Reflexiones en torno al proceso de patrimonialización de sitios rupestres de Uspallata (Mendoza, Argentina)

Repensando el patrimonio como ensamblaje

Sol Zárate Bernardi

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Universidad Nacional de Cuyo. Instituto Interdisciplinario de Ciencias Básicas (ICB). Laboratorio de Paleoecología Humana. Mendoza, Argentina.

zaratebernardisol@gmail.com

https://orcid.org/0000-0002-9124-1090

Zárate Bernardi, Sol. “Reflexiones en torno al proceso de patrimonialización de sitios rupestres de Uspallata (Mendoza, Argentina). Repensando el patrimonio como ensamblaje, TAREA, 10, (10), pp. 188-214.

Resumen

En este artículo se reflexiona sobre el proceso de patrimonialización de los sitios rupestres de la localidad de Uspallata (Mendoza, Argentina) con nuevas categorías teóricas. Para ello, se entiende al patrimonio y a los sitios arqueológicos como ensamblajes, categoría que permite analizar la multiplicidad de actores humanos y no humanos que intervienen en un proceso dicotómico entre historia y memoria. Tras un breve repaso por la historia de la investigación, gestión y explotación turística de los sitios, se cuestionan las formas en que el patrimonio ha sido abordado sin atender a las relaciones que se generan en torno a él, y las diversas temporalidades que esto implica. Se hace hincapié en el papel de la Academia, como ensamblaje también, que tiene la potestad de objetivar y regular el proceso patrimonial. En todo este marco, entender que múltiples ontologías configuran lo patrimonial puede constituir un modo de repensar los procesos de patrimonialización.

Palabras clave: patrimonio; ensamblaje; arte rupestre; Uspallata

Reflections on the process of building heritage at rock sites in Uspallata (Mendoza, Argentina). Rethinking heritage as an assemblage

Abstract

We reflect on new theoretical categories to understand the process of creating heritage of rock art sites in the Uspallata valley, Mendoza, Argentina. To do so, we understand both heritage and archaeological sites as assemblages, a framework that allows us to examine the multiplicity of human and non-human actors involved in the dichotomous process of building institutional history and experiential memory. After a brief review of the history of research, management, and tourist use of the sites, we question approaches to heritage that fail to consider wider relationships and different temporalities. Emphasis is placed on the role of academia, an assemblage as well, which has the power to objectify and regulate the heritage process. In this framework, understanding how multiple ontologies configure heritage is a way of rethinking the processes of constructing heritage.

Keywords: heritage; assemblage; rock art; Uspallata

Fecha de recepción: 27/05/2023

Fecha de aceptación: 04/07/2023

Introducción

En este trabajo se da cuenta de algunos apuntes que surgen tras reflexionar sobre el tratamiento patrimonial que se ha dado –o que está ausente, según sea el caso– en los últimos años a sitios rupestres que se ubican en la localidad de Uspallata (noroeste de la provincia de Mendoza). Se trata de los sitios Cerro Tunduqueral, Santa Elena, El Peñón, Pucará de Uspallata y Uspallata Usina Sur, que han sido retomados en investigaciones arqueológicas del Centro Oeste Argentino en tiempos recientes, después de más de un siglo de ser conocidos en muchos casos. Estos sitios arqueológicos no presentan las mismas condiciones de investigación, preservación y explotación turística, pero sí coinciden en que son múltiples los actores que intervienen en el proceso de patrimonialización de cada uno. Experimentan diversas intervenciones patrimoniales a lo largo del tiempo, que han coincidido mayoritariamente en dos puntos: no han tenido en cuenta la diversidad de actores que se relacionan con los sitios, y tienen como premisa los riesgos inminentes de conservación (mantenimiento de las condiciones de los sitios en el mismo estado que en el momento histórico de la manufacturación de los grabados).

Ante esta realidad, se propone aquí un nuevo enfoque para el tratamiento del tema en la región de estudio, crítico y reflexivo respecto de estos dos supuestos de partida que han guiado la patrimonialización. Para ello, en primer lugar se esboza la concepción de patrimonio que sustenta esta reflexión, para luego dar paso a una revisión de la historia de las investigaciones en cada uno de los sitios mencionados y de su ‘aprovechamiento’ patrimonial, incluyendo algunas consideraciones acerca de la multiplicidad de actores que disputan la apropiación: población local, municipalidad, Ejército Nacional, Dirección de Patrimonio, universidades, prestadores de servicios turísticos, turistas nacionales y extranjeros. Posteriormente, se presenta la realidad de los sitios a partir de la categoría de ensamblaje, término útil para abordar la complejidad de actores que interactúan entre sí y con cada emplazamiento rupestre. Identificada la Academia como uno de los agentes más importantes, se cuestionan los presupuestos a partir de los cuales impulsa la patrimonialización, muchas veces a solicitud de las entidades gubernamentales.

Replantearse tareas vinculadas a la gestión del patrimonio no es una labor menor, no solo por las incumbencias que puede tener el trabajo en sitios arqueológicos que están insertos en comunidades que ‘disputan’ su pertenencia, sino también porque en el caso de la localidad de Uspallata, es la que concentra mayor cantidad de sitios en el noroeste de la provincia y donde existe una profusa historia de investigaciones arqueológicas. En esta localidad además de múltiples sitios rupestres, existen otros sitios arqueológicos definidos a partir de concentraciones de materiales y/o hallazgos aislados en superficie y estratigrafía, áreas arqueológicas extensas y al sistema vial incaico, Qhapaq Ñan, con estructuras asociadas (Terraza et al., 2021). Los sitios abarcan cronologías que van desde etapas de cazadores recolectores hasta época de contacto hispano-indígena y colonial.

