevadas a cabo por los estados para hacer las economías competitivas a nivel internacional. En el segundo caso, de las expectativas que tienen los actores respecto de su movilidad social y estilos de vida.

Innovación

Para Beckert, así como para los clásicos, la innovación es otro proceso fundamental del capitalismo, porque de ella depende la introducción de nuevos productos, métodos de producción más eficientes y la expansión de los mercados. En este plano la incertidumbre opera de un modo distinto. Pues si bien el deseo de ganancia se haya detrás de toda innovación capitalista, no es posible determinar qué es una inversión óptima en términos de innovación. La consecuencia es que dichas decisiones no se pueden explicar en términos de optimización ni de continuación de pautas pasadas. El rol del futuro es entonces constitutivo de la innovación, por cuanto esta implica un proceso de imaginación (Beckert, 2012).

Como cabe esperar, la innovación está evidentemente atada al problema de la incertidumbre respecto de los resultados, así como a la imaginación de escenarios futuros que por definición difieren del presente (Beckert 2013). Esto es un problema para la teoría neoclásica porque en condiciones de incertidumbre propias de la innovación los mercados no entregan las señales de precios para tomar decisiones. De la misma forma, el valor futuro de una innovación solo se podría saber teniendo en cuenta de qué tratará la innovación en cuestión, pero esta a su vez es producto de un proceso no lineal: no se sabe cuál será el resultado una vez que un proceso de innovación se inicia. Más bien, la innovación se asemeja más al modo en que los pragmatistas definen la acción: los fines y los medios se van modificando continuamente en un proceso de experimentación (Beckert, 2013).

Para Beckert, resulta bastante obvio que la innovación está motivada por imaginarios del futuro y de procesos creativos que tienen consecuencias no-intencionadas (Beckert 2016: 175). Como indicaba Schumpeter, los empresarios utilizan imaginarios en los cuales los factores productivos se combinan y actúan en el presente de acuerdo a estos arreglos, nuevamente haciendo “como si” estas combinaciones existiesen. Este proceso imaginativo ha constituido un campo de estudio por sí mismo, descansando en nociones como visiones, imaginarios, promesas o abstracciones orientadas al futuro, apuntando al hecho de que la innovación solo ocurre en la imaginación de los actores que actúan conforme a estas representaciones. Estas toman la forma de historias promisorias que sirven de guiones para navegar y actuar en el futuro, por lo que no solo cambian las expectativas sino también influencia el comportamiento de las empresas.

Las innovaciones y las EF a ellas relacionadas cambian con el tiempo, comenzando típicamente como utopías que van dando paso a juicios más realistas que terminan por reemplazar la visión inicial por otra. Esto se ha descrito como un “espiral de mitos” a los que las empresas y tomadores de decisiones se ven confrontados al momento de emprender acciones en pos de la materialización de estas innovaciones. De todos modos, estas utopías o EF no son solamente individuales, sino que están enmarcadas en relaciones sociales y proyecciones colectivas, desestimando el mito de que estos imaginarios aparecen como desprendidos de la realidad presente. En especial, las nuevas ideas apelan tradicionalmente al mundo dado o a ejemplos históricos para pretender la plausibilidad de las transformaciones implicadas en innovaciones. Este es el caso también de aquellos que se oponen a determinadas innovaciones e invocan experiencias pasadas (por ejemplo, comparando nuevos procesos médicos con prácticas consideradas salvajes).

De cualquier forma, los imaginarios asociados a innovaciones deben resultar plausibles, en la medida en que los actores o empresas deben creer que el compromiso con actividades orientadas a innovar tendrán réditos en el futuro. Que los actores se orienten a estos futuros abstractos es fundamental para el funcionamiento del capitalismo, especialmente el crecimiento y la creación de nuevos mercados. Pero este proceso no está excepto de disputas o relaciones de poder, por cuanto las EF asociadas a las innovaciones son constantemente disputadas y/o promovidas por actores en la competencia por obtener recursos (fondos de inversión por ejemplo).

Consumo

Finalmente, el último pilar del capitalismo para Beckert es el consumo (Beckert 2011b) que yace al desarrollo sin precedentes del capitalismo. ¿Qué atrae a los consumidores a expandir su consumo constantemente? Esta pregunta –dice Beckert- está enmarcada históricamente, puesto que en gran parte de la historia las normas de consumo han estado dictadas por la costumbre, más que por la idea de maximizar el bienestar individual. Además, para parte importante del mundo se plantea la pregunta acerca de la relación entre necesidades socialmente delimitadas y aquellas que pueden considerarse como básicas tales como alimentación o vestimenta. En sociedades avanzadas, estas últimas han retrocedido en importancia relativa respecto de las pautas de consumo.

