VIAJANDO AL SUR DESDE EL ESTRECHO DE MAGALLANES
Kent, Rockwell
Voyaging southward from the Strait of Magellan, 1924.
Traducido por A. Peliowski.
Editado por Dupuy, F., Valdés, C., Peliowski A. y S. García-Oteiza
Santiago de Chile, Pehuén Editores, 2022
300 páginas.
Romy Hecht
Pontificia Universidad Católica de Chile. Académica Escuela de Arquitectura y Directora de College UC.
Santiago, Chile.
romyhecht@uc.cl
“Se necesitan hombres para viaje peligroso. Salarios bajos, frío extremo, meses de completa oscuridad, peligro constante. Dudoso retorno seguro, honores y reconocimiento en caso de éxito”. El famoso aviso publicado por el explorador irlandés Ernest Shackleton en 1914 es una descripción perfecta del fallido viaje del Endurance para alcanzar el Polo Sur, que resuena hasta hoy como la gesta de supervivencia en uno de los territorios más remotos y desolados del planeta. Aunque quizás fue una de las más reconocidas, la travesía de Schackleton no es la única.
Gracias al trabajo de Fielding Dupuy, Catalina Valdés, Amarí Peliowski y Samuel García-Oteiza y de la fina traducción de Peliwoski ha salido a la luz, por primera vez en español, el localmente desconocido libro (figura 1) del artista estadounidense Rockwell Kent (1882-1971), Viajando al sur desde el Estrecho de Magallanes (2022).
Su relato y retrato “del esplendor y horror” de Tierra del Fuego y de sus habitantes percola de manera honesta y, me atrevo a decir, fidedigna en cada fragmento del viaje realizado entre 1922 y 1923, lo que ratifica esa sensación que deja el enfrentarse, prácticamente a diario, a “ese humeante torbellino de furia” (Kent, 2022, p. 119).
Tierra del Fuego oprime, pero al mismo tiempo te expande. Kent no escapa a esa sensación, ni a esa necesidad intrínsecamente humana de configurar paisajes informes, o a esa ambivalencia de querer simultáneamente preservar y conservar la naturaleza.
El diario del viaje que realizó entre 1922 y 1923 exuda la angustia civilizatoria de lo indómito, y también nos devela el rostro de “los residuos de la humanidad”, a quienes describe como:
aquellos sujetos de sangre y trueno que, se supone, bajo la presión del infortunio en casa, o por una rebeldía natural, han huido a la frontera y más allá, como si se tratara del único refugio que pudiera tolerarlos…. Entre ellos hay caníbales, cazadores furtivos, soldados, matones, misioneros, un gobernador, uno o dos asesinos, el hijo de un pastor, y un fanático. (Kent, 2022, p. 13)
Menuda colección no es casual.
Mal que mal, tras siglos de reconocimiento y levantamiento cartográfico solo de sus bordes, la domesticación de esta compleja terra incognita, uncharted, inexplorada, solo fue posible tras la delimitación de áreas productivas a medida que se descubrieron recursos, desde el oro encontrado en 1879 en las vertientes de la sierra Boquerón, al petróleo encontrado en 1945 en la parte norte.
Mientras el metal amarillo determinaba la formación del poblado de Porvenir en la boca noroccidental de Tierra del Fuego, el llamado oro negro impulsó el desarrollo frenético de infraestructuras productivas para su explotación. Sin embargo, lo que causó los cambios más definitivos y trágicos al vasto ecosistema estepario fue la crianza extensiva de ovejas u “oro blanco”.
FIGURA 1. Rockwell Kent, Portada, Viajando al sur desde el Estrecho de Magallanes (2022).
Gracias a la concesión inicial de más de 1.5 millones de hectáreas a solo dos propietarios, José Nogueira y Wehrhan, Hobbs y Cía., a partir de 1883 se estableció un régimen de latifundios en la mitad norte de la isla grande que arrasó con el sistema ancestral de uso compartido del haruwen (“nuestra tierra”), característico de quienes habitaban las llanuras y bosques por más de 10.000 años, el pueblo selk’nam (figura 2).
FIGURA 2. Rockwell Kent, Caleta india, en Portada Viajando al sur desde el Estrecho de Magallanes (2022), p.69.