El foco está puesto en los sitios rupestres por sus particularidades: son fácilmente reconocibles por los ojos de personas no expertas en la materia, tienen una larga historia de explotación/aprovechamiento turístico en el área, han sido objeto de puestas en valor o de escritos reflexivos en torno a lo patrimonial, y finalmente, en los últimos años se ha acentuado su degradación, basada fundamentalmente en factores antrópicos (Bárcena, 2004; Zárate et al., 2019). Entre los sitios que se toman en consideración en este trabajo, destaca el Cerro Tunduqueral, sitio con mayor concentración de paneles rocosos grabados del noroeste de la provincia, característica que lo hace relevante tanto para su investigación como para su aprovechamiento como recurso turístico (Zárate et al., 2019). La monumentalidad de algunos de estos sitios (sensu Criado Boado, 1993) y su materialidad afectan las relaciones que los sujetos establecen con él (Ingold, 2013), predispone el terreno de disputa al condicionar la agencia humana que se ‘apropia’ de la fiscalidad del conjunto de los petroglifos, y lo resignifica en función de dichas relaciones. Si se comprende al patrimonio como un ensamblaje de subjetividades, memorias, tiempos, espacios e identidades, sumado a las transformaciones hegemónicas globales que impactan sobre él y provocan nuevas formas de concebirlo, se debe replantear constantemente su abordaje. Más aún, la comprensión de los sitios como bienes patrimoniales, no puede aparecer separada de la indagación por el mundo que lo rodea, por las relaciones en las que se inscribe (Ingold, 2013). Entender el patrimonio como ensamblaje permite abordar múltiples aristas de la concepción patrimonial del sitio, atendiendo a que las partes constituyentes –heterogéneas–, son reuniones que actúan sobre el mismo, pero no lo definen totalmente, sino que se trata de una composición dinámica (DeLanda, 2006). Los ensamblajes se definen como composiciones que actúan (Harris, 2018), cuyos componentes heterogéneos son reuniones que actúan sobre, pero sin definir totalmente, sus partes constituyentes, es decir son dinámicos (DeLanda, 2006); son entidades complejas, históricamente específicas, que exceden la materialidad de sus componentes, y que son más que la suma de sus partes con capacidades generativas y reproductivas (Harris, 2018; Robb y Pauketat, 2013; Ingold, 2013). Además, se encuentran siempre en proceso de devenir, por lo que trabajar con ellos implica reconocer el proceso histórico específico del cual emergen, aunque tanto los ensamblajes como los procesos de los que emergen son multiescalares, por lo que la agencia es emergente, relacional e inmanente en la concurrencia en el ensamble (Harris, 2018). Al respecto, abordar el patrimonio desde la categoría de ensamblaje evita la imposición de categorías analíticas a priori, rechazando incluso modelos escalares prestablecidos (Macdonald, 2009), y presta atención a la manera en que los ensamblajes se territorializan y desterritorializan según las contingencias históricas (sensu Lucas, 2012).

El patrimonio desempeña un papel en la configuración de interacciones en las que está inmerso, lo hace desde las redes en que se inserta –el ensamblaje– y desde sus características materiales, simbólicas e incluso jurídicas específicas. Entonces, adoptar la perspectiva del ensamblaje para repensar lo patrimonial implica hacer hincapié en las acciones y técnicas múltiples, heterogéneas y a menudo muy específicas que intervienen en la consecución y el mantenimiento del patrimonio desde una perspectiva temporal y espacialmente dinámica, lo que visibiliza mayores grados de indeterminación y cursos de acción imprevistos (Macdonald, 2009). Además, el patrimonio marca modos de existir determinados dentro de ciertas lógicas, ordena cierta narrativa colectiva que determina posibilidades de acción individuales, según sea el posicionamiento respecto del mismo (Ricoeur, 1984). En parte, esto responde a que tanto en su aspecto material como simbólico, se trata de un bien heredado, pero además –y fundamentalmente– se resignifica y reutiliza. Es que, aunque el patrimonio es ‘siempre una parte del pasado’, su posesión es igualmente una ‘marca de la modernidad’ (Kirshenblatt-Gimblett, 2006, p. 180, en Macdonald, 2009, p. 119). En este sentido, el proceso de patrimonialización es doble (Prats, 2005): atiende a la valoración y sentido que adquiere un elemento cultural dentro de una comunidad local, y, por otro lado, el elemento es seleccionado y activado por actores ajenos a la comunidad, generalmente científicos y expertos, bajo requerimiento institucional muchas veces. De esta manera, la transformación de un bien cultural en patrimonial implica un proceso en el que se producen múltiples tensiones, dado que distintos grupos tienen intereses a veces contradictorios y poseen sus propias valoraciones culturales e intereses estratégicos sobre estos bienes. Es que el patrimonio no es otra cosa que un recurso a partir del cual los grupos remarcan su identidad o recrean su memoria (Nora, 1984), desde la base de las relaciones que se establecen con él y el discurso que se enuncia al respecto (Salatino, 2013).

Así entendido, el patrimonio es un “proceso de múltiples acciones de objetivación y subjetivación, apropiaciones y demarcaciones, a mitad de camino entre individuos y colectivos (Alonso González, 2014). El patrimonio no se descubre ni se crea, sino que emerge de la relacionalidad social y del establecimiento de series de cadenas de experiencias entre diversos actores (Alonso González, 2016), y la forma en que esos actores interactúan con la materialidad del patrimonio (Ingold, 2013). De esta manera, el patrimonio surge –y resurge– según los ámbitos y ensamblajes en los que interactúe, o enunciado de otra forma, dentro de múltiples ontologías que coexisten (Alonso González, 2016).

Investigación, gestión y explotación turística de los sitios rupestres de Uspallata

Uspallata es una localidad del departamento de Las Heras, ubicada en el noroeste de la provincia de Mendoza (figura 1). Se trata de un valle longitudinal cuyas alturas de base van desde los 1700 a los 2400 msnm y se desarrolla entre la Cordillera Frontal y la Precordillera. El clima del valle puede ser definido como “árido, mesotermal, con vegetación de estepa desértica y posibilidad de cultivos bajo riego” (Durán y Mikkan, 2011). El valle representa una de las zonas arqueológicas más interesantes de la provincia, por la cantidad, variedad y temporalidad de los sitios hallados; por tanto, contiene gran parte de la producción científica que se ha generado sobre la arqueología del noroeste de la provincia (Schobinger, 1971; Terraza et al., 2021).


FIGURA 1. Mapa general del valle de Uspallata y sitios mencionados en este trabajo.

Las investigaciones arqueológicas en el valle comenzaron sistemáticamente a partir de las publicaciones señeras de Aparicio (1940) y Rusconi (1938-39, 1962), las cuales desde entonces fueron continuadas por diferentes profesionales y equipos de investigación (para una historia de las investigaciones en el valle, Terraza et al., 2021). En lo que a arte rupestre concierne, las primeras menciones se remontan a principios del siglo pasado (Khün, 1914; Metraux, 1929), aunque las investigaciones formales comenzarán unas décadas más tarde, con los trabajos de Rusconi (1938-39, 1962), y posteriormente Schobinger (1971, 2009). Para la década de 1970 ya se conocían los sitios rupestres que se toman en consideración en este trabajo: Rusconi (1938-1939) había publicado las descripciones de los sitios El Peñón y Pucará de Uspallata a fines de la década de 1930, mientras que en 1962 menciona el sitio Santa Elena. Por su parte, Cerro Tunduqueral fue relevado por Schobinger en los años 1957-58; el mismo investigador releva por primera vez el sitio Uspallata Usina Sur y lo da a conocer en 1971.