Para Beckert, la constante expansión del consumo radica en el carácter trascendental de los bienes y en su capacidad de evocar imaginarios del futuro (Beckert, 2011). Para Beckert, este proceso es el que toma lugar a través de las EF, entendidas en este caso como las imágenes que estos bienes evocan al imaginar su posesión. Bajo este punto de vista, los mercados de consumo son mercados orientados a producir significados.

Al igual que en los demás pilares del capitalismo, las EF aquí sirven para lidiar con la incertidumbre de la posesión del bien en cuestión. Los consumidores imaginan el consumo de los bienes “como si” estos se encontrasen en su posesión, y esta imaginación también produce en sí misma el deseo por dichos bienes. Pero además, las EF juegan un rol distinto que se relaciona no tanto con el futuro, como con el carácter simbólico y trascendental de los bienes. Aquí Beckert descansa en la idea de que los bienes portan significados que trascienden sus cualidades materiales, lo que implica el potencial de expansión constante del consumo (Beckert, 2011). Este hecho ha sido bien asentado en los estudios del consumo, y empíricamente se reafirma en el hecho de que el marketing ha experimentado un sostenido crecimiento en importancia dentro de los presupuestos de las empresas.

El carácter trascendental y simbólico de los bienes aplica para un innumerable tipo de mercancías que van desde autos, turismo, teléfonos, computadores, ítems de moda, a vinos, loterías, productos de comercio justo o antigüedades. Una vez más, Beckert descansa en Las formas elementales de la vida religiosa de Durkheim para apuntar el hecho de que el valor simbólico de los bienes de consumo depende de un consenso implícito sobre el significado de los bienes (Beckert 2011b). Dentro de estos significados, destaca la conexión entre la posición social del que posee los bienes y los bienes mismos.

Existen distintas EF asociadas al consumo. Una primera aproximación muestra que existe una evaluación funcional de los bienes, en el sentido de que estos realizan ciertas funciones a partir de sus cualidades físicas –tales como abrigar o transportar. Incluso en este plano la evaluación requiere conocimiento por parte de los consumidores, pero sigue siendo secundario en lo que respecta a las EF. Una de las características más importantes de los bienes es que estos posicionan al consumidor en el mundo social, en la medida en que productos que se repiten entre determinadas personas y ocasiones terminan por asociarse a grupos específicos que disfrutan distinto status e identidad –como muestra la teoría del consumo conspicuo de Veblen (Trigg, 2001). En este caso, la demanda por estos bienes se ha explicado por la búsqueda de status por parte de los consumidores, por lo que la evaluación se realiza en función de símbolos que se encuentran fuera de la cualidad intrínseca del bien en cuestión.

Además de sus cualidades “posicionales”, los bienes también tienen una performance imaginativa asociada a cualidades simbólicas que expresan futuros alternativos que son alcanzables a través de la posesión. El bien, en este sentido, opera como un conector entre el sujeto y los ideales intangibles que no requieren de reconocimiento de los demás. Se trata entonces de un proceso de evaluación que descansa en procesos emocionales y cognitivos. Para Beckert, estas EF toman lugar en distintas dimensiones: primero, el tiempo, a través del cual los consumidores se transportan tanto a futuros deseados como pasados distantes, tal como ocurre con la lotería o las antigüedades. Segundo, a través del espacio, vinculando consumidores con lugares distantes en el espacio, como es el caso de etiquetas que apuntan la procedencia de los productos. Tercero, socialmente, conectando –a través de EF– a los consumidores con personas distantes o inalcanzables, como ocurre con productos utilizados por celebridades. Finalmente, opera sobre los determinados valores a los cuales se asocia el consumo de un bien determinado, como en el caso del comercio justo. Estas cuatro dimensiones –que se presentan en forma de imágenes y narrativas- trascienden tanto las propiedades físicas de los bienes como el “aquí y ahora”, permitiendo asociaciones mentales que son intangibles (Beckert, 2011).

Al igual que las cualidades de poder asignadas al “tótem”, las cualidades ficticias de los objetos no están determinadas por estos mismos, sino por el hecho de que son así percibidos por la comunidad. Es por ello que los bienes tienen cualidades posicionales, vale decir, de asignar identidades y pertenencia a determinados grupos.

