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Desde la recuperación de la democracia en 1983, el campo historiográfico se ha desarrollado potentemente y de esto no parecen existir dudas. Se institucionalizaron y se configuraron sus reglas, a la vez que este adquirió un estatus en los organismos científicos. Sus miembros circulan internacionalmente, y se han multiplicado a lo largo del país carreras de grado y posgrado. Se han organizado decenas de congresos, seminarios y simposios, y existe una multiplicidad de publicaciones que dan cuenta de una masa de producción historiográfica que, aunque despareja, es realmente significativa. Y también, aunque de manera intermitente, los historiadores han participado en el ámbito público extra académico pues no han estado ausentes de foros de debate u opinando en los medios de comunicación.
Pero sabemos que la intervención en el ámbito público, y mucho más en momentos de conmemoraciones, es una cuestión de una
1 Instituto de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín
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complejidad distinta a la del propio campo historiográfico. En efecto, las reglas de la comunicación mediáticas son diferentes y responden a las propias demandas que efectúan los medios y, en ocasiones, los historiadores deben contraponer y combatir las interpretaciones históricas de sentido común circulantes que suelen ser poco proclives a la reflexión y a los matices. Por otro lado, la voz de los historiadores es neutralizada en buena medida por la fuerte intervención del Estado en materia de memoria histórica pues es quien organiza y lleva adelante la iniciativa en torno a las conmemoraciones, como la del Bicentenario de la Revolución de Mayo.
Me gustaría en este ensayo intentar una primera (y somera) aproximación al sentido de las representaciones del pasado puestas en locución durante las festividades de 2010 recurriendo al análisis de los discursos históricos que circularon públicamente. En ese momento se pusieron en circulación una multiplicidad de voces con el objeto de interpelar e interpretar el pasado, pero aquí me centraré específicamente en las estrategias desplegadas por el Gobierno y en la intervención de los historiadores en los medios de comunicación.2
Las conmemoraciones de fiestas nacionales, en particular de los Centenarios o Bicentenarios de la independencia, son desde el último cuarto del siglo XIX eventos excepcionales de la vida política de las naciones. Pierre Nora sostiene que el centenario es “una categoría reciente que los diccionarios permiten fechar con mucha exactitud en los primeros años de la III República y que tres fechas decisivas entronizaron: el centenario de la independencia de Estados Unidos (1876), el centenario de la Revolución francesa y centenario del propio siglo (1900)”.3 Han sido y son momentos proclives a realizar balances históricos en los que se discute si una nación ha cumplido con supuestos proyectos fundacionales que habrían sido elaborados por los “padres de la patria”.4 La
Quiero aclarar que no se trata de ninguna manera de una investigación exhaustiva. Temporalmente, se ubica principalmente en la producción circulante durante los días previos a la celebración. En cuanto a las fuentes consultadas, se han relevado algunos medios escritos Clarín, La Nación y Página 12, varios sitios de Internet (principalmente del Gobierno) y solo parcialmente algunas emisiones de los canales oficiales, TV Pública y Encuentro.
P. Nora. Pierre Nora en Les Lieux de mémoire. Montevideo, Trilce, 2008, p. 171.
En nuestro país, un ejemplo notable en este sentido es El juicio del siglo, de Joaquín V. González, escrito en ocasión de la celebración en 1910 del primer centenario de la Revolución de Mayo. En un ensayo en donde efectúa un interesante contrapunto con el texto de González, Natalio Botana analiza los problemas recurrentes que, a su juicio, han aquejado a la Argentina
conmemoración del Bicentenario de la Revolución de Mayo de 1810 en nuestro país no fue una excepción y la idea de “balance” recorrió una multiplicidad de discursos históricos emitidos desde diversos ámbitos. La propia convocatoria del Gobierno nacional planteó que el evento “constituye una oportunidad única para que los argentinos pensemos y reflexionemos juntos acerca de nuestro pasado, presente y futuro. En este sentido, el 2010 nos permite hacer un balance de nuestra historia y proyectar un mejor mañana, para discutir y acordar metas, objetivos, políticas y estrategias para concertar y construir un proyecto de país”.5
De modo general, se puede sostener que en esos balances se construyen relatos más optimistas o pesimistas del pasado, del presente o de las proyecciones hacia el futuro. Casi sin excepciones estas conmemoraciones –y por consecuencia el relato histórico– se transforman en campos de combates historiográficos en los que se enfrentan y entrecruzan diversas visiones e interpretaciones del pasado. Desde el momento en que la historia se transformó en una de las bases del “conocimiento y la ideología de una nación, estado o movimiento”6 se ha tratado de una lucha por la apropiación de la memoria histórica. Ese combate se torna necesario en función de la búsqueda de un reconocimiento político en el presente, basado en la legitimidad que otorga filiarse en el proyecto fundacional pero que también confiere una proyección hacia el futuro.
A la vez, dichos combates en torno a la memoria histórica están profundamente condicionados por el contexto social, político, cultural y económico en el que se desarrollan. Sin duda, son más crudos cuanto más fuertes y antagónicos son los conflictos políticos y cuanto más activa es la participación de un gobierno en su intento por imponer su propio relato y su visión del pasado. Podría decirse con Pierre Nora que los bicentenarios –incluido el nuestro– se convierten en “lugares de memoria” en disputa en el que se enfrentan las miradas del Estado
–la versión oficial– con otras visiones circulantes en la sociedad.7 Esta confrontación es desigual puesto que el Estado cuenta con el control de un formidable aparato de divulgación.8 A la vez, esas disputas se tiñen con la interpretación política del presente y derivan, generalmente, en
en el último siglo. N. Botana, “Bajo el signo de la discordia”, en Suplemento Enfoques especial,
La Nación, 23 de mayo de 2010.