Si se tiene en cuenta el desarrollo general de las investigaciones arqueológicas en el valle de Uspallata, en base a la exhaustividad y cantidad de publicaciones puede verse que el estudio del arte rupestre fue tratado inicialmente como parte de un registro arqueológico ‘marginal’ respecto de otros materiales y sitios del valle (Terraza et al., 2021; Zárate Bernardi, 2023). Las primeras interpretaciones del registro se realizaron desde postulados difusionistas propios de la arqueología histórico-cultural, que buscaban en esta región reflejos de los procesos que se daban en el noroeste argentino. Metodológicamente, en su mayoría los petroglifos habían sido relevados de manera no sistemática, solo se centraban en lo que se consideraba figuras diagnóstico (motivos figurativos preferentemente) y se tizaban los surcos de los petroglifos, lo que muchas veces deformaba las figuras originales para darles una similitud con motivos más conocidos para los investigadores. En tiempos más recientes, tareas de relevamiento sistemático, cronologización y abordaje desde nuevos marcos interpretativos e integrando lo rupestre con otras materialidades arqueológicas se han llevado a cabo para todos los sitios rupestres de Uspallata y regiones adyacentes (Zárate Bernardi et al., 2020; Zárate Bernardi, 2023).

Además de las investigaciones arqueológicas, desde las artes plásticas, Laura Hart (2009a, 2016) analizó el arte rupestre del Norte de Mendoza con el objetivo de observar cómo, en determinados puntos, se aproximan en el uso de elementos gráficos los artistas del pasado prehistórico y de la actualidad. Por otro lado, algunos autores han desarrollado trabajos que relatan los procesos de conservación, gestión e intervención patrimonial, como J.R. Bárcena (2004), quien describió los trabajos de gestión llevados a cabo por él y su equipo en el sitio mencionado, y Víctor Ataliva (2011) quien abordó el Cerro Tunduqueral para proponer un informe sobre los agentes de deterioro que afectan el sitio (teniendo en cuenta las opiniones de los actores involucrados en la valoración del Cerro), en conjunto con recomendaciones para la conservación. En una línea similar, Zárate Bernardi y colaboradores (2019) publicaron el proceso de intervención a partir de la colocación de cartelería en el Cerro Tunduqueral, donde se explica que esta tarea es una acción de emergencia ante la degradación del sitio, del entorno y de los grabados rupestres.

De lo relatado se desprende que el Cerro Tunduqueral es el sitio que más intervenciones ha tenido dentro del valle. Tal como relatan Zárate Bernardi y coautores (2019), si bien la existencia de los grabados rupestres queda documentada académicamente desde las primeras publicaciones de Schobinger, el valor del Cerro es conocido por los habitantes del Valle de Uspallata incluso antes de las mismas. El flujo de turistas que visitan el sitio habría comenzado desde la década de 1980, y la primera cartelería colocada en el sitio dataría de finales de este decenio, elaborada por Bárcena (1991). No obstante, es a partir de 1997, año en el que el Cerro y su espacio circundante se constituyeron en el escenario para la filmación de la película “Siete años en el Tíbet” (Ataliva, 2011), que la explotación turística del sitio cobró mayor relevancia. Durante los poco más de seis meses que duró el rodaje, arqueólogos llevaron a cabo tareas de supervisión del manejo del sitio, lo que se trató de una experiencia satisfactoria que dejó mejoras, sobre todo infraestructurales (construcción de un módulo destinado a centro de interpretación e instalación de una escalinata) (Bárcena, 2004). Tras la filmación de la película, la custodia del Cerro quedó a cargo de la comunidad originaria Guaytamari, que en acuerdo con el Estado provincial, se encargaba del cuidado del lugar y facilitaba un turismo responsable (Ataliva, 2011). Sin embargo, la actividad de la comunidad en el sitio arqueológico cesó luego de diez años, y volvió a ser administrado por el gobierno municipal, situación que se mantiene en la actualidad (Zárate Bernardi et al., 2019). En el año 2011, en respuesta a una solicitud de la Municipalidad de Las Heras, se elaboró un Plan de Manejo para el Cerro Tunduqueral (Durán y Mikkan, 2011). A partir de este documento oficial –que es un instrumento operativo que establece acciones para prevenir, mitigar, controlar, compensar y corregir posibles efectos o impactos negativos sobre el patrimonio arqueológico– se inició un expediente para la creación de un Parque Arqueológico Municipal que aún se encuentra en trámite en el Honorable Concejo Deliberante de dicho municipio. Mientras tanto, el mismo equipo de trabajo presentó un informe en el año 2016 que reflejaba la acentuación de la degradación del sitio y proponía medidas de mitigación a corto plazo (Zárate Bernardi et al., 2019).


FIGURA 2. Cerro Tunduqueral. a. Sendero de acceso al sitio, con la cartelería colocada en 2015; b. Detalle del soporte vandalizado.

Dentro de las últimas intervenciones que se han dado en el sitio, figura el guionado, diseño y colocación de nueva cartelería por parte de un equipo multidisciplinario del Laboratorio de Paleoecología Humana (ICB, CONICET-UNCuyo), en 2015 –y renovada en años posteriores–. Esta acción fue ante una situación de emergencia provocada por la degradación del sitio (Zárate Bernardi et al., 2019), producto no solo del intemperismo, sino fundamentalmente a causa de factores antrópicos, incluido el vandalismo (figura 2). Además, los autores dan cuenta de que el uso turístico desregulado se traduce en la presencia de basura, restos de fogones, formación de dispersos senderos que ocasionan regueros que erosionan la base de los soportes grabados y posibilitan su posterior desplazamiento. Esto, sumado a la desidia por parte de las autoridades que deben velar por la preservación del Cerro Tunduqueral –ausencia de custodios permanentes, de financiamiento, de infraestructura– condicionaron las acciones que podían proponerse y llevarse a cabo para la preservación del patrimonio. La cartelería generada ha sido renovada dos veces desde su colocación, por trabajos conjuntos entre el Laboratorio de Paleoecología Humana y la Municipalidad de Las Heras. La última intervención en el sitio fueron trabajos fotogramétricos destinados a una muestra de Realidad Virtual Aumentada que abarca sitios rupestres de diferentes provincias argentinas, coordinado por profesionales –arqueólogos y comunicadores– de la Universidad Nacional de San Luis, y destinado a museos de las regiones donde los sitios se emplazan.

Los restantes sitios mencionados no han sido objeto de trabajos académicos que den cuenta de su gestión o explotación turística y, de hecho, las publicaciones de investigación que los mencionan son escasos si se compara con la disponibilidad de material bibliográfico acerca del Cerro Tunduqueral.1 No obstante, aunque no se haya mencionado en la bibliografía académica, estos sitios rupestres presentan una utilización dinámica por parte de los agentes que intervienen en su utilización y producción.