Las cualidades ficcionales de los bienes provienen del mundo social, pero Beckert sigue además a la sociología del consumo (véase Gronow y Warde, 2013; Warde, 2011) para argumentar que estos significados se asocian a los objetos mediante las prácticas en los mercados. En particular, las actividades de marketing se centran en la producción de cualidades intangibles y significados, a través de narrativas, imágenes y rituales. Rituales como lanzamientos de vehículos en ferias o conferencias, la escasez creada en los momentos de lanzamientos de nuevas tecnologías o las suscripciones a clubes asociadas a cafeteras, son ejemplos de los rituales y prácticas que acompañan la producción de EF.

La política de las expectativas en el ámbito del consumo tiene distintas expresiones. Por un lado, los intentos de las empresas de movilizar recursos para imponer o popularizar representaciones simbólicas determinadas de los bienes. Para esto son cruciales los “dispositivos de juicio” tales como certificados, rankings, pruebas, expertos y etiquetas que clasifican los atributos ficcionales de los bienes. Por otra parte, tiene relación con el hecho de que, como mostró Bourdieu (1984), el consumo –de bienes culturales– es un medio sobre el cual se sostienen distinciones y disputas simbólicas entre clases sociales.

Conclusión

En este artículo hemos presentado la teoría más reciente de Jens Beckert sobre el rol de las EF en la economía y las dinámicas del capitalismo. Como argumentamos, apuesta por proveer fundamentos micro-sociales a las macro dinámicas que explican el desarrollo e inestabilidad del capitalismo.

Beckert toma como punto de partida uno de los aspectos más desatendidos por aquellos que buscan explicar el capitalismo: su orden temporal. Bajo esta perspectiva, lo esencial del capitalismo radica en que los actores orientan sus actividades en la economía hacia el futuro que es por definición incierto y abierto. Esta orientación temporal sobre la cual descansa el capitalismo se inscribe en instituciones concretas, así como en la capacidad humana de imaginar estados futuros. La propuesta de Beckert es utilizar la teoría de la acción como base para comprender las dinámicas del capitalismo, especialmente si se considera que la acción económica toma lugar en contextos de incertidumbre. Particularmente, opone a la noción de expectativas racionales muy difundida entre los economistas, la idea de que los actores descansan en EF sobre posibles futuros y actúan “como si” estos fueran a realizarse.

Las expectativas ficcionales juegan un rol preponderante en la organización del capitalismo, y Beckert muestra cómo esto ocurre a través de cuatro procesos o pilares básicos: primero, el dinero-crédito que se basa sobre la ficción de que posee un valor socialmente construido que será sostenido en el futuro (o bien, que las deudas serán pagadas). Segundo, la inversión –en producción y también en activos financieros- como operación necesaria para mantener la expansión constante de los mercados capitalistas también descansa en EF que se encapsulan en métodos racionales (como tasas de descuento), así como en narrativas sobre las oportunidades de ganancia. En cualquier caso, estas expectativas toman formas discursivas y se comunican a otros actores modificando las EF de manera tal que su contenido es altamente contingente e impredecible. Tercero, la innovación como límite de la imaginación de futuros alternativos sobre los cuáles los actores actúan “como si” estos fueran a llevarse a cabo. Finalmente, el consumo aparece como una ficción asociada a las propiedades cualitativas que están más allá de las propiedades físicas de los objetos. En este sentido la constante expansión de los mercados capitalistas y la demanda para sus productos se basa en gran medida en la capacidad que tienen los actores de construir significados ficcionales que transportan a los individuos en el tiempo, espacio y posición social.

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Notas

1.

Investigador postdoctoral, Facultad de Gobierno de la Universidad Central de Chile. Doctorado por la Universidad de Colonia (Alemania) y el Max Planck Institute for the Study of Societies (MPIfG). El autor agradece el financiamiento del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondecyt N° 3160096). Contacto: felipe.gonzalez@ucentral.cl

2.

Este artículo busca hacer justicia a la continuidad de la obra del autor, por lo que no siempre se sigue la exacta línea argumentativa desarrollada en Imagined Futures. Así por ejemplo, por motivos de extensión se excluye la descripción del rol de la predicción y los instrumentos a través de los cuales los actores imaginan futuros (capítulo 9); así como también se menciona tangencialmente el rol de la competencia, tal como lo desarrolló en Capitalism as a System of Contingent Expectations.

3.

El uso de las expectativas en teoría económica tiene una larga data, pasando por economistas clásicos como Pigou, Keynes y Hicks, quienes asignaron un rol central a las expectativas en la determinación del ciclo económico.

4.

Incluso en las versiones críticas de la economía neoclásica, las expectativas aparecen como formadas en base a regularidades cognitivas, tal como lo concibe la economía conductual (Kahneman, 2011).