Eric Hobsbawm. “Introducción: la invención de la tradición”, en E. Hobsbawm y T. Ranger (eds.): La invención de la tradición. Barcelona, Crítica, 2002, p. 20.
P. Nora, op. cit., pp. 33-39.
Basta tener presente la potencia de la emisión de las imágenes del festejo del 25 de Mayo por la cadena oficial. Imágenes y texto fueron vistas y escuchado por millones de personas.
el caso del Estado –aunque no exclusivamente– en el uso funcional del pasado que casi naturalmente suele devenir, en mayor o menor medida, en una operación anacrónica y simplista que desplaza las explicaciones menos sesgadas de este. Por supuesto, estas últimas explicaciones, aunque no están despojadas de sesgos ideológicos y políticos, se rigen por la normas de la profesión y son más grises y matizadas de lo que pretenden los discursos oficiales (y el propio público) legitimadores de versiones canónicas condicionadas por las urgencias del momento.
También es un momento en el que los historiadores son requeridos por los medios de una manera mucho más intensa que la habitual, se trata de convocar las voces de los expertos que analizan acontecimientos y procesos históricos, efectúan diagnósticos, elaboran balances. Pero, paradójicamente, el historiador pierde –o mejor dicho, debe compartir porque nunca detenta el monopolio del relato histórico– la centralidad en la interpretación del pasado con múltiples voces pues el campo de la historia se “democratiza”, se “socializa” y se amplía de manera singular y se convierte en un amplio territorio en el que, a la par de los propios historiadores, periodistas, políticos, profesionales, intelectuales y hasta famosos (del deporte o la farándula) divulgan sus particulares formas de interpretar la historia nacional y enlazarla con el presente, y es en este punto en el que los anacronismos y maniqueismos se multiplican, cuando el pasado es interpretado en función de la necesidad política del presente.9 Debe aclararse que, de ninguna manera, este es un rasgo privativo de las coyunturas de las grandes conmemoraciones, el campo de la interpretación pública sobre la historia nunca se restringe a la opinión de los historiadores profesionales. Hobsbawm sostiene, acertadamente, que la “creación, desmantelamiento y reestructuración de las imágenes del pasado (…) no solo pertenecen al mundo de la investigación especializada, sino a la esfera pública del hombre como ser político”.10 Por lógica consecuencia, la ampliación del campo público de la historia hace que se entrecrucen las miradas más especializadas (de historiadores y cientistas sociales) con aquellas de carácter político e incluso con muchas voces aficionadas. En estas visiones públicas se cruzan en un complejo entramado el sentido común, el esquematismo, el anacronismo, las miradas interesadas, el detalle nimio y la banalidad con aquellas explicaciones más agudas y rigurosas que intentan complejizar y matizar el pasado.
Esa democratización de la interpretación histórica ya no se basa solo en aquello que se dice en los medios impresos, radiales o televisivos sino que hoy se multiplica de manera inabarcable en el espacio virtual de internet en donde cualquier ciudadano puede hacer oír su voz. Sobre las dificultades de la circulación de la historia en el espacio virtual, ver Marc Poster. “La historia en el dominio digital”, Entrepasados N° 30, 2006.
E. Hobsbawm, op. cit., p. 21.
Nuestra conmemoración del Bicentenario de la Revolución de Mayo no fue ajena a estos problemas, por el contrario la compleja coyuntura política marcó de manera determinante la interpretación del pasado y su relación con el presente. Esto tuvo su manifestación principal en las formas asumidas por el debate político con el trasfondo del duro enfrentamiento, agudizado durante 2008, entre el Gobierno nacional y la oposición, así como también con una parte de los medios de comunicación (principalmente La Nación y el grupo multimedios dirigido por Clarín). De alguna manera, la historia o, mejor, la interpretación de la historia argentina fue afectada por la polarización política extrema y quedó, en parte, entrampada entre visiones dicotómicas exacerbadas a partir de la fuerte disputa que ha caracterizado el discurso de los diversos actores involucrados en el conflicto político.
Antes de abordar la interpretación oficial del pasado, es importante señalar que, a diferencia de las gestiones precedentes, los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández le asignaron en su discurso un rol mucho más activo a la interpretación de la historia. En este sentido, construyeron su propio relato histórico.11 No es de extrañar que se le otorgara un lugar central a la conmemoración de los 200 años de la Revolución de Mayo. Para ello se creó en 2005, a través del Decreto del PEN N° 1016, el Comité Permanente del Bicentenario en el ámbito de la Jefatura de Gabinete de Ministros, cuyo objetivo central fue elaborar los Lineamientos Generales del Plan de Acción del Bicentenario. En febrero de 2008, ya con Cristina Fernández en el Gobierno, se conformó en el ámbito de la Secretaría General de la Presidencia la Secretaría Ejecutiva de la Conmemoración del Bicentenario con el fin de elaborar el programa de festejos y su coordinación. Finalmente, un año después, se creó la Unidad Ejecutora Bicentenario de la Revolución de Mayo 1810-2010, cuya misión fue llevar a la práctica el programa central de la realización del programa de actos. El Gobierno planteó en ese momento que la conmemoración debía desarrollarse en torno a tres ejes: “un país independiente y soberano a través del desarrollo del conocimiento, la ciencia, la tecnología y la innovación; la necesidad de promover la construcción de un país participativo y federal; y la de profundizar su pertenencia latinoamericana”.12
La creación oficial del Instituto Dorrego a fines de 2011 refuerza esta tendencia. El sentido de esta institución es nuclear a un grupo de historiadores revisionistas con el objeto de construir un relato histórico afín al del Gobierno.
www.cultura.gov.ar./archivos/noticias_docs/Bicentenario.