Definida según linajes, dicha zonificación territorial autorreguló el número de individuos y el aprovechamiento común de algunos recursos escasos como el agua, u ocasionales, como cetáceos varados. Y fue precisamente su ocupación territorial expansiva y su consiguiente caza de ovejas, necesaria tras la pérdida del hábitat de guanacos, elemento central de su dieta, lo que provocó que antes de “ser barridos por el viento”, buena parte de los onas –selk’nam– fueran asesinados por colonizadores lanares.
“La guerra”, diría Kent, “devino en una cacería repugnante”. El resto de los sobrevivientes fue, prosigue el autor, “arreado como ovejas por los soldados, conducidos hacia barcos, atados y lanzados en sus bodegas y enviados” a la misión salesiana de Isla Dawson, exponiéndose a enfermedades occidentales hasta causar su extinción como tribu (Kent, 2022, p. 51).
Hasta la actualidad, el silencio del aislamiento y del peso de la historia se siente en cada fragmento de la pampa y en cada rincón del paisaje, lo que imprime como un prólogo imperecedero las palabras de Kent: “Sentí la naturaleza salvaje a mi alrededor y algo del terror y del asombro de la oscuridad que había ahí, del poder inmenso, implacable e inmóvil de esas montañas, sentí la vasta soledad de esa tierra entera, la nostalgia de mi casa y el miedo – y el orgullo de aún amarla” (Kent, 2022, p.225).
Kent siente, explora, busca. Kent observa y describe ecosistemas locales y los cambios ecológicos detonados por el arribo de los europeos, replicando en su periplo las búsquedas de Henry David Thoreau en sus caminatas a lo largo de los aún prístinos ríos Concord y Merrimack en Massachusetts, las cabalgatas de George Perkins Marsh por los bosques de Vermont, aún incólumes pese a la amenaza de la máquina en el jardín, o las ascensiones de John Muir a la Sierra Nevada en California.
En ese sentido, y para ser justos, cierto es que Kent no descubre nada nuevo, solo registra algo así como el día después del paso del hombre blanco, forzándonos a mirar la potencia de la naturaleza remanente en bosques y turbales, estepas y glaciares a través de la abstracción enjuta de sus grabados, tintas y óleos.
Kent es incapaz de escapar a esa necesidad intrínsecamente humana de configurar paisajes informes. Cual errand into the wilderness claudica ante la posibilidad de conquistar el imaginario fueguino, y de paso nos obliga a fijar la mirada en su distante horizonte, aparentemente estático, pero con una veloz capacidad de transformación según la presencia del viento y posición del sol, la irrupción de polvaredas, alambradas, golpes de sonidos y nubes oscilantes. Mal que mal, nos dice,
aunque los hombres vivan en un ámbito de su propia creación, la naturaleza salvaje proyecta sobre ellos su luz y sombra en sueños. Árboles murmuran en la noche de la ciudad; hombres escuchan el tronar y el oleaje del mar. La luz de la luna brilla para ellos sobre cimas plateadas; la gloria salvaje y eterna del universo aparece. La inquietud los posee, despierta en ellos el coraje aventurero del pasado de su raza, y sigue. (Kent, 2022, p. 122)
Sucumban ante la Tierra de los Fuegos que Kent representa también en imborrables grabados, tintas, óleos y fotografías. En ellos aparece “profundamente impresionante en su inmensidad monótona”, con montañas que “son a la vez una gloria y un horror, una encarnación inerte de una fuerza avasalladora”, con “bosques de un verde exuberante, con árboles señoriales, con violetas como estrellas en sus suelos oscuros, [con] las más gentiles de las criaturas indómitas” (Kent, 2022, p. 203) (figura 3).
FIGURA 3. Rockwell Kent, Árboles rebajados por el viento, en Portada Viajando al sur desde el Estrecho de Magallanes (2022), p. 125.
Se los dice alguien que pasó gran parte de su infancia en esa Tierra de los Fuegos, la cual recuerdo y evoco de vez en cuando como un horizonte sonoro, curiosamente envolvente en su lejanía.
Referencias bibliográficas
Miller, P. (1956). Errand into the wilderness. The Belknam Press of Harvard University.
Vicuña, M. (2020). Barridos por el viento. Historias del fin del mundo. Penguin Random House Grupo Editorial Chile.