Este ensayo busca exponer cómo la costumbre, el uso con sus “barreras” para Montaigne, está implícita o explícitamente presente en todas las otras instancias regulatorias externas: religiones positivas y su sistema de recompensas y castigos, leyes y el dispositivo penal que está incorporado en ellas, los preceptos morales y las conductas que prescribe, las recompensas sociales, la propia ciencia en cierta forma, no pueden ser separadas de un conjunto de creencias colectivas, prácticas y representaciones, de las cuales la coutume es la piedra angular. Estas reglas son, en cierto sentido, las formas concretas que en cada momento toma la coutume. Puede decirse que el discurso de Montaigne sobre la costumbre está, de hecho, colocado a lo largo de una línea doblemente divergente: la de la crítica y la de la alabanza. Por un lado, la coutume no tiene autoridad propia, por otro, ante la ausencia de algo mejor, se ve a sí misma reconocida como una función social de gobierno y, de hecho, como una “regla de reglas”.