Más allá de esta amplia declaración de principios que podría haber suscripto cualquier gobierno democrático, la conmemoración se convirtió en una ocasión propicia para que el Gobierno interviniera activamente en la interpretación de estos 200 años de historia y elaborara su propia versión. La presidenta mostró su iniciativa en esta materia durante todo el proceso de organización de los festejos y ya el 25 de mayo, durante la inauguración de la Galería de Patriotas Latinoamericanos en la Casa de Gobierno, resumió su convicción: “Hemos querido conmemorar y conmemorar es eso, no es solamente festejar, no nos gustan los fastos con brillo sin contenidos. Creemos en la historia, creemos en la memoria, tenemos nuestra identidad, tenemos pasión por la verdad, por la memoria, por la justicia, pasión por la patria…”.13 Intervino de manera directa a través de la emisión de numerosos discursos –reforzados ocasionalmente por algunos funcionarios–. Fue ella misma quien supervisó personalmente tanto la proyección fílmica realizada el día 25 de mayo sobre las paredes del Cabildo como la selección y el contenido de los cuadros alegóricos exhibidos en el desfile de la agrupación Fuerza Bruta.14 De manera indirecta, lo hizo a través de las exposiciones organizadas en la Casa del Bicentenario,15 de diversas iniciativas emprendidas y emitidas por el canal Encuentro y también apoyando la iniciativa de la fundación Caras y Caretas con el objeto de publicar El Diario del Bicentenario.
Si bien, como se ha visto al comienzo, el Gobierno planteó la voluntad “para que los argentinos pensemos y reflexionemos juntos”, así como “discutir y acordar metas”, el Poder Ejecutivo no involucró al Parlamento. Tampoco compartió la organización del festejo ni la elaboración de los contenidos con sectores de la oposición, y mucho menos con el gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que, a su vez, hizo con éxito todo lo posible para realizar sus propios festejos centrados en la reinauguración del teatro Colón, con la notoria ausencia de las autoridades nacionales. En este caso, primó en cada una de las partes la misma lógica de exclusión del otro. Teniendo en cuenta este clima de fuerte hostilidad política,
Discurso de la presidenta de la Nación en ocasión de la inauguración el 25 de mayo de 2015 de la Galería de Patriotas Latinoamericanos en la Casa de Gobierno, en www. casarosada.gob.ar.
Esos cuadros representaron a los pueblos originarios, el éxodo jujeño, la Vuelta de Obligado, el folklore, los inmigrantes, el tango, la industria nacional, la Constitución Argentina y las urnas prendiéndose fuego, los derechos humanos, la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, las guerra de Malvinas, la democracia, la crisis económica, América Latina, el rock nacional.
Con el objeto de “reconstruir la realidad y la identidad local”, se instalaron Casas de la Historia y la Cultura del Bicentenario en diversas provincias. Si embargo, queda claro que la celebración se centralizó casi exclusivamente en Buenos Aires y se relegó a un segundísimo plano al resto de las provincias, con la excepción de Tucumán, que se montó en la onda expansiva de los festejos porteños cuando organizó la celebración del 9 de Julio.
debe destacarse que la conmemoración del Bicentenario tuvo como protagonista a la impresionante y entusiasta multitud que participó en los festejos, que además de reclamar un lugar en el espacio público dotó de sentidos propios a los fastos y relegó a un lugar secundario la polarización propuesta por el Gobierno –y la propia oposición–.16
Ahora bien, el Gobierno creó su propio relato histórico y lo sostuvo con convicción. Es probable que dicho relato solo en parte haya sido elaborado por historiadores y parece haberse articulado más sobre la visión que la propia presidenta tiene del proceso histórico. Aunque en el contexto de grandes conmemoraciones la memoria histórica oficial siempre es selectiva, lo que importa en estos casos es qué y cómo se selecciona. Tanto las presencias como las ausencias adquieren un valor simbólico importante y, en este sentido, el relato oficial fue sesgado en exceso. Se privilegiaron algunos hechos y se ocluyeron otros; se ensalzaron algunas figuras y se denostaron o ignoraron a otras. Se emparentó al actual gobierno con la gesta de la independencia y con el primer peronismo y se lo contrapuso a ciertos procesos (la República oligárquica, las dictaduras, la década de los noventa). Primó, entonces, una interpretación política e ideológica sesgada de dicho proceso que constantemente se deslizaba hacia el anacronismo, el maniqueísmo y el autoelogio. Esta tendencia fue claramente perceptible en los propios festejos del Bicentenario (especialmente en la proyección efectuada el 25 de mayo sobre las paredes del Cabildo), así como en diversos discursos de la presidenta.17
El video proyectado sobre el Cabildo de Buenos Aires, con la anuencia de la presidenta, consistió en un “mapping” de once minutos
Más allá de la interpretación histórica, que en estos casos siempre es un tanto arbitraria, no debe dejar de señalarse que el estupendo espectáculo del grupo Fuerza Bruta le otorgó un brillo inusual a la fiesta y, de alguna manera, coronó la participación popular.
Por supuesto, las iniciativas oficiales no constituyeron un discurso homogéneo y hubo notables excepciones en las iniciativas historiográficas desarrolladas en los medios vinculados al Gobierno. Por ejemplo, las dos producciones realizadas por colegas historiadores y cientistas sociales expuestas en las instalaciones realizadas en la Casa del Bicentenario (Muchas voces, una historia. Argentina, 1810-2010 y Mujeres, 1810-2010). Es de destacar también la publicación del Diario del Bicentenario, una iniciativa oficial publicada en diversos diarios nacionales que consistió en la edición de doscientos números (correspondientes uno a cada año entre 1810 y 2010). En ambos casos debe destacarse la profesionalidad y la pluralidad de las voces que se expresaron. Por otro lado, el Canal Encuentro le dedicó un espacio importante de su programación a producciones (propias y ajenas) destinadas a la divulgación de programas históricos. También merece mencionarse una iniciativa anterior de la Secretaría de Cultura de la Nación (entonces bajo la conducción de José Nun, quien también planeó las instalaciones de la Casa del Bicentenario). Me refiero a Los debates de Mayo realizados entre 2005 y 2007 en las que participaron destacados académicos e intelectuales con el objeto de impulsar un debate público sobre los temas e interrogantes principales del Bicentenario. Por su parte, desde La Comisión Ejecutiva del Bicentenario de la Revolución de Mayo, organizada en el ámbito del Ministerio de Defensa, se organizó durante 2009 el Ciclo anual de Historia Argentina y Defensa.
