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Los fundamentos sociales del capitalismo

Año 11, No. 20

Incertidumbre, racionalidad intencional y expectativas ficcionales

La sociología de la acción económica de Jens Beckert11. Se agradecen l (…)

por Pablo Nemiña22. Sociólogo y Do (…)

Introducción

Jens Beckert es una figura destacada de la nueva sociología económica que resurgió en la década de 1980 a partir de la publicación del artículo “fundacional” de Mark Granovetter ([1985] 2003). Desde hace más de 15 años, la obra de Beckert se articula en torno a la elaboración de una teoría sociológica de la acción en contextos económicos que posibilite criticar a nivel teórico el modelo de la racionalidad instrumental sostenido por la economía. Esto implica ir más allá de las críticas que niegan a la economía como una esfera autónoma y contraponen la existencia de hechos sociales totales (Mauss [1925] 1979), y aquellas que se limitan a postular el carácter socialmente incrustado de la acción (Granovetter, Ibíd.).

De acuerdo a las principales revisiones de este campo disciplinario (Swedberg 2003; Smelser y Swedberg 2005), el trabajo de los “padres fundadores” de la sociología desarrollado entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX dio inicio a la primera etapa de la sociología económica. El interés de Durkheim por estudiar el carácter social de la división del trabajo en los procesos productivos, la investigación de Weber acerca de la influencia de las ideas protestantes en el desarrollo de la lógica capitalista y, naturalmente, la relación histórica y dialéctica entre modo de organización social y régimen de acumulación planteada por Marx, resaltan el interés común de estos pensadores por analizar los fenómenos económicos desde una perspectiva sociológica.

Entre 1930 y mediados de 1970 la disciplina entró en un largo hiato como resultado del denominado “pacto parsoniano” que delimitó funcionalmente los campos de la sociología y la economía. No obstante, desde entonces se dio un acercamiento entre ambas disciplinas que fue decisivo para el (re)surgimiento de la sociología económica. Así como la economía avanzó en el análisis de problemáticas consideradas hasta entonces como extra económicas mediante la aplicación del modelo de acción racional, la sociología hizo lo propio al resaltar el carácter socialmente construido de las prácticas económicas y de la misma racionalidad invocada por la economía.

Jens Beckert es una figura destacada de esta última corriente de pensadores, en especial porque es uno de los pocos sociólogos de la economía teóricos. Su interés por la teoría social, en especial la teoría de la acción, lo acompañó por toda su formación (González y Serafín 2017). Beckert estudió con Hans Joas, a quien luego asistió en sus investigaciones. Esto lo motivó a desarrollar una perspectiva pragmática que orientó su análisis acerca de cómo las estructuras sociales configuran la acción y cómo los actores las interpretan. En su tesis doctoral vinculó la economía y la teoría social, analizando cómo abordaban la economía algunos clásicos (Durkheim, Parsons, Luhmann y Giddens) en sus marcos teóricos (Beckert 2002).

El presente artículo propone un acercamiento a los fundamentos de la sociología de la acción económica del autor. Dos propósitos motivan este trabajo: primero, resaltar el valor teórico y conceptual significativo que posee la obra de Beckert para la construcción de la sociología económica como campo; segundo, contribuir a la difusión de sus aportes en la comunidad de especialistas hispanoparlantes. En este trabajo se analizan en profundidad cinco artículos y dos libros del autor (Beckert 1996, 2002, 2003, 2006, 2013a, 2013b, 2016), los cuales desarrollan las bases programáticas de su teoría de la acción.

El trabajo está organizado de la siguiente forma. La primera sección repasa los vínculos entre economía y sociología a lo largo del Siglo XX. La segunda sección desarrolla las críticas económicas y sociológicas más difundidas al modelo de acción racional. La tercera sección, dividida en tres apartados, desarrolla los aspectos centrales de la teoría de la acción económica del autor. La última sección presenta las conclusiones.

1. Los vaivenes de la relación entre sociología y economía

Con algunas excepciones (Schumpeter, [1942] 1986; Polanyi, [1944] 1992, entre otras), entre 1930 y mediados de 1970 la economía y la sociología se mostraron separadas como resultado del denominado “pacto parsoniano”. En esa etapa el estructuralismo funcionalista se consolidó como el paradigma dominante en la sociología. Talcott Parsons, figura sobresaliente en la sociología de pre y postguerra, propuso una mirada de la sociedad compuesta por esferas diferenciadas, cada una especializada en una función social. La economía fue concebida como un sub sistema autónomo33. Aunque desde u (…) , cuya función era la organización delos recursos escasos para satisfacer fines; así, la acción económica era aquella orientada normativamente a la optimización de los recursos para la maximización del beneficio (Parsons [1937] 1968).

Por su parte, la teoría económica neoclásica44. Si bien somos (…) coincidía en la conclusión, pero difería en la argumentación. Durante la década de 1950 la teoría del equilibrio general de Arrow y Debreu se consolidó como el paradigma dominante en la economía. El mismo se apoyaba en el supuesto del homo economicus, resaltando que los individuos son naturalmente egoístas y privilegian la maximización de la utilidad individual, y argumentaba que la economía nunca había estado sustancialmente incrustada en la vida social, ya que desde las primeras civilizaciones los hombres mostraron una propensión natural al intercambio y, por ende, a la conformación de mercados (Granovetter [1985] 2003: 232).

De este modo, economistas y sociólogos identificaban a la acción económica como una acción racional, definida como aquella orientada a la maximización del beneficio individual optimizando los medios para conseguirlo. Sin embargo, para los primeros era el resultado de disposiciones normativas mientras que para los segundos resultaba la deducción del supuesto del homo economicus. Se trataba de lo que Granovetter (Ibíd.) designó como las concepciones sobre e infra socializadas de la acción económica respectivamente.

Paralelamente se dio una suerte de división de tareas, merced a la cual la economía se encargó de estudiar las decisiones económicas como la producción, la distribución, el consumo y la inversión, y la sociología del resto de las dimensiones de la vida social55. Se trata de un (…) . La inspiración fuertemente normativa y utilitarista de la sociología y la economía de posguerra respectivamente, generalizaron la idea según la cual “la economía trata acerca de cómo la gente toma decisiones; [y] la sociología trata acerca de cómo no tiene ninguna elección para hacer”66. Esta y todas l (…) (Duesenberry, cit. en Beckert 2003: 1).