Para el caso de Santa Elena, al sitio lo conforman dos soportes uno mayor, el más afectado y que ha perdido casi la totalidad de los grabados, y otro de tamaño mediano, identificable a simple vista. Ambos se ubican a la orilla del camino que comunica el valle de Uspallata con la Ciudad de Mendoza (Ruta Provincial N° 13). En cuanto a las investigaciones, Rusconi en la década de 1920 relevó tres soportes con grabados, de los cuáles actualmente solo se hallan dos que han sido profundamente afectados en las últimas décadas, fundamentalmente por acciones de origen antrópico. En este sitio conviven en la actualidad lo que queda de los grabados rupestres junto a escrituras modernas que hacen referencia a la localización de una gruta en emplazada en las inmediaciones. Ya desde 1990 se daba cuenta del impacto del que los petroglifos eran objeto (Hart, 2006), en tanto varios sectores del soporte de mayor tamaño se encontraban desprendidos, además de que años más tarde –1994– en el sitio se colocó un santuario de ‘Gauchito Gil’ a pocos metros, que incluía ofrendas diversas, senderos, banderines y un graffiti con pintura roja sobre el soporte principal. Hart (2009b) relata que si bien la pintura se iba desprendiendo de la roca producto de las condiciones ambientales del valle, al revisitar el sitio en 2009 la pintura había sido retirada –se desconoce el procedimiento– lo que provocó que también se perdiera la pátina original del soporte que generaba el contraste con los surcos grabados. Ante esta situación, la autora denunció públicamente la instalación del santuario, lo que generó consultas por parte de diversos organismos gubernamentales para tomar medidas de salvaguarda del patrimonio que incluían propuestas educativas y de concientización con la comunidad del valle y entidades oficiales y privadas en pos de lograr la “apropiación cultural del acervo patrimonial” (Hart, 2009b). Las propuestas mencionadas no se llevaron a cabo, como tampoco el proyecto de declarar al sitio como patrimonio de la provincia. En la actualidad el santuario no se localiza en las cercanías a los petroglifos, pero sí se registra en el soporte más impactado nuevas pintadas, esta vez en color amarillo, que indican mediante una flecha el nuevo emplazamiento de la gruta. Además, el soporte mediano registra algunas pintadas, aparentemente relacionadas al mito popular (figura 3).


FIGURA 3. Sitio Santa Elena: a. Soporte con petroglifos y pintura que indica la locación del santuario popular; b. gruta del Gauchito Gil (imagen tomada desde el soporte con grabados).

Otro sitio rupestre que comparte una situación similar a Santa Elena es el petroglifo de El Peñón. Schobinger (1971) lo describe como un petroglifo aislado, posiblemente una máscara, relevada por Rusconi (1938, 1962). Se trata de un sitio compuesto por un único panel grabado que forma parte de un peñón de ignimbrita. Son dos figuras, una es una mascariforme de tamaño menor a las registradas en otros sitios del valle, y la otra es un cuadrangular. Ubicadas en el sector suroeste de la geoforma y orientadas hacia ese punto cardinal, son escasamente visibles dado que los surcos son finos y poco profundos, lo que genera poco contraste con la pátina (Zárate Bernardi, 2023). La ubicación de El Peñón es conocida, está a la vera del camino que conduce hacia la localidad de Villavicencio (Ruta Provincial N° 52), y que además pasa por la entrada de Cerro Tunduqueral. El peñón (como geoforma) también es fácilmente identificable, ya que en el sector sureste se encuentra emplazado un santuario que reúne varios cultos populares, como la Difunta Correa y San La Muerte, junto con el culto católico a San Ceferino.2 Además de las grutas que contienen las figuras de los santos, hay pintadas en la roca que hacen alusión a los cultos y restos de botellas y latas que dan cuenta de que este sitio es punto de reunión de varias personas (figura 4). No obstante, las figuras prehispánicas grabadas en la roca están bien conservadas, en parte porque se encuentran en un sector de la geoforma varios metros alejados de las grutas, y en parte porque las figuras no son visibles a simple vista dadas sus características técnicas. Además, estos grabados son poco conocidos no solo por la comunidad científica –que no los ha retomado desde la década de 1970 (Schobinger, 1971)–, sino que aparentemente también por la comunidad en general.


FIGURA 4.Petroglifo de El Peñón. Vista general de la geoforma que contiene tanto el grabado rupestre como las ermitas actuales.

Pucará de Uspallata, sitio relevado por Rusconi (1962) en la década de 1930, se ubica a 1,5 km de la villa, en lo que actualmente es una propiedad privada, y consiste en una estructura rectangular de muros pircados derruidos en la parte superior de un pequeño cerrillo, y pequeños soportes con petroglifos ubicados en la ladera oeste del mismo. Rusconi en 1962 daba cuenta que tres de esos bloques fueron trasladados al que en ese entonces era el Museo de Historia Natural –hoy Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas Juan Cornelio Moyano, repositorio paleontológico y arqueológico provincial– para su conservación, dado que, por su tamaño pequeño, algunos bloques eran sustraídos por la gente del lugar. Más tarde, Schobinger (1971) visitó el sitio, cuestionó la denominación y funcionalidad de pucará y le otorgó una función ritual; además halló fragmentos cerámicos y piezas líticas al pie septentrional de este cerro. Actualmente, cuatro de los bloques descriptos por Rusconi han desaparecido del sitio, pero en campañas arqueológicas llevadas a cabo entre 2015 y 2017, investigadores del Laboratorio de Paleoecología Humana relevaron dos soportes que permanecían inéditos, por lo que hay cinco soportes in situ, bloques redondeados, con pátina oscura y grabados poco profundos, en su mayoría motivos no figurativos (Zárate Bernardi, 2023) (figura 5).


FIGURA 5. Petroglifos del sitio Pucará de Uspallata. a. Soporte in situ; b. soporte publicado en 1962 por Rusconi (Lámina 147); c. soporte expuesto en el Museo Moyano.