dirigido por Tristán Bauer en el que aparecían los principales personajes y hechos históricos según la visión de los autores. A pesar de que las imágenes se sucedían con ritmo vertiginoso, el mensaje fue claro y contundente. Ejercitando una didáctica casi escolar que remedaba la imaginería gráfica del Billiken, solo se privilegiaban aquellos datos de la historia que el Gobierno consideraba relevantes: las invasiones inglesas, los próceres de mayo, la lucha entre federales y unitarios, una imagen de Sarmiento en exceso fugaz y del proceso comenzado en 1880, los festejos y convulsiones del primer centenario, Yrigoyen, el golpe de 1930 y el fraude, un lugar central para Perón y Evita, el golpe de 1955, y otra vez la fugacidad para Frondizi en Illia, el golpe de 1966, el último Perón, la dictadura, un Alfonsín de espaldas (neutralizada su figura entre el Nunca Más y el Punto Final), Menem privatizador, De la Rua y la crisis de 2001. La breve proyección nos reserva un final feliz con las imágenes de Néstor y Cristina Kirchner que simbolizan la nueva Argentina. Relato recortado y sesgado de la historia nacional (especialmente el correspondiente al siglo XX) con dos momentos culminantes representados, de un lado por Perón y Evita en el pasado (Perón en imagen, Evita en discurso, esto es, se seleccionaba intencionadamente solo algunos aspectos del primer peronismo con los cuales se identifica la actual gestión) y, de otro, por el matrimonio presidencial en el presente en una imagen que colocaba al ex presidente Kirchner y a la mandataria actual como los artífices de la recuperación, casi en soledad, de la Nación argentina del desastre en el que culminó el proceso económico y social de los años noventa.
El mensaje de la presidenta en la Asamblea Nacional de Venezuela el 19 de abril de 2010, en ocasión de conmemorarse el Bicentenario de la independencia de aquel país, es aún más claro y significativo para comprender su interpretación (y su uso) de la historia argentina.18 También aquí hay una mirada escolar, inspirada y simplificada de los ligeros textos de divulgación histórica a la moda en los últimos años. Así, explicó de que manera figuras como Belgrano, Moreno, Monteagudo, Castelli y “los ideólogos, los jacobinos de aquel 25 de mayo de 1810” habían sido influenciados por las ideas del ilumismo y la Revolución francesa, difundiendo en estas tierras las nociones de “libertad de nuestros pueblos ante el insoportable coloniaje al que nos sometía España”; estas ideas habrían sido compartidas por los criollos “junto a los pueblos originarios, junto a los mestizos”. A continuación saltó a uno de los temas más transitados
En el mismo sentido, puede leerse el discurso de Cristina Fernández en ocasión de la inauguración el 25 de mayo de 2010 de la Galería de Patriotas Latinoamericanos en la Casa de Gobierno, en www.casarosada.gob.ar.
del discurso histórico emitido en torno a la conmemoración. Me refiero a la comparación, generalmente, anacrónica del momento actual con el del primer Centenario. “Era –manifestó– un centenario donde, como en casi toda la región, se habían consolidado repúblicas en un modelo de división internacional del trabajo, donde nosotros proveíamos materias primas que eran industrializadas, generaban riqueza y valor muy lejos de estas tierras”. Fue entonces –interpretó– cuando se abandonó el mandato de los próceres de la Revolución de Mayo pues Belgrano o Moreno “pensaban exactamente lo contrario” que la generación del ochenta. Felizmente para la presidenta, que apeló a una convicción latinoamericanista vigente en los años sesenta, este Bicentenario viene a encontrar a los pueblos de América del Sur “en una nueva etapa de transformación en lo que yo denomino una segunda independencia” basada en la recuperación del Estado así como de las ideas de aquellos valerosos y desinteresados hombres de 1810 que planteaban la unidad latinoamericana como paso indispensable para la liberación de nuestros pueblos (“crear la América del Sur”). Concluyendo con este razonamiento reconoció que no sabía “si esta realidad de hoy (es) exactamente la que soñaron” los próceres antes mencionados, aunque abandonando la modestia de la duda disparó: “pero estoy segura que se le parece bastante más que la que teníamos hace 15 años… de eso estoy absolutamente segura”.19
De ambos ejemplos no es difícil deducir la intención escasamente sutil de presentar al conjunto de las dos gestiones presidenciales de los Kirchner como heredero de los próceres de mayo (solo aquellos mencionados en sus discursos) y, a la vez, como un momento refundacional de la Nación. En realidad, refundación es un concepto demasiado fuerte y grandilocuente como para ser sostenido abiertamente, por eso a veces el discurso oficial se desliza hacia el uso de una adjetivación menos pretenciosa como “reparación”. Esto es, la era iniciada en 2003 ha tenido el mérito de reencausar la historia hacia el rumbo correcto, como sostuvo el secretario de Cultura, Jorge Coscia.
El lenguaje político que reabrimos del 2003 a la fecha tiene en el pasado no tan lejano un punto de ineludible referencia. Pues ha sido de tal magnitud la destrucción del tejido social por la políticas neoliberales que se inauguraron en el país con la última dictadura militar; ha sido tal el ensañamiento con el que se ha desmontado el aparato productivo; se fue tan en contra de lo que representaba lo estatal y la autoridad pública que nuestro proyecto es, como no podía ser de otra modo, el de un gobierno reparador.
