Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural, Universidad Nacional de San Martín
Transcurridos los primeros años del siglo XXI, no deja de llamar la atención la centralidad que sigue ocupando la cuestión del patrimonio y su preservación. La incesante ampliación de este gigantesco acervo es, sin duda, un fenómeno que refleja los cambios profundos en la forma en que se interpreta el tiempo histórico. Jacques Revel señaló que con la sostenida reivindicación del fenómeno memorial y ante la sospecha que el futuro representa una amenaza, las sociedades contemporáneas han consagrado el derecho al patrimonio equiparándolo con los otros derechos ciudadanos.1 La fuerte demanda por conservar las colecciones de los museos, los conjuntos monumentales y los bienes culturales en general, impulsó a que el viejo oficio de la restauración se transformase en una actividad interdisciplinaria asociada a las humanidades y las ciencias naturales, quedando también incluidos actualmente los actores políticos y los especialistas en gestión administrativa. Los textos que aquí presentamos constituyen un valioso aporte para evaluar el progreso de la disciplina a lo largo del siglo XX.
La contribución de Michel Menu del Centre de Recherche et de Restauration des Musées de France (C2RMF) resume prolijamente la historia de la más importante institución francesa creada en 1931 en el ala Flora del Louvre. Desde la insólita noticia que el laboratorio se llamó en sus orígenes Instituto Perez-Mainini en honor a sus fundadores, los médicos argentinos Fernando Pérez y Carlos Mainini, pasando por una crónica de la descollante labor de Madeleine Hours durante más de 30 años, el artículo llega a la actualidad destacando los sofisticados desarrollos científicos que incluyen el uso de un acelerador de partículas para la investigación. La contribución de Menu culmina con el caso
1 Jacques Revel. “La fábrica del patrimonio”, Tarea. Anuario del Instituto de Investigaciones sobre el Patrimonio Cultural 1, 2014, pp. 15-25.
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ejemplar del Proyecto Leonardo da Vinci que, entre otros logros, expuso una muy convincente explicación de la legendaria técnica del sfumato.
El esbozo de una historia de la restauración en América Latina es una asignatura pendiente que, con los ejemplos de Argentina, Brasil y México, comenzamos humildemente a saldar en este dossier.
El ensayo que presenta Elsa Arroyo sobre la restauración de la pintura novohispana no hace más que confirmar el liderazgo que ha demostrado México en materia de preservación del patrimonio cultural, caracterizado por la fuerte presencia del Estado y sus instituciones a partir del período posrevolucionario. Sustentado en sólidas referencias documentales, el artículo transita un extenso arco temporal que comienza a mediados del siglo XIX, con la creación de la Academia de San Carlos, hasta llegar a los principales hitos que posibilitaron la profesionalización de la disciplina en aquel país. El texto explica la forma tan particular en que, a partir de los setenta, la normativa mexicana definió las diferencias entre el patrimonio histórico y arqueológico respecto del artístico separando las competencias y jurisdicciones entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), en cuya estructura se encuentra actualmente el Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble.
La contribución recorre prolijamente la historia de la legendaria Escuela de Churubusco, inaugurada en 1966, hoy formalmente: Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía “Manuel del Castillo Negrete”, que tuvo la responsabilidad de la formación académica de los restauradores locales y de una entera generación de especialistas latinoamericanos. Finalmente, la autora advierte que la restauración de la pintura novohispana continúa realizándose empíricamente. En ese sentido, hace un llamamiento a mejorar las prácticas y redoblar los esfuerzos para vincular los hallazgos de las recientes investigaciones con los criterios de intervención.
Basado en la trayectoria del destacado restaurador Edson Motta, el texto de May Christina Cunha de Paiva y Edson Mota Jr. (su hijo) plantea un tránsito por la historia de la restauración artística en Brasil. Educado en el Fogg Art Museum de Harvard, Motta fue el primer brasileño en obtener un certificado académico en conservación-restauración. Bajo la dirección de Edward Waldo Forbes, el Fogg se convirtió en un laboratorio de historia del arte, llegando a ser reconocido como uno de los embriones de la restauración moderna en los Estados Unidos. Ya de vuelta en su país, en 1948, al servicio del Serviço do Patrimônio Histórico Artístico Nacional (SPHAN), Motta empleó los procedimientos traídos de Boston no solo en la pintura de caballete, sino también en retablos, esculturas policromadas y en los interiores de las iglesias barrocas brasileñas, sobre todo en Minas Gerais. Aplicó extensamente la técnica de consolidación a la cera-resina y se destacó también como un eximio ejecutor del método de reintegración
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–precursor del tratteggio–, introducido por Arcadius Lyon en el Fogg. En varias ocasiones, los autores subrayan la coherencia del pensamiento, los criterios y principios éticos utilizados por Motta observando que se trató de una acción honesta con los medios que tenía a su alcance. En ese contexto, se examina el éxito de la cera-resina como método de consolidación y protección frente a las inclemencias propias del clima tropical y los ambientes húmedos.
El artículo sobre la historia de la restauración de las artes plásticas en la Argentina propone un somero repaso por sus principales actores e instituciones, a partir de la figura pionera de Juan Corradini. Su nombramiento como restaurador del Museo Nacional de Bellas Artes y la edición de Cuadros bajo la lupa, en 1956 constituyeron, sin duda, los cimientos de la disciplina en el país. Investigador infatigable, dotado de una notable erudición, Corradini publicó varios libros y numerosos artículos sobre rayos X y métodos de restauración, que marcaron toda una época en América Latina.
La extraordinaria labor de Héctor Schenone, al conducir la investigación y publicación de los catálogos razonados del patrimonio artístico nacional en la Academia Nacional de Bellas Artes, impulsó la creación de la Fundación Tarea: la primera institución del país que puso en práctica el trabajo mancomunado entre la restauración, la historia del arte y las ciencias naturales. Se destacan, asimismo, las figuras de Alicia Seldes y José E. Burucúa como actores fundamentales de ese trabajo.
La contribución aporta también algunos datos sobre la actuación de Piero Bernini y Domingo Tellechea, así como los recorridos que culminan con la creación de los programas de formación universitaria para restauradores. Con la incorporación de Tarea a la Universidad Nacional de San Martín se confirma este proceso virtuoso que demandó varias décadas de paciente trabajo.
Finalmente, la notable contribución de Pablo Montini sobre la actuación del rosarino Juan Bautista Castagnino nos retrotrae a la época dorada de los coleccionistas y a los orígenes de la estirpe de los connoisseurs europeos, cuya producción a principios del siglo XX renovó la historia del arte con base en los catálogos razonados y la crítica de los conocedores.2 El artículo subraya diversos aspectos de la personalidad de Castagnino quien, además de organizar una red de valiosos contactos, se convirtió en un reconocido experto en old masters y en un generoso mecenas de las artes plásticas al legar su colección a la ciudad de Rosario. Sustentado sólidas referencias documentales, Montini repasa prolijamente las prácticas establecidas en la época para la catalogación, atribución, peritaje y restauración, y la manera en que estas actividades se vinculaban con los códigos del mercado de arte internacional.
2 Lionello Venturi. Historia de la crítica de arte. Barcelona, Gustavo Gili, 1982, pp. 228-235
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