Finalmente, Uspallata Usina Sur está ubicado a 1,5 km al sur de la usina hidroeléctrica –de aquí su nombre– y a 7 km de la villa, en una planicie angosta sobre el borde de una barranca, debajo de la cual se localiza la ribera oeste del arroyo Uspallata. Originalmente fue descrito como una zona integrada por cinco concentraciones espaciales: un enterratorio múltiple, tres soportes con arte rupestre y un barreal en donde se halló una fuente ovalada de roca basáltica (Schobinger 1971). A partir de los relevamientos realizados desde 2017, se suma una nueva zona conformada por elementos dispersos en superficie como lascas, tiestos, fragmentos de instrumentos de molienda y una concentración de árboles y vainas de algarrobo (Prosopis sp.), materialidades que han permitido interpretar el sitio como un lugar en el que se desarrollaron diversas actividades económicas y simbólicas (Zárate Bernardi, 2023). Si bien la caracterización inicial del sitio menciona tres soportes con petroglifos, las prospecciones recientes solo dan cuenta de uno de ellos. En lo referido a la conservación del sitio, es buena. No hay ningún tipo de afectación antrópica y tampoco basura moderna en las cercanías, aunque sí pasa a pocos metros una huella, usada aparentemente con caballos. Sobre la imposibilidad de hallar dos de los tres soportes que Schobinger (1971; 1974-76) menciona para décadas anteriores, se plantean dos hipótesis: la primera es que, dado que serían soportes pequeños, estos hayan sido sustraídos como ocurrió en el caso de Pucará de Uspallata (Rusconi 1962). La segunda se relaciona con errores de prospección durante las tareas de campo –no se cuenta con la descripción de la ubicación ni fotografías–. En cuanto a la conservación de las restantes áreas del sitio –lugar del enterratorio y concentración de materiales en superficie–, están siendo afectadas por un proceso de erosión de las barrancas que hace que el material se desplace de su lugar primario. Al igual que en Pucará, los petroglifos de Usina Sur no tienen casi interacciones actuales con los diversos actores del valle, previsiblemente por la dificultad en el acceso y por el desconocimiento sobre la ubicación exacta de los sitios.

Sitios rupestres como ensamblajes

Entender el patrimonio como ensamblaje permite abordar múltiples aristas de la concepción patrimonial del sitio, atendiendo a que las partes constituyentes –heterogéneas– son reuniones que actúan sobre el mismo, pero no lo definen totalmente, sino que se trata de una composición dinámica (DeLanda, 2006). Entonces, un sitio patrimonial es una red de alianzas cambiantes con otras entidades, una realidad de significados plurales y discutibles, controversiales. Ante ello, el enfoque ontológico presenta una ventaja en cuanto no refiere a puntos de vista distintos sobre lo mismo, sino que es factible asumir que se trata de cuestiones diferentes, surgidas de cómo cada grupo humano se relaciona con el patrimonio (Alberti, 2016) y, en última instancia, con el mundo.

En el breve recorrido descripto acerca de los antecedentes de investigación, gestión y explotación turística de los sitios, se pueden identificar diversas acciones y actores que han intervenido, y aún lo hacen, en el proceso de patrimonialización que experimentan. Es notoria la diferencia de tratamiento que ha recibido y recibe cada uno de los sitios mencionados, que van desde concentrar múltiples abordajes de investigación y de gestión (y reflexión acerca de esa gestión) y ser objeto de visitas y disputas por parte de la población local y los visitantes, convirtiéndose en sitios de –múltiples– historias y memorias (en términos de Nora, 1984), hasta casi ser olvidados por parte de los diferentes actores, casi como lugares de amnesia (Nora, 1984).

Entre los actores se encuentran los investigadores y académicos que en distintos momentos abordaron los sitios, ya sea desde lo arqueológico, artístico o patrimonial. Tal como mencionan Prieto Olavarría y Chiavazza (2021), estos profesionales cumplen un rol de gran importancia en el proceso de patrimonialización, en tanto que inciden en la caracterización, difusión y preservación patrimonial de una región. Otro actor es el Estado, en sus diferentes escalas (Zárate Bernardi et al., 2019). El nacional, con su legislación acerca del tratamiento del patrimonio arqueológico y paleontológico; el provincial, que a partir de la Dirección de Patrimonio Cultural y Museos, dependiente del Ministerio de Cultura y Turismo de la provincia es la autoridad de aplicación de la legislación y el ente encargado de establecer, actualizar y modificar las Guías de Procedimientos para la gestión del patrimonio cultural; y el municipal, que actualmente tiene la administración de Tunduqueral, al que ha declarado Parque Arqueológico Municipal es quien debe coordinar las acciones para su uso turístico y encarar medidas de conservación. Interviene además el Ejército Argentino, como propietario de los terrenos circundantes a sitios como Tunduqueral y El Peñón.

También está la comunidad indígena que genera su propia narrativa alrededor de los petroglifos y que en caso de Tunduqueral, en un tiempo dado administró el lugar y lo apropió de forma compleja (véase Ataliva, 2011). Para el caso específico del Cerro Tunduqueral se suman los turistas y visitantes, nacionales y extranjeros, responsables –directa o indirectamente– de algunas de las afectaciones que se registran en los grabados y en el entorno. Además, aunque no se han nombrado explícitamente, participan en la disputa por la apropiación del lugar las empresas turísticas, que ya sea desde el valle o desde la Ciudad de Mendoza alientan a los turistas a visitar este sitio e incluso ofrecen tours para hacerlo. Finalmente, los pobladores locales, con arraigado sentido de pertenencia respecto del valle, que se apropian de los sitios reconocidos (Santa Elena y Tunduqueral) (Ataliva, 2011). En cuanto a este último actor, llama la atención la actitud diferencial que tiene hacia los diferentes sitios considerados: el más valorado, visitado e impactado es Tunduqueral, que es reconocido desde la memoria en parte por la significación que tuvieron los grabados para las poblaciones locales del pasado (Ataliva, 2011), desde la historia (sensu Nora, 1984) ante la generación de discursos académicos por parte de los investigadores, y porque es un sitio turístico que además tiene el potencial de generar ingresos económicos al atraer visitantes (Zárate Bernardi et al., 2019). Con los restantes sitios la apropiación varía: Santa Elena y El Peñón son lugares reconocidos y valorados, pero no por sus petroglifos sino por ser emplazamientos de santuarios que congregan a fieles de cultos populares. De hecho, la valoración de estos cultos por sobre la de los petroglifos que denotan el pasado/presente indígena de la región es notoria en Santa Elena, donde se ha pintado sobre los grabados para resaltar la presencia de una ermita dedicada al Gauchito Gil. Sin embargo, existe cierta tensión al parecer entre la población local, como se demuestra en el hecho de haber borrado y repintado las inscripciones en distintos momentos (Hart, 2006, 2009b). Finalmente, Usina Sur es casi ignorado por la mayoría de los actores, excepto la Academia que ha vuelto su interés sobre él en el último tiempo –especialmente sobre los entierros (Barberena et al. 2020, y citas allí)–; la distancia respecto de la Villa sería el motivo del tratamiento diferencial hacia este sitio rupestre.

Ante este panorama se considera que entender a los sitios rupestres como ensamblajes, marcados por una red de actores, cada uno entablando diferentes alianzas alrededor de los sitios, puede abordarse de manera más responsable y significativa la patrimonialización de estos otros actantes (actants en términos de Latour, 2005), los sitios rupestres, sus soportes y cada una de sus figuras grabadas.