¿Qué y de qué manera se repara? Se “restaura gobernabilidad”, se “recomponen derechos”, se “devuelve estatalidad” atributos, todos, que el Estado argentino había perdido según esta visión.20 Refundar o reparar implica ruptura con el pasado reciente menemista y obviar la incómoda presencia en aquel gobierno de una parte importante de los funcionarios que han acompañado o acompañan a la actual gestión, pero también es una ruptura con el tiempo inmediatamente anterior a su llegada al gobierno, por eso se borró de los relatos y de las imágenes oficiales que la recuperación económica, aunque tímidamente, ya había comenzado en la gestión presidencial de Eduardo Duhalde. Significa también ruptura con otros pasados y también filiación con el momento fundacional de la Nación (la Revolución de Mayo), así como con los comienzos de la democracia de masas o de la instauración de los derechos sociales. Aunque subliminalmente, se identifica a la presidenta como heredera de los padres fundadores y se la emparienta con ciertos personajes históricos.21 Se construye así un argumento cuyo hilo conductor articula en el centro del relato la larga lucha emancipatoria vinculada al objetivo de alcanzar la “patria grande latinoamericana” a través de dos siglos. De manera anacrónica, se establecen filiaciones entre las acciones del actual gobierno con ciertas acciones, a su entender, positivas del pasado: con la gesta de Mayo, con los reclamos de los caudillos federales, con la defensa de la soberanía,22 con quienes fueron marginados y reprimidos durante la República oligárquica (¿el pueblo?, ¿los obreros?, ¿los pueblos originarios? Es difícil establecerlo), con el primer peronismo (los derechos sociales y la radicalidad de Evita en particular), con la industria nacional, con la juventud maravillosa de los setenta (aquí el relato es ambiguo), por supuesto con la lucha por los derechos humanos.23
Jorge Coscia. “La reivindicación de la política”, Suplemento Enfoques, La Nación, 23 de mayo de 2010, p. 17.
Es interesante constatar como estas identificaciones gozan de popularidad entre el público y contribuyen a generar un sentido común historiográfico. Por ejemplo, la proyección de un tráiler de Tristán Bauer sobre San Martín en el canal Encuentro provocó un debate en un blog denominado yo amo la historia. Allí se discutió sobre el rol del canal, sobre la proyección y, centralmente, sobre los personajes históricos de esta, y se estableció un parangón entre Juana Azurduy y Cristina Kirchner. Un participante anónimo del blog planteó: “Juana Azurduy tiene que ver con los Kirchner, con el peronismo, con el nacionalismo, con la patria, con las montoneras (perdón…), con el pueblo, con las mujeres, con las madres y abuelas. El fin con nada que huela a liberalismo argentino (el de afuera es otro tema)…”, en http//yoamolahistoria. blogspot.com.
Poco después del Bicentenario, el Poder Ejecutivo decretó el 20 de noviembre como el Día de la Soberanía Nacional en conmemoración de los sucesos de la Vuelta de Obligado en 1845 y lo declaró feriado nacional.
Entre muchos ejemplos al respecto, basta mencionar la operación sobre el Nunca Más (el reemplazo del prólogo del libro), y el intento por ignorar los logros obtenidos en esta materia
El relato histórico del Gobierno persigue un objetivo político y no deja lugar a dudas ni matices, impone verdades y, en este sentido, es selectivo y maniqueo. Esta forma de leer el pasado (y el presente) lo conduce a la idea de confrontación permanente y en cada coyuntura hay buenos y malos argentinos, hay amigos y enemigos por eso el relato oficial tiende a apropiarse de la representación de cada una de las “gestas” mencionadas frente al enemigo de turno. De los héroes de mayo contra “el insoportable coloniaje español”; de los caudillos del interior con el centralismo porteño; de los obreros y pueblos originarios con la oligarquía; de Yrigoyen con el régimen; de Perón con la clase media “gorila”, de la “juventud maravillosa” con los militares y el neoliberalismo y finalmente de los Kirchner con sus enemigos actuales (un conjunto amplio y cambiante de actores en el que se incluyen “los monopolios de prensa”, la vieja “oligarquía terrateniente” rediviva, buena parte de la oposición política y a todos los que abandonaron la nave oficialista). La presidenta fue clara en ese sentido cuando planteó “es bueno conocer toda la historia para saber que hay múltiples formas de dar batallas y ellos (los próceres de mayo) tenían que dar esa batalla contra aquel colonialismo y siempre hay que dar batallas, la vida es una asociación de pequeñas batallas…”.24
Las fuentes de inspiración del discurso histórico oficial son escasas y tienen menos que ver con el tradicional revisionismo historiográfico que con la interpretación histórica un tanto maniquea de Felipe Pigna, quien no casualmente ofició de locutor oficial durante los festejos del día 25 de mayo, así como también participó en la elaboración del guion del espectáculo de Fuerza Bruta. Debe considerarse también el refuerzo ideológico del grupo Carta Abierta, cuyo discurso ha pivoteado activamente en un relato histórico en donde la dicotomía amigo-enemigo juega un rol principal. En un documento elaborado por el grupo en ocasión del Bicentenario se plantea, de manera un tanto más sofisticada que en el discurso presidencial, el mismo uso del pasado, la misma saga histórica (los mismos héroes, el destino común de Latinoamérica) aun cuando el centro del relato está más claramente enfocado en el pueblo, en las luchas populares: “Que este pueblo tiene compromisos profundos con las transformaciones realizadas y las faltantes y que encontrará en la memoria de sus luchas pasadas y en las necesidades del presente, la fuerza para resistir cualquier intento de restauración conservadora”. De alguna manera, se estaba reforzando la idea de un gobierno reparador que debe
durante el gobierno de Raúl Alfonsín.