El avance en la teoría de los juegos durante la década de 1970 impulsó a la economía a abordar una variedad de problemáticas y temas que hasta entonces eran dominio de la sociología. Prácticamente cualquier hecho social como la discriminación, las tasas de delito y la decisión a casarse y tener hijos, fue reducido a un problema de coordinación de incentivos entre actores racionales. Por ejemplo, la decisión de delinquir era concebida como el resultado de un cálculo racional que ponderaba las mayores recompensas ofrecidas por el delito en comparación a un trabajo legal, tomando en cuenta los riesgos de ser descubierto y la severidad del castigo (Becker 1992).

Coincidentemente con la expansión de las ideas neoliberales en el plano político, el pensamiento económico representado en la teoría de la acción racional, se extendió hacia el resto de las ciencias sociales. Este proceso, caracterizado como una etapa de “imperialismo económico” (Heredia y Roig 2008), tuvo mayor receptividad en las ciencias políticas y las relaciones internacionales (especialmente en los Estados Unidos), donde al día de hoy buena parte de las investigaciones en esas disciplinas adoptan el método cuantitativo y parten del supuesto de concebir a los votantes y/o a los Estados como actores racionales, y el ámbito de interacción entre ellos –la arena política o la política exterior- como mercados electorales o de alianzas estratégicas respectivamente.

Por su parte, la sociología se erigió como uno de los campos más activos de “resistencia” al avance del reduccionismo económico sobre las ciencias sociales. El abandono progresivo del estructuralismo funcionalista promovió abordajes de la acción social que ponían mayor énfasis en la agencia, como la teoría de la estructuración (Giddens [1984] 1998) y de los campos (Bourdieu [1980] 2007). La relativización del determinismo de la estructura social y su resignificación como producto de la acción (que, a su vez, es condicionada por aquella) junto al abandono del modelo del actor racional, estimularon el estudio de problemas económicos desde un punto de vista sociológico. Así, las prácticas de consumo, los sentidos sobre el dinero, la construcción de mercados y las estrategias empresariales, entre otros, fueron objeto de un abordaje sociológico y dieron origen a la nueva sociología económica. Como puede observarse, la renovación teórica junto a un espíritu de “resistencia” colaboró para el desplazamiento de la sociología sobre temas hasta entonces de dominio económico. El solapamiento entre ambas disciplinas implicó la consumación de la pax tácita establecida en el “pacto parsoniano” y el inicio de una nueva etapa marcada por un mayor diálogo entre sociología y economía, tanto colaborativo como crítico77. En la nueva so (…) .

2. Principales críticas al modelo de acción racional

Según Jens Beckert, la ciencia económica se apoya en tres axiomas teóricos fundamentales, que vinculados entre sí ofrecen un marco conceptual simple pero muy efectivo para el análisis de la realidad social. En primer lugar asume la existencia de actores racionales que, en base a un conocimiento completo de la relación medios - fines, orientan su acción económica maximizando su utilidad. En segundo lugar, la acción egoísta lleva a un equilibrio general eficiente gracias a la autorregulación del mercado. Así, perseguir el interés privado se constituye en la base para el bienestar común. Por último, el vínculo entre expectativas de comportamiento y estructura institucional se constituye como fundamento de la política económica liberal, la cual promueve la desregulación de los mercados y la desintervención del Estado en la economía como vía para aumentar el bienestar general. Según el autor, la fortaleza de este modelo reside en plantear una serie de postulados normativos que conectan la acción individual con un modelo de orden social que garantiza la asignación eficiente de los recursos (Beckert 2002: 3).

Sin embargo, el modelo económico ha enfrentado diversas críticas desde la misma disciplina. Diversas investigaciones han demostrado la falsedad del supuesto según el cual los individuos poseen información completa (Grossman y Stiglitz 1980). Por su parte, la economía del comportamiento resaltó la existencia de limitaciones y sesgos cognitivos, los cuales impiden a los individuos procesar la cantidad de información que requiere el comportamiento racional y condicionan las decisiones respectivamente (Simon 1992). Esta corriente de pensamiento ha tenido un importante desarrollo en el ámbito de las finanzas, al analizar comportamientos pretendidamente irracionales como los de “manada” y las sobrerreacciones que derivan en burbujas y pánicos financieros (Banerjee 1992). Finalmente, la economía política ha demostrado que el liberalismo no lleva a una asignación eficiente ni equilibrada de recursos sino a fallas de mercado como los monopolios, debido a la concentración (Chang 2008). Dado que del modelo de acción racional no se deducen resultados eficientes, se pone de manifiesto la necesidad de ofrecer una alternativa teórica a ese modelo.

De acuerdo con Beckert (1996), las críticas sociológicas al modelo de acción económico se centraron en discrepancias entre la predicción teórica del comportamiento humano y la observación empírica. Las críticas pueden agruparse entre aquellas que destacan la existencia de acciones irracionales con arrepentimiento posterior y las que resaltan las acciones irracionales sin arrepentimiento. En el primer caso, se trata de individuos que violan las predicciones de la teoría económica pero una vez que reconocen ese desvío, manifiestan que hubieran preferido haber actuado de manera racional. Un ejemplo es el de un inversor que se arrepiente de haber comprado un activo financiero cuyo precio no siguió la trayectoria esperada. En el segundo caso, los individuos muestran un desvío consciente y deliberado de la racionalidad económica, y ajustan su comportamiento en base a criterios normativos alternativos. Usualmente aquí aparece la decisión de hacer una donación o dejar una propina en un restaurante al cual se sabe que no se volverá.88. Estos y otros (…)

A pesar de que los comportamientos indicados en los ejemplos anteriores desbordan al modelo de elección racional, según el autor no alcanzan para construir una alternativa sociológica al supuesto del actor racional. En el caso de la irracionalidad con arrepentimiento, el desvío del comportamiento previsto en la teoría económica sólo resalta la demanda por mayor racionalidad, en tanto la irracionalidad nos lleva a actuar de una manera peor a la que preferiríamos. El caso de la irracionalidad sin arrepentimiento pone de manifiesto pertinentemente que la racionalidad no constituye un dato invariable, ya que se define individual o socialmente en el contexto en el cual se despliega la acción. Además, critica la prescripción normativa según la cual todos los individuos buscan invariablemente maximizar, resaltando que en algunas ocasiones se elige no optimizar el beneficio, aun cuando se sabe cómo hacerlo.