Partiendo de estos supuestos, resulta útil la propuesta de Alonso González (2016, p. 185-186), quien a partir de cuatro ámbitos ontológicos fundamentales postula una forma de entender el patrimonio: a) como herencia; b) como valor orgánico (lo que la gente estima sin generar una representación metacultural del elemento en sí); c) como conjunto de elementos seleccionados, sancionados, inventariados y protegidos por instituciones; y d) como experimentación académica, intelectual y artística. Esta propuesta, que entiende al patrimonio como producto de la racionalidad social, permite comprender mejor cómo el patrimonio varía según los ensamblajes con los que interactúa y se asocia. Es que las cuestiones sobre patrimonio trascienden lo epistemológico –el ‘conocer’– para experimentarse en un plano ontológico diverso –el ‘ser’–, en el que “Cada actor social construye o se relaciona con sus patrimonios mediante ciertas prácticas empíricas y cognoscitivas, ensamblando objetos, discursos, capital, espacios y tiempos a partir cadenas de experiencias y acciones en los múltiples fragmentos del plano social” (Alonso González, 2016, p. 184).

Siguiendo este planteo, la concepción de patrimonio como herencia sería la propia de la comunidad Guaitamary, quienes se asumen como descendientes de los pobladores que realizaron las grafías del sitio. Dentro de esta concepción también está la de los uspallatinos, la comunidad local, colectivo heterogéneo dado que hay una diferencia marcada entre los “nacidos y criados”, autodefinidos como los ‘verdaderos’ uspallatinos (Ataliva, 2011), en oposición a quienes no son oriundos de la localidad, si bien declaran su sentido de pertenencia. Estos grupos, diferentes entre sí, crean a partir de ejercicios de memoria (Nora, 1984) resignificaciones de los sitios y sus petroglifos. Con respecto de los nacidos y criados, resulta interesante incluir en este ámbito ontológico el papel de la familia propietaria de las tierras donde se emplaza el sitio Pucará, dado que en charlas con ellos han dado cuenta de su compromiso para el cuidado del sitio, al que sienten como parte de su herencia y que les genera la responsabilidad de protegerlo.

En cuanto a la concepción del patrimonio como valor orgánico, en este ámbito podría encasillarse la concepción de los prestadores turísticos, quienes aprecian cierto valor de un sitio particular (Tunduqueral), sobre todo el vinculado a la rentabilidad económica, aunque no generan un sentido de pertenencia hacia el mismo. Destacan no solo los prestadores turísticos de Uspallata, sino también las agencias que desde la Ciudad de Mendoza venden excursiones a precordillera y alta montaña para turistas nacionales y extranjeros (Zárate Bernardi et al., 2019). Además, estos mismos turistas se constituyen en un actor que entiende al Cerro como patrimonio orgánico, y en general toman una actitud contemplativa hacia el sitio y los grabados tanto desde lo estético como desde lo histórico (Nora, 1984).

El sitio Santa Elena, si bien no está incluido dentro de los atractivos turísticos promocionados para el valle, está a la vera del camino que conecta Uspallata con la ciudad de Mendoza, camino muy recorrido por su belleza paisajística y porque conduce al Cerro Siete Colores, atractivo que sí es promocionado por el municipio y las agencias turísticas. Como se describió, uno de los soportes con grabados del sitio es fácilmente identificable desde el camino, por lo que se estima que el sitio es visitado, aunque con baja frecuencia (prueba de ello es un pequeño estacionamiento que se ha formado a la orilla del camino en donde está emplazado).

Se debe notar que entre los turistas tampoco se puede hacer una homogeneización, dado que no todas las personas que concurren a los sitios lo hacen con las mismas perspectivas. Están quienes asisten como parte de un atractivo mayor, paisajístico, que es el tour a la alta montaña mendocina; quienes lo hacen por un interés en la historia y arqueología de la región, con fines relacionados a lo educativo; y quienes tienen como finalidad en sus visitas las conexiones energéticas trans-corporales con el sitio y los grabados. Estos últimos, si bien no manifiestan entender al Cerro como herencia, sí generan una representación metacultural del Cerro y su entorno, por lo que están más cerca de la primera categoría propuesta por Alonso González (2016).

Desde la ontología institucional, el patrimonio tiene una doble significación (Alonso González, 2016), la primera vinculada a instituciones estatales que buscan utilizar el patrimonio para generar sentidos de pertenencia homogeneizados, individuos disciplinados y concepciones uniformes del patrimonio; la segunda, exacerba el patrimonio como medio distintivo, capaz de crear colectividades distinguibles y diferenciables. En el caso de los sitios mencionados, la primera acepción se refleja en la mayor dedicación puesta por parte del Estado –en sus diferentes niveles– en sitios arqueológicos e históricos, sobre todo de montaña, vinculados a la gesta sanmartiniana, procesos que responden a discursos oficiales que revalorizan los procesos de formación del Estado Nación por sobre procesos de mayor profundidad temporal (Prieto Olavarría y Chiavazza, 2021). De hecho, Cerro Tunduqueral y los sitios asociados al Qhapaq Ñam, Sistema Vial Andino –declarado patrimonio mundial por la UNESCO en 2014– son los únicos sitios arqueológicos en el valle que cuentan con políticas de gestión patrimonial.

La segunda se ve reflejada en el Cerro Tunduqueral, el cual es considerado como distintivo del valle, un ‘producto’ que puede venderse a quien quiera conocer el lugar y su historia. En este sentido, la Municipalidad de Las Heras que tiene actualmente a cargo la gestión del sitio, es la institución que más fácilmente se identifica, aunque en el control y protección también tiene injerencia el Ejército Nacional, pero desde un lugar secundario.

Finalmente, la experimentación del patrimonio desde lo intelectual, académico y artístico es el ámbito representado por los investigadores, arqueólogos y artistas que toman los sitios como su objeto de estudio. Más allá de las investigaciones pioneras, desde la década de 1970 diferentes equipos de investigación concentraron sus investigaciones en el valle, desde perspectivas histórico-culturales o desde la ecología evolutiva (Prieto Olavarría y Chiavazza, 2021; Terraza et al., 2021). Sin embargo, la atención sobre los sitios rupestres ha sido escasa, y dentro de la misma existen grandes diferencias entre los sitios, lo que se observa en la producción científica y en los procesos de gestión en los que han intervenido científicos.