Discurso de la presidenta en ocasión de la inauguración el 25 de mayo de 2015 de la Galería de Patriotas Latinoamericanos en la Casa de Gobierno, en www.casarosada.gob.ar.
impedir la restauración del proceso conservador de los años noventa (aunque, ironías de la política, muchos integrantes de los gobiernos kirchneristas participaron activamente de aquella denostada gestión). “No hay vuelta atrás que pueda resultarnos tolerable… La Argentina actual, capaz de enjuiciar los crímenes del pasado y generar políticas de reparación para las desigualdades contemporáneas, no puede ser suprimida por los agentes de la reacción”.25
Ese “no hay vuelta atrás” refiere tanto a la vilipendiada década menemista como al primer Centenario (“no aceptamos volver a la Argentina de 1910”) en tanto momento culminante del aborrecido proyecto oligárquico y “espejo virtual que los poderes actuales instalan en el lugar del Paraíso perdido”. Es cierto que esta última aseveración no deja de ser verdad en parte pues basta analizar los discursos del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, que ubicó la inauguración del teatro Colón en 1908 y el propio Centenario como la panacea a la que habría que retornar. Anacrónico el relato laudatorio de Macri.26 Pero también resulta anacrónico el discurso crítico. En primer lugar, porque desconoce los matices de la coyuntura y al presentar a la elite del Centenario como un bloque sin fisuras ignora los debates y conflictos e incluso los malestares que se plantearon en el seno de los grupos dominantes.27 En segundo lugar, porque al plantear la carencia absoluta de derechos políticos y sociales se ignora la notable dinámica de la sociedad civil durante esos años que había ido horadando la ausencia de dichos derechos y que redundaron en la sanción de las primeras leyes sociales, así como de la ley electoral en 1912. Recalcar la represión del movimiento obrero es una verdad de perogrullo, pero aquí conviene plantear algunas preguntas:
¿Cuál es el sentido de comparar realidades que están mediadas por un siglo de distancia? ¿Por qué contrastar la enorme participación popular durante el Bicentenario con la supuesta ausencia de gente en las calles durante los festejos de 1910?28 La respuesta parece clara: frente a un Centenario en el que se abandonó el proyecto fundacional y excluyó a
“Carta Abierta a 200 años de la Revolución de Mayo”, Página 12, 23 de mayo de 2010.
El diario La Nación publicó numerosos y encendidos homenajes al primer centenario en los que remarcaban el contraste con el presente. Solo a modo de ejemplo, Bartolomé de Vedia. “Cuando el país era una fiesta”, La Nación, 25 de mayo de 2010, p. 29. Es interesante constatar que esos artículos fueron escritos por periodistas, políticos, ensayistas e historiadores.
Ver José Nun (comp.). Debates de Mayo. Nación, cultura y política. Buenos Aires, Gedisa, 2005. Especialmente los artículos de Natalio Botana e Hilda Sabato.
Sobre el contraste entre represión al movimiento obrero y la notable participación popular en las fiestas del Centenario, ver Fernando Devoto. “Imágenes del Centenario de 1910: nacionalismo y república”, en José Nun, op. cit. Sobre los aspectos más represivos de los festejos y las circunstancias en que se declaró el estado de sitio, Juan Suriano. “Los festejos del primer Centenario de la Revolución de Mayo y la exclusión del movimiento obrero”, Revista de Trabajo, Año 6, N° 8, 2010.
los sectores populares y a los “pueblos originarios” se plantea, como si no mediara un siglo de distancia, un Bicentenario en el que se repara y se retorna al camino correcto, en el que se incluyen todos los sectores sociales marginados por diversos proyectos conservadores.
Si, como se sostuvo al comienzo de este trabajo, el Bicentenario es un momento apto para efectuar balances del largo proceso histórico cuyo punto de partida es la Revolución de Mayo, cabe formular algunos interrogantes, a mi juicio centrales, para descifrar el rol de los historiadores en ese debate. ¿Quién los convocó? ¿Quién articuló la agenda de discusión en la que han intervenido activamente los historiadores? ¿Cuáles fueron los temas en torno a los que se los convocó?
En principio, es interesante señalar la casi absoluta ausencia de iniciativas públicas sobre el pasado por parte tanto de colegas como de las instituciones que los albergan (centros de investigación, departamentos universitarios, revistas) en ocasión del Bicentenario.29 La excepción estuvo constituida por un grupo de historiadores que, bajo los auspicios del Instituto Ravignani y el Centro de Estudios Históricos e Información Parque España, conformaron el colectivo Los historiadores y el Bicentenario. Tras la realización de dos jornadas de debate (Rosario, 2006 y 2008) en donde se “recuperaron los problemas historiográficos más investigados y discutidos en los últimos años, tanto en el mundo europeo como americano, vinculados al período de las revoluciones”, los miembros del grupo crearon un sitio web para volcar las principales líneas de debate de nuestra historiografía en torno a diversos ejes (revolución, guerra y sociedad, nación, estado, república y memoria histórica). Numerosos colegas participaron en estos debates tanto en el sitio web como en diversos medios y el corolario de esta empresa fue la edición del video Dos siglos de después: los caminos de la revolución.30
Fuera de esta iniciativa, la intervención de los historiadores se vinculó a la convocatoria de los medios de comunicación, sean opositores u
Como no pertenece al campo de intervención pública mediática, no se toma en cuenta aquí la organización de una multiplicidad de eventos académicos motivados por el Bicentenario destinado esencialmente a los propios académicos.