De todas maneras, según Beckert hay dos argumentos que permiten sostener el supuesto de la maximización. En primer lugar, existen determinantes sistémicos sobre los grandes actores económicos para que desplieguen este comportamiento. Una empresa que desestima la maximización del beneficio no puede garantizar su continuidad en la economía capitalista debido a la competencia. En segundo lugar, las decisiones económicas individuales que suponen un desvío del modelo racional presentan dos particularidades. Primero, suelen referirse a situaciones excepcionales o a gastos pequeños que no impactan de manera significativa en el presupuesto familiar. Segundo, aún las excepcionales decisiones altruistas de donar gran parte del ingreso personal pueden reconstruirse como un caso de maximización de dimensiones alternativas a la utilidad material, como ser la felicidad o la utilidad moral. La conclusión es que si bien pueden encontrarse variados ejemplos de agentes que deliberadamente eligen no optimizar su beneficio, la idea de comportamiento irracional sin arrepentimiento ofrece una base teórica muy restringida para criticar sociológicamente al modelo económico, el cual provee un marco normativo para predecir y explicar la acción económica en condiciones de mercados perfectos e información completa (Beckert 1996: 817).

Pero ¿cómo sostener la racionalidad instrumental en contexto de incertidumbre, donde los actores no conocen las consecuencias de los cursos de acción y poseen información limitada? La siguiente sección aborda en profundidad las bases teóricas de la sociología de la acción económica de Jens Beckert.

3. La sociología de la acción económica de Jens Beckert99. Esta sección e (…)

La obra de Beckert se organiza en torno al desarrollo de los fundamentos sociológicos de la acción económica y, más recientemente, su vinculación con los fenómenos económicos de alcance macro. Tres ejes estructuran el aporte de este sociólogo alemán a la sociología económica. Primero, proponer una teoría sociológica de la acción económica que posibilite criticar a nivel teórico el modelo de la racionalidad instrumental y sirva de fundamento para investigaciones insertas en la sociología económica.

Esto implica ir más allá de las críticas a la economía que la niegan como una esfera autónoma y contraponen la existencia de hechos sociales totales (Mauss [1925] 1979), y aquellas que se limitan a postular el carácter socialmente incrustado de la acción (Granovetter Ibíd.). Según el autor, en el primer caso se vuelve inverosímil establecer sub campos disciplinarios como la sociología económica frente a la necesidad de una gran ciencia social; en el segundo caso, el concepto sociológico de incrustación no alcanza para proponer una alternativa al modelo de acción racional ya que se encuentra en un nivel conceptual diferente. Mientras que el último refiere a cómo concebir la estructura de la acción, el primero se centra en las variables externas que influyen sobre el proceso de acción y su resultado; no obstante, la noción de incrustación no proporciona una teoría de la intencionalidad y la agencia estratégica (Beckert 2003).

Segundo, proponer una interpretación sociológica sobre los mercados y sus lógicas de funcionamiento y construcción. Aquí la teoría de la acción económica se complementa con una teoría más general de los mercados, buscando aportar una interpretación de carácter sociológico al proceso de construcción del orden económico, y por ende, social (ver Beckert 2009).

En tercer lugar, y más recientemente, Beckert ha procurado vincular los fundamentos sociológicos de la acción económica con la dinámica capitalista. El autor propone que la sociología económica debe trascender los estudios de nivel micro que analizan los condicionantes que imponen las redes, las instituciones y los marcos culturales, y destacar la necesidad de considerar las limitaciones a la acción racional para comprender fenómenos como las crisis financieras o las decisiones de inversión en el sistema productivo. En este caso es clave la vinculación con la economía política, disciplina a la cual la sociología económica podría proporcionar fundamentos teóricos para el análisis de la acción que trasciendan el modelo de actor racional. Recíprocamente, la economía política podría ofrecer un marco unificado de investigación sobre la dinámica capitalista (Beckert 2013a; 2016)1010. Sobre el análi (…) .

En el presente trabajo nos centraremos en el primer eje, esto es, los fundamentos de la teoría sociológica de la acción económica. En este sentido, buena parte de la producción de Beckert puede concebirse como el desarrollo escalonado de un marco teórico para comprender la acción económica desde un punto de vista sociológico. Pueden identificarse tres momentos claves en ese recorrido. Primero, hacia 1996, pone al acento en la incertidumbre y las limitaciones que impone a la posibilidad de calcular, y por ende, de ajustarse al modelo de acción racional. Segundo, en 2003, recuperando los análisis previos propone una teoría sociológica de la acción económica alternativa a la postulada por la economía neoclásica. Aquí el autor consolida el concepto de racionalidad intencional, el cual caracteriza a la acción económica en contexto de incertidumbre. Si bien los actores procuran maximizar su beneficio, ante la incapacidad de identificar la relación óptima medios – fines se apoyan en dispositivos sociales como la rutina y la revisión de los objetivos, en función de la interpretación que hacen del contexto. Se trata, por consiguiente, de una acción con intenciones de racionalidad, pero limitada por el desconocimiento y los condicionantes que impone el medio social. Finalmente, en dos artículos y su libro más reciente, profundiza sobre los dispositivos sociales en los que se apoyan los actores, destacando a las expectativas ficcionales. Se trata de imaginarios socialmente anclados que condicionan las decisiones económicas pero, al mismo tiempo, son reformulados por el resultado de esas decisiones. Así, las expectativas ficcionales permiten desplegar una acción intencionalmente racional en contextos de incertidumbre. Si los trabajos de 1996 ponían énfasis en el contexto y los de 2003 en la agencia, la idea de expectativas ficcionales procura consolidar la relación estructura - acción. Los tres momentos conforman una unidad en cuanto a que constituyen los hitos del marco conceptual de la teoría sociológica de la acción económica.