Complementariamente, la propia ciencia también puede ser entendida como un ensamblaje de relaciones, que además se caracteriza por la capacidad de crear y recrear relaciones de poder en cuanto define la identidad de los actores sociales y la posibilidad de interacción entre ellos. En este sentido, actúa como un ‘traductor’, que define qué son las entidades, les otorga roles específicos y les garantiza – o niega– su existencia (Piazzini, 2014). Podría pensarse que la arqueología de Uspallata ha mantenido los vicios de la “arqueología moderna” (Hamilakis, 2015; Lucas, 2004) y ‘representacional’ (Jones y Alberti, 2013) en tanto ha mostrado a los sitios como objetos, separados del sujeto, que deben ser admirados a la distancia. Esta objetivación, fijación y regulación que la Academia ha hecho de los sitios se ha concentrado en perpetuar una situación consensuada: que se preserven de la manera más ‘aséptica’ posible respecto de sus características en el momento en que se efectuaron los grabados (Ataliva, 2011; Bárcena, 2004; Hart, 2006, 2009b; Zárate Bernardi et al., 2019). La interpretación científica de la materialidad se concentra en el sentido prehistórico del sitio y los grabados, vinculado a su uso original antes que a los sentidos otorgados en el presente, produciéndose una tensión entre una representación del pasado como historia reconstruida vs memoria vivida (Nora, 1984).

A pesar de ello, las relaciones que los múltiples actores intervinientes mantienen con los sitios modifican estas condiciones de preservación deseadas por los investigadores, ya que estas relaciones se basan en la sensorialidad y la afectividad, vínculos y relaciones colectivas que dejan huellas –ejemplos muy claros son los santuarios de cultos populares establecidos en los sitios o en sus inmediaciones, y la experimentación energética que buscan diversos grupos de visitantes–. Esto lleva a un proceso activo de reelaboración del pasado –de la memoria, no así de la historia (Nora, 1984)–, incorporando en la materialidad del espacio múltiples duraciones, distintas instancias temporales que incluyen todos los momentos en que los sitios se convirtieron en centro de atención sensorial (Hamilakis, 2015).

Reflexiones

En líneas generales, se entiende que esta propuesta de considerar a los sitios como ensamblajes en los que aparecen diferentes actores humanos ayuda a identificarlos y exponer qué tipo de relación establecen en torno a estos otros actores no-humanos, cuya agencia condiciona sus formas de actuar. Tener en cuenta las relaciones que se establecen con los sitios patrimoniales y los grabados rupestres que los componen, junto con los diferentes actores humanos puede llevar a una acepción del bien patrimonial mucho más compleja, que permita que los procesos de puesta en valor sean más eficaces y plurales.

Además de lo que sucede en las ontologías particulares con cada uno de los ensambles, como categoría teórica los ensamblajes (assemblages) entregarían ventajas no solo para el estudio del pasado (Harris, 2018), sino también para la gestión patrimonial. Permite considerar la multiplicidad de actantes humanos y no humanos que intervienen en el proceso de patrimonialización de cada uno de los sitios. Al ser multiescalares, como categoría analítica es adaptable a políticas de gestión diversas, desde la explotación turística de un sitio y el paisaje circundante hasta la preservación de figuras particulares, y desde el diagnóstico de situación actual en cada caso, hasta el momento de ejecución de los grabados o su descubrimiento científico. Finalmente, al ser no representacionales sino ontológicamente experienciales (Lucas, 2004), los ensamblajes permiten considerar las cualidades sensoriales, la resonancia afectiva en los humanos y cómo esta afecta a las relaciones que establecen con los no humanos (Hamilakis, 2015).

Para este trabajo, resulta interesante la posición que la Academia toma respecto de la patrimonialización de los sitios arqueológicos, porque el saber científico legitima o descarta la validez de los discursos que se generan en torno al patrimonio, favoreciendo la apropiación institucional del mismo (Prats, 2005). Y en este marco, el riesgo es doble: puede darse una disociación entre el patrimonio cultural material –los sitios– con el patrimonio inmaterial en el que se inscribe –la cultura, en sentido amplio, de la comunidad en la que se inserta–, surgiendo un ‘patrimonio sin memoria’, con referentes estáticos; y puede privilegiarse así tan solo la explotación económica por parte de agentes externos, un ‘patrimonio enajenado’, sin sujetos, valorado solo por el valor arqueológico que posee, pero desligado de las relaciones que en la actualidad se generan en torno al bien (Prats, 2005).

Sería útil hacer un esfuerzo crítico en la actividad científica para ‘dejar entrar’ a actores no humanos en las asociaciones del ensamblaje-ciencia, atendiendo a que los hechos científicos no corresponden a un dominio natural dado contra el cual se deban comprobar los demás fenómenos, sino que los hechos científicos también son artefactos (Latour, 2005). Los sitios y sus grabados, en tanto no-humanos (Cipolla et al., 2021, y citas allí), hacen que ‘otros’ hagan cosas diferentes (Latour, 2005). Todo actante en principio es un híbrido entre sujeto y objeto, que supera el dualismo naturaleza-sociedad (Alberti y Jones, 2013) y existe en medio de relaciones ontológicas diversas y dinámicas. Y precisamente teniendo en cuenta que como actante agencia sobre otros actantes, los sitios y sus grabados interpelan las experiencias del resto de los actores (Hamilakis, 2015). Por ejemplo, la propia materialidad del arte rupestre interpela a los actores humanos desde sus cualidades espaciales que predisponen una forma de transitar y moverse al interior de los sitios, y desde sus atributos sensoriales intrínsecos, en tanto los grabados son perceptibles inicialmente mediante la vista, pero también son una experiencia táctil a partir de la rugosidad de los surcos, lo que se conjuga con lo olfativo de la vegetación circundante –la jarilla (Larrea sp.) sobre todo– y lo sonoro, producido tanto por factores abióticos como el viento, como por la propia fauna local –aves y tunduques (Ctenomys mendocinus), principalmente–.

Así, la monumentalidad del Tunduqueral (Criado Boado, 1993) ha generado que las investigaciones se centren en él, al igual que las visitas turísticas, las gestiones patrimoniales y las reflexiones sobre las mismas. Por su parte, el surco apenas visible de El Peñón y la escasez –en términos comparativos– de figuras lo mantiene como como una incógnita para todos los actores, que han resignificado el emplazamiento a partir de santuarios populares. Estos santuarios también son actantes, en cuanto agencian sobre humanos y petroglifos, tal el caso de Santa Elena. La relación entre los grabados prehispánicos y los santuarios de cultos populares modernos generan nuevos ensamblajes. Por último, el tamaño de los bloques de Pucará llevó a que la gente local a principios de siglo los sustrajera, por lo que el investigador de la época decidió trasladarlos en pos de protegerlos, protección que sería continuada por la familia propietaria de los terrenos. En la misma línea, en todos los sitios considerados existe una variedad de agentes erosivos asociados a las condiciones de intemperismo de los petroglifos (termoclastismo, repatinación de los surcos, desarrollo de líquenes, entre otros), que afectan a las figuras y a sus soportes de maneras variables, y que juegan un rol importante a la hora de considerar la conservación del arte rupestre. Además, estos procesos ligados a las condiciones ambientales se conjugan a las acciones vandálicas, asociadas directamente a la relación entre humanos y no-humanos, sobre todo en lo que concierne a la disputa por las memorias válidas-inválidas en el valle, objeto de preservación –destrucción–.Estos ejemplos no agotan la multiplicidad de relaciones que se establecen entre humanos y humanos, y no humanos y humanos (Cipolla et al., 2021), y de hecho son estas relaciones las que generan las múltiples ontologías abordadas.