oficialistas desde el punto de vista editorial. En este sentido se publicaron infinidad de notas tanto en el cuerpo central como en suplementos especiales y llevaron adelante algunos proyectos editoriales.31 El interés historiográfico de la producción mediática dependió de los objetivos y las formas planteadas para cada ocasión. Paralelamente a algunas producciones un tanto banales en las que miles de lectores votaban un podio de figuras históricas, se editó una nutrida cantidad de notas historiográficas, muchas de las cuales combinaron rigurosidad y calidad en el planteo.32
En cuanto al Gobierno, ya se ha visto el rol importante que desempeñó en la divulgación de su versión de la historia y, en calidad de organizador del evento, de manera lógica porque es una característica de cualquier gobierno, mantuvo la iniciativa. En este sentido, muchos de los temas en debate fueron impuestos, reforzados por la coyuntura de conflicto político, por la agenda oficial. A riesgo de ser repetitivo debe señalarse que la comparación anacrónica del presente con el pasado fue un rasgo importante de la polémica y por supuesto le confirió una impronta negativa pues desvió la discusión de ejes más prolíficos y la condujo por vías estériles. Fueron varios los historiadores que, voluntariamente o no, cayeron en esta trampa al dejarse arrastrar por el malestar que les generan aspectos esenciales de la política actual que podríamos resumir en los déficits de las instituciones republicanas para algunos o la fuerte presencia del Estado en la economía para otros.
En ocasiones, algunos colegas se deslizaron hacia versiones de la historia argentina del siglo XX y del presente que podría definirse como decadentistas en tanto perciben en la actualidad la reproducción de los peores rasgos políticos, sociales y económicos característicos de diversas coyunturas negativas del siglo anterior. De manera consciente o no, se vuelve la mirada hacia el pasado y se rescatan algunos aspectos del
Es interesante señalar que hubo un marcado paralelismo entre la pobreza en cuanto a inauguraciones de grandes obras por parte del Estado nacional con la modestia de los emprendimientos editoriales de la prensa gráfica. Clarín publicó Grandes biografías de los 200 años (12 personajes claves desde Belgrano a Alfonsín). La Nación, con el auspicio del Gobierno de la Ciudad y las fundaciones Osde y Carolina publicó la reproducción facsimilar del periódico La Gaceta de Buenos Aires, precedido de una nota introductoria a cargo de historiadores. El ya mencionado Diario del Bicentenario fue coeditado por Crónica, El Argentino, Popular y un conjunto de 12 diarios del interior del país.
Si bien no compete a esta presentación debe recalcarse la prolífica actividad de las editoriales desarrollada desde un año antes publicando y vendiendo para la ocasión más libros de historia que los habituales. Informe disponible en www.argentina.ar.
Queda para otra ocasión el análisis específico de los medios de comunicación y su especificidad en el debate historiográfico público puesto que los medios tienen sus propias visiones del pasado y de la relación de este con la política del presente. Así como la interpretación oficial puede ser sesgada también lo es la de los medios, algunos porque están ubicados al lado del oficialismo y otros por estar crudamente enfrentados con él.
mismo en contraste con el presente, por ejemplo, puede añorarse un Estado “como tenían los hombres del Centenario”. Aquí aparece una marcada contradicción pues quienes reclaman por un Estado como el de entonces, le critican a los gobiernos actuales recurrir a la vieja fórmula de “los gobiernos electores, que combinando presión y dádivas pueden construir los resultados comiciales”, y precisamente era esta una característica saliente del Estado oligárquico reivindicado. No debería olvidarse que el déficit que sufren las instituciones republicanas actuales no es una característica privativa del presente sino un viejo problema recurrente del último siglo que, además, era un rasgo central del gobierno que condujo los festejos del Centenario. Además, una diferencia nada menor impide la comparación de un momento en que el sufragio era restringido (república en las formas pero no en las costumbres cívicas) a otro en el que rige el voto universal.33
No obstante, debe señalarse que la mayoría de los análisis históricos efectuados por nuestros colegas no transitaron estas características decadentistas y, por el contrario, trataron de ordenar las interpretaciones en torno a núcleos problemáticos y establecer líneas de coherencia sobre el pasado y su relación con el presente. A grandes rasgos, puede decirse que la intervención de los historiadores confluyó en torno a dos cuestiones centrales.
Por un lado, el tema más transitado giró lógicamente alrededor de la interpretación de la Revolución de Mayo y su legado. Esta fue la zona que reunió la mayor cantidad de notas históricas y entrevistas en los medios, así como también fue el tema predilecto de las editoriales que lanzaron a la venta una cantidad inusual de textos alusivos al proceso revolucionario. Las diversas notas abordaron una multiplicidad de aspectos que puso a disposición de un público ampliado los enormes avances registrados por la historiografía local en los últimos años: el significado de la independencia, la gestación de la idea de nación, la cuestión del orden, el problema de la legitimidad y la relación de Buenos Aires con los pueblos del interior, las formas de gobierno de la revolución, el debate entre república y monarquía, la noción de pueblo y de soberanía popular, la participación de los sectores populares, el nuevo orden económico.
Por otro lado, se abordó la cuestión del balance histórico. El rasgo predominante en esta producción es la visión un tanto pesimista a la hora de efectuar el balance de estos dos siglos de historia.34 En el centro
Para un análisis sobre la república posible y república verdadera y los límites del gobierno oligárquico, ver Natalio Botana. El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires, Sudamericana, 1985.