A continuación, se desarrollan los aspectos centrales del marco conceptual del autor. La exposición se organiza en tres secciones, que coinciden con los hitos señalados precedentemente.

3.1. Incertidumbre y modernidad

El argumento teórico de Beckert abreva en las reflexiones sociológicas de Parsons, Shils y Luhmann sobre la doble contingencia como categoría central para vincular la acción con el orden social. Este proceso refiere a la complementación de expectativas que surge y posibilita la interacción entre dos actores que se consideran como objetos sociales. Existe interacción cuando el sentido de la acción de cada actor toma en cuenta las expectativas que éste se forma de la reacción que generará en su contraparte, y viceversa. Esta situación de doble dependencia fue reinterpretada y denominada por Parsons durante el período de entreguerras como doble contingencia (Pignuoli Ocampo 2013). En este sentido, las expectativas están vinculadas ontológicamente con el problema de la coordinación social para reducir la incertidumbre y la construcción del orden económico.

En tanto la vida social moderna se vuelve más dinámica y, al mismo tiempo, menos pasible de ser planificada, se potencia la necesidad de generar mecanismos sociales para enfrentar esa incertidumbre. Sin embargo, la novedad los vuelve una fuente de incertidumbre adicional, potenciando el efecto que quería evitarse. Estas transformaciones afectan –con diferencias según el contexto- a todas las esferas sociales, entre ellas, a la económica (Luhmann 1998, 2017).

La incertidumbre define a aquella situación en la cual no se pueden predecir estados futuros del mundo debido a: a) la complejidad e interdependencia de los factores que intervienen, b) la limitada capacidad de anticipar respuestas de terceros actores por desconocimiento, falta de información y/o imprevisibilidad, y c) la no linealidad del proceso económico (Knight cit. en Beckert, 2016: 43). En estas condiciones los actores no pueden predecir ni asignar probabilidades en la distribución de los resultados, por lo cual es imposible deducir estrategias racionales a partir de una meta de optimización de la utilidad buscada o de la maximización del beneficio. Para Beckert, la cuestión de la incertidumbre provee un punto de partida privilegiado para desarrollar una alternativa sociológica al modelo de acción de la economía neoclásica. La crítica a la economía no debe conformarse con señalar las limitaciones prácticas que enfrenta el homo economicus, sino apuntar al supuesto de que los actores económicos pueden, aún en situaciones altamente contingentes, deducir sus acciones de un ranking certero de preferencias y así maximizar su utilidad. Por ejemplo, la economía explica el desempleo por la decisión de los trabajadores de esperar a una oferta laboral que satisfaga sus expectativas. Sin embargo, parece poco probable que los trabajadores puedan realizar ese cálculo en economías cada vez más dinámicas e impredecibles (Beckert 2013a). En este sentido, la incertidumbre apunta al corazón de la economía como teoría normativa de la decisión en tanto niega la posibilidad de definir ex ante cuál sería la decisión racional. Según el autor, la tarea de la sociología económica no debe enfocarse en demostrar que los actores se desvían intencionalmente de las metas egoístas y se orientan por principios no racionales, sino en desarrollar conceptos teóricos y llevar a cabo investigaciones empíricas acerca de cómo actores intencionalmente racionales alcanzan decisiones bajo condiciones en las cuales no saben qué es lo mejor para hacer. Dicho de otro modo, la desviación de las prescripciones de la teoría económica no se explica por referencia a los motivos de los actores sino por la estructura situacional (Beckert 1996: 818).

La Escuela Austríaca fue la primera en introducir la problemática de la incertidumbre al discurso económico moderno, al resaltar los límites de la capacidad cognitiva humana como una fuente de desconocimiento en el proceso productivo. Para los autores de esta Escuela las relaciones económicas se caracterizan por la incertidumbre en los resultados, lo cual resalta el rol del entrepreneur como un emprendedor arriesgado que presumiblemente posee gran conocimiento. No obstante, la Escuela Austríaca utilizó este concepto con el fin de criticar la planificación económica estatal. Dada una situación de incertidumbre, ninguna agencia de planificación centralizada podría disponer del conocimiento necesario para sostener una centralización racional del proceso productivo. Por lo tanto, la dispersión del conocimiento en muchos actores convierte a los precios en el mecanismo racional por excelencia de coordinación de acciones separadas (Beckert 1996: 807).

Una de las contribuciones conceptuales más importantes es la que realizó el economista Frank Knight en Riesgo, incertidumbre y beneficio (1921). Procurando explicar los beneficios en las economías capitalistas, Knight señaló que la teoría económica no podía explicar la existencia de beneficios en mercados perfectos, ya que el mercado atraería nuevos proveedores hasta que el precio de los bienes igualara el costo marginal de producirlos. Pero en una economía dinámica, los actores enfrentan incertidumbre y por ello no pueden tomar decisiones que lleven necesariamente a equilibrios. El autor distingue entre situaciones de riesgo, en las cuales pueden calcularse probabilidades sobre el futuro y anticipar una distribución de resultados, y de incertidumbre, aquellas en las cuales no hay información disponible para calcular y prever resultados. Así, las situaciones de incertidumbre son clave para explicar la obtención de beneficios. Knight destaca la importancia de los dispositivos que emergen en contextos de incertidumbre y ayudan a tomar decisiones en situaciones de información restringida, por ejemplo, la especialización de funciones en las empresas a través del establecimiento de estructuras jerárquicas.

En el mismo año, Keynes publicó su Tratado de probabilidad, donde define a la incertidumbre de una manera muy similar: una situación en la cual la probabilidad es desconocida. Un ejemplo típico es una inversión de capital, cuyo retorno puede estimarse pero nunca conocerse con certeza previamente a la decisión de invertir. Entre los mecanismos en los que se apoyan los actores para tomar decisiones económicas, Keynes menciona a los consejos, las modas, los hábitos y las convenciones, los cuales permiten mantener una ilusión de racionalidad, pero ciertamente, pueden sufrir cambios bruscos.