El arte rupestre y su producción estuvo articulada con una serie de experiencias y conjuntos sensoriales más allá de lo meramente visual, constituyéndose en una práctica y una materialidad histórica y experiencialmente situada (Troncoso y Armstrong, 2017). A través de los petroglifos, cada uno de los actores que confluyen en los sitios compartió y comparte un conjunto de significados y experiencias con otros actantes (con otros sujetos a partir de la mediación de las rocas, por ejemplo), lo que los convierte en espacios públicos que articulan a distintos miembros de la comunidad. Es difícil creer que esta articulación es estática, más bien se reformula constantemente; es más difícil aún, pensar la posibilidad que estas nuevas articulaciones, estos re-ensamblajes multitemporales no se reflejen en un proceso continuo de patrimonialización. Por tanto, cualquier proceso de patrimonialización que niegue o ignore la multiplicidad de actores y la multitemporalidad del patrimonio, será un intento en vano.

Conclusión

Con este trabajo se pretende realizar una tarea de reflexión acerca de cómo se ha abordado históricamente el proceso de patrimonialización de los sitios rupestres del valle de Uspallata, sobre todo desde lo académico. Si bien en los últimos trabajos se ha reconocido la multiplicidad de actores que intervienen en este proceso (Zárate Bernardi et al., 2019), no se han tenido en cuenta las relaciones que los diferentes colectivos formulan entre sí y con los sitios, cómo estas relaciones se modifican en el tiempo, y cómo los propios sitios se convierten en actantes que condicionan las relaciones que se generan con ellos.

De hecho, es la Academia –somos las y los investigadores– quien termina por legitimar qué es válido para ser patrimonializado, dejando de lado la multitemporalidad del patrimonio, las relaciones transcorporales (Hamilakis, 2015) que inscribe en quienes lo consideran, las resignificaciones que se actualizan. Es la relación que establece la Academia la que luego es tomada por las instituciones gubernamentales como la única digna de ser patrimonializada, desconociendo que los sitios y sus grabados son actantes no-humanos, dinámicos, que actúan sobre la sensorialidad de los demás actores, y que a su vez se modifican en base a estas nuevas relaciones. ¿Se puede pretender la inmutabilidad de los sitios, el monopolio del discurso? Al parecer no, y una solución alternativa aparece al definir cada sitio como un ensamblaje, al que para desentramar se debe reconocer cada uno de sus actores (humanos y no humanos) y las relaciones que se formulan.

Un primer paso para esto es la propuesta de Alonso González (2016), que invita a descubrir los ámbitos ontológicos alrededor del que se da la patrimonialización. Pero reconocerlos es el inicio, el trabajo conjunto y la pluralidad de voces es indispensable para la conservación, ya no entendida como ‘preservación de las condiciones de partida’, sino como mantenimiento de las relaciones dinámicas que se dan en torno a él, asumiendo que además, esto deja nuevas huellas.

Nuevamente, el enfoque ontológico brinda un marco a partir del cual los análisis de la Academia y los requerimientos institucionales puedan conversar con las sensaciones extrasensoriales de los grupos que meditan en el Tunduqueral –por poner un ejemplo– en un diálogo posible, sin pretensiones de supremacía, atendiendo a las concepciones sobre el sitio de los distintos grupos a la hora de la revalorización del mismo. Porque en los procesos de patrimonialización, sobre todo desde la óptica institucional y académica, no necesariamente emergen todas las voces posibles ni están en un plano de igualdad, por lo que la multivocalidad deberá concebirse en función de las múltiples ontologías (Curtoni, 2016).

Agradecimientos

Las reflexiones presentadas aquí son fruto del trabajo de tesis doctoral de la autora, financiado con Becas doctorales la SIIP-UNCuyo y de CONICET. Gracias a Alejandra Gasco y Laura Piazze por las charlas y aprendizaje sobre ‘lo patrimonial’, y a Víctor Durán por la lectura preliminar del manuscrito. También a los miembros del LPEH (CONICET-UNCuyo) por las instancias de trabajo de campo. Finalmente, agradezco los comentarios de lxs evaluadores anónimos que contribuyeron a mejorar el manuscrito.

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Zárate Bernardi, S., Piazze, L., Cuervo, J., Gasco, A., y Durán, V. (2019). Ante la emergencia, lo posible: recursos interpretativos en el Cerro Tunduqueral. Revista de Sociedades de paisajes áridos y semiáridos, XII(1), 230-252. https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/138319/CONICET_Digital_Nro.e22945cc-896d-4b65-a1c9-eaad013d376d_A.pdf?sequence=2&isAllowed=y

Zárate Bernardi, S., Puerto Mundt, S., y Marsh, E. (2020). Arte rupestre al sur del Tawantinsuyu: síntesis comparativa de las vertientes oriental y occidental de Los Andes. Cuadernos de Arte Prehistórico, Número Especial 1, 52-88. https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/139927/CONICET_Digital_Nro.dd48ac99-465b-4086-a1dc-031796481d3d_A.pdf?sequence=2&isAllowed=y

Biografía de la autora

Sol Zárate Bernardi. Licenciada en Historia con orientación en Arqueología y Doctora en Ciencia y Tecnología por la Universidad Nacional de Cuyo, especializada en el registro y sistematización de arte rupestre, especialmente petroglifos, de los valles andinos del NO de Mendoza. Realizo definiciones estilísticas para la cronologización relativa del arte rupestre, complementadas con el análisis espacio-paisajístico en arqueología. Me interesa la arqueología de montaña, especialmente la construcción y sacralización de paisajes, caminos y fronteras. Además, soy docente universitaria de “Teoría Arqueológica”.


1 El Cerro ha sido y es objeto de diversas notas periodísticas, está reseñado en blogs y páginas web y es tema de tesinas de licenciatura de Arqueología, Turismo, Ciencias políticas y Administración pública, etc.

2 Si bien San Ceferino fue beatificado por la Iglesia Católica en el año 2007, durante muchos años fue parte de los cultos populares. El caso de la Difunta Correa, San La Muerte –así como el Gauchito Gil presente en Santa Elena– siguen siendo santos paganos que mueven a miles de fieles a lo largo de Argentina y países vecinos (Migale y de Hoyos, 2006).