Si bien no es un tema de este trabajo, merece destacarse que, excluyendo la polémica que se pueda suscitar en torno al discurso oficial, casi no se han producido debates públicos al
de esas reflexiones, se instalan los límites de la democracia actual, recuperada y reconstruida desde 1983 sobre la base de una serie de legados negativos, especialmente la larga crisis de legitimidad que perduró entre 1930 y 1983, y cuyo rasgo central lo constituyó la intolerancia de las dictaduras militares. De alguna manera, como resultado de ese proceso y de la propia dinámica de las últimas tres décadas muchos analistas coincidieron en remarcar los límites del pluralismo político, las discordias permanentes, la baja calidad institucional, los obstáculos que nos impide crecer, el deterioro permanente del Estado, la naturalización de la corrupción, el excesivo decisionismo presidencial, el estancamiento urbano, los déficits del federalismo tanto político como fiscal, la progresiva ampliación de la brecha entre ricos y pobres con la consecuente instalación de una zona de pobreza estructural, la crisis de la creencia en el “progreso argentino”. Pero de esas visiones pesimistas en ocasiones también se desprende cierta fe hacia la posibilidad de revertir en el futuro cercano algunos de estos rasgos negativos y recurrentes; Carlos Altamirano destacaba que en las sociedades de regímenes democráticos existe la diversidad de intereses, pero también una pluralidad de puntos de vista respecto del bien común, entonces “¿Por qué no pensar que la reciprocidad de perspectivas diferentes puede enseñar a ver mejor las cosas, entre ellas, las convergencias? No es necesario renunciar a las convicciones para desarmar la hostilidad. Democracia y república podrían llevarse mejor”.35
Vale la pena señalar también que el tránsito por estos andariveles predominantemente pesimistas ha generado algunas ausencias notorias de temas que deberían ser insoslayables en estas interpretaciones historiográficas públicas.36 Solo señalaré tres de ellos. En primer lugar, resulta sorprendente el escaso valor adjudicado a la inédita continuidad de la democracia aun cuando los señalamientos críticos sobre su funcionamiento y los peligros que la acechan sean en general acertados. Desde 1930 es la primera vez que nuestro país goza de casi tres décadas ininterrumpidas de funcionamiento de las instituciones democráticas y no es poca cosa para cualquier ciudadano y en particular para aquellos que hemos vivido en épocas de dictadura y valoramos
interior del campo historiográfico. Una de las escasas excepciones fue la discusión suscitada respecto del modelo económico a largo plazo. Ver Roberto Cortés Conde. “Casi un siglo de caída económica”, La Nación, 14 de mayo de 2010, y la crítica de Mario Rapoport. “El bicentenario y las promesas truncas del primer Centenario”, Página 12, 25 de mayo de 2010.
Carlos Altamirano. “La marcha de las ideas”, en Suplemento Enfoques especial, La Nación,
23 de mayo de 2010.
Este vacío ha sido oportunamente señalado por Sergio Berenztein en el artículo “Razones para la esperanza”, en Suplemento Enfoques especial, La Nación, 23 de mayo de 2010.
la libertad como un bien supremo; en este punto también debería ejercitarse la memoria histórica. A la vez esta “normalización” de la democracia ha implicado elegir de manera continuada a nuestros representantes, ha permitido apelar al derecho a reclamar, así como crear y pensar en libertad. Estos son solo algunos de los beneficios que gozamos actualmente y que durante décadas fueron cercenados y solamente funcionaron esporádicamente.
En segundo término, si es cierto que la intolerancia y las discordancias políticas constituyen una rémora difícil de superar en la actualidad, también lo es que estamos en presencia una sociedad más abierta y más tolerante en muchos sentidos37 y que está aprendiendo a respetar (y tolerar), por supuesto con muchas dificultades, la diversidad cultural. El caso de los hoy denominados “pueblos originarios” es un ejemplo en ese sentido. Invisibles o confundidos entre el resto de los ciudadanos durante décadas sus reclamos identitarios fueron desconocidos. La nueva Constitución, sancionada en 1994, vino a resolver jurídicamente esta situación otorgándole plenos derechos: “Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a su identidad bilingüe e intercultural; reconocer la personería jurídica a sus comunidades y la posesión y propiedad comunitaria en las tierras que tradicionalmente ocuparon…” (artículo 75, inciso 17). Si bien eran ciudadanos argentinos desde que se sancionaran las leyes respectivas de sufragio universal, era necesario rectificar el anacrónico estatus jurídico vigente en la letra de la Constitución desde 185338 y reconocer la diversidad.
Por último, otro tema que mereció un espacio absolutamente marginal en las interpretaciones del pasado y su confrontación con el presente ha sido la cuestión del rol de la mujer en la sociedad. Sin duda hoy ese rol se puede medir en los avances y resultados positivos logrados en los últimos años. El largo proceso de nivelación de derechos con los varones, que comenzó con la realización en Buenos Aires del Primer Congreso Femenino Internacional en 1910 y siguió con la igualdad de derechos civiles y políticos, alcanzó su punto culminante en 1994, cuando la nueva Constitución incorporó las disposiciones internacionales sobre la eliminación de todas las formas de discriminación de la mujer. La instalación a largo plazo de la democracia, el reconocimiento de las diferencias culturales y el avance de los derechos de la mujer, por supuesto con muchas limitaciones e imperfecciones,
La sanción de la ley de matrimonio gay es una clara muestra de esta apreciación.
La Constitución de 1853 en su artículo 67 inciso 15 exhortaba a “… conservar el trato pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo…”.
son cuestiones, insisto, que no deberían escapar a los balances historiográficos del Bicentenario pues, de alguna manera, iluminan un camino que debe profundizarse.
De modo que no puede decirse que los historiadores hayan tenido escasa presencia en los balances historiográficos publicados en los medios de comunicación frente al Bicentenario. Por el contrario, como nunca se hicieron oír sus opiniones en diarios, suplementos culturales y revistas, así como en programas radiales y televisivos. No es poco, aunque siempre resta saber cuan escuchados son y cuál es la capacidad de su discurso para influir en una opinión pública que, quizá, no tenga demasiado apego a la tendencia del historiador a contemplar las zonas grises del pasado así como a desconfiar de las transpolaciones del presente para entender los procesos históricos. Sobre el final del video Dos siglos después. Los caminos de la revolución, se plantea una máxima básica de la labor del historiador: ir al pasado como a un país extranjero, desconocido y tratar de conocerlo y comprenderlo en todos sus niveles sin los prejuicios del presente. Tarea descomunal en el contexto de la conmemoración del Bicentenario de nuestra independencia, en donde los medios y el Gobierno usaron el pasado para dirimir sus enfrentamientos.