Sin embargo, la formalización del pensamiento neoclásico en la teoría del equilibrio general deja de lado esas interpretaciones, y plantea que la economía es eficiente en términos de Pareto, es decir, aquella situación en la cual una parte no puede mejorar su situación sin perjudicar a la otra. En este caso, el equilibrio implica que todas las actividades económicas se desarrollan en un momento definido en el tiempo y con información perfecta, por lo tanto existen mercados perfectos para cada bien: esto “permite producir el precio específico para los paraguas ofrecidos durante un aguacero en Paris el 18 de mayo de 2064, por ejemplo” (Beckert, 2016: 38). Así, la economía se reduce a un equilibrio estático donde el tiempo no cuestiona la racionalidad de las decisiones. En tanto niega que algo pueda ser desconocido, el supuesto de los mercados futuros completos blinda a la teoría del equilibrio general de las contingencias del futuro.

Pero si para ciertos bienes no hay mercado a futuro o es incompleto, se vuelve imposible lograr el equilibrio general1111. Esto se vuelve (…) . La imposibilidad de conocer y anticipar la influencia todas las posibles contingencias y las respuestas de los demás, la distribución asimétrica de información y/o la existencia de múltiples equilibrios derivan en mercados incompletos, los cuales habilitan comportamientos como el riesgo moral y la selección adversa. Esto promovió el desarrollo de la economía de la información y la institucional. La primera incorpora el estudio de la relación entre individuos, ya que al ser posible el comportamiento estratégico se vuelve una variable adicional. La segunda introduce el estudio de las estrategias de gobierno como mecanismo para reducir los costos de transacción por la incertidumbre ante fallas de mercado. Sin embargo, todos los avances en la economía mantienen el supuesto de actor racional en base al análisis bayesiano, el cual infiere que los actores son racionales porque comparten la misma subjetividad e información. Así, la economía neoclásica supone que puede haber racionalidad aún con información incompleta. Para ello: a) reformula la incertidumbre en riesgo en base a complejos modelos matemáticos y b) dado que las elecciones en contexto de incertidumbre dependen no sólo de las preferencias sino de la tolerancia al riesgo del actor, se desarrollan conceptos normativos de actitud frente al riesgo como aversión o preferencia.

Probablemente la economía del comportamiento sea la perspectiva que más avances mostró en la crítica al modelo racional. Retomando los planteos de Simon, diversos autores han resaltado las limitaciones cognitivas que impiden a los individuos lograr una selección racional de las alternativas disponibles. Estos estudios han tenido un desarrollo prolífico en el campo de las finanzas, donde se encuentran diversos ejemplos de racionalidad limitada: los individuos subestiman la información que contradice su propia mirada, niegan datos que parecen poco importantes de primera impresión y sobreestiman su capacidad de juicio (Kraemer 2013: 21). Sin negar el aporte de estos estudios, Beckert observa que restringen la limitación del modelo racional a restricciones individuales.1212. Al respecto ve (…)

Una crítica sociológica al modelo racional debe considerar las restricciones individuales conjuntamente a las contextuales. En este sentido, Beckert plantea que la incertidumbre desafía la capacidad de asignar recursos escasos y optimizar la utilidad, lo cual interpela a la racionalidad instrumental como supuesto central en la orientación del comportamiento. En efecto, la incertidumbre no sólo complejiza el proceso de toma de decisiones, sino que pone en cuestión el supuesto mismo de la optimización (Beckert 1996: 815). Si la complejidad de las relaciones económicas establece una situación de incertidumbre que impide a los actores deducir acciones de preferencias, entonces se vuelve decisivo analizar los mecanismos cognitivos, estructurales y culturales sobre los cuales se apoyan los agentes para orientar sus acciones cuando no saben qué camino tomar a priori para maximizar su beneficio. Esto plantea la pregunta acerca de cómo los actores reducen la incertidumbre y estabilizan interacciones altamente contingentes, lo cual involucra inevitablemente a la sociología.

3.2. Racionalidad intencional

Si los trabajos previos del autor se centraron en el análisis de las limitaciones que el contexto de incertidumbre imponen al modelo de racionalidad instrumental, los estudios siguientes avanzaron en la conceptualización de una teoría sociológica de la acción en contextos económicos que consolide la crítica teórica al supuesto del homo economicus. Conocidas las restricciones del contexto, Beckert concibe a los actores como intencionalmente racionales, lo cual supone que procuran alcanzar una meta que optimice su utilidad, aunque no conocen los mejores medios para alcanzarla.

En esta etapa se ponen de manifiesto las influencias decisivas del pragmatismo americano en las figuras de Hoas y Dewey sobre el enfoque del autor. La teoría pragmática de la acción critica a la teoría de la acción racional así como a otras teorías normativas de la acción que plantean que los individuos poseen un “portafolios” de creencias y deseos personales de acuerdo al cual orientan sus cursos de acción. Destacando el enfoque situacional de la acción, la teoría pragmática plantea que los fines no pueden definirse de manera aislada al contexto temporal y espacial en el cual está inserto el actor. Los fines expresan tanto los deseos del actor como los condicionamientos de la situación (que, a su vez, necesariamente configuran los deseos del actor). Así, contexto y actor se fusionan en el proceso de acción social y sólo son distinguibles analíticamente. En este sentido, la acción es menos el resultado de la decisión individual que un punto en un encadenamiento de eventos que expresan la interrelación entre voluntad individual y contexto (Whitford 2002).

Lo anterior implica romper la estructura teleológica de la acción, la cual concibe de manera separada a los fines del actor, los medios para lograrlos, y las condiciones. Esta interpretación supone que los medios no afectan a los fines y que la construcción de éstos últimos está más allá del alcance explicativo de la teoría. Por consiguiente, el carácter objetivo del proceso decisorio hace posible que un observador externo que conoce las preferencias del actor y sus restricciones, pueda predecir las elecciones que realizará. El corazón mismo de la teoría económica neoclásica se apoya en estos supuestos, los cuales permiten deducir patrones de comportamiento en base a los fines y medios disponibles (Beckert 2003).

Como se indicó precedentemente, buena parte de la nueva sociología económica ha demostrado empíricamente las profundas limitaciones del alcance explicativo de este modelo. Al respecto vale destacar el estudio de Bourdieu acerca de las prácticas económicas de los campesinos argelinos en la década de 1960. Al resaltar la inadecuación de los comportamientos económicos al modelo neoclásico, demostró el carácter histórica y contextualmente situado de la idea del homo economicus (Bourdieu [1977] 2006).

Beckert centra su argumentación en proponer una crítica teórica a la racionalidad instrumental. El autor sugiere que la complejidad y la novedad de las situaciones de decisión económicas impiden a los actores comprender con precisión la relación óptima medios-fines. El problema no reside en que deben balancear los fines entre la satisfacción personal y el cumplimiento de las normas, sino que deben comprender qué medios usar, esto es, qué estrategias seguir, a fin de hacer un uso óptimo de los recursos existentes en contextos de incertidumbre.

Según Beckert (2003: 773), la acción económica debe caracterizarse como intencionalmente racional, en el sentido de que los actores quieren mejorar su bienestar. Esta conceptualización retoma la distinción de Weber entre acción social y acción económica, según la cual la última se caracteriza por su foco acotado en la búsqueda de utilidad. La búsqueda de utilidad incluye la satisfacción de las necesidades y, en las sociedades capitalistas modernas, el intento por obtener beneficios (profits). Siempre según Beckert, el concepto de utilidad de Weber enfatiza la oportunidad económica de incrementar los beneficios pero no asegura su obtención, ya que la incertidumbre impide anticipar los resultados. Esto lleva a complejizar la noción de oportunidad tal como es usada en la economía, tomando en cuenta las implicancias de la incertidumbre.

En tanto no puede deducirse una estrategia óptima, las decisiones dependen de la interpretación que los propios actores hacen de la situación. Esa definición consiste en hacer inteligible el entorno y se alcanza a través de interpretaciones contingentes, basadas en juicios acerca de las condiciones materiales, las relaciones causales y los comportamientos esperados del resto de los actores, entre otros factores. En tanto proceso social, esos juicios se basan en expectativas compartidas intersubjetivamente. Esto lleva a pensar en la racionalidad económica no como la identificación y realización de una estrategia óptima sino como la construcción de la percepción de racionalidad.

¿Cómo hacen inteligible su entorno los actores para la toma de decisiones intencionalmente racionales? Apoyado en el pragmatismo americano, Beckert concibe la construcción de las percepciones que hacen posible la racionalidad intencional como un proceso creativo e intersubjetivo, lo cual implica la interrelación entre agencia y estructura. Lo que determina la acción no es la estructura objetiva de la situación, sino la interpretación que se hace de ella, la cual forma parte de la situación y debe ser incluida en cualquier reflexión sobre posibles estrategias. En este punto se observa un giro de Beckert en su marco interpretativo. Si en el artículo de 1996 centraba su crítica en las limitaciones que imponía el contexto de incertidumbre, ahora pone el foco en el proceso intersubjetivo de interpretación1313. La intersubjet (…) que los actores hacen de ese contexto y en el cual basan sus decisiones económicas. De esta forma, el eje del análisis se corre desde la estructura a la agencia, aunque ciertamente sin dejar de concebirlas de manera interrelacionada.

En el proceso interpretativo son claves los conceptos de rutina y reconstrucción. De acuerdo a la perspectiva pragmática, la intencionalidad no se basa en reflexiones cognitivas previas a la acción, sino en un conocimiento práctico que informa a la acción y configura el entorno de los actores. En la medida que los cursos de acción establecidos llevan a los resultados esperados, éstos toman la forma de un proceso irreflexivo basado en el hábito (Beckert, 2016: 54); por eso, se entiende que los actores son menos calculadores que lo que presume la teoría de la acción racional. Pero sería inadecuado limitar una teoría de la acción a la noción de hábito y rutina, ya que sólo en ocasiones excepcionales las situaciones son idénticas a las experiencias previas. Ante situaciones novedosas frente a las cuales las rutinas no proporcionan el resultado esperado, es necesario reabrir el proceso de reflexión para generar respuestas creativas1414. Esta idea abre (…) . Así, la creatividad y la intersubjetividad permiten comprender a la incertidumbre no como una distorsión para el cálculo económico racional, sino como una precondición crucial del carácter dinámico de las economías capitalistas (Beckert 2003: 775).

La crítica a la estructura teleológica de la acción se completa con la conceptualización de los fines como parte de la situación y –al mismo tiempo– formados en ella. Retomando el planteo de Dewey, el autor los concibe como “fines en vista” (ends-in-view) y acentúa el carácter experimental de los fines, pero también de los medios, y su reajuste de acuerdo a nuevas experiencias. Según Beckert, “los fines están vivos” (Ibíd.: 779). Por ende, los fines no constituyen la causa final –y separada- de la acción, sino que están fusionados inseparablemente con otros aspectos de la situación como los medios, las instituciones, y la corporalidad del actor. Esto no implica afirmar que los actores entran a las situaciones sin intenciones, pero dado que el pragmatismo pone el énfasis en el hábito, constituyen más bien puntos de orientación en el proceso de reconstrucción, mediante el cual el actor imagina posibles cursos de acción. Así, los fines proveen sentido a la actividad de reflexión y constituyen medios para la acción.

La noción de racionalidad intencional se articula sobre el entrelazamiento de estructura y acción, y resalta el rol de la interpretación. En el próximo apartado se aborda la pregunta sobre en base a qué esquemas y fundamentos los actores interpretan el contexto.

3.3. Expectativas ficcionales

La racionalidad intencional constituye el principio de orientación de la acción económica en contextos de incertidumbre. Implica que los actores procuran maximizar su utilidad, pero no saben a priori qué estrategia los llevará a ese fin. ¿En base a qué esquemas y fundamentos los actores fundan esa intencionalidad de racionalidad? Para Beckert (2013a, 2013b, 2016), la racionalidad intencional se basa en expectativas ficcionales (fictional expectations). Se trata de representaciones sociales tales como narraciones, historias, teorías y discursos, que condicionan y habilitan la acción dado el carácter imprevisible del futuro. Si bien están presentes en todas las esferas de la sociedad, el autor centra su atención en aquellas orientadas a la economía.

Según Beckert (2016), las expectativas ficticias poseen cuatro implicancias. Primero, ayudan a tomar decisiones en contexto de incertidumbre, ya que asisten en la coordinación. Segundo, afectan el futuro de manera similar a las profecías autocumplidas, aunque no igual, ya que el efecto de las expectativas sobre la realidad es más impredecible. Tercero, dado su carácter contingente y el contexto de incertidumbre, son una fuente de innovación que no está confinada a la realidad empírica. Por último, debido a que producen el futuro, son el punto de entrada para el poder en la economía; el poder se expresa en la creación e influencia de las expectativas ficcionales, por lo tanto éstas son centrales para la dinámica económica.

Las expectativas enfatizan el rol de las estructuras, ya que la acción no es entendida como una respuesta ad-hoc sino que toma en cuenta la expectativa de respuesta de la contraparte, y de la agencia, toda vez que la incertidumbre destaca la necesidad de una reinterpretación subjetiva de la situación. Las expectativas en contexto de incertidumbre se fundan en ficciones, esto es, imaginarios de estados futuros del mundo que proveen orientación en el proceso de toma de decisiones a pesar de la incertidumbre inherente a la situación. Según el autor no es necesario que sean reales, sino convincentes. Su principal utilidad reside en que crean confianza y proveen buenas razones para actuar con referencia a un futuro incierto, ya que permiten actuar como si los imaginarios sobre el futuro fueran presentes, es decir, como si: a) el futuro fuera a ser como se lo pensó y b) los objetos tuvieran las cualidades simbólicas adscriptas. Pero al mismo tiempo las expectativas ficticias son fuente de incertidumbre, porque la variedad de posibles imaginarios futuros supone abundancia de alternativas, algunas en vías impredecibles1515. Una vez más se (…) (Beckert 2013b: 222).

Las expectativas ficcionales resaltan el carácter no teleológico de la acción y la creatividad de los actores. Respecto de la crítica a la concepción teleológica, plantea que los imaginarios y los cursos de acción emergen en un proceso en el cual fines y medios se condicionan mutuamente, en base a las experiencias sobre la situación, su interpretación por parte de los actores y las estructuras de poder existentes. El cálculo emerge cuando los actores buscan pruebas de la validez de sus imaginarios en los que basan sus decisiones. Por su parte, las estructuras sociales entran al proceso al configurar los imaginarios mediante marcos cognitivos e instituciones que apoyan determinados imaginarios. Esto permite observar que los imaginarios están socialmente anclados y no son construcciones puramente individuales.

En relación a la creatividad, menos que estáticos, los imaginarios son constantemente puestos a prueba y reelaborados. Aquí se retoma la idea de ficción de Searle en tanto creación1616. Del latín fict (…) . En este sentido, los mundos creados a través de la ficción no se basan en verdades empíricamente observables sino en la imaginación del autor. Esto no implica que no haya correspondencia con la realidad, por el contrario, las ficciones ganan credibilidad porque podrían ser verdad, son coherentes y están vinculadas a elementos no ficcionales. Los textos ficcionales poseen muchos paralelismos con representaciones sobre el futuro que los actores económicos usan para orientar sus decisiones en incertidumbre. En finanzas, por ejemplo, proveen justificaciones a decisiones cuyo éxito es incierto. Esto destaca el rol performativo de las expectativas ficcionales, hasta volverse en algunos casos profecías autocumplidas (Beckert 2013b). No obstante, a diferencia de la teoría de la performatividad que asume a la teoría como creadora de la realidad, hay poca evidencia de que el mundo se parezca al de los libros de texto (Beckert, 2016: 277). Según el autor, los modelos que aplican los actores poseen una variedad de efectos que constantemente sorprenden a los actores, forzándolos a reajustar los supuestos en los que basan su acción, y así generar nuevas interpretaciones.

Las expectativas ficcionales no están separadas del cálculo o las estructuras sociales, por el contrario, poseen una estrecha vinculación entre sí. Las expectativas ficcionales constituyen la referencia en base a la cual los actores realizan cálculos para alcanzar comportamientos intencionalmente racionales. Destacan así, los fundamentos sociales de la acción económica a nivel micro. Por otra parte, las estructuras como instituciones y redes dan sustento y credibilidad a determinadas expectativas por sobre otras. Por ejemplo, en la Argentina existe una extendida desconfianza hacia los roles de autoridad como juez o funcionario que dificulta el proceso de legitimación y aplicación de normas. Esto limita la posibilidad de establecer acuerdos normativos de largo plazo y contribuye a que gane preponderancia la expectativa según la cual pueden esperarse variaciones más amplias en los comportamientos económicos (Dewey 2010).

Finalmente, Beckert resalta la importancia política de las expectativas ficcionales. En el marco del futuro abierto, es decir un futuro no previsible, las expectativas no están determinadas por la situación, sino configuradas por la información imperfecta y las variadas formas de interpretarla. Dado que en las sociedades capitalistas modernas el manejo de las expectativas cobra una importancia macroeconómica y política central, aquellas se vuelven campos de lucha simbólicos con efectos concretos y tangibles en la realidad social. En este sentido, la definición de las expectativas constituye un campo de poder dada la posibilidad de influir sobre la acción de los otros. Los pronósticos (forecast) son un caso paradigmático de imaginario de estados futuros que procuran influir sobre las expectativas y, por ende, sobre el futuro en sí. Beckert (2016) identifica a los pronósticos como dispositivos de coordinación para la toma de decisiones que producen el futuro. En este sentido, ayudan a crear expectativas ficticias creíbles en tanto narrativas que describen futuros imaginados y generan confianza. Para esto no necesitan ser precisas, sino convincentes.

4. Reflexiones finales

En términos de la relación con la economía, buena parte de la producción de la nueva sociología económica puede dividirse en dos grupos. El primero se limita a complementar de manera subordinada a la economía resaltando el carácter enraizado de la acción económica; el segundo, en cambio, llega a subestimarla como una disciplina en sí misma, al destacar la imposibilidad de analizar de manera parcial a la acción en tanto hecho social total. En este sentido, Beckert plantea una tercera vía. Si bien propone una crítica terminante a los fundamentos conceptuales de la economía, sugiere que esto debería servir para complejizar y enriquecer los análisis económicos. Por otra parte, aunque su teoría destaca el carácter socialmente construido de la acción, no rehúye a la multidimensionalidad disciplinaria en términos analíticos. Esto, por cierto, hace posible la existencia de la sociología económica como campo. Una mirada coherente con la idea de hechos sociales totales, obliga a pensar a la sociedad como un todo dejando de lado divisiones disciplinarias.

Retomando el análisis sobre las limitaciones que impone la incertidumbre al modelo de acción racional, Beckert propone una teoría sociológica de la acción económica centrada en el concepto de racionalidad intencional. Ante la incapacidad de realizar cálculos a priori, los actores se apoyan en dispositivos sociales como las expectativas ficcionales, que ofrecen “ilusiones de realidad” que facilitan la acción. Se trata de una teoría que ofrece una respuesta sociológica a la pregunta ¿qué deben hacer los actores, cuando no saben qué es lo mejor para hacer en términos económicos?

A diferencia de lo que sostiene la economía, para Beckert no hay orientación racional que pueda deducirse de manera previa a la acción. Esto se explica por dos motivos. Primero, los fines no están separados de la acción sino que están fusionados con los medios y otros aspectos de la situación; así, los fines se reconstruyen durante el proceso de acción. Segundo, el cálculo depende de interpretaciones efectuadas en contextos de incertidumbre, por lo tanto, es el resultado de una interpretación que se apoya en dispositivos sociales. Entre estos últimos destacan las expectativas ficcionales. Se trata de ficciones tales como historias, teorías o narraciones que dan por sentadas regularidades que facilitan la acción. Su carácter ficcional no requiere que sean verdaderas, sino convincentes. Dado que la racionalidad es construida socialmente, Beckert concluye que la acción económica es intencionalmente racional. Esto permite ver que, a diferencia del modelo económico, hay diversas racionalidades que se construyen en la sociedad y ninguna de ellas garantiza de antemano la optimización de medios junto a la maximización de la utilidad.

Dos líneas de investigación se abren a partir de los fundamentos analizados. En primer lugar, el análisis del proceso de construcción social de los mercados como ámbito de organización de las transacciones económicas. Si la racionalidad es contingente, la ilusión del mercado autorregulado como mecanismo de orden social deja de tener sentido. Esto habilita la necesidad de estudiar la institucionalización de las relaciones económicas como resultado contingente de acciones intencionalmente racionales.

En segundo lugar, la importancia de las expectativas ficcionales para la orientación de la acción las convierte en objeto de interés por parte los actores sociales, toda vez que el éxito en instalar una expectativa aumenta las chances de condicionar los cursos de acción. En este sentido, el estudio de los procesos de construcción de las expectativas ficcionales y las disputas entre actores constituye otra línea central para la comprensión sociológica de la acción económica.

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Notas

1.

Se agradecen los valiosos comentarios de Matías Dewey, Felipe González y Mariana Heredia a una versión previa. Naturalmente, se los exime de toda responsabilidad en cuanto a los errores u omisiones existentes.

2.

Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales, en ambos casos por la Universidad de Buenos Aires. Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, con sede en el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina). Investigador Asociado del Área de Relaciones Internacionales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales – Argentina. E-mail: pablonemina@yahoo.com.ar.

3.

Aunque desde un marco conceptual diferente, nótese la similitud con la argumentación de Polanyi ([1944] 1992) acerca de la desincrustación (disembededness) de la economía del resto de la vida social. Se trataba de argumentos inspirados en las implicancias de la modernidad sobre la sociedad, que desde la “jaula de hierro” de Weber, mostraban preocupación por la erosión de los valores morales que parecían acompañar inexorablemente al progreso.

4.

Si bien somos conscientes de la existencia en el campo de la economía de perspectivas alternativas a la ortodoxia neoclásica, ésta constituye sin dudas la perspectiva dominante dentro de la disciplina. Por lo tanto, se ha hecho habitual homologar a la ciencia económica a la perspectiva neoclásica.

5.

Se trata de una caracterización esquemática en la cual la economía política constituye una destacable excepción. En la región, el estructuralismo latinoamericano y la teoría de la dependencia analizaron la estructura económica en íntima relación con las estructuras y relaciones sociales vigentes.

6.

Esta y todas las traducciones que siguen corresponden al autor.

7.

En la nueva sociología económica se encuentra una variedad de posturas que van desde las que buscan complementar las limitaciones del análisis económico desde la sociología (cf. Granovetter Ibíd.), hasta aquellas que rechazan de plano el modelo económico basado en el homo economicus por considerarlo un “monstruo antropológico” (Bourdieu 2002: 236).

8.

Estos y otros casos similares dieron origen a las freakonomics (economía rara o peculiar), una rama de la economía que procura comprender estas situaciones consideradas paradójicas manteniendo el modelo del actor racional.

9.

Esta sección extiende y actualiza argumentos desarrollados en Nemiña, P. (2015) “Acción económica e incertidumbre: el aporte de Jens Beckert a la sociología económica”, Equidad & Desarrollo, 23, 9-33.

10.

Sobre el análisis de Beckert de los fundamentos micro sociales de la dinámica capitalista, puede consultarse el trabajo de González López (2017) en este dossier.

11.

Esto se vuelve especialmente importante en el caso de mercados ilegales como el de prendas de vestir falsificadas, armas y/o piedras preciosas. Ver Dewey (2017) en este dossier.

12.

Al respecto ver el trabajo de Giambroni y Weigandi (2017) en este dossier.

13.

La intersubjetividad resalta el carácter compartido de esas decisiones, toda vez que se escogen en referencia a reglas y fines que son válidos no sólo para el actor, sino para el grupo social que constituye el contexto de la situación.

14.

Esta idea abreva en el concepto de reflexión desarrollado por Luhmann en la teoría de sistemas autopoiéticos. Para Luhmann, en la reflexión se opera una re-entrada de la distinción sistema / entorno en lo que ella distingue. Esto permite la reproducción del sistema pero al mismo tiempo que este incorpore información sobre sí mismo, lo cual habilita el cambio de las estructuras evitando la circularidad (Corsi et al. 1996: 138).

15.

Una vez más se manifiestan las reminiscencias a Luhmann, en tanto todo dispositivo para reducir complejidad se erige inevitablemente como una nueva fuente de complejidad (Corsi et al.1996: 43).

16.

Del latín fictio: formar, configurar, hacer (Beckert